Guerra en la ciudad, 1936-1939 : colección Monreal-Cabrelles

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DIPUTACIÓN DE VALENCIA; MUSEO VALENCIANO DE ETNOLOGÍA Presidente de la Diputación de Valencia Alfonso Rus Terol Diputado de Cultura Vicente Ferrer Roselló Diputado de Gestión de Museos Salvador Enguix Morant

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Artes finales y reproducciones gráficas Vanesa Mora Casanova Espirelius Restauración documentos Cristina Jiménez Nonnast con la colaboración de Emilia Rueda Falcó Mar Durá Sánchez

Director Museu Valencià d´ Etnologia Joan Gregori i Berenguer

Interactivo: “Guerra hoy: dilema” Alex Peña Carbonell Render

Jefe de la Unidad de Difusión, Didáctica y Exposiciones Santiago Grau Gadea

Instalación: “Fotografiando la guerra” Andrés Marín Jarque Alexia Milán Inarejos

EXPOSICIÓN

Coordinación administrativa Josep Marí i Mollà

Producción Museu Valencià d’Etnologia Unitat de Difusió, Didàctica i Exposicions Comisariado y coordinación Sunció García Zanón Santiago Grau Gadea Robert Martínez Canet Diseño proyecto expositivo Pepe Beltrán Jolí Equipo técnico-científico Andrés Marín Jarque Alexia Milán Inarejos Documentación Esteban Monreal Biblioteca-Centre de Documentación Museu Valencià d´ Etnologia Archivo Fotográfico del Museu Valencià d’Etnologia Coordinación montaje Pepe Beltrán Jolí con la colaboración de Andrés Marín Jarque

Relaciones externas Pepa Ureña Castillo Coordinación actividades didácticas y de animación Francesc Tamarit Llop Montaje obra Cristina Jiménez Nonnast Mar Mateo Belda Emilia Rueda Falcó Montaje Instalación Taller Creativo con la colaboración de José Tamarit Dolz Amadeo Moliner Blay Pintura Daniel Cervera Aznar Carpintería Taller Creativo Sebastián López CB Traducción al valenciano Unidad de normalización lingüística Diputación de Valencia

Fondos expuestos Colección Monreal-Cabrelles Biblioteca Valenciana Colección Kristian Abad-Asociación Línea XYZ Colección Manuel Ferrando Colección Víktor Ferrando Colección García Zanón Colección Pascual Marzal Colección Ogaya Colección Alejandro Peña Colección Alfons Villa Moreno Museo Histórico Militar de Valenciano Museu Valencià d´Etnologia Agradecimientos Antonio Alfaro Jordi Alvir Àngel Beneito Lloris Archivo Fotográfico Diputación de Castellón Biblioteca Museu Valencià d´Etnologia Salvador Calabuig Sorlí José María Candela Guillén Mari Carmen Cañada Albert Costa Ramón Xavier Crespo Jorge Cruz Orozco Dacsa Produccions Isabel Díaz Martínez Pablo Doménech Jordá Francesc Ferrando Vila Raquel Ferrero Gandía Simón Fiesta Martí Laura Fornas Iranzo Corinna Gerich Ana González Romero Emilia Llamas Fernández Josep Marí i Mollà José María Marín Doménech Andrea Marín Jimenez José Moreno José Peinado Cucarella Joan Seguí Seguí Gloria Tello Company Ana Tur Sanahuja Zoe Imagen Arts


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CATÁLOGO: Edición Museu Valencià d´ Etnologia Diputación de Valencia Coordinación edición Robert Martínez Canet Autores artículos Manuel Delgado Ruiz Sunció García Zanón Santiago Grau Gadea Robert Martínez Canet Gervasio Sánchez Nicolás Sánchez Durá Romà Seguí Francés Fotografías Biblioteca Valenciana Simón Fiesta Martí Museu Valencià d´Etnologia Zoe Imagen Arts Fotografía de documentos Heïno Kalis Miguel Ángel Ortells Diseño y maquetación Espirelius Imprenta Pentagraf Impresores S.L.

ISBN.: 978-84-7795-483-5 D.L.: V-4904-2007

Copyright De los textos: los autores De las fotografías: Museo Valenciano de Etnología De la edición: Diputación de Valencia

Todas las ilustraciones forman parte de la colección Monreal-Cabrelles, excepto las incluidas en el artículo de Nicolás Sánchez Durá y las de las páginas 12, 13, 117, 119, 129 y 130 que forman parte de las colecciones del Museu Valencià d’Etnologia.


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· Mirando al bies la guerra civil española

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ROBERT MARTÍNEZ CANET - ASUNCIÓN GARCÍA ZANÓN

· ¿Qué es una guerra civil?. Lógica y génesis de las luchas fratricidas

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MANUEL DELGADO

· Todos muertos. La guerra total imaginada

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NICOLÁS SÁNCHEZ DURÁ

· De los epistolarios en tiempos de la guerra civil española (1936-1939)

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ROMÀ SEGUÍ FRANCÉS

· El dolor que transmite calidez

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GERVASIO SÁNCHEZ

· La fragilidad de la memoria (histórica), en la exposición “Guerra en la ciudad. 1936-1939” 109 SANTIAGO GRAU

· Entrevista con Esteban Monreal

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La exposición que presenta el Museu Valencià d´Etnologia, Muvaet, se inserta, como no podía ser de otro modo, en la rememoración de los meses (ahora hace setenta años) en los que la ciudad de Valencia fue “sede de las instituciones del Estado”, aunque no capital de la república española, que esa nunca dejó de serlo Madrid. Es en ese marco en el que hay que entender la proliferación de muestras, congresos y actos culturales diversos que vienen celebrándose a lo largo de este año. La particularidad de la muestra Guerra en la ciudad, 1936-1939. Colección MonrealCabrelles es doble. Por una parte ofrece al público valenciano y foráneo la posibilidad de acceder a la colección Monreal-Cabrelles de la que, hasta ahora, tan sólo habían sido expuesta no más allá de media docena de piezas de las alrededor de 3000 que la componen. De este modo el Museu Valencia d’Etnologia, Muvaet, contribuye a incrementar los fondos documentales con los que los estudiosos y la sociedad valenciana en general, cuentan para profundizar en el estudio de este momento histórico. Por otro lado, el enfoque de la exposición, que huye de una perspectiva historicista, pretende ir más allá del último conflicto civil español, para incitar a una reflexión sobre situaciones y fenómenos que se hallan en todos las guerras: el impacto de la tecnología militar sobre la población civil, la militarización de los más diversos aspectos de la vida diaria, el papel de la propaganda y de los medios de información. En resumen, una incitación a pensar sobre la guerra como fenómeno social total.

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ALFONSO RUS TEROL Presidente de la Diputación Provincial de Valencia


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La guerra es un fenómeno social que acompaña al ser humano desde tiempos inmemoriales. Largas polémicas entre biólogos, etólogos, historiadores y antropólogos no ha resuelto cuál es la clave (en la que se cruzan de forma inextricable las bases biológicas de la conducta y el condicionamiento cultural) que explica el porqué de la agresividad humana. Azares de la historia han hecho que sea el arte rupestre levantino el que nos ofrece una de las primeras representaciones bélicas de la historia humana. Por tanto, la guerra no es un elemento desconocido por los valencianos (como por ningún otro pueblo del planeta, por otro lado). Poner en contacto pasado y presente a través del estudio de pautas culturales es (entre otras cosas) lo propio de una institución como el Museu Valencià d’Etnologia (Muvaet) que quiere con su exposiciones temporales y monográficas estimular la reflexión sobre las constantes de la cultura humana, fenómenos que hallamos tanto en las sociedades tradicionales como en el mundo de hoy. La guerra es, quién lo puede dudar, una de esas constantes. Esta es, por lo tanto, no sólo una muestra sobre la guerra civil española de 19361939, sino una muestra sobre la guerra que parte de este enfrentamiento concreto para generar en el visitante un pensamiento sobre el papel de la guerra en la sociedad humana.

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VICENTE FERRER ROSELLÓ Diputado del Area de Cultura de la Diputación Provincial de Valencia


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La exposición Guerra en la ciudad, 1936-1939. Colección Monreal-Cabrelles, se presenta en el Museu Valencià d’Etnologia sin ánimo de participar en polémicas y con interés de participar en un intercambio de ideas, de valoraciones, de sensaciones con respecto a un hecho histórico que todavía genera como pocos cantidades ingentes de libros, revistas especializadas, películas de ficción y documentales. Resulta tópico insistir en ello, pero la repercusión mundial de un conflicto en una pequeña potencia del Mediterráneo occidental, tiene más que ver con su papel simbólico que con sus repercusiones reales sobre el devenir socioeconómico y cultural de la sociedad española, aunque estas sean esenciales para entendernos como comunidad humana. Esta exposición está hecha, no al margen de lo histórico (cosa ni posible ni deseable), pero si evitando el discurso centrado en el acontecimiento que nada aporta al sesgo interpretativo propio de un museo centrado en la disciplina etnológica. El antropólogo Manuel Delgado (que no en vano ha estudiado fenómenos culturales que tuvieron especial relevancia en esa época) ha hablado de la posibilidad de una “historia culturalmente orientada”. Esto es, de proyectar una mirada antropológica a los fenómenos históricos. La relación entre historia y antropología (aunque no es este lugar para hacer grandes reflexiones) ha pasado por diversas fases que oscilan entre la incomprensión mutua, el recelo cauteloso y (en algunas escuelas historiográficas) el intenso enamoramiento. El resultado de este conflicto (sumado a la divergencia de orientaciones que existe entre la antropología académica y la práctica museal etnológica) hace que producir una exposición de una temática como la guerra civil española no sea nada fácil. Guerra en la ciudad, 1936-1939. Colección MonrealCabrelles quiere integrar pequeños elementos que permitan una lectura cronológica, evenemencial, pero también cultural de un fenómeno poliédrico y complejo como el último conflicto civil español.

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JOAN GREGORI I BERENGUER Director Administrativo de la Xarxa de Museus de la Diputación Provincial de Valencia Director del Museu Valencià d´Etnologia (Muvaet)


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Mirando al bies la guerra civil española ROBERT MARTÍNEZ CANET - ASUNCIÓN GARCÍA ZANÓN

Comisarios

–Usted me está hablando de política –me dijo. –Sí –respondí–. Porque estamos en guerra. Y la guerra es política. Él me oía pero no me escuchaba. Charles de Gaulle, Memorias de guerra. Vol 2, La Unidad, 1942-1944.

G.A.– Entonces, y yo lo creo así, ¿para la promoción de un antropólogo se debe haber ido a la guerra? Se lo digo como metáfora, pero asimismo en toda su real dimensión. Murra– No tiene que ser una guerra. Debe saberse cómo deciden los adultos, porque muchas veces las decisiones son ocultas (...) y el que toma las decisiones tampoco llega a darse cuenta en su totalidad de lo que hace. La guerra en ese sentido es algo extremadamente rápido. De un diálogo entre el antropólogo José Antonio González Alcantud y el antropólogo y brigadista internacional John V. Murra.

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La ciudad y la guerra, o las peculiaridades que el hecho urbano impone en la técnica bélica, ha sido un tema de reflexión habitual en el pensamiento estratégico desde la poliercetia (técnicas por asediar ciudades) clásica o los pensadores chinos (en el fondo, ¿no está organizada ya una exposición como esta en la siguiente reflexión de Sun Tzu: “la guerra deberá evaluarse en términos de cinco factores fundamentales; la doctrina; el tiempo; el territorio; el mando; la disciplina”?), hasta las aportaciones de los teóricos de la guerra revolucionaria sobre el asedio de la ciudad desde el campo. Por lo tanto, este no es un tema nuevo. Hacer alguna cosa distinta y con cierto rigor era, sin duda, un de los retos que presentaba hacer una exposición como la que ahora iniciamos. En el fondo, se trata de hablar de dos cosas: ciudad, mejor dicho fenómeno urbano y guerra. No está de más hacer algunas consideraciones al respecto de ambos conceptos. Uno de los ejes de interés del Museu Valencià d´Etnologia (Muvaet) es lo relacionado con la antropología urbana. Hay que tener en cuenta qué quiere decir ”urbano” en nuestro territorio, denso como es en ciudades medias que vertebran el territorio. Es necesario, por tanto, emplear las herramientas conceptuales de la antropología aplicadas al estudio de esta geografía más o menos fantasmática, habría que recurrir a los estudios que sobre ello ha hecho Marc Augé. Frente a la noción de no-lugar como espacio que representa el paradigma de la “sobremodernidad”, Augé reserva el término “lugar antropológico” para designar una construcción del espacio, al tiempo concreta y simbólica, que es principio de sentido para quienes lo habitan y principio de inteligibilidad para quien lo observa. Tienen tres características comunes, son identificatorios, relacionales e históricos. Son espacios donde se pueden leer las identidades colectivas e individuales, las relaciones entre la gente y su historia. Son, sin embargo, al mismo tiempo espacios donde la gente emplea el idéntico tipo de código y, en sentido geográfico, son espacios que se definen por su frontera exterior y sus fronteras interiores. La ciudad es, pues, un espacio antropológico que se explica a través de conceptos como itinerario (ejes o caminos trazados por las personas y que conducen 16 | Robert Martínez Canet - Asunción García Zanón


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de un lugar a otro), intersección (lugares donde las gentes se cruzan), centro y monumento (espacios de tipo religioso o político que definen un espacio más allá del cual el resto de hombres se define con respecto a otros centros y espacios). En lo concerniente a la guerra, y centrándonos ya en el contexto histórico que nos afecta, se ha insistido en el carácter pionero de la guerra civil española con respecto a lo que sería la segunda guerra mundial. Al menos en el aspecto técnico sí encontramos elementos que pueden dar juego intelectualmente. La aparición de una nueva tecnología militar, como es el caso del bombardeo masivo de objetivos civiles (y la subsiguiente lujuria que despierta entre las masas como recuerda Susan Sontag) nos pone ante un hecho característico de la guerra moderna; la difuminación de los límites entre la esfera militar y la civil. La guerra como hecho social total, en el mismo sentido en que Marcel Mauss lo decía del regalo. Nos hallamos ante el final de una concepción secular de la guerra (aquella antigua fiesta cruel, que diría Franco Cardini) para entrar en la “tempestad de acero” (Jünger), en la guerra total que permea la economía, la educación, etc. Esta exposición está formada por cinco bloques que pretenden reflejar un aspecto que está presente en la guerra civil española, pero que no es privativo de ella, sino que tiene un alcance más genérico. La muestra se inicia con un ámbito que quiere mostrar la guerra bajo la mirada estratégica. En un entorno bélico es obvio que un pensamiento como el estratégico, que opera en términos de posiciones y de relación de posiciones, tiene una evidente superioridad analítica. No en vano muchos teóricos estructuralistas (o no) caso de Foucault, dedicaron páginas al estudio de los clásicos militares. Más evidente es esto todavía en autores de una generación posterior (André Glucksmann, Paul Virilio, es central aquí el concepto de “dromocracia”). Habría que plantearse cuál es la mirada que del territorio tiene el estratega y que se muestra perfectamente con la fotografía aérea de los bombardeos. Al igual que el mapa militar se diferencia del civil porque presenta una cuadrícula que permite guiar los proyectiles, el estratega superpone al territorio real una geografía imaginada, pero quizá más real en términos operativos; la geografía de las posiciones, que también influencia la nueva Mirando al bies la guerra civil española | 17


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manera de hacer la guerra desde el aire. Los lectores de Borges recordarán el famoso cuento del cartógrafo que hace un mapa escala 1:1, quizá debiéramos preguntarnos:¿hasta dónde encajan el territorio real y el creado por la “poética militar”; en el fondo, en cuál se vivia?, ¿O cuándo en uno y cuándo en el otro?. ¿Por qué esta insistencia en lo estratégico, cuando en el caso valenciano se cumple a la perfección el clásico aforismo de Sun Tzu: “La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la destrucción no se prolonga durante mucho tiempo y en cada caso, el enemigo es vencido por la utilización de la estrategia“?, cosa que, en el fondo, supone preguntarse cuál era la guerra que vivían los valencianos. En un segundo espacio se presentan los mecanismos que convergen en la fabricación de un soldado. A pesar de que esta no es una exposición con vocación polemológica, no es menos cierto, que este es un aspecto que no podemos dejar de lado. El general republicano Juan Perea Capulino escribe en sus

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memorias que la verdad en una guerra solamente se puede encontrar en las trincheras. Ahora bien, lo cierto es que en la guerra moderna todo es trinchera, por lo tanto mecanismos como la internalización de unas habilidades manuales e intelectuales al servicio del esfuerzo bélico, un auténtico ejercicio de biopolítica en el sentido foucoultiano, alcanzarán un horizonte nunca visto. El tercer espacio está dedicado a la presentación del impacto que la situación bélica tiene en los elementos de la vida cotidiana, entendida como las condiciones que permiten la reproducción del individuo concreto que, a su vez, permite la reproducción del sistema. Elementos como el miedo, la desconfianza, la aparición del imaginario de un enemigo interior aparecen junto al hambre o la distribución de bienes de primera necesidad. El cuarto espacio quiere reflexionar sobre el papel de la imagen en la creación de un imaginario político a través de una selección de figuras emblemáticas del conflicto civil: los mitos geográficos (en especial la contraposición Madrid/Valencia),

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los mitos históricos (la fabricación de una genealogía histórica justificativa presente en aquellos elementos aparentemente inofensivos que nutren aquello que Michael Billig ha llamado “nacionalismo banal”), los mitos humanos (el miliciano, la nueva/vieja imagen de la mujer, etc). La exposición se cierra con una reflexión sobre el papel que tienen los medios de comunicación en la narración de un conflicto civil, estableciendo continuidades entre el conflicto civil de 1936-39 y conflictos recientes como las guerras de Yugoslavia, reflejando cómo ha cambiado la forma de narrar la guerra, con lo que supone el paso del corresponsal tradicional a los canales de noticias 24 horas. No en vano, en una entrevista (El País 23-6-2007) el ya citado Marc Augé comenta que: La imagen puede ser el nuevo opio del pueblo. Vivimos en un mundo de reconocimiento, no de conocimiento. Se vive realmente a través de la pantalla. Por otra parte encontramos la publicación que acompaña la muestra. El presente catálogo se estructura en tres bloques; el primero, en el que se recogen tres artículos que tratan propiamente del último conflicto civil español, desde perspectivas no demasiado habituales, como son los textos de Manuel Delgado, antropólogo y profesor de la Universidad de Barcelona, alrededor de los conceptos “guerra civil”, “conflicto intestino” o “enemigo interior”. El de Nicolás Sánchez Durá, filósofo y profesor de la Universidad de Valencia, en el que el autor continúa su reflexión sobre el cambio de paradigma polemológico (la llegada del modelo ambiental por decirlo con Peter Sloterdijk) que supone la aparición de nuevas tecnologías de combate en los inicios del siglo XX, presentándonos las raíces europeas y coloniales del imaginario de la guerra moderna en España. Y, por último, el trabajo del historiador Romà Seguí donde, desde una esmerada contextualización del papel de la correspondencia en el esfuerzo militar republicano llega, empleando también materiales de la colección Monreal-Cabrelles, al estudio de relaciones epistolares concretas que, con nombres y apellidos, nos acercan a la vertiente más íntima y oculta de los protagonistas del hecho histórico. 20 | Robert Martínez Canet - Asunción García Zanón


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El segundo bloque que conforma el catálogo está formado por un breve pero contundente texto de Gervasio Sánchez, fotoperiodista sobradamente conocido, y habitual colaborador de los rotativos El Heraldo de Aragón y El País, que versa sobre la legitimidad de mostrar con imágenes el dolor que causa la guerra, que a todos nos traerá ecos de los trabajos de Susan Sontag. El catálogo concluye con un tercer bloque de contenido museográfico centrado en la propia colección Monreal-Cabrelles. Conformado por dos artículos, pretende mostrar al público las dificultades teóricas y prácticas que supone hacer una exposición basada en material documental, tema poco trabajado al que dedica un texto Santiago Grau Gadea, jefe de la Unidad de Difusión, Didáctica y Exposiciones del Museu Valencià d´Etnologia (Muvaet). Por concluir, last but not least presentamos una entrevista con el coleccionista Esteban Monreal, propietario de las cerca de tres mil piezas que forman un conjunto hasta ahora no muy conocido y que, depositado en el Museu Valencià d´Etnologia (Muvaet), esperamos y deseamos que, en el futuro inmediato, su consulta pase a ser habitual en el mundo de los estudiosos de la guerra civil española. En esta charla Esteban Monreal (Murcia, 1961) nos explica el origen de su colección y hace patente la singular y benéfica manía que supone el coleccionismo. En resumen, es esta una exposición de la guerra civil española y no tanto sobre la guerra civil española de 1936-39. Es una muestra que quiere reflexionar sobre un fenómeno universal como pocos: la guerra. Además, quiere hacerlo desde una mirada abierta y transversal, es por eso que este catálogo nos habla desde la antropología, la filosofía, la historia, el periodismo y la museología. Un fenómeno complejo, global y poliédrico requiere respuestas complejas, globales y poliédricas. En eso estamos.

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¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas MANUEL DELGADO

Universitat de Barcelona

LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA GUERRA CIVIL La guerra de España de 1936-1939 no fue bajo la dictadura del general Franco un tema cómodo. No es sólo que no resultara concebible poder exponer los argumentos del bando republicano, sino que ni siquiera se toleraba un punto de vista conciliador que procurara reflexionar sin pasión sobre los hechos. La única versión admitida en España hasta después de 1975 fue la de los vencedores. Sin duda por ello, una de las escasas incursiones que se atrevieron a ofrecer una visión no apologética del tema fue La caza, una película de Carlos Saura que, no en vano, no transcurre durante la guerra civil, sino un cuarto de siglo después de acabada y en uno de los grandes cotos de caza del conejo que, para perjuicio de los campesinos, todavía existen en el centro y sur peninsulares. Alguna alusión, como de pasada, señala aquellos parajes como escenario de terribles batallas durante la contienda, al tiempo que tres de sus cuatro protagonistas, un grupo de amigos —Luis, Paco, José y Enrique— que se reencuentran después de varios años sin verse, explicitan en cierto momento su condición de antiguos combatientes, aunque sin especificar

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en cuál de los dos ejércitos enfrentados. Eso, y el esqueleto de un soldado no identificado que descubren en una cueva, es todo lo que en el film hace referencia directa a la guerra del 36. La estratagema de usar una parábola para pensar y hacer pensar sobre la última guerra civil española en clave no oficial no consiguió burlar la censura franquista, que acabó forzando varias modificaciones en aspectos del guión en los que el régimen se daba por aludido. La historia que explica el film —ganador del Oso de Plata del Festival de Berlín de 1965— es simple. Los cazadores que participan en la partida aparentan mantener unas relaciones cordiales, pero el transcurso de los acontecimientos, en un clima asfixiante, acaba desatando una violencia contenida. Intereses económicos enfrentados, temperamentos personales opuestos, favores no devueltos, afrentas no satisfechas, hacen que a lo largo de la jornada, pensada inicialmente como marco de cohesión y de acuerdos entre los individuos, el ambiente vaya deteriorándose. Al final, los miembros del grupo recurren a la violencia y usan las armas de

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caza para fines ilegales, transgrediendo la autorización que han recibido en cuanto a su uso para matar a extraños -los conejos- y empleándolas para matarse entre sí. La conclusión a la que, en un momento dado, llegan los sujetos es que los agravios acumulados no puede conformarse ni con las reparaciones propias de la cortesía —“lo siento; estamos todos muy nerviosos”—, ni con la distracción del empleo deportivo de la violencia contra terceros, ni tampoco con una disolución pacífica de los pactos relacionales que hubiera dejado pendientes de restitución las ofensas recibidas. Se percibe, en cierto punto de la acción dramática, que la única solución posible de los conflictos es infringirle un perjuicio físico irreversible al rival en el seno de la asociación primaria que constituyen la partida de cazadores. Se transita así de formas verbales, simbólicas o desplazadas de violencia a otras que implican el daño físico contra los cuerpos de los contrarios, como única fórmula para restaurar una situación que se percibe como averiada. De lo que esta película nos advierte es de la posibilidad de tratar un tema importante, como pueda ser el enfrentamiento armado generalizado en el seno de una misma sociedad, a partir del modelo a escala que brinda un núcleo reducido de sujetos que se interrelacionan de manera conflictiva, hasta que las formulas de amortiguamiento de las fricciones que hacían viable un precario consenso se abandonan. Los dispositivos de inhibición que mantenían a raya los efectos disolventes, y a la vez reestructuradores, de la violencia física se demuestran insuficientes y quedan desbordados por la necesidad de un reajuste general de las correlaciones de fuerzas en el seno del microsistema. Se trata, en definitiva, del mismo tipo de tragedia social “de bolsillo” que escenifica William Golding en su famosa novela El señor de las moscas,1 que también funciona como una maqueta dramática en que en un grupo local y exento -los niños a los que un accidente aéreo abandona en una islase reproducen ciertos mecanismos desencadenadores de violencia intracomunitaria y los procesos de división o redefinición a ellos asociados. En ambos casos, tanto en la película de Saura como en el texto de Golding, el grupo humano complicado en la acción tiene como actividad principal la caza, recreativa en un caso, de supervivencia en el otro. En tanto que cazadores, se dedican a un mismo tipo de actividad ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 25

1. William Golding, El senyor de les mosques, Edicions 62, Barcelona, Barcelona, 1983 [1954]. El valor alegórico de la novela de Golding lo he tomado a partir de un artículo de Miguel Morey: “La metàfora de l’illa”, en Col·legi de Filosofia, Frontera i perill, Edicions 62, Barcelona, 1986, pp. 31-51. Inevitable aludir a ese desarrollo del argumento central de El señor de las moscas que es la popular serie televisiva Lost (Perdidos), que empezó a emitirse en la cadena norteamericana ABC en 2004.


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2. Carl Schmitt, El concepto de lo político, Alianza, Madrid, 1987 [1932], p. 62. Sobre Schmitt y su teoría de la guerra civil, véase Manuel Jiménez, “Libertad y guerra. Guerra marítima, guerra entre Estados, guerra civil y partisano en la obra de Carl Schmitt”, en Nicolás Sánchez Durá, La guerra, Pre-textos, València, 2006, pp. 77-116. 3. Es por ello que los límites que nos permiten compartimentar un espacio propio para las guerras civiles tiende a difuminarse, si es que no puede considerarse ya superado por la superación misma del concepto hasta ahora vigente de soberanía que le daba sentido. De hecho, es esa intuición la que ha permitido a algunos autores —Ernest Nolte, Dan Diner, Claudio Pavone...— presentar guerras formalmente interestatales como civiles, en la medida en que la internacionalización del concepto de justicia a nivel europeo y cada vez más a nivel planetario ha permitido conceptualizar en tanto que tales las dos guerras mundiales que conociera el siglo XX.

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basada en dar muerte a seres de una especie distinta a la suya, conejos, en el caso de los amigos que se reencuentran, cerdos salvajes, en el de los niños náufragos. Los cazadores —metáfora fácilmente reconocible del guerrero— acabarán cazándose entre sí, subrayándose de este modo la distinción radical entre una forma de violencia destructiva contra otros que refuerza los vínculos dentro del grupo, y otra forma de violencia que se ejerce contra los mismos, y que no suspende ni anula la cohesión, sino que más bien la intensifica hasta el delirio. Tanto La caza como El señor de las moscas narran una dinámica de creciente recurso a la fuerza física en el interior de auténticas sociedades primitivas, en el sentido durkheimniano del término, es decir en el de elementales. Por ello, la generalización de la violencia armada en esos marcos restringidos se constituye en una suerte de guerras civiles primarias, cuyo estudio permitiría inferir, simplificados, esquemas análogos a aquellos otros que generan y organizan las grandes guerras civiles que la historiografía o la politología han venido considerando como de su jurisdicción. Estas formas más simples de violencia intragrupal son las que convocarían lo que sobre ellas ha aportado tanto la antropología de sociedades exóticas como la sociología de la vida cotidiana en nuestra propia sociedad. Y ello sin alterar el valor de la definición clásica de Carl Schmitt: “Guerra es una lucha armada entre unidades políticas organizadas, y guerra civil es una lucha armada en el seno de una unidad organizada”.2 Ahora bien, cuando Schmitt habla de “unidad organizada” está pensado en instancias que comparten un mismo Estado o al menos una misma ordenación jurídica y eso es lo que le permite distinguir entre guerras internacionales y guerras civiles.3 Si la acepción que adoptáramos acerca de “lo político” no fuera esa, que lo asocia a la legalidad formal que estructura un territorio, sino aquella otra que lo identifica a la manera como cada sociedad administra la dimensión antagónica y las relaciones de hostilidad y de competencia por el poder, entonces nada nos impediría que las violencias a que se abandonan los protagonistas tanto de la película de Saura como de la obra de Golding estarían protagonizando verdaderas formas primitivas de guerra civil. 26 | Manuel Delgado


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El razonamiento que aquí se propone no pretende contestar la presunción teórica según la cual las guerras civiles, tal y como ahora se habla de ellas, consistirían en una generalización de la agresión armada que desborda la división weberiana entre violencia legal y violencia ilegal y que tiene como objeto la conquista de un control estatal sobre la agresión que ha quedado vacante. Es evidente que, al menos en sus fases iniciales, las guerras interiores en las sociedades estatalizadas implican que personas ordinarias empleen la violencia física en un marco en que la administración que de ella ejerce en monopolio el Estado es objeto de un amplio desacato. Esa desautorización generalizada de la prerrogativa sobre la fuerza implica, por descontado, un malogramiento de lo que desde Hobbes se viene entendiendo como la razón última del Estado, es decir precisamente el evitamiento de la guerra entre conciudadanos. La naturaleza de la guerra civil coincide así con la que Pierre Clastres, en su arqueología de la violencia, atribuía a la situación de guerra permanente como un instrumento mediante el que los pueblos amazónicos podían permanecer a salvo de la hegemonía del poder político coercitivo sobre la sociedad.4 Por lo demás, la guerra civil y el Estado, como prótesis política de la sociedad, comparten un mismo valor operativo: el de constituirse ambos en último recurso de que una comunidad se vale para unificar lo antagónico en su seno. La presencia de una de las dos instancias excluye, por tanto, la otra. Más allá de esa constatación, lo que tenemos es que las modificaciones de la realidad que el uso de la violencia lesiva en las guerras civiles contemporáneas aspira a provocar supera con mucho los límites estrictos de la competencia del poder político en materia de represión, puesto que interesa parcelas extrapolíticas de la organización social. El marco de estudio de las guerras civiles se desplaza entonces del Estado a la sociedad, en el sentido canónico que el término ha recibido en antropología social para referirse al conjunto de individuos o grupos que se relacionan entre sí a través de normas, reglas y patrones, es decir por medio de instituciones. Esa definición abarcaría desde el individuo psicofísico —también él compuesto por partes que deben ajustarse y ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 27

4. Pierre Clastres. “Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas”, en Investigaciones en antropología política, Barcelona, Gedisa, 1987, pp. 181-217. Véase, como complemento, el texto de Alfred Adler, “La guerre et l`état primitif”, en Miguel Abensour, ed., L´esprit des lois sauvages, París, Seuil, 1987, pp. 95-114.


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encontrar la forma de administrar sus conflictos internos— al conjunto de la humanidad en un contexto plenamente mundializado como el actual. Más en concreto, diríamos que el escenario en que se da una guerra civil es, tal como el propio término explicita, la sociedad civil, es decir ese conjunto agregado de instituciones autoorganizadas relativamente al margen del control directo de la administración estatal y que abarca, casi siempre interseccionándolas, instancias interdependientes como puedan ser el parentesco y la familia, las etnicidades, los ámbitos de la economía, la propiedad y el trabajo —y por tanto la división en clases sociales—, el aparato político y la religión, e incluso el propio individuo, que entre nosotros recibe la calidad de auténtica institución cultural. Todo ello junto a las respectivas ideologías y a los sentimientos identitarios que esos distintos niveles suscitan. Ese es el territorio en el que se produce el enfrentamiento civil, un enfrentamiento en el que se ha prescindido de la autoridad del Estado ante su incompetencia en mantener el mínimum arbitral entre fracciones sociales que, por parcial que fuera su actuación, podía justificar su existencia. El marco teórico base para abordar la cuestión de las guerras civiles desde tal presupuesto convoca el concurso de aquellas perspectivas que han resuelto el problema hobessiano de por qué los hombres no viven permanentemente en lucha unos contra otros en términos no de Estado, sino de coacción social. Eso tendría validez al margen de la complejidad de la sociedad considerada y de si las cadenas de interconexión entre sectores e individuos en ella enfrentados son —por plantearlo siguiendo la clásica tipología durkheimniana— de carácter orgánico, basado en una conciencia compartida, o mecánico, esto es consecuencia de compromisos funcionales. De hecho, las ficciones que tomábamos al principio como metáfora de guerra civil es que implicaban escenarios de solidaridad alternativos para una misma problemática estructural: si los amigos enemistados del film de Saura, están unidos por lazos profesionales y económicos más que afectivos, los cadetes de la novela de Golding constituyen un claro caso de asociación fundada en la homogeneidad de sus componentes. 28 | Manuel Delgado


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5. Antoine de Saint-Exupéry, Un sentit a la vida, La llar del Llibre, Barcelona, 1986, p. 76. De un artículo publicado originalmente en 1937 en relación justamente con la guerra civil española.

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SOCIEDADES EN GUERRA CONSIGO MISMAS Todo lo expuesto hasta aquí conduce a una primera conclusión: la posibilidad de una teoría general sobre las guerras civiles de nuestro tiempo pasa por no prescindir de dos grandes líneas teóricas clásicas en ciencias sociales que la historia política de las guerras civiles no ha convocado apenas, cuando su contribución debiera haber resultado estratégica: la emprendida por la escuela de l’Année Sociologique de la mano de Émile Durkheim y Marcel Mauss, y el enfoque conflictualista que inicia Georg Simmel. De Durkheim y Mauss parte una línea maestra que vertebra toda la antropología social europea, una disciplina que ha estudiado abundantes casos exóticos de conflictos armados en el seno de una misma sociedad. A Georg Simmel se le debe una sociología de las socialidades que inaugura el conocimiento de las expresiones minimales de vínculo social —la conversación, el lenguaje corporal, la comunicación no verbal, las puestas en escena de la cotidianeidad—, que pueden llegar a incorporar la agresión en sus concreciones. La premisa fundamental de ambas aportaciones es la de que la guerra interna es una más de las estrategias que emplea la cohesión social para vencer las tendencias centrípetas y disolventes que de continuo experimenta. Esta idea previa considera que las fracciones que someten a continua negociación los términos de su copresencia en el marco de una misma sociedad o, en el plano mínimo, los individuos que discuten un asunto en privado, están unidos por sus diferencias. Estas unidades constitutivas de lo social, con frecuencia hostiles e inasimilables entre sí no dejan en ningún momento de generar tensiones que podrían provocar la ruptura irreversible de sus lazos. El conflicto violento entre porciones del socius se produce precisamente para que tal eventualidad extrema no pueda darse. Una lectura ésta que coincidiría a su vez con la marxista, por lo que hace a la idea de guerra interior como vehículo de resolución de contradicciones en el seno de la sociedad, en este caso de superación definitiva de la lucha de clases. En sus reflexiones sobre la guerra civil española, contenidas en la colección de artículos Un sens à la vie, Saint-Exupéry escribía: “Una guerra civil no es una guerra, sino una enfermedad”.5 El novelista y aviador francés no erraba al establecer la 30 | Manuel Delgado


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concomitancia entre la patología que puede experimentar una sociedad pensada en los viejos términos organicistas y la violencia desatada en su seno. Se equivocaba, pero, a la hora de dilucidar la naturaleza de la relación: la guerra no sería un síntoma del mal, sino su tratamiento, a la manera como, por apuntarlo en las palabras de Simmel sobre la naturaleza fisiológica del combate, “las manifestaciones más enérgicas de la enfermedad representan con asiduidad los esfuerzos del organismo para liberarse de las perturbaciones y de estados perjudiciales.”6 Ese sentido terapéutico de la lucha de una fracción que se considera saludable del grupo contra lo que entiende como formas mórbidas y perjudiciales con las que coexiste y de las que aspira a desembarazarse, es el que, por ejemplo, cabe atribuirle a la afirmación que Marx hace en La guerra civil en Francia de que “la Comuna era la representación verdadera de todos los elementos sanos de la sociedad francesa.”7 En las sociedades modernas estatalmente integradas se entiende que una guerra civil es consecuencia de que alguno o varios de los segmentos sociales que conviven bajo una misma idea de justicia, llegan a la conclusión de que hay al menos uno de ellos que en forma alguna puede continuar perteneciendo a su misma unidad, al menos en las condiciones existentes. En efecto, como veíamos antes, es en el seno de una misma trama institucionalizada de relaciones individuales y colectivas donde se ha producido el enfrentamiento, al tiempo que son identidades o intereses dentro de un mismo conjunto social —en nuestras sociedades, la políticamente determinada— lo que ha encontrado en la agresión mutua generalizada que constituyen en su expresión extrema las guerras civiles el único modo de dirimir sus contenciosos. En ese sentido, las beligerancias armadas entre sectores ideológicos, religiosos, etnolinguïsticos o de clase en el seno de las sociedades complejas actuales, por mucho que sean lazos funcionales y no orgánicos lo que los mantengan dependientes unos de otros, se corresponden bastante con aquellas que, bajo el capítulo de guerras segmentarias, los etnólogos llevan tiempo estudiando en las sociedades que la antropología política denomina tribales. Se trata de los conflictos armados que Jean Bazin y Enmanuel Terray designaban como stasis o internos, en los que se enfrentan distintas solidaridades —linajes, asociaciones voluntarias, ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 31

6. Georg Simmel, “La lluita”, en Sociologia I, Edicions 62,/La Caixa, Barcelona, 1988 [1908], p. 41. 7. Karl Marx, La guerra civil a França al 1871, Edicions 62, Barcelona, 1970 [1871], p. 87.


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8. Jean Bazin y Emmanuel Terray, «Avant-propos», en J. Bazin y E. Terray, eds., Guerres de linages et guerres de linages et guerres d´états en Afrique, París, Éditions des Archives Contemporaines, 1982, pp. 9-32. 9. E.E. Evans-Pritchard, Los nuer, Anagrama, Barcelona, 1992 [1940], pp. 157-211.

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grupos de edad— dotadas de una organización política común, en este caso la tribu, conflictos que se distinguirían de los polemos, o guerras contra otros.8 Esa división está inspirada en la manera como Evans-Pritchard anotaba las instituciones de resolución de conflictos en una sociedad típicamente segmentaria en el capítulo IV de Los nuer,9 uno de los libros más influyentes en el desarrollo de las teorías antropológicas. Los nuer, pueblo pastor del actual Sudán, estaban políticamente organizados en tribus divididas en segmentos, cada uno de éstos en secciones primarias, luego nuevamente segmentadas en otras secciones secundarias y, por fin, entre segmentos en las sociedades tribales serían equivalentes a otra vez segmentadas en nuevas secciones terciarias. Las guerras interiores —equivalentes a nuestras guerras civiles— serían guerras entres sectores socialmente integrados y unificados bajo unas mismas mismas instituciones políticas, mientras que las incursiones armadas contra otros pueblos —en el caso de los nuer, contra los dinka— serían comparables con nuestras guerras entre Estados. En principio, los

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conflictos internos prevén el uso controlado de la violencia en su resolución. Se trata de lo que Evans-Pritchard llama feud —en el sentido de vendetta— en los que no se produce muerte física de nadie, puesto que en su ejecución sólo se usan porras. Sirve para que la tendencia que las comunidades-segmento experimentan a la vez hacia la fisión y hacia la fusión se mantenga en el nivel de equilibrio complementario que hace posible la unidad, al mantener separadas y relativamente enfrentadas a las secciones, sin que ello llegue a implicar en ningún caso la escisión. Obtiene ademas que los constantes agravios y ofensas encuentren fórmulas de arbitraje que no defrauden la tendencia de los segmentos a combinarse con otros segmentos. Una versión en clave exótica, como se ve, de ese principio que la teoría simmeliana sobre el combate establecía acerca del equilibrio entre las fuerzas sintéticas y antitéticas, convergentes y divergentes, que emiten las constantes tensiones de acomodamiento que conoce toda sociedad. En el caso nuer, en el supuesto de que hubiera algún homicidio, ese movimiento de contracción y expansión se interrumpía al desencadenarse entonces lo que Evans-Pritchard llama flood feud o venganza de sangre, es decir un enfrentamiento mortal —con lanzas— entre comunidades segmentadas, conflicto que en el momento mismo de estallar cancelaba la naturaleza políticamente unificada de los segmentos en lucha, puesto que, para los nuer, la guerra sólo puede llevarse a cabo entre tribus diferenciadas. En esa senda abierta por Evans-Pritchard la antropología africanista irá ofreciendo nuevos testimonios de esa misma lógica. Además de los casos reunidos por Bazin y Terray en su compilación —akan, shongay, segu, lobi...—, véase, por ejemplo —y por mencionar un texto accesible en lengua española— el clásico de John Middleton sobre los lugbara de Uganda,10 donde se constatan mecanismos de administración ritual de la hostilidad parecidos. Y lo mismo valdría para otros casos estudiados en los que reconocer esa misma lógica de la revancha en Europa, como el que encontraríamos en el Mani, en la Laconia griega, bajo la forma de la ekdhikissi, forma local de venganza de sangre que durante décadas opuso —y mantuvo por tanto unidos— a diferentes patrilinajes dotados de una fuerte cohesión interna, lo que ha conllevado que los maniotas en general merezcan una reputación que ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 33

10. John Middelton. Los Lugbara de Uganda, Barcelona, Publicacions de la Universitat Autònoma, 1984 [1964].


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11. Cf. Margarita Xanthakou, “Violence en trois temps: vendetta, guerre civile et désordre nouveau dans une région grecque», en Françoise Héritier, ed., De la violence II, Odile Jacob, París, 1999, pp. 171-189. 12. Janine Chanteur, De la guerra à la paix, PUF, París, 1989, p. 16. 13. Joseba Zulaika, Violencia vasca. Metáfora y sacramento, Nerea, Madrid, 1990, p. 59.

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en Grecia los equipara a corsos o sicilianos. En este caso, la extrema hostilidad que mantienen entre sí grupos copresentes en un mismo territorio se plantea como la cara oscura, por así decirlo, de una no menos intensa solidaridad interna. Y he ahí una factor —el del contencioso que crónicamente contribuye a la cohesión de los segmentos encarados con ellos mismos y con sus propios enemigos— lo que explicaría en buena medida la atrocidad con que se desarrolló la guerra civil griega de 1946-1949 en esa región del Peloponeso, en tanto permitió que los diversos linajes aprovecharan la violencia presuntamente política como un instrumento con el que ajustar viejas cuentas pendientes de índole privada.11 La noción de guerra segmentaria, aunque relativa a contextos de sociedades sin Estado africanas nos advierte de que lo que en definitiva tiene en común todo conflicto civil es la puesta en marcha de un resorte que hace que quienes en apariencia eran “de los nuestros” pasen a convertirse en extraños absolutos a los que es legítimo, necesario y apremiante dañar, acaso hasta la aniquilación. La fórmula adecuada podría ser la que nos brindaba Janine Chanteur, al referirse a la figura del enemigo en las guerras civiles: “La alteridad, en el corazón de lo mismo que es el cuerpo social.”12 Joseba Zulaika ha descrito muy bien cómo se produjo en un contexto local —el pueblo de Itziar, en el País Vasco— el enfrentamiento civil de 1936-1939. Uno de sus informantes le decía: “Franco no ha sido mi enemigo. Todos mis enemigos han sido de aquí, del pueblo.”13 Es esa estructura polarizada lo que caracteriza la guerra civil, esa escisión taxativa de la experiencia cotidiana —la familia, la escalera de vecinos, la fábrica, el barrio, la aldea, el pueblo, el grupo de edad, la peña festiva, el club deportivo, la tertulia de café— en dos, sin que se puedan concebir posturas intermedias y sin que sea posible escapar —se sea o no combatiente— de tal taxonomía dual. No hay disyuntiva posible: o se está de “nuestra parte” o “de la suya”, y el tránsito de un lado a otro sólo es posible desde la deserción o la traición. La guerra civil sería entonces la proyección a su máxima escala de cualquier eventualidad de violencia física que enfrente de manera local a parientes, amigos, vecinos, conciudadanos o compatriotas que se consideraron tales, e implica una 34 | Manuel Delgado


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interrupción del consenso social y el fracaso de los instrumentos culturales institucionalizados —incluyendo el propio aparato estatal— que inhiben el recurso a la violencia lesiva. Una microfísica de este tipo de episodios debería incluir hasta sus mínimas expresiones, aquellas en las que su condición de contingentes no las hace merecer el calificativo de acontecimiento sino el de anécdota o el de incidente. Ese sería el “grado cero” de conflicto violento interior a un grupo y podría ser tipificado como una modalidad dañina de interacción social via-à-vis, entendiendo por ésta, según Goffman, “aquella que se da exclusivamente en situaciones sociales..., en las que dos individuos se hallan en presencia de sus respuestas físicas respectivas.”14 Se trata entonces de la riña doméstica, la bronca tabernaria o la pelea de tráfico, en la que quienes se manifiestan en desacuerdo —y sin que importe en realidad “quien empezó primero”— optan por considerar insuficientes las modalidades no lesivas de violencia —verbales o gestuales— y deciden, como suele decirse, “pasar a las manos”, atacarse uno a otro infringiendo heridas personales o daño a sus posesiones, es decir ejerciendo la violencia contra los cuerpos y las cosas, por mucho que sean poco habituales los resultados irreversibles en esas microcontiendas consuetudinarias. Los actores, que han percibido una cierta relación como asimétrica y creen que es posible repararla, podrían haber optado por la indiferencia, pero han preferido practicar una modalidad de sociabilidad consistente en la máxima expresión del cuerpo a cuerpo interactivo, aquella en la que se renuncia a mantener las apariencias y se prescinde de esos parachoques que son las reglas de cortesía para las tensiones derivadas de toda relación cara a cara. Conviene hacer notar aquí que esa puesta en relación entre las rupturas violentas del consenso a nivel microsocial -de las que los casos extremos acaban siendo recogidos en las páginas de sucesos de la prensa- y de esos conflictos a la máxima escala que llamamos guerras civiles es de equivalencia a escala, pero también pueden ser de contigüidad. De hecho, la historia de los acontecimientos registra abundantes confirmaciones de lo que los actuales teóricos del caos designan como “efecto mariposa”, en las que un incidente concreto, a pequeño nivel, desencadena una dinámica en cadena que puede desembocar en grandes cataclismos en la ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 35

14. Erving Goffman, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Amorrortu, Buenos Aires, 1991, p. 173.


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15. Gaston Bouthoul, Traité de polémologie, París, Payot, 1970 [1951], p. 29. 16. Véase, por ejemplo, Gabriele Ranzato, ed., Guerre fratricide. Le guerre civili in età contemporanea, Bollati Boringhieri, Turín, 1994. Una excelente compilación en que se recogen diversos casos contemporáneos de guerra civil y que recoge el encuentro entre historiadores contemporaneistas y antropólogos que tuvo lugar en Barcelona en octubre de 1992 Les guerres civils a l’època contemporània, organizado por el Departament de Presidència de la Generalitat de Catalunya.

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convivencia social. Por otro lado, no deja de haber analistas que consideran que las grandes explosiones de violencia urbana que sacuden periódicamente las ciudades occidentales, y que son manifestaciones mayores de una violencia cotidiana cronificada, constituyen ya formas embrionarias de guerra civil. Los sucesos de Bristol, Manchester o Birminghan en el verano de 1992, los disturbios que conoció Los Angeles en la primavera de aquel año o la sucesión casi regular de revueltas en las periferias urbanas francesas en los últimos veinte años, con la gran explosión generalizada en el otoño de 2005, suelen ser citadas como ejemplo de ello, aunque por supuesto que sería fácil encontrar una infinidad de casos comparables. La reflexión del libro de Hans Magnus Enzensberger, Perspectivas de guerra civil, se sitúan en esa dirección, sugiriendo que nos encontraríamos en el momento actual ante una forma no tradicional de guerra civil, que él llama “molecular”, y que se traduce en el apunte “todo vagón de metro es ya una Bosnia en miniatura” (en El País, 28 de noviembre de 1993). Apreciación, por cierto, nada nueva. En su intento por construir una polemología o sociología de los acontecimientos bélicos, Gaston Bouthoul ya incorporaba a la violencia delictiva como una de las figuras posibles del conflicto interno al grupo social, en tanto que variante exasperada de antagonismos personales.15 En ese mismo ámbito de señalamiento de la labilidad de confines entre formas básicas y complejas, locales o generales, de conflictividad violenta interna, si la noción de “guerra fratricida” sirve para explicitar la conciencia que se tiene de que una guerra civil equivale a un estallido de violencia entre hermanos o personas de una misma familia,16 el concepto de “guerra intestina” remite a que es un mismo órgano vivo el que alberga la lucha. De hecho, lo que aquí se produce es una apropiación metafórica en dos direcciones. El cuerpo físico le presta sus órganos internos a la guerra intrasocial para que ésta halle un modelo pensable en que posarse alegóricamente, a la vez que el propio individuo ve en la guerra civil un equivalente hiperamplificado de su propia conflictividad personal, de los padecimientos psicológicos e incluso de las autoagresiones psicosomáticas que son consecuencia de las contradicciones que cada cual alberga. El poeta Antonio Machado, tantas veces citado como una de las víctimas ilustres de la guerra civil en España, empleaba el símil bélico para 36 | Manuel Delgado


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referirse a esa sensación, cuando en uno de sus “Cantares” escribía: “Yo vivo en paz con los hombres / y en guerra con mis entrañas”. El propio Simmel percibía las posibilidades analógicas del autoodio que puede experimentar el alma individual para dar cuenta “de toda disensión en el interior de una fracción política, de un sindicato o de una familia.”17 Saint-Exupéry había aplicado espontáneamente tal símil en su experiencia española de 1937: “En una guerra civil, el enemigo es interior, cada cual se bate casi contra uno mismo.”18 A igual título, toda paz civil es una de las formas que puede adoptar la paz interior. También en el individuo, la voluntad de luchar contra la fragmentación, la necesidad de recuperar una unidad que se siente enajenada por las propias contradicciones personales, se erige en el más microscópico de los modelos de guerra civil de que disponemos.

17. Simmel, op. cit., p. 267. 18. Saint-Exupéry, op. cit. p. 76. En la misma línea, el famoso aserto de uno de los personajes de ¿Por quién doblan las campanas?, como se sabe la novela de Ernest Hemingway sobre la guerra civil española: “Las campanas doblan por ti”. 19. Norbert Elias y Emil Dunning. Deporte y ocio en el proceso de civilización, México, FCE, 1996.

GUERRA CIVIL Y VIOLENCIA RITUAL Lo que hoy entendemos por guerra civil implica, entre otras cosas, una reconducción de ese proceso de conciliación entre identidades, intereses y concepciones del mundo en que se basa lo que, siguiendo a Norbert Elias, llamamos convivencia civil o civilizada, esto es la capacidad que los individuos tienen de autodisciplinarse y los grupos socialmente integrados pero contradictorios de aceptar el arbitraje del Estado en la resolución de sus conflictos. Un sistema social que establece su principio de compatibilización de valores discrepantes y metas diversificadas en la civilidad, siempre pone a disposición de sus componentes individuales y colectivos zonas tempo-espaciales en las que escenificar sus diferencias y donde aliviar la crispación crónica derivada de esta conflagración larvada en que consiste una cohabitación social basada en la competencia. No se olvide que precisamente esa era la premisa sobre la que Norbert Elias y Eric Dunning edificaban su genealogía de los deportes modernos basados en el enfrentamiento entre clubes,19 consecuencia que habrían sido de la voluntad de la sociedad inglesa del siglo XVIII de buscar ámbitos de escenificación y resolución pacífica de los conflictos que permitieran superar lo que había sido un dilatado periodo anterior marcado por desoladoras y continuadas guerras civiles, al tiempo que una de las autodisciplinas 38 | Manuel Delgado


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con que, en el plano personal, proceder a esa pacificación de los cuerpos que tanta importancia iba a revestir en el proceso racionalizador o de modernización. Esta consensuación de las divergencias que exige la paz civil puede quedar interrumpida por la irrupción de la violencia lesiva como mecanismo con que solucionar contenciosos entre individuos o colectivos enfrentados en el seno de una sociedad, casi siempre como resultado del fracaso de este servomecanismo de retroalimentación negativa que, basado en la violencia alegórica y no lesiva, permitía ir drenando las tensiones y mantener estable el precario concierto societario. El uso de este recurso cultural que es la violencia dañosa, vivido por los actores en tanto que inevitable, lleva la interrelación social a un nivel de paroxismo insuperable, en el que los términos del pacto civilizatorio son cancelados y el control central del Estado desobedecido, y ello hasta que ciertos desacuerdos graves queden solventados por la victoria -eliminación, expulsión o sumisión de alguno de los bandos en conflicto-, la renegociación o la reconciliación. Sin duda, Elias y Dunning tenían razón al establecer el deporte de competición entre equipos como un medio para evitar la guerra civil, a base de espectacularizar la existencia de los contenciosos entre sectores de la sociedad y su resolución pseudoviolenta, y colaborando así con la tarea estatal de administrar el desquite y del parlamentarismo de constituirse, por emplear palabras de Elias Canetti, en una forma de “guerra sin muertos”. Pero la fórmula que Inglaterra encontró el siglo XVIII en la formación de clubes y en el disciplinamiento controlado de las desavenencias no constituiría en realidad sino una variante más de ese tipo de dispositivos con que todas las sociedades afrontan los conflictos entre las fracciones que la habitan, su equilibrio inestable y lo hace evitando la conflagración al tiempo que la institucionaliza. La antropología no ha hecho sino aportar prueba tras prueba de que, como señalaba Mary Douglas, “acaso todos los sistemas sociales se fundan en la contradicción y, en cierto sentido, se encuentran en estado de guerra consigo mismos.”20 En efecto, toda sociedad está configurada por sectores que nunca están del todo ajustados, que se mantienen en tensión unos frente a otros y que conviven con la permanente amenaza de una disolución de su más o menos sólidos lazos que, en ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 39

20. Mary Douglas, Pureza y peligro, Siglo XXI, Madrid, 1992, p. 164.


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21. Uno de los últimos ensayos del antropólogo indio Arjun Appadurari se centra en la revitalización de ese mecanismo que, basado en la violencia ejercida contra minorías de los Estados-nación, asegura el mantenimiento de la congruencia interior, en tanto se aplica destructivamente contra todo aquello que amenace su supuesta integridad. Y ello, paradójicamente si se quiere, como consecuencia de las mismas dinámicas de globalización que colocan en situación de crisis permanente toda certeza identitaria.(cf. El rechazo de las minorias. Ensayo de una geografía de la furia, Tusquets, Madrid, 2007). 22. Clifford Geertz, “Juego profundo: Notas sobre la pelea de gallos en Bali”, en La interpretación de las culturas, Gedisa, Barcelona, 1987, p. 340. 23. A hacer notar la presencia de ese tipo de percepciones —tomadas o no de la obra de Zulaika— en una película que las ilustra inmejorablemente: “La pelota vasca”, de Julio Medem (2003). En ella vemos repetirse los montajes en que las reflexiones sobre el conflicto en Euzkadi aparecen acompañadas de imágenes de fiestas populares basadas en el enfrentamiento y la exhibición de fuerza y valor.

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último extremo, sólo lograría ser evitada por el recurso a la violencia física. Esa constante tarea de ensamblaje de lo heterogéneo y opuesto en que consiste cualquier dinámica societaria se puede llevar a cabo porque tal antagonismo nunca queda sorteado del todo, porque recibe la oportunidad de existir de veras en algún sitio, sin que ello afecte a los mínimos de estabilidad en el sistema. El cúmulo de rencores que no puede dejar de exudar el funcionamiento de la máquina de convivir tiene a su disposición escenarios en que explicitarse, haciéndolo además de la única forma que acepta: mediante la violencia, acaso el recurso más eficaz en orden a garantizar la cohesión de un grupo social, cuanto menos en última instancia.21 Se trata, pero, de una violencia virtual, exhibida en batallas rituales en que los sectores enfrentados se conforman con metáforas de victoria de unos sobre otros y cuyas expresiones mínimas serían las relaciones burlescas o las competiciones de canciones o poemas que encontramos en numerosas culturas muy distantes entre sí. Debe añadirse que tales ámbitos de violencia controlada no son sólo reservorios de agresividad en estado bruto, sino que instruyen a los elementos sociales una auténtica pedagogía de los estilos de violencia culturalmente disponibles. Lo que se escenifica en los ritos en que se daña simbólicamente no son catarsis de desinhibición psicológica de tensiones, sino auténticos modelos de y para la violencia, tal y como Clifford Geertz certificaba en “Deep Play”, su conocido artículo sobre las peleas de gallos en Bali —“cada pueblo ama su propia forma de violencia”—,22 o como luego Joseba Zulaika, en su ya mencionado Violencia vasca, aplicó al caso de los paradigmas culturales rito-festivos que, según sostenía, inspiran la acción armada de ETA, en el País Vasco de ahora mismo.23 Así pues, todas las sociedades tienen a su disposición tecnologías ordinarias de regulación de desavenencias, mediante las que los vínculos societarios pacíficos se imponen a la lógica del enfrentamiento traumático, aunque sin perderla nunca del todo de vista. Su misión es de la misma naturaleza que la que la mediación del Estado o la guerra civil se encargaban de garantizar: el soldamiento de antagonismos sociales. En nuestro mundo esos resortes están en primera instancia organizados alrededor de los aparatos judiciales, mientras que en las sociedades 40 | Manuel Delgado


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políticamente poco o nada centralizadas se confía el arbitraje a personalidades rituales. Pero, por encima o al margen de tales mecanismos de regulación, las sociedades se dotan de ámbitos en los que la violencia está permitida y puede ejercerse de forma planificada. Los ritos festivos —de los que el espectáculo deportivo no deja de ser una versión moderna— suponen esa misma democratización o trivialización inofensiva del derecho a la agresión, cuya dimensión instrumental el poder político se arroga en monopolio. A su vez, la guerra implica que cosas que de modo alguno serían aceptables en condiciones de normalidad —el homicidio, la violación, el saqueo— resulten no sólo permitidas sino hasta obligatorias, lo que reproduce esa misma inversión generalizada de los valores de la vida cotidiana que constituye la fiesta, con una diferencia que también aquí es de grado. Pero, lo más importante es que la fiesta, como la guerra, permite que el recurso a la violencia esté de algún modo presente en la comunicación entre grupos sociales e individuos contrapuestos que conviven bajo un mismo techo social. En ese sentido, la fiesta encontraría su paralelo en el papel que en la interacción cara a cara desempeñan el humor, las bromas o determinados juegos basados en el enfrentamiento paródico, fórmulas de pseudoagresión institucionalmente previstas en las que se tolera la exposición pública de ciertas hostilidades persona-persona más o menos veladas. Recuérdese que Bataille ya notaba cómo la violencia ritual merecía figurar en el compartimento de las violencias intrasociales: “Precisamente la violencia exterior se opone en principio al sacrificio o a la fiesta cuya violencia ejerce en el interior sus estragos”.24 Existe otra consideración importante a hacer en esa misma dirección. No debería considerarse casual que fuera Marcel Mauss, sobrino y discípulo aventajado de Durkheim, el primero en llamar la atención sobre lo fácil que era pasar de la fiesta a la guerra, ni que tal apreciación se situara justo en la conclusión de una de sus obras maestras, el “Ensayo sobre el don”. En las últimas líneas de su obra, Mauss evoca el caso de los dos jefes melanesios, Bobal y Buleau —“más bien amigos y sólo un poco rivales”—, cuyas huestes pasaron juntas “toda una noche de vela, de danza y de canto.”25 A la mañana siguiente se entregaron a la masacre de unos contra otros. Como escribía Claude Lefort: “La comunión ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 41

24. Georges Bataille, Teoría de la religión, Taurus, Madrid, 1975, p. 61. 25. Marcel Mauss, “Ensayo sobre los dones”, en Sociología y antropología, Madrid, Tecnos, 1990 [1923], pp. 153-263.


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26. Claude Lefort, “El intercambio y la lucha de los hombres”, en Las formas de la historia, FCE, México, DF., 1988 [1951], pp. 15-26. 27. Schmitt, op. cit., p. 65.

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humana presentida es proclamada con frenesí; por poco que una amenaza aparezca, sólo la matanza puede evitar el fracaso”.26 Esa es en cierto modo la conclusión a la que cabe llegar. La violencia interior a una sociedad se desvela de este modo como un mecanismo que, en última instancia, garantiza que la cohesión y la congruencia de una unidad social dada y lo hace, ciertamente, al precio que sea. Es decir, el odio vuelve a actuar como forma radical de adhesión entre los miembros de un bando y entre éstos y los del bando contrario, al tiempo que el daño funciona como valor de intercambio o moneda cuya tarea es circular y mantener vinculados a aquellos que se los infringen, a la manera de una cuenta de agravios y contraagravios que da la impresión que nunca acaba de quedar saldada del todo. La violencia bélica es, en este caso, la modalidad más extrema de eso que Schmitt definía como momento decisivo, “momento de las veras”,27 ese instante decisivo de gran significación en que “aparece el núcleo de las cosas”. Es entonces cuando los asociados o uno de ellos —sea cual sea la naturaleza del nexo— descubren que la única manera de permanecer unidos es infrigiéndole al otro un mal al que sólo pueda ofrecer como contrapartida la sumisión —absoluta en el caso de muerte— o un mal todavía mayor, puesto que la afrenta sólo se puede pagar o cobrar con usura, es decir con creces. Esa es la terrible eficacia de la violencia armada: su virtud para mantener juntos a enemigos que en el fondo se necesitan unos a otros para existir, puesto que sólo existen como la consecuencia de ese enfrentamiento que les une. Y es que cualquier agrupación social reducible a la unidad —del tipo que sea; sin que importe cuál es la matriz de su singularidad— sólo puede definirse no por, sino como la consecuencia del contraste antagónico con algún enemigo al que someter, del que mantenerse alejado o del que protegerse, enemigo que puede ser visible o invisible, real o fantástico. Ese es el principio que alimenta la lógica del nosotros-ellos del que depende cualquier conglomerado humano que proclame una identidad propia y establezca no importa qué tipo de fronteras o límites que lo segregue de los demás, aunque sea en un plano meramente imaginario. En el caso de las guerras civiles, la violencia mortal no se dirige nunca contra los 42 | Manuel Delgado


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propios, sino siempre contra extraños que un día pasaron engañosamente como de los nuestros y que ahora, desenmascarados, muestran su naturaleza bestial o diabólica y su condición de peligro para todos y para todo. Porque el enemigo es siempre aquel que encarna lo otro, o, mejor dicho, lo esencialmente otro o lo otro esencial, encarnado en el ajeno absoluto e intensivo de pronto descubierto a nuestro lado y de cuya neutralización —por la via del subyugamiento, la expulsión o la eliminación— depende la supervivencia del nosotros. Ese nosotros del que el otro a vencer es al mismo tiempo la negación y el requisito. La guerra civil se desencadena en el momento en que las partes acopladas en un todo social intuyen el peligro grave e inminente de ver rotas sus costuras. En ese caso, los segmentos que se detestan reciben con toda la lucidez hasta qué punto se necesitan para existir y deciden llevar tal evidencia hasta su extremo más radical, aquél en el que, lejos de distanciarse, los socios se enzarzan en un esfuerzo mutuo por destruirse, un afán de crueldad y castigo recíprocos que los vincula más irrevocablemente si cabe que antes. El enfrentamiento armado generalizado sirve entonces para acelerar al máximo los mecanismos de integración, aunque sea a costa de renunciar moral o físicamente a una parte de la totalidad social, para con ello reforzar la organización resultante. Eso es válido hoy para un sistema de mundo en el que la guerra pone de manifiesto su capacidad para vertebrar la sociedad globalizada, una sociedad que ya es la misma para todos y que da pie a que se pueda hablar hoy de “guerra civil imperial”.28 Pero, antes de que ese dispositivo de violencia intrasocial llegara a demostrar sus “virtudes” estructuradoras a nivel planetario, éstas ya habían quedado patentes a una escala mucho más modesta, pero no por ello —o, mejor, justamente por ello— menos clarificadora. La guerra civil estaba ahí, en las sociedades en apariencia más simples que conformaban los segmentos y linajes de pueblos exóticos o en pequeñas células sociales, como la de quienes, abocados a compartir un mismo tiempo y espacio —los “viejos amigos” de La caza o los niños perdidos de El señor de las moscas—, arrastraban su convivencia obsesiva hasta las últimas consecuencias y preferían matarse antes de vivir separados. ¿Qué es una guerra civil? Lógica y génesis de las luchas fratricidas | 43

28. Michael Hardt y Antonio Negri, “Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio”, Debate, Madrid, 2004, p. 62.


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Todos muertos. La guerra total imaginada NICOLÁS SÁNCHEZ DURÁ

Universitat de València

AHOGARSE EN SECO ¿Cómo imaginaban las gentes de Europa la guerra del futuro tras el final de la Gran Guerra? Aunque tal asunto revistiera un carácter diferente según los países hubieran participado en las alianzas combatientes o permanecido neutrales, hubieran sufrido la destrucción y el fragor del frente en su suelo o sido mera retaguardia, es notable el hecho, relativamente nuevo, de ese común y masivo imaginar cómo sería la guerra del porvenir que, pensaban, acabaría produciéndose inevitablemente. El motivo de tal obsesión puede verse a contraluz en la proliferación de publicaciones pacifistas, la mayoría ilustradas con fotografías de la Primera Guerra Mundial, que predicaron la paz precisamente insistiendo sobre las características de aquélla. Una guerra tecnificada cuyo poder de destrucción había sido tan vasto que, se intuía, la siguiente no podría concluir sino en un apocalipsis. Quizá una sola imagen (fig. 1) pueda dar cuenta del tránsito de las guerras de gabinete a lo que se llamaría, a partir de entonces, la guerra total. Pues el soldado que en ella aparece —la foto es del frente del este— reúne elementos de dos

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maneras, de dos épocas, una de las cuales la guerra barrería para siempre: el concepto caballeresco de combate entre guerreros convertido para siempre en una matanza entre soldados. Las armas automáticas, las ametralladoras y su velocidad de disparo acabarían con el caballo como animal de combate (salvo para el trasporte y la intendencia). Pero más sintomática aún es la combinación de armas y protección que el soldado exhibe, la lanza o pica y la mascara antigas. La lanza pertenece a una forma de combate donde el combatiente, que todavía es un guerrero, lancea a otro guerrero al alcance de su vista. Un arma donde media la escasa distancia física propia de una lucha en la que un cuerpo, y su apéndice armado, colisiona con otro cuerpo. Pero la máscara anti-gas refiere a un arma abstracta, no destinada a hendir éste o aquél, sino a crear una atmósfera donde perezca todo lo viviente envuelto por ello. Desde que los alemanes utilizaran el 22 de abril de 1915 en el frente de Steenstrat, en Langemark, cerca de Yprés, Bélgica, lo que los franceses llamaron yperita, los ingleses gas mostaza y los alemanes Gelbkreuzkampfstoff (material de combate con cruz amarilla; es decir, gas clórico), el gas pasó a ser algo así como la cifra de la guerra moderna. Lo que vieron los soldados franceses aquel día —dos días después el mismo tipo de ataque se repitió contra las tropas canadienses al este de Ypres— fue una nube de color amarillo verdoso que confundieron con una cortina de humo. En poco tiempo se produjo la desbandada. Los soldados tiraban las armas, corrían cegados entre vómitos de sangre, desgarraban sus camisas e intentaban inhalar un aire que no llegaba a sus pulmones mientras padecían violentos ataques de sed. Aquella batalla tuvo una repercusión enorme; la prensa en París y de Londres ayudaron a extender el pánico. Pronto el gas asfixiante se convirtió en un arma empleada por ambos bandos y los ingleses utilizaron masivamente las bombas de gas propulsadas por el tubo Livens en la batalla del Somme. En junio de 1918 los franceses, valgan estos dos ejemplos, bombardearon a los alemanes en retirada causando miles de muertes a unas tropas que, al no esperar tal tipo de ataque, no estaban provistas de máscaras. El primer ataque de Ypres contra la infantería francesa causó 5000 muertos y 46 | Nicolás Sánchez Durá


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10.000 heridos que sobrevivieron para siempre con las secuelas. Los canadienses, en aquel primerizo segundo ataque, sufrieron 5000 muertos más. El caso es que la progresiva mejora de las máscaras anti-gas —primero, rudimentarias capuchas de fieltro con orificios oculares cubiertos con mica; después, de caucho con filtros de carbonato de sodio y carbonato de potasio— no pudo inhibir por completo el efecto de los gases. Los cegados por el gas andaban por doquier en la retaguardia y quizá una de las fotografías más difundidas de aquella guerra sea la fila de soldados ciegos, los ojos vendados, la mano sobre el hombro del compañero que le precede, avanzando renqueante a través de un paisaje desolado. En el periodo de entreguerras hubo una verdadera obsesión por el gas como arma de combate del futuro. Una obsesión, quizá hoy olvidada, pero entonces omnipresente: los soldados enmascarados, los inválidos invidentes con sus gafas oscuras, campan por los cuadros y grabados de Otto Dix, los fotomontajes de Heartfield para las portadas de la revista AIZ, los foto-libros pacifistas como el famoso de Ernst Friedrich, Krieg dem Kriege! (¡Guerra a la Guerra!) de 1924 (del que se llegaron a publicar once millones de ejemplares en más de cuarenta idiomas, entre ellos el español),1 o los libros que se escribieron y publicaron, algunos profusamente ilustrados, para elaborar la memoria de un conflicto tan traumático. Por otra parte, no hay memorial de guerra o cenotafio, los cuales se extendieron por todos los rincones de las naciones combatientes especialmente en el oeste, que no incluyeran la representación monumental del ataque de gases o de soldados provistos de máscaras. Prueba de esa obsesión, en España, es la cantidad de publicaciones al respecto que en esta exposición se muestran, algunas de título tan significativo como La Química contra la humanidad, del Dr. Diego Ruiz, cuyo subtítulo reza “La verdad a mi pueblo sobre la falacia de la defensa de los gases”.2 Pero más que las que se publicaron en plena contienda civil, son ilustrativas de lo que nos ocupa las publicadas antes de que llegara la guerra presentida y desmintiera la relevancia que se pensó tendrían los gases. Y así el Dr. Lustig, cuyo libro Efectos De La Guerra de los Gases fue traducido y publicado por Espasa-Calpe el año 1935, concluye su Todos muertos. La guerra total imaginada | 47

1. En relación al libro de Friedrich, de una resonancia en la época que no puede dejar de subrayarse, véase mi “Guerra, técnica, fotografía y humanidad”, en Sánchez Durá, N. (edit.) Ernst Jünger: Guerra, técnica y fotografía. Universidad de Valencia. 2000. (3ª edición 2003); también Collotti, E. “Ernst Friedrich, un antimilitariste dans l’Allemagne des années 1920”, en VV.AA. Le XX siècle des guerres, Les Éditions de l’Atelier/Éditions Ouvrières, Paris, 2004, pp. 353 y ss. 2. Ediciones “Tierra y Libertad”, Barcelona, 1937.


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capítulo primero, “Algunos recuerdos históricos sobre el uso de los gases en la guerra. El desarrollo de la guerra química”, con la siguiente declaración: “Ríos de tinta han sido vertidos desde que terminó la guerra hasta ahora, para formular previsiones e ilustrar lo que serán las guerras del porvenir… si es verdad que la guerra química ha sido condenada por el Protocolo de Ginebra del 17 de junio de 1925, que confirma y completa el Tratado de Washington (6 de enero de 1922) y de Versalles (28 de junio de 1919), por las diferentes Comisiones de la Sociedad de Naciones, por la Cruz Roja de todo el mundo, no es menos cierto que todos están acordes en empujar a los Estados a proveerse para el porvenir, como si la violación del Pacto en caso de guerra fuese la cosa más natural del mundo. Nosotros creemos que en las guerras futuras, a pesar de las numerosas sanciones, de los Tratados, y las razones más o menos sentimentales e ideológicas, el empleo de los agresivos químicos será considerado tan legítimo como el de las otras armas, que, por otra parte, fueron en otros tiempos tachadas de inhumanas, y como tales condenadas. Absolutamente legítima y condenable debe considerarse la guerra aérea y aéreo-química contra la población civil inerme. Pero no se puede por menos de constatar que los preparativos de defensa y las tentativas de educación de las masas civiles por parte de varios Estados hacen suponer que la dura ley de la guerra, imponiendo a todos sus fatales consecuencias, no excluirá de sus riesgos a ninguna categoría de personas en las futuras competiciones de los pueblos.”3

Precisamente, en una nota al pie del texto recién citado, Lustig subraya las maniobras civiles anti-gas realizadas en ciertas ciudades europeas, a la vez que la distribución de publicaciones de divulgación entre la población no militar. A esas maniobras de defensa civil refiere la imagen “Mascarada Internacional (pero en serio)” (fig. 2). Lo interesante es que esa imagen ilustra un artículo anónimo —de título “Hablan los técnicos. Lo que será la guerra futura”— aparecido en el número 20 (enero 1934) de Orto. Revista de documentación social, publicada en Valencia, dirigida por Marín Civera y cuyo redactor gráfico fue José Renau.4 En ella niños, universitarios, civiles en general de

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3. Ibidem, pp. 15-16. 4. Véase la edición facsímil de la revista, Orto (1932-1934). Revista de documentación social. Centro Francisco Tomás y Valiente UNED Alcira. Fundación Instituto de Historia Social. Valencia, 2001. El artículo aparece en el Vol. II, pp. 1320 y ss.


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Francia e Inglaterra se enmascaran contra el gas. De hecho el artículo es una recensión de un libro colectivo, What would be the Character of a new war (Cuál será el carácter de una nueva guerra), escrito por dieciocho expertos militares provenientes de Europa, América y Japón, que acababa de publicarse en Londres. Pero, para lo que nos ocupa, donde radica el valor del texto es en su género divulgativo, el ser tanto la traducción del lenguaje de los especialistas al lenguaje llano de la divulgación cuanto el escueto subrayado de las características de la guerra futura que se pretende instalar en la mentalidad común. Y así un apartado se dedica a las formas de sofoco, a un “gas verde” que provoca el “ahogo en seco”: las víctimas morirán ahogadas en su propia sangre a resultas del encharcamiento de los pulmones. Pero la misma obsesión por los gases se muestra en publicaciones mucho más populares y propagandísticas. Sea el ejemplo del folleto ilustrado catalán, distribuido por la Unión de Quiosqueros, “Los crímenes de la guerra. Álbum de fotografías sensacionales e inéditas sobre la barbarie y la miseria de la guerra”.5 Con fotografías, fotomontajes y fotos retocadas al lápiz graso, se repasan con extrema crudeza las crueldades de la guerra de 1914-18, de la guerra chino-japonesa y de la guerra civil rusa. Una de sus páginas advierte: “Pacifistas: No olvidéis las palabras de estos hombres” (junto a declaraciones por la paz y fotografías de Mussolini, Stalin, Lord Cecil —el representante de Gran Bretaña en la Sociedad de Naciones— y Raimond Poncaré). Además, se dedica un espacio considerable al gas (fig. 3 y 4). Las dos fotografías refieren al futuro: “Antipaciones de la próxima”, “La moda del mañana”. La primera pone de manifiesto que el gas es un arma envolvente que todo lo abraza, que de su atmósfera mortífera no escapa ningún viviente, que la guerra futura es sinónimo de Apocalipsis. La segunda, añade un matiz importante: lo que se hace pasar como un desarrollo técnico dedicado a la producción industrial, no es más que un artilugio bélico, una máscara enmascarada. La paz no es sino un estado precario donde se acumulan fuerzas destructoras para la guerra inevitable. También en la paz todo esfuerzo de trabajo era, al cabo, un esfuerzo bélico. Todos muertos. La guerra total imaginada | 51

5. Comentarios de Javier de Lazy. Talleres Gráficos Armengol y Cia, Barcelona, 1933.


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LA TÉCNICA DEL BOMBARDEO, EL BOMBARDEO DE LA TÉCNICA Pero no sólo el gas estimuló la adivinanza de la guerra futura. El fotomontaje de Monleón, que también ilustra el mencionado artículo “Hablan los técnicos. Lo que será la guerra futura” publicado en Orto, supone una concisa síntesis en la que se representan otras dos armas que a su vez caracterizaron la Primera Guerra Mundial y coadyuvaron a la posterior imaginación bélica popular (fig. 5). Junto a dos soldados enmascarados aparece una ametralladora y un cañón pesado; bajo, a su alcance y sujeta a su dominio, la tierra toda representada en su forma más abstracta, como globo terráqueo. Al igual que el gas, o el lanzallamas, inventado poco antes del conflicto, la artillería pesada de largo alcance, las minas subterráneas y las armas automáticas son armas abstractas que pueden matar en masa y a distancia. En el caso de la artillería pesada, a una distancia tal que su efecto mortífero y destructor no puede verse más que de forma diferida o indirecta. Es decir: son armas propias no de guerreros que aún en su lucha a muerte se reconocen en tanto individuos, sino de un enfrentamiento de soldados cuyo fuego destruye un enemigo configurado como masa, espacio y recursos bélico-económicos que aniquilar. La artillería pesada, las armas automáticas, los bombardeos aéreos y los gases barren espacios indistintos, indiferenciados. El terreno despojado de sus cualidades sensibles ya no es sino retícula acorde y propicia para el cálculo destructivo. Y tal capacidad perceptiva y cognitiva, a través de representaciones que tienen, precisamente, el mismo carácter abstracto, junto a la potencia y rapidez de fuego, hace posible su destrucción total. Tal conjunción de representación y destrucción abstractas se muestra y pone de manifiesto en las numerosas fotografías aéreas, bien sea de vastas extensiones barridas por las explosiones de los obuses que desprenden gases en expansión progresiva; bien de los grandes fuertes, como el famoso de Douamont de la batalla de Verdun, captados en sus esquemas formales junto a la retícula de sus comunicaciones terrestres, absolutamente roturados por el fuego de exterminio; o de los miles de prisioneros hacinados o de enormes amasijos de cadáveres tras los ataques masivos o los bombardeos artilleros. En todas ellas se aprecia que la 52 | Nicolás Sánchez Durá


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Fig. 6. El destruido fuerte de Douaumont visto desde un avión. El terreno al este de Douaumont muestra claramente los zizaguentes caminos de acceso y la posición de combate destruida.

misma capacidad de abstracción de las cámaras va a la par con la capacidad destructiva de la potencia de fuego a distancia de las armas. (fig. 6 y 7). La Gran Guerra fue la primera masivamente fotografiada y al poco de su inicio fue cuando se crearon los servicios fotográficos militares dependientes de los estados mayores.6 Pero antes de que se regulara la posibilidad de fotografiar en el frente y se codificara la censura, hubo una cuantiosa fotografía “asilvestrada” tanto de los soldados cuanto de los periodistas. La no menos masiva difusión impresa de aquellas imágenes configuraron para siempre, entre las poblaciones de la retaguardia y del mundo entero, el recuerdo, e imagen global, de la contienda. El resultado de semejante potencia técnica destructiva fue la ampliación de la zona de guerra, una capacidad creciente de dominar y destruir los requisitos vitales del enemigo. Del combate con gases hasta el fuego artillero de exterminio, pasando por los incipientes bombardeos aéreos (irrelevantes en la primera guerra comparados con los de la artillería pesada), se inaugura una tendencia que no

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6. La Sección Fotográfica del ejercito francés, por ejemplo, nace a partir de la iniciativa privada del profesor de historia P. Marcel y se funda en abril de 1915 por el Ministro de la Guerra; junto a la posterior sección cinematográfica se convirtió en la Sección fotográfica y cinematográfica del Ejercito (S.C.P.A.). Posteriormente Alemania tomó una decisión similar. Cf. Gervereau, Les images qui mentent. Histoire du visuel au XX siècle. Seuil. Paris, 2000, pp. 117-118.


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Fig. 7. Un ataque con gas en el frente oriental. Fotografía desde un avión ruso.

7. Messageries de Jounaux. Hachette & Cie, París. Se imprimía en la imprenta de L’illustrated London News & Sketch Ltd. De difusión estable y numerosa en España, la agencia española era la Sociedad General Española de Librería, radicada en la calle Ferraz de Madrid.

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hizo más que acentuarse posteriormente hasta el paroxismo de nuestros días: la anulación de la distinción civil / militar o combatiente / no combatiente. O si se prefiere, la disolución del campo de batalla en el entero entorno de vida. En la primera guerra mundial se arrasaron por completo muchas poblaciones, algunas de las cuales nunca volvieron a ser reconstruidas. Semejante destrucción, desconocida hasta entonces por su magnitud, se difundió ampliamente por las retaguardias de los países beligerantes, también por los neutrales, en publicaciones de carácter periodístico o propagandístico con altas dosis de militancia patrióticonacionalista. Traducidas y distribuidas en España, ya de origen francés o inglés, insistían en la destrucción (alemana) de las ciudades y del patrimonio histórico artístico, presentado como patrimonio no ya nacional, sino de la humanidad. La guerra no sólo arrasaba campos, bosques y poblaciones, también cortaba de cuajo las encarnaciones monumentales de la historia nacional, todo vínculo con la tradición. Sean los ejemplos de Siguiendo las huellas del ejercito alemán, publicación ilustrada con 50 fotografías y publicada en español por The Daily Chronicle en 1915; o La Guerre Ilustré,7 revista mensual cuyo exclusivo contenido era numerosísimas fotografías cuyos pies de foto podían leerse en francés, portugués, español e italiano (fig. 8 y 9). La catedral de Rheims, la virgen derribada de la torre de la iglesia de Albert, la Tour des Halles (y la entera Lonja) de Ypres, La Biblioteca y Universidad de Lovaina, Brujas, las plazas de Arras, su ayuntamiento… y multitud de iglesias del frente de Flandes o la martirizada Verdun eran imágenes recurrentes. Una y otra vez difundidas, se fotocomponían en tales publicaciones según la pauta del ”antes” y “después” de la destrucción bélica sufrida. En la posguerra, de todas estas imágenes masivamente distribuidas gracias a la posibilidad de la reproducción gráfico-periodística de la fotografía (que apenas contaba con década y media), se hizo un uso diferente al que tuvieron durante el conflicto. En la contienda, su finalidad era demostrar la barbarie del enemigo, su violación del derecho de gentes, sus infracciones del ius in bello. Es significativo que tales ilustraciones acompañaran como pruebas los informes oficiales de las comisiones que investigaban los crímenes de guerra de los alemanes —es, por 54 | Nicolás Sánchez Durá


Fig 8. Página 18 del número de junio de 1917 de La Guerre Ilustrée.

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8. De las 62 páginas de la publicación, 40 están dedicadas a fotografías de gran formato donde se muestra un elenco de monumentos eclesiásticos y civiles en estado de ruina a causa de los bombardeos. El índice de esta publicación es significativo y característico: “1. Ilustraciones que ponen de manifiesto la destrucción ó daño innecesario y loco de Catedrales, Iglesias. Casas ayuntamientos, y casas particulares; 2. Nota acerca de la violación de las leyes y usos de la guerra por los alemanes; 3. Terribles confesiones hechas por soldados alemanes; 4. Informe oficial del Gobierno belga sobre las atrocidades cometidas por los alemanes; 5. Informe oficial del Gobierno francés sobre las atrocidades cometidas por los alemanes”. 9. Véase, Beaupré, N. “Écrire pour dire, écrire pour taire, écrire pour tuer? La literature de guerre face aux massacres et aux violences extremes du front ouest (1914-1918”, en El Kenz, D. (Dir.) Le massacre objet d’histoire. Gallimard. 2005, pp. 303-318 y las interesantes notas pp. 488-492.

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ejemplo, el caso del citado Siguiendo las Huella del Ejército Alemán.8 Tales informes —proliferaron los que hablaban de “atrocidades alemanas” debidas a la crueldad de sus tropas— tenían sin duda un fin propagandístico tanto para la retaguardia, como para los países neutrales. Pero en la posguerra, las mismas imágenes se usaron, especialmente desde las publicaciones pacifistas de la más variada estirpe, tanto para mostrar los desastres de la guerra y su maldad en general, cuanto para hacer proyecciones de lo que sería la guerra futura. Entre éstas hay que incluir las del pacifismo afín a la izquierda bolchevique que, hasta que cambió la estrategia de la Tercera Internacional tras el IV Congreso, llamaba a convertir la guerra futura en una cadena de guerras civiles revolucionarias que acabara con el capitalismo origen y causa de toda guerra. Con todo, el uso de escritos e imágenes, y el régimen de su distribución, fue muy diverso y contradictorio. Hubo casos de censura o reescritura de los texto propios aparecidos en el fragor de la contienda, pues la demonización y degradación del enemigo, al que se le atribuía todo tipo de crueldades, ponía de manifiesto de manera indirecta las masacres propias. Además, insistir en este punto contravenía la mentalidad nacionalista y militarista, interesada en dar una imagen de la guerra en la que los soldados eran los únicos mártires, víctimas y héroes. La oscilación entre las atrocidades propagandísticamente atribuidas, los bulos del frente —sobre cuya difusión Marc Bloch escribió su conocido artículo “Reflexions d’un historien sur les fausses nouvelles de la guerre”, precisamente tras la contienda en 1921— y las prácticas de reelaboración de la memoria negacionistas, dejaron por mucho tiempo sin establecer el alcance y la verdad de las masacres de represalia contra la población civil o los prisioneros y heridos. Hasta tal punto que es un campo todavía hoy debatido por la historiografía sobre la Primera Guerra Mundial.9 Si volvemos ahora al artículo de Orto publicado en Valencia en 1934, “Hablan los técnicos. Lo que será la guerra futura”, esa destrucción masiva se refiere con insistencia al bombardeo aéreo, inaugurado sí en la primera guerra, pero de efectos muy limitados comparado con el masivo uso de la artillería pesada de largo alcance (el llamado por los franceses “La Grosse Berta”, por ejemplo, bombardeaba 56 | Nicolás Sánchez Durá


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París desde 100 kilómetros de distancia). Y hay que decir que, al contrario del caso de los gases, que no se usaron ni en la guerra civil española ni en la segunda guerra mundial, las proyecciones que se hacen en dicho artículo fueron bastante acertadas. Pues se insiste desde el primer momento en que la “tecnocracia” ejercerá su dominio sobre el ejército, que la primacía no será de la infantería, sino de la “tropa motorizada”, que los tanques y su desarrollo serán el mejor ejemplo de ello,10 y que la guerra futura “se decidirá en el aire” dada la capacidad de penetración ilimitada de la aviación. No habría ejército terrestre, “cualquiera que fuere su potencia en cañones”, que pudiera evitar que se sobrevolasen sus líneas para adentrarse en sus territorios supuestamente defendidos. Todo lo referente a la aviación en dicho artículo es de extraordinario interés porque, al contrario del caso de los apuntes sobre la motorización de las tropas, desborda el campo de batalla para invadir la población civil y la sociedad entera. Las bombas incendiarias se prevé que destruyan las canalizaciones, las instalaciones subterráneas de las grandes ciudades y las conducciones de gas que servirán para transmitir el fuego. Por tanto, se declara “ilusorio creer en la posibilidad de la defensa de una ciudad como París, Londres o Berlín en caso de un serio ataque aéreo tal como éste se realizaría en el transcurso de una guerra futura”. Y así, citando al profesor Langevin, se afirma que con 100 aviones se destruiría una ciudad como París, con sus tres millones de habitantes, y que “todo esto quiere decir que, en una futura guerra, las catástrofes se producirán no en los frentes, sino detrás de ellos, en territorios que, normalmente, no habrían sido jamás zonas de guerra”. Con todo, uno de los aspectos más significativos del artículo, cuyo interés, insisto, es su carácter divulgativo y su estar destinado a una amplia gama de lectores, es la referencia implícita, sin nombrarlo, a las teorías de Giulio Douhet. Pues esa conversión de lo urbano y de lo civil en objetivo preferente no sólo se conecta con las características tácticas de la aviación (como paroxismo de la destrucción artillera de la primera guerra), sino con el hecho de que la guerra hubiera devenido guerra total. Y así taxativamente se afirma: “la flota aérea —y esto será precisamente una de las características de la guerra futura— se ocupará menos del ejército enemigo que de los no combatientes, de Todos muertos. La guerra total imaginada | 57

Fig 9. Virgen derribada de la torre de la iglesia de Albert (Francia). Página 2 de “Siguiendo las huellas del ejército alemán”. The Daily Chronicle, Londres, 1915. 10. Los “tanques” —así llamados porque las grandes cajas donde se trasportaron desmontados desde Inglaterra a Francia llevaban escrito por motivos de secreto y camuflaje la ambigua palabra “tanks” (contenedores de líquidos)— eran lentos y de escasa potencia de fuego, con frecuentes averías que los detenía y convertía en blanco fácil. Utilizados por primera vez por los ingleses en la ofensiva general de septiembre de 1916 en el frente del Somme, en Pozières, tuvieron más un poder simbólico (la maquinización de la guerra) que efectivamente táctico.


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11. Douhet, G. Il dominio dell’aria. Instituto Nazionale Fascista di Cultura, Roma, 1927.

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la población civil, sabiendo que de la actitud de ésta, de su capitulación, depende el resultado de la guerra”. Son éstas ultimas palabras en cursiva (el énfasis es mío) las que deben ser entendidas en relación a Douhet. En efecto, Giulio Douhet teorizó la guerra total conectando su posibilidad con el desarrollo de los bombardeos aéreos masivos sobre la población civil. La publicación en 1927 de su obra Il dominio dell’aria [El dominio del aire] cambió la guerra para siempre. Los dos principios relevantes de la concepción de Douhet eran que la aviación es un instrumento de ofensiva de posibilidades incomparables contra el cual ninguna defensa es definitivamente eficaz; y que el bombardeo masivo de los centros de población permitiría quebrar la moral de la retaguardia. Douhet preconizó la destrucción de los recursos económicos del enemigo, olvidándose en lo esencial de los objetivos clásicamente militares, excepto de la aviación enemiga que debía ser destruida en el suelo en el lapso que mediaba desde la declaración de guerra hasta la efectiva movilización general. Pero lo central de su teoría era el aterrorizar a la población civil, de manera que “pronto llegaría el momento en el que, para poner fin al horror del sufrimiento, los individuos, empujados por el instinto de conservación, se sublevarían para exigir el fin de la guerra”.11 Se sublevarían contra el propio gobierno, hay que entender. Por ello propuso el uso masivo de bombas incendiarias y asfixiantes contra ciudades y núcleos fabriles e industriales. Las resistencias que tuvo que vencer Douhet son un síntoma del paso de una concepción apuntada en la Primera Guerra Mundial a su cumplimiento por todos los contendientes en la segunda: sus teorías le costaron un consejo de guerra y un año de cárcel en 1916, pero en 1920 la sentencia fue revocada y en 1921 fue promovido al grado de general. En todas estas imágenes de la guerra previsible hubo mucho de aproximado y mucho de no cumplido en el detalle, pero también de acertado en cuanto a los rasgos más generales. La obsesión por los gases no se vio correspondida por su uso efectivo. Que no se llegaran a utilizar en la segunda guerra, o en la guerra civil española, no tuvo que ver con el humanitarismo o con el respeto de los tratados internacionales, sino con el incremento del movimiento y la importancia de 58 | Nicolás Sánchez Durá


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la velocidad. Los gases fueron propios de una guerra estática, de frentes casi fijos, de tropas agazapadas durante largos periodos en líneas de trincheras que tuvieron desplazamientos espaciales de muy pocos kilómetros a lo largo de cuatro años. En la guerra civil española, además, la amplia existencia de amigos entre los enemigos del bando contrario hacía imposible su uso (a riesgo de perder el favor de los amigos situados en el espacio del adversario). A pesar de que su utilizaran los bombardeos zonales o area bombing preconizados por Douhet, tampoco se cumplió uno de sus objetivos fundamentales, romper la moral de las retaguardias (ni siquiera las dos bombas atómicas produjeron el amotinamiento de la población en Japón, sino el afán de revancha).12 También fue inexacto que no hubiera protección posible contra la penetración de los bombarderos. El desarrollo del radar, la artillería antiaérea y los cazas supusieron una defensa relativamente eficaz mientras hubiera un equilibrio de fuerzas si se disponía de escuadrillas y, sobre todo, de tripulaciones suficientes. En cualquier caso, el dominio del aire sí se reveló decisivo. En cuanto al papel de la infantería, por más que fuera esencial su motorización y el desarrollo de la velocidad, a la par que la potencia de fuego de los carros de combate, tampoco se cumplió su irrelevancia, pues el territorio debía ser conquistado y retenido. Por otra parte, es notable la ausencia en estas representaciones de un factor totalmente novedoso que también anudó en la guerra del catorce una tendencia bélica, estratégica y política de enorme importancia: la guerra submarina contra las flotas inglesa y americana, que abrió una nueva dimensión de combate, no sólo la superficie de los mares sino la profundidad marítima. Por no hablar de la importancia que, en pleno desarrollo técnico de la guerra, cobró la guerra de carácter partisano, capaz de poner en jaque grandes ejércitos convencionales (fue el caso de Yugoslavia, Grecia, China y la Conchinchina francesa, por mencionar ejemplos señeros) Pero fuera como fuera, no es menos cierto que los rasgos de la guerra futura que embargaron la imaginación popular, en gran parte debidos tanto a la proyección a partir de lo visto y leído acerca de la guerra del catorce cuanto a la divulgación de los estudios de los especialistas que partían de la misma experiencia, Todos muertos. La guerra total imaginada | 59

12. Véase Hachiya, M. Diario de Hiroshima de un médico japonés. Turner, Madrid, 2005. pp. 96-7.


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configuraron una imagen de la guerra como masacre en masa y exterminio de todos a resultas de la aplicación de la técnica moderna, y de la producción industrial, al enfrentamiento bélico. En España, además, parte de la imaginación colectiva provenía de una guerra de muy otra estirpe y carácter, la guerra colonial en Marruecos. Dejaré para más tarde este aspecto. DE LA GUERRA COMO EBRIEDAD AL PESIMISMO TRAS LA GUERRA TOTAL. La guerra del catorce en su comienzo, especialmente hasta las primeras Navidades, produjo un movimiento de euforia, entusiasta, un tiempo de exaltación y percepción intensa de la vida. Se la consideró un gran juego entre naciones, excitante y divertida ocasión de emociones intensas antídoto de toda decadencia y aburrimiento burgués. Ese estado de ánimo fue general y multitud de escritos o libros de memoria dan cuenta del mismo. La lista sería inacabable y abarcaría los autores de las más dispares ideologías, idiosincrasias y caracteres personales.13 Tan exaltado fue el ánimo, tanto el entusiasmo de matar o ser matado, que el hecho fue suficiente para que alguien como Freud acabara reformulando su teoría de las pulsiones, que en definitiva lo es de la naturaleza humana, y postulara la de muerte como una de las dos pulsiones matriciales del psiquismo. Pero sirva como ejemplo el testimonio de un escritor tan moderado y cosmopolita como E. Zweig:

13.Véanse las memorias de Sebastian Haffner, del filósofo Karl Löwith, de Ernst Jünger, etc. 14. Zweig, S. El mundo de ayer. Memorias de un europeo. El Acantilado, Barcelona. 2001, pág. 286.

“...debo confesar que en aquella primera salida a la calle de las masas había algo grandioso, arrebatador, incluso cautivador, a lo que era difícil sustraerse. Y, a pesar del odio y la aversión a la guerra, no quisiera verme privado del recuerdo de aquellos primeros días durante el resto de mi vida; miles, cientos de miles de hombres sentían como nunca lo que más les hubiera valido sentir en tiempos de paz: que formaban un todo,...sentían...que todos estaban llamados a arrojar su insignificante “yo” dentro de aquella masa ardiente para purificarse de todo egoismo. Por unos momentos todas las diferencias de posición, lengua, raza y religión se vieron anegadas por el torrencial sentimiento de fraternidad”.14

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Zweig cuenta cómo sus amigos poetas y escritores, incluidos los socialistas —Thomas Mann, Hauptmann, Dehemel, Hofmannstahl, Wassermann...— “se creían obligados...a enardecer a los guerreros con canciones e himnos rúnicos para que entregaran sus vidas con entusiasmo… Llovían en abundancia los poemas que rimaban krieg (guerra) con sieg (victoria) y not (penuria) con tod (muerte)”15. Al otro lado del frente podríamos encontrar el mismo fervor, las mismas descripciones. Ese entusiasmo se extendió incluso a los movimientos artísticos de vanguardia. Desde luego los Futuristas, que vieron en la guerra un fenómeno purificador de la decadencia pasadista; muy al principio los Surrealistas, o los Vorticistas, también se apuntaron a la embriaguez general. Los manifiestos nacional-patrióticos —por ejemplo el llamado Les Allemands destructeurs de Cathédrales et de Trésors du Passé de 1915—16 fueron firmados por autores que hoy nos sorprenden: Debussy, Signac, Odilon Redon, Matisse, Monet, Rodin, Gide… Pero el desarrollo de aquella guerra barrió todo optimismo. Es más, instaló un profundo pesimismo y dejó tras de sí una estela de premonición de catástrofe definitiva que sufrirían especialmente las poblaciones civiles. A partir de la década de los veinte, y especialmente a partir del ascenso del nacionalsocialismo y de la amenaza general del fascismo, cuando se empezó a considerar el lapso temporal transcurrido desde la primera mundial como nueva Guerra de los Treinta Años o guerra civil europea17, esa visión apocalíptica se vivió por los sectores opuestos más extremos del espectro político como enfrentamiento final entre dos concepciones del mundo donde todos estaban malgré soi implicados. Pero tanto en la década de los veinte como en la de los treinta, la guerra futura ya no tendría nada que ver con el concepto cultual o caballeresco de contienda que todavía pervivía al inicio de la Primera Guerra Mundial. Es significativo que dos autores que cultivaban dos géneros tan dispares como la filosofía o la memoria biográfica coincidieran en los términos utilizados para concebir la guerra venidera. Me refiero a Walter Benjamín y Sebastian Haffner. Éste último, dando cuenta de un estado de ánimo general, del que se había sentido partícipe, relata en sus memorias cómo la juventud alemana de los años Todos muertos. La guerra total imaginada | 61

15. Ibidem, pág. 294. 16. Véase, Sánchez Dura, N. “Los asesinos de lo Bello. De un uso de la imagen iconoclasta en la época de la técnica”, en G. Romero, P. (edit.) En el Ojo de la Batalla. Universidad de Valencia. 2002. 17. Cf. Traverso, E. À Feu et À Sang. De la guerre civile européenne 1914-1945. Stok. Paris. 2007.


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18. Haffner, S. Historia de un alemán. Memorias 1914-1933. Destino, Barcelona, pág. 80. 19. Benjamin, W. Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV. Taurus, Madrid, 1999, pág. 48. Los énfasis son míos. 20. Guiomar, J-Y. L’invention de la guerre totale. Éditions du Felin, París, 2004, pp. 12-13.

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1924, 1925 y 1926 se obsesionó por el deporte. De tal manera que una noticia como que Houben había corrido los cien metros en 10’6 segundos “despertaba exactamente las mismas sensaciones” que en tiempos había producido un titular como Capturados veinte mil rusos: “la información deportiva desempeñaba el papel que diez años atrás habían presentado los partes de guerra, y lo que entonces habían sido las cifras de prisioneros y la cuantía del botín eran ahora los records y las marcas”.18 También al lenguaje deportivo recurre Walter Benjamín cuando da cuenta, desde un punto de vista filosófico, en sus estudios críticos sobre la violencia a principios de los años treinta, del nuevo carácter de lo bélico. Centrándose una vez más en los gases como indicio, pues Benjamin también fue partícipe de aquella obsesión general, afirma que la batalla de materiales “hace naufragar los miserables emblemas de heroísmo que pudieran haber sobrevivido a la Guerra Mundial. El combate con gases… promete darle a la futura guerra un cariz en el que las categorías soldadescas se despiden definitivamente a favor de las deportivas, ya que las acciones militares se registrarán como records. Y esto porque la particularidad estratégica más distintiva será la cruda y radical guerra de agresión”.19 Records de destrucción humana y material, guerra total. No es del todo claro cuando aparece por primera vez —en cualquier caso, no antes del siglo XX— el uso de este término que no dejaría de hacer fortuna como categoría analítica. Suele referirse al libro publicado en 1936 Der Totale Krieg [la Guerra Total] del general Ludendorff, que dirigió el ejército alemán desde 1915 hasta el final de la guerra. Pero a falta de ulteriores precisiones, quizá su primera aparición lo sea en un libro publicado en 1918 por Léon Daudet, llamado La Guerre Totale (la guerra total), precisamente para dar cuenta del tipo de guerra que practicaban los alemanes desde 1914. La guerra total, afirmaba Daudet, es “la extensión de la lucha, en sus fases más agudas como en sus fases crónicas, a los dominios de la política, de lo económico, comercial, industrial, intelectual, jurídico y financiero. No son sólo los ejércitos los que se baten, son también las tradiciones, las instituciones, las costumbres, los códigos, los espíritus y sobre todo los bancos”.20 Esa 62 | Nicolás Sánchez Durá


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era la guerra que llevaba a cabo Alemania y la que debería llevar a cabo Francia. Pero más allá de los análisis de coyuntura el término quedó ligado a esa expansión, a esa movilización total de las sociedades por lo bélico y para lo bélico. Una guerra donde se concentra el poder civil y militar, en la que la economía se confunde con el esfuerzo militar y se militariza, donde todo esfuerzo de trabajo es un esfuerzo de guerra. Una guerra donde no cabe el compromiso, en la que en poco tiempo se difuminan los objetivos y los que la han empezado son incapaces de terminarla, una guerra, pues, desregulada, que tiende a la aniquilación del contrario mientras se mantiene una intensa movilización propagandística de la retaguardia. Guerra total, y así es como se pensó la guerra del porvenir, no es sólo un término militar, sino un término de fuerte componente política. De tal manera se percibió cuando la guerra del catorce terminó en el frente del este con la revolución bolchevique, y en el oeste con la revolución alemana de noviembre de 1918. “FRATELLI, COLTELLI”. GUERRA TOTAL Y GUERRA CIVIL A la guerra total, pues, parece que deba corresponderle una imagen de la guerra como proceso extraordinariamente destructor y violento, sí, pero un proceso frío, mecánico, impersonal, diríase que exento de pasiones y de odio. De hecho, en las narraciones y libros de memorias tras la guerra del catorce abundan las metáforas que aluden a campos electromagnéticos, a procesos de producción industrial, etcétera. Es el caso del parágrafo que cierra el conocido libro de Jünger El combate como experiencia interior, el primero que escribió tras la contienda: “El combate de máquinas es tan colosal que el hombre está bien cerca de borrarse ante él. A menudo, cogido en los campos magnéticos de la batalla moderna, me ha parecido extraño y apenas creíble que estuviera asistiendo a acontecimientos de la Historia humana. El combate revestía la forma de un mecanismo gigantesco y sin vida, recubriendo la extensión con una ola de destrucción impersonal y helada. Era como el paisaje de cráteres de un astro muerto, sin vida, un geiser de lava abrasadora… El combate siempre ha existido, las guerras también, pero este desfile de ahora, sempiterno y tenebroso, es la forma

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más terrorífica que el Espíritu que mueve al mundo ha impreso nunca a la vida. Y es esta gris monotonía de las masas que ruedan y empujan hacia adelante para acumularse detrás de los diques del frente como reserva de energías terroríficas, es, digo, esto lo que justamente suscita la impresión de una potencia pura cuya idea se transmite como una corriente eléctrica al espectador aislado.”21

21. Jünger, E. La guerre comme experience intérieure. Christian Bourgeois éditeur, 1997, pág. 162. 22. Traverso, E. Violencia nazi. Una genealogía europea. Especialmente el cap. “Destruir: la guerra total”. FCE. Argentina, 2003, pág. 91. 23. La obra de Barbusse, con más de cinco ediciones, tuvo una amplia difusión en España. Se tradujo, con el título El Fuego. Diario de un pelotón, por Antonio Bermejo de la Rica y fue publicado por Rafael Caro Raggio Editor, Madrid.

Es ésta una descripción en términos de la Física, de la Dinámica y del Electromagnetismo. Pero también en términos tayloristas de producción industrial. Como afirma Traverso, “al obrero-masa de la fábrica fordista le correspondía el ‘soldado-masa del ejército moderno”.22 Pero tal aserto no es sólo una afirmación analítica desde nuestro presente, sino una percepción común de entonces, como hemos visto en el texto de Jünger de 1922. En el otro lado del frente, Enri Barbusse, veterano y autor de la conocida novela Le Feu. Journal d’une escouade, definía a los soldados de la guerra del catorce como “los obreros de la destrucción”.23 Ahora bien, que la guerra se pensara y describiera como un proceso técnico impersonal de destrucción no debe ocultar las masacres perpetradas por los combatientes entre sí y contra los civiles, su generalización contraria a los usos y costumbres de la guerra o a las normas aprobadas poco antes de la contienda en la Haya. En las fases de movimiento, en los golpes de mano, en las ofensivas, en la “limpieza” de trincheras tras los asaltos donde los “nettoyeurs” —revolver y cuchillo en mano— remataban a los enemigos heridos con el fin de evitar disparos y granadas sorpresa…; en fin, en la matanza en masa de prisioneros y de civiles o los juicios sumarísimos so capa de espionaje o de ser franco-tirador, la guerra del catorce demostró una crueldad extrema no ya debida a la tecnificación de la misma, sino a la saña de los contendientes. Pero la guerra fue también un enfrentamiento —lo afirmaba Léon Daudet en su definición— de tradiciones, instituciones, costumbres y códigos. Un enfrentamiento que tuvo unos discursos legitimadores que condensaban, a la vez que aceraban, su radicalidad. Y, en este punto, jugó un papel preponderante la oposición Kultur/Civilisation (Cultura/Civilización). 64 | Nicolás Sánchez Durá


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Norbert Elías analizó, en su conocido estudio Sobre el proceso de Civilización cómo según fuera el vínculo con la tradición ilustrada o romántica variaba la semántica de los conceptos de cultura y civilización. Para la tradición ilustrada francesa, que iba más allá de Francia, la civilización era el fin de un proceso progresivo, el estadío superior y último de un progreso evolutivo y unilineal de la cultura, la sofisticación máxima de ésta. Por tanto, los conceptos de civilización y cultura no eran opuestos. Pero sí lo eran en Alemania, porque la cultura, cada cultura, se concebía como un todo orgánico estructurado e irrepetible donde las partes, según una jerarquía establecida por la tradición, conspiran a favor de la bondad del todo. Civilización y cultura (Kultur) se oponían porque la civilización, en cuanto proceso unilineal, anulaba las particularidades. La civilización era esencialmente mestiza, la cultura auténtica. De hecho, la defensa de la civilización era considerada en Alemania el subterfugio propagandístico para hacer pasar por universal lo que no era más que la particularidad cultural francesa. Al leer textos de todo tipo de la época es notable la frecuencia con la que unos dicen luchar por la civilización y el progreso frente al despotismo bárbaro de los alemanes (“los hunos”),24 mientras que éstos dicen luchar por la supervivencia de su cultura frente al proceso avasallador de los que, de forma encubierta, pretenden establecer su hegemonía cultural. Prueba de ello, se argumentaba, era su alianza con la Rusia zarista, ejemplo de atraso y tiranía. De manera que también este nivel de las representaciones, de la justificación ideológica del enfrentamiento, tuvo un efecto concomitante que reduplicó su forma exterminadora y cruel; a saber, la transformación del concepto de enemigo. Pues el enemigo ya no se concibe como un adversario que se opone a unos intereses nacionales determinados en un momento determinado, sino que se constituye en enemigo de la humanidad entera, por tanto en menos que humano, y por ende en algo susceptible de ser eliminado por todos los medios. Lo cual, veremos, tiene que ver con la conceptuación del periodo de entreguerras como guerra civil europea. Que la guerra acabara con dos revoluciones, una triunfante en Rusia y la otra derrotada en Alemania, introdujo un factor nuevo en la imaginación de la guerra Todos muertos. La guerra total imaginada | 65

24. Recuérdese ahora el pie de foto de la fig. 8: “las huellas de la “Kultur”—Templos demolidos por los alemanes en su retirada”. Sobre el uso esa oposición conceptual en la guerra del catorce, véase, Goberna Falque, J.R. “La querella de la Kultur y la civilisation durante la I Guerra Mundial”, pp. 87-101 de su Cultura, culturae. Pictografía Ediciones. 2005.


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25. Véase Bianchi, R. “Les mouvements contre la vie chère en Europe au lendemain de la Grande Guerre”, en VVAA Le XX siècle des guerres, op. cit. pp. 237 y ss. 26. Es la posición del anarquista Sebastián Faure en los artículos escritos expresamente para el nº 17 y 19 de la revista Orto en octubre y diciembre de 1933: “… no existe diferencia entre la guerra llamada “defensiva” y la guerra llamada “ofensiva”. Guerra de la Civilización contra la Barbarie, del Derecho contra la Iniquidad, de la Democracia contra el Fascismo, de la Libertad contra la Dictadura; todas estas antítesis que no se apoyan, en el fondo, más que en artificios… en mentiras y en apariencias, no podrían atenuar nuestra irreductible oposición a la guerra” (“Contra la guerra sin reserva alguna” en op.cit. pág 1111). En el segundo artículo, “Nuestros enemigos “Municioneros” y gobernantes”, continuación del anterior, afirma, como preámbulo a su política de desarme, “La causa de todas las guerras, en la época actual, es el principio de autoridad, es decir, el principio del hecho del dominio y explotación que padecen las masas populares. El principio de autoridad, del que el Estado es la expresión política, es la dominación del hombre sobre el hombre, y el principio de autoridad, del cual el Capitalismo es la manifestación económica, es la explotación del hombre por el hombre”, en op. cit. pág. 1274.

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futura. El enfrentamiento de imperios y naciones se solapó con un enfrentamiento transversal, interno a cada uno de los sujetos que habían sido los protagonistas de la anterior. Revoluciones populares, y reacciones lideradas por ejércitos que acaban con ellas de forma brutal, se suceden: la huelga general de Viena, en Hungría (donde el ejército rumano termina con la república soviética de Béla Kun e instaura la dictadura del mariscal Horthy), Finlandia, los países bálticos, donde los Frei Korps — que tanta relevancia tendrían con posterioridad en la fragua del nacionalsocialismo— se emplean a fondo hasta 1920, en Ucrania… Por otra parte, la guerra civil inducida y apoyada por las grandes potencias frente a la joven república de los soviets desmentía la proclamada voluntad pacifista de aquéllas. Para la izquierda de filiación marxista no habría paz posible mientras subsistiera la competencia capitalista internacional y sus vaivenes en la lucha por la hegemonía política y económica; la guerra había demostrado ser un gran negocio. Por cierto, que las movilizaciones de descontento popular no se limitaron a los movimientos con forma revolucionaria. La Europa de la posguerra, tanto en los países vencedores como en los derrotados, incluidos algunos de los que permanecieron neutrales, como España, vivieron en la década de los veinte no sólo grandes movilizaciones estrictamente sindicales, sino numerosos Food Riots, tummulti annonari o motines contra la carestía de la vida. Contra la subida de los precios de los productos alimenticios, contra especuladores, acaparadores y los grandes comerciantes, revistiendo formas propias del XIX, como asaltos a mercados, resignificadas a partir del ejemplo bolchevique, suponían vastos y heterogéneos movimientos sociales de reivindicación de precios “justos”, de una economía “moral”.25 Capitalismo era sinónimo de carestía, en el límite de hambre, de guerra aplazada, intermitente o larvada, pero sempiterna; tanto para los partidarios de la paz a través de un auténtico desarme,26 cuanto para los críticos de los sueños pacifistas idealistas, defensores de un tipo de guerra que matara toda guerra futura, una guerra civil que acabara trasformando los estados rivales en una fraternidad internacional universal. 66 | Nicolás Sánchez Durá


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A este respecto es revelador el artículo de Santiago Montero Díaz, “Estudio social sobre la novela alemana de guerra”, publicado en tres entregas por la revista Orto en sus números 14, 15 y 16 de 1933.27 El interés de Montero Díaz es distinguir la verdadera literatura de guerra, la escrita durante la contienda, de la escrita tras el conflicto armado, que es de “un pacifismo obligado, lo que pudiéramos decir, con terminología católica, pacifismo de atrición”.28 Respecto de la primera distingue entre “el bloque de novela imperialista” y la literatura pacifista: “Pero había entonces, como después, muchos géneros de pacifismo. El pacifismo de los derrotistas, el pacifismo de los que no han podido vencer. Y el de los sentimentales insustanciales. Y el de los advenedizos, los agregados a la paz. Y el de los que sentían la tragedia popular, de hombres que iban a batirse por causas que no les interesaban, por empresas cuyos intereses estaban contrapuestos a los intereses mismos del proletariado. Este era el verdadero pacifismo. El más vitalizado: el único.”29

En este bloque de verdadera literatura de guerra rescata Der Mensh ist gut de L. Frank, Los pobres, requisitoria contra los ricos en la guerra y Der Untertan de Heinrich Mann (por cierto, que a su hermano Thomas lo incluye entre los nacionalistas imperialistas) y Menschen im Krieg de Andreas Latzko. Sin embargo, acusa a las autoras von Kahlemberg y Clara Viebig de pacifismo ”sentimental, convencional, femenino” y a M. Harden (director de la famosa revista Die Zukunft), o al diario de guerra del poeta Dehemel, de oportunistas. Ambos parten de una posición burguesa para concluir en otra posición burguesa de distinto cariz. En cuanto a la novela de posguerra, incluso la famosa obra de Remarque, Sin novedad en el frente (en su traducción española), le parece valiosa en tanto alegato viviente de la vida de las trincheras —“que inquietó profundamente a los países que no intervinieron en la guerra”—, pero deficiente en cuanto “consigna de paz”, porque tras su retórica pacifista se esconde un nacionalista alemán (lo mismo ocurre en el caso de Johansenn y su novela Cuatro de Infantería. Sus últimos días en el frente occidental en 1918): “Y es que el pacifismo de Remarque no nace de un expreso sentimiento proletario. De una solidaridad común de trabajadores Todos muertos. La guerra total imaginada | 67

27. La biografía de S. Montero Díaz es significativa. Al proclamarse la República era miembro del Partido Comunista. Bajo ese punto de vista polemiza con Ramiro Ledesma Ramos y su La Conquista del Estado. En 1932, publica en Valencia un Cuaderno de Cultura de nombre El Fascismo, todavía desde la óptica de la III Internacional. Pero en 1933, tras una beca que lo lleva a Alemania, firma un articulo en el número de diciembre de la revista JONS. Sin embargo, en 1934, tras la fusión de febrero de Las JONS con Falange Española, dimite de todos sus cargos y abandona la organización en marzo. Los motivos que ofrece en su carta a Ledesma es que la Falange es derechista y que sólo las primitivas JONS “plantean la lucha contra el marxismo en el plano de la rivalidad revolucionaria”. Durante la guerra civil apoyó a los sublevados. En 1965 fue uno de los profesores que encabezó la famosa manifestación universitaria de Madrid que acabó con su expulsión de la universidad junto a los profesores Tierno Galván, García Calvo, Aranguren y Aguilar Navarro. El artículo de Orto debió ser escrito un tiempo antes de su publicación o justo antes de su viraje político. 28. Orto, art.cit. en op. cit. Vol. II pág. 940. 29. Ibidem, pág. 944.


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contra el capital. No nace de una solidaridad internacional de trabajadores contra clases dominantes. Nace de un momento pesimista, como consecuencia del desastre. Nace del horror a la guerra, no del análisis clasista de la guerra. Es — decíamos— un pacifismo de atrición”. Montero Díaz rescata obras como la de Glaeser, Los que teníamos doce años (título de la traducción española), o El Sargento Grisha de Arnold Zweig, justamente por cumplir lo que incumple Remarque. Y saltándose el ámbito de su estudio, Alemania, acaba con una apología de Barbusse y su novela El Fuego. Para defenderla acude a una cita de Radek donde afirma que el sentido antinacional y proletario del francés se demuestra en su admiración por Liebneck. No es una actitud “sentimental” o “derrotista” lo que impedirá las nuevas guerras: “Poco importa que las muchedumbres obreras lean y contemplen en la pantalla Sin novedad en el frente o Cuatro de Infantería. Hay que ir más lejos: hay que llevar a las masas trabajadoras una conciencia bien definida de clase, que impida una nueva traición al proletariado como la de la socialdemocracia en 1914. Esa conciencia de clase anti-guerrera no se conseguirá difundiendo entre los trabajadores actitudes anti-heroicas frente a la vida, cuando las necesita más heroicas y más templadas que nunca para la conquista del Poder y la organización del Estado campesino y obrero”30

El autor concluye su artículo proponiendo una comparación entre un soldado alemán en los años de la guerra del catorce y un soldado del Ejército Rojo. El primero, “arrancado de la esclavitud de la fábrica para la esclavitud del frente”, lucha por una bandera que no es la suya. Su combate, por los intereses de los que viven a costa de los suyos, es un “suicidio de su propia clase… hasta los jefes socialdemócratas han colaborado en la mentira”. En cuanto al soldado ruso:

30. Ibidem, pág. 1068.

“Este camarada sabe bien que defiende la revolución, la edificación del socialismo, la Internacional de los trabajadores: lo sabe y combatirá con toda su energía. Su canto dice: “desde el mar siberiano al Báltico no hay ejército más temible”. Y es que tampoco lo hay más consciente. Combatirá, con amor, por aquello a quien defiende. Con odio, por aquello que ataca… [hay] que forjar una

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conciencia revolucionaria en el proletariado contra las causas imperialistas de la guerra… Pronto, porque debemos estar preparados para transformar la guerra patriota en guerra civil contra la burguesía… terminemos con un deseo: que el ejército rojo, realidad en Rusia, sea también, en plazo breve, realidad proletaria en otras partes”31

Este análisis publicado en Orto de la novela de guerra y posguerra muestra indirectamente cómo el conflicto de 1914-18 contribuyó de manera decisiva a configurar, en general, el imaginario de la guerra futura en nuestro país. De hecho en la entradilla se dice que “sobre España cayó también esta marea de nueva literatura” (es significativo que la traducción española de la novela de Johannsen, Cuatro de Infantería. Sus últimos días en el frente occidental en 1918 se publicara (1929) en una colección especial llamada “La Novela de Guerra” de la Editorial Cenit) (fig. 10). La traducción de esos textos —como la de las revistas fotográficamente ilustradas antes aludidas— fue inmediata y de gran difusión popular a través de casas editoriales bien conocidas y distribuidas. Pero el artículo también muestra, en particular, el deslizamiento que fue produciéndose. De la condena de las miserias y horrores de la guerra, de la crítica al militarismo y al heroísmo, a la defensa de otro heroísmo —de clase— y de otro tipo de ejército, que debía ser fraguado en, y ser el resultado de, otro tipo de guerra: la guerra civil doméstica con ocasión de una nueva guerra imperialista, o la guerra civil revolucionaria que acabara con las diversas burguesías nacionales y su connatural tendencia bélica. La ferocidad del enfrentamiento futuro se pensaba también en términos de guerra civil en el otro extremo del espectro político que amalgamaba derecha nacionalista antidemocrática, militarismo, fascismo (y en España, nacional catolicismo). Tomemos el ejemplo de Carl Schmitt, cuando intenta dar cuenta en su ensayo, Ex captiviate salus (1949), de su colaboración con el régimen nazi y del periodo de su ascenso. La guerra civil es especialmente atroz porque se da en una unidad política común que incluye al enemigo en el interior del mismo orden jurídico. Cada parte suprime el derecho del adversario, en nombre del derecho designa un enemigo del Estado, del pueblo o de la humanidad con el fin de privarle de

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Fig. 10. Portada de “Cuatro de infantería” novela de Ernst Johannsen publicada en la colección especial “La Novela de Guerra” de la Editorial Cenit publicada en Madrid en 1929.

31. Cit ad Loc.


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Fig. 11. Fotos pertenecientes al álbum privado de un veterano en cuya cubierta se lee: “Recuerdo de Marruecos, 1921-1925”.

32. Véase Traverso, E. À Feu et À Sang, op. cit. pág. 282. El resumen y la cita de Schmitt son de las pp. 93-95. Véase también los paralelos y simetrías que establece entre Trotski y Jünger o Gramsci y Schmitt, la militarización de la política en todos ellos, la crítica a la socialdemocracia de unos y del liberalismo de los otros, la concepción de la revolución como enfrentamiento militar en Trotski y Gramsci, o el advenimiento y virtudes de un Estado total que reemplazara el liberalismo obsoleto por parte del otro par. pp. 270 y ss.

todos los derechos en nombre del derecho. La guerra civil no puede sino ser justa, incluso deviene el arquetipo de la guerra justa por el hecho de que se autoproclama tal, tan imbuida está cada parte de sí misma. Una parte hace valer el derecho legal, la otra el derecho natural. El primero concede un derecho a la sumisión, el segundo un derecho a la oposición; “la hostilidad deviene tan absoluta que incluso la antigua distinción sagrada entre enemigo y criminal se disuelve en el paroxismo de la autojustificación.. Dudar del propio derecho se tiene por una traición; interesarse por la argumentación del adversario se convierte en disimulo; y toda tentativa de discutir se convierte en una forma de entendimiento con el enemigo”. Como comenta Enzo Traverso, no es que los extremos se toquen, pero el caso es que su oposición parte de la misma constatación, el derrumbe definitivo del antiguo orden de Europa a partir de la I Guerra Mundial y la necesidad de encontrar una solución radical a su crisis. En aquella coyuntura comunismo y fascismo se presentaban como los únicos capaces de aportar una solución.32

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Ahora bien, es cierto que la experiencia de guerra más próxima en España habían sido las guerras coloniales. Dejando aparte las guerras de Cuba y Filipinas en el periodo 1895-1898 y la hispano-americana de 1898, las guerras de Marruecos entre 1909 y 1927 movilizaron a cientos de miles de hombres y tuvieron una relevancia constante en la actualidad política, desde la Semana Trágica de Barcelona hasta el golpe de estado del General Primo de Rivera o su caída. Al cabo, cuando la guerra imaginada se transformó en matanza real, fue decisivo el ejército de Marruecos en el levantamiento militar contra la Segunda República, muchos de cuyos mandos se habían formado en las guerras de África, cruzando por aire 23.000 de sus hombres el Estrecho de Gibraltar. La guerra, o mejor, las guerras de Marruecos tuvieron un carácter ambiguo. Desde aspectos novedosos que se adelantarían a los métodos de la Primera Guerra Mundial, como el uso de escuadrillas aéreas de reconocimiento, fotografía aérea, ametrallamiento y bombardeo (incluso con armas químicas, como ahora sabemos), hasta maniobras complejas. Como la operación aeronaval del desembarco de Alucemas de 1927, en la que participaron unos 160 aviones de bombardeo, incluidos hidroaviones (en Marruecos se alcanzó la cifra de 500 aviones distribuidos en varios aeródromos).33 Pero junto al carácter de guerra moderna, la guerra de Marruecos tuvo también el carácter de una guerra anti-partisana.34 Había que ocupar un territorio en el que la población en general era hostil y su encuadramiento bélico generalmente irregular. Las tropas españolas se encontraban aisladas en blocaos y las posiciones avanzadas en riscos de difícil acceso (fig. 11), rodeadas de poblaciones que durante lapsos de tiempo eran aparentemente indiferentes —incluso colaboradoras— para pasar a ser combatientes en otros (incluso según las horas del día). Una guerra en la que la falta de agua y su contaminación era un factor a veces decisivo, donde los pozos eran tan necesarios como las fortificaciones y las enfermedades diezmaban las tropas. Largos periodos de calma se alternaban con fases agudas en las que incluso las policías indígenas y los regulares rifeños se pasaban al enemigo (porque nunca fueron amigos del todo), como en el desastre Todos muertos. La guerra total imaginada | 71

33. Cf. Riesgo, J. M. “La Guerra Aérea, 19231927, en Marruecos”, en VVAA La Campaña de África. Un Encuadre Aéreo. Museu de Prehistoria i de les cultures de València. Diputacio de València. 2000. 34. Utilizo “partisano” en el sentido que le da C. Schmitt en su escrito Teoría del partisano (1962).


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de Annual. Una guerra en la que, junto a las tropas que provienen de la península, combate una legión mercenaria formada por cubanos, argentinos, alemanes veteranos de la Primera Guerra Mundial, rusos blancos y regulares que hay que llevar de un lugar a otro para que no luchen contra su propia gente y se produzcan deserciones en masa. Sin embargo, una cosa es lo que fueran aquellas guerras y otra, diferente, cómo se percibieron, contribuyendo a configurar la imaginación de la guerra futura por parte de la población española. A este respecto se ha señalado que en España, hasta la Guerra Civil de 1936, es mucho más difícil discernir las actitudes populares frente a la guerra colonial de lo que lo es en los casos de Francia, Gran Bretaña y Alemania, pues su articulación escrita fue escasa. Sebastián Balfour enumera como razón de ello los altos niveles de analfabetismo de la tropa, la rígida censura de los oficiales, la tendenciosidad de la prensa y una tradición de confidencialidad familiar que hace difícil el acceso público a las cartas y los diarios.35 Quizá una buena manera de sintetizar el carácter de la guerra de Marruecos, desde un punto de vista popular, sea referirse a la crónica que desde su exilio londinense escribió en 1943 el veterano Arturo Barea, La ruta, segundo volumen de su trilogía La forja de un rebelde. Permítaseme una larga y significativa cita:

35. Cf. Balfour, S. “War, nationalism and the masses in Spain, 1898-1936”, en Acton, E. y Saz, I. La transición a la política de masas. PUV, Valencia, 2001.

“Los libros de Historia lo llaman el desastre de Melilla o la Derrota Española de 1921; dan lo que se llama los hechos históricos… Lo que yo conozco es parte de la historia nunca escrita, que creó una tradición en las masas del pueblo, infinitamente más poderosa que la tradición oficial. Los periódicos que yo leí mucho más tarde describían una columna de socorro que había embarcado en el puerto de Ceuta, llena de fervor patriótico, para liberar Melilla. Todo lo que yo conozco es que unos pocos miles de hombres exhaustos embarcaron en Ceuta… agotados hasta el límite de su resistencia después de cien kilómetros de marcha a través de Marruecos, bajo un sol asfixiante, mal vestidos, mal equipados, peor comidos… El barco era un infierno. Y melilla era una ciudad sitiada. Muchos años después aprendí lo que es vivir en una ciudad sitiada [se refiere al Madrid sitiado de la Guerra Civil del 36. N. S.], bajo la amenaza del enemigo que se ha prometido a sí mismo botín, vidas y carne

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fresca de mujer. Las gentes en las calles pasan deprisa… los servicios públicos no existen; el teléfono no funciona, las cañerías no funcionan, no hay carbón, la luz se apaga de pronto… los que no enfermaron en diez años se sienten graves de pronto y hay que buscar el doctor cuando caen las granadas; las calles están oscuras en la noche y el peligro escondido tras cada esquina. En la Melilla sitiada, un barco panzudo volcó estos miles de hombres mareados, borrachos, agotados de cansancio, que iban a ser sus libertadores… Oímos cañonazos, tableteos de ametralladora, disparos de fusil en alguna parte de la ciudad. Invadimos los cafés y las tabernas; nos emborrachamos y asaltamos las casas de putas… Provocábamos a los habitantes asustados: “ahora vais a ver lo que son cojones.¡Mañana no queda un moro vivo!”. Los moros habían desaparecido de las calles de Melilla; cuando el barco había atracado en el muelle, un legionario había cortado las orejas a uno de ellos y las autoridades habían ordenado a todos los moros no salir de sus casas… Durante los primeros días, nosotros, los ingenieros, construimos posiciones nuevas… Así nos fuimos alejando de la ciudad, adentrándonos en el campo abierto, y vimos el horror… Pero no puedo describir el olor. Penetramos en él como se entra en las aguas de un río. Nos sumergimos en él y allí no había fondo ni superficie; no había escape. Saturaba los vestidos y la piel, se filtraba a través de la nariz en la garganta y en los pulmones, nos hacía toser, vomitar. El olor disolvía nuestra sustancia humana. La empapaba instantáneamente y la convertía en una masa viscosa… Amontonamos los muertos en el patio sobre el caballo, los rociamos de petróleo y prendimos fuego a la pila… Aquel día empezamos a vomitar y seguimos vomitando días incontables. La lucha en sí era lo menos importante. Las marchas a través de los arenales de Melilla, heraldos del desierto no importaban; ni la sed y el polvo, ni el agua sucia, escasa y salobre, ni los tiros, ni nuestros propios muertos calientes y flexibles… ni los heridos que se quejaban monótonos o aullaban de dolor. Nada de eso era importante porque todo había perdido su fuerza y sus proporciones. Pero ¡los otros muertos! Aquellos muertos que íbamos encontrando, después de días bajo el sol de África que vuelve la carne fresca en vivero de gusanos en dos horas; aquellos muertos mutilados, momias cuyos vientres explotaron. Sin ojos o sin lengua, sin testículos, violados con estacas de alambrada, las manos atadas con sus

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propios intestinos, sin cabeza, sin brazos, sin piernas, serrados en dos… Seguimos quemando cadáveres en montones rociados de petróleo, seguimos luchando en crestas de cerro, en honduras de barranco… durmiendo en el suelo, devorados de piojos, torturados de sed. Construimos nuevos blocaos, llenando miles de sacos terreros, y levantamos en ellos parapetos. No dormíamos: nos moríamos cada día, y en el intervalo vivíamos a través de pesadillas horrendas. Y olíamos. Nos olíamos unos a otros. Olíamos a muerto, a cadáver putrefacto”36

Fig. 12. Postal impresa. J. Ibáñez, Soldado de infantería. Ed. Victòria, N. Coll Saleti, años 1920.

36. Barea, A. La ruta. De bolsillo. Barcelona, 2006, pp. 121-125. El énfasis es mío. 37. Cf. Las fuentes citadas por Balfour, S., art. cit, op. cit. pág. 89, nota 70. 38. Cf. Traverso, E. Violencia Nazi, una genealogía europea, op. cit. Especialmente el capítulo “Conquistar”, pág 75 y ss. 39. Citado por García Zanón, A. en “El Desastre de Annual en la Prensa Valenciana. Las primeras reacciones”, en VVAA La Campaña de África. Un Encuadre Aéreo. Op. cit. pág. 59.

Esta guerra colonial, prolongada y cruel, en un espacio inhóspito para los españoles, con una dimensión racista evidente (fig. 12 y 13), es, con todo, acorde con los principios de la guerra total. Las guerras coloniales en África no eran conflictos regulados por el derecho internacional que enfrentaran a Estados enemigos y finalizaran con un tratado de paz. Eran guerras que acababan con la sumisión de la población, pues los enemigos no eran ni gobiernos ni verdaderos ejércitos, sino la entera población. En el caso de la guerra de Maruecos, como en tantos otros casos de colonización, era descrita como bárbara, bestial, fanática, indolente, resistente a la civilización y, por tanto, merecedora de su castigo.37 Por otro camino, pues, la distinción combatiente/no combatiente quedaba abolida y la ferocidad del enfrentamiento asegurada.38 Que la guerra colonial en África tenía ese carácter acorde con la guerra total, y no podía sino incluir una componente exterminadora, se muestra en un artículo del diario católico Las Provincias, del 27 de julio de 1927, donde de forma cínica se establece como condición de la colonización la firmeza aniquiladora: “Inglaterra es la gran maestra en el arte de colonizar. Si analizamos sus procedimientos. Advertiremos que se condensan en una única regla: destruir por todos los medios y lo más rápidamente a la raza indígena […] Pero ¡ese sistema es inhumano! ¡Ese método es feroz y cruel! Oímos exclamar a los lectores de LAS PROVINCIAS. Tal exclamación nos descifra la incógnita de la deficiencia española para colonizar. Colonización y sentimentalismo, o si se quiere, humanitarismo, son opuestos; la una no es posible cuando existe el otro […] Sí, los españoles son sentimentales, y, por tanto, malos colonizadores”39

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Fig. 13. Ilustración del libro “Guerra a la guerra” de Ernst Friedrich (véase nota al pie número 2). El pie de foto reza: “Las virtudes de los hombres más nobles florecen en la guerra” (Conde Moltke). En la guerra de los españoles contra los marroquíes que luchan por su independencia, los soldados españoles cortaron las cabezas de sus prisioneros y las clavaron en bayonetas”.

Por otra parte, la guerra colonial de África también acaba siendo una guerra que pone de manifiesto las fracturas de clase en la propia metrópoli, incoando y agudizando el enfrentamiento civil. El origen social de las tropas de Marruecos estaba masivamente determinado por la eventual capacidad de la gente de pagar al estado las cantidades estipuladas para la exención del servicio. Salvo los oficiales y suboficiales, que tenían en Marruecos una mejor paga, posibilidades de promoción y no escasas posibilidades de corrupción, las capas más empobrecidas de la sociedad formaban el grueso de las tropas. Una tropa que, además, sufrían en su equipamiento y alimentación la rapiña y los negocios que a su costa se hacían en la intendencia. Barea en su crónica describe los mecanismos establecidos, omnipresentes, de fraude. De manera que, en general, el apoyo a la guerra de Marruecos se distribuía en función del origen de clase. La mayor resistencia provenía de los obreros urbanos organizados, mientras que el apoyo provenía de las clases altas y de las clases medias urbanas. Muchos autores atribuyen a los campesinos una actitud fatalista y

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resignada. Es notable que el desacuerdo se formulara a menudo en el contexto, y según los términos, de la justificación civilizadora de la guerra. Cuando Barea reconstruye las preguntas que los soldados de origen campesino se hacían al ser enviados a África, ofrece el siguiente monólogo: “¿Por qué tenemos nosotros que luchar contra los moros? ¿Porqué tenemos que “civilizarlos” si no quieren ser civilizados? ¿civilizarlos a ellos, nosotros? ¿Nosotros, los de Castilla, de Andalucía, de las montañas de Gerona, que no sabemos ni leer ni escribir, Tonterías. ¿Quién nos civiliza a nosotros? Nuestros pueblos no tienen escuelas, las casas son de adobe, dormimos con la ropa puesta, en un camastro de tres tablas en la cuadra, al lado de las mulas, para estar calientes. Comemos una cebolla y un mendrugo de pan al amanecer y nos vamos a trabajar en los campos de sol a sol. A mediodía comemos un gazpacho, un revuelto de aceite, vinagre, sal, agua y pan. A la noche nos comemos unos garbanzos o unas patatas cocidas con un trozo de bacalao. Reventamos de hambre y de miseria. El amo nos roba y, si nos quejamos, la Guardia Civil nos muele a palos. Si yo no me hubiera presentado en el cuartel de la Guardia Civil cuando me tocó ser soldado, me hubieran dado una paliza. Me hubieran traído a la fuerza y me hubieran tenido aquí tres años más. Y mañana me van a matar ¿O voy a ser yo el que mate?”40

40. Barea, A. op. cit. pp. 93-94. 41. Cf. Balfour, S. art.cit, op. cit. pp. 90-91.

El monólogo impersonal que Barea considera propio de la mayoría de los jóvenes soldados coincide notablemente con los términos de un artículo del periódico El Pueblo publicado el 26 de julio en Valencia, una de las primeras reacciones, junto al antes citado de Las Provincias, al Desastre de Annual. Allí se pregunta qué función tienen “las numerosas Hurdes ibéricas” y se contesta, que aunque “miserables” tanto en lo económico como en lo intelectual y lo físico, sirven de venero de donde extraer gabelas y de vivero de donde proveer a los ejércitos del Rey. Gabelas y soldados con los que se quiere “colonizar y civilizar Marruecos”. Ahora bien, civilizar, prosigue, equivale a establecer la comunidad civil, “¿Podrá cultivar el predio ajeno quien por ignorancia, flojedad y pobreza mantiene baldío el huerto familiar? ¿Podrá un ejército, por sí sólo, civilizar un país, sea el propio país, sea un extraño?”.41

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La guerra colonial es una guerra que sufren no sólo los sometidos de las colonias, sino los desheredados de la metrópoli. Una guerra que conviene a las élites militares y a las oligarquías que descuidan la población propia para satisfacer sus beneficios económicos e intereses políticos. Por tanto, la guerra de África llevaba a la misma conclusión que las especulaciones en torno a la guerra total imaginada. La lucha contra el capital, y contra el militarismo fascista concebido como su expresión instrumental contra las clases populares, era necesaria. Que esa lucha tuviera la forma de lo bélico o no, dependía de las diferentes opciones políticas. También podía tener una expresión rabiosa e impotente, adoptando la forma del motín iconoclasta, como en la Semana Trágica de Barcelona, cuyos ecos, no sólo en Cataluña, llegan a los primeros meses de 1936 tras la rebelión militar y la conspiración fascista. Pero Balfour también señala un aspecto diferente de notable interés analizando textos de los generales Queipo de Llano y Mola. La transposición del Otro marroquí a un Otro interno a la propia España, según un lineamiento de clase, que hicieron los militares africanistas, los futuros golpistas. No fue excepcional que conceptuaran a los obreros y campesinos renuentes a sus conceptos como lo habían hecho con los “moros”: incivilizados, torpes, indolentes e incultos.42 En cualquier caso, esa ya es otra historia, no la de una guerra imaginada, sino la que arrancó el 17 de julio de 1936, un día antes que en España, en Marruecos.

42. Cf. Balfour, S. art.cit, op. cit. pp. 90-91.

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De los epistolarios en tiempos de la guerra civil española (1936-1939) ROMÀ SEGUÍ FRANCÉS

1. SOBRE LOS EPISTOLARIOS Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (1936-1939) La Biblioteca Nacional de España organizó en mayo de 2004 un seminario sobre archivos personales1; es decir, sobre los archivos que han generado las personas individualmente a lo largo de su vida. La reunión, aparte de servir para destacar la importancia que tienen estos archivos como fuente de información e investigación, permitió elaborar una primera selección de trabajos inéditos que trataban diferentes aspectos, como su tratamiento técnico2 o la edición de epistolarios3. Al mismo tiempo lo que parece más importante es el intento de reflejar, mediante la documentación privada, otra manera de acercarse a la realidad. Es evidente que los archivos personales de los digamos protagonistas de la historia —me refiero a aquellos que generan estudios y biografías— inciden sobre aquello que vivieron, y destacan aquello que ellos consideraron más importante, olvidando o censurando aquello que no les interesaba recuperar. Las estrategias son múltiples y sugerentes, aunque no entraremos en el tema. En cuanto a los epistolarios, cabe pensar en diferentes posibilidades. Cualquier correspondencia se basa en una relación entre dos o varias

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1. Seminario de archivos personales (Madrid, 26 a 28 de mayo de 2004). Madrid, Biblioteca Nacional de España, 2006. 2. Juan Galiana: «De los archivos personales, sus características y su tratamiento técnico» en Seminario de archivos personales… op. cit., p. 19-28. 3. Ver la sesión sobre edicion de epistolarios con los trabajos de Enric Bou, Nigel Dennis, Andrés Soria Olmedo y Enrique Serrano Asenjo. Seminario de archivos personales… op. cit., p. 251-286. 4. Ver Jordi Gracia: El valor de la disidencia: epistolario inédito de Dionisio Ridruejo (19331975). Barcelona, Planeta, 2007. p. XI: «Un epistolario es una mentira discreta pero doblemente ofensiva. La impresión de veracidad de las cartas es tan inmediata y directa que tiende a colonizar en la imaginación del lector la integridad de la persona que las escribe o que las recibe. La realidad es exactamente la contraria porque la mera publicación de esas cartas deja en la oscuridad o en el silencio aquellos asuntos o interlocutores que existieron históricamente pero no dejaron rastro escrito en una tarjeta, una postal o una carta extensa y mecanografiada. Es una cautela elemental que el lector debe tener ante todo epistolario: la ilusión que transmite de capturar al personaje al instante es tan grande que tendemos a olvidar que esa misma perspectiva íntima arroja una imagen más interesada y parcial que la que construiría el buen biógrafo del personaje». 5. Sobre este tema hay poca bibliografía, y no es que no se haya tratado el tema, sino que se ha planteado desde otras perspectivas. Hay un artículo de Manuel Vázquez Enciso: «Historia postal de la guerra civil española». Boletín de la Academia Iberoamericana y Filipina de Historia Postal, (1983) nº 39, p. 72-80 que repasa diferentes aspectos, como la emisión de sellos o la censura, en los dos bandos pero que no profundiza en las relaciones que se generan.

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personas, las cuales se informan sobre unas actividades determinadas. No es lo mismo leer las cartas que se cruzan dos investigadores alrededor de un tema determinado que la que se genera entre un editor y un autor. No es lo mismo consultar las misivas que libra un embajador que las cartas de amor de unos recién casados. La relación epistolar se plantea sobre un entendimiento, sobre un universo de intereses que aleja otros. Aun así, tampoco se puede comparar la correspondencia de una persona pública —en tanto que es consciente— con la de unos individuos que se escriben sin ánimo de pasar a la posteridad. Contando con ello, no se debe olvidar que cualquier relación epistolar se basa en contar aquello que se quiere contar, escondiendo muchas veces una realidad que, por las razones que se puedan considerar, no interesa reflejar, sobre todo si la relación epistolar contiene elementos íntimos4. Además, se deben observar diferentes aspectos que condicionan cualquier contacto humano, como el marco histórico, las condiciones vitales o los acontecimientos que comportan una relación. Y no debemos olvidar que una guerra significa un derrumbe en la vida cotidiana, creando una nueva que establece otros parámetros. Con todo, la última guerra civil española, en lo concerniente al mundo de la correspondencia, se debe abordar con unas perspectivas diferentes5. De un lado, el Gobierno legítimo de España incicia unas campañas propagandísticas sobre la necesidad de comunicar el frente con los familiares. Del otro, surge el grave problema del analfabetismo que se sufre en toda España con actuaciones puntuales y efectivas como las Milicias de la Cultura. Esta contradicción, que se hace patente en la necesidad de fomentar la comunicación escrita y en la incapacidad de lograr una solución estable —porque la mayoría de la tropa casi no ha sido escolarizada—, obligará al Gobierno legítimo a establecer unas condiciones como mínimo sugerentes. EL ANALFABETISMO EN EL FRENTE: MEDIDAS DE CORRECCIÓN

La proclamación de la II República comportó una lucha constante contra el analfabetismo. Los sucesivos gobiernos, excepción hecha del bienio cedista, incrementan el presupuesto para la instrucción pública, de tal manera que si el vigente para 1930, antes de la proclamación, era de unos 209 millones de pesetas, 80 | Romà Seguí Francés


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aumenta en 1931 hasta llegar a los 267. En lo concerniente a 1936, la inversión había crecido hasta sumar 3426. Por otra parte, la creación de las Misiones Pedagógicas en 1931, que intentaban acercar la cultura a los pueblos, indica la revolución cultural que se pretendía, porque la lucha contra el analfabetismo buscaba eliminar un aspecto tan siniestro, condición que sufría el cincuenta por cien de la población española7 al iniciarse la República. A pesar de invertir este presupuesto y escolarizar a los niños, una gran masa de la población adulta continuaba con la condición de analfabeta, cosa que se patentizó en los primeros momentos de la guerra. La Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (FETE) creó el Batallón Félix Barzana y el ministerio las Milicias de la Cultura para lograr que la masa campesina aprendiera mínimas nociones de lectura y escritura por una parte y las operaciones aritméticas básicas por otra8. De hecho, el 4 de julio de 1937, durante el acto de inauguración del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, el Comisario General del Ejército, Julio

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6. Ver Enrique Naval: «El presupuesto de instrucción pública de 1937» en Un año de labor cultural de la República Española. Tierra fime (2006), nº 3-4 , p. 612-613: «Al segregarse, en 1900, del antiguo Ministerio de Fomento, la Dirección General de Enseñanza, se formuló el primer presupuesto de Instrucción Pública, con un importe total de 17,4 millones de pesetas. Esa cifra pasó a 45,5 millones en 1902, por haberse hecho cargo el Estado de las atenciones de la 1ª enseñanza que hasta entonces corrían por cuenta de los municipios y que importaban, en el presupuesto de 1902, 24,1 millones de pesetas. Entre los 40 y los 50 millones se sostiene el presupuesto hasta el año 1907. Aumenta después lentamente, para llegar en 1917 a 76’7 millones. Tiene luego un aumento de importancia en el año 1920, en el que alcanza la cifra de 152’5 millones. En 1927 y 1928, el presupuesto de Instrucción Pública, que había llegado en 1924 a 177’6 millones, desciende a 160’3 y 166 millones respectivamente, para exceder de los 200 millones en 1929 y sufrir después en 1930 un nuevo descenso. Al advenimiento de la República, el presupuesto de Instrucción era de 209,8 millones de pesetas. El primer presupuesto republicano se elevó a 267,1 millones; el de 1933 llegó a 310,7 millones y el de 1934 a 550,2. Para el último semestre de 1935 las Cortes votaron un presupuesto de Instrucción Pública que, prorrogado para el año 1936, representa un gasto anual de 342,6 millones de pesetas. El gobierno del Frente Popular, cumpliendo el precepto constitucional, presentó a las Cortes en l° de Octubre de 1936, en plena guerra, un proyecto de presupuesto que fue aprobado y que rige en el presente año. Los créditos para Instrucción Pública ascienden a 497,1 millones, o sea un exceso de 150 millones sobre el presupuesto anterior y bastante superior al doble del último presupuesto de la monarquía, que no llegaba, como antes se ha dicho, a 210 millones de pesetas. En el presupuesto de 1937 se consignan, para el pago de los escalafones del magisterio primario, 265,5 millones de pesetas, contra 195,9


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del presupuesto anterior, lo que ha hecho posible la desaparición del sueldo mínimo de 5.000 pesetas (cuantos lo percibían han pasado al de 4.000; 10.000 de ellos, entre maestros y maestras, al de 5.000)». 7. Para entender la importancia de las Misiones Pedagógicas, es necesario consultar Ana Martínez Rus: «Las bibliotecas del Patronato de Misiones Pedagógicas (1931-1937)» en La política del libro durante la Segunda República: socialización de la lectura. Gijón, Trea, 2003. p. 29 y siguientes y Las Misiones Pedagógicas 1931-1936. Madrid, Sociedad Estatal de Conmemora-ciones Culturales, Residencia de Estudiantes, 2006. 8. Ver Antonio Ballesteros Usano: «Instrucción primaria» en Un año de labor cultural… op. cit. p. 583: «Persistiendo en esta misma línea de combatir con hechos y con organismos eficaces el analfabetismo y la incultura, el Ministerio ha creado, como institución propia, aneja a las diversas unidades del Ejército de tierra, aire y mar, el Cuerpo de Milicianos de la Cultura. Estos milicianos comparten con nuestros soldados las penalidades de la campaña y enseñan a leer y escribir a los analfabetos, amplían la cultura primaria de los que ya poseen las bases de la instrucción y facilitan libros y revistas a todos los combatientes en las horas de descanso para su recreo y ampliación de su cultura. Para facilitar la tarea de las Milicias de la Cultura, el Ministerio ha editado 150 000 ejemplares de una Cartilla escolar antifascista, modelo de buen gusto, de bella presentación tipográfica y de fino y acertado sentido pedagógico. En la actualidad funcionan 800 escuelas para soldados en los distintos frentes, servidas todas por maestros nacionales puestos al servicio de esta noble causa de difusión de los bienes de la cultura». Ver también Decreto, de 30 de enero de 1937, facultando al Ministro para organizar bajo el título de “Milicias de la Cultura” un cuerpo de Maestros e Instructores escolares para enseñanza de los combatientes. (Gaceta de la República nº 33, de 02.02.1937) y Luis García

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Álvarez del Vayo, introduce el tema del analfabetismo en su discurso, de tal manera que se compromete a que «al terminar esta Guerra Civil […] no quede un solo analfabeto»9 Esta situación obligará a tomar otro tipo de medidas, porque la correspondencia implica la superación del analfabetismo. EL CORREO

Una de las primeras medidas que toma el Gobierno legítimo es la de satisfacer las necesidades postales de los combatientes. El 7 de agosto de 1936 aprueba un Decreto por el que se crea la tarjeta postal de campaña10. Su preámbulo dice: «Obligación ineludible y apremiante del Gobierno legítimo de la República es, en los momentos presentes, atender con urgente solicitud, no sólo a las necesidades a avituallamiento y pertrecho propias de un ejército que lucha heroicamente por el restablecimiento de la legalidad republicana, sino las de índole familiar y afectiva, que son complemento lógico de aquellas. Es preciso organizar adecuadamente el servicio postal en los diversos campos de operaciones, así como facilitar a los esforzados combatientes republicanos la recepción y envío de su correspondencia epistolar y de cuantos objetos postales puedan cambiar cono sus familiares para satisfacer sus necesidades, su comodidad o regalo. Procede, para llenar estos fines, la creación de estafetas de correos para cada una de las columnas expedicionarias; implantar el servicio de “envíos populares”, análogo al establecido, en ocasión pretérita, para las fuerzas de Marruecos y norte de África, y eximir del pago de los derechos de franqueo a la correspondencia cambiada en las circunstancias fijadas a continuación».

No había pasado un mes desde la sublevación y el Gobierno había tomado medidas. El servicio postal había que organizarlo adecuadamente, porque la comunicación entre la retaguardia y las trincheras era necesaria en todos los aspectos. Aparte de fomentar la propaganda en la primera línea de combate, mediante acciones de cualquier tipo, como la creación de bibliotecas11 o imprimiendo postales que reproducían carteles de propaganda con mensajes de De los epistolarios en tiempos de la guerra civil española (1936-1939) | 83

Ejarque: «Las bibliotecas de las Milicias de la Cultura» en Historia de la lectura pública en España. Gijón, Trea, 2000. p. 215-217. 9. Ver Luis Mario Schneider: Inteligencia y guerra civil española. Valencia, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència, 1987. p. 64. Por la tarde intervino el filósofo Joaquim Xirau en representación de la FETE y su discurso se centró en las actividades de la lucha contra el analfabetismo. Ver Luis Mario Schneider: Inteligencia… op. cit., p. 77. 10. Ver Decreto, de 7 de agosto de 1936, del Ministerio de Comunicaciones y Marina Mercante, creando la Tarjeta Postal de Campaña (Gaceta de la República, nº 221, de 08.08.1936). 11. Ver, a modo de ejemplo, la tarea iniciada por la sección de bibliotecas de la organización Cultura Popular que, bajo la coordinación de la bibliotecaria Teresa Andrés, organizó pequeñas bibliotecas en las trincheras y los hospitales de sangre. Ver su texto: «Cultura Popular y su Seción de Bibliotecas» en Un año de labor cultural… op. cit. p. 604-606. Este texto se reprodujo en Biblioteca en guerra. Madrid, Biblioteca Nacional de España, 2005. p. 313-318.


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lucha, el Gobierno se plantea solucionar otro tipo de comunicaciones más cotidianas, como la circulación de información, los giros postales12 o la entrega de paquetes para que los milicianos puedan recibir ropa o comida. TARJETA POSTAL DE CAMPAÑA

Es interesante observar los diferentes tipos de tarjetas postales de campaña, porque evidencian su función13. Hay unas que no llevan más indicaciones que las de ser postales de campaña y hay otras que reproducen carteles de propaganda de diferentes organizaciones, ya sean obreras, como la UGT o CNT-FAI, ya sean culturales, como Cultura Popular14. Al mismo tiempo, lo que es sintomático es el revés impreso de más de una, porque hace patente el problema del analfabetismo. Este modelo es el siguiente:

12. Decreto, de 6 de septiembre de 1936, del Ministerio de Comunicaciones y Marina Mercante, disponiendo que mientras duren las actuales circunstancias, se cursen gratuitamente los giros postales dirigidos a las fuerzas leales y milicias que luchan en los diversos frentes y los expedidos por las mismas dirigidos a localidades españolas autorizadas. (Gaceta de la República nº 251, de 07.09.1936) 13. Ver Ricard Martí Morales: Les targetes postals a la guerra civil 1936-1939. Barcelona, Miquel Salvatella, 2000. 14. Una muestra se puede encontrar en: http://www.sbhac.net/Republica/Carteles/Index. htm.

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El modelo recoge las informaciones que son imprescindibles para comunicar unos datos mínimos y esenciales, de tal manera que con un poco de escritura pudieran ser transmitidos. No es cuestión de entrar aquí a evaluar el por qué de este modelo, ya que cualquier formulario obliga a eliminar aspectos. Lo que importa, sin embargo, es el hecho de necesitar modelos para favorecer la comunicación, lo cual indica el grado de analfabetismo de la tropa republicana. TARJETA POSTAL INFANTIL DE CAMPAÑA

No obstante, al comenzar las diferentes evacuaciones de niños de los distintos frentes15, el Gobierno creó otra tarjeta postal, la tarjeta postal infantil16: «El Gobierno legítimo de la República a los pocos días de producirse la subversión fascista consideró como una de sus obligaciones ineludibles la de atender con urgente solicitud a las necesidades de índole familiar y afectiva del ejército que lucha heroicamente por el restablecimiento de la legalidad, y por ello con fecha 7 de agosto próximo pasado se decretó la creación, entre otros servicios de Correo, la «tarjeta postal de campaña», que utilizan para su comunicación epistolar las fuerzas leales, y la gratuidad de la correspondencia a éstas dirigida. Recientemente, la conveniencia de sustraer a la infancia del ambiente bélico que la proximidad de la lucha produce ha aconsejado evacuar a zonas alejadas de la contienda a numerosos niños que tienen su habitual residencia en las afectadas hoy por el curso de las operaciones. Y así como al principio de estas, para facilitar a los heroicos combatientes republicanos la recepción y mando de la correspondencia epistolar, el Gobierno se creyó obligado a otorgarles los beneficios antedichos, ahora se cree obligado a extender estos beneficios a los niños evacuados y a sus familias. De esta forma, el Correo, que viene transmitiendo solícitamente a quienes luchan contra el fascismo en los frentes de combatió el aliento confortador de sus más íntimos afectos amenazados, favorecerá asimismo las relaciones espirituales con sus progenitores y familiares en general de los niños que ha separado de ellos el empujón brutal de la guerra y que han hallado en los encalmados y acogedores rincones levantinos el ámbito pacífico en que siempre debe desarrollarse la niñez».

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15. Ver Eduardo Pons Prades: «El éxodo interior (1936-1939)» en Los niños republicanos en la guerra de España. Barcelona, RBA, 2005. p. 39-68. 16. Decreto, de 29 de octubre de 1936, del Ministerio de Comunicaciones y Marina Mercante, creando la tarjeta postal infantil, que sólo podrá ser utilizada por los niños evacuados de su residencia habitual. (Gaceta de la República nº 304, de 30.10.1936).


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Es evidente que las acciones que se iniciaron para favorecer la comunicación entre los padres y los hijos se encontraban insertas en campañas de propaganda, dado que había que revivificar la moral de la tropa por lo que respecta a los aspectos familiares17. 17. La importancia que el Gobierno legítimo da a los niños queda reflejada en la semana infantil que organiza València, que pretende asumir la celebración de la fiesta de los Reyes con un carácter laico. Ver Rafael Pérez Contel: Artistas en Valencia: 1936-1939. Valencia, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència, 1986. v. II, p. 679 y siguientes. 18. Ver Manuel Aznar Soler: «La política cultural republicana» en Literatura española y antifascismo (1927-1939)». Valencia, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència, 1987. p. 97 y siguientes.

- La experiencia de Arturo Ballester y Antonio Machado Una de las iniciativas más singulares fue la que protagonizaron el ilustrador valenciano Arturo Ballester y el poeta Antonio Machado. Al comenzar el asedio de Madrid, el Gobierno legítimo evacuó a los intelectuales que residían en la capital de España para instalarlos en Valencia, alojándolos en la Casa de la Cultura, en la calle de la Paz18. Arturo Ballester, que ya se había encargado de diferentes carteles de propaganda, destacaba entre los ilustradores valencianos. Según contaba, «yo conocí a Machado en el café Ideal-Room, que estaba en la calle de Las Comedias, frente a Agricultura. Machado venía huyendo de

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Madrid, pues allí estaban bombardeando a base de bien. Machado era un hombre muy bien puesto, muy elegante, y llevaba unos poemas que iban a servir para unas tarjetas postales que se iban a repartir entre los niños para que pudieran escribir gratis a sus padres que estaban en el frente. Era una cosa benéfica, más que nada. Esos poemas los ilustré yo: fueron seis dibujos en total19». 2. LOS EPISTOLARIOS DE LA COLECCIÓN MONREAL-CABRELLES CARACTERIZACIÓN DE LOS EPISTOLARIOS

Los epistolarios de la colección Monreal-Cabrelles que conserva la Diputación de Valencia de la última guerra civil española señalan unas características interesantes: a- Los protagonistas no son conocidos, lo cual implica que los relatos no tienen tanta autocensura. Las cartas se escriben por otro tipo de necesidades. b- Las relaciones tienen un carácter íntimo importante, porque los emisarios y receptores son familia en grados diversos: unos son hijos que escriben a los padres; otros maridos que añoran a la esposa… c- Una de las personas está en el frente de batalla, y escribe desde las trincheras o desde un hospital de sangre, en el caso de encontrarse herido. d- La percepción del frente es diferente según la actividad que desarrolla el protagonista, porque unos viven más en las trincheras que otros. e- Los contenidos de los mensajes revelan dos situaciones: la guerra vivida por la población civil y por la tropa. Y además se habla de las necesidades reales e inmediatas. No obstante, hay que incidir en diferentes aspectos previos: a- Son epistolarios. Es decir, son conjuntos de cartas escritas, con mejor o peor fortuna, que contienen alguna tarjeta postal, pero que pretenden establecer un discurso que va más allá de cualquier formulario. b- Son incompletos. Pocas veces se han recogido en su totalidad, lo cual indica que se han conservado, generalmente, las cartas que se han recibido.

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19. Ver «Arturo Ballester: Retrato sin tiempo». Valencia Semanal, nº 67 p. 37-38.


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c- Las cartas redactadas por los padres indican una carencia de cultura escrita importante, porque están llenas de faltas de ortografía. De la misma manera, podemos encontrarlas en las de las esposas. Este hecho puede indicar una primera alfabetización en la infancia y una falta de ejercicio a lo largo de la vida. d- Asimismo, las redactadas por los hombres que están en el frente muestran más formación, sobre todo las de Julián Daroqui y Pepe Hidalgo. EPISTOLARIOS

20. Un relato sobre las diversas actividades que se daban en el frente se puede encontrar en la novela de María Teresa León: Juego limpio. Madrid, Consejería de Educación, Visor Libros, 2000. 21. Sobre la figura de las mujeres a lo largo de la guerra civil española, hay que consultar la obra clasica de Mary Nash: Rojas: las mujeres republicanas en la guerra civil. Madrid, Taurus, 2006.

De los diferentes epistolarios de la colección Monreal-Cabrelles que se conservan en el Museu Valencià d´Etnologia de la Diputación de Valencia, hay que destacar dos por su complejidad. El primero es el de Pepe Hidalgo, un artista que es enviado al frente. Contiene cartas de sus padres, de su hermano y de su novia, Editha Puche. Su trayectoria es interesante porque ejerce de artista en el frente, de tal manera que ilustra periódicos murales, modela retratos de personas, hace de cartero o trabaja en una compañía de teatro20. Además, es herido e ingresa en un hospital de sangre. El epistolario de Pepe Hidalgo permite la reconstrucción de un itinerario por los diferentes frentes con informaciones diversas: por una parte, las cartas escritas a su familia, en especial a sus padres, relatan la vida cotidiana con temas recurrentes, como la comida —nunca se queja, e incluso engorda—, el tabaco o las actividades artísticas que desarrolla; por otra, la correspondencia con Editha refleja otro ámbito, porque esta estudia en el instituto de Yecla y responde a un modelo de mujer revolucionaria, en lo concerniente a ciertas contestaciones que le hace a Pepe Hidalgo, como cuando le recrimina que el problema de los celos ya está superado y que en las mujeres de aquellos momentos no había espacio para este tipo de sentimientos, o cuando ella le envía poemas de amor de Rubén Darío21. El problema, sin embargo, de este epistolario es la disgregación, porque de todas las cartas que se conservan, no hay series completas de los corresponsales, con lo cual la sensación de trabajar con fragmentos no permite una continuidad. 88 | Romà Seguí Francés


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EPISTOLARIO DE UN ALUMNO DE LAS ESCUELAS POPULARES DE GUERRA: JULIÁN DAROQUI-AMPARO FERRER

La edición de un epistolario es una tarea complicada, porque implica a un conjunto de decisiones que hay que plantear. Nuestro interés se basa al mostrar una correspondencia que hace patentes las relaciones entre las trincheras y la retaguardia, al mismo tiempo que destaca lo que sucede en los dos ámbitos. Quizá el más completo sea el de Julián Daroqui, aunque el de Pepe Hidalgo describe la trayectoria de un artista en el frente, actividad que señala el interés por la propaganda. Asimismo, el de Julián Daroqui es más extenso temporalmente y llega a las postrimerías de la guerra, cosa que permite reconstruir diferentes aspectos de una manera más precisa. No se ha intentado en ningún momento transcribir todas las cartas, sobre todo porque no hay espacio suficiente y porque las hay que son de trámite. La manera que se ha elegido ha sido la de presentarlas por temáticas, eligiendo varios fragmentos para ofrecer una perspectiva que permitiera una visión conjunta. Nuestra pretensión es que el lector pueda reencontrar los aspectos más desgarradores de aquella realidad. Por ello, los fragmentos que se han transcrito son largos, de tal forma que el lector pueda extraer más conclusiones22. El epistolario entre Julián Daroqui y su mujer, Amparo Ferrer, proporciona una información intensa. Ambos son un matrimonio con una hija, y el motivo fundamental de las cartas es la posibilidad de huir del frente, de abandonar el peligro. Julián Daroqui es un mecánico especializado y una persona comprometida con la República. 22. La metodología utilizada ha sido la siguiente: se han eliminado algunas faltas de ortografía y se han añadido algunas comas para proporcionar más comodidad. Cuando hay omisiones al principio o al final de la frase, se ha indicado con tres puntos suspensivos con corchetes. Al final del párrafo se indica la fecha que figura en el encabezamiento entre paréntesis.

DE LA VIDA COTIDIANA, DE LA FAMILIA Y DE LOS AMIGOS

El epistolario comienza con una carta de Amparo Ferrer, en la que reclama noticias de su marido. Es interesante observar que Amparo Ferrer informará de su realidad —los bombardeos, la escasez de materias, etc.— cuando lo considera necesario, y su discurso intenta centrarse en los acontecimientos y problemas familiares y cotidianos y en las estrategias para lograr la vuelta de Julián. Es

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decir, su discurso, por una parte, es íntimo, porque le habla de la hija, la familia y los amigos, y, de la otra, es cotidiano, porque le informa de las vicisitudes que se viven en la retaguardia: « […] el reloj se atrasa mucho. Dime si subiendo el péndulo se puede arreglar. Julián cuando me escribas cuéntame muchas cosas tuyas, pues de seguro que te ocurrirán más que a mí, pues yo estoy en casa y aunque algún susto nos dan de vez en cuando y son cosas que no se pueden evitar, quitando de eso, puedes estar tranquilo, pues va haciendo ya calor. Dime si por ahí hace mucho frío y si tienes bastante ropa […] al acostarnos nos ponemos debajo del almohadón un retrato tuyo, y dice la Tere: así papá no pasará frío, y dice que vengas pronto y yo también digo que se termine pronto esta guerra que me ha separado de ti». (25.05.1938). «Ayer por la tarde estuvieron a vernos Miguel, Cata y la niña y estuvieron un rato haciéndome compañía […] También vino a preguntar por ti el conserje del Micalet y llevaba un recibo y no lo quiso cobrar. Dijo que ya volvería y me dio recuerdos para ti». (31.05.1938). «Julián en tu última carta me dices que leéis la prensa de Madrid, y que por lo tanto estarán algo al corriente de lo que ocurre en una de las últimas visitas de la aviación. Miguel, o sea tu hermano, lo ha tenido muy cerca, pero por suerte no le ha ocurrido nada y a nosotros por ahora, aunque tocan bastantes veces las sirenas y si ocurre alguna cosa no es de aquí». (16.06.1938).

Amparo Ferrer comienza el epistolario contándole cuestiones familiares, como las ocurrencias de su hija Teresa o las visitas del hermano de Julián y su familia, o la visita del conserje de la sociedad El Micalet, de la que él es socio. En lo concerniente a las noticias de los bombardeo en Valencia, Amparo Ferrer, al comprobar que son publicitadas por los diarios, las relata. Esta estrategia le empleará a lo largo de la contienda.

1- De la hija Teresa y de las relaciones con Amparo Ferrer Un de los ejes fundamentales es la hija Teresa. Por un lado, su salud es un tema recurrente, porque llega a sufrir un par de enfermedades, y del otro, Julián De los epistolarios en tiempos de la guerra civil española (1936-1939) | 91


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Daroqui casi siempre tiene unas palabras para ella. Teresa le escribe unas palabras en las cartas que envía su madre. «Julián en unos días la niña no te escribirá, pues no está casa, pues a causa de haberse puesto enferma la Carmen, y de estar en nuestra casa, el médico ha dispuesto que la Tere no esté con nosotros». (10.09.1938) «Amparo dime cómo está la Carmen, si sigue mejorando, y también cómo está la Tere, si come bien y con ganas, y si está ya en casa o todavía está en casa de Concha, y vea que me escribe, pues no puedes figurarte la alegría que yo recibo al recibir carta con dentro unas letras de Teresín, pues a mí me sirve de consuelo el leer tu carta y la que me escribe Tere me llena de alegría». (12.10.1938) «Amparo leo en la tuya que la Tere está enferma de cuidado y que pida permiso. Éste no me lo concederán si no presento certificado médico. Ves a ver a D. José y que te haga un certificado y me lo mandas enseguida». (17.12.1938) «De lo que me dices de la Tere, que la has purgado, ya he visto en otra tuya que no ha sido nada, de lo que me alegro, pues en la actualidad me asusta el pensar que pueda caer la niña enferma de cuidado, pues como la cuestión de medicina está miedo ahora mal, podría complicarse y tardar en ponerse bien, cosa que sería un sufrimiento para ti y para mí». (20.01.1939)

La ternura que muestra Julián Daroquin hacia su hija es impactante, porque siempre tiene algunas palabras para ella, cuyo mensaje va variando a medida que la niña va evolucionando con el tiempo y se escolariza: «Querida Teresín: muchos besitos te manda tu papá, que seas muy aplicada y buena, no le hagas hablar a la mamá y que me escribas mucho, pues el papá se alegra cuando le escribes. Tu papá que te quiere». (03.08.1938) «Teresín: muchos besos del papá que te quiere mucho y te manda muchos besitos y abrazos para que te acuerdes y no te olvides de tu papá, que te quiere mucho». (07.08.1938) «Teresín: muchos besitos y abrazos de tu papá que no te olvida y que tiene ganas de verte para jugar contigo». (09.08.1938) «Teresín: el papá ha recibido el cromo que le envías en tu carta y se ha alegrado mucho, pues ya hacía muchos días que no me escribías. Escríbeme

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siempre que lo haga la mamá, pues me das mucha alegría. Te mando muchos besitos y abrazos. Tu papá que te quiere mucho y no te olvida». (04.09.1938) «Teresín: muchos besos te manda tu papá, que comas mucho y no le hagas hablar a la mamá y que seas obediente en todo lo que te mande, y así el papá te quiere mucho y siempre te mandará besitos hasta que pueda ir a verte, que tengo muchas ganas. Tu papá». (08.09.1938) «Teresín: muchos besitos te manda el papá que tiene muchas ganas de verte, que seas aplicada en el colegio, que aprendas mucho y no le hagas hablar a la mamá y que seas obediente y me escribas, pues ya hace días que no me escribes y que te acuerdes mucho de papá, que también te quiere mucho y tiene muchas ganas de verte». (12.09.1938) «Querida hija Teresín: el papá está muy contento al saber que ya escribes al dictado y que lo haces bastante bien; cuando me escribas no lo hagas aprisa, pues despacio la letra sale más bonita y mejor escrita; también los dibujos me gustan cada vez más pues los haces muy bien; cuando el papá vaya a casa ya veré como dibujas y tengo muchas ganas de ir para darte muchos besos y abrazos. Tu papá que te quiere mucho y quiere que tú también lo quieras». (17.11.1938) «Querida hija Teresín: […] quiero que seas buena y obediente para con la mamá, el yayo, las tías y todas las personas mayores y así el papá, la mamá y todos cada día te querrán más». (05.12.1938) «Querida Teresín: he recibido la tuya en la que leo que estás bien, de lo que papá se alegra mucho, y que no le hagas hablar a la mamá, esto es lo que el papá quiere, que seas buena y que comas mucho y aprendas mucho en el colegio para que te hagas muy mayor y muy guapa, pues las nenas que aprenden en el colegio y no hacen hablar en casa a sus mamás y tías y a sus yayos, todas se hacen muy guapas y muy mayores». (20.01.1939) «Tere: he recibido tus cartas en las que leo que eres la primera en la clase y que te van a dar un premio, lo cual me ha puesto muy contento, pues el papá eso es lo que quiere, que estudies mucho y aprendas, para que así te hagas muy mayor y muy guapa». (03.02.1939) «Teresín: […] la suma, resta y multiplicación estaban muy bien hechos. Te mandaré otro día, para que tú las hagas, unas sumas y operaciones y al mismo tiempo te escribiré un cuento». (21.03.1939)

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No obstante, la relación con su mujer, de manera separada, se trata muy pocas veces, aunque siempre hay una alusión directa a la necesidad de vivir todos juntos, de reunir a la familia. De hecho, con la guerra, Julián Daroqui va cambiando de talante, y se percata: «Amparo, como te dije, estamos en un sitio muy bonito, donde hay mucha agua y mucha sombra y tranquilidad, y parece que aquí no haya guerra, pues no se oye nada absolutamente, pareciendo esto un paraíso. Si la suerte quiere que podamos reunirnos al fin de esta maldita guerra, cosa que espero que así sea y mi deseo es que sea pronto, hemos de venir a pasar un día y verás lo bonito que es esto, pues en tiempo normal aquí también venía gente de paella y veraneo. Amparo ya comprenderás que, yo que nunca me ha gustado el ir fuera de casa, al decirte esto es por el deseo de vernos juntos para no separarnos nunca tú, yo y la Tere». (11.08.1938) « […] la dicha que antes teníamos de estar siempre juntos, y ahora me doy cuenta que te he querido y cada día te quiero más, a pesar de que muchas veces hemos regañado, cosa que si tenemos suerte de volver a reunirnos para siempre, espero que no sucederá, pues yo he aprendido en la ausencia que la vida sin ti me pesaría y mí única ilusión en este mundo eres tú». (13.02.1939)

Hay un hecho singular que hay que comentar. Una mujer, al parecer amiga de una vecina de Amparo Ferrer, se acercó al frente para ver a su marido, el cual es compañero de Julián Daroqui en el campamento. Amparo Ferrer se entera, y le pide expliaciones. Julián Daroqui le responde: «Amparo en tu última me dices que María, la del segundo piso, ha visto a la Isabel y le ha dicho que me vio y que ella ha estado con su marido, pero esto está bien para quien le guste pasar las incomodidades que ellos deben de haber pasado, pues él estaba en el campamento y ella estaba en un molino de arroz que hay en el término de Benavites, y por las noches Pepet se escapaba del campamento (exponiéndose a que lo castigaran), la noche que podía, y así estaban juntos pues. En dicho molino había varias familias y allí estaban todos amontonados durmiendo donde podían. Ya comprenderás que de estas formas

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es preferible estar tú en tú casa y yo cumpliendo con mí deber […] te explico esto para que veas de que manera ha estado con su marido, pues a mi entender esto no es estar un mes con él, sino estar todos los días esperando si viene o no viene». (21.10.1938)

2- De las provisiones Por otro lado, uno de los temas más recurrentes es el de las provisiones que se envían de la retaguardia al frente, y a la inversa. Aunque la alimentación es el más recurrente, porque a medida que la guerra va arrasando van desapareciendo ciertos productos de la retaguardia, también encontramos otros, como las hojas de afeitar: «Amparo si puedes encontrar hojas de afeitar, me compras y me las mandas en una carta bien envueltas en papel, pues por aquí el barbero que hay, a las horas que tenemos libres, no puede afeitarnos». (31.01.1939) «Recibí en la carta una hoja de afeitar, la cual me vendrá muy bien, aunque hubiese querido a ser posible que me hubieses mandado más, pero por lo que me dices que cuando se estropee, que te la mande y la afilarán, veo que no hay por ahí facilidad en encontrar hojas, por lo que me arreglaré con esta y te la mandaré cuando haya que afilarla». (09.02.1939)

En cuanto a los alimentos, Julián Daroqui no se queja nunca del rancho al pasar los primeros meses, aunque pide dulces: «Amparo dime como lo pasáis por ahí de comida y de pan, y que tal os va y si tenéis de todo, pues yo te pido en otra carta que me mandéis comida, y no sé si os va a hacer falta a vosotras, pues de ser así no quiero que me mandes nada, que yo ya lo pasaré como sea. Cuéntame la verdad, pues yo quiero saber como estáis ahí». (08.09.1938) «Hoy he recibido también el paquete que me mandas con dos botes y cacao y tres cigarros más, un poquito de calabazate y un poco de tabaco del sr. Sendra». (10.09.1938) «Amparo en el paquete no te olvides de mandarme papel y sobres y un lápiz, papel de fumar y sellos […] quitando de esto que te pido y de lo que me

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mandes en el paquete no te preocupes de nada […] estoy muy bien y con el rancho y lo que tú me mandas como muy bien, y por aquí no hace nada de frío y hasta creo que he engordado un poco». (17.11.1938) «Amparo he recibido el paquete, el cual ha llegado muy bien y está muy bueno todo lo que en el va, pero ya sabes que te tengo dicho muchas veces que, si a vosotras os hace falta, no quiero que me envíes nada de comida. Si no tenéis de sobra, no quiero que vuelvas a mandarme, solamente cacao y cosas de esas y, si mandas un bote, que sea sin carne, pues yo aquí como carne muchas veces». (06.01.1939)

Incluso, Julián Daroqui envía pan a su familia: «Cuando llegué aquí tenía tres chuscos guardados y no sabes lo que he pensado en vosotras, que estáis tan mal de pan, pero como no puedo mandároslo, pues desde aquí no se puede mandar nada, y mi gusto seria el que pudierais comerlo vosotras». (10.01.1939) « […] los compañeros que están conmigo me han ofrecido que me darán también pan y así voy a poder llevaros siete u ocho chuscos». (20.01.1939) «El pan que te mandé, te lo hubiese enviado antes pero no me fue posible […] Teresín: muchos besos y abrazos te manda el papá, ya me dirás si el pan que te ha mandado el papá estaba bueno y si comes mucho». (31.01.1939)

Y como no podía ser de otra manera, el tabaco es un de los bienes más solicitados: «Amparo he recibido el paquete que me has mandado en el cual había dos cigarrillos. No te puedes figurar la alegría que he tenido, pues desde que vine no tengo tabaco, así es que me los he racionado para seis cigarros delgados y no puedes figurarte cada vez que me he fumado uno lo mucho que he pensado contigo y lo feliz que seria si pudiéramos estar juntos para siempre, pero esto es cosa de suerte y mientras no nos llege la suerte a nosotros, hemos de pasar lo que se presente. Amparo siempre que me mandes paquete veas de mandarme todo el tabaco que puedas recogerme, pues aquí no nos dan por ahora y yo teniendo tabaco soporto con mayor resignación el estar lejos». (06.10.1938)

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3- De los amigos, de los muertos y de los desaparecidos El epistolario refleja poco a poco diferentes acontecimientos que van produciéndose. Normalmente, la fuente es Amparo Ferrer, quien se encarga de comunicárselos a Julián Daroqui. Las muertes se comentan de diferentes maneras: «Amparo con sentimiento leo en tu carta la desgracia ocurrida al pobre amigo Pepe, y ahora me explico el que yo le escribí una carta y me la devolvieron desde el hospital por desconocido. Aplaudo tu ofrecimiento hecho a su mujer y ya sabes que lo que tú hagas siempre, está para mí bien hecho». (02.11.1938) «Quedo enterado de que has recibido el certificado de defunción de mi hermano Vicente (Q.E.P.D.) al cual la suerte no le ha acompañado. Paciencia pues así debería estar escrito en el libro del Destino». (06.02.1939)

Una situación que se describe con detalle es la desaparición de un amigo en el frente. Las noticias no llegan de manera clara, y no saben si ha muerto o si ha desaparecido. Julián Daroqui no duda en ayudar:

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«Amparo referente a Manolo al igual que vosotros estoy preocupado por su suerte, pero como quiera que por ahora no se puede saber nada referente a su paradero, hay que tener paciencia, que ya sabremos el día menos pensado dónde se halla y en que condiciones. A la Carmen le dices de mi parte que en casa, o sea en nuestra casa, es también la suya para todo y que referente a dinero no tiene más que pedir lo que sea necesario, pues dile que quedé con Manolo que si ocurría lo que ahora lamentamos, u otra cosa peor, yo le prometí que, mientras yo estuviera vivo, que ni a ella ni a Manolín le haría falta nada, de modo que le das a leer esta carta y que quede enterada». (03.02.1939)

DE LAS DIFERENTES RECLAMACIONES

A lo largo del epistolario se pueden detectar dos intentos de reclamación para que Julián Daroqui abandone las trincheras y ocupe una plaza de mecánico especializado a la retaguardia. Las devienen en un fracaso: la primera, porque no llegan o se pierden los papeles; la segunda, porque no llega a consumarse. Lo que es importante destacar, sin embargo, es la insistencia, aunque los casos son muy diferentes. El primer intento se basa en una convocatoria pública para cubrir con mecánicos especializados 150 plazas: «Amparo supongo que en la prensa habrás leído que hay un concurso para cubrir 150 plazas de ayudantes ajustadores y estoy cursando una instancia para dicho concurso, que ya tengo permiso de los jefes de mi batallón, pero me hace falta que vayas al taller y pidas que me hagan a la mayor rapidez posible, pues solo hay plazo hasta final de mes, de un certificado de trabajo que certifique mi profesión de mecánico relojero ajustador y un aval sindical de afección al régimen. Todo esto con rapidez me lo tienes que mandar para que yo lo pueda entregar al comandante del batallón para que le de curso, pues lo que me falta son los dos avales que te pido, así se que supongo te darás prisa. Estas plazas a cubrir creo que son para trabajar en el parque de artillería, que es donde trabaja el andaluz que vive al lado de casa, el marido de Lucía. Veas de hablar con ellos y les dices que voy a presentar la instancia y les das

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mi número y señas y les pides que si fuera posible, por estar ya muchos años, a ver si conoce al que tiene que fallar los exámenes, a ver si él puede conseguir que yo sea admitido, pues se lo agradecería toda la vida». (17.08.1938) «Amparo habla cono Pepe Luis y le das de mi parte mis más expresivas gracias por el interés que se ha tomado por darme informes de lo que había que hacer y por la promesa de hacer lo que pueda porque saque la plaza. Si voy yo a Valencia yo personalmente se las daré, pues yo no esperaba menos de su caballerosidad, y espero que si está en sus manos hacer algo para que mi instancia sea de las que se aprueben, lo hará, cosa que le agradeceré toda la vida. Lo que hace falta que si puede que mi número sea recomendado por el que tenga que aprobar las instancias lo haga, que lo demás con mi buena voluntad y su ayuda espero salir airoso». (02.09.1938) « […] también con alegría me entero que el vecino Pepe Luis te ha dicho que si la instancia llega al Parque es casi seguro que saco la plaza, así que ya puedes figurarte lo ilusionado que estoy en espera de saber si la Brigada ha dado curso a la instancia o no, cosa que no puedo saber […] solo puedo saberlo por Pepe Luis o el día que me llamen del puesto de mando con orden de presentarme para ir a los exámenes». (10.09.1938) « […] según dice Pepe Luis hasta el día 8 no había llegado mi instancia todavía, lo que me ha llenado de disgusto, pero como quiera que estoy en un punto avanzado, no me es posible hacer ninguna gestión para ver si ha sido cursada o detenida la instancia en la Brigada o en la División, pues en el Batallón sé seguro que le dieron curso […] yo haré todo lo posible por enterarme y reclamar el que se le de curso, caso que estuviera detenida […] es lástima que ante las esperanzas que Pepe Luis nos da, por culpa de la Brigada pierda la oportunidad de obtener dicha plaza». (12.09.1938) «Amparo por aquí estoy bien pensando mucho en vosotras y deseando que la instancia que he presentado sea aprobada, cosa que seria para nosotros una suerte, pues aunque no pudiéramos estar juntos, por lo menos no estaría yo en peligro ni tú padecerías por mi suerte. Ya veremos si la suerte quiere que por fin consigamos lo que los dos deseamos hace tiempo, que sea una realidad y podamos estar tranquilos hasta el final de esta maldita guerra, que parece que vaya en camino de terminar, la prensa da muchas noticias, que si son verdad, ya no tardará mucho en terminar esta pesadilla horrorosa de la cual tenemos

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23. La primera se creó en Valencia. Ver Orden circular creando en Valencia una Escuela Superior de Guerra Popular para los Jefes y Oficiales que reúnan las condiciones que se indican. (Gaceta de la República, nº 353, de 18.12.1936). 24. La actividad de formación fue notable e imprimieron muchos manuales. Sirva como ejemplo: Automovilismo. Valencia, Escuela Popular de Guerra, 1938; Detall y contabilidad. 4ª ed. Valencia, Escuela Popular de Guerra, 1938; Enlaces y transmisiones: curso aplicación de Infantería y Caballería. Valencia, Escuela Popular de Guerra, 1938. 25. Decreto creando en Valencia la Escuela Popular de Estado Mayor para capacitación, en cursos abreviados, de alumnos ingresados que reúnan las condiciones que se especifican. (Gaceta de la República, nº 148, de 28.05.1937).


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ganas que se termine todos los españoles que estamos cumpliendo con nuestro deber de antifascistas». (12.10.1938)

El segundo proviene de su hermano Miguel, que trabaja en una fábrica de Almàssera: «Recibí ya una carta tuya en la cual va una de mí hermano en las cuales veo que ya la habéis entregado [la solicitud] y que, según me dice Miguel en la suya, la cosa parece que ahora va en serio pues en la fábrica de Almácera hace falta personal de mi oficio y el jefe de personal, por orden del director de la fábrica, tomó nota de mi número y dirección para reclamarme para someterme a un exámen y ver si puedo ocupar alguna plaza de las que hay vacantes. Esto, como comprenderás, me ha llenado de alegría, pues si se realiza, podremos al fin conseguir estar juntos como es nuestro deseo constante, nosotros y nuestra hija Tere». (17.11.1938) «Amparo recibí una gran alegría, en la primera de tus cartas, en la cual me das la noticia de que la solicitud ha llegado y están tramitándola y espero sea reclamado. Ya veremos si la suerte lo hace así. Pero en la segunda leo con pena que mi hermano Miguel ha recibido la orden de salir al frente, cosa que me entristece, pues ahora que parece que yo voy a poder estar en esa y lejos del peligro gracias a sus gestiones […] pues parece ser que él o yo tengamos que estar sufriendo las penalidades que lleva consigo la guerra […] a pesar de tener muchas ganas de estar cono vosotras comprenderás que, si pudiera ser, prefiero quedarme donde estoy y que él siga como hasta ahora, pues yo para que mi alegría fuera completa quisiera que mi hermano se quedará como hasta ahora y así mi alegría sería total». (01.12.1938) «Por la tuya veo que la incorporación de Miguel no ha sido llevada a efecto y supongo que es que vuelve a quedarse en el sitio de trabajo que ocupa, lo cual comprenderás que me llena de alegría, pues así queda tranquilo sin las penalidades a las que está expuesto todo el que sale de casa, pues en el sitio que está cumple con su deber de antifascista […] pues dadas mis facultades creo que yo he de servir mejor la causa antifascista en el rendimiento en el trabajo especial que me designen que aquí en las trincheras, donde hacen falta hombres sin corazón ni sentimientos para dar muerte y sembrar la destrucción». (05.12.1938)

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DEL CURSILLO DE LA ESCUELA POPULAR DE GUERRA

El ministro anarquista Juan García Oliver (05.11.1936-18.05.1937), quien formó parte del Gobierno de Largo Caballero, ante el batiburrillo que se había formado en las trincheras los primeros días de la contienda por el alud de milicianos sin ninguna formación, luchó por establecer las Escuelas Populares de Guerra23, las cuales pretendían formar los cuadros del Ejército Popular24. E mayo de 1937, se creó la Escuela Popular de Estado Mayor con la intención de capacitar oficiales que sirvieran para formar las tropas en el frente mediante cursillos específicos25. He aquí que Julián Daroqui gozó de uno en el frente sobre defensa antigás. «Amparo estas letras sólo son para que sepas que estoy bien y, como verás en la dirección que te mando, no estoy en la trinchera, cosa que supongo que te alegrará, pues estoy haciendo un cursillo de capacitación de antigás que lo hacemos en el Estado Mayor de la Brigada, en una escuela que han montado». (12.12.1938) « […] te ha puesto contenta el saber que estoy haciendo un cursillo antigás y por lo tanto no estoy en las trincheras. Como supondrás yo también estoy contento, pues si apruebo pudiera ser que no vuelva a estar en las trincheras, pero no hay que hacerse ilusiones pues no sé nada de lo que haremos una vez terminado el cursillo, pues no nos han dicho nada […] nos han mandado a estudiar a la clase que se ha instalado en segunda línea […] Yo pongo todo mí interés y por ahora llevo una buena puntuación en la clase. Ya veremos cuando terminemos donde vamos». (19.12.1938) «Amparo por ahora sólo puedo decirte sobre mi nueva situación que pertenezco a la Sección de Defensa contra Gases […] y que por ahora estamos sin hacer nada. Supongo que mi trabajo será el enseñar y explicar a las fuerzas que están de descanso la forma y manera de defenderse de los gases […] así que me parece que voy a estar muy bien. Ya te diré cuando empiezo a ejercer mi nuevo trabajo que, como verás, es muy cómodo y descansado y fuera de todo peligro. Esto, como debes suponer, me obliga a seguir estudiando, pues es bastante complicado, y como el curso ha sido tan rápido, para que algunas cosas no se me olviden, es preciso seguir repasando las asignaturas que he aprendido para poder salir airoso y bien en mi labor de enseñanza». (06.01.1939)

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« […] hace un momento hemos entregado el fusil y correaje, que todavía teníamos en nuestro poder, de modo que ya hemos dejado definitivamente de ser fusileros». (10.01.1939) « […] por aquí se me ha indicado si voy yo a desempeñar el trabajo de metereólogo, pero todavía no hay nada cierto. Cuando lo haya ya te lo indicaré, pues si hago este trabajo estaría muy bien, pues el trabajo se hace desde un observatorio donde se ve desde un telemetro el terreno enemigo y desde el cual hay que tomar los datos concernientes a la meteorología, y por lo tanto es un trabajo muy descansado y tranquilo, sin ningún peligro». (31.01.1939)

LA FINALIZACIÓN DE LA GUERRA

La finalización de la guerra, como se ha podido comprobar, es un tema recurrente. Asimismo, las palabras de Julián Daroqui señalan unas condiciones posteriores que no se dieron: «Amparo por lo que la prensa dice parece que la guerra está tocando a su fin, pero tú no te hagas muchas ilusiones, pues hay que atar muchos cabos y no se sabrá lo que hay de verdad hasta dentro de un poco de tiempo, pues de no conseguir las garantías precisas para que se eviten las represalias no se llegará a un acuerdo, previa la retirada de los extranjeros que, de no realizarla, no habría nada que hacer, pues mientras no nos dejen a los españoles solos, no se puede esperar que la guerra se termine». (13.03.1939)

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El dolor que transmite calidez GERVASIO SÁNCHEZ

Cubrí el cerco de Sarajevo durante una gran parte de su duración entre mayo de 1992 y septiembre de 1995. Aunque la ciudad estaba a pocas horas de avión de cualquier capital europea la cobertura fue dramáticamente posible gracias a la decisión de un escaso grupo de fotógrafos, periodistas y cámaras de televisión que, incluso, se enfrentaron a sus propios jefes decididos a oscurecer informativamente el patio trasero de la Europa rica. Algunos de estos hombres y mujeres murieron o fueron heridos durante el transcurso del conflicto bosnio. Otros, que también maduraron como profesionales en aquella trágica experiencia, perecieron años después en las guerras de Sierra Leona, Afganistán o Irak. El mismo mes que el cerco asfixiante sobre Sarajevo comenzaba a debilitarse viajé a la ciudad angoleña de Kuito y asistí a una realidad exasperante: aquel lugar había sufrido un cerco tan salvaje como el de la capital bosnia del que nadie había informado. Golpeado por la culpabilidad todavía recuerdo los paseos entre las ruinas o los pequeños cementerios levantados en los jardines de las casas y la presencia permanente en sus calles de víctimas de las minas antipersonas.

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En esta profesión se pierde pronto la inocencia y el optimismo. En los primeros años de experiencia se cree que el trabajo bien realizado puede subvertir el desorden imperante o cambiar el estado de las cosas. Pero pronto se descubre que unas guerras se benefician de la inmediatez mediática y otras quedan sepultadas por paladas de indiferencia. Las víctimas de unas y otras acaban formando ejércitos anodinos que se desintegran en la memoria como si hubiesen participado en una colisión cósmica. En Kuito realicé mi primer examen de conciencia en septiembre de 1995 y llegué a una clara conclusión: no podía permitir que la agenda dictada por las grandes potencias y los principales medios de comunicación, tantas veces en consonancia con intereses ajenos al periodismo, me pervirtiesen. Debía establecer mi agenda particular y acudir a aquellos lugares condenados al olvido. Afganistán debía ser tan importante el 10 de septiembre de 2001 o sus días anteriores que el mismo día que se produjo un hecho terrible como fue la destrucción de las Torres Gemelas, ocurrido a miles de kilómetros de distancia. Iraq debía ser cubierto en las fases estelares del conflicto cuando todos los focos estuviesen encendidos, pero también cuando el cansancio se instalase en los despachos de los que deciden lo que le interesa al lector, el televidente o el oyente. Las víctimas de las minas, los bombardeos o de amputaciones atroces, los niños soldados y los familiares de los desaparecidos debían ser tratados con el respeto que se merecen y sus historias documentadas con nombres y apellidos. La cámara no puede dispararse por el simple disfrute de una buena imagen o por la búsqueda frenética de un premio. Tampoco puede crear una ilusión de realidad y debe huir de la estética gratuita. También es cierto que el sufrimiento se presenta a veces inquietantemente bello. Hay imágenes “bonitas” de hechos horribles. Hay sufrientes o moribundos que parecen reyes. Hay dolor que transmite calidez. La guerra muestra lo peor del ser humano, el fracaso en su relación con el vecino, la necesidad compulsiva de hacer el mal. Pero la guerra también permite la aparición del heroísmo y la solidaridad. El Hombre bueno y el Hombre malo 106 | Gervasio Sánchez


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frente a frente. Ante tamaña confusión el hacedor de imágenes debe actuar con responsabilidad. En las guerras de larga duración víctimas y verdugos suelen intercambiarse los papeles. Hemos visto a soldados inocentes actuar meses o años después como culpables en Croacia. Hemos visto a asesinos agonizar durante una epidemia de cólera en Ruanda. Hemos visto asesinar a los mismos que habían padecido anteriormente un intento de asesinato. Muchas veces es difícil saber dónde está la verdad, consumida en los primeros compases del enfrentamiento armado. El mejor antídoto contra la confusión es situarse al lado de las víctimas, la única verdad incuestionable de una guerra, documentar su sufrimiento y convertir su testimonio en un icono contra la desidia.

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La fragilidad de la memoria (histórica), en la exposición “Guerra en la ciudad. 1936-1939” SANTIAGO GRAU GADEA

Jefe de la Unidad de Difusión, Didáctica y Exposiciones del Museu Valencià d’Etnologia

Nuestra memoria es selectiva. A menudo, sólo recordamos una pequeña parte de nuestro pasado, olvidando aquellos episodios de nuestra historia vital, más cotidianos, oscuros o desafortunados. Olvidamos nuestros peores recuerdos por cobardía, supervivencia o para evitar el dolor que nos producen, habitualmente sin ningún tipo de duelo ni de elaboración, sin darnos cuenta que sólo los apartamos de nuestra consciencia, pero que quedan grabados en el “disco duro” de nuestro inconsciente y que en algún momento, sin razón aparente, nos serán devueltos al presente, en forma de mala digestión, angustia o variadas reacciones psicosomáticas. Este olvido del pasado no sólo se produce a nivel individual sino que también afecta a los grupos sociales. A menudo, a los pueblos se les hace olvidar su pasado, negándoles la posibilidad de conocer su historia, para de esta manera ser más fácilmente manipulables. El que una comunidad se reconozca en su historia, con sus luces y sombras, siempre resulta rentable socialmente. Ayuda a la cohesión y al desarrollo social, y a no repetir los errores de su pasado. Pero

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este ejercicio de autocrítica colectiva frente al olvido, no está exento de dolor y de reconocimiento de responsabilidades, a veces difíciles de aceptar a corto plazo. La frase: “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, puede parecer tópica, pero desgraciadamente resulta cierta en la mayoría de los casos. Este es el caso de las guerras y más, de una contienda bélica entre hermanos, como lo fue en ciertos aspectos, la Guerra Civil Española (1936-39), con vencedores y vencidos conviviendo en la misma casa y caminando por el mismo barrio. Pero la historia es a veces tozuda, se niega a ser olvidada tan fácilmente y reaparece aunque sea a través del frágil recuerdo de un papel. Al finalizar la Guerra Civil, paralelamente a la destrucción sistemática de la memoria de los vencidos, también hubo una recopilación sistemática por parte de los poderes del bando vencedor, de documentación de todo tipo que justificara la represión de los ciudadanos sospechosos de haber pertenecido al

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bando de los perdedores. En este contexto, no es difícil comprender la razón que impulsó a mucha gente a deshacerse de sus recuerdos depositados en objetos fútiles como cartas, postales, diarios personales, cartillas de racionamiento, carnés, pasquines de propaganda, libros o periódicos, por temor a que el solo hecho de guardarlos, les pudiera comprometer con el bando de los vencidos o simplemente porque la presencia de aquellos frágiles documentos, les recordaba la dura realidad de una derrota o el tremendo sufrimiento de una época. Sin embargo, hubo otra gente que entendió que la historia del pasado se encontraba encapsulada en estos documentos a la espera de otro tiempo, de otra gente que los sacara a la luz y les devolviera la voz. Y así fueron recogidos de los contenedores de basura, de los desvanes de las casas o de los almacenes de papel viejo y volvieron a ser guardados para la posteridad. Es cierto que este tipo de documentos, que los técnicos en archivística denominan como efímeros, publicaciones menores, literatura gris o escritos privados suelen valer poco individualmente, pero no es menos cierto que adquieren valor en su conjunto y que resultan imprescindibles para acercarnos al conocimiento de la actividad diaria de las poblaciones, de sus sentimientos y de su forma de sobrevivir física y moralmente en estas circunstancias complicadas. Bien documentados, nos ayudan a reconstruir esa parte de nuestra memoria que nos arrebataron o que preferimos olvidar. Las sociedades, para construir su historia con mayúsculas, necesitan destacar unos hechos históricos puntuales sobre otros. Estos son los que se suelen presentar como los grandes hitos de nuestro pasado. Estos grandes hechos históricos de naturaleza bélica, política o económica suelen ser reconocidos y los más destacados recordados. Aunque los sucesos y las interpretaciones sobre los mismos difieran radicalmente unas de otras, dependiendo de la corriente historiográfica a la que se adscriba el investigador que los analice. Todos reconocemos la importancia de hechos históricos tales como: la Defensa de Madrid, la Batalla del Ebro o la Toma del Alcázar de Toledo. Pero al mismo tiempo parece que la vida cotidiana de la población, las Historias con Minúsculas, no son La fragilidad de la memoria (histórica), en la exposición “Guerra en la ciudad. 1936-1939” | 111


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dignas de formar parte de la Historia con Mayúsculas de los pueblos y es por ello, que pocos saben reconocer cómo fue la vida diaria en una ciudad durante la guerra o a través de qué elementos podemos caracterizarla. Esta memoria de la vida diaria es la que está encapsulada en este tipo de documentos, que técnicamente clasificamos en efímeros, publicaciones menores, literatura gris o escritos privados. En la sociedad actual, donde los medios de comunicación que utilizan la imagen y la palabra son predominantes, hemos aceptado, paulatinamente, que la presencia de este tipo de memoria del pasado está depositada en el material fotográfico, en las filmaciones y naturalmente en los testimonios orales, pero es también por la misma razón, que aún nos resulta difícil reconocerla en este otro tipo de documentación, habitualmente en soporte papel, que tan tardíamente está siendo recuperada del olvido. La memoria de nuestras ciudades en guerra ha sido casi borrada o sólo recordada desde la perspectiva de los vencedores. No suele ser así en otras ciudades europeas, donde el recuerdo de las dos Grandes Guerras Mundiales suele estar bastante presente, como por ejemplo en Berlín, Londres o San Petersburgo. Podemos caminar por nuestra ciudad sin que nada nos recuerde que hace 70 años hubo una guerra en nuestras calles. Sólo algunas escasas señales nos indican que algo pasó. Algunos restos de pintura sobre la fachada de alguna iglesia nos hablan de que alguien cayó por Dios y por España. Algunos rótulos, sobre todo en el centro de las ciudades, con unas grandes letras Decó, señalan la presencia de un lugar utilizado como refugio contra el bombardeo de la aviación enemiga. Naturalmente sabemos que hubo una guerra civil y hemos estudiado el desarrollo de los hechos históricos más significativos, pero sabemos muy poco de cómo se transformó el espacio de nuestras ciudades, de cómo se preparó a la población para los bombardeos aéreos, de cómo se transformaron sus habitantes de ciudadanos en soldados, de cómo sus moradores pudieron afrontar el día a día, de cómo se construyó la imagen de los héroes y de los villanos y, por último, de cómo se emplearon en la prensa las imágenes de la guerra, para crear un estado concreto de opinión pública. 112 | Santiago Grau


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Las guerras contemporáneas tienen algo en común: su creciente impacto sobre la población civil y sobre los núcleos urbanos. No existe en la actualidad lugar en el planeta que no pueda convertirse en objetivo militar y ser alcanzado en un breve espacio de tiempo. En los conflictos modernos, donde los espacios de guerra resultan cada vez más difíciles de definir, las ciudades se han convertido en frentes de guerra preferentes. El interés de la temática expuesta para la recuperación de nuestra frágil memoria histórica sobre dicho periodo, la oportunidad de contar con la magnífica colección de documentos Monreal-Cabrelles y el reto de vertebrar la presentación expositiva dándole voz a la historia a través de esta frágil documentación en papel, son las razones que nos han impulsado a producir la exposición Guerra en la ciudad, 1936-1939. A través de la colección Monreal-Cabrelles. En la exposición no sólo pretendemos recuperar la memoria histórica de un periodo concreto, sino al mismo tiempo, plantear una reflexión sobre el fenómeno de la guerra en las ciudades y sus efectos sociales y culturales sobre la población, partiendo de la hipótesis de que la Guerra Civil Española fue una contienda plenamente moderna en muchos de estos aspectos. La impresión que tuvimos cuando conocimos la colección de documentos Monreal-Cabrelles, fue que podíamos recuperar a través de ella, el pulso vital de una ciudad en guerra y hacerlo mediante la presentación del caso de las ciudades valencianas durante la Guerra Civil. De esta manera es como gracias a la colección Monreal-Cabrelles, podemos presentar en la exposición los documentos que pueden recuperar nuestro recuerdo o ayudarnos a construir una memoria de aquello que fue. Documentación que nos permite reconstruir qué ocurre en una ciudad, es decir qué les ocurre a sus habitantes, cuando por determinadas circunstancias, se ven obligados a vivir envueltos en unos acontecimientos tan trágicos. Cuadernos y folletos para preparar a la población contra los bombardeos y la previsible guerra química; mapas con el emplazamiento de las baterías de la defensa antiaérea en las ciudades; cartas de un soldado a su novia en la retaguardia; La fragilidad de la memoria (histórica), en la exposición “Guerra en la ciudad. 1936-1939” | 113


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cuentos para niños con el trasfondo de la guerra; cuadernos de cálculo que suman cañones y no las manzanas de un tiempo de paz; libretas de instrucción militar cumplimentadas por los soldados; tebeos y revistas de humor para elevar y formar la moral de los soldados; salvoconductos para poder desplazarse de un lugar a otro; cupones para recoger la ración de pan o la pastilla de jabón; entradas para asistir a un partido de fútbol del Valencia; carteleras de espectáculos para olvidar la guerra, exhibiendo las películas americanas y soviéticas del momento; postales con las imágenes de los nuevos héroes y líderes a seguir, junto a la forma de identificar a los enemigos a perseguir, pasquines que en sus consignas marcan cuál debería ser nuestra conducta. Todo este variado tipo de documentos se presenta en la exposición para ayudarnos a recuperar nuestra memoria, principalmente a través del frágil papel. En el último apartado de la exposición presentamos un interactivo denominado: “las imágenes del horror”. En él, pretendemos realizar una reflexión final

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sobre el uso de las imágenes fotográficas, como forma de presentación del horror de las guerras a la opinión pública contemporánea, intentando que el visitante se implique en el dilema de: dónde se debería establecer el límite de la presentación pública de la brutalidad humana. En la exposición “Guerra en la ciudad” a través de la colección MonrealCabrelles, hemos apostado por esta clase de documentación anteriormente descrita, como principal recurso para presentar e interpretar algunos aspectos sociales y culturales que caracterizan la vida en las ciudades en guerra, apoyándonos de manera complementaria en otros recursos habitualmente más conocidos como la fotografía, la memoria oral y los objetos. Una serie de razones nos han impulsado a realizar esta apuesta por este tipo de documentación, como recurso central de la presentación expositiva:1 - A menudo, estos documentos son la única fuente de información sobre determinados eventos o actividades sociales de carácter temporal o circunstancial. - Constituyen un elemento básico para reconstruir la historia o la participación de determinados organismos públicos o privados de naturaleza política, social, económica o cultural, complementando los materiales conservados de manera tradicional en los archivos, como son las fotografías o los documentos oficiales. - Resultan el material documental idóneo para analizar el uso de las imágenes gráficas, en la transmisión de mensajes ideológicos, con voluntad evidente de influir en las actitudes y las conductas de los ciudadanos, por parte de instituciones o asociaciones de carácter político y social y de su evolución a lo largo del periodo histórico presentado. - Son documentos que tuvieron una gran presencia e impacto en la sociedad de la época, por su difusión generalmente elevada y su distribución gratuita. - Al afectar esta clase de documentación a todo tipo de público, cualquiera que sea su edad, intereses o situación social, nos aportan una percepción global de determinados aspectos sociales del periodo, muy difícil de establecer a través de otros recursos documentales. La fragilidad de la memoria (histórica), en la exposición “Guerra en la ciudad. 1936-1939” | 115

1. En este artículo, la clasificación de los motivos para la conservación de este tipo de documentación, ha seguido los planteamientos desarrollados por Javier Docampo, de la Biblioteca Nacional de Madrid y Rosario López de Prado, de la Biblioteca del Museo Arqueológico Nacional de Madrid en su comunicación: "¿Tiene los folletos de las últimas exposiciones?. Problemas y soluciones para un material descuidado en las bibliotecas de los museos". Presentada por dichos autores en el 66 Consejo y Conferencia General de IFLA, realizada en Jerusalén en agosto de 2000.


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Nuestra memoria sobre estos aspectos sociales depende, en cierta medida, de estos poco valorados materiales documentales de naturaleza efímera, menor, gris y fungible. Sin ellos, sería muy difícil reconstruir los aspectos sociales de determinados momentos históricos y su repercusión sobre la población. Es por todo esto que podemos afirmar que nuestra memoria, sobre determinados aspectos del pasado es tan frágil, como el papel que la contiene y que por tanto, es necesaria su recuperación para la historia social.

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Entrevista con Esteban Monreal

Para quién no sienta la pasión del coleccionismo sin duda esta entrevista resultará toda una experiencia. Probablemente los estudiosos de la mente humana puedan avanzar hipótesis sobre el motivo último que subyace en la compulsión coleccionista. Por otro lado, no resulta difícil trazar una genealogía histórica del fenómeno del coleccionismo. A cualquier lector medianamente instruido le viene a la cabeza el coleccionismo de los grandes monarcas del siglo XVI como Felipe II o su sobrino, el Emperador Rodolfo II. En los orígenes de los museos están los gabinetes de curiosidades, tan propios de la época moderna. Pero este es un coleccionismo cualitativamente distinto del actual. Sin duda, el afán coleccionista, tal y como lo conocemos hoy en día, es un vicio burgués nacido con la revolución liberal. No obstante, todas estas son tan sólo, formas de salirse por la tangente. Dice una famosa anécdota que cuando a sir Edmund Hillary le preguntaron sobre el porqué de su ascensión al Everest respondió:”está ahí”. ¿Por qué se coleccionan cosas? Porque están ahí. En un tiempo como el nuestro, en el que en las listas de

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los libros más vendidos aparecen y reaparecen de forma continuada títulos sobre inteligencia emocional, equilibrio emocional y otros diversos manuales de “hágalo usted mismo (emocionalmente)” resulta interesante observar el interés que Esteban Monreal (Murcia, 1961) otorga al contacto emotivo que mantiene con las piezas que forman su colección. No estamos ante un estudioso de la guerra civil española, ni siquiera ante un erudito, ni un polemista, ni un acaudalado diletante, ni menos aún ante un ”fan” de la recreación histórica del periodo, figuras todas ellas abundantes en la España de hoy. Si se nos permite la metáfora, estamos ante un explorador. Ante aquel que pretende conectar con otra realidad (en este caso la España de hace siete décadas) no movido por un afán de vindicación histórica de cualquier tipo, sino con el objetivo de experimentar otra forma de vida, otra forma de construcción cultural de la realidad. En otras palabras, con el deseo de acercarse a la perspectiva de análisis que proporciona la etnología. Sin duda, como verá quien continúe leyendo (y haya previamente hojeado la introducción que abre esta publicación) el interés del coleccionista y de los comisarios confluye en un mismo lugar, hacia un mismo objetivo que el propio coleccionista resume con estas palabras: “Lo que me interesa de la guerra civil es el tipo de sociedad que se crea por el hecho de la guerra civil. Eso es lo que más me interesa. Eso lo quiero dejar claro. La guerra civil hace que se geste un modelo de sociedad en el cual la gente aprende y vive con la guerra civil”. Ese ha sido el objetivo común hacia el que se han dirigido los esfuerzos de todos los que han participado en esta exposición. MUSEU VALENCIÀ D´ETNOLOGIA (Muvaet): EMPECEMOS POR ALGO FÁCIL, ¿TE ACUERDAS CUÁL FUE LA PRIMERA PIEZA DE TU COLECCIÓN? Esteban Monreal: Bueno, no hubo una primera pieza, hubo una sucesión dentro de la colección. Yo empecé de muy joven comprando sellos en la Plaza Mayor de Madrid cuando estudiaba en Madrid, y me divertía comprar sellos, pero no me llenaba plenamente. De mayor, de bastante mayor, me di cuenta que aquella etapa era como un inicio en el coleccionismo. Aquello lo aparté porque me casé

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y me dediqué a la vida familiar y entonces me empezó a entrar el gusanillo de seguir coleccionando y retomé la colección de sellos. Vi que eso no era lo mío y dije: “pues voy ha hacer algo más arriesgado” y pasé a coleccionar sellos, pero en la carta. Y no me convencía del todo aquello, y dije: “pues sellos en la carta... pero cartas de la guerra civil”. Y ahí es donde empecé a descubrir la guerra civil. Esto fue aproximadamente en el año mil novecientos ochenta y nueve, noventa. ¿HAS PENSADO ALGUNA VEZ PORQUÉ TENÍAS ESA NECESIDAD DE COLECCIONAR?

Esa necesidad es innata. De muy pequeño, a los siete u ocho años, me apasionaban las tertulias familiares y las charlas de personas mayores que siempre, en aquellos años sesenta, incidían en sus historietas de la guerra civil. No me gustaban, o sea, no tenía interés por ellas, pero al oírlas me quedaba absorto. También me pasaba viendo casas antiguas y cerradas. Eso me dejaba como traspuesto, tenía como vibraciones para mí. Veía a las personas mayores, no sólo como personas mayores, sino como personas de otra época. ¿Y EL PASO DE ESCUCHAR ESAS HISTORIAS AL HECHO DE COLECCIONAR COMO FUE?

Hay una edad que no piensas en tener material, no tienes una capacidad seria, ni física ni psíquica de decir: “voy a coger material”. Eres un chiquillo y para lo más que puedes hacer es escuchar, pero ya te apasiona. En una etapa de mi vida descubro la necesidad de recoger material de la guerra civil, sobre todo documentación. No cualquier objeto, sólo documentación manuscrita o impresa. TU COLECCIÓN NO ES MUY COMÚN DENTRO DEL MUNDO DEL COLECCIONISMO DE LA GUERRA CIVIL. NORMALMENTE LA GENTE COLECCIONA CARTELES O OBJETOS MILITARES. TÚ TIENES UNA COLECCIÓN UN POCO EXTRAÑA, CENTRADA SOBRETODO EN DOCUMENTACIÓN Y MATERIAL EFÍMERO. ¿POR QUÉ?

Sí. Yo tengo mis pensamientos un poco surrealistas. Cuando fantaseamos sobre cualquier tema, pues yo fantaseo con la guerra civil, que abro una ventana y veo un panorama. Quiero ese panorama, y ese panorama sólo puede venir a mí, Entrevista con Esteban Monreal | 121


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dar ese salto en el tiempo a través de documentos o de material gráfico. A través de objetos no lo sé, pero si sé que no me no me emocionan tanto. Me parece más legado un documento o un material gráfico que un objeto. HAS UTILIZADO UNA PALABRA INTERESANTE: EMOCIONAR. CUANDO BUSCAS LAS PIEZAS, ¿BUSCAS QUE TE EMOCIONEN O BUSCAS PIEZAS INTERESANTE PARA LA COLECCIÓN?, ¿QUÉ PESA MÁS?

Las dos cosas. En un principio hay una carga emocional fuerte. Debe ser porque contacto con ese tiempo, esa ventana que os he comentado..., puedo rescatar esa imagen. Y el tener la pieza pues es como confirmar que has rescatado eso. No me conformo sólo con mirar, sino con poseer. Poseer parece que me conecta más con aquella forma de vida. ¿Y LOS SELLOS NO TE PRODUCÍAN ESA SENSACIÓN?

No. Creo que los sellos eran como, como el descubrimiento de una inquietud que debía acabar descubriendo que el final era conectar con la guerra civil. Pero sí tienes la sensación de conectar con algo y vas recogiendo cosas, siempre cosas de pasado: sellos, luego cartas, y al final aparece la guerra civil. No he sentido la necesidad de dar otro salto para llegar a lo que está, digamos, escrito en mí. ¿Y QUE PASÓ CON LOS SELLOS?

Se vendieron, los cambié. Y VOLVIENDO AL INICIO, AQUELLAS PRIMERAS PIEZAS, ¿QUÉ RECUERDO TIENES?, ¿LAS COMPRASTE, LAS ENCONTRASTE, TE LAS DIERON?

Bueno, yo poco a poco fui descubriendo dónde poder adquirir piezas de la guerra civil. Librerías de viejo, rastros y alguna persona particular. Sin ningún orden pues igual iba primero al rastro, o a una librería o a un particular. No de una forma agresiva, yo no iba a casa de un particular sino que iba a una persona mayor, que yo consideraba que había estado en la guerra civil y le preguntaba. 122 |


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O entraba en una librería de viejo y me ponía a buscar y a preguntar, y en el rastro igual. En el rastro ya se sabe la dinámica, ir buscando por esos cajones que están llenos de antiguallas. Y ¿RECUERDAS POR EJEMPLO EL TEMA DEL DINERO?

Yo un día me ahorré cinco mil pesetas y me fui al rastro y no tenía ni idea, tenía muchas ganas y cinco mil pesetas. Y ese fue el inicio. Bueno, no fue el inicio real pero lo considero como un punto de partida porque fue un día en el cual yo conseguí un buen lote en el rastro. Te hablo del año mil novecientos noventa y dos. Fue mi primer, como se dice en el mundo del coleccionismo, mi primer lote de guerra civil que constaba de los documentos de un señor que había estado en el frente y escribía cartas a su casa. Acabó la guerra y seguía escribiendo cartas desde la prisión. Entonces, obtuve un abanico entre cartas, postales ilustradas, cartas del frente y cartas de la prisión. Todo eso lo tomé como un punto de partida. EMPEZASTE A CONSIDERARTE YA COMO UN “PROFESIONAL” DEL COLECCIONISMO.

Sí, pero quiero matizar que no me apasiona el coleccionismo. El coleccionismo es un medio para llegar a satisfacer lo que yo quiero, que es tener un abanico grande de documentación de guerra civil para recrearme o reencontrarme yo mismo con algo que es una de mis pasiones personales. ¿QUÉ ES LO QUE CREES QUE TE APORTA LA COLECCIÓN?

Me aporta una felicidad efímera. A mí lo que más me apasiona es el momento del encuentro. Es el momento de sentarte a la mesa, es el momento de darle un beso a una persona amada. Lo demás se da por hecho. ¿QUIERES DECIR QUE DESPUÉS TÚ NO VUELVES A LAS PIEZAS?

Menos, con menos intensidad. Creo que es ya un encuentro egoísta. A mí lo que me produce emoción es el encuentro. Entrevista con Esteban Monreal | 123


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¿Y QUÉ SIENTES CUANDO, POR EJEMPLO, ABRES LOS SOBRES Y LEES LAS CARTAS?

Pues...sensaciones muy físicas: me pongo nervioso, se me seca la boca; me vienen una serie de flash de ideas: ¿por qué?, ¡qué bien!, admiraciones de chiquillo. Y ESO DURA MIENTRAS TE ENCUENTRAS CON LA PIEZA...

Eso dura... no sé, un día, dos, tres. Y, ¿HASTA QUE ENCUENTRAS LA SIGUIENTE?

Padecimiento, ansiedad. ES UNA NECESIDAD.

Sí. Esto de buscar cosas de la guerra civil, tal y como las busco yo, es como cuando sueñas con algo, lo deseas pero aún puedes hacerlo realidad. A veces ir a buscar materiales de la guerra civil me parece eso, ese momento en que he podido coger el sueño y hacerlo realidad. ¿Por qué?, porque aparecen en sitios inverosímiles, en momentos que no te lo esperas. Yo he ido a sitios que estaba cantado que iba a haber cosas y no había nada y en el sitio más inverosímil han salido cosas maravillosas. ¿CREES QUE EL HECHO DE QUE SEA GUERRA CIVIL —TEMA POR EL QUE SIENTES UNA PASIÓN ESPECIAL— INFLUYE EN ESTO, O SERÍA LO MISMO CON CUALQUIER OTRO TEMA?...

Yo creo que todos los coleccionistas, y les pido perdón, coleccionan objetos, una suma de objetos. Yo colecciono la emoción del momento del descubrimiento que me hace conectar con otros modos de sociedad, con otras gentes. Yo cuando cojo la pieza, en mi mente está lo que representó en ese momento en la vida. Cuando me sale un salvoconducto, pienso en un señor que se lo está enseñando a un miliciano que está en un puesto, y lo hago con muchos matices: si no lleva ese documento le podía costar la vida, etc..., ese documento supone mucha burocracia dentro de ese régimen, burocracia útil o inútil, no lo sé. Luego hay una

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segunda etapa que es tenerlo, archivarlo. Pero si colecciono no es por tenerlo, es por vivir ese momento, esa conexión con ese otro modo de vida, con esa cosa cotidiana de ese momento. Las piezas más extrañas siempre son las de las situaciones y momentos más extraños y más inverosímiles. Me producen más emoción. ¿POR MOMENTOS EXTRAÑOS TE REFIERES AL MOMENTO ORIGINAL EN QUE LA PIEZA SE CREÓ O A CÓMO LA ENCUENTRAS TÚ?

No cómo la encuentro sino el porqué se hizo esa pieza. Por ejemplo, de las piezas que más me apasionan es ese salvoconducto de Burjassot. Si yo me sitúo en ese momento, me produce mucha emoción. DICES QUE COLECCIONAS SENSACIONES, ¿QUIERES DECIR QUE PODRÍAS OBVIAR EL HECHO DE TENER LA PIEZA EN CASA?

No, es un complemento. Las dos cosas van unidas. NECESITAS TENER EL CONTACTO CON LA PIEZA

Sí, necesito experimentar la emoción que me transmite esa pieza al tenerla. Es algo personal, es como si esa emoción se transmitiera directamente desde esa época hacia mí. O sea, percibo yo sólo esa emoción. Pero también quiero tenerla físicamente. Uno tiene familia porque la tiene, porque la posee, no porque imagina que la tiene o porque vive de unas emociones. Igual con la pieza. COMPARADO CON LOS COLECCIONISTAS DE GUERRA QUE CONOZCAS O EL MUNDO DEL COLECCIONISMO EN GENERAL, ¿QUÉ TIPO DE COLECCIONISTA TE CONSIDERAS?

Pues yo creo que soy un coleccionista frustrado de esta época. Yo rompería toda mi colección si me dieran la oportunidad de vivir, desde la barrera, del año treinta y seis al treinta y nueve. ¿Qué tipo de coleccionismo es eso?, no lo sé. Si yo pudiera vivir desde la barrera, y digo desde la barrera porque así podría ver todo, no me apetecería tener papeles. Yo necesito saber de aquello, más que saber, sentir aquello, y no desde un punto de vista político, sino social. A mí me Entrevista con Esteban Monreal | 125


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emociona mucho saber que hay una señora desde las cinco de la mañana haciendo cola para coger víveres, pero me emociona más que va de la mano de su hijo, y si están sonando las sirenas me emociona más..., y que detrás de ellos están pasando, no unos militares, sino unos milicianos, porque en el miliciano se establece el binomio en civil-militar. ¿CÓMO ACCEDES NORMALMENTE A UNA PIEZA?

Como en todo proceso comercial. La detectas por suerte o porque te la traen, hay una relación comercial, un trato, se compra o te la dan y ya está. Y se obtiene la pieza, pocas veces no se obtiene, aunque nunca he rechazado nada. Yo normalmente todo lo he conseguido, no ha habido muchas dificultades con la gente. Y EL TEMA ECONÓMICO, ¿CÓMO LO GESTIONAS?

Yo nunca he hecho ese tipo de cuentas. Normalmente hasta los últimos años comprar documentación de guerra civil era bastante barato en cuanto que comprabas papeles viejos, o sea, el comerciante nunca te vendía lo que tú dentro estabas sintiendo, nunca pagabas lo que te gustaba. Hoy se paga. Comprabas papeles viejos. A mí mucha gente me decía:”esto se tenía aquí, se pudría y se tiraba y nadie hacía caso de ello”. Los últimos años ya empezó a ser caro. Antes no había que marcarse un presupuesto. Yo tampoco iba a cosas espectaculares, como grandes carteles, grandes obras gráficas, yo iba a papel cotidiano que era lo que yo más ansiaba. Puedo decirte que he sido afortunado, nunca me han salido las cosas caras. Siempre ha sido pues como un gasto de cualquier persona que tiene un hobby, léase ir al fútbol o irse por ahí con los amigos a tomarse algo, no ha sido algo descabellado. Tampoco he ido a sitios donde tenían un caché elevado. Los particulares siempre han sido muy generosos, me lo han dado por el gusto por el tema. ¿HAS TENIDO QUE RENUNCIAR A ALGUNA COSA POR LA COLECCIÓN ?

Sólo a algo muy importante: más o menos diez años de esa constante vida familiar. Yo tenía mi trabajo y mi tiempo libre lo dedicaba a buscar guerra civil. 126 |


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Dejaba un poco al lado la vida familiar, pero sin ninguna intención maliciosa. Para poder conseguir tengo que salir y si salgo no estoy con mi familia. Os hablo de salir de lunes a lunes. ¿Y CÓMO HA VIVIDO LA FAMILIA...?

Bueno, con paciencia. Poco a poco lo han ido entendiendo. La verdad es que esto es difícil de entender porque a los de la gente normal esto no dejan de ser papeles viejos. Yo sé que en casa no es un tema que les interesara personalmente. Pero sí les gustaba que yo fuera feliz con eso. El único comentario siempre ha sido:”hoy he conseguido algo bueno” ó “vengo contento, he tenido buen día hoy”. Y nada más. ¿Y EN EL TRABAJO?

No, lo he dejado al margen, o sea, en el trabajo no he comentado nada de este tema porque el trabajo es, por suerte o por desgracia, lo que mantiene mi vida económica, entonces lo tengo como una prioridad dentro de mi vida. La colección es una prioridad, pero dentro de mi tiempo libre. ¿PIENSAS QUE TUS COMPAÑEROS LO ENTENDERÍAN...?

No. Tampoco quiero que lo entiendan. No me hace falta. Esto es algo muy personal. ¿Y CON OTROS COLECCIONISTAS QUE SÍ QUE PUEDEN ENTENDERTE?

Sí, con ellos hablo bastante. ¿ALGUNA VEZ HAS TENIDO QUE PELEAR CON OTRO COLECCIONISTA POR UNA PIEZA?

Sí, siempre. Al menos yo iba con ganas de lucha, yo iba pensando: “no se me tiene que escapar”. También con el dueño. Aquí las sensaciones más amargas añaden valor a tus emociones. Es decir, el ir a conseguir la pieza era una lucha, vamos, como si entras en una selva, pero eso es lo propio en este tipo de coleccionismo. Entrevista con Esteban Monreal | 127


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Se sufre mucho. Se padece mucho, pero ese padecimiento lleva casi siempre al fruto de conseguir una pieza. Siempre está la incertidumbre de “¿la podré conseguir o no la podré?”, “¿qué pasará?”. Ese sufrimiento está dentro del proceso de conseguir la pieza. NUNCA HAS RECHAZADO UNA PIEZA, PERO ¿QUÉ PASA AL PODER CONSEGUIR ALGO QUE TÚ SABÍAS QUE ESTABA AHÍ?

¿Qué pasa?, un caramelo y dos niños y el caramelo se lo dan a otro. La misma emoción, la misma rabieta. No te enfadas justificadamente, te entra una ira, una rabieta, un pataleo, un odio que dura varios días hasta que vas moderando esa mala sensación creyéndote que pronto te va a salir algo muy interesante, algo que va a llenar ese malestar. Eso se da. Y desparece la mala sensación porque ya en ese momento te dan una bolsa de caramelos nueva. ¿TIENES ALGUNA PIEZA O UN GRUPO DE PIEZAS DE LAS CUALES TÚ NUNCA TE DESHARÍAS?

Eso nunca se sabe. Es todo muy normal, un coleccionista detecta una pieza que a lo mejor es de las que nunca te desprenderías y te ofrecen algo que te llena más, entonces estas ahí en un jaque y al final claudicas. Ahora, lo que sí sé, en este momento es que yo no tengo muchas piezas, yo tengo una pieza que es mi colección. Mi colección es una pieza, no tengo una pieza mejor. Cuando estoy un momento solo con mis piezas, pues a esta la quiero más, a esta la quiero menos..., pero mi colección es una pieza, que es la suma de todas. Así que en este momento no me desprendería de ninguna. PERO, POR EJEMPLO, A TÍ LOS CARNETS TE APASIONAN...

A mí me apasionan los carnets. Y me apasionan los carnets porque también uno va madurando y ve más posibilidades de formar una colección aparte, porque seguir con el tipo de colección que llevo hoy en día es muy difícil. Los carnets he descubierto que me gustan bastante, para mí un carnet es un código de barras 128 |


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de ese momento, y he optado por paralizar un poco el maremágnum que tengo de colección y dedicarme a conseguir carnets. Al final de todo en la colección hay una línea que te gusta más. Porque creo que es un escaneo de ese momento, la época, la persona, la situación, la condición, etcétera, etcétera. Es uno de los documentos más completos que hay en la guerra civil y que más transmiten. Todo esto empieza a ser un embrión de la colección de carnets. ¿CREES QUE ALGUNA VEZ LA COLECCIÓN ESTARÁ ACABADA, ESTARÁ COMPLETA?

No, no, nunca. La colección es un pozo ciego, o sea, un pozo pero que no tiene fondo..., nunca. A veces lo he pensado, he pensado con otros coleccionistas qué es tener poco, mucho o demasiado. Yo creo que no porque la ansiedad sigue, desde que tuve la primera pieza hasta las que tengo ahora la ansiedad es la misma, o sea, el vacío que hay es el mismo. Siempre seguirá faltando. Además, cuanto más tienes descubres que más falta. CUANDO TENÍAS LA COLECCIÓN EN CASA, ¿CÓMO LA ORGANIZABAS?, ¿FÍSICAMENTE DÓNDE LA TENÍAS?

Pues en archivadores. ¿Con qué criterios?, periódicos con periódicos, carnets con carnets, cartas con cartas, tarjetas con tarjetas. Eso lo hacía cuando ya tenía un número que a mí me decía: “archívalo ya así”, si no lo tenía todo revuelto pues en una caja. Cuando tenía ya un número determinado de algo que representaba lo mismo en esa época pues ya lo guardaba en archivadores tamaño holandesa, tamaño folio, en un armario, y los periódicos en cajas en las que cupieran en plano. Y LO QUE ES LA ORGANIZACIÓN INTERNA, EL SABER CADA COSA DE DÓNDE HABÍA VENIDO, DONDE LA HABÍAS COMPRADO, CUÁNDO LA HABÍAS ADQUIRIDO, CUÁNTO TE HABÍA COSTADO..., ¿ESO NO TE HA INTERESADO NUNCA?

Eso no me produce ningún tipo de emoción. ¿Quién?, no me interesaba. Yo cuando veía la pieza decia: “setenta años en un segundo, en un momento”, me daba la sensación de que estaba conectando con el momento. Lo que sí me ha Entrevista con Esteban Monreal | 129


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producido mucho morbo, si es adecuada la palabra es que la misma pieza, encontrada in situ, después de setenta años durmiendo en una buhardilla me produce más emoción que si esa misma pieza la coge un comerciante, se la pasa a un coleccionista y el coleccionista me la pasa a mí. El porqué no lo sé. Me parece que hay una conexión más directa si yo soy el último y cojo el relevo, como en una carrera. La persona la dejó allí durante la guerra civil y voy yo y la cojo. Ese relevo me da más sensación que si me la traen de terceras o cuartas manos. ¿TE HA PASADO ALGUNA VEZ ESA SITUACIÓN, O INCLUSO, QUE LA PROPIA PERSONA, EL PROTAGONISTA —ENTRE COMILLAS—, DE LA PIEZA TE LA DÉ A TI?

Sí. Una vez me pasó que conseguí todas las cartas de un combatiente y tenía al combatiente enfrente. Podía tener unos setenta y tantos años, estoy hablando de los años mil novecientos noventa, miraba la persona y la obviaba. Sin embargo el material me produce una sensación especial, no sé ser de otra manera. Soy muy visceral. Me era indiferente la persona porque no era de ese momento. No la hubiera obviado si me lo hubiera dado el chaval de veinte años que fue. Es como dijo Rafael Alberti. Rafael Alberti que se fue al exilio y volvió, ¡con unas ganas de ver Madrid!. Cuando vino a Madrid se decepcionó al verlo, ¿porqué?, ¿por el urbanismo en sí de ese momento?, no. Porque Rafael Alberti se dio cuenta de que él quería ver el Madrid de sus veintitantos años y con el estado emocional de ese momento. A mi me ha pasado lo mismo. Quería enfrente al combatiente, o sea, la voz viva y directa. Y quiero esa persona con sus veinticinco años en el frente. Eso nos pasa a todos. El efecto de un regalo, a un chaval de ocho años el efecto que le hace un regalo en reyes es mucho más intenso que cuando a personas ya maduras nos hacen un regalo por reyes. ¿QUÉ FUTURO LE VES A LA COLECCIÓN?

Me gusta que otra gente la vea, las emociones que les transmita pues, bueno, que sean de interés. Lo mínimo es que sean de interés, ya otras emociones me da igual. El futuro es incierto, plantearme lo del futuro de la colección es incierto. 130 |


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¿Qué va a pasar con la colección?, no lo veo claro. Me gustaría que se depositase en una institución, sueño con que la siga otro coleccionista, pero esto es un futurible a lo mejor dentro de cien años. Mi colección ahora es mi colección. Pero dentro de cien años ¿qué pasará, que será de mi colección?. Que esté en una institución, pero que esté viva o que siga en manos de otro coleccionista, pero que no muera. TU COLECCIÓN AHORA COMIENZA A SER MÁS CONOCIDA…

Hombre, la publicidad no es una finalidad, siempre es un medio para adquirir otras cosas: que tenga un caché, que la colección sea valorada, que económicamente tenga un peso y luego que se haga con ella lo que se quiera a nivel de investigación. Cuanta más publicidad tenga pues creo que su caché económico se elevará más De mi colección te puedo garantizar que alguien la transformará en dinero. Eso sí que lo garantizo, pero no sé quién, al final todas esas cosas se transforman en dinero, acaban siendo un producto. PERO, APARTE DE LO QUE ES LA COLECCION, ¿LEES LIBROS, VES LAS PELÍCULAS QUE SE ESTRENAN… TE INTERESA PROFUNDIZAR MÁS ALLÁ?

Muy poquito. No me interesa. Pongo un poco de interés en algo fácil como algún documental. En cuestión de libros, hojearlos… Creo que no tengo un interés desde el punto de vista intrínsecamente histórico sino que tengo un interés por conectar cada vez más físicamente con la época. Es decir ir a parar, no al excombatiente de ochenta años, que para mí el excombatiente de ochenta años es una persona de hoy y en el contexto de hoy. No, a mí me gustaría hablar con él cuando estaba helado en la trinchera. Claro eso es imposible. Puedes conseguirlo unos momentos pero es un goce efímero. TUS PIEZAS SON CASI TODAS DE LA ZONA REPUBLICANA

Sí, yo creo que la guerra civil se hace, se gesta, se manifiesta en la zona republicana. La guerra civil creo es más del bando republicano porque se crea una Entrevista con Esteban Monreal | 131


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sociedad en la cual se aprende a vivir con esa guerra. Es decir, los vales a nivel de comercios, a nivel de poblaciones, eso es propio de la zona republicana. Los comités, la descentralización del gobierno central, cada pueblo tenía su propio gobierno, sus normas, la infinidad de decisiones que se toman a nivel de pueblos pequeños que van desligadas de gobiernos centrales. El mismo hecho militar también va muy descentralizado. Lo que me interesa de la guerra civil es el tipo de sociedad que se crea por el hecho de la guerra civil. Eso es lo que más me interesa. Eso lo quiero dejar claro. La guerra civil hace que se geste un modelo de sociedad en el cual la gente aprende, aprende y vive con la guerra civil. Y LA ÚLTIMA, ¿QUÉ ESPERAS DE LA EXPOSICIÓN?

Otra emoción efímera. Me da miedo cuando salga por la puerta hacia mi casa. No sé, el motivo. Las emociones no tienen una justificación. Yo pensaré que las mismas emociones que he tenido yo quizás otras gentes las tengan. También puede que tengan otras emociones, pero también sientan algo. Eso me va a transmitir a mí que he hecho una labor interesante. ¿He descubierto algo?, ¿he sido capaz de emocionar a la gente?. La vida son emociones.

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Este libro se acabĂł de imprimir el 7 de noviembre de 2007, 71 aniversario del traslado del gobierno de la Segunda RepĂşblica de Madrid a la ciudad de Valencia.


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