Revista de la Casa de la Cultura N26

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serranía ecuatoriana. La casa de bambú con su adentro afuera choca con la presencia de herméticas chozas indígenas, ilustrativas éstas de una soledad recóndita, y también, acaso, de una usurpada manera de ser y comportarse en el mundo. Esas chozas «hechas de tierra, cuyo techo es de paja parda», fascinan a Michaux. El autor de Ecuador halla en esos albergues un sentido de humildad que para él constituye un escape del mundo pequeño burgués, postizo, que advierte a su alrededor, en Quito. En esas «casas de fango» ve una manifestación de relaciones de poder, tanto al nivel social como al de la geografía propiamente hablando. «Sumisas» es la palabra que emplea para referirse a esas moradas. En las faldas de la inmensidad de los Andes aparecen las chozas cual entes rendidos, subyugados y obedientes frente a la imponente y devastadora presencia de la cordillera y sus cataclismos. Esa relación con la topografía, sin embargo, no es menor en su desproporción que a la que hace frente el amerindio en su circunstancia social diaria ante los poderes humanos y los elementos físicos. Frente a esas monstruosas y amenazadoras fuerzas, agentes del temor mítico que acompaña al amerindio, está la protección íntima y primitiva de su cabaña. No es la épica derrota que, en lucha a muerte, le proporciona el alcohol, al entender de Michaux. ¡No! Se trata más bien de un sosegado refugio, de un cobijo que arropa y acurruca, se trata de una guari130 • Estudios

da llevada al nivel más elemental. Nada que ver tampoco con las casas de caña brava. Aquí el espacio exterior queda abolido. Todo se centra en esa suerte de útero primario, de matriz primordial, de vasija de barro que es la choza. La choza comparte con las casas de bambú, el motivo del refugio y el interés en la imagen e idea del espacio, de la dialéctica de lo interior y lo exterior, de los deslindes, de lo ultra: preocupaciones que con tanta insistencia figuran en Ecuador. Michaux penetra en esas viviendas desprovistas, sí, de casi todo, pero no, dicho sea, de intimidad, de humo, de reciclaje constante, de vida y muerte. En esas viviendas, en cuyo centro está el hogar, la lumbre, el fuego, el amerindio halla uno de los pocos amparos, «acaso» inconsciente, a su necesidad de calor humano, de ocio, calma y de anestesia frente a los elementos físicos y humanos que lo abruman, acosan, aplastan y usurpan, llámense viento, lluvia, fuego, cordillera, páramo, frío, miedo, u orden social. Michaux ve en esas chozas de limo una comodidad más profunda y primordial que en las viviendas de los blancos. Las viviendas indígenas tienen centro; las habitaciones de los blancos, dice, no tienen centro, tienen ventanas, se desparraman y escinden entre lo exterior y lo interior, carecen de un auténtico núcleo, se desintegran, no abrazan. Las chozas indígenas, al contrario, remiten a lo primordial: al fuego, al alimento, a una humanidad elemental; apestan de vida, de


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