VARL

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-Los aviones y el «no me olvides»Así comenzaba otro pedazo en el viaje. Yo estaba en un aeropuerto más, pasando la rabia de que mi vuelo se retrasara por tercera vez y ya sin siquiera la voluntad de continuar discutiendo con la empleada de la aerolínea. Siempre era lo mismo al momento de volar: muchas horas de trafico estresante con la preocupación de no llegar a tiempo y de que el avión partiera sin mí y para nada, igual terminaba esperando por el condenado pájaro metálico. Pero así era todo aquel proceso y ya me estaba empezando a acostumbrar a él con tantos viajes que se cruzaban en mis días por aquel entonces. Hacía tiempo que había abandonado mi ciudad, la recordaba tanto que a veces la sentía como un sueño bonito que nunca había sido realidad. Pero otra ciudad ya me había adoptado y también se había ganado un lugar en mi corazón. Lastimosamente, no estaba en ninguno de los dos sitios a los que llamaba hogar; estaba en mitad de la nada, en una ciudad que ni siquiera recorrí y en la que solo me quedé una noche para tomar al día siguiente el otro avión. En ese rincón del planeta hacia un frio de los que ponen morados los labios y hacen que a uno le tiemblen las manos, nada parecido al lugar en donde crecí con su calor casi infernal. Así de cambiante es la vida y mientras que la nieve caía afuera, yo miraba el reloj y estaba pendiente de los anuncios de los vuelos que iban y venían aunque no terminase de aparecer el mío. Entonces como esos pensamientos inevitables que se entrometen en nuestras guerras mentales cuando menos imaginamos que ocurrirá, fue que sentado en ese aeropuerto la recordé. Casi al instante me arrepentí de haberlo hecho pero ya era demasiado tarde y el arrepentimiento valía tanto como el deseo de tenerla a mi lado, absolutamente nada. Qué triste era el desenlace de nuestra historia: ella lejos en ese universo en el que nací y yo en ese sitio extraño. El ultimo día que la vi pudimos cenar a la luz de la luna en un restaurante que quedaba en una azotea. Qué bonito había sido ese momento, de esos que se te graban en la memoria como un video en alta definición. Frente a techos con tejas de las casas vecinas y debajo de un cielo lleno de estrellas que parecía haberse puesto de gala solo para el disfrute de nuestra vista. Hablamos, comimos, bebimos, reímos, nos tomamos de la mano y ambos sentimos la ilusión de aquella felicidad fugas que nos visita el corazón tan solo por el tiempo limitado de unas pocas horas. Antes de aquella noche no me había conocido a mí mismo completamente. Ella me hacía entender el poder del amor y solo así se puede saber quiénes somos. Debí haber disfrutado


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