Aunque Leibniz frecuentaba los cenáculos de los pensadores más conspicuos, sólo ocasionalmente pudo hacer entender a sus colegas la naturaleza de la característica que había comenzado a profesar. Se consagró, entonces, «con bastante intensidad a ese estudio», y fue «a parar forzosamente a esa admirable idea porque [pudo] descubrir cierto alfabeto de los pensamientos humanos y que mediante la combinación de las letras de ese alfabeto y el análisis de las palabras formadas de esas letras podían descubrirse y juzgarse, respectivamente, todas las cosas»