¿Es, de veras, utópica la pretensión de pureza de la razón?; ¿es inaceptable concebir un mundo creado por un primero absoluto trascendente?; ¿es factible un mundo de sólo inmanencias, es decir un mundo sin substratos, ni esencias?; ¿se puede, de veras, vivir sin buscar un fundamento?; ¿es criticable la postura de Rorty si se tiene en consideración la intercurrencia filosófica de un mundo para sentir, que sobreviene a un mundo para pensar? A intentar despejar estos, y otros interrogantes similares, dedicaremos estas páginas inspiradas en el advenimiento de la «era postmetafísica» del que se siguieron numerosas querellas que dividieron el pensamiento finisecular del siglo XX.