Revista Casapalabras N° 37

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Homenaje a Medardo Ángel Silva Centenario de su muerte

Nona Fernández Zapato roto

Juan José Rodinás Premio Casa de las Américas 2019

Mariana Travacio Cenizas de carnaval

Susana Reyes 45 años en la danza

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LA CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA

presenta la exposición

JORGE ARTIEDA EL CÓDIGO DE ARTIEDA Imagen: Carros de fuego / Campo magnético, técnica mixta, 2010

DIRECCIÓN Avs. 6 de Diciembre y Patria Sala Joaquín Pinto, entrada a los Museos Diagonal al Hotel Tambo Real www.casadelacultura.gob.ec

HORARIOS DE VISITA Martes a sábado 09h00 a 16h30 Reservación previa para visita de grupos

Del 4 de abril al 18 de mayo de 2019


editorial

FM

Autonomía institucional

E

n un contexto y situación difíciles me correspondió iniciar el ejercicio de la Presidencia de la Casa de la Cultura Ecuatoriana el 20 de junio de 2017, con grandes retos a la vista. Creo haberlos confrontado y cumplido a cabalidad, lo que, sin lugar a dudas, fue posible gracias al concurso consciente, decidido, comprometido y solidario de los 24 Presidentes de los Núcleos Provinciales en todo el país. En primer lugar, nos correspondió afrontar decididamente la defensa de la autonomía institucional, tesis histórica consustancial a la CCE desde su creación, que hace posible la defensa de su integridad e idóneo desempeño en bien de nuestro país y la ciudadanía. Entendemos la autonomía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’ como autonomía cultural, que es el ejercicio de la capacidad que tenemos los seres humanos para construir y afirmar la identidad individual y colectiva, configurando así nuestro modo de vida por la creación y el cumplimiento de normas que encarnen nuestra visión del mundo, nuestros valores y nuestras prácticas. Consecuentemente, la autonomía de la CCE comprende la capacidad de decidir y ejecutar acciones relativas a la vida institucional; esto es, al cumplimiento de sus competencias y, sobre todo, a las demandas culturales de la ciudadanía. La autonomía también es la libertad del ser humano para pensar, crear y expresarse sin más limitaciones que el respeto a la vida. Bajo estos parámetros desarrollamos nuestro trabajo en la Sede Nacional y en los 24 Núcleos Provinciales, lo que se demuestra con el libre ejercicio de todas las actividades y manifestaciones culturales en el territorio nacional.

número treinta y siete • febrero 2019

Presidente Camilo Restrepo Guzmán Director Patricio Herrera Crespo Editor Patricio Viteri Paredes Colaboran en este número: Luis Aguilar Monsalve, Jorge Basilago, Julio César Chamorro, Nona Fernández, René Gordillo Vinueza, Rodolfo Macías Huerta, Yuliana Marcillo, Humberto Montero, Aleyda Quevedo, Camilo Restrepo Guzmán, Isaid Reyes, Juan José Rodinás, Maritza Romero Bernal, Gabriela Ruiz Agila, Gustavo Salazar, Mariana Travacio, Francisco Trejo, Rodrigo Villacís. Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila L. Portada Jorge Porras Olmedo, Canción música de paloma, técnica mixta sobre tela. Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 463 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador. casapalabrascce @casapalabrascce

DE LA CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA 1 BENJAMÍN CARRIÓN casapalabrascce@gmail.com


índice

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Homenaje de la escritora Yuliana Marcillo al poeta Medardo Ángel Silva, a 100 años de su muerte en Guayaquil.

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Poesía de Francisco Trejo (México), Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019.

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Homenaje a Susana Reyes por sus 45 años en el sendero de la danza. Textos de Isaid Reyes y Susana Reyes.

Poemas de Juan José Rodinás, Premio Casa de las Américas 2019. Zapato roto, relato de la escritora chilena Nona Fernández. Poemas de René Gordillo Vinueza, Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2019.

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La escritora argentina Mariana Travacio presenta su cuento Cenizas de carnaval.

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Poemas de Carolina Patiño, escritora guayaquileña desaparecida prematuramente.

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Una pequeña acordeonista, relato del escritor ecuatoriano Rodolfo Macías Huerta.

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A 35 años de la muerte de Julio Cortázar, Jorge Basilago estudia su vida y obra.

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Humberto Montero analiza semióticamente el infrarrealismo mexicano.

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Gustavo Salazar hace una reseña de las obras publicadas sobre Benjamín Carrión, a 40 años de su muerte.

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Presentación de la obra Trilogía bandolera, de Eliécer Cárdenas, por parte de Camilo Restrepo Guzmán.

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Reedición de Las cruces sobre el agua y Cuentos escogidos de Joaquín Gallegos Lara.

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Aleyda Quevedo presenta la obra poética de Mario Campaña publicada en Poesía reunida (1988-2018).

80

Julio César Chamorro realiza una aproximación a la obra de la pintora Mónica Borja Valdivieso.

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La obra Siete novelas maestras del boom latinoamericano, de Antonio Sacoto, estudiada por Luis Aguilar Monsalve.

98

Homenaje al gran vitralista lojano Oswaldo Mora Anda, fallecido hace poco.

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Entrevista de Rodrigo Villacís al pintor Jorge Porras Olmedo.

Gabriela Ruiz Agila estudia la vida y escritura de Raquel Rodas. La trayectoria del Teatro del Cielo en un artículo de Maritza Romero Bernal.

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Patricio Herrera Crespo recrea la librería El Ateneo, la más hermosa del mundo, en Buenos Aires.


homenaje

Medardo Ă ngel Silva 1898-1919 Es considerado un importante poeta de la generaciĂłn del novecientos que introdujo el modernismo en la literatura ecuatoriana. En este 2019 se cumplen cien aĂąos de su muerte.


Yuliana Marcillo

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icen que desde niño tuvo una fijación con la muerte. Que quedaba hipnotizado con las caravanas fúnebres que pasaban delante de su casa, ubicada frente a un cementerio. Sentado en una hamaca o en el portal de su casa, lloraba esas muertes como suyas, y quedaba abstraído durante horas en imágenes o pensamientos que después iría plasmando en sus poemas. Desde muy joven vestía con ternos oscuros, sombrero, corbata y bastón, y aparentaba mucha más edad de la que tenía. Medardo Ángel Silva Rodas nació en Guayaquil el 8 de junio de 1898, fue escritor, poeta, músico y compositor ecuatoriano, es considerado el mayor representante del modernismo en la poesía ecuatoriana, perteneciente a la llamada Generación decapitada. Su nombre se encuentra firmemente vinculado con el pasillo ecuatoriano, pues sus poemas han sido inmortalizados por grandes compositores nacionales a través de la música. Sus versos, hechos canciones, habitan en la memoria colectiva como declaraciones de amor, desilusión, luto y muerte.

Pobreza y orfandad Silva quedó huérfano de padre a muy temprana edad. Vivió en medio de limitaciones materiales debido a la pobreza y la orfandad. La muerte de su padre dejó a la familia en una profunda crisis económica. Con una pensión muy básica, su madre logró adquirir una casa frente al cementerio. Esta situación, sumada a la guerra civil que experimentaba Ecuador durante esa época, incrementó la crisis alrededor de la cual creció y se desarrolló el poeta. «De niño entró a estudiar en la Benemérita Sociedad Filantrópica del Guayas, cercana a su casa. También le gustaba mucho la música, e incluso solía practicar con frecuencia el piano en el convento de los padres agustinos. Por el año 1910 ingresó al colegio Vicente Rocafuerte, pero al cuarto año tuvo que abandonar sus estudios por falta de recursos. Entonces entró a trabajar en una imprenta local. Luego de abandonar el colegio, comenzó a intentar publicar sus primeros poemas», señalan sus biógrafos. Sus primeros trabajos literarios fueron rechazados por los diarios


más importantes de Quito y Guayaquil, pero poco a poco empezaron a aparecer publicados en pequeñas revistas literarias. Para 1915 sus poesías, «que mostraban una marcada melancolía», ya eran aceptadas en todos los diarios del país. En pleno ascenso, figuró como jefe de redacción en la revista literaria Renacimiento y en El Telégrafo, que en esa época era el diario de mayor circulación nacional; también trabajó en la revista Patria, donde además estuvo encargado de la dirección. Se lo considera el único autor relevante del movimiento modernista que no perteneció a la aristocracia de Quito o de Guayaquil, como sí lo fueron sus contemporáneos Arturo Borja, Humberto Fierro, Ernesto Noboa y Caamaño, «todos ellos aunados a una lucha sociopolítica de ruptura y libertad, debido a la realidad social del país en donde los enfrentamientos eran parte de la cotidianidad, así es

como encuentran en la depresión melancólica su inspiración», señalan sus biografías. Debido a los problemas económicos, Silva no se graduó de bachiller, pero leía ferozmente, fue un autodidacta, lo que lo llevó a ser maestro e incluso a leer en francés; sus biógrafos señalan que eso facilitó el contacto con la poesía de los simbolistas franceses como Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire, quienes llegaron a ser sus más grandes referentes; también estuvo influenciado por Rubén Darío y Amado Nervo.

La ‘Hermana tornera’ Rodolfo Pérez Pimentel, biógrafo ecuatoriano, en un perfil realizado al poeta guayaquileño titulado El suicidio de Medardo Ángel Silva, nos ofrece detalles minuciosos sobre la vida y obra del poeta, así

Su nombre se encuentra firmemente vinculado con el pasillo ecuatoriano, pues sus poemas han sido inmortalizados por grandes compositores nacionales a través de la música.

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como las posibles causas o motivos de su muerte. Pérez señala que Silva era obseso depresivo, que soñaba dormido y despierto con la muerte, a la que había bautizado con el nombre de ‘Hermana tornera’ en varios de sus versos. A la muerte también la veía en el espejo. Según las investigaciones de Pérez, Silva sufría de tuberculosis y ansiaba trabajar en Quito, pues deseaba «cambiar de ambiente». También menciona una posible adopción. Pérez cuestiona: ¿Cómo siendo de tez de ébano, era hijo de padres blancos y que pasaban de la edad madura al momento de su nacimiento? Su padre era casi sesentón y su madre tenía 35 años y 15 de matrimonio sin fertilidad. Otros dijeron que Silva se inyectaba morfina, que fue asesinado, que lo mató el entorno lleno de prejuicios, además de la versión más conocida: se suicidó por amor en la casa de una adolescente guayaquileña llamada Rosa Amada Villegas Morán, de quien había sido profesor. Su familia se había negado a la relación porque acusaban a Silva de opiómano y de «peligroso».

Sus primeros trabajos literarios fueron rechazados por los diarios más importantes de Quito y Guayaquil, pero poco a poco empezaron a aparecer publicados en pequeñas revistas literarias. Para 1915 sus poesías, «que mostraban una marcada melancolía», ya eran aceptadas en todos los diarios del país. 6

El 10 de junio de 1919 Silva toma la decisión de suicidarse, cuando apenas tenía 21 años de edad. Lo anunció con su pluma en mayo de 1918, en su composición El Viaje: «Sé que hay un negro país (¿dónde?) al que iré algún día. ⁄ Las estrellas desveladas me oyeron preguntar ¿cuándo? ⁄ Pero bien sé que nadie sobre la negra tierra, podrá decírmelo... ⁄ La mensajera vendrá por mí, a cierta hora. ¿Quién eres?, preguntará mi corazón. ⁄ Ella, cubierta la faz por negros tules, nada responderá. ⁄ Silenciosamente ha de sentarse en mi barca; tomará el gobernalle... Y partiremos». Silva escribió bajo los seudónimos Jean D’Agreve y Óscar René, que adoptó en 1915. De sus obras solo fueron publicadas: El árbol del bien y del mal (poesías, 1918) — solo imprimió cien copias por falta de recursos y al no recibir aclamación por parte de los críticos de su tiempo, decidió quemar todos los ejemplares— y la novela María Jesús (1919) —fue publicada por fragmentos en El Telégrafo—, el resto: La máscara irónica (ensayos) y Trompetas de oro (poesías) quedaron inéditas.

Partida prematura Mientras que por las mañanas daba clases en una escuela, por las tardes, en labor de periodista literario, Silva escribía crónicas en prosa en las que manifestaba el horror y la repugnancia que le provocaba la burguesía ecuatoriana y el ejercicio de su poder. «Debía mantener a su madre, le acomplejaba el color de su piel y además fue padre de una niña a la que ni veía ni protegía y aunque tenía dos empleos no le alcanzaban los bajos sueldos», señala su biógrafo Rodolfo Pérez. En el poema Hastíos otoñales, Silva escribe: «Ya


nada me entusiasma / de cuanto me causara infantiles asombros, / y así voy por la vida, cual pálido fantasma / que atraviesa las calles de una ciudad de escombros». Envuelto en negro, enfermizo y sin esperanzas, Silva se sumerge en una idea frecuente. La llama de diferentes formas: «Libertadora», «Emperatriz», «Muda nodriza», «La enmascarada», «La extraña visita», «Llave de cautiverios», pero siempre es la misma. Sus biógrafos apuntan que también sufría de fotofobia (rechazo patológico a la luz). No soportaba la luz. En su poema Amanecer cordial, apunta: «¡Ah! No abras la ventana todavía, / es tan vulgar el sol, la luz incierta / conviene tanto a mi melancolía… / me fastidia el rumor con que despierta /la gran ciudad. ¡Es tan vulgar el día!». Pérez Pimentel relata que el día en que Silva decidió poner fin a su vida, estaba agripado. Al salir de casa se encontró con el poeta José María Egas, con quien fue a una farmacia y compró medicinas para seis días. Por la tarde se puso su traje negro, zapatos de charol y corbata de seda negra con rayas blancas, tomó un revólver Smith & Wesson y se dirigió a la casa de su Amada,

Medardo Ángel Silva fue un poeta precoz, lo apodaron el ‘Niño Poeta’. Antes de partir, un último poema fue entregado, un poema que estremece por dulce y sentencioso: Alma en los labios, el cual fue popularizado por Julio Jaramillo.

quien no tenía más de 16 años. En ese momento, al frente de ella, se habría disparado para acabar con su vida. Medardo Ángel Silva fue un poeta precoz, lo apodaron el ‘Niño Poeta’. Antes de partir, un último poema fue entregado, un poema que estremece por dulce y sentencioso: Alma en los labios, el cual fue popularizado por Julio Jaramillo. Su vida ha sido llevaba al teatro y al cine. En 2004 la Biblioteca Municipal de Guayaquil, a través de su Proyecto de Rescate Editorial, publicó sus obras completas. El día en que me faltes, me arrancaré la vida... suena en las cantinas.

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Una biblioteca en el invernadero (¿Cómo sería un artefacto para olvidarme de mí mismo?)

1 Abres el grifo y la tubería te bebe y el agua entiende tu velocidad (lenta): ese voltaje oscuro de tus pies en la tierra cuando paseabas en una playa desconocida mientras en una habitación de Nueva York, John Lennon cortaba una libélula con una tijera de coser. Las tijeras limitan la realidad. O una canción de Morrisey que dice. «soy el primero de mis amigos en morir». Abres tu casa dentro de tu casa y nos hemos puesto a llorar juntos pero solos. «Si no recuerdas este instante, no pasó, ni pasará». 8

Una botella de vino que una mujer bebe como si bebiera el espacio que existe entre las cosas.

2 Derrotado, crecí más allá de las nubes magallánicas. Los días de morir en la distancia me pedían no sentir por siempre. Toco la destrucción con cinco dedos de una mano que no tiene ninguno.

3 Las estrellas. Tuve las estrellas. Las estrellas de ti que no comprendo. Soy todo lo que no se salva:


galardón

4 entre ciudades amuralladas el adiós y la noche son la enfermedad de morir con estrellas en los ojos. Casas que crecen desde ninguna parte como flores oscuras de la mente. Alguien cuida molinetes de agua que no existen, pero ¿qué puede existir si no existen los molinetes de agua?

Pienso. Hay un bar en cuya esquina una máquina de futbolín me hace perder la paciencia. Una pelota cae. Afuera, el viento de tapiz amarillo, junto a casas y maniquíes, me dice: «equivócate, muchacho, que hoy te lleva el mundo». Dentro de mi mente, un verano crece con muchachas arrodilladas rezando hacia la Meca. Y mis neuronas trabajan como pistolas viejas lanzando rotas canciones al vacío. Entonces, algo extraño me permite mirarlo. Y no es la muerte que llama por su nombre a cosas que no existen (cosas que no existirán y son flores). Más bien, es la herida que deja mi error al producirse: pienso la herida, tantas veces oscura y cobijada: escalera que subo para sobrevivir. Allí, habito mi promesa (la traiciono): el lenguaje, casa de todos, nunca mía. Soy los rieles que alguien dejó ayer detrás de mis zapatos. Esos trenes que han muerto en ojos que nacerán mañana. Soy los conejos que nacen de mis manos cansadas, que beben en mis manos y en tus manos ajenas. En este cuarto, sobre esta cama, la vida es un jarrón en polvo. Soy bienvenido a los ojos que no me recibirán. 9


¿En qué consiste ser un don nadie ligeramente místico? (¿Bansky también inspecciona las flores?)

1 Pinto. Los limoneros negros serán rojos en la nieve, será octubre en la isla. Es inevitable que esté yo lejos de mi lógica. Siempre registré mis manos como objetos desconocidos. Arrojé dados y los dados caían sobre el espacio oscuro. ¿Noche oscura del cuerpo? Relámpagos, liebres rojas corriendo en las paredes. O registré quizás los objetos desconocidos como antiguos parientes que vuelvo a ver de lejos. Hoy, empiezo a imitar mis gestos. Hoy, octubre de algún año, en la isla sin alguien, ya me llevo una vida (y algo más) de distancia. Un mundo, en su capullo, mi cuerpo está muy lejos de mi cuerpo. Un mundo, me aproximo a los pequeños desiertos de las cosas a escala. Pinto. Yo pinto. Soy todos mis juguetes perdidos. Soy la mano de Turner en el ojo de Banksy. 00:55: estoy mejor: se ha acabado mi tiempo. La vida son las manos que he usado para sentir la vida, para sentir mi vida. En realidad, todos los días camino hacia una puerta abstracta. En realidad, todos los días soy cuatro esquinas ligeramente imaginarias. Dibujo mis estrellas. Me contengo a mí mismo: soy irregular (sólo existo por eso).

3 No me dejes solo: medítame pero estoy solo pero estoy entre las tazas por lavar. 10

Hallo límites para esta figura. Soy un vaso despedazado. Soy un vaso desproporcionado. Mi desesperación es de figuras firmes.


La estrella es luz que no se alcanza: un cuerpo extraño en el vacío.

5 No quiero beber agua —este lenguaje me destruye— la primavera: el gato vigilante tras el ojo del sueño. ¿Dónde estoy? Fíjate donde están tus piernas. Tú estás en la mitad de todas partes, en la mitad de todos tus fragmentos.

6 Estás del otro lado. Estás sobre tus muertos.

4 Aquí las formas buscan sus objetos. Alguien diría que son anémonas fluyendo por el agua, el mar da su contorno a las cosas que crecen (lo que fue concéntrico se expande). Sal, anémonas negras se alejan hacia el mar: en ellas, hacia la vieja luz, se van mis ojos. Ánforas sin escondite: aquí las cosas crecen. Uso las manos para pintar. Uso las piernas para caminar por un patio desconocido.

«Una niña en Vietnam de la mano del ratón Mickey y del logo de MacDonalds». Destruyes lo que te sostiene y destruyes lo que no te sostiene. «Un guardia británico que orina contra un muro» Entre tu mente y el desierto, allí desapareces. «Un trabajador municipal borra el arte rupestre». Ya desaparecido, eres la habitación derramada en tus muros. «Una niña con un carrito de supermercado se arroja hacia el vacío». Yo no he movido nada. ¿Quién trajo, entonces, a los muros de Bristol esa quena de la mentalidad, ese poncho del espíritu?

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El jurado del Premio Casa de las Américas, integrado por Aurea María Sotomayor, de Puerto Rico; Raúl Vallejo, de Ecuador, y Soleida Ríos, de Cuba, consideró lo siguiente: Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (biografía no autorizada de un Banksy sudamericano), de Juan José Rodinás (Ecuador) «es un texto donde se destaca la vocación de unidad y en el que se funden en una sola textura, extraordinariamente lograda, el ámbito verbal y el visual, mediante un lenguaje pulcro, impactante e imaginativo. El viaje, entre onírico y alucinado, por donde fluye fragmentariamente un cronograma de la vida de un grafitero, se plasma en un lenguaje abundante en sinestesias y metonimias. El poemario está construido sobre el marco de una voz cuya angustia se contrapuntea con la reflexión sobre la acción de mirar: una desconstrucción en movimiento perpetuo donde la inteligencia y la lucidez resultan en una realidad saturada de fantasía e impregnada de una desintegración luminosa. Cantar, así como pintar, rebasan sus respectivos ámbitos para yuxtaponerse en espacios deseantes».

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Poema de amor de un Banksy ligeramente solitario Alguna vez dormí en la mano de una mujer pequeña. Ella me dijo: «todo se trata de cambiar de canción». Ella me dijo: «todo se trata de girar el sentido del universo, amor mío». Entonces, puse «November Rain» de Gun’s and Roses en el IPOD y dormí en la mano de la chica de ojos de mapache y le conté una broma. (Su corazón era un pulpo negro en una pecera de aguardiente). Me dijo: «Has llorado, Juan, en los ríos que crecen y corren, crecen, desde tu corazón hacia tu corazón sin manos». O quizás dijo: «Eres tonto porque vas a creer todas las mentiras que te diré yo».


Era otro tiempo, pero en verdad, crecían noches y galaxias en los senos de una muchacha diminuta. ¿Por y para qué te amé tanto? No sé resolver esto: el fuego crece para no decir «quién me amó no me amó en realidad». Así me preguntaba, «piénsalo una muchacha no me amó y no sé decirlo». Una muchacha dijo «No sé darle la vuelta a los paisajes donde los fuegos artificiales comunican el vacío de todas las cosas de la tierra: La ignorancia que necesito para creer en alguien». (El lenguaje solo señala que se vacían las jarras y que, sin embargo, puedo beber de ellas). Nada comunica, pero volveré al sueño de las estrellas, (que eran pesadillas): estrellas que sueñan el sueño del sueño que volvía, era y volvía otra vez a explicar el vacío donde la gente caminaba sola: mi mente volvía, mariposa de alambre, a posarse en las ruinas de las cosas pobres, de las cosas inexplicables.

Juan José Rodinás (Ambato, Ecuador - 1979) Estudió literatura y periodismo en Quito e hizo cursos de traducción en Madrid. Ha publicado Los rastros (Quito, 2006), Viaje a la mansedumbre (Barcelona, 2009), Barrido de campo (Arequipa, 2010), Código de barras (Quito, 2011), Cromosoma (Quito, 2010; Santiago de Chile, 2011), Estereozen (Lima, 2012; Cuenca, 2015), Anhedonia (Popayán, 2013), Kurdistán ( Juliaca, 2017) y Cuaderno de Yorkshire (2018). Además, ha reunido su trabajo en antologías personales como Los páramos inversos (Popayán, 2014), 9 grados de turbulencia interior (Guadalajara, 2014) y Koan Underwater (traducción al inglés de Ilana Dann Luna, Phoenix, 2018). Ha obtenido el Premio Internacional de Poesía Joven la Garúa 2007, el Premio Festival de la Lira 2013, el Premio Margarita Hierro 2017, el Premio Jorge Carrera Andrade 2018, el Premio Casa de las Américas 2019 y un accésit del Premio Internacional de poesía Gastón Baquero 2018. Recopiló —junto con Luis Carlos Mussó— el libro Tempestad secreta. Muestra de poesía ecuatoriana contemporánea (Quito, 2010). Como traductor publicó el libro Una cosa natural. Veintinueve poetas norteamericanos. Formó parte del comité editorial de la revista de poesía Ruido Blanco y fue editor de varios libros bajo ese sello. Actualmente, es candidato doctoral en la Universidad de Leeds.

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Nona Fernández S.

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engo rota la punta del zapato. La suela se me abre y veo mi dedo gordo asomándose desde abajo. Teresa dice que es porque camino mucho, porque voy de un lado a otro tirando mi currículum, yendo a entrevistas, haciendo filas, llenando formularios. Buscar pega no es fácil, Julio, hay que recorrer oficinas, subir y bajar escaleras, gastarse los pies viendo si aparece algo. Pero no son los pies los que se gastan, eso Teresa no lo sabe. Lo que se gasta son los zapatos. Específicamente la suela de los zapatos. ¿Y quién va a contratar a un pobre tipo con la punta del dedo gordo afuera?

Yo sólo me levanto temprano y salgo a diario para que Teresa no se ponga nerviosa. Me siento en el banco de alguna plaza, fumo un par de cigarrillos, leo los titulares en algún quiosco. También me pongo a ingeniar formas de pegar esta suela. Ahora la tengo sujeta con un par de chicles. Estaban pegados en un banco y con el calor se transformaron en una masilla gelatinosa, mitad gris, mitad rosada, que se adhirió a mi pantalón mientras dormía. Al comienzo pegó firme, pero ahora que camino de vuelta al departamento, la goma está cediendo otra vez. Debería conseguirme un par de zapatos. Pedírselos a un amigo,

a Max, por ejemplo, pero no puedo. Sé perfectamente lo que va a decir: pobre huevón, qué miserable, el genio del Pedagógico mendigando zapatos. Me estoy poniendo cada día más idiota. El tamaño del hoyo de mi zapato va creciendo en forma directamente proporcional al grado de pelotudez que he ido alcanzando. Antes me habría reído, me habría puesto los zapatos de Max o de cualquier otro y habría salido a la calle sin complejo de gusano, de cucaracha. De chicle pegoteado bajo el banco de una plaza. Entro al departamento. Todo está oscuro. Teresa toca el piano concentrada, no se da cuenta de


cuento

Foto: José Manuel Ríos Valiente, www.flickr.com

que he llegado. No me escucha, ni siquiera me mira cuando enciendo la luz. Hacía mucho que no tocaba. Desde que se puso a trabajar en el café, vestida con esa minifalda putona, sirviendo cortados día y noche. De las monjas al Conservatorio y del Conservatorio a mostrar el culo detrás de un mesón. Paso de largo a la cocina, no la molesto, me ahorro el discurso inventado de hoy: me encontraron buena pinta, una cara confiable, buen currículum, harta experiencia, si no me llaman es porque habrán tenido que contratar a algún recomendado, que va a ser lo más probable, la mariconada de hacerte la

entrevista por las puras huevas, para justificar presupuestos, para calentar asientos, para hacerte perder el tiempo, país de mierda, lleno de apitutados y chaqueteros. Averiguo qué hay para comer. Nada. Abro el refrigerador, reviso las ollas, el horno. Uno sale a hacer tiempo toda la tarde, a darse vueltas como estúpido, inventa entrevistas con todo cuidado, para no repetir detalles, conversaciones, nombres, y todo para qué, para que ella se ponga a tocar el piano y no sea capaz de calentarle un plato de comida a su marido. Tomo un par de huevos, lo único que hay en el refrigerador, y los echo a cocer a la olla mientras escucho la melodía que sale del piano. Es algo simple, parece una tonada infantil. Creo que la he oído antes. —¿De dónde es eso? Teresa no contesta. Sigue tocando sin hablar, ignorándome por completo, como si ya no existiera, como si estuviera completamente muerto. Sé lo que le pasa. Mañana va a venir el viejo del remate a llevarse el piano. La casa no será lo mismo sin esa mole negra instalada ahí en el medio. Pero qué se le va a hacer, Teresa ya no tiene tiempo para tocarlo y hay que hacer sacrificios si queremos que esto siga funcionando. Yo vendí mi cámara fotográfica. Mis raquetas de tenis, mi colección de discos, mi biblioteca completa. Después será la lavadora, luego el televisor. O quizás primero el televisor y luego la lavadora. Después nos iremos al infierno o a algún otro sitio peor, si es que ya no estamos ahí. —¿Es de alguna película esa canción? ¿Dónde la he escuchado? Teresa pulsa las teclas con fuerza. Tapa mis palabras con el sonido de su melodía. Cierro los ojos y trato de recordar, pero no puedo. Vuelvo a la olla. Miro los huevos. ¿Estarán listos? Alguna vez escuché que había que rezar un padre-

nuestro y dos avemarías, que ese es el tiempo justo para que los huevos queden en su punto. Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, véngasenos tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, el pan nuestro de cada día dánoslo hoy… No sé más. Lo olvidé. Tal vez nunca lo supe. No logro concentrarme. Esa melodía se repite una y otra vez, me pone nervioso, me altera. ¿Dónde la he escuchado? La olla tiembla con el hervor del agua, el vapor se escapa por todos lados. Padre nuestro que estás en los cielos… Imposible. Teresa me distrae. Es una tortura, termina y vuelve a empezar, una y otra vez, una rutina sin pausa, sin respiro, sin tiempo de voltearse a mirarme, sin un segundo para decirme hola, negrito, cómo estás, cómo te fue, con qué entrevista inventada me vas a salir hoy. Voy a tener que comerme estos huevos como estén. Crudos y agnósticos, los echo en un plato. Me quemo los dedos con el agua, grito, pero Teresa no se detiene. No le importa que yo tenga hambre, que no me sepa el rezo, que me incendie las manos. —Teresa, ¿podrías callarte un rato? Nada. Ahí va otra vez, con nuevas fuerzas sobre el teclado. Como una lluvia de garabatos escupidos en plena cara. —¡Cállate, Teresa, por la mierda! Silencio. Teresa deposita las manos sobre sus rodillas. Silencio. No se oye ni el ruido de los cabros chicos de arriba, corriendo y gritando como energúmenos por el pasillo, ni las bocinas de los autos en la calle, ni el televisor del vecino encendido en la teleserie de las ocho. Nada. Sólo silencio. Silencio en estado puro. Si-len-cio. Camino tranquilo hasta mi pieza. Respiro profundo, disfruto el sonido tan leve de mi propia respiración, de mis pasos silenciosos rumbo a

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Mi zapato vuela por los aires. Surca la atmósfera densa de este departamento. Cruza el pasillo, se encuentra con la pared, se estrella con fuerza, cae inconsciente al piso y yo grito. Grito tan fuerte como puedo porque de verdad, Teresa, te lo juro, conejita, ya no sé qué cresta hacer.

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la puerta del dormitorio. Si la dignidad todavía suena, creo que debe escucharse así. Me detengo de golpe en el marco de la puerta. Algo ha interrumpido este estado de gracia. Una distorsión infame, un clap clap diabólico que presiento desde abajo, desde el parqué, marcando mi andar con una ridícula percusión. Clap, clap. Clap, clap. Teresa en el café, atendiendo a un grupo de caballe-

ros terneados, manga de babosos que van a mirarle el poto y las tetas. Clap, clap. Mi suela rota contra el piso, repiqueteando a cada paso contra la madera del suelo. Teresa culo al aire detrás del mesón, mientras yo me conformo con esa bata de lana apolillada que le llega a los talones. Suela de mierda. Mi dedo endemoniado asomándose con cara de circunstancias, como pidiendo disculpas por meterse donde no lo llaman, donde definitivamente no debería intervenir. Clap, clap. Boto los huevos, el plato, la cuchara y el tenedor, la servilleta, la sal. —¡Zapato reconcha de tu madre! Mi zapato vuela por los aires. Surca la atmósfera densa de este departamento. Cruza el pasillo, se encuentra con la pared, se estrella con fuerza, cae inconsciente al piso y yo grito. Grito tan fuerte como puedo porque de verdad, Teresa, te lo juro, conejita, ya no sé qué cresta hacer.


La suela de mi zapato queda estampada en el muro. Es una huella perfecta, clara, nítida, parece el sello postal de una carta de recomendaciones que no tengo. Teresa y yo miramos mi huella en silencio. De reojo, intuyo su dedo índice ubicándose en el teclado, haciendo sonar la primera nota de la melodía. —Es una canción vieja —dice por fin—. Me la cantaba mi abuela antes de dormir. Un azulejo. Otro. Otro más. El baño blanco de mi antigua casa. Las baldosas, la tina de bronce con patas de león, el espejo trizado. Mis rodillas sangrando por algún golpe y mi madre con un algodón empapado en yodo en la mano, cantándome esta misma canción. Pasé muchos años con las rodillas rotas. ¿Cómo pude olvidarme de esa canción? Teresa sigue con la segunda nota y hasta creo que puedo recordar la letra. Decía algo así como que no había por qué llorar, por qué estar tristes. No era una canción muy feliz, pero mi madre la hacía parecer así. —Estoy embarazada. Teresa no ha tocado la tercera nota. —Ahí están los exámenes —dice. Un sobre color blanco algodón, color blanco azulejo, arriba del lomo de nuestro piano. Veo el baño reluciente de mi casa vieja. Impecable, salvo por las gotas de sangre que han caído al suelo. Veo a mi madre entrando con la botella de yodo y con un puñado de algodón en su mano derecha. El yodo arde y yo me quejo porque preferiría que las cosas no fueran así. No me gusta nada pasarme en el suelo, no me gusta nada romperme las rodillas. No estoy preparado para esto, soy muy chico para afrontar esta mota enorme de algodón llena de yodo. Y perdona que llore, mamá, pero es que aunque sé que esto duele, todavía no me acostumbro, siempre me

toma por sorpresa y se me doblan las rodillas heridas. —¿Qué vamos a hacer ahora? Teresa pregunta, y yo siento las piernas endebles, a punto de doblarse. El yodo viene y yo voy a llorar, pero mi madre lo sabe y por eso me canta. —Dime algo, Julio. ¿Qué hacemos? La voz de Teresa como una nota aguda a punto de quebrarse, equilibrándose en el límite, a riesgo de desafinar. —Toca esa melodía, Teresa. —Julio… —Por favor. Teresa pulsa con cuidado las teclas del piano. La melodía resucita entre sus dedos y entonces yo puedo tomar el teléfono. Cable a tierra, última conexión entre este limbo y el mundo real. Es una suerte que todavía tenga tono. No todo está perdido, el teléfono aún funciona en este departamento. —Aló, Max. Oye, necesito un par de zapatos número cuarenta y dos. Max no pregunta nada. No quiere saber para qué los quiero, ni por qué se los pido. Me ofrece todos sus zapatos, que no son muchos, las hawaianas con las que se levanta y hasta las alpargatas que tiene puestas. Max me dice que cuando quiera vaya a buscarlos y que, si tengo tiempo y ganas, podemos sentarnos y conversar un rato como hacíamos antes. —¿Esa melodía? —pregunta—. ¿Es Teresa la que está tocando? La concertista en piano ejecutando a mi lado. La licenciada en música y el profesor de filosofía en medio de un departamento en ruinas. Instalados en plena zona de desastre. —Sí. Lo hace bien, ¿verdad? La huella de mi zapato roto impresa en la pared. La espalda de Teresa cubierta por esa bata apolillada. No hay por qué estar tristes,

escucho una voz desde aquel baño viejo. Sin soltar el teléfono beso la nuca de mi mujer con las rodillas muy firmes, una costra gruesa que ya no sangra, ni deja ver la herida. —Max, otra cosa, se me olvidaba… Vente a comer un huevo duro conmigo. Voy a ser papá.

Nona Fernández S. (Santiago de Chile, 1971) Es actriz, escritora y guionista. Ha publicado el volumen de cuentos El Cielo (2000), las novelas Mapocho (2002), Av. 10 de Julio Huamachuco (2007), ambas ganadoras del Premio Municipal de Literatura, Fuenzalida (2012), Space Invaders (2013) y Chilean Electric (2015). También es autora de las obras de teatro El taller y Liceo de niñas, ambas estrenadas por su compañía La Pieza Oscura. Algunos de sus libros han sido traducidos al alemán, al francés y al italiano. El año 2011 fue elegida por la Feria del Libro de Guadalajara como uno de los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana.

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Tálamo de Leda ¿Quién eres?, me pregunta el hijo de la bibliotecaria, el pequeño fisgón al que le envidio sus seis años de pureza.

El que miró resquicios en el iris de Medusa y se convirtió en piedra a los catorce años.

¡Qué pregunta!, me digo, y me interno en el tomo de mi vida:

El que busca respuestas en la mitología y se descubre bicorne en su propio laberinto.

Si supiera que soy el que escribe lánguido de dudas a falta de un dios que abrace más al hombre.

El que ve los hilos de su sangre en los dedos de Ariadna y presiente oscura su salida.

El que no regresa a Ítaca porque halló su casa en los remos del viaje.

El que pide flores y no monedas para las larvas de sus ojos, al momento cerrado del capullo.

El que usa las sandalias de Hermes para volar y arrancarse del mundo como costra de carne lacerada. El que escucha la música de Orfeo para no voltear atrás cuando irrumpe la alegría. El que derrama sus lágrimas en la rivera porque escucha crepitar la carne de Patroclo. 18

El que viaja con los mirmidones para henchirse de valor como la vela oscura de su nave.

El que al fin, transformado en cisne, pretende fecundar a Leda, la poesía.


premio Como torso de Belvedere Tengo esto: algunas letras para retratarme y no pasar la vida «sin decir» en la antesala de la muerte. Diré que —más allá de mi cabello sin forma, de los élitros torpes de mis labios, de mi frente alta como mirador sin estrellas y mi nariz fracturada por el desasosiego, incluso más allá de mi estado hipocondriaco y del alcatraz oscuro que podo en la poesía—, quise ser un hombre completo en la boca del mundo que todo lo mastica. Las palabras también son un pasillo en silencio donde se exhiben las mutilaciones que celebra nuestra especie.

Una idea sobre la ausencia de Dios Para Beatriz Camacho La compasión de Dios me resulta dolorosa como el mutismo del que canta para no colgarse de la higuera y fingir ser miel adentro del oscuro de su vida. Caer es natural: cae la lluvia y la placenta que abrazan las crías de los cerdos, cae la vida como cayó la gata que enterré, trémulo, en el jardín de las caléndulas. Cae despacio el peso de mi congoja porque sé que sin caer en mi tumba he caído en el hueco de soledad que lleva el nombre desgastado de mi especie.

Y sé que Dios no está más entre nosotros, porque todo creador, después de descubrir la joroba de su alma en su poesía, se angustia y se da un tiro —es natural— o vive en el engaño del aplauso para siempre.

Manecillas para volver de los destierros Escuché que mi madre trabajó en una fábrica de relojes cuando estaba embarazada de mi vida. La imagino sonriente, con la generosidad en las líneas de su mano, porque dicen que volvía esbelta de dolor por la orilla de la calle, enjoyada de juventud, con sorpresas para los que corrían descalzos en la casa y se alegraban por cubrir sus pies con cuero nuevo. Así era la felicidad, así el amor en algún lugar del país donde nacen los pájaros con el pico abierto y las alas ateridas. Mi madre supo que era necesario proteger los pies de los viajeros, de los niños que, más tarde, después del estornudo del tiempo, de varias horas —tic, tac, toc—, de varias muertes y lágrimas, abandonaron la casa para irse a buscar, por más de diez años, la mitad de su rostro que jamás iluminaron los espejos, ni las estrellas del viaje a California. Mamá trabajó en una fábrica de relojes —cuentan los tíos cuando vuelven—: tal vez intuía, en su soledad inmadura, que estaba condenada a la espera —a mirar el reloj y el calendario— y que yo nacería enfadado con el tiempo.

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Séptimo Escribo a Dios porque siento nostalgia de mi fe, de mi corazón infantil y de las cartas que transformaron mi zozobra en una frase para otro, como se transforma la uva agria en un trago de vino para no estar seco en el cajón de las memorias. Y en estas líneas, Señor, te pido disculpas por desandar el mandamiento de las sílabas opacas: ¡No robarás! Todos somos ladrones en diferentes medidas: roban el hombre, 20

la bóveda celeste y las horas, roban los animales, las aguas y las ráfagas de viento. Somos, los vivos, aves de rapiña y tomamos el mundo con desdén, como cuando arrancamos la mala hierba del jardín saturado de apariencias. Pero diversas son las causas de este delito —tan natural como cualquier alumbramiento—; unas son brillantes, otras oscuras y blasfemas de la vida igual que una soga en la garganta.


Y entre esas causas está la de Teresa, la ladrona; oh, Señor, el robo de mi madre que no te cuento para que sientas compasión por ella, porque no hay culpa en sus ojos de mariposa donde cabe absoluto el amor como el porvenir en la panícula. Dígase mañana que mi madre entró en una tienda de zapatos y robó un par para los pies del hijo más pequeño, mientras los otros dos le llorábamos por no ver cerca a nuestro padre que dormía en una isla de lotófagos. ¡Que alguien escriba, Dios, el nombre de Teresa a la mitad de tu cuaderno! Ella no es la tela purísima, pero teme tu ira y te ama, porque amar siempre ha sido el más alto mandamiento de la sangre. Cúlpame a mí, Señor, por estar vivo y escribir este litigio en defensa de todos los ladrones, incluyéndote, porque también robas el aliento y los colores de lo vivo para que vengan otros a cruzar, con o sin zapatos, las veredas del mundo que inicia en tu palabra.

Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987) Estudió la licenciatura en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), la especialización en Literatura Mexicana del Siglo XX y la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea, ambas en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Penélope frente al reloj (2019), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018), Canción de la tijera en el ovillo (2017), Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017), El tábano canta en los hoteles (2015), La cobija de Ares (2013) y Rosaleda (2012) son sus libros publicados. Una muestra de su obra está incluida en la Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017 y el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019. 21


Hace frío en esta mañana

Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero

Los árboles que miramos en la ciudad nos abrazan al pasar junto a ellos, dicen: hoy no, hoy quédate, mira mis raíces que se han hecho de polvo y tiempo. Quisiera contestarte que sí, que me quedo que mi angustia se parece a tus raíces, pero es difícil no levantarse cada día, esperarse en la misma sombra tantos años, a pesar del viento, como un hombre espera al olvido. Entonces lustro mis zapatos, llamo al ascensor, camino junto a ti y me pregunto Si de todos los muertos que habitan los cementerios habrá alguno que extrañe la vida. (De Espera de la hoja, 2017)

La rosa Si la rosa pudiera ver el color que tiene la rosa, si el mar pudiera probar su sal, si dios pudiera leer su palabra con los ojos de aquellos hombres. Otra sería la rosa, el mar y nosotros. (De Espera de la hoja, 2017)

A un jaguar Miré al jaguar en su pequeña celda, paseaba las zarpas sin tocar el piso. Abajo, sobre unas tablas, la cabeza del toro sanguínea sobre la madera. Por unos segundos el gato fue olvidado. No es el jaguar, son las manchas las zarpas los colmillos los ojos la cabeza devorada y la muerte. Es todo eso pero no el jaguar. (Antología Paralelo Cero, 2018) 22

Ente amar y mar se interpone una a, parece un ancla que nos fija sobre la ola una llamada aterrizada sobre la arena. En el mar la letra a puede ser un barco a kilómetros o una niña esperando que no suba la marea, su castillo es demasiado frágil, una a es un pescador que retorna en la madrugada, una a nunca está sola en el mar incluso cuando esperar es el tronco viejo y apolillado en la orilla, diremos el horizonte se une como la letra a con lo inmenso del mar. A veces me llega una nostalgi-a y quisiera mandar a las a tan lejos si es posible a China, pero son necesarias para amar aunque el mar olvide a cada hombre cada hombre quisiera zarpar con una a sobre la garganta y una h muda en el corazón. Los barcos arrullan al insomnio de esos hombres Y cuando duermen, en ocasiones sueñan en una clara, ensimismada y enorme letra E. (Poemas de mi patio y de otros lados, 2019)


premio

Cometas

La llave del tanque de lavar

Vencidas por los veranos, acurrucadas sobre los cables, ya no alzan vuelo.

está abierta. Y no es una cascada porque no hay altura Y no es un río porque no fluye Y no es mar porque no respira Y no es laguna porque no descansa Es una llave abierta sobre una piedra y la piedra tampoco es inmensa como las cascadas ni fluye como los ríos, ni respira como el mar y tampoco descansa como la laguna y sin embargo esta agua y esta piedra siempre serán una sola canción. Su sonido cabe en la lágrima.

Alas de Ícaro quemadas bajo el sol. Las colas de aquellas cometas rozaron demasiado cerca la felicidad Y como somos ángeles caídos solo queda contemplar los restos de aquella eternidad que solía aguardar por nosotros y que por lo menos nos hacía mirar al cielo

(Poemas de mi patio y de otros lados, 2019)

(Poemas de mi patio y de otros lados, 2019)

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Telémaco Me pregunta si en una caracola retorcida por el tiempo habita el océano, si las aguas resistieron las ganas de volver o si su padre regresará de la guerra. Le digo que nuestro único hogar es la memoria, los recuerdos, esos vientos que arruinaron la nave de Ulises. Y que nuestra única Ítaca siempre fue el silencio. (De Espera de la hoja, 2017)

Parques Hallé un corazón en el parque, no de vaca ni de persona ni de león solo un corazón rojo y pequeño, frágil hierba asentada. Las moscas caminan por las venas y el sol hace que brille a kilómetros, como el reflejo plateado de las carreteras.

Un lugar El agua tiene un Agua que la conduce, el espíritu tiene un Espíritu que lo llama —Rumi— Si yo fuera un lugar sobre esta carne sería seguramente un estuario. Y si fuera una balsa mi corazón y un par de remos mi manos navegaría hacia mí mismo. La tierra es una esfera, pero vivir a veces es la medida plana entre dos acantilados. Amanece a uno y al otro lado de la roca, anochece desde todos los lados de la luz. Dentro del agua hay otra agua que rige el recorrido del retorno. (Poemas de mi patio y de otros lados, 2019)

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Ahora vienen los perros lo olfatean, lo lamen pero no se atreven a morderlo. Yo lo recojo y lo lavo, lo agarro con mis manos y me lo guardo en el bolsillo. A veces lo contemplo en la vitrina donde están los restos que encuentro en aquellos parques y en esa quietud lloro por el único corazón puro que ha tocado la tierra, por el ángel que observa la ciudad desde una resbaladera. (Poemas de mi patio y de otros lados, 2019)


René Gordillo Vinueza (Ambato, Ecuador - 1993) Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, PUCE, Quito. Autor del libro de poesía Espera de la hoja (2017), editado por el sello editorial El Ángel. Consta en la antología Seis poetas ecuatorianos (2018) publicada por Ediciones Caletita (México). Ganador del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2019 con el libro Poemas de mi patio y de otros lados. Sus textos constan en revistas impresas y digitales.

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Mariana Travacio

S

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iempre el mismo inoperante; nunca entiendo lo que me escribe. Leo: Ausencias de ayer: Jorge Loprette. Motivo: Viajó entierro abuela, murió abuelo, aguardaron cremación. Lo releo dos veces más y levanto el interno: Dígame, Gómez, ¿quién carajo murió?, ¿el abuelo de Loprette o la abuela? Y Gómez: ¿Le puedo explicar? ¿Voy a su despacho un minuto? No, Gómez, no tengo tiempo, respóndame lo que le pregunto nomás. Bueno, en realidad, murieron los dos. La abuela ya había muerto y el que murió ahora fue el abuelo. Bueno, Gómez, pero entonces escríbame que murió el abuelo nomás, ¿para qué me mete lo de la abuela? Me pone: ausente por fallecimiento abuelo y yo entiendo. Es que es un poco complicado el tema. No, Gómez, me hace perder el tiempo. Corto con Gómez y releo. Me doy cuenta de que no me quedó claro. No puedo llamarlo de nuevo y pedirle que me venga a explicar. Opto por llamar a Loprette: Subo y le explico, me dice. Acepto y aparece en mi despacho. Lo veo íntegro

como siempre: la camisa planchada, el rostro como si acabara de afeitarse, la sonrisa dibujada, ni larga ni corta: un auténtico monigote. Le digo que lo lamento y eso basta para que me salude como si yo conociera los pormenores. No sé bien qué pasó, le aclaro, y me puteo por dentro porque ahora me va a contar todo con lujo de detalles y a mí qué carajo me importa quién murió con todo lo que tengo que hacer. Escucho: Viajamos a Uruguay a tirar las cenizas de la abuela. Nos costó bastante que toda la familia

tuviera francos al mismo tiempo: le habíamos prometido a mi abuelo que algún día viajaríamos todos juntos y lo llevaríamos al río. Tardamos bastante, en realidad, porque mi abuela murió en abril del año pasado (saco cuentas: la vieja murió hace más de nueve meses). Pero bueno, se nos dio ahora, en Carnaval. Ah, entonces todo bien con tu abuelo. No, no, mi abuelo es el que se murió ahora, el sábado de Carnaval. Pasa que no cremaban el domingo y nos tuvimos que quedar hasta el lunes (amaga a sacar un


relato

comprobante del bolsillo y lo freno con la mano; pongo cara de pésame y Loprette sigue). Mi abuelo la tenía a mi abuela en una urna, en la mesa de la entrada. Él quería que fuésemos todos a tirar las cenizas al río. Fuimos ahora, y había que ver a mi abuelo besando las rosas blancas antes de pasarlas por las cenizas, y después besando las cenizas y tirando las flores al río, una por una. No nos dejaba tocar la urna, nada. Sólo metía las flores en la cajita y después las besaba con los ojos cerrados y después los abría para ver

cómo caían al río. Y empezaba de nuevo (a esta altura Loprette me enternece: pongo cara de estar sumamente interesado y él sigue). El río quedaba como a ochenta kilómetros de la casa; mi abuela quería que la tiraran al río del pueblo donde nació. En realidad, mi abuela era adoptada, porque había nacido de una unión por compromiso (abre grande los ojos cuando dice esto). La madre de mi abuela tenía quince años cuando la tuvo. La obligaron a casarse con un hombre de setenta años. Su madre la obli-

gó porque el señor era rico. Ella no quería, porque estaba enamorada de un muchacho de su edad, pero la obligaron igual. Le dijeron que, total, como el viejo tenía setenta, ella iba a enviudar pronto y se quedaba rica y con toda la vida por delante. Cuando se casaron el viejo le dijo que no quería tener hijos. Nunca los había tenido; igual le aclaró que ahora tampoco quería. Ella quedó embarazada enseguida, así que ahí nomás de casados, nació mi abuela. Pero como no querían hijos, se la regalaron a la mucama: Tita, si usted la quiere, llévesela. Mi abuela tenía dos días cuando la regalaron. Eso sí, le pone María de las Mercedes, le dijeron, pero ella se plantó: Si me la regalan a mí, el nombre se lo pongo yo (Loprette lleva los cinco dedos al pecho cuando dice esto: supongo que le da gusto esta parte de la historia). Y le puso María Emilia, nomás. Así que mi abuela se llamó Emilia y nunca le faltó nada, porque esta señora trabajó mucho para que nada le faltara. La alimentó bien y la mandó a la escuela y se ocupó de que mi abuela no tuviera que trabajar mientras terminaba sus estudios. Un día, la madre adoptiva le dice: Su madre se está muriendo, vaya a verla. Y mi abuela, que siempre supo la verdad, le dice: Madre tengo una sola y es usted. Si m’hija, pero esa señora se muere y como usted no la vea ahora, no la ve más. Lo curioso del asunto es que se cruzaban todo el tiempo en el pueblo. Vivían todos en ese pueblo, así que mi abuela era chica y se cruzaba en la plaza, en la iglesia, en las tiendas, con esos padres que la habían regalado. No se saludaban, pero ella sabía bien quiénes eran. Bueno, la cosa es que mi abuela termina accediendo y va esa tarde al hospital. Estuvo varias horas con su madre: se moría de cáncer a los veintisiete años. Supo que había tenido dos hijos más y que también los había regalado. Y

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Pensará que no me importa nada. Veo que cierra la puerta y me doy cuenta de que me quedo absorto, los músculos rígidos, preguntándome si es posible morir así, de puro alivio, en Carnaval.

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fíjese que acabó muriendo ella antes que el viejo, que seguía vivito y coleando. Supongo que la madre de esta joven debe haber muerto poco después, envenenada por su mal tino. Pero, vea cómo era mi abuela: cumplió con el pedido de su madre, porque pasó esa tarde en el hospital, al lado de su progenitora que se moría, pero se encargó de decirle, claramente, que si hubiese sido por ella, no iba. La mujer falleció al día siguiente. Calculamos que murió de pena; hay que engendrar tres hijos y regalarlos todos, como se regalan perros, o gatos. Dos años más tarde, el viejo la manda a llamar a mi abuela. Ella tenía catorce en ese momento. Le dice que le quiere dar su apellido, y algunas propiedades. Mi abuela le dice: Si he vivido todos estos años sin su nombre, es evidente que no lo necesito. Y si he vivido todos estos años sin sus riquezas, es evidente que tampoco me hacen falta. Lo contaba siempre, sin pena. El viejo vivió seis años más. Murió a los noventa. No dejó descendencia y nadie lo heredó. Un viejo de mierda, evidentemente (a esta altura lo escucho a Loprette con toda mi atención y ya no recuerdo lo que tenía que hacer: controlar la planilla de ausentismo, revisar los consuetudinarios errores de Gómez, caminar por los pasillos con cara de perro, ¿qué más da?). Un personaje tu abuela, le digo, y Loprette asiente: Mis abuelos se conocieron para la época de la muerte del viejo. Fueron pobres mucho tiempo, pero mi abuela, con su personalidad, fue consiguiendo cosas. En un momento entró a trabajar en una fábrica textil, entró como ayudante de segunda y al poco tiempo era la encargada de la fábrica. Años más tarde abrieron una cantina propia, mi abuela empezó en la cocina, mi abuelo servía los platos; a los clientes les encantaba lo que cocinaba la abuela y pe-

dían más; terminaron contratando cocineros para atender los pedidos: ella misma los entrenaba hasta que se aprendían las recetas de memoria. La Emilia se llamaba la cantina. Al tiempo abrieron dos sucursales más: La Emilita, en un local pequeño, y La Gran Emilia, un año después, en una esquina que triplicaba el espacio de La Emilia original (a Loprette le bailan los ojos cuando cuenta esto, como si le costara creer la vida de la abuela o como si esa vida le figurara su propia redención). Entre la abuela y el abuelo manejaban las tres cantinas. Les fue muy bien. De hecho, mi abuelo no tenía problemas económicos últimamente. No es que se pudiera dar grandes lujos, pero cobraba la jubilación y tenía sus ahorros. Para alguien que había sido pobre, era mucho. Y él estaba orgulloso de no tener que pedirle nada a sus hijos. Se las arreglaba solo. Tenía un hermano, mi abuelo; nunca se visitaban. Vivían en pueblos vecinos, pero el traslado era una complicación para ellos, así que se llamaban por teléfono, los domingos, siempre a la misma hora, y era gracioso escucharlos. Esto me lo contaba mi abuela, cuando se escapa a la ciudad, porque le encantaba ir al cine, y al teatro, y allá no podía. La conversación duraba un minuto y veinte segundos. Ella los cronometraba: ¿Todo bien?, decía uno, Todo bien, respondía el otro, ¿Y la Emilia bien?, Sí, bien, y así seguían: un minuto veinte para constatar que seguían vivos. Desde de la muerte de mi abuela, el abuelo se dio el lujo de tener más perros. Se entretenía con eso. Porque a mi abuela no le gustaba que él le metiera todos esos perros en la casa. Había tomado la costumbre de ir a la carnicería de Tito; le vendía carne barata, porque sabía que era para los animales: todos perros de la calle que lo esperaban


en la puerta porque él les daba de comer. Como las viejas que alimentan gatos, o palomas. Mi abuelo alimentaba perros. Mientras mi abuela vivía, no los dejaba entrar en la casa. Decía que le ensuciaban todo. Sólo aceptó a Lola: era tan callejera como todos, pero tenía unos ojos raros, un poco caídos, como necesitados, y miraba fijo, entre sus pelos lánguidos, y era imposible bajar la vista, uno se la quedaba mirando, como si sus ojos hablaran. Acabaron por dormir con Lola en la cama. Si hubiera sido por mi abuelo, los hubiera metido a todos, porque sé que a él le daba mucha pena dejarlos afuera, sobre todo cuando llovía: no le gustaba nada que se mojaran. A veces yo lo llamaba por teléfono y me daba cuenta de que estaba preocupado: Mañana va a llover, me avisaba, y yo sabía que me lo decía por los perros. Pero viste cómo es tu abuela. Sí, abuelo, pero no te preocupes, ellos van a estar bien, le decía yo. Eran nueve perros estables, a veces se sumaba alguno, o alguno moría. Pero recuerdo que nueve ve-

nían siempre, con Lola eran diez. Y la cosa es que cuando murió la abuela, ya el viejo los metió a todos adentro. No lo decía. Supongo que no quería que supiéramos que contradecía a la abuela, pero yo sé que los dejaba entrar, porque nunca más me avisó si iba a llover o no. Me imagino al abuelo durmiendo en esa casa con sus tantos perros y supongo que se sentiría acompañado (empiezo a tener otra imagen de Loprette: en la oficina da una imagen distinta, como si llevara un encono de siglos en sus camisas planchadas; suelo mirarlo con cierto desprecio, como haciéndole notar la desconfianza que me genera. Pero hoy lo escucho inocente, como si sus palabras se desprendieran limpias, sin inquinas. Supongo que las mías son menos llanas). La mañana que llegamos a su casa yo me quedé tomando unos mates con el abuelo mientras mi viejo y mi hermano iban a hacer algunas compras para los días que nos quedábamos ahí. Lo encontré bien, con su melena gris impecable, porque el

Se va tranquilo, Loprette, no debe saber que me deja espantado, con tanto que hacer y tratando de adivinar si mi esposa besaría, de esa manera, una rosa blanca, o una flor cualquiera, en mi funeral.

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Mi abuelo la tenía a mi abuela en una urna, en la mesa de la entrada. Él quería que fuésemos todos a tirar las cenizas al río. Fuimos ahora, y había que ver a mi abuelo besando las rosas blancas antes de pasarlas por las cenizas, y después besando las cenizas y tirando las flores al río, una por una.

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viejo tenía sus pelos intactos, y se los dejaba largos, hasta los hombros, y se los peinaba para atrás. Me da un mate y veo que clava la vista en el jardín. Mirá, me dice, y queda como hipnotizado. Sin sacar la vista de eso que veía, se para, abre un cajón sin mirarlo, y agarra la tijera de memoria. Va despacio, el viejo, como si quisiera que algo no se le espantara, y llega al rosal, en el fondo del jardín. Había una rosa blanca, inmensa, en una de las ramas. La corta y vuelve feliz. Es para tu abuela, dice, mirá qué ejemplar, y me lo planta en los ojos. Yo asiento, muy linda abuelo, y espío la ternura con que la agrega al florero, ya lleno de rosas blancas, que tiene al lado de la urna. Después vuelve a la mesa y me pregunta si quiero otro mate. Le digo que le toca a él y me sonríe: tenés razón, pibe (me doy cuenta de que Loprette me tiene agarrado y me cuelgo pensando en lo mal que me llevo con mi esposa; dudo que nos regalemos rosas en nuestros funerales). Che, Jorge, ¿y qué pasó con tu abuelo?, le pregunto porque el abuelo parece bastante entero como para morirse así, tan de golpe. Y escucho a Loprette que sigue: Bueno, después de tirar las cenizas al río, cuando volvíamos por la ruta, noto que se pasa las manos por el pelo, como si se peinara a

cada rato, y escucho que dice: Bueno, ya está. Y unos minutos después: Bueno, ya está; y otra vez ese gesto echándose el pelo para atrás. Estuvo así los ochenta kilómetros de vuelta: Ya está, decía, ya está. Esa noche fuimos al corso. Sí, puede parecer extraño, pero la abuela había muerto diez meses atrás, y ya la habíamos llorado. Acompañar al abuelo a tirar las cenizas al río era más para respetar la voluntad de la abuela que por otra cosa. Y era carnaval, además, así que mi viejo nos ofreció salir un rato y mi hermano y yo aceptamos. Le preguntamos al abuelo si estaba bien y nos dijo que sí. Esto fue el viernes. Al otro día nos despertamos cuando el abuelo estaba cebando sus mates. Ya había alimentado a los perros y se lo veía bien. Nos sentamos a desayunar y a mi viejo le agarra antojo de comer tostadas con dulce de leche; le ofrezco acompañarlo a la panadería que estaba a diez cuadras. Mi hermano se queda con el abuelo. Habremos tardado una media hora, o cuarenta minutos, no más. Cuando volvimos, estaba muerto (Loprette me cuenta todo esto con una sonrisa y por alguna razón me doy cuenta de que no es que no le duela sino que siente orgullo por lo que cuenta; pienso que tiene razón: no tuve abuelos ni la mitad de poéticos). Lo que cuenta mi hermano es que estaban tomando unos mates y el abuelo le dice que quiere cortar unas flores. Agarra la tijera y sale al jardín. Mi hermano se distrae, no lo sigue con la mirada, no se acuerda, pero cree que fue al baño, o algo así. Lo que recuerda es que enseguida un vecino toca timbre, desesperado: tu abuelo se cayó, le dice, y corren a verlo. Lo encuentran tirado, al fondo del jardín, tenía dos rosas blancas en una mano. La tijera estaba en el pasto. Lo tratan de resucitar pero no hay caso, no respira. Lo que cuenta el vecino es que estaba en su balcón y lo ve al viejo que sale


al jardín. Dice que le gustaba verlo cuando salía al jardín, con sus pasos decididos, directo al rosal, a cortar alguna flor, o a sentarse en el banco del fondo y quedarse ahí, mirando la pareja de zorzales, con Lola echada a sus pies. Esta vez ve al abuelo que alza un poco los brazos, corta las rosas y enseguida se agacha, como agarrándose las tripas, y ahí se queda, quieto. Entonces sale disparado de su casa, para avisar que algo malo pasaba. Le toca timbre a mi hermano y cuando llegan al jardín, lo encuentran así, tirado, y Lola a su lado, lamiéndolo, caminándole alrededor. Hacen lo posible, incluso llaman a otro vecino que es médico, pero nada. Murió nomás (me dan ganas de preguntarle si cree que el abuelo murió porque cortó las flores y se dio cuenta de que ya no tenía urna donde ponerlas; algo me dice que no tengo que hablar, que si hablo Loprette va a interrumpir el relato, y quiero seguir escuchándolo, pero no aguanto, y le pregunto). Es posible, me dice, pero creo que murió de alivio. El abuelo anduvo esperando todo este tiempo para cumplir la voluntad de su esposa: no se hubiera muerto antes de tirar esas cenizas al río. Creo que toda esta demora le alargó la vida, en todo caso, y no sé si la habrá pasa-

do bien. Pero se tenía que ocupar de sus perros, le digo, ¿o no? Sí, eso lo habrá mantenido también. ¿Y Lola? ¿Adónde va a vivir ahora? Bueno, a Lola se la lleva una familia que vive cerca del río donde tiramos a mi abuela. ¿Y tu abuelo? ¿Qué hicieron con las cenizas? El abuelo pidió lo mismo que la abuela, así que por ahora lo cremamos y, no sé, tendremos que viajar de nuevo, cuando podamos, para llevarlo al río. Loprette dice esto y se para abruptamente: Gracias por su tiempo, me dice. Entonces me paro para despedirme y me sorprende con un abrazo que no alcanzo a retribuir. Me siento mal por eso. Pero de verdad que no me lo esperaba y fue tan corto que no alcancé a reaccionar. Pensará que no me importa nada. Veo que cierra la puerta y me doy cuenta de que me quedo absorto, los músculos rígidos, preguntándome si es posible morir así, de puro alivio, en Carnaval. Se va tranquilo, Loprette, no debe saber que me deja espantado, con tanto que hacer y tratando de adivinar si mi esposa besaría, de esa manera, una rosa blanca, o una flor cualquiera, en mi funeral. (Este relato forma partte del libro Cenizas de carnaval, de Mariana Travacio, Tusquets Editores, Buenos Aires, 2018).

Mariana Travacio (Rosario, Argentina 1967) Creció en San Pablo; actualmente, reside en Buenos Aires. Es licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeñó como docente en la cátedra de Psicología Forense de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Es magíster en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y traductora de francés y portugués. Sus cuentos han recibido numerosos premios nacionales e internacionales y han sido publicados en revistas y antologías de Brasil, Cuba, España, Estados Unidos, Argentina y Uruguay. Ha publicado el libro de cuentos Cotidiano y la novela Como si existiese el perdón. (Tomado de la solapa del

libro mencionado).

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Fragmentos de felicidad

Familiares rezan con pura fe

Cuerpos idénticos tienen miedo de verse perecer caminan con la vejez encima de puntillas y sin apuros van de la mano con sus pieles desgastadas y la lealtad intacta sus ojos opacos rompen los fracasos y redescubren en el fin del mundo los fragmentos de la felicidad que bañan sus dedos.

Las familias que rezan con pura fe para el retraso de lo inevitable se sientan al borde de la cama rozan mejillas pálidas y contemplan la inmovilidad del agónico pariente hasta que la muerte se entretiene y rompe la línea frágil con su presencia solo la marcada vejez agradece al fin su llegada.


evocación Llama encendida

El hijo

Avanzo entre las piernas calcinadas con mi lengua, iluminando con un vago signo de agua las sábanas de ceniza.

Me enrosqué en tu pierna nos aprovechamos de la ausencia de Adán para en una mutua constricción concebir a Caín.

Todos en lo alto desnudan al mar para encontrarnos. El ardor del limbo nos llama para enrojecer la carne y la fricción sigue sacando llagas... El infierno se remuerde los labios con sus lujurias ¡y brota más fuego! abrasados ya sin vida cielo limbo e infierno se extinguen.

Atrapada en las Costillas de Adán Mientras el dr. Dios usaba su mágica anestesia y abría tu ser arrancaba de ti mi ingrediente principal Caminé desnuda en el paraíso por primera vez sin compañía de mi cadáver Adán que solo existía para provocar a mis ojos desde que el gran maestro lo dio de alta, gritó fuerte y escuchando las órdenes olvidando todo y sin vergüenza fuimos una sola carne.

El recorrido de la tristeza Mujer de espíritu vaciado por una pérdida algo lejano su rostro abruma a mis pupilas hechas piedra débiles ojos cansados de llorar evaporan su esencia. Ella duerme por no morir.

A más de siete metros Siento cómo las llagas aparecen en ese infierno al que me dirijo allí no tengo imágenes que adorar y no se improvisan ni esculpen las eternidades.

Rompecabezas Incertidumbre: rompecabezas al que ansío ver teselado. La mitad: extraviando rompe interpretaciones impidiendo ver lo que debería mostrar en alguna parte de la historia por culpa del destino necio se perdió mi vida y crea inseguridades imposibles de superar cada paso, cada gesto es un miedo a contestar al eterno cuestionario de la vida que no sé 33


Mamá Nuestros caminos empezaron juntos te perdiste Por qué? no recibí tus abrazos Dónde están? Nos veremos otra vez Cuándo? Estoy sola en lo que quedó de mi pasado.

Navajas Herida abierta por palabras navajas desgarran la última intención que osada pretendía besar tu cuerpo pero golpea una vez más el inculto del rechazo presentando al rencor como protagonista tentándome a incrustar en tu frente el disparo que acabe con todo.

Efecto narcisista Estoy enamorada de una mujer… oro blanco su fortaleza en un momento no determinado te hace caer en sus encantos y te envuelve. Ella dice lo que piensa cuando lo dice lo hace sin pensar en ocasiones sus palabras se confunden con crueldad soy el reflejo de todas las cosas que tienen esa capacitad la veo y me siento toco su cara y su piel le unto caricias mi intento de desamarrarla de defectos hace que la ame más frente al espejo me repito gracias por ser ella gracias por ser yo. 34

Arlequines vengativos Arlequines vengativos vienen a rezar conmigo y se dan cuenta de que ya no respiro. Pienso que desperté de esta pesadilla, mientras lloro; pero mis almohadas no aparecen y yo aquí muriendo.


Muñeca de porcelana

Infancia

a Carmen Váscones

Los miedos han roto mi capacidad de asombro y esta infancia ya araña los brazos muy cerca de las venas…

Suenan infernales campanas de escuela y yo entre viva y muerta me tambaleo. Mientras el reloj de arena rojo y mi terrible aragnofobia creen que estoy rota, pues lo estoy; como esa muñeca de porcelana a la que le arranqué los ojos.

son muy pocas las neuronas que transmiten cordura shhhh… si de verdad tengo que recuperar mi vida lo haré tú no tengas miedos ni remordimientos que ya es suficiente con lo mío. 35


Pastillitas color pastel

Locura

Si me das 1: No pasa nada.

Tu naturaleza perfecta no pudo engañarme esta vez estoy armada con mis manos tristes; tan tristes que no puedes tocarlas gritarás al verme en este Manicomio podrida en mí, sin salida, sin ti…

Si me das 3: Olvido usar mis botas de hule porque el equilibrio me falta Si me das 5: Con mi pijama de 10 a 12 horas soñando con cosas que luego no recuerdo Si me das 17: Ya casi me salvas Dame 199 y se acaba el drama...

El raticida que no funcionó La mejor manera de morir mostrarme con lágrimas no fue buena idea alguien me dijo que debí notar que vendrías por más vendo mi alma sólo por esconderme de ti Mi abuelo ataca con sus ojos blancos las teclas del piano púrpura mientras el lavado de estómago y el bolsillo del doctor lleno de billetes «me salvan la vida»

Psiquiatría Mi padre ya me dio con quien hablar mis pastillas cada día funcionan menos y necesito que me atrapen más a menudo en las recaídas. Me acuesto en el suelo a llorar y golpeo mi rostro más y más para que se deforme a un punto inimaginable.

Sísifo Sabes lo que hice por ti grité, lloré sangré, morí y aún así no me escuchabas pero ya se acabó ahora me salvo yo Aunque nunca confiaré en mí otra vez sabré que cuando esté a punto de llegar a la luz moriré ese es mi infierno de Sísifo.

No más sangre Tú no te acuerdas de mí pero yo sí y ahora que despierto puedo decir que creí en ti pero ahora decido con qué soñar ya no me cazan ya no corre mi sangre en las noches.

Caja de recuerdos ¿Dónde se ha ido mi espíritu? creía en todo lo que conocía y ya no me acuerdo de mí dulce caja de recuerdos que me mantenía a distancia de la locura que me pierde cuando me encuentra ahora que me he mirado al espejo por horas ruego que se corte mi pacto con la vida ya sangré respiré lloré suficiente ¿me puedo rendir ahora sin mi sombra?

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Futuros hijos míos Aliméntense hijos de mis entrañas llenos de antidepresivos drogas alcohol y muchos somníferos duermo en los días y en las noches despierto por más dolor Mi masoquismo ha llegado lejos los quiero en mi vida pero los mato de a poco Y yo solo lo siento...

Agonizando Deja que me quede Es que agonizando Voy a tener que vivir

Adiós Tan cansada de estar aquí con todos estos miedos sin infancia me voy sin perdurar sin lograr que voltees por mí sin lograr que enciendas la luz sin lograr que abras tus ojos el dolor tan limpio no sostendrá tu mano demasiados espejos descuelgan tambores en mi funeral.

(Estos textos constan en sus poemarios Atrapada en las costillas de Adán y Te suicida).

Carolina Patiño Sus poemas han aparecido en la antología-memoria del I Festival Nacional de Poesía Joven Hugo Mayo (2005); en la Antología poética de Guayaquil de la Alianza Francesa (2006); en La voz de Eros, dos siglos poesía erótica de mujeres ecuatorianas (2006); en los Cuadernos del Guayas de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas (2006). En la antología: Poetas de Guayaquil (2007). En el I Festival Joven de Poesía Joven Ecuatoriana Naranjal (2007). Sus poemas han sido publicados en antologías, revistas y periódicos del Ecuador y de Venezuela, México, España, chile, Perú y Estados Unidos. Publicó Atrapada en las costillas de Adán (2006) y Te suicida -póstumo- (2008). 37


Adolfo Macías Huerta

1.

A

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l principio, cuando su esposa le contó de Aguas Verdes, Fernando había reído: pensar que había un pueblo donde las personas iban a morir, o a matarse, era irrisorio. «Para todo hay modas», pensó, con humor sombrío. Pero luego sintió, como otras gentes, el llamado misterioso de aquel pequeño pueblo subtropical en el cual se elevaban dos hostales y varios pisos de arriendo donde cobraban el dinero por adelantado. No era extraño que los hijos de los habitantes lleváramos la ropa de los difuntos y usáramos aparatos electrónicos caros (tablets, smartphones), pues los viajeros como él llegaban de todas partes del mundo civilizado. Ya previamente se había aprobado en algunos países del norte de Europa la existencia de negocios dedicados a la eutanasia, pero aquí no había necesidad de tecnología médica, ni abogados, ni procedimientos de sucesión. La gente venía en un anhelo romántico de llegar al pueblo más remoto del mundo para morir pacíficamente por su propia voluntad. Para ello debían llegar a Quito y luego subir a un bus interprovincial que

los llevase hacia esta zona poblada de bosques nublados y clima subtropical. A medida que el bus descendía de la cordillera, se quitaban sus chompas y la ropa abrigada con la que venían aguantando el frío del páramo, y abrían las ventanas. Algo grato y tibio entraba al interior del transporte, junto con el húmedo espesor de la selva. La tierra se partía, por sus grietas brotaba el agua en hilos y cascadas innumerables, la tierra roja se desmoronaba, todo se empapaba y el aire se tornaba vegetal, extraño, como si transmitiera sueños desde la distancia. El declive de la carretera se atenuaba y empezaban a surgir casas de caña entre los árboles. Entonces llegabas. El bus se detenía junto a una entrada de tierra apisonada y te bajabas ahí, en medio de la nada. Bastaba entonces meterse por un sendero, descender unos cien metros y curvar para dar con la única calle del pueblo, con sus casas de madera y sus pequeños edificios de cemento de tres o cuatro pisos de alto, provistos de billares, restaurantes y negocios con rótulos que anunciaban diversos tipos de entretenimiento o paseos por la selva.

Como ya dije, había dos hostales en Aguas Verdes. Uno de ellos pertenecía a mi madre, Rosario Bermeo. Cuando el profesor Estévez llegó cargando su maleta en una mano y el acordeón en la otra, yo era una niña de diez años, así que mi madre debía tener treinta y uno, pero a mí me parecía mayor. Vivíamos en el piso de abajo, junto a la cocina, en dos habitaciones a las que se entraba por detrás de la casa, junto a un árbol de jade frondoso, enorme, del cual colgaba una llanta que nos servía de columpio a mi hermano menor y a mí. Debido a la sombra que daba este magnífico árbol, los turistas solían sentarse cerca de la llanta, rodeando una pequeña mesa de madera con bancos, y pedir bebidas frías a la tarde, cuando el calor apretaba. Mi hermano y yo jugábamos en la llanta o nos subíamos al árbol, donde él solía agitar las ramas y chillar como un mono para llamar la atención. A mí me gustaba pegarme a las mujeres y escucharles decirme lo linda que era, mostrarles algunas piedras curiosas que había recogido en el río, de colores raros, o algún sapo que se inflaba cuando lo pinchabas con un palito. Cuando llegaba la cena, todos pasaban al restaurante: una habitación con dos mesas alargadas, donde debía compartirse la comida frente a dos candiles de kerosén que colgaban de una viga. Entonces, yo entraba a la cocina y me ocupaba con mamá de sacar los pedidos, mientras el empleado servía la mesa. Una semana antes de la llegada del compositor, había muerto un señor alemán de sesenta y ocho años, vendedor de seguros, que nos dejó en herencia una pequeña maleta con discos de música clásica y un par de botas envidiables, que mi padre usó desde ese momento para su trabajo en la petrolera. Por lo que luego me contaron, Splitz, el


cuento

alemán, lo hizo con una botella de whisky y un frasco de somníferos de su país. Una manera convencional, relativamente pacífica, de despedirse del mundo, aunque a veces puede fallar. Lo recuerdo alto, colorado y de grandes mejillas, con ojos amarillos salpicados de manchas y labios hinchados. Un hombre que antaño habría sido fuerte, pero que al llegar a nuestro pueblo mostraba los signos de una profunda decepción, probablemente relacionada, por lo que mamá escuchó, con uno de sus hijos. La noche antes de partir, se quejó de que la sopa estaba fría y me hizo devolverla a la cocina, con algunas palabrotas en mal español. Luego de calentarla en el microondas, se la trajimos de nuevo y la consumió en rápidas cuchara-

das; luego empujó el plato como quien aparta de sí una vida llena de disgustos y decepciones, y se retiró a su cuarto, donde puso seguro a la puerta y permaneció en silencio. Siempre que alguien como Splitz moría, mamá arreglaba las cosas en un clima de completa confidencialidad, de manera que los demás huéspedes no se enterasen. Sin embargo, se facilitaba la noticia a ciertas personas que se hubieran acercado al difunto con alguna intimidad en días pasados. Tomando en cuenta que algunos visitantes decidían extinguirse después de haber pasado semanas o meses en el hostal, era posible que hubiese alguien sensible a su partida. Algunos allegados sabían, a veces de antemano, lo que iba a suceder, en-

tonces se podía ver por la ventana, campo abajo, junto a la finca de los Ochoa, cómo se encendía una fogata, se escuchaba música o se soltaba un globo de papel al aire, con la mecha encendida. Ese tipo de cosas que la gente hace para despedirse de alguien a quien ya no le importa. La cosa es que Aguas Verdes había aprendido a dialogar, discretamente, con la muerte. Mamá llamaba al jefe de la Policía Judicial, quien se limitaba a enviar a un policía para el levantamiento del cadáver sin causarnos preocupaciones. Luego llegaban los Jaramillo, padre e hijo, dueños de la Funeraria Campos de Paz, ubicada a dos horas de distancia por el carretero hacia el Puyo. Solían aparecer en

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Cuando el profesor Estévez llegó cargando su maleta en una mano y el acordeón en la otra, yo era una niña de diez años, así que mi madre debía tener treinta y uno, pero a mí me parecía mayor. Vivíamos en el piso de abajo, junto a la cocina, en dos habitaciones a las que se entraba por detrás de la casa, junto a un árbol de jade frondoso, enorme, del cual colgaba una llanta que nos servía de columpio a mi hermano menor y a mí.

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una camioneta corriente, cuyo balde se hallaba cubierto por un toldo de lona y durante el día servía para transportar botellones de leche hacia la envasadora. Jaramillo padre era alto y elegante, con un bigote cansado, similar al de su hijo, como si se reprodujeran por reimpresión, pero en descenso de la calidad, pues el hijo era más pequeño y más delgado, como una copia desmejorada del original, si me entienden. Juntos se encargaban de vestir al muerto y sacarlo discretamente en una camilla hasta la camioneta, pues no era cosa de comprar un ataúd decente si el occiso no había anticipado un dinero para el caso, algo que casi nunca sucedía, menos aún con Splitz, que carecía por completo de una sensibilidad romántica ante la eternidad. En ese caso podía ir a parar a la incineradora municipal. Pero cuando el muerto poseía recursos, lo maquillábamos y lo llevábamos a la sala de velaciones, le comprábamos el ataúd y le

enterrábamos en el cementerio del pueblo, en la sección destinada a los extranjeros, cuidada con esmero por un jardinero y provista de canteros de flores, además de algunas rarezas propias de gente incomprensible. Para dar a entender a lo que me refiero, había una tumba con un ovni de cemento sobre un poste, otra cubierta de cactus, una que mostraba una foto de la señora muerta cuando era niña y una más con una oración en alfabeto persa, que decía algo de los que sufren en la soledad. Mi madre se aseguraba de cumplir con todo lo estipulado por el muerto, quien podía ser muy generoso con sus propinas. Cuando ese no era el caso, quedaban siempre sus cosas personales: libros, aparatos y ropa, en la mayoría de los casos, como las botas de Splitz que, como dije, sirvieron a mi padre para su trabajo en la petrolera, en la cual permanecía veinte días al mes, a diez horas de camino. Estas cosas podían ser pago suficiente para dar al visitante un buen entierro, si nos movía el cariño. El señor Splitz, por su parte, no dejó ningún recuerdo de su trato que nos moviese a pensar en él con agrado, a diferencia de otros personajes que habían pasado por el hostal de mamá. Se lo mandó a la incineradora municipal y punto. Recuerdo a un italiano de cuarenta y cinco años, con cáncer, muy simpático. Vino al hostal con una perra llamada Kika. Solía sentarse por las tardes, cuando yo había vuelto de la escuela, en la mesa del patio, junto al jade. Le daba por mirarnos jugar a mi hermano y a mí mientras bebía una botella de vino y fumaba con los ojos húmedos, llenos de una dolorosa nostalgia. Cuando había bebido más de la mitad de la botella, solía subirse al árbol tras mi hermano y sacudir la rama donde él se había encaramado, chillando los dos como monos, cosa que hacía sonreír a los demás


visitantes, cuando no los incomodaba, pues algunos hacían gestos de fastidio. A veces me pedía que me acercara y me daba una moneda para que le comprase cigarros, además de caramelos para mi hermano y para mí. Fue él quien me contó la historia de Pinocho. Todavía recuerdo con terror la forma en que, tras una fabulosa fiesta junto a su amigo, en el País de los Juguetes, Pinocho se convierte en un burro y se arroja al mar, lleno de desesperación. «Pero esas son mentiras que cuentan los adultos a los niños para que obedezcan todo», nos decía con un guiño de ojo el italiano, mientras acariciaba la barbilla de mi hermano y lo miraba con esos ojos llorosos y rientes al mismo tiempo. Una vez, a las seis de la tarde, hora en que él solía sentarse para mirarme, ya no estuvo en su silla. Sospechando que algo le había pasado, mi hermano y yo subimos a su cuarto (cosa que teníamos absolutamente prohibida) y encontramos al tipo ahorcado, con el pantalón bajado hasta los muslos. Mi herma-

Fernando me enseñó a tocar algunos acordes y ritmos, y a acompañarlos con las melodías de la otra mano. Luego, cuando el acordeón pasó a mi propiedad, yo pude progresar y sacar algunos temas que hasta ahora toco en las fiestas de la familia. no se puso a llorar mientras yo registraba los cajones, donde encontré algunos chocolates y un par de binoculares pequeños, muy bonitos, que escondí entre mi ropa para que mamá no los encontrase. Durante un tiempo los llevé en mi mochila y los mostré en la escuela a mis amigas, quienes podían ver por ahí a cambio de unos centavos que yo gastaba en los cromos de un álbum de animales salvajes. Tras el asunto del italiano, mi hermano empezó a orinarse en su cama por las no-

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La cosa es que Aguas Verdes había aprendido a dialogar, discretamente, con la muerte. Mamá llamaba al jefe de la Policía Judicial, quien se limitaba a enviar a un policía para el levantamiento del cadáver sin causarnos preocupaciones. Luego llegaban los Jaramillo, padre e hijo, dueños de la Funeraria Campos de Paz, ubicada a dos horas de distancia por el carretero hacia el Puyo.

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ches y se pasaba a la mía, cosa que era fastidiosa por el calor. Mamá lo hacía lavar su propio colchón y a veces lo ortigaba en la piedra de lavar, para que aprendiera, sin imaginar lo sucedido en la habitación del italiano.

Era cuestión de orgullo hacer publicidad, ante los turistas de paso, del complejo recreacional con piscina y tobogán que se hallaba un kilómetro más abajo del pueblo, siguiendo la carretera. Estas personas venían a distraerse y hacer caminatas hasta la cascada, y solían a veces preguntar si era cierto lo que se decía del pueblo, pero mamá parecía extrañada y comentaba que alguna persona se murió en circunstancias extrañas, pero que la gente da mucho crédito a las historias, y sonreía bajando la mirada, para seguir a otra cosa. A veces, cuando mentía, me apretaba la mano y yo sentía una rara punzada en el corazón. Los muertos eran nuestros y debían permanecer en secreto, para el cuidado, sobre todo, supongo ahora, de mi madre y su rival, la dueña del Hostal Azucena, que tenía un cuarto de juegos con una mesa de ping pong y un tablero de dardos arruinado, inservible a menos que arrojaras el dardo con la fuerza de un salvaje. Cada hostal tenía su gracia y rivalizaban en el secreto de sus almas. La señora Azucena solía mencionar a los lugareños la muerte en su negocio de un dramaturgo inglés, candidato en dos ocasiones al Premio Nobel de la Literatura, y la de una presentadora de televisión abandonada por su marido, escándalo que había conmovido a la prensa nacional meses atrás. Mi madre prefería callarse, pero cuando mi tía la provocaba con los chismes de la señora Azucena, prefería darse aires con la ‘gente linda’: un

cantante de boleros del trío Adagio, cuyos videos podían verse en el internet, un violinista norteamericano y una bailarina francesa a la cual recuerdo todavía con nostalgia. Se llamaba Lisette y tenía una hermosa cabellera de oro. Era muy blanca y desanimada. No sé si estaba enferma porque nunca dijo nada, pero me enseñó tres pasos de baile que desde entonces practiqué cuando caminaba a comprar el pan por las mañanas: plié, arabesque y fouetté. Primero te encoges como un sapo, luego te estiras sobre una pierna y luego sobre la otra, dando un giro con un brazo por encima de la cabeza, como la muñequita de una caja musical.

Cuando supimos que uno de nuestros huéspedes había sido director de la filarmónica de Quito, empezamos a tratarlo con especial deferencia. Recuerdo muy bien su llegada con el acordeón colgado de un hombro y la maleta al otro brazo. Apenas puso el instrumento sobre el sofá de recepción, lo miré con adoración, como quien mira la hostia. No podía creer que existiera un animal mecánico que respirara con gemidos musicales apenas se movía. El fuelle de tela unía las dos partes de ese mecanismo misterioso, con teclas y botones que invitaban a la maravilla. A diferencia de los otros instrumentos, que parecen quietos, a este se lo siente vivo. Fue por eso, seguramente, que empecé a inspeccionarlo y mamá gritó que no tocara eso, pero el músico sonrió y dijo que estaba bien. Luego se acercó y se acuclilló a mi lado para mostrarme cómo se presionaban las teclas. Creo que esa misma noche me sentó en su rodilla y me enseñó a tocar algunas canciones frente a la chimenea de la sala. Fernando fue la primera persona que fue sincera conmigo. Aun-


que no me habló abiertamente de la muerte, me dijo que llegaba hasta Aguas Verdes después de venir de otros lugares, «recogiendo sus pasos». Había estado primero en Ibarra para visitar el viejo cine de su barrio, las calles del mercado y los futbolines donde jugaba de niño. Había ido a París y luego a Quito, donde visitó la vieja casa de sus padres, ahora convertida en un negocio de fertilizantes. En esa casa había mirado con especial tristeza la habitación que fuera su dormitorio, donde había escuchado por primera vez las sinfonías de Beethoven y de Tchaikovsky, algunas de las cuales él mismo interpretaría con la filarmónica, veinte años más tarde. Si finalmente venía a «terminar las cosas» en Aguas Verdes no era solo porque parecía un buen lugar, sino porque antes, mucho antes, cuando mi mamá era niña, él había pasado por aquí junto a su amigo Beto, un malabarista. En esa época nadie sabía sobre la existencia de Aguas Verdes. Era solo un caserío junto al camino, pero ellos se detuvieron a recoger dinero, dando una función en la cual Fernando tocaba el acordeón mientras su amigo hacía malabares con cuchillos. Todavía recordaba cómo, en un momento, mientras él tocaba el acordeón (una melodía de circo muy bonita), Beto declamaba un poema, con voz lenta. El poema afirmaba que Dios mantenía en vuelo todas las partículas y cosas de la naturaleza, sin que ninguna se le cayera de las manos, «pues Dios, señores y señoras, es el Gran Malabarista». Pero era otro el acordeón que entonces tenía, uno más pequeño y más viejo, que había comprado a uno de sus tíos, de segunda mano. Fernando me enseñó a tocar algunos acordes y ritmos, y a acompañarlos con las melodías de la otra mano. Luego, cuando el acordeón pasó a mi propiedad, yo pude progresar y sacar algunos temas que

hasta ahora toco en las fiestas de la familia. En aquella época apenas podía mover el fuelle y sacar un acorde, pero intentaba hacerlo durante más de una hora junto al fuego, mientras Fernando compartía con otros visitantes una conversación en voz baja, poblada de silencios y soledades. Generalmente no se podía entender lo que decían, pero era extraño mirarlos cuando no se daban cuenta. Había los que escuchaban mirando al piso y negaban con la cabeza, con gesto decepcionado; los apartados, que nunca se relacionaban con nadie, excepto con una copita de licor; los enfermos terminales de ojos febriles, y los que nunca bajaban de su cama si no era para comer o para ir al retrete. Ignoro cómo pude crecer en este sitio y respirar su dolorosa inercia, su fanatismo de muerte y abandono, sin darme cuenta. Supongo que tenía diez años y era lo único que había visto desde chiquita, por lo que se me hacía normal aquel ambiente, pero cuando llegaba la noche, mamá solía ordenarme que subiera a mi cuarto, diciendo que ese no era lugar para una niña, sobre todo después de que una sobrina de la señora Azucena había sido abusada por un croata viejo, que se ahorcó de un árbol dentro de la selva y no fue hallado sino varias semanas después, cubierto de larvas.

Adolfo Macías Huerta (Guayaquil, 1960) Estudió Filosofía y Psicoterapia. Ha trabajado como guionista radial, redactor en varias agencias de publicidad y psicoterapeuta. Ganador en dos ocasiones del Premio Nacional Joaquín Gallegos Lara, en 1995 por su libro de cuentos El examinador, y en 2010 por la novela El grito del hada. Publicó anteriormente los libros Laberinto junto al mar (2001), El dios que ríe (2008), La vida oculta (2009), Cabeza de turco (cuentos, 2011), Pensión Babilonia (2013), Precipicio portátil para damas (2014), Las niñas (2016) y El mitómano (2018).

(Este texto es la primera parte del relato ‘Una pequeña acordionista’, el cual forma parte del libro Las niñas, publicado por Seix Barral en 2016).

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Isaid Reyes*

E

ste año 2019 la Casa de la Danza celebra el 45 aniversario de la maestra bailarina, coreógrafa y gestora cultural Susana Reyes, una de las artistas más queridas y representativas del arte nacional, quien con una brillante trayectoria artística de 45 años y un genuino compromiso social, ha hecho de la danza su camino y su misión a favor de la vida, la paz, la identidad, la reivindicación femenina y la unidad entre los pueblos del mundo. Con su quehacer permanente ha aportado al país importantes hitos artísticos y sociales,

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con una trascendencia internacional que la coloca como una legítima embajadora de nuestro país. A lo largo del presente año se realizarán una serie de actividades que tendrán como epicentro la Casa de la Cultura Ecuatoriana, destinadas a recoger la memoria de lo que ha sido la trayectoria y el aporte de la maestra Susana Reyes; se iniciaron en marzo con una Gala Dancística Internacional de aniversario y homenaje. Habrá un recorrido posterior que abarcará la realización de un video documental, un libro y una memoria gráfica, un estreno mundial, una gira nacio-

* Comunicador, miembro colaborador de la Casa de la Danza.

nal, una exposición fotográfica y una exposición de ilustraciones, textos y elementos que recogen lo que constituye las semillas del Butoh de los Andes, además de varias actividades paralelas complementarias de talleres, residencias y conferencias. En este contexto, la Casa de la Cultura Ecuatoriana decidió rendir un justo homenaje y reconocimiento a la tesonera labor artística y sociocultural que esta icónica artista ha otorgado al país. Reconocimiento que ha hallado eco en el Ministerio de Cultura y Patrimonio, que junto a la Casa de la Danza han convocado igual-


danza

Telares, M.R. Torino, Italia.

mente la suma de otras instituciones públicas y privadas, así como la de la comunidad en general. Reconocer el trabajo de la maestra Susana Reyes es un tema pendiente que el país ha mantenido vigente, y fue acertado realizarlo en marzo dentro del marco de celebración del mes de la mujer, reconociendo así la importante contribución que esta valiosa y representativa creadora ha hecho desde sus más sólidas convicciones, a favor de la reivindicación femenina. Y acertado resultó también que la gala dancística de homenaje fuera con un despliegue artístico que, de alguna manera, también evocó

su gran labor por la danza y la unidad entre los pueblos del mundo, remembrando con esta gala otro de sus máximos aportes: el Festival Mujeres en la Danza (FIMED).

Trayectoria y aporte al desarrollo artístico y sociocultural del país Susana Reyes, surgida del corazón de los Andes, amamantada de agua, maíz y luna, nacida en el

Centro Histórico de Quito y criada en una lavandería en la calle de Los Milagros, particular y místico nombre que ya presagiaba el fructífero andar que sus pasos sembrarían para la danza del país. Si bien su vinculación a la danza se remonta a sus años estudiantiles alrededor de 1971, como miembro de un taller de danza folclórica en el Colegio 24 de Mayo, es en 1974 cuando con su ingreso a los talleres de danza de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y luego con su ingreso al Instituto Nacional de Danza, decide hacer de la danza su vida. En esta última institución es donde se despierta su más sincera

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Amakuna, Nestor Tarazona, Mérida, Venezuela.

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vocación. Crea, conjuntamente con estudiantes del Instituto, el Taller Popular de Danza, donde da sus primeros pasos como coreógrafa. También se convierte en cofundadora de las Escuelas Satélites, maestra, además de coordinadora general de la Escuela del Sur. En este contexto, sale a luz su primera obra: Lavanderas, en la que se desvela su inquietud sobre la mujer y la sociedad. En 1978 inicia un nuevo ciclo, ya egresada con los máximos honores del Instituto Nacional de Danza. Se convierte en maestra titular de éste y comienza una renovada búsqueda, afianzada en su potencial creativo y su convicción por llevar la danza a todo lugar posible. Este impulso la lleva a recorrer diferentes grupos y experiencias artísticas y sociales. Integra el grupo estudio y crea el referencial grupo CENDA. Es miembro cofundadora de la Coordinadora de Artistas Populares, con la que realiza un intenso recorrido por calles, fábricas, pueblos, ciudades, organizaciones comunitarias, de derechos humanos y estudiantiles, crea, asimismo, un significativo número de obras de danza con temática social, y lleva a cabo, además, un arduo trabajo pedagógico.

En 1982, Susana Reyes da un paso definitivo al estrenar el recital Quebradanza, en el quiteño Teatro Prometeo, en el cual reúne gran parte de sus coreografías y estrena nuevas propuestas. Con este proyecto se revelaba de forma clara e inequívoca la particular y afianzada raíz de su arte. Con Quebradanza es invitada en 1984 a participar en el Festival OFF de Nueva York, hecho que marcaría de manera definitiva su ruta. Durante un año en esa ciudad se vincula con vibrantes corrientes dancísticas, así como con importantes centros culturales, y establece una determinante relación con el Teatro la Mama, el Peridance Center y el Taller Latinoamericano. En Nueva York conoce al maestro músico y compositor Moti Deren, quien se convertiría en un puntal de su vida y su danza. Durante 35 años creando juntos, han transitado una intensa senda de desarrollo creativo cultural y social. Tras incansables indagaciones y con un sólido bagaje humano, filosófico, artístico y técnico, hace su encuentro en 1991 con la danza Butoh del Japón de la postguerra, reconociendo en ella una pertenencia y la posibilidad de consolidar su

propia danza y garantizar su desafiante evolución. Así, después de un largo y profundo proceso, logra erigir el cosmos de una propuesta propia y auténtica, denominándola ‘La danza Butoh de los Andes’, con la que ha trascendido todo código establecido y ha repercutido fuertemente en el ámbito dancístico nacional e internacional. Con una vasta producción artística que abarca más de 150 creaciones y obras de gran envergadura y trascendencia, además del aporte del maestro, músico y compositor Moti Deren, ha llevado su arte a lo largo del Ecuador y a diferentes países de los cinco continentes; se ha presentado en los más prestigiosos teatros y también en espacios alternativos como plazas, escuelas, centros comunitarios y educativos. Con su obra ha obtenido una amplia resonancia en la crítica de arte especializada y en los diferentes públicos, y se ha posicionado como uno de los referentes culturales más importantes de nuestro país. De su amplio repertorio se destacan obras como: De arriba abajo, Lavanderas, El danzak, Los mantos, Cantuña, Sueños blancos, Urpi-paloma, Tras los cristales, Los cuatro pasos, Flor de Hiroshima, Mi madre, Voces del holocausto, Oscuranto, Yo mujer, niña y gaviota, Las dos Riveras, Niño corazón, Wuaimiaku, Aleluyah, Yaku samai, Jacinta, Días de agua, maíz y luna, Amakuna, Memorias de arcilla, entre otras. Resultan casi innumerables los aportes de la maestra Susana Reyes, desde la consolidación y trascendencia de su propuesta estética, ‘La danza Butoh de los Andes’, hasta la creación de la Casa de la Danza, un espacio de sensibilización y unidad que promueve e impulsa el arte como un instrumento de desarrollo social y humano, mediante procesos de educación, creación, difusión y sanación interior.


Desde la Casa de la Danza mentaliza y crea el Festival Internacional Mujeres en la Danza. Igualmente, ha instaurado el proyecto ‘Desde la danza para la vida’, mediante el cual despliega una tesonera labor de crecimiento y desarrollo a través de talleres dirigidos a mujeres, niños, adultos mayores, estudiantes, maestros, trabajadores y profesionales, arribando a la construcción de un método de crecimiento humano, a través del movimiento y el saber ancestral, que hoy lo denomina ‘El canto del cuerpo’. Susana Reyes ha creado una plataforma especial para las mujeres con la organización anual de dos circuitos de talleres: ‘Itinerancia por la vida’, en el mes de marzo, e ‘Itinerancia por la no violencia’, en noviembre. Desde esta plataforma impulsa la pionera formación de promotoras de la autoestima, así como la concreción del colectivo ‘Las danzantes de la paz’. Desde su compromiso y su amor por la cultura andina, ha promovido puentes para la revalorización e interrelación cultural, mediante una amplia gestión de eventos, entre los que se destacan: ‘Museo del danzante’, ‘Festival Quito en danza’ y ‘Ancestro’, entre otros, así como la permanente presencia de danzantes ancestrales para actividades de formación, creación y difusión de la Casa de la Danza, institución desde la cual además mantiene un permanente aporte al desarrollo del arte y la danza escénica nacional, mediante proyectos de promoción, capacitación e intercambio a través de talleres, laboratorios, conferencias, residencias y montajes. Con esta gama de proyectos y actividades orientados al desarrollo de la cultura del Ecuador y su proyección en Latinoamérica y el mundo, ha logrado un particular poder de convocatoria que ha aportado en la formación de nuevos y numerosos públicos para la danza.

Susana Reyes, surgida del corazón de los Andes, amamantada de agua, maíz y luna, nacida en el Centro Histórico de Quito y criada en una lavandería en la calle de Los Milagros, particular y místico nombre que ya presagiaba el fructífero andar que sus pasos sembrarían para la danza del país. Susana Reyes y Moti Deren han construido uno de los caminos más hermosos y fructíferos en la escena artística del país. Su coherencia ética y franca dignidad nos devuelve la esperanza en un arte que cuestiona, que impulsa, que devela, que nos invita a recordar y volver a esa prístina esencia a la que nos pertenecemos. Por todo lo expuesto y todo aquello que no se alcanza a expresar en estos párrafos, para el Ecuador

Los Bultos, Dolores Ochoa.

resulta un hecho necesario este año celebrativo, exaltar, a través de las diferentes actividades antes citadas, la memoria de la vida artística, los aportes y los nuevos sueños de esta fundamental artista, quien, surgida del corazón de los Andes, ha construido una danza que nos enorgullece y nos proyecta al mundo. Gracias Maestra Susana Reyes. El Ecuador te abraza en este significativo 45 aniversario.

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Mi madre, Alfredo Cárdenas.

Como un torrente, como un río largo y profundo, que no se detiene en escarbar la tierra, así ha sido mi camino en el sendero de la danza... Es y ha sido un desafío, la búsqueda de un arte puro, humano, verdadero, sin ataduras de códigos ni conceptos preestablecidos, teniendo compromiso tan solo con la vida... Fueron la danza y el amor la redención de mi alma, fueron el bálsamo para curar la herida y volver al canto del cuerpo, al poder y la sacralidad femenina… Caminé muchos caminos y encontré la danza Butoh como se encuentra una pertenencia, en ella reconocí una puerta hacia mi propio ser y mi propia danza… Sumka,Carolina Peñafiel.

Como una escalera profunda al cielo y profunda a la tierra, hallé mi ‘Butoh de los Andes’ y alcancé el manantial de donde emerge la inagotable danza del alma humana… En este ciclo de mi vida en la danza, más allá de todo triunfo, todo éxito, llevo la satisfacción infinita de haber construido un arte que topa el corazón y dialoga alma a alma… Dentro de este largo caminar miro mi vida y mi danza, me reconozco en el inefable vuelo del amor que me abraza junto a Moti y que paso a paso nos asciende inequívocos en la sagrada dimensión de la vida y del arte… Después de este ciclo de mi vida en la danza solo me queda inclinar mi rostro y agradecer al Corazón del Cielo por todo lo caminado, por toda lágrima, por toda sonrisa, por toda esperanza; y ante Dios y los hombres vuelvo a sellar mi compromiso en esta sagrada misión donde nada tengo que enseñarle al mundo sino tan solo recordarle su condición sagrada que ha olvidado…

Días de agua, maíz y luna, Alfredo Pástor, Teatro Nacional CCE.

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Susana Reyes Febrero, 2019


Tras los cristales , Alfredo Pastor,Teatro Nacional.

Urpi, Alfredo Pastor.

Taller Butoh, Jessica Herrera, Casa de la Danza.

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Jorge Basilago

E

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n julio de 1882, Julio Verne publica la que tal vez sea una de sus novelas menos recordadas: El rayo verde. A lo largo de la obra, el autor narra las peripecias que afronta una pareja de enamorados —la joven escocesa Helena Campbell y el científico Aristobulus Ursiclos— para apreciar el esquivo fenómeno óptico que da título al libro: un fugaz reflejo verdoso que se produce, en condiciones tan específicas como dificultosas, a la caída del sol y que, según el texto, hará eterno el amor de dos personas que logren observarlo al mismo tiempo. Otra novela de aventuras, con trasfondo amoroso clásico, para el escritor nacido en Nantes. Pero cuatro décadas más tarde, en un suburbio de Buenos Aires, ante esas mismas páginas, un niño de 9 años comprende maravillado algo completamente diferente: en

aquel rayo y en ese amor, ve la eternidad del instante bajo el mandato de lo improbable y de lo insólito. Lector obsesivo y voraz, el pequeño Julio Florencio Cortázar —de él se trata— será también escritor. Y lo será impulsado inconscientemente por ese hallazgo de su ‘maestro y tocayo’ francés, junto con otros que le llegarían a través de influencias desordenadas, mágicas y estremecedoras antes que metódicas. «Mis lecturas poco controladas por los adultos iban casi infaliblemente a formas más sutiles de lo sobrenatural y lo morboso; la literatura de la catalepsia y del sonambulismo, por ejemplo, que abunda-


geografías

ba en las bibliotecas de mi infancia, el gólem, que entró temprano en mi vida, los dobles, los autómatas homicidas, y ya en el umbral de la despedida infantil, el monstruo hijo de Mary Shelley y del doctor Frankenstein, y Cesare, la horrenda criatura de Caligari (El gabinete del doctor Caligari)», evocaría cuando todos esos espectros se cocían, juntos, en su propia literatura.

De Bruselas a Banfield Alérgico a las fronteras desde su propio nacimiento, Cortázar llegó al mundo a fines de agosto de

1914 en la embajada argentina de Bruselas, donde su padre —quien abandonaría para siempre a la familia seis años más tarde— cumplía funciones de agregado comercial. Casi de inmediato, las tropas alemanas invadieron Bélgica y la Primera Guerra Mundial les impidió abandonar Europa hasta 1918. Tras residir en Suiza y Barcelona recalaron al sur de Buenos Aires, en la ciudad de Banfield, un suburbio que en esos días tenía tan mala iluminación «que favorecía el amor y la delincuencia en proporciones más o menos iguales». Por aquel entonces, el pequeño Julio era un niño de condición en-

fermiza, fugaz estudiante de piano, que pronunciaba el castellano con un marcado acento francés —que nunca perdería— y tenía muchas dificultades para relacionarse con otros pequeños de su edad. Prefería pasarse los días en su cuarto, leyendo sin descanso ni criterio de selección: El tesoro de la juventud se mezclaba con Edgar Allan Poe, Verne con John Keats y Virginia Woolf con Alfred Jarry. Pronto se inició como novelista, con una historia «muy lacrimosa, muy romántica, en la que todo el mundo moría al final», y que estaba a tono con los encendidos sonetos de amor no correspondido que dedicaba a sus

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compañeras de clase: «Tengo muy mal gusto en materia de sentimientos, soy muy fácilmente sentimental», admitiría —resignado pero no arrepentido— en su madurez. Quien lee, está claro, acaba en algún momento por lanzarse a escribir; y quien crece encerrado, no tarda en buscar huecos o pasadizos que lo liberen. Es decir, en rastrear las hendijas ocultas en la pretendida ‘realidad’ de las paredes, por las cuales pueda filtrarse un incierto rayo verde que permita adivinar otros universos posibles y más entretenidos. En especial cuando se trata de conjurar o reciclar ciertas sensaciones: «Si el miedo me llenó de infelicidad en la niñez, multi-

plicó en cambio las posibilidades de mi imaginación y me llevó a exorcizarlo a través de la palabra (…). En todo caso creo que un mundo sin miedo sería un mundo demasiado seguro de sí mismo, demasiado mecánico», razonó en una ocasión. El recurso literario también lo ayudó a sobrellevar la fuerte y en extremo amorosa —faltaba algún tiempo para que la psicología la definiera como ‘sobreprotectora’— presencia materna. Aunque en este caso, le dejó un resabio bastante evidente: en su literatura posterior, los personajes femeninos suelen resultar mucho más decididos, enérgicos, conscientes de sí mismos y hasta mágicos que los masculinos. Incluso ejercen sobre estos un relajado pero absoluto poder que los mantiene pendientes de sus mínimas inquietudes o molestias, y son al mismo tiempo causa y solución de todas las angustias que sus compañeros experimentan; allí está la Maga de Rayuela, como ejemplo paradigmático.

De Buenos Aires a París

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Aquel niño distante y reconcentrado se convirtió en un joven delgado, altísimo e igual de solitario, que se graduó de maestro en 1932 y tres años después obtuvo el título de profesor en Letras. Además de lector, era ahora melómano y cinéfilo a tiempo completo, tanto que supo definirse como un «burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético», «amigo de muy poca gente» y con destino de «solterón irreducible». Tal era su aislamiento de los círculos sociales y las distracciones, que en el mismo período logró cursar la carrera de traductor nacional en cerca de nueve meses y hasta pu-


blicar un poemario que jamás lo enorgulleció demasiado: Presencia (1938), cuya tirada de 250 ejemplares se distribuyó entre familiares, amistades y compañeros de estudio o trabajo. Como docente ejerció apenas entre 1944 y 1945: primero en colegios secundarios de distintas ciudades de la provincia de Buenos Aires —Bolívar, Azul y Chivilcoy— y luego en Mendoza, en la Universidad de Cuyo, donde tuvo a su cargo las cátedras de literatura inglesa y francesa. Aquello se pareció demasiado a cumplir el sueño de toda su generación: «(…) éramos muy snobs, leíamos a escritores franceses e ingleses, subsidiariamente italianos, norteamericanos y alemanes. Estábamos muy sometidos a los escritores franceses e ingleses hasta que en un momento dado entre los veinticinco y los treinta años muchos de mis amigos y yo mismo descubrimos bruscamente nuestra propia tradición». Por buenos y malos motivos, ese ‘abrir los ojos’ a una dimensión literaria desconocida poco antes —¿un nuevo rayo verde?—, tuvo bastante que ver con la aparición del peronismo. «Yo pertenecía a un grupo —por razones de clase pequeñoburguesa— antiperonista, que confundió el fenómeno Juan Domingo Perón, Evita Perón y una buena parte de su equipo de malandras con el hecho que no debíamos haber ignorado y que ignoramos que con Perón se había creado la primera gran convulsión, la primera gran sacudida de masas en el país; había empezado una nueva historia argentina. Esto es hoy clarísimo, pero entonces no supimos verlo», admitió el escritor muchos años después. A raíz de esa desconfianza, y para evitarse roces con el gobierno, renunció a su cargo en la Universidad de Cuyo y volvió a Buenos Aires. Trabajó como gerente en la Cámara del Libro; hizo algunas

traducciones; cambió el piano por la trompeta y tocó como aficionado en algunas jam-sessions con músicos locales, mientras admiraba a distancia a figuras como Charlie Parker, Louis Armstrong, Lester Young y Clifford Brown. También intentó publicar una novela, El examen, rechazada por un editor con argumentos paradójicos para esa época ‘nacional y popular’: le dijeron que incluía demasiadas palabrotas. «En ese momento todavía se consideraba que los libros tenían que ser ‘limpios’, en un sentido puritano de la palabra», comentó Cortázar sobre el destino de aquella obra, que recién se editaría en 1986. En medio de todo ello, durante 1949 abordó un barco y regresó a Europa por algunos meses. Recorrió los viejos escenarios de sus primeros años, en busca de una mirada infantil que siempre se preocupó por conservar, pero que entonces se le antojaba oblicua, exagerada o empañada, según el caso. El viaje fue decisivo, en todo sentido: allí acabó de delinear lo que haría de su vida y su literatura en el futuro. Volvió a Buenos Aires solo para poner en orden sus cosas e instalarse definitivamente en París como traductor de la Unesco. Pero antes de partir, en 1951, dejó listo Bestiario, el libro de cuentos que sería la base de su estilo posterior. Hubo quienes advirtieron que uno de esos relatos, Casa tomada, representaba una alegoría del peronismo que ‘echaba hacia fuera’ todo lo que no coincidía con sus postulados. Aunque en realidad, aquel texto provenía de una pesadilla de Cortázar: «Fue para mí una sorpresa enterarme de que existía esa versión. Fue quizá la primera vez en que yo descubrí una cosa muy bella, en el fondo, que es la posibilidad de la múltiple lectura de un texto», opinó años más tarde, en una entrevista televisiva.

«Mis lecturas poco controladas por los adultos iban casi infaliblemente a formas más sutiles de lo sobrenatural y lo morboso; la literatura de la catalepsia y del sonambulismo, por ejemplo, que abundaba en las bibliotecas de mi infancia, el gólem, que entró temprano en mi vida, los dobles, los autómatas homicidas, y ya en el umbral de la despedida infantil, el monstruo hijo de Mary Shelley y del doctor Frankenstein, y Cesare, la horrenda criatura de Caligari (El gabinete del doctor Caligari)».

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De París al cielo Como si toda la escala cromática coincidiera en conformar un instantáneo resplandor verdoso sobre un atardecer marino, la lista de sus influencias, obsesiones, intuiciones, gustos y disgustos se condensó en un solo punto desde su radicación en Francia: la escritura. Carente de método y rutinas para la creación —decía de sí mismo, sin duda con orgullo, que era «muy poco disciplinado» e «incorregible»—, escribía a cuentagotas o en oleadas torrenciales, según se lo exigiese un pulso íntimo más juguetón que riguroso. Fue amateur en el estricto sentido de la palabra: el que ama lo que hace y, por ello, jamás teme probar recetas desconocidas o caminos inusuales; e incluso divertirse con las sorpresas que le salen al paso. «(…) sigo convencido de que con la seriedad puesta como una peluca no se

Fue amateur en el estricto sentido de la palabra: el que ama lo que hace y, por ello, jamás teme probar recetas desconocidas o caminos inusuales; e incluso divertirse con las sorpresas que le salen al paso. «(…) sigo convencido de que con la seriedad puesta como una peluca no se va nunca demasiado lejos, y que la sonrisa sigue siendo la mejor vitamina para impulsar las inteligencias y los machetes», sostenía.

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va nunca demasiado lejos, y que la sonrisa sigue siendo la mejor vitamina para impulsar las inteligencias y los machetes», sostenía. Tal vez por eso lo mejor de su producción tuvo una carcajada entrelíneas. Porque todo lo que las ‘buenas costumbres’ consideraban solemne o respetable, a él le provocaba un inmediato ataque de risa: los cánones y los uniformes, el éxito y los horarios, las instituciones (aunque se casó tres veces) y los automóviles. Hasta tuvo tiempo y gracia para tomarse a chiste el boom y su rol como ‘referente’ de aquel fenómeno: consultado sobre el futuro de la novelística latinoamericana, argumentó que le importaba «tres pitos», y que «lo único interesante es buscarse y a veces encontrarse en ese combate con la palabra que después dará el objeto llamado libro». A lo largo de la década del sesenta, como nunca antes o después, su creatividad y su productividad marcharon juntas. Tras Los premios, en rápida y regular sucesión, apareció casi una decena de títulos: Historias de cronopios y de famas (prosas breves, 1962), Rayuela (novela, 1963), Todos los fuegos el fuego (cuentos, 1966), Los discursos del Pinchajeta (miscelánea ilustrada por Julio Silva, 1966), La vuelta al día en 80 mundos (miscelánea, 1967), Buenos Aires, Buenos Aires (miscelánea con fotografías de Sara Facio y Alicia D’Amico, 1968), 62 Modelo para armar (novela, 1968) y Último round (miscelánea, 1969). Una búsqueda diversa, casi desesperada, sin más finalidad u objetivo que evitar el aburrimiento y la costumbre. «Yo creo que no hay que utilizar lo que ya se ha conseguido, sino buscar una cosa nueva. No vale la pena ser escritor si te pasas la vida repitiendo el mismo libro con diferentes variantes», argumentaba sobre sus constantes saltos al vacío literario, con riesgo cierto de equivocar el rumbo o las herramientas


elegidas. Y de algún modo, le daba así la razón a cierta crítica que lo caracterizó como autor de «literatura de acopio», hija de su formación como lector enciclopédico con El tesoro de la juventud. Por el contrario, donde Cortázar siempre queda en deuda es en sus intentos de abordar cuestiones sociales y políticas. Quizás porque despertó tarde a ellas: según él mismo confesó, el nacimiento de su conciencia sobre tales temas coincide con la construcción de un personaje de perfil popular, ‘El Pelusa’, en su novela Los premios (1960); y se afirma con su primer viaje a Cuba en 1961. No se trata de que sea mucho más obvio o elemental que otros escritores de la época al tratar los mismos asuntos, sino que la rigidez de esos intentos acaba por volverse una piedra en el zapato de su estilo personal: «Yo me siento mucho más cómodo en un terreno que toca lo irracional. Ese es mi verdadero campo», precisó alguna vez. Y aunque buena parte de la década de los setenta y el inicio de los ochenta se las dedicó a textos y actividades de ese tipo —hoy un acto de solidaridad con Chile, mañana un viaje a Nicaragua, luego un congreso en Cuba y así hasta el infinito—, no dejó de perseguir aquel rayo verde de las lecturas infantiles. Hasta que por fin consiguió verlo, en una playa de Mallorca, cuando no faltaba demasiado para su encuentro con la muerte, ocurrido hace 35 años exactos: «De alguna manera supe ayer que mucho de lo que defiendo y que otros creen quimérico, está ahí en un horizonte de tiempo futuro, y que otros ojos lo verán también un día», escribió entonces. Justo allí, en ese punto esquivo y necesario, donde encuentran razones para seguir mirando quienes aman y juegan y sueñan.

Cronopio político Cortázar no fue —no podía serlo— un cuadro político acorde a su época. No solo le preocupaba muy poco participar de debates o mítines, sino que descubrió y abrazó una ideología de izquierda a la edad en que muchos comienzan a transitar el camino de la desilusión. Y trató de evidenciar su compromiso del modo que mejor lo representaba: con su literatura. Por eso cedió los derechos de autor de Libro de Manuel (1974) a las organizaciones de defensa de los presos políticos en Argentina, y el importe del Premio Médicis que obtuvo en Francia por la misma obra, fue a manos de la resistencia chilena contra la dictadura de Augusto Pinochet; asimismo los derechos de autor de Los autonautas de la cosmopista (1982) y Nicaragua, tan violentamente dulce (1984), fueron entregados al pueblo sandinista de Nicaragua. Sin embargo, se ocupó de dejar muy claro que su «idea del socialismo latinoamericano» era «profundamente crítica, (…), en la medida en que rechazo toda postergación de la plenitud humana en aras de una hipotética consolidación a largo plazo de las estructuras revolucionarias. (…) si no acepto la alienación que necesita mantener el capitalismo para alcanzar sus fines, mucho menos acepto la alienación que se deriva de la obediencia a los aparatos burocráticos de cualquier sistema por revolucionario que pretenda ser».

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Humberto Montero

La poesía sale de mi boca, de mis puños, de cada poro resuelto de mi piel / de éste mi lugar volátil, aleatorio / testiculariamente ubicado / afilando su daga / sus irritaciones su propensión manifiesta a estallar / & encender la mecha en 1 clima refrigerador donde ni FUS ni FAS ni mechas ni mechones ni un solo constipado que merezca llamarse constipado, ni 1 solo caso de Fiebre-Fiebre digno de consignarse en este mi inmóvil país La poesía sale de mi boca, con 1 pelambre & unas antenas & unos ojos de mosca […] La poesía sale de mi boca… (fragmento) Mario Santiago Papasquiaro México D.F., 1975

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L

a infrarrealidad, la existencia efectiva de lo que se encuentra por debajo del umbral de la percepción (de cada poro resuelto de mi piel), es un concepto inmediato que se relaciona con la materia expresiva (el lenguaje) y a un paso de la razón significante (volátil, aleatoria, testicular). La palabra: las palabras. Por tal razón la infrarrealidad es y ha sido considerada como materia de lenguaje útil para la creación de contenido (por su propensión manifiesta a estallar) y, por extensión estructural, de significación lingüística a todo nivel (de ni FUS ni FAS). Lo intuyó como concepto de expresión el Roberto Matta expulsado del movimiento surrealista y lo acuñó como una fosa de destino expresivo más allá de la realidad de su espacio estético en los límites de lo onírico («Volarle la tapa de los sesos de la cultura oficial»), por debajo del umbral de lo real y, en consecuencia, como el elemento compositivo cifrado en lo infra para la construcción de un término teórico. Y claro: materia de expresión de ahí en adelante. No se piensa de un modo infrarreal, se percibe por debajo del umbral de lo real para luego conformar un pensamiento expresable, si es el caso. Lo que está ahí presente pero ausente a nuestro enfo-

que: una suerte de coartada de estar donde uno cree que no se está y no estar donde uno cree que sí se está (Fiebre-No Fiebre / No FiebreFiebre), eso es la infrarrealidad: materia de expresión que dispara a la conciencia cuando es percibida y nunca más desenfocada para luego ser confirmada en pensamiento. En términos de Lorena de la Rocha (México D.F., 1975): «Propongo que los poemas destruyan o no existan». En términos de Roberto Bolaño (México D.F., 1976): «Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa». Esta materia de expresión que Roberto Matta la cita como el principio de una teorización, pero que no la plasma en su arte de una manera ostensible, despierta tres décadas después de su cuño la curiosidad de otro chileno, de Roberto Bolaño, que la recodifica —con la locura salvaje de un detective— como la esencia natural de los real visceralistas, y la cifra en manifestaciones de irrupción poética a través de la palabra, a través de la materia expresiva del lenguaje verbal: poética de irrupción, poética de intervención, poética de acción. […] déjenlo que grite, déjenlo que grite (por favor no vayan a sacar un lápiz ni un papelito, ni lo graben, si quieren participar griten también), así que déjenlo que grite, a ver qué cara pone cuando acabe, a qué otra cosa increíble pasamos. ‘Déjenlo todo, nuevamente’. Primer Manifiesto infrarrealista (fragmento) Roberto Bolaño México D. F., 1976

El infrarrealismo irrumpe e interrumpe el enfoque de lo preestablecido, de lo que se establece en un formato que se podría considerar inalterable, tal como una conferencia de


ensayo Octavio Paz —en aquellos tiempos, norma elevada de exposición cultural— matizándola con un lenguaje paralelo de intromisión: el articulado por los interruptores visceralistas, por los infrarreales del movimiento poético suburbano del D.F. setentero (déjenlos que griten a ver qué cara ponen cuando acaben de gritar…). Sí, este grupo de acción poética, de acción infrarrealista, practicó la subversión irrumpiendo e interrumpiendo en foros de poesía, presentaciones de libros, coloquios culturales, veladas formativas; aprovechándose de la convocatoria que esos eventos alcanzaban en los públicos sociointelectuales de aquel entonces con la finalidad exclusiva de plasmar en ellos la palabra paralela, a grito y declamación pelada, herida y limpia, que los autentificara como los nuevos cultores de una poética lumpen. Y así se originaron auténticos bochinches que a su vez los señalaron y estigmatizaron como los revoltosos del momento. Esto los forzó, en realidad y alegoría —en infrarrealidad plasmada en palabra—, a desaparecer del suelo mexicano hasta que un grupo detectivesco y salvaje emprendiera la empresa de búsqueda aleatoria de toda esa gente insubordinada, perdida en el planeta, debajo del umbral de la realidad. Con Roberto Bolaño como el cerebro conceptual y accionista principal y Mario Santiago Papasquiaro como el irruptor y poeta infrarrealista por excelencia, ambos a la cabeza de esa corriente subversiva, se conformó la auténtica significación de la poiesis en acción: la creación o producción de la palabra libre y a un tris de lo real. Los infrarrealistas manipulan la expresividad de la materia que subyace por debajo del umbral de lo evidente y así accionan el lenguaje (performan: neologismo útil para la comprensión cuando se rebalsan los límites de lo real y no lo perci-

bimos, cuando se rebalsan hacia los costados los límites de la realidad para que la podamos percibir en otra posición). No es sueño, no es sub, es infra y es real. «El infrarrealismo ama sin reservas y no cree en el matrimonio. Le gusta ser aventurero en todo y piensa que las cosas no están hechas sino haciéndose (incluso piensa que muchas cosas están malhechas)». Manifiesto infrarrealista. Por un arte de vitalidad sin límites (fragmento) José Vicente Anaya México D. F., 1976

Los infrarrealistas del México setentero lo hacen con la palabra como materia prima de edificación, pero también con el performance como actividad artística que agita al espectador que se encuentra concentrado en un discurso, en otro que no es el del infiltrado hasta ese momento —real visceralista, luego y con valor de entendimiento y propiedad de etiquetas—. Y, sin querer queriendo [expresión chavista —el de la vecindad de Televisa (dentro de un barril —y entre rayas— [y corchetes]) y no el de la patria bolivariana e impertinente—, ¿acaso de motivación infrarreal que marea con rayas y corchetes?], lo expresan como un acto de poesía editada en tiempo efímero, declamada a la brava en los espacios no autorizados para expresar infrarrealidad, aunque idóneos y necesarios para mostrarla en su máximo enfoque de significación. La poesía de Roberto Bolaño, la de Mario Santiago Papasquiaro, la de José Vicente Anaya, la de Piel Divina, y tantos más casi infrarreales, y la de los otros visceralistas, los más auténticos infrarreales, los cien por ciento real visceralistas: Arturo Belano, Cesárea Tinajero, Auxilio Lacouture y Ulises Lima, como los

principales alter ego de esos otros egos, se demuestra infrarreal, deviene infrarreal, es lo más cercano a lo infrarreal. Esa poesía, cuando lo infrarreal desaparece de la noche a la mañana en México, se envuelve de una manera subrepticia entre la prosa que razona el concepto infrarreal y que lo expone como tal en escenarios más disímiles como los de una poesía nazi en Latinoamérica que alcanza el 2666 pero que no lo rebasa, sino que se rebalsa en ese año inalcanzable, ahora mítico, sin dar término a un final de página río (suerte de la vida o verdadero designio infrarreal para el autor de esas novelas que nunca alcanzan un final). El infrarrealismo se arropa de la prosa en la obra de Bolaño. «Y los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero,

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ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprimida que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo». Amuleto Roberto Bolaño 1999.

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Roberto Bolaño lo comprendió así cuando trocó el verso por la prosa. Ya no podía ser infrarrealista al ceder la expresión a favor del contenido, lo que lo ubicaba con los dos pies sobre la tierra por cada historia que iría a narrar, aunque no dejó de enfocar en los detalles de lo presente y ausente, ausencia y presencia a la vez. Es así que su obra narrativa es una coartada de la poética que lo traiciona, asomando y distinguiendo entre las líneas de lo prosaico, y que la lleva —poética y coartada— entre las líneas de sus novelas como si fuera un amuleto imperceptible/ perceptible pero presente: opuestos irreconciliables que se definen en su dualidad: de la misma naturaleza pero de distinto grado. Su coartada poética se define con nombre de Auxilio Lacouture sentada sobre un inodoro académico repasando una y otra vez las líneas textuales de la luna que terca se pasea por el embaldosado del baño de una universidad de la poética. Un inobjetable amuleto, pequeñito y lumpen, quizás, una estrella distante más quizás y aún. El infrarrealismo no ha quedado como un ismo exclusivo de la poesía mexicana de ese tiempo relatado, ha quedado como un ismo sin tiempo, como un amuleto desde antes de vanguardias y ulterior hacia más allá

del 2666. Es una conciencia material de la expresión que subyace en lo no evidente, coartado y rotundo en su consistencia esencial. La naturaleza manipula los espacios extendiendo y contrayendo, estirando los límites de lo real y comprimiendo esos mismos límites en lo infra: generando un continuum de expresión donde evidencia y percepción —lo evidente y perceptible— se colocan en las antípodas del sentido de no ser. Y así: la infrarrealidad es una realidad que no es, y que por eso puede llegar a ser reconocida como una realidad, como tal, que si no fuera una realidad en esencia ¿cómo podría considerarse infrarrealidad? Sí, la anterior es una crítica hegeliana a favor del devenir del real visceralismo de Roberto Bolaño en su obra y de lo real visceralista de la vida, obra y muerte de Mario Santiago Papasquiaro, el hombre que, en la dimensión en que se encuentre ahora mismo, en su dimensión infrarrealista, ya no ha de estar usando un bastón como apoyo en su andar, sino, y quizá, otro medio de apoyo, otro artilugio para insistir en darse contra el mundo en el que habita, viviendo la experiencia de lo que significa ser un ser infrarreal…, y acaso junto al espectro de Bolaño. «Y ahora allí estaban, hablando con el tipo vestido de blanco, de regreso en el DF, y no me veían o no me querían ver, de tal manera que yo tuve tiempo de sobra para observarlos y para pensar en lo que tenía que decirles, que mi padre estaba en un manicomio y que devolvieran el coche, aunque a medida que el tiempo pasaba, no sé cuánto rato estuve allí, las mesas de los alrededores se desocupaban y se volvían a ocupar, el tipo de blanco no se quitó nunca el sombrero y su plato de enchiladas parecía eterno, todo

se fue enredando dentro de mi cabeza, como si las palabras que yo tenía que decirles fueran plantas y éstas de pronto comenzaran a secarse, a perder color y fuerza, a morirse. Y de nada me valió pensar en mi padre encerrado en el manicomio con una depresión suicida o en mi madre blandiendo la amenaza o el estribillo de la policía como si fuera una porrista de la UNAM (como en sus años estudiantiles efectivamente fue, pobre mamá), porque de pronto yo también empecé a quedarme mustia, a desintegrarme, a pensar (más bien a repetirme, como un tam-tam) que nada tenía sentido, que podía quedarme sentada en esa mesa del café Quito hasta el fin del mundo (cuando yo iba a la preparatoria teníamos un maestro que decía saber exactamente lo que haría si estallaba la Tercera Guerra Mundial: volver a su pueblo, porque allí nunca pasaba nada, probablemente un chiste, no lo sé, pero de alguna manera tenía razón, cuando todo el mundo civilizado desaparezca México seguirá existiendo, cuando el planeta se desvanezca o se desintegre, México seguirá siendo México) o hasta que Ulises, Arturo y el desconocido vestido de blanco se levantaran y se fueran». Los detectives salvajes Roberto Bolaño 1998.

En los Detectives salvajes, Arturo Belano (anus bellus y ominoso, cualidad de Arthur Rimbaud, tan cercano y tan distante a la de Pedro Lemebel) busca a Ulises Lima y ni siquiera lo encuentra para cuando Bolaño ha terminado de escribir el libro y Mario Santiago ya ha muerto sin poder leerse ni reencontrarse ni estamparse en la prosa de su mejor amigo. Ni como para poder mojarlo en la ducha, al libro. Ese libro queda colgado, junto al testamento geométrico de Dies-


veinte, por Santiago, quince por Bolaño, 2666 por los infrarrealistas anónimos que superan esa cantidad de tiempo y espacio sin darse por enterados que todos ellos son parte de esa cifra desbordada. Los muelles del universo se están quemando Moriré sorbiendo pulque de ajo Haciendo piruetas de cirquera en la Hija de los Apaches del buen Pifas Bajo la bendición de las imágenes sagradas/ inmortales del Kid/ el Chango/ el Battling/ el Púas Ultiminio/ el Ratón (sacerdotes del placer del cloroformo)

Mario Santiago Papasquiaro

te y otras ropas, en el tendedero del profesor de Santa Teresa, para que aprenda de la vida y no enseñe geometría aproximada…, porque a las mujeres las mata el viento sin dejar la misma huella sofocada con el hombre como arma homicida (¿O será con arma de mujer? Ya nunca se lo podrá saber en esta vida que no alcanza al 2666: un año ya olvidado para siempre). La iglesia olía a incienso y a orina. Los pedazos de yeso esparcidos por el suelo le recordaron una película, pero no supo cuál. 2666 Roberto Bolaño 2004.

A veinte años de la muerte de Mario Santiago Papasquiaro, a quince de Roberto Bolaño, se ha celebrado en algún lugar de chupe (o en algunos tantos de libar palabras) el boicot a la regla literaria y a su sintaxis convenida, y se ha ratificado el canon infrarreal de la irrupción en la poética. Sin duda se lo ha celebrado en cada pulquería mexicana desde Ciudad de México hasta la ciudad de Santiago Papasquiaro, la del seudónimo de José Alfredo Zendejas, en la dimensión paralela de la infrarrealidad. Y, si se quiere, por el resto del planeta, en pulperías, cantinas, tascas, tabernas y bares, o en cualquier esquina de trago tardío o tempranero. Se ha celebrado en número cerrado:

Qué más que saber salir de las cuerdas & fajarse la madre en el centro del ring La vida es 1 madriza sorda Alucine de Efe Zeta Película de Juan Orol Mejor largarse así Sin decir semen va o enchílame la otra Garabateando la posición del feto Pero ahora sí definitivamente & al revés. EME ESE PE Mario Santiago Papasquiaro México D.F., 1998

… la locura de cortarse una mano subyace en el umbral de la realidad haciendo malabares y piruetas —piruetas de cirquera—, aunque jamás en un plano surreal, sino en un estado potencial de infrarrealidad, de pura infrarrealidad garabateada en posición: definitivamente & al revés.

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Rodrigo Villacís Molina

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De tu corazón al mío, mixta sobre tela.


paleta

Y

a es amplia la trayectoria de este pintor imbabureño (Cotacachi, 1968). Trayectoria que podría definirse como una aventura plástica a través de diversos temas, incluidos los imaginarios míticos, con extraños guerreros y damas de un mundo de fábula creado por el artista, que nos sorprende precisamente por la originalidad de su trabajo. Por eso le pregunto: ¿Cómo arrancó esa trayectoria que ha devenido en cierto modo extraño en el panorama de nuestra plástica? Bueno, la verdad es que comencé a transitar por un camino distinto, por el de la especialidad de Físico-Matemáticas en el Colegio Teodoro Gómez de la Torre, de Ibarra. Nada que ver con el arte. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, desde muy temprano me atrajo el dibujo, al que dedicaba todo mi tiempo libre. Hacía cosas que, a veces, mis compañeros me compraban. Eso me indujo a dar la espalda a las matemáticas, y pasarme a estudiar artes plásticas, en la especialidad de pintura y grabado en la Universidad Central. Esto a partir del año 1986. ¿Olvidaste, entonces, los números? No del todo, porque en la vida son indispensables. Pero, además, también había dibujo técnico, y desde luego, todo eso me ha servido. ¿Buenos recuerdos de la Universidad? Tuve buenos profesores, especialmente Nicolás Svistoonof. Nos hablaba de la necesidad de capturar no solo las formas, sino lo que éstas entrañan. ¿Tus primeros pasos? Me atraía lo espiritual, era una búsqueda. Hice incluso un breve curso de teología; me interesaba el tema de los milagros, y pintaba ángeles y retablos religiosos. Después me inspiré en ciertos elementos precolombinos.

Diosa del viento, mixta sobre tela.

¿Antecedentes de lo fantástico? Fue mi abuela la que me mostró ese mundo. Diríase que ella me llenó la cabeza de sueños y fantasías, con fantasmas y duendes; como la historia del tío que a media noche se peleaba con el demonio. Ese fabulario mágico fue creciendo, hasta que comencé a crear mis propios personajes, mi propio universo: las princesas, los caballeros, el bestiario. Pero también, y en otro orden, máquinas inspiradas, por ejemplo, en los bocetos de Leonardo, y otros temas de los clásicos. Pero todo con un carácter lúdico.. ¿Y en cuanto a la técnica, a los soportes? Exploré todo lo que estaba a mi alcance, comencé a trabajar con

betún, con brea, y hacía experimentos sobre madera y otros soportes. Y en cuanto al color, mi paleta era al principio muy cálida y diversa, incluyendo el pan de oro. Tratándose de soportes, también he experimentado con diversos, hasta con zapatos viejos para hacer máscaras. Siempre mi inclinación por lo lúdico; en este caso más que por lo experimental. Los zapatos-máscaras despertaron curiosidad en los espectadores. ¿De dónde salió la idea? Eso hay que atribuirle a mi abuelo, que era talabartero y trabajaba, por tanto, con el cuero; desbastándolo, repujándolo, para hacer chaucheras, tabaqueras, etc. y a mí

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Fascinacion, mixta sobre tela.

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eso me encantaba: el cuero como material que se prestaba para tantas cosas, y la reutilización creativa de los zapatos. De ahí salió la idea. Tú trabajas en series, ¿Cómo se sucedieron? La primera fue ‘Ángeles, gatos y máscaras’, que se expuso en la galería de Metropolitan Touring, incluyendo precisamente los zapatosmáscaras. Luego ‘El origen’: una serie llena de color, inspirada en la poesía, cuando pintaba no solo de dónde vienen el hombre y la naturaleza, sino también el origen de un suspiro, el amor, etc. Después, con técnica mixta, ‘Fabulaciones’: mitos, personajes y leyendas, que se presentó en la galería Chuquiragua. Yo recuerdo también la exposición que hiciste en la llamada, curiosamente, Casa del Higo. Era un espacio cultual de la Fundación Ecuatoriana de Desa-

rrollo, y se conoce con tal nombre a esa casa desde quién sabe cuándo.. El título de la muestra fue ‘Bestias y magia’, con formatos grandes, con esculturas en botellas, zapatos y cosas así. Materiales extrartísticos… No he querido quedarme en la atonía de temas, técnicas, materiales o formatos. Y sigo con las series. Vinieron: ‘Fabulaciones ludovicas’, y luego las ‘Fascinaciones’, expuestas hace cinco o seis años en la Casa de la Cultura: personajes alegorizados, suntuosos, y otros motivos, digamos, no convencionales. ¿Y ahora, en qué te hallas? Estoy en una serie que he titulado ‘Ágape’, sobre el amor, el amor filial, fraterno. Cuidado, porque el significado de esa palabra nos lleva, más bien a la comida, «comida fraternal de carácter religioso», dice el diccionario. Aunque

también dice, ciertamente, «afecto, amor». Esta segunda acepción es la que yo he tomado. Siempre un poco contracorriente, ¿no? No sé. Tal vez… La idea es conseguir ciertos efectos diferentes, singulares; como hago con mis temas y materiales. Ya lo hemos visto. Y con los personajes… Todo sirve al efecto; por ejemplo y en gran medida la literatura. Hay obras literarias que me han marcado mucho, como las de Margaret Yourcenar, de Umberto Eco y de otros escritores, que sería largo enumerar. Pero también el cine y la música. Y por supuesto la obra de otros artistas: especialmente los clásicos, pero no solo ellos. En fin.. ¿La crítica ha reparado en eso? Para algunos críticos, mi obra es muy americana, para otros,


muy europea. ¿Qué importa?, es mi obra; soy yo. Lo cierto es que siempre estoy buscando algo diferente. Y estoy contento con lo que he hecho; pero todo el tiempo me hallo en plan de superarme. Ahora quiero salirme de los personajes individuales y construir escenas en formatos más grandes. ¿Has expuesto también fuera del país? Como no: en Alemania, en España; pero también en Bolivia, Colombia, Bélgica, y más recientemente, con el auspicio de nuestra Cancillería, en Malasia, donde se expuso la serie ‘Fascinaciones’. ¿Planes para el futuro inmediato? Pienso en murales y quiero dedicarle más tiempo a la escultura. Pero lo más importante es que siempre tengo pendientes búsquedas que me impiden detenerme. Y por supuesto voy a seguir dando clases. ¿En dónde las dictas? En mi taller; disfruto de enseñar, y es como una terapia. Por eso se habla de arte-terapia. Y a propósito, hay psiquiatras que recetan visitas a museos para superar las depresiones. A lo que habría que agregar, como un suplemento, el ejercicio del dibujo y la pintura. ¿Has podido apreciar esos beneficios? Como no. He tenido alumnos que han venido con depresiones profundas, y ha resultado que esas prácticas les han ayudado mucho, y hasta han podido dejar la medicación. Sobre todo en el caso de los adultos mayores. Los niños, en cambio, disfrutan como de un juego, porque las clases tienen, claro, un carácter lúdico. ¿Y en el rango intermedio, cómo les ha ido a tus alumnos? Algunos han expuesto individual y colectivamente; no les ha ido mal. Creo que voy a pedirte un cupo. ¿En qué nivel? Ojo, que yo hago las preguntas...

El último jardín, mixta sobre tela.

Jorge Porras Olmedo (Cotacachi, Ecuador – 1968) Es un creador de mundos fantásticos. Pintor, dibujante, retratista, muralista, ilustrador de libros, catedrático, realiza proyectos culturales con su obra. Jorge Porras Olmedo estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador, donde fue ga-

lardonado como el mejor egresado de la especialidad de Pintura y Grabado de su promoción. Entre sus principales exposiciones se destacan: ‘Fascinaciones’, Art Expo-Malaysia, Kuala Lumpur y las colectivas ‘Cien años de la pintura imbabureña’, Quito, Ecuador; ‘Arte Ecuatoriano y Latinoamericano’, Bruselas, Bélgica; ‘Arte Joven Ecuatoriano’, Heidelberg- Alemania; ‘Arte Contemporáneo’ Fundación Rigoberta Menchú, LeganésEspaña, entre otras tantas individuales y colectivas. Direcciones del artista: www.porrasartista.wixsite.com/arte www.artex.ec/exposiciones/porras_ jorge www.retratosporras.jimdo.com Instagram: @jorge_porras_arte E-mail: porrasartista@gmail.com 63


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Gustavo Salazar Calle

robablemente Benjamín Carrión sea el escritor ecuatoriano a quien más estudios se le han dedicado en estas últimas décadas. A continuación haré una ligera revisión de la recepción de su obra desde su muerte acaecida el 8 de marzo de 1979 hasta la actualidad. Repasaré los trabajos que han llegado a mi conocimiento e intentaré organizarlos por temas y cronológicamente. En justo homenaje, el mismo año de su deceso la Cámara Nacional de Representantes del Ecuador decretó en agosto de 1979 que la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) lleve el nombre de su fundador. Hernán Rodríguez Castelo publicó Benjamín Carrión, el hombre y el escritor (1979), que recoge dos importantes testimonios del propio escritor lojano, correspondientes a 1967 y 1969; aquel año apareció también El libro de los prólogos (1979), preparado por Andrés Carrión, uno de sus nietos, obra que reúne excelentes valoraciones con algunas desiguales apreciaciones de Carrión a diversos autores; al año siguiente, el fotógrafo chileno Jorge Aravena publicó Geografía humana de Benjamín Carrión (1980) —dentro de una preciosa colección titulada ‘Palabra e Imagen’ que también dedicó un número especial a Jorge Carrera Andrade—, valioso volumen que recoge variados aspectos de la vida y obra de Carrión con interesante reproducción de documentos y una ligera biografía. A los dos años de la muerte del escritor apareció Homenajes a Benjamín Carrión (1981), que agrupa artículos encomiásticos y necrológicas difundidos en la prensa nacional e internacional. Alfonso Rumazo González publicó en Caracas la inconclusa obra de la cual Carrión ya había anticipado varios capítulos en revistas


remembranza algunos años antes de su muerte, América dada al diablo (1981); el mismo año, bajo el sello de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, apareció un volumen titulado Obras, que recogía los libros Los creadores de la nueva América, Mapa de América, el ensayo con el que prologó la Antología de José Carlos Mariátegui, el estudio introductorio al Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea y el importante estudio El nuevo relato ecuatoriano; la misma institución hizo una reedición de este libro en 2012, con el título de Ensayos escogidos. Franklin Barriga López, en Benjamín Carrión (1985), repasa la vida del autor de Atahuallpa, con algunas inexactitudes, a más de realizar una síntesis de varias de sus obras; para 1997 salió a la luz en la CCE, Núcleo del Carchi, un análisis relacionado con la institución fundada por él: Benjamín Carrión y su teoría de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, de Lermontov Vanegas. En algunos de los trabajos mencionados se mantenía la confusión de que en su estancia europea Carrión trabó amistad con Paul Valéry y José María Arguedas, cuando en realidad el ecuatoriano tuvo vínculos intelectuales con Valery Larbaud y Alcides Arguedas. Al escritor boliviano le dedicó uno de sus importantes ensayos en su primer libro, Los creadores de la nueva América. En 1998 la colección ‘Letras del Ecuador’ de Guayaquil publicó El pensamiento vivo de Benjamín Carrión, de José Orero de Julián y Liliana del Castillo Rojas, libro repleto de inexactitudes y errores que, curiosamente, había ganado un concurso de ensayo en 1996. Varias obras de Carrión han tenido la fortuna de ser reeditadas. De García Moreno. El santo del patíbulo se encargaron la editorial El Conejo (1984) y la CCE en 2016; en 1986 editorial El Conejo con editorial Oveja Negra publicaron la

séptima edición de Atahuallpa; con fines didácticos Libresa se encargó de Atahuallpa (1992) y de El cuento de la patria (1992), prologadas por el profesor Fausto Aguirre. De El cuento de la patria, la Campaña del Libro y la Lectura preparó otra edición en 2002. La Universidad Alfredo Pérez Guerrero publicó en 2007 una edición anotada de Cartas y nuevas cartas al Ecuador, con un sugerente prólogo de Efraín Villacís, y como apéndice, una breve biografía del autor por su hija Pepé (María Rosa) Carrión. En 2012 la CCE publicó otra edición. La Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) publicó otra edición del segundo libro de ensayos de Carrión, Mapa de América, en 2005. La segunda edición de El desencanto de Miguel García, primera novela de Carrión, fue editada por la CCE, Núcleo de Loja (2006), conjuntamente con los seis relatos escritos en su juventud, lo que abarca toda su narrativa exceptuando su segunda novela, ¿Por qué Jesús no vuelve?, que ya había merecido una segunda edición en 1989. En 2010 el Ministerio de Cultura publicó la segunda edición de Plan del Ecuador con un interesante estudio introductorio de Raúl Serrano Sánchez. Al cumplirse, en 1989, diez años de la muerte de Carrión y, en 1997, el centenario de su nacimiento, aparecieron artículos y valoraciones en su homenaje, en números monográficos, en la revista Mediodía de la CCE, Núcleo de Loja; en La Liebre Ilustrada de El Comercio, y en diario Hoy de Quito; en Domingo; de El Universo; y, en la revista Semana de El Expreso de Guayaquil, y en algunos otros suplementos culturales de diarios nacionales. Por el centenario de su nacimiento, en 1997 se organizó en Caracas una reunión en su homenaje, como resultado de la cual aparecieron algunos artículos de circunstancias.

En algunos de los mencionados trabajos se mantenía la confusión de que en su estancia europea Carrión trabó amistad con Paul Valéry y José María Arguedas, cuando en realidad el ecuatoriano tuvo vínculos intelectuales con Valery Larbaud y Alcides Arguedas.

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Dos obras que abordan aspectos de la vida doméstica y familiar del ensayista son el volumen preparado por Henriette Hurtado, Recuerdos de Mamaniña (1998), con testimonios de la viuda del escritor, doña Águeda Eguiguren, y Memorias compartidas (2001), de su hija Pepé Carrión. Uno de los estudiosos más importantes de su obra ha sido el profesor universitario Michael Handelsman, consciente de que para abordar el pensamiento de Carrión, a más de leer sus libros publicados, había que hacerlo a través del conocimiento y análisis de los documentos que reposan en el archivo personal del escritor. El resultado ha sido el prólogo a la edición de Cartas al Ecuador (1988) por el Banco Central del Ecuador, un par de antologías de los escritos políticos de Carrión y dos volúmenes en los que analiza su pensamiento: En torno al verdadero Benjamín Carrión (1989) e Ideario de Benjamín Carrión (1992), finalizando con una breve antología, Benjamín Carrión (2007), dentro de la colección Pensamiento Fundamental, además de su última reflexión sobre Carrión, la ponencia que leyó en el coloquio de París, en marzo de 2012, en el que fueron analizados el pensamiento de Benjamín Carrión y el de José Vasconcelos: figura en el volumen de actas De Atahuallpa a Cuauhtémoc. Los nacionalismos culturales de Benjamín Carrión y José Vasconcelos (2014), del cual además es editor junto con Juan Carlos Grijalva. En 2004 Raúl Pérez Torres publicó Ecuador, visiones de Benjamín Carrión, libro de fotografías de gentes y paisajes ecuatorianos con textos de Carrión. En 2009 la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó 30 años sin/con Benjamín Carrión, volumen que, aparte de textos de Benjamín Carrión de 1957 sobre la CCE, agrupa trabajos de Alejandro Morea-

no, Michael Handelsman y Diego Araujo Sánchez que ya habían sido publicados años antes.

Carrión y la puesta en valor de la cultura ecuatoriana Una de las más importantes gestiones de promoción de la obra de Carrión fue la creación, por parte del Ilustre Municipio de Quito, del Centro Cultural Benjamín Carrión (CCBC), que abrió sus puertas a la cultura nacional en 1994 e inauguró su catálogo de publicaciones con Cartas a Benjamín (1995), edición que yo preparé y salió con prólogo de Jorge Enrique Adoum, volumen que, a través de 124 misivas de Pablo Palacio o Gilberto Owen, evidencian el papel que Carrión cumplió en la cultura nacional y como nexo con sus similares en el resto de América. Los siguientes volúmenes de la correspondencia los prologó Alejandro Querejeta, quien los preparó junto con el equipo de investigación del CCBC (Raúl Pacheco, Luis Rivadeneira y César Chávez): Cartas mexicanas (2003), que contiene, entre otras, las remitidas por Jesús Silva Herzog, Jaime Torres Bodet o José Vasconcelos; Cartas centroamericanas (2003), con misivas de Miguel Ángel Asturias o Mario Monteforte Toledo, entre varios más, y Cartas ecuatorianas (2007), con epístolas de César E. Arroyo, Alfredo Pareja Diezcanseco o Alejandro Carrión, etc. El CCBC publicó también, en 2007, la compilación Ensayos de arte y cultura, preparada por Raúl Pacheco y Nancy Morán, con prólogo de Alejandro Querejeta, volumen que recopila todos los textos que Benjamín Carrión dedicó a su percepción de las artes plásticas y populares.


Como estudioso y difusor de la obra de Benjamín Carrión, mi objetivo más importante —además de dirigir, entre 1991 y 1993 el inventario, avalúo y catalogación de la biblioteca y archivo personales del escritor, que reposan en el Centro Cultural Benjamín Carrión, mediante comodato entre los herederos del intelectual lojano y el Distrito Metropolitano de Quito— ha sido el de destacar su calidad literaria. Además de mi ya citado Cartas a Benjamín (1995), en 1998 publiqué un trabajo técnico que registra 2.012 entradas de la producción de y sobre Benjamín Carrión: Benjamín Carrión: un rastreo bibliográfico; la antología La suave patria (1998), que, además de publicar importantes ensayos de Carrión, añade algunos textos de juventud, varios poemas, relatos y una bibliografía en orden cronológico; en 2001 el Fondo de Cultura Económica de México, en convenio con la Casa de la Cultura Ecuatoriana, publicó en México, en la colección Tierra Firme, mi antología de sus ensayos La patria en tono menor, que dimensiona la gran calidad literaria de la obra de Carrión; en 2007 me encargué de La voz cordial, correspondencia entre César E. Arroyo y Benjamín Carrión (1925-1931), con la Universidad ecuatoriana Alfredo Pérez Guerrero; finalmente publiqué en Madrid, en 2011, un breve volumen titulado Benjamín Carrión, número 4 de mi serie Cuadernos ‘A Pie de Página’ —que mereció una reedición en Caracas en 2014—, en el que reproduzco importantes documentos, algunos de ellos inéditos hasta esa fecha; también participé —con una ponencia acerca de los vínculos intelectuales entre Benjamín Carrión, César E. Arroyo y José Vasconcelos— en el coloquio de París de 2012. En marzo de 2012 Juan Carlos Grijalva, profesor en Assumption College en Massachusetts (Estados

Benjamín Carrión, Carlos Rodríguez, óleo, 1954.

Uno de los estudiosos más importantes de su obra ha sido el profesor universitario Michael Handelsman, consciente de que, para abordar el pensamiento de Carrión, a más de leer sus libros publicados, había que hacerlo a través del conocimiento y análisis de los documentos que reposan en el archivo personal del escritor 67


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Unidos), organizó, en el Instituto Cultural de México en Francia, el ya mencionado coloquio internacional: ‘Formaciones culturales de la nación en Ecuador y México: una mirada comparada e interdisciplinaria a Benjamín Carrión y José Vasconcelos’, en el que participamos varios estudiosos de la obra de ambos escritores, entre ellos Javier Garciadiego, Michael Handelsman y Yanna Hadatty Mora; algunas de las ponencias fueron publicadas con el título De Atahuallpa a Cuauhtémoc. Los nacionalismos culturales de Benjamín Carrión y José Vasconcelos (2014). Son muchos, como se ve, los aspectos de la vida y obra de Carrión que han sido estudiados en estas cuatro décadas. Menciono algunos trabajos más. Dentro de su proyecto editorial, el CCBC publicó en 2006 Narrativa latinoamericana, excelente muestra de la calidad crítica de Carrión cuya edición y prólogo corrió a cargo de Alejandro Querejeta, con compilación y notas por César Chávez. La misma institución, dentro de su serie ‘Re/incidencias’, en su número 3 (2005), distribuido en varias secciones, recoge importantes estudios y artículos sobre la obra de Carrión, entre ellos los de Álvaro y Mario Alemán, Raúl Serrano y Simón Espinosa Jalil, además de reproducir una buena selección de documentos entre los cuales destaco las correspondencias de Carrión con Gabriela Mistral y Germán Arciniegas. Dentro de su labor de difusión de la obra de Carrión, Alejandro Querejeta publicó en 2013, en Casa de las Américas (Cuba), una antología que tituló Ensayos, con prólogo suyo y selección preparada por Dionys Durán. En 2014 fue el ensayista argentino Carlos Piñeiro Íñiguez quien le dedicó a Carrión un capítulo en

su libro Pensadores latinoamericanos del siglo XX. En 2017, bajo la responsabilidad de Carlos Reyes Ignatov, la Flacso publicó en seis volúmenes la Obra escrita 1928-1977 de Benjamín Carrión, que agrupa gran parte de su producción ensayística. Esta colección representa un gran esfuerzo por poner a disposición del público actual el pensamiento de un autor cuyo influjo se mantiene aún vigente. Una puesta al día, con respecto a opiniones vertidas en su juventud, en su libro Aproximaciones y distancias (1985), cuando Fernando Tinajero cuestionó la «teoría de la nación pequeña», de Carrión, últimamente señala: no haber visto en perspectiva que, a pesar de ser una tesis errónea, fue «un error fecundo, que logró movilizar a los sectores medios de la sociedad ecuatoriana» (Benjamín Carrión y la ‘cultura nacional’, 2013. pág. 47, nota 54). Texto que recogió en el volumen que dio título a El siglo de Carrión y otros ensayos (2014). Paso ahora a referirme a dos aspectos importantes de Cartas al Ecuador, cuya publicación original en la prensa aún no había podido ser fijada. Como resultado de recientes investigaciones, he logrado precisar que las primeras nueve cartas aparecieron en diario El Comercio entre el 15 de junio y el 4 de agosto de 1941, p. 4. Reproduzco los párrafos de presentación de las cartas en el diario quiteño: NOTA DE LA DIRECCIÓN.La Dirección de este periódico tiene el agrado de llamar la atención de los lectores a la serie de artículos que, con el título de Cartas al Ecuador, comienza a publicar desde hoy. La importancia y trascendencia de las opiniones vertidas en estas Cartas —escritas especialmente para El Comercio— dejamos [sic!] al buen criterio del


público lector, el que seguramente sabrá apreciarlas en su justo valor, conforme vayan estas apareciendo en ediciones sucesivas de este diario. La personalidad literaria de su autor, el conocido escritor doctor Manuel Benjamín Carrión, es suficientemente apreciada entre nosotros y también fuera del país. En esta serie de artículos es de apreciar, entre las muchas cualidades que son propias del autor, el don de fina observación que emplea con gran ventaja en su amplia visión del panorama social y político que ofrece nuestro país en la actualidad. Al presentar a los lectores esta importante nueva colaboración, deseamos reafirmar nuestro propósito de estimular y prestar todo nuestro apoyo a cuanto esfuerzo se hiciere por el resurgimiento, el progreso y la prosperidad de la patria, a la cual se debe primordialmente la labor cotidiana de este periódico.

En el volumen en el que recogió las 17 cartas que componen la obra final —Cartas al Ecuador. Quito, Editorial Gutenberg, 1943—, Carrión registra en una nota al pie de la novena carta, Sobre el «caramelo literario» y el culto de la queja, que le censuraron unas líneas en la versión publicada en el diario. Lo que pongo en cursiva consta en el periódico y no en el libro y lo que reproduzco en negrita es lo censurado. Conjugo los textos que constan en El Comercio, 4 de agosto de 1941, p. 4, y en el volumen publicado en 1943, p. 72: NOTA.-Ya escrita esta carta, la información patriótica y leal de El Comercio, superando secretismos de consigna, ha revelado al país todo el horror de nuestra desgracia internacional, todo lo doloroso de nuestra caída, toda la ‘gloria’ del conquistador…

Esperamos serenar nuestra indignación y, en las próximas cartas, decir algo de lo mucho que se debe decir, con intención sana, rectificadora y constructiva. Sin temor a que los monopolizadores del patriotismo, que en veinte años han dominado, con este o aquel nombre, el país, se arroguen el derecho de calificarnos. Derecho que nosotros y todos los «hombres de la calle» negamos a cualquiera. (Esta nota debió aparecer junto con la carta anterior. Fue censurada).

Probablemente la censura de algunas de estas líneas y de la carta diez en el periódico quiteño le habrán decidido a Carrión a no publicar el resto de la serie en este medio; seguramente lo hizo en otro, si creemos en lo que se registra en varios documentos del propio autor. Todos los estudiosos sostienen que lo hizo en diario El Día, pero habrá que continuar las investigaciones para precisar en dónde aparecieron las cartas restantes, de la décima a la decimoséptima. Sería conveniente que varias de esas cartas, escritas por Carrión hace 78 años con verdadero afán patriótico, se imprimieran en folleto y estuvieran a disposición de todos los representantes del Estado; que asambleístas, Ejecutivo y ámbito judicial, con todos sus asesores, las leyeran de manera obligatoria y reflexionaran acerca de varias aseveraciones del gran escritor lojano. Todos estos trabajos permiten redimensionar el quehacer cultural de Carrión desde distintas perspectivas: desde los ámbitos de la creación artística, la crítica literaria, la fundación de la Casa de la Cultura y el aspecto humano. El planteamiento cultural de Benjamín Carrión, expuesto sobre todo en su Informe de labores como presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1957, sigue vigente

El tiempo nos permite ver en perspectiva que debemos aunar esfuerzos sin tintes ideológicos en los que la prioridad sea potenciar las diversas manifestaciones de nuestra cultura.

y aún plantea respuestas de un Estado que no ha logrado asumir los retos que nuestra sociedad y nuestra cultura todavía le exigen. Al revisar nuestra historia cultural hallamos también, entre otras, la propuesta del P. Aurelio Espinosa Pólit, S.J., que, aunque aparentemente está en las antípodas ideológicas, coincide en algunos aspectos básicos de la cultura con los sostenidos por Carrión. El tiempo nos permite ver en perspectiva que debemos aunar esfuerzos sin tintes ideológicos en los que la prioridad sea potenciar las diversas manifestaciones de nuestra cultura. Permanentemente debemos volver y revisar a nuestros clásicos, que siempre tienen algo que decirnos para establecer caminos que nos lleven a asumir responsablemente los desafíos que nuestra cultura nos plantea en el mundo actual.

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Gabriela Ruiz Agila

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a estrategia de Raquel Rodas era más clara y a la vez, más compleja: romper con la narrativa mestiza dominante. Se propuso recuperar la voz de los indígenas, sobre todo de las mujeres. El proceso de reforma agraria en los años sesenta impulsó la insurgencia indígena, y con ello, la reivindicación de sus prácticas y discursos en pugna por la visibilización de una identidad. Nació en Paute, Azuay (1940). Docente e historiadora. Desde niña, el contacto con el campesinado tan cercano pero jerarquizado

la llevaría a cuestionar el orden establecido. «A mi mamá la definían dos grandes fuerzas: inteligencia y tenacidad por descubrir este mundo de las mujeres. Tenía la sensibilidad de una niña», recuerda Juan Pablo Castro Rodas, también escritor. En las crónicas escritas por Raquel Rodas, la voz de la mujer indígena se abre paso con la fuerza del agua. Su hijo comparte la vivencia: luego de un largo trayecto en autobús, Raquel llegó a orillas del río Tomebamba en Cuenca. Descendió las escaleras de El Vado, se descalzó y hundió los pies en el agua

fría para hablar de cuerpo a cuerpo. Parte de esos diálogos quedaron retratados en el documental de Mónica Vásquez, Tiempo de mujeres (1992), quienes cuidan a los hijos mientras los maridos trabajan en los Estados Unidos. La capacidad de escucha y acompañamiento de Raquel Rodas estuvo marcada por su experiencia como maestra unidocente en la parroquia de Turi y directora de una escuelita de niñas en Baños. Estudió en el normal superior Manuel J. Calle. A sus 22 años logró en comunidad la apertura de una escuela laica y el uso del quichua en el aula. Y esta sería una de las acciones con las que confrontaría al poder. Como dirigente estudiantil en la escuela de Filosofía, vivió la dictadura del gobierno de Velasco Ibarra, fiel a sus principios de izquierda. Nunca se afilió a ningún partido, ni coqueteó con las expresiones violentas de la búsqueda de justicia. Contrajo matrimonio y terminar con este vínculo le representó desafiar la tradición moral en una sociedad tan católica como la cuencana. En la década de los ochenta, el acercamiento al mundo indígena se concretó con su llegada a Quito, donde el arte y las expresiones estaban más desarrollados. El acto de migrar fue el de trastrocar la matriz y acceder a un mundo aparentemente negado para las mujeres por su origen o clase social. El alejamiento físico de la ciudad y el divorcio de lo que entonces simbolizaba el mundo patriarcal, le permitió reencontrarse consigo misma. Raquel seguiría en adelante con su propia búsqueda feminista. Más tarde, cursó el máster en Estudios de la Mujer en la Universidad de Barcelona. Contar otra historia, contar desde abajo, para comprender el lugar al que el Estado relegó a las mujeres, y que la familia asignó


variaciones dentro de la casa y el latifundio. Fruto de su reflexión y constante investigación, encontramos el hallazgo de respuestas nacidas en el mundo femenino a grandes preguntas históricas: «…el mejor conocimiento de la realidad indígena la tendrá el indio mismo; el que más y mejor pueda penetrar en el espíritu y la conciencia de los indios será una persona de la misma raza, el que pueda laborar con más abnegación, y será quien haya nacido de esa realidad y sienta como suya la suerte del grupo», le dijo Dolores Cacuango, Pionera en la lucha de los Pueblos Indígenas (CNPCC, 2007). Sobre este personaje, Rodas escribió cinco libros. Acompañada de su pequeño hijo, habría de entrevistar a la lideresa indígena Tránsito Amaguaña, en más de veinte encuentros. Su testimonio: «A los nueve años me llevaron a la escuela que había para los hijos de los empleados. Cuando daba ‘Buenos días’, el escribiente, un tal Amador Villalba, estaba ahí. —‘¡Longa, india, longa, mocosa malcriada! ¿Por qué dais los buenos días? Para ustedes: bendito alabado’». La descripción de la vida de las familias de campesinos en Cayambe ha sido retomada por cientos de investigaciones a nivel local e internacional. La mirada de Raquel Rodas también nos deja un archivo fotográfico. Destaca su trabajo en conjunto con Rolf Blomberg que resultó en el libro Nosotras que del amor hicimos (Fraga,1992). Fueron muchísimos viajes, frío y poca comida. Son más de cien libretas de viaje que reúnen las bitácoras de 30 años de conversaciones, paisajes y luchas al pie del camino, escuelas y montañas. Algunas reflexiones las compartió como articulista en revistas varias, diario Hoy y El Comercio, y en su admiración por el teatro. En su casa abrió el centro cultural

El Tablado, que funcionó un tiempo corto. Uno de los mayores aportes de Rodas es el levantamiento de la genealogía femenina para reseñar las biografías de María Angélica Carrillo, Zoila Ugarte, Mary Corylé, María Luisa Gómez de la Torre, Mercedes Andrade, por mencionar algunas. Su aporte es clave para el estudio del movimiento indígena, los derechos de las mujeres y la migración desde el austro ecuatoriano a Estados Unidos. Su obra y trayectoria ubican a Raquel Rodas como uno de los pilares del feminismo en el Ecuador que definía así: «El feminismo constituye una búsqueda de autoridad para la experiencia y la palabra femeninas». Integró el Centro de Investigación de Estudios de la Mujer y la Academia Nacional de Historia; y fue militante de asociaciones civiles como Grupo Gema, Educadoras María Angélica Idrovo, La Caracola, 8 de Marzo, y Frente Amplio de Mujeres del Azuay, del que fue presidenta. Se recomienda la lectura de su obra: Las propias y los ajenos (2007); Muchas voces, demasiados silencios (2002); Maestras que dejaron huellas (2000); Historia del voto femenino (2009); El color de la lluvia (2012); Las escuelas indígenas de Dolores Cacuango (1989). En su autoría se reflejan las lecturas de las obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz o Nietzche. El 31 de octubre de 2018, falleció Raquel Rodas. El Concejo Metropolitano de Quito le otorgó la Mención de Honor por Servicios Relevantes a la Ciudad. Su legado permanece latente en el quehacer de las intelectuales, docentes y artistas. En honor a su caminar, mi deseo es que seamos miles de Dolores, de Tránsitos y de Raqueles para cambiar al mundo.

La estrategia de Raquel Rodas era más clara y a la vez, más compleja: romper con la narrativa mestiza dominante. Se propuso recuperar la voz de los indígenas, sobre todo de las mujeres.

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Maritza Romero Bernal*

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l arte es el canal por el cual podemos explorar un universo paralelo, es llegar a nuevos estados de conciencia a través de la belleza. El artista es un filósofo, un pensador, es alguien que logra plasmar aspectos del ser que no son percibidos con facilidad en la vida cotidiana. El arte es la única vía capaz de lograr una gratificación sensorial, mental y psíquica, convirtiéndose en el altoparlante de la verdad», así define la pasión por el arte el Teatro del Cielo, una compañía fundada en el 2004 y conformada por cinco artistas: Yanet Gómez de 41 años, David Saavedra de 42, Jonathan Márquez de 30, Omar Vega de 28 y su director Martín Peña de 36 años, quienes trabajan bajo la técnica de mimo corporal, mejor definida como arte dramático del movimiento. Durante los últimos años esta compañía se ha dedicado a crear diversas obras con el objeto de promover la experimentación artística, poniendo al desnudo el pensamiento y al cuerpo como la herramienta principal para la metamorfosis del lenguaje corporal. Entre sus obras se destacan: Hombre y sombra (2004), Luna de miel… Lotra de sal (2010), La espera (2014), Lautaro (2015), El circo de los sentimientos (2016), La espera (El diamante azul, 2016), Contra la ley de Isaac (2017), y su última creación titulada Amore, un

monólogo en el que actúa Yanet Gómez con gran maestría. Su director afirma que este trabajo supera al teatro, pues se basa en una estructura que no podría ser concebida sin la emoción intensa y la relación energética con el espectador. Es una obra que se diferencia de todo lo que ha hecho antes.

2 El Teatro del Cielo, sin duda alguna, rompe con los esquemas del teatro tradicional, su técnica desafía al cuerpo a convertirse en un lenguaje universal, sublime, explosivo, un lenguaje que no conoce barreras de idiomas ni fronteras; es un lenguaje puro del alma que expresa mediante movimientos dramáticos la experiencia de vivir. La técnica de mimo corporal: «Es un lenguaje que para conseguirlo es necesario pasar por un

proceso técnico. Este lenguaje tiene como gran objetivo hacer visible lo invisible, convirtiendo al cuerpo en un retrato del pensamiento, por lo tanto, el actor trabaja con un cuerpo pensante». Martín Peña, quien estudió en Londres, Inglaterra, con Steven Wasson y Corinne Soum, los últimos asistentes de Etienne Decroux, creador de la técnica mimo corporal, considera que el Teatro del Cielo es un espacio de meditación en el que sus integrantes alcanzan un estado de conciencia y de sanación mediante el proceso artístico; además cree que pueden formar parte de este grupo las personas que sepan extender los horizontes del pensamiento, y afirma que «sería muy difícil trabajar con alguien que solo tiene ojos para una realidad visible».

3 Podríamos definir a estos cinco artistas como uno de los grupos más arriesgados y ambiciosos de la última generación de actores en el país, sus obras escarban en lo más profundo del comportamiento y la sensibilidad humana, cuya imaginación articulada produce una efervescente empatía con el público y sus emo-


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ciones. En aproximadamente 45 minutos la audiencia se encuentra flotando en una burbuja de formas, colores y sonidos que nos transportan a un mundo imaginario donde la realidad no está muy distante. Cuando vi por primera vez al Teatro del Cielo en escena tuve la sensación de entrar en un mundo fuera de lo normal. Las expresiones de los rostros manejaban un vocabulario completo sin rastros de sonido, sus siluetas articuladas se desplazaban sobre el espacio escénico con una explosiva energía que, en ocasiones, terminaba convirtiéndose en una figura escurridiza; cuando parecía que la historia salía de una película muda de los años veinte, emergía un conjunto de voces con acentos provenientes de un mundo imaginario donde el excentricismo cumple un rol protagónico; el público y yo estábamos expectantes a las imágenes que se presentaban ante nuestros ojos, impresionantemente muchos de los efectos de sonido eran creados al instante por estos actores, eran sus gargantas, labios y lenguas multifuncionales las

que daban vida a los sonidos más peculiares que podamos escuchar en nuestra vida (como el proceso de un parto). De este modo esta compañía de teatro alcanza el objetivo del arte en la sociedad: llegar a nuevos estados de conciencia a través de la belleza. Su teatro inusual los ha llevado a presentarse en diversos y prestigiosos escenarios del Ecuador y del mundo, entre ellos: Festival Escenarios del Mundo, Cuenca, Ecuador 2018; Circuito Teatral, organizado por el Instituto Nacional del Teatro en Argentina (INT); Encuentro de Mimo Corporal en Monterrey-México 2017; Primer Festival Internacional de Artes Vivas, Loja-Ecuador 2016; y, el Festival Internacional de Mimo Mime Fest, Policka, República Checa 2014.

4 Estos talentosos artistas, ganadores del premio Iberescena por composición escénica, radican en Guayaquil, donde trabajan bajo

una intensa disciplina física y experimental como complemento de su proceso creativo. Su director menciona que parten de estímulos diversos: «Lo que trato siempre es de dejar libre a la mente y al cuerpo para no imponer ideas preconcebidas desde el intelecto, sino más bien que se manifiesten como el grito del alma. Entonces poco a poco voy dándole forma con varios ajustes dramatúrgicos, pero la esencia viene siempre desde lo más profundo del ser». Así es como logran crear sus obras, con un desbordante toque atractivo y original. En definitiva, el Teatro del Cielo nos demuestra que el arte se ha convertido en el oxígeno de la sociedad: purifica la mente, tiene la capacidad de transformar realidades a través de las palabras, de las emociones y del cuerpo. O, como dice el mismo Martín Peña: «El arte permite abrir puertas espirituales, quizás en él encontramos las respuestas a muchas interrogantes sobre la verdadera esencia del ser». *Periodista y artista guayaquileña.

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Camilo Restrepo Guzmán

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ué tan alta responsabilidad y honor a la vez me ha entregado mi querido amigo Eliécer Cárdenas, motivado seguramente por el afecto y la amistad que nos une por cincuenta años, a más de su natural y nunca perdida generosidad. Decidí revisar y leer decenas de estudios, comentarios y análisis sobre la obra de este fecundo creador que, sin lugar a dudas, es uno de los más altos exponentes de la narrativa ecuatoriana de la segunda mitad del siglo XX. Todos esos análisis destacan con precisión y acierto la gran capacidad de Eliécer en la creación de sus personajes que palpitan en la vida cotidiana con todas sus peripecias, que nos hablan del gran narrador que es el autor de esta trilogía. La trilogía, publicada hace pocas semanas por la CCE en un solo volumen dentro de su colección Letras Claves, reúne tres novelas de Eliécer: la más conocida Polvo y ceniza (1978), El árbol de los quemados (2007) y cerrando el triángulo El héroe del brazo inerte (2013). Sería pretencioso de mi parte referirme a la calidad narrativa, literaria y creativa de la producción de Eliécer, pues está plenamente

discernida y reconocida dentro y fuera del país, por destacados y especializados analistas y críticos literarios. En lugar de ello, estimo necesario, en esta oportunidad, destacar y referirme a la contextura, consecuencia e integridad social e ideológica, y a la honradez intelectual del escritor, pues se ha demostrado que: «…no obstante ser la obra de arte una condensación abstracta, es a su vez una síntesis de su época, consecuencia del entorno que le generó su existencia». En otros términos: «El productor o artista es quien decide si su obra es el reflejo de su conciencia o no». Dependiendo de ello, «la obra se convierte en memoria que conforma la historia, cuando el producto-arte logra los más altos niveles estéticos, y entre sus contenidos se encuentra el pensamiento del tiempo que ella registra como contenido social». La obra de Eliécer da cuenta, de manera magistral y atractiva, del panorama económico, político, social, cultural e ideológico de la época que vivieron sus personajes. Completa el conocimiento de nuestra historia, de aquel Ecuador profundo e invisibilizado ex profeso, que, además, continúa persistiendo en la construcción de nuestras identidades colectivas e individuales. Tal es la dimensión que, a mi juicio, contextualiza y representa toda la vida y obra de Eliécer y la Trilogía bandolera que hoy nos entrega, para nuestro deleite estético e histórico, resumido y resaltado por los calificados y acertados prologuistas. Las tres novelas tienen un hilo conductor que Eliécer lo ha ido tejiendo durante años, con mano de artista y dedos de artesano del Cañar, urdiendo como en una sola trenza, conexión narrativa y hebra estética sobre la existencia imaginada de tres generaciones de


anaquel individuos llamados socialmente ‘bandoleros’, que son una sola vida reencarnada en tres personajes distintos: Naún Briones, Arnoldo Cueva y Deifilio Morocho. Hoy voy a referirme a la Trilogía bandolera desde otra perspectiva, tocando, aunque sea de modo sintético, la simbiosis entre la percepción de lo social y la creación literaria que recrea estéticamente lo que aconteció históricamente en la sociedad del sur del Ecuador. Detrás de estas miradas a la gran obra literaria de Eliécer, está, además, su condición de ser humano y de ciudadano con una clara posición en el espectro de la izquierda socialista libertaria, no dogmática del Ecuador y de América. Efectivamente, la historia del Ecuador del siglo pasado estuvo jalonada por múltiples hechos que tuvieron unas veces un carácter trágico y en otras ocasiones un matiz épico. Casi de modo simultáneo a la maduración del régimen republicano, se sucedieron en nuestro país terribles masacres a sectores del pueblo, de las que hemos de destacar unas pocas: la del 15 de noviembre de 1922, en Guayaquil, recogida en la obra magna de Joaquín Gallegos Lara Las cruces sobre el agua; la de los mineros de Portovelo, provincia de El Oro, suceso acaecido en 1936, relatado por dos grandes pensadores de izquierda: Ricardo Paredes Romero, en su libro Oro y sangre en Portovelo (1938) y por el historiador Oswaldo Albornoz en su libro Las compañías extranjeras en el Ecuador. Además, la masacre de los campesinos de Calvas, en Loja, en 1968, sin olvidar la dolorosa ‘Guerra de los cuatro días’, escenario que permitió la huida de nuestro Naún Briones de las cárceles de Quito. Ubicamos a la novelística de Eliécer Cárdenas en perspectiva y nos preguntamos: ¿Cómo hace él de modo magistral, para recrear la

historia y la sociología en lenguaje literario? Pregunta que nuestro entrañable amigo, sabrá transmitirnos con sabiduría y elocuencia. Nosotros solamente podemos afirmar que Eliécer Cárdenas en su obra total, y de modo particular en la Trilogía bandolera, logra esa simbiosis entre el análisis de la realidad social consagrada en la sociología y la historia; la creación literaria del realismo social que emerge de la vida, en Eliécer salta a un nivel de alto vuelo imaginístico propio del realismo mágico latinoamericano, cuando escribe la saga de las tres novelas sobre el ‘bandolerismo social’; esa categoría también sociológica que toma en cuenta un fenómeno que se presenta en todos los rincones del planeta y en nuestra América, que también crea una trilogía junto a esos otros dos grandes ‘bandoleros’: Chucho el Roto y Joaquín Murieta, en México y California, respectivamente. Es interesante que en la recreación literaria de Eliécer Cárdenas hay una toma de posición ética que en la comprensión cristiana se denominó “los votos por la pobreza”, opción personal que en los tiempos actuales parece ser un anacronismo ni siquiera digno de atención; pero que, contrariamente a este ‘sentido común’, tiene una gran vigencia en nuestra sociedad, no tanto como opción sino como crítica ética a la vocación a la codicia, tal como constatamos todos los días en la escena política. Así, en uno de los diálogos de Polvo y ceniza, un personaje le observa a Naún y le dice: Usted se ha quedado sin nada por repartir todo a los muertos de hambre… Piense en las tierras, en el ganado, en toda la plata que tendría ahora si no hubiera desperdiciado sus ganadas en regalarlas a los mugrientos pordioseros que merecen vivir la vida que

Es necesario recordar que nuestro autor narra también la vida y obra de quien representaba al poder político, económico y social a través de la figura de un militar: Deifilio Morocho, que a pesar de su humilde origen se erigió en la figura represora y finalmente asesina de los otros dos protagonistas de las novelas: Naún Briones y Arnoldo Cueva.

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Camilo Restrepo Guzmán, presidente de la CCE (izq.) y Eliécer Cárdenas.

llevan porque nada hacen para mejorar. Piense, jefe, en la ropa elegante que podría usar, en los banquetes, jefe, que podría darse, en la importancia que da el dinero, cuando se sabe administrarlo, jefe. Hasta las autoridades se olvidarían que usted es un ladrón, un reo, viéndolo elegante, platudo, generoso… Solo una vida tenemos y hay que descontarla bien (pág. 69-70).

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Este comportamiento ético del narrador es lo que define la estatura moral del autor, es decir de Eliécer Cárdenas. Es necesario recordar que nuestro autor narra también la vida y obra de quien representaba al poder político, económico y social a través de la figura de un militar: Deifilio Morocho, que a pesar de su humilde origen se erigió en la figura represora y finalmente asesina de los otros dos protagonistas de las novelas: Naún Briones y Arnoldo Cueva. En resumen, Eliécer Cárdenas toma como fuentes las narracio-

nes genuinas y espontáneas de la leyenda popular de la zona sur del Ecuador, donde esos personajes pasaron el umbral de ser, para el sistema social, unos ‘bandoleros’, para convertirse en héroes para el pueblo, el que, desde la lectura más bien sociológica, falto de organización social y política, construye en su imaginario el mito del héroe individual y legendario, que es la representación simbólica de la vindicta pública. Esto, sin desconocer el mérito movilizador que Naún Briones produjo en el campesinado lojano, fenómeno que yo personalmente pude atestiguar en 1970, en una investigación de campo realizada recorriendo a pie las provincias de Loja y Zamora, experiencia registrada en un libro titulado Los campesinos de Loja y Zamora, escrito por Jaime Galarza Zavala. Digo esto porque este es el mismo escenario espacial donde se desarrollan las novelas que comentamos. Eliécer Cárdenas es un humanista que siente y transmite en su

obra el dolor social, particularmente del campesino del sur de nuestro Ecuador profundo. Él es un escritor que se apasiona y expresa literariamente los ultrajes a los miles de mineros y sus familias en Portovelo. Sus novelas y relatos, en general, nos revelan a su autor como un hombre comprometido con su historia; un escritor convencido de un pensamiento socialista que ama al prójimo y expresa su sentimiento humanista en la lucha por una sociedad donde impere la justicia social. Las obras de Eliécer, como las comentadas hoy, son su fusil y su machete simbólicos, con los que él nos sigue recordando los campos que recorrimos en nuestra vida, de los seres humanos que conocimos en los caminos de nuestra Patria, y de los valores que siguen vigentes y que inspiran hoy como ayer nuestras vidas. Gracias Eliécer por tu aporte a la cultura, gracias por permitirnos a la Casa de la Cultura, que es tu Casa, ser el espacio para la presentación de esta hermosa e histórica manifestación de arte y sentimiento. Personalmente, al leer tu obra me he retrotraído al pueblo donde nací, en el que Naún Briones tomaba fuerzas para continuar su empeño: Zaruma. La experiencia de haber vivido en Cariamanga, donde mi padre era médico. La ya narrada experiencia de 1970 con los arrimados de Loja y Zamora. Para finalmente decirles que mi primera niñez, esto es, de los tres a los nueve años de edad, los viví en Limones, adonde, allí cerca, fue a refugiarse y terminar sus días el famoso Deifilio Morocho. Pero fundamentalmente, ahora reitero mi profundo afecto, mi inquebrantable amistad, así como mi inmensa consideración y respeto a Eliécer como uno de los más grandes humanistas y creadores literarios de la patria.


anaquel

La Casa de la Cultura Ecuatoriana reeditó la novela Las cruces sobre el agua y Cuentos escogidos del escritor guayaquileño Joaquín Gallegos Lara (1909 - 1947). Este volumen es el No. 12 de la Colección Esenciales.

J

oaquín Gallegos Lara: llama viva de fervor justiciero, de militancia heroica, permanente, sin desfallecimientos por la democracia económica y social, dentro de los marcos científicos del materialismo dialéctico. Nadie más golpeado por la vida que este hombre de dolor: una trágica invalidez física frenaba los impulsos del espíritu más dinámico que haya yo conocido. Y a pesar de su cruel atadura fisiológica que amargó toda su vida, nunca hombre más generoso para alentar y aplaudir, para expresar su juicio crítico benévolo y justiciero a la vez: cuántas vocaciones jóvenes se lograron por haberse acercado a este noble maestro estimulante.

Vocación y conciencia de iluminador, de hombre-vigía, la lucha consume lo mejor que hay en él. Pero queda aún mucho para la literatura. Su aporte de fuerza, de color, de valor narrativo a Los que se van, es fundamentalmente valioso. Y luego, recientemente pocos días antes de su muerte, la novela Las cruces sobre el agua nos ofrece un amplio mural de la vida caliente del trópico guayaquileño, en el cual, el personaje de fondo, el motivo central, es aquella fecha dolorosa, trágica y heroica del pueblo de su tierra baja, que constituye la inicial sacrificada de los trabajadores, en los inicios de las luchas sociales ecuatorianas: el 15 de Noviembre de 1922. Benjamín Carrión

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Aleyda Quevedo

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eer la Poesía reunida (1988-2018) del escritor ecuatoriano Mario Campaña (Guayaquil, 1959) es, ante todo, una experiencia vital y estética que otorga un goce artístico agudo, que solo identifico con el mismo nivel de tensión en la poesía de otros contemporáneos suyos notables: Jorge Martillo (Guayaquil, 1957), Maritza Cino (Guayaquil, 1957), Edwin Madrid (Quito, 1961) y Paco Benavides (San Gabriel 1964-Berna 2003). Ese aliento inédito que se derrama en su Poesía reunida, la constante mirada crítica al tedioso y cruel mundo, así como la distorsión para evocar y reflexionar en torno a la muerte, el exilio y la patria, hablan de la contundencia de su trabajo, mejor dicho, de un proceso de trabajo creativo donde se maceran lucidez, dolor e invención, en equilibrios del lenguaje que se domina y abraza hasta perder el aire. Juntos sus cinco libros de poemas, bajo la excelente puesta en escena de una impecable y elegante edición, constato que la poesía será siempre la mejor y más pura manera de buscar y acceder al conocimiento, bordeando en la angustia, hurgando en la necesidad de vivir para viajar y viceversa; pero hablo de esos viajes internos y viajes sin ningún límite que se caminan y navegan sin distinguir el día de la noche, más adentro y más hondo que las horas de insomnio, hasta llegar a perder la calma y turbarse por las imágenes, las palabras y su exquisito ruido… hasta el silencio que flota y entonces aparece el poema. El poema, el de la página 160, que permite ver el rostro del Amor grabado en ‘Canción’ para solo entonces recuperar la cuerda lírica de Campaña y arribar al poema de la página 165, donde Campaña revela un código de experimentar el mundo. Esta es quizá, una de las más importantes antologías de la Poesía Ecuatoriana, de todos los tiempos y leerla concede goce y conocimiento.

Canción

Estoy a punto de escribir tu nombre en el cielo He empezado a escribir tu nombre en el cielo Con jirones de nubes acomodo Con ayuda de los vientos que pasan. Voy a esperar que brille tu nombre en el cielo Como brilla la luna o una estrella en el agua Letra a letra una nueva constelación Verán con tu nombre repetido en el cielo. En la noche que viene con tempestades Voy sin miedo a caminar A la dulce luz de tu nombre en el cielo. Y si un día pierdo en la tormenta el camino Voy a pedir a las nubes, al aire, a las estrellas Que me devuelvan el brillo de tu nombre en el cielo. CUANDO VUELVAS, después de errar por días y noches bajo astros silenciosos y yacer en lechos desconocidos imaginando el siniestro paisaje de la eternidad y añores todavía una fugaz revelación una flor extraña venal y débil hallarás tu huella apagada por la fuerza y el volumen de las cosas. ay de tu cuerpo y de tu espíritu ahora de una materia desconocida misteriosamente más grande que tú.


poesía Siete poemas de Mario Campaña SÉ DE UN TIEMPO en que la piedad abrazaba al mundo en los iconos Más cerca de los hombres que de dios Más cerca de la luz que florece sobre los campos que de la niebla devoradora del mundo. Alucinadas expediciones traspasaron los confines Largos peregrinajes para olvidar lo perdido. Tiempo más vasto que tu propia oscuridad: He caminado a través de todas las ciudades todos los días, en el tenaz regreso. Voy a llegar —se cumplirán premoniciones— al cabo de los años entre olvidados corredores y pesares. PERPLEJIDAD LA CARNE, sus pasos de sonámbula. Sólo cuando me detengo fluyo ¿O el tiempo fluye? La irrealidad que experimento se compone de lo real del mundo. Lo que me es ajeno es irreal. Lo que no me concierne no le concierne al mundo. No hay verdad sin mí. VEO A MIS ANTECESORES, a los antecesores de estos y a sus antecesores. Los veo caer en una cabuya anudada en un agujero musgoso y sin final. Rala caída de generaciones cuyos cabos peso y humedales lascan. NINGÚN DIOS, ningún demonio danza en estas playas Nadie recoge caracoles en la hora del descanso de los amos. No canta el mar, no fructifica En la arena campos inmóviles soportan la acción depredadora del silencio.

¿Dónde, cuándo la fiesta que entierre la pesadez de largas cavilaciones? ¡Oh sobriedad! ¡Oh persistente luz! EL OLVIDO DE LA POESÍA se paga. Días sobre el lecho endurecido oyendo el lento girar de imágenes que chocan hurgando aquí y allá palabras pálidas con necesidad y ceguera, como un cerdo hoza en tierra extraña. Crepúsculos en Gracia, en una plaza que honra mártires ¿qué significan? Caminata por la rambla cigarro en mano contemplando peces, flores que se abren como mujeres ávidas. La noche ya no trae símbolos La guardia fiel de la memoria huye Como tropa temerosa ante ejércitos más fuertes. ¿Dónde está tu sabiduría, trenzada de piel y harapos? Tu desvaído saber sucumbe en el reposo Porque tierra descubierta es tierra hundida para siempre.

Mario Campaña (Guayaquil, Ecuador - 1959) Poeta, narrador, ensayista y agitador cultural. Reside en Barcelona (España) desde 1992. Fue director durante 20 años de la revista Guaraguao. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade (2017). Ha escrito en poesía Cuadernos de Godric (1988), Días largos (1996), Aires de Ellicott City (2006), En el próximo mundo (2011) y Pájaro de nunca volver (2017), todos recogidos dentro de su Poesía reunida (2018). Escribió una biografía de Charles Baudelaire (2006) y tradujo Pour un tombeau d’Anatole (2005), el poema inacabado de Stephane Mallarmé.

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Tentación

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Julio César Chamorro Rosero* 80

ara el artista no es un trasunto fácil colocarse ante la fría blancura del lienzo y convocar a los antiguos hechiceros de la magia a que acudan en ráfagas inspiradoras al cerebro y a las manos para darle vida a través de los colores. Pues, como en todo acto creador, se requiere de coraje, de convicción, de seguridad y de profunda fe en las posibilidades, para que este ritual de inicio garantice con cada pincelada un resultado final que comunique las interioridades a los ojos ajenos que al mirar y admirar la obra, entrarán en una franca comunión espiritual con el artífice de la creación.


boceto La pintura es una aproximación a la realidad circuida por aconteceres diversos que pueden clausurar los sueños o pueden alentarlos hacia el encuentro con lo inmediato que entraña un destino compartido, una historia que se escribe sin descobijar a nadie y conlleva enriquecedores matices del quehacer humano. La disposición anímica de los artistas puede representar tendencias y escuelas renovadoras, atrevidas y significativas, según el ojo avizor del creador con su íntima concepción del mundo, del hombre, de la pluma y de la historia, de las tradiciones y los recuerdos, de la angustia, el dolor, y de comunicar mediante los colores el estadio mental que los invade al momento en que asumen la extensión del mundo limitada al lienzo que habrá de recibir la bendición de su inspiración.

En el caso de Mónica Borja Valdivieso, a quien conozco desde hace algunos años y a quien he visto ejercer su oficio pictórico en la soledumbre de su taller en Quito, sus cuadros están pletóricos de fuerza expresiva, de vitalidad paisajística, de armonía estética en la que la materia inerte y la materia viva llaman a conturbarse ante la

realidad de un mundo decadente y escindido que en gracia de una modernidad salvaje, olvida y menosprecia lo más aproximado a la cotidianidad presente que, al fin de cuentas, es lo que vale la pena vivir. Su sensibilidad creadora, profundamente humanística, nos coloca frente a una maravillosa combi-

Danza gitana

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Luz de luna

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nación de colores que expresan sus vivencias, su sentir intimado con el agua, con la tierra, con la forma y con la ensoñación que solo se alienta en el trasfondo de sentimientos altruistas que tienden a rescatar la sensación de que aún las estrellas siguen vivas. Al igual que en todas las manifestaciones artísticas, Mónica Borja Valdivieso ejerce esa mágica vocación de hacer nacer la luz desde la nada, de aplicar su imaginación a la textura y a la forma, de forjar curvaturas y líneas certeras que convulsionan con exquisitez el ánimo de quienes admiran sus obras en una demostración categórica de permanencia, de persistencia, de amor sincero por el arte que se percibe de inmediato por la ma-


Galope en la playa

nera despejada y sincera de aplicar los colores a cada uno de sus temas inspiradores, dando al traste con la acomodaticia tendencia actual de un conformismo mezquino y optando por la sublime pasión de conturbar espíritus con cada pincelada en la que se renueva como artista y como mujer que dignifica su género no solamente en Ecuador sino en América Latina. Estas líneas no obedecen solamente a la buena amistad que me une a la pintora Borja Valdivieso, sino a una necesidad sentida de reconocer su talante artístico, su postura creadora en la plástica y la poesía (pues Mónica también es poeta), y a un imperativo agradecimiento por haber sido la Maestra Inaugural de la Casa de Montalvo, Núcleo de Ipiales, que se fundó con su muestra en 2010, y a su condición de propiciadora junto a su esposo Edwin Salas Cárdenas, de una integración cultural binacional entre Ecuador y Colombia fundamentada en el aprecio, en la comprensión y en la certeza de que a estas alturas de la modernidad no podemos seguir atados a las rémoras de artificiales líneas divisorias que si bien delimitan los territorios jamás podrán delimitar nuestros sueños y nuestras esperanzas. Mónica Borja Valdivieso hace honor al arte plástico ecuatoriano por la originalidad de su obra aplaudida en Ecuador, Colombia y Cuba, y ratifica con sus trazos coloridos que aún pervive el poder del arte sin mezquinos artificios y sin deambular por las oscuras orillas del odio y la vindicta.

* Director de la Casa de Montalvo, Núcleo de Ipiales. Miembro Correspondiente Extranjero de la Academia Nacional de Historia del Lisboa

Ecuador.

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H 84

Patricio Herrera Crespo

ace calor: alrededor de 30 grados con 70% de humedad, pero es agradable caminar por La Recoleta esos primeros días de enero, dirigiéndonos a aquel lugar donde siempre vuelves cuando estás en Buenos Aires, igual que al Teatro Colón, a Puerto Madero, a la Boca, al Jardín Japonés o al tango, a la vida y la cultura que se respira de día o de noche en esa gran ciudad. Estamos cerca y apresuramos el paso por la avenida Santa Fe pues ya llegamos al número 1860, donde


estantería

Fotos del autor y de la pagina: www.ahicitonomas.com.ar

está El Ateneo, la famosa librería que en esos días había sido designada por la National Geographic como la ‘Librería más hermosa del mundo’. Allí está en un edificio de 116 años cuya primera construcción fue destinada para teatro; el Teatro Nacional, más conocido como Norte. Quedaron rezagadas maravillosas librerías como Ler devagar de Lisboa, Selexzy Dominicamen de Maastricht - Holanda, Libraria Lello e Irmao de Oporto, El Péndulo de México, Altair de Barcelona o la moderna Kids Republic de Pekín.

Estamos en la vereda del frente admirando su arquitectura: es un edificio de ocho pisos que termina en una cúpula, con balcones de cemento con rosetones de hierro forjado, con una columna con ventanas al centro que va desde el cuarto piso en media luna. Un gran rótulo anuncia su nombre histórico Grand Splendid y abajo, en la marquesina: El Ateneo. Buscamos el paso cebra para cruzar, esquivando el gran tráfico de la avenida que fluye sin interrupciones ni ‘trancones’, e ingresa-

mos al primer vestíbulo donde estanterías de altura media con libros forman corredores, luego unas tres gradas para otro nivel, donde mesas exhiben una gran variedad de agendas y cuadernos especiales de apuntes propias del nuevo año, una mesa del centro con ediciones especiales donde resalta la sonrisa de Messi en un libro de 50 x 40 cm., ‘es un libro objeto’. Pasamos mirando las últimas novedades que tienen sitios especiales, allí está la Revancha del psicoanalista, la continuación del gran suspense El psicoanalista, de John Katzenbach, quien estuvo en El Ateneo, entre muchos otros. Esquivando libros y gente, pues la librería está llena pese a que atiende de lunes a jueves y los domingos hasta las 22 horas, y viernes y sábado hasta media noche, pese a la gran baja que sufrió el año anterior la venta de libros. Nos ponemos en la fila de información para orientarnos dónde están ubicados los temas de nuestro interés: Hilda, Filosofía y Ciencias neuro-psicopedagógicas, y yo literatura, y a recorrer todos los espacios tratando de fijarlos en la memoria para poder trasladarlos a través de la palabra. Resolvemos separarnos y fijar un punto de reencuentro que no podía ser otro que aquel donde absortos teníamos una vista panorámica del gran teatro-librería, los palcos que recorrían hasta el gran escenario y en lo alto los impresionantes frescos de la cúpula; es el Grand Splendid. Las estanterías de libros se riegan por los primeros pisos, otros son dedicados a la música y otros al cine. Al fondo, donde alguna vez fue el escenario, está la cafetería, y en la parte baja, donde sería el foso para la orquesta, al que se llega por una escalera eléctrica, el área de niños con mobiliario especial: pequeñas mesas y sillas para las madres pues los pequeños prefieren sentarse en el suelo con un libro.

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Antiguo escenario, hoy cafetería.

Cúpula

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El tiempo pasa, siempre hay una persona que responde sus inquietudes, cuáles son las últimas novedades, cuáles son los libros más vendidos, qué hay de nuevos escritores argentinos: Selva Almada, Hernán Rosino, Mariana Travacio, Luciano Lamberti… y solícitos te acompañan y te enseñan los libros y te dicen por qué te recomiendan y quién es el autor. El librero es un ‘vendedor especializado’.

Pero también haces un alto o varios altos para admirar su arquitectura recordando su historia, pues el primer teatro fue vendido en 1919 al austriaco Max Glucksmann, quien lo remodeló con el diseño de los arquitectos Peró y Torres Armengol y lo nombró como Splendid Theater, que luego se lo conocería como el Teatro Grand Splendid. Según los registros «contaba con cuatro hileras de palcos, quinientas butacas,

refrigeración, calefacción y techo corredizo. Bajo un tono ecléctico se construyó en el frente una marquesina de estilo griego con cariátides que sostenían las balconadas de granito gris, obra del escultor Troiano Troiani, quien también modeló los dos torsos de mujer sobre el cielorraso a los costados del escenario». Toda esa riqueza arquitectónica y artística está allí para admirarla en las fotografías que acompañan estas palabras, pero hay que darle una párrafo especial a la cúpula, obra del pintor italiano Nazareno Orlandi, quien fue contratado por el gobierno argentino a fines del siglo XIX para la decoración de la Casa Rosada y del Teatro Colón, pero que, por los avatares de la política, se quedó en Argentina y realizó obras en varias iglesias y otras edificaciones. Su fama y su trabajo se conservan también en museos, entre ellos, el Museo de Arte de Roma. «Orlandi diseñó la cúpula, componiendo una pintura alegórica de la paz que celebrara el fin de la Primera Guerra Mundial», era el inicio de los años veinte. La obra representa figuras relacionadas a diferentes culturas y tiempos históricos, anteponiendo al conflicto el diálogo y la conciliación. En el centro una mujer, posiblemente Atenea, diosa de la guerra y de la paz, de la cultura y de las artes. A los costados vemos una máquina de proyección con una cinta cinematográfica extendida, palomas con ramas de olivo en los picos, querubines y símbolos de abundancia como espigas de trigo, frutos y la vid. Es un mensaje a lo nuevo, a lo que vendrá, presagiando lo que sería este teatro, pues a partir de 1923 comenzaron las audiciones de radio Splendid y en otro piso el sello discográfico El Nacional Odeón. Un año después se iniciaron los Conciertos y Concursos de Tango cu-


yos ganadores como Carlos Gardel o Roberto Firpo eran grabados en el sello discográfico. En 1926 se estrenó el cine mudo con la producción argentina Juan sin ropa y en 1929 la primera película sonora La divina dama. En 1964 adquirió el local el empresario Clemente Lococo y retomó el carácter de sala teatral a comienzos de los años setenta, siendo la última presentación la comedia 40 quilates, con Mirtha Legrand; de 1973 hasta el 2000 se proyectaron películas destacadas como Hacia la felicidad, de Ingmar Bergman, Los 400 golpes, de François Truffaut, o Belleza americana, de Sam Mendes. Fue precisamente en diciembre de ese año cuando El Ateneo abrió sus puertas como librería, luego de un adecuado proceso de remodelación y restauración para albergar hoy a doscientos cincuenta mil libros, cerca de cien mil títulos y desde el 2002 espacios para veinticinco mil CD y diez mil películas y, sobre todo, a miles de visitantes que concurren todos los días a abstraerse del mundo exterior en medio de la belleza del arte, la cultura y la lectura. El Ateneo ha sido un punto de encuentro. Allí estuvieron en presentaciones, conferencias, exposiciones o en el día a día, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Rosa Montero, Martín Caparrós, Mario Benedetti, Paul Auster, Arturo Pérez Reverte, John Katzenbach, Katherine Jenkins, como Les Luthiers, León Gieco, Fito Páez o Quino, por nombrar algunos, y, seguro, todos los escritores ecuatorianos cada vez que llegan a Buenos Aires. Cuando salimos con nuestras respectivas fundas de libros, las sombras empezaban a tomarse la ciudad en ese anochecer tardío, entonces volvimos la mirada al El Ateneo Grand Splendid, la librería más hermosa del mundo.

Fachada del Ateneo Grand Splendid.

Palco de libros.

Sector infantil.

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Luis A. Aguilar Monsalve, Ph. D.

M

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e siento honrado de que Antonio Sacoto me haya elegido para que, en este lanzamiento de la segunda edición de su magnífica obra Siete novelas maestra del boom latinoamericano, le presente. Le acepté sin cuestionamientos, porque se trata de un texto que me ha servido de base para asociar e intercalar ideas durante años en participaciones del aula como en congresos varios, en los cuales he citado su agudo, erudito y sagaz criterio sobre determinado punto de vista, sea este en el ámbito de su estructura externa o interna, así como para seguir de cerca, gracias a su guía, sobre la técnica que ha empleado el escritor latinoamericano para convertirse en bastión de una nueva literatura muy nuestra, competitiva y magna en todo su sentido etimológico o semántico del lenguaje. O, en otro campo, iniciar la búsqueda creativa y reformadora del escritor que ha dejado atrás moldes usados en épocas de ayeres gastados por el tiempo, para reemplazarlos ahora por nuevos intereses solventados por la originalidad creadora de nuevos logros y visiones nacientes, porque todo «corre entre dos riberas: una es la memoria, otra es la imaginación. El que recuerda, imagina. El que imagina recuerda. El puente entre las dos riberas se llama lenguaje oral o escrit[o]» (Fuentes, 2011: 9). Cuando una contribución lite-

raria como esta atraviesa su temática, las fronteras patrias y su expectativa, es llegar a todo un continente y más allá de él; el esfuerzo es grande, pero en este caso no resulta difícil concebirlo, porque Sacoto es el que pergeña todo un corpus académico y didáctico; no hay falencia posible porque está garantizado por sus años de estudio, su trabajo investigativo reconocido y su faceta publicitaria que certifica que su palabra está moldeada dentro de lo literario y, este crítico, se ha distinguido y ha recibido numerosos reconocimientos por su sólido conocimiento, excelencia de educador y escritor de prestigio. Antonio Sacoto ha seleccionado siete novelas que, definitivamente, son representativas de una época en la que la literatura latinoamericana, por no decir solo hispanoamericana, se destacó al deshacerse de un pujante realismo social que flameaba incólume en la época del criollismo. Debo insistir en que, al organizar una obra de esta naturaleza, la elección ha sido dada de una manera eficaz. Sin embargo, una vez que llega a nuestras manos y la lectura se convierte en una herramienta absorbente, es el lector que acepta el criterio existente, pero, asimismo, tiene el derecho de divergir si algo puede ser interpretado o visto de otra manera como lo dirían Jacques Derrida y Jacques Lacan, maestros de la teoría literaria.

Creemos imperativo dirigirnos, en este momento, por otra senda para poder apreciar mejor las siete novelas escogidas. El autor en el prólogo expresa: «La novela del boom es la de mayor prestigio y éxito que Hispanoamérica ha dado en la historia literaria del género y la mayor contribución de nuestro continente a las letras universales. Por supuesto no olvidamos la contribución del modernismo…» (Sacoto, 2019: 9). Este movimiento, el modernismo, acelera y da origen al inicio de nuestra literatura. Las corrientes literarias que preceden, en orden cronológico son: romanticismo, realismo y naturalismo. Hasta aquí, el escritor hispanoamericano se dedicaba, en su gran mayoría, a emular lo que se hacía en Estados Unidos y Europa. Con el modernismo nuestros valores culturales afloran y se sostienen, con peso propio, dentro de la literatura universal. La poesía en esta arena es la más aventajada, pero la prosa diseña nuevas avenidas llenas de belleza, originalidad y renovación (Aguilar Monsalve, 2013: 119-26). Junto a esta actitud literaria crece otro gigante: el criollismo, que se extiende aproximadamente entre 1880 hasta 1945 dividido en dos facetas: la primera que va hasta más o menos 1930 y que solidifica el axioma: lo nuestro. La otra debe concluir con el fatídico fin de la


presentación

Carlos Fuentes

Segunda Guerra Mundial que enfatiza el apotegma lo testimonial (159-61) . Existen una infinidad de razones para justificar este proceso que se gesta y da lugar a lo que llamamos el boom de la literatura latinoamericana. Sin embargo, sin esta preparación y participación que es un preboom no se hubiese llegado a finales de los años cincuenta a que se dé la implosión que tuvimos y el cambio que adquirimos. Las novelas que sirven de base en este preboom son: Los de debajo (1915), de Mariano Azuela; La vorágine (1924), de Eustasio Rivera; Facundo (1928), de Juan Domingo Sarmiento; Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos; Huasipungo (1934), de Jorge Icaza; Los Sangurimas (1934), de José de la Cuadra; Todo verdor perecerá (1941), de Eduardo Mallea; El túnel (1948), de Ernesto Sábato, entre las principales. Hay otro grupo de novelas que son consideradas de transición o, simplemente, parte inicial del mismo boom: Al filo del agua (1947), de Agustín Yáñez; El señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias; La vida breve (1950), de Juan Carlos Onetti; Los pasos perdidos (1954), de Alejo Carpentier; Pedro

Páramo (1955), de Juan Rulfo y varias más. José Donoso, boomcista en su propio derecho, selecciona La región más transparente (1958), de Carlos Fuentes, como la iniciadora del boom en Latinoamérica (Donoso, 1977: 38). Para Mario Vargas Llosa, sin embargo, es Juan Carlos Onetti, con La vida breve, el que da paso a la nueva novela del boom. Otros críticos literarios encontrarán diferentes novelas para indicar la más conspicua iniciadora de un proceso que tenía que darse por la excelencia productiva ya acumulada

Gabriel García Márquez

Antonio Sacoto ha seleccionado siete novelas que, definitivamente, son representativas de una época en la que la literatura latinoamericana, por no decir solo hispanoamericana, se destacó al deshacerse de un pujante realismo social que flameaba incólume en la época del criollismo.

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en los umbrales de la segunda mitad del siglo XX. En Siete novelas maestras del boom latinoamericano, de Antonio Sacoto, a más de las nombradas en el párrafo anterior, aparecen: La ciudad y los perros (1962), de Mario Vargas Llosa; La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez, y termina con Entre Marx y una mujer desnuda (1976), de Jorge Enrique Adoum. No entra en esta lista Rayuela (1963) de Julio Cortázar, quizá por ser considerada por algunos críticos como una antinovela. No obstante, hay que señalar que, si Cien años de soledad tuvo el acierto de darnos una radiografía de la realidad latinoamericana, Rayuela, por otro lado, supo retratar los valores en los cuales nos formamos y el desencanto, a la vez, que tuvimos con lo occidental. Como había propuesto con anterioridad sugerir un antes y un después, un preboom y un boom. Lo que hace Antonio Sacoto con su obra es integrar una literatura vasta que albergue un grupo de obras fundamentales en un núcleo, en una barrera dispuesta a desperdigarse por doquier, y estas siete novelas maestras sirven de escudo y de pantalla para que utilicen de modelo de lo que es hoy La Gran Novela Latinoamericana como tan certeramente lo llamó Carlos Fuentes. Preguntamos: ¿Qué encontramos en esta selección de novelas elegidas por Antonio? La primera: El señor Presidente es una obra con ingredientes y tendencias cubistas, cuyo antecedente se remonta al Tirano Banderas. Novela de tierra caliente (1926), de Ramón del Valle-Inclán, su primera novela del círculo ‘esperpéntico’. Sacoto, en su análisis, nos da a conocer el uso de imágenes de sueños, onomatopeya, símiles y la repeti-

ción de frases, combinada con una estructura discontinua que consiste en cambios abruptos de estilo y de punto de vista que surgen de influencias surrealistas y ultraístas. En Los pasos perdidos (1953), de Alejo Carpentier, novela barroca, esencial y gigante para determinar el meollo mismo de lo que está hecha nuestra América. Fundador insigne de nuestro realismo mágico al que bautizó con acierto visionario y lo llamó, lo real maravilloso para competir con firmeza, en igualdad de condiciones con lo novísimo que se generaba en el viejo continente por algunas décadas ya que rejuvenecía en un ambiente de aroma bélico, pobreza económica y saturación vanguardista, surrealista y existencialista, para nombrar solo a tres de una gama de ismos que transformaron el pensamiento de Occidente que se debatía en una debacle de angustia, inseguridad y zozobra, en el bien y maldito llamado ‘mal del siglo’. Con Pedro Páramo (1955) nos encontramos frente a una novela corta y tripartita si nos referimos al título únicamente. Antes de salir a luz, ya se maduraba por los finales de los años cuarenta y emergió recortada en revistas literarias con los nombres de Una estrella junto a la luna o Los murmullos, ¿de quién? de Pedro Paramo, de Comala, de todo un pueblo, de todo el mundo, porque su visión cósmica va de lo rural a lo urbano a lo universal. En esencia eso es Pedro Páramo. La muerte de Artemio Cruz (1962) ofrece una visión panorámica de la historia contemporánea de México que encubre la segunda revolución mexicana de 1910, y rememora el éxito libertario de un participante en esta revuelta que iba a mejorar a su país y servir de ejemplo para todo el continente y, en un comienzo, así se dio. Pero ambiciones oprobias en lo económico, político y social no tardaron en llegar y de ello sale lo que se


conoce en literatura mexicana como la de la revolución o el tríptico mexicano en el que entran Los de abajo, que apuntala la odisea del comienzo, continúa con Al filo del agua, después de más de treinta años de poder y verse sumergido en la corrupción, engaños fraudulentos y devastación de sus enunciados y postulados revolucionarios, para desembocar todo esto en La muerte de Artemio Cruz, que es el fallecimiento vil de los enunciados fraternos con que dio comienzo al cambio. La penúltima es Cien años de soledad, que analiza y la intitula «Cien años de soledad y la euforia narrativa» (Sacoto, 2019: 189), entre líneas se refiere a la exaltación de lo mítico, de lo sexual, de la violencia y del uso de las técnicas narrativas contemporáneas y propias para concluir como merece una obra maestra: «Abundan en la novela rasgos míticos que se enraízan universalmente abrazando ora la Biblia, ora lo clásico greco-latino, ora lo hispánico indígena. Creemos que se trata, más que de influencias, de mitos latentes en los pueblos y llegados al autor vía oral. Este —con ese don prístino del narrador— se regodea dando vueltas y, por fin, da forma al mito» (Ibíd: 221). El ensayo termina con la novela de Jorge Enrique Adoum Entre Marx y una mujer desnuda. Novela de los años setenta, período en el cual los escritores del boom continuaban con su trajinar creativo y se vislumbraba ya un panorama de cambio: los creadores del posboom, entre ellos Roberto Bolaño, Santiago Gamboa, Fernando Iwasaki y Jorge Volpi, para enumerar unos pocos. En medio de este escenario sale la novela de Jorge Enrique Adoum que utiliza una estética de subversión, tentativas parabólicas, consigue imbuirse en una especie de monólogo interior a lo William Faulkner, James Joyce o Virginia Woolf para lograr «en vez de un texto con

Jorge Enrique Adoum

personajes (…), un fluir de la conciencia con texto y con personajes» (Ibíd: 226). Un rasgo típico de este ciclo y donde yace la diferencia entre las novelas del preboom y las del boom es que en estas obras hay una conversación continua con el lector, a quien lo vuelve cómplice, camarada de camino y lo obliga no sólo a una lectura activa, desafiante, sino intuitiva y dialéctica; hay una gran preocupación por dar una estructura narrativa a un texto abierto, a una novela abierta; el mismo Adoum, al igual que Umberto Eco en El rol del lector (1979), argüirá que algunos textos son abiertos e invitan al lector a dar significado. Es una novela que viene saturada de elementos de denuncia, tanto sociales como políticos, y que al desdoblar el inmenso mural temático se va a estrellar con todo y contra todo (226). Al igual que Cien años de soledad o Rayuela, Entre Marx y una mujer desnuda nos da una radiografía ecuánime, feroz, del desengaño de generaciones que han estado buscando el sentido de identidad que reposaba borroso en algún estado de verberación. Para concluir y como nota adicional, me gustaría hacer hincapié

en que en las cinco décadas de estudio de la novela ecuatoriana, ha sido Antonio Sacoto el primero en estudiar obras de nuestra narrativa como La Emancipada, La Linares, María Joaquina en la vida y en la muerte, Polvo y ceniza o El palacio del diablo y la lista continúa.

OBRAS CITADAS AGUILAR Monsalve, Luis 2013 Breve historia y crítica de los movimientos literarios. Hispanoamérica: del romanticismo al posmodernismo en la narrativa, Editorial Ecuador, Quito. BARRY, Peter 2002 Beginning Theory. An Introduction to Literary and Cultural Theory, Manchester University Press, New York. DONOSO, José 1977 The Boom in Spanish American Literature. A Personal History, Columbia University Press, New York. FUENTES, Carlos 2011 La gran novela hispanoamericana, Alfaguara, Prisa Ediciones, México. SACOTO, Antonio 2019 Siete novelas maestras de la literatura latinoamericana. CCE, Cuenca.

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Misceláneas. La tortuga terrestre gigante de Galápagos: su historia natural Autor: Cruz Márquez Género: Historia natural Editorial: CCE Año: 2019

Poesía en Paralelo Cero 11 Encuentro Internacional de Poetas en Ecuador 2019 Autor: Varios autores Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2019

Poemas de mi patio y de otros lados Autor: René Gordillo Vinueza Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2019

La música clásica: lenguaje de Dios a las almas Autor: Luis Galarza Izquierdo Género: Música Editorial: CCE Año: 2019

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«En estos años tuve la oportunidad de trabajar con el biólogo Cruz Márquez, ecuatoriano muy dedicado y quien ha trabajado por más de 37 años en las islas Galápagos y particularmente en salvar y aumentar poblaciones de varias especies de tortugas terrestres endémicas en varias islas. Y ahora, después de trabajar por muchos años en investigación aplicada, manejo de poblaciones de varias especies, enseñanza a otros colegas, estudiantes, guardaparques y visitantes, él ha preparado su segundo libro enfocado en este trabajo». CGM

«Este libro es una recopilación de voces que se une a los otros diez libros que hemos publicado año tras año, formando una suerte de gran antología de la poesía ecuatoriana y mundial. Contiene una selección de 25 poetas ecuatorianos que han sido invitados por primera vez al Encuentro. (Se incluyen obras de poetas de Argentina, Grecia, Chile, Cuba, Colombia, Cataluña, Estados Unidos, Venezuela y México)». XO

«Poemas de mi patio y de otros lados es un libro elaborado con minuciosidad en todo su conjunto... Una mirada de hombre urbano que sigue salvando la poesía en el espacio, entre lo íntimo y lo social, lo público y lo privado, como una frontera híbrida... Es una poesía para leer de principio a fin y no perder nuestra capacidad de asombro ante lo que nos rodea, la poesía que habitamos».

«Con el encanto de la música en sus diferentes manifestaciones del sentimiento, recordaremos y analizaremos los hechos en el camino de nuestra vida, en los campos social, cultural, familiar, religioso, político, filosófico y de formación profesional. Metodología que atraviesa toda esta investigación que coincide con el ciclo de nuestra vida en su última etapa. Estos sentimientos están definidos en tipos musicales: clásica española, nacional ecuatoriana, mexicana, argentina y árabe». LGI


Juan Montalvo, de frente y de perfil Autor: Rodrigo Villacís Molina Género: Entrevista y ensayo Editorial: CCE Año: 2019

«El libro de Rodrigo Villacís Molina comienza con una entrevista imaginaria: ‘Don Juan en su domicilio, en París’... Estamos en París de fines del siglo XIX, en un día indeterminado de los últimos años de vida de Montalvo. El entrevistador da preeminencia al diálogo bajo la modalidad de preguntas y respuestas. Y ese diálogo mantiene de comienzo a fin su dinamismo. ¿Cuál es el secreto? El amplio conocimiento por parte de Villacís de la obra de Montalvo y, sobre todo, la profunda empatía hacia su coterráneo». DAS

Instrucciones para volar Autor: Guido Fabián Gómez Corella ‘K’ Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2019

«Realmente, una poesía heterodoxa. Se sale de los cánones, de lo formal. Apela a conmover por medio de la frase violenta, que es una respuesta a la violencia de los opresores. La poesía se prueba no con la voz de los críticos sino con la voz de los oyentes, el pueblo que recibe la palabra, la digiere y responde. Habría que poner atención a lo que dice el receptor de tus poemas». RA

Piel adentro Autor: Luis Costales Cazar Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2019

Los temas de Costales, de estilo épico en su mayoría, Canto cósmico, Canto a la patria, Dos mundos, Indio montaña de mi patria, entre otros, muestran los impulsos de un alma soñadora, sensitiva y nostálgica, alistada en la búsqueda de emociones supravitales. Estos poemas, bastantes extensos, descubren una pluma creadora y recreadora de universos diversos, develan un amplio intelecto capaz de conjugar poesía e historia, en una relación sujeto-objeto.

Forajidos, mitos y fantasmas Autor: José Vicente Quevedo Uribe Género: Cuento Editorial: CCE Año: 2019

«La obra Forajidos, mitos y fantasmas es una compilación de historias a las que el autor ha dado vida a través de las letras. Sus ojos han captado con perspicacia la vida, la muerte, las pasiones, para transmitirlas al lector que anhelante recorrerá los caminos descritos. En sincretismo mágico, su pluma expresa amor, dolor, misterio, en una sola frase». AAM

Recuerdos perdurables Autor: Atahualpa Martínez Rosero Género: Crónica Editorial: CCE Año: 2019

«Me propuse escribir el penúltimo libro, nunca el último. Y la jornada fue difícil, jamás imposible. Hice de mis recuerdos un espejo que a veces se rompía. Inutilicé cantidad de hojas de cuaderno como cuando se da de baja a insectos inservibles. Se me aglomeraron los géneros de la literatura para disfrutarse primacías y, bien, a todos les procuré refugio». AMR 93


Las venturas de la abuela rota Autor: Santiago Rivadeneira Aguirre Género: Novela Editorial: Eskeletra Editorial Año: 2019

«Historia es, desde luego, este libro de Santiago Rivadeneira, amanuense del Tiempo. Lo primero que llama la atención cuando uno se interna en sus páginas es la ambigüedad de un ambiente arrancado del sueño, pero anclado al mismo tiempo en una historia conocida que sin embargo no acaba de mostrarse. Tres personajes, obsesivamente recurrentes, pasan de un relato a otro, como suelen pasar de un capítulo a otro los personajes de una novela. Diríase que mueren y vuelven a morir a lo largo de una vida que les mata con el mismo empeño que pone en mantenerlos vivos entre los fantasmas». FT

Escarbando el clítoris de la noche Autora: Cristina Guerra Género: Poesía Año: 2018

Ecuador: huellas de la prensa. Notas históricas Autor: Wellington Toapanta Oyos Género: Periodismo Año: 2019

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«En la poesía de Cristina Guerra encontramos variedad de instancias donde conviven erotismo y sexo, combates de soledad, búsqueda de amor utópico, presencia de la infancia, preocupación de lo social político. Todo ello, marcado por un mundo en crisis que conforma el escenario donde se desarrollan los registros poéticos en brillantes metáforas, incitaciones para pensar en cambios de la mente, cursos de la palabra en lucha constante para romper el desencuentro humano». RA

«Este libro desata en nosotros la curiosidad por saber cómo nos ubicamos en el periodismo, cuándo empezó en nuestro suelo, cómo serpentearon los pioneros las innúmeras modalidades de censura, cómo eran las relaciones del periodismo con el poder político. Lo que esta visión de la historia del periodismo nos muestra es que siempre, desde la fundación del primer periódico ecuatoriano, el adversario del periodista era el poder político y las diversas modalidades que ha utilizado para restringir la libertad de prensa». LE


La benevolencia de los pájaros Autor: Fabián Alzamora Género: Poesía Editorial: Ediciones de la Línea Imaginaria Año: 2019

Hoy me da por llover Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles Autores: Luis Enrique Yaulema y Francisco Trejo Género: Poesía Colección: 2 Alas Editorial: El Ángel Editor Año: 2017

Las sargentonas Autor: Marcelo Lalama Género: Novela histórica Editorial: Eskeletra Editorial Año: 2017

Hojas de mi noche larga Autora: Damia Mendoza Zambrano Género: Poesía (bilingüe español-italiano) Editorial: Éditions Alondras Año: 2012

Fabián Alzamora nació el 28 de noviembre de 1961 en Quito, Ecuador. Su pasión por escribir empezó en la adolescencia, pero su decisión de crear sus primeros poemas la hizo a sus cuarenta años, en un lugar maravilloso, alejado de la ciudad de Quito, al que el autor llama «un pedacito del mundo», donde crea su primera obra: La benevolencia de los pájaros.

En este libro están juntas las poéticas de Luis Enrique Yaulema (Riobamba, 1968) y Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987). Los dos conducen sus versos por sensibilidades parejas, pero personalidades y estilos distintos.

Las sargentonas relata la epopeya de la tropa de mujeres nacidas a orillas del Caribe, que en el año 1814 se unió a la milicia revolucionaria de Bolívar, cuando huían de Caracas, y que junto a los rebeldes atravesaron de norte a sur el espinazo de los Andes, la ruta del cóndor, para catorce años más tarde embarcar de regreso, desde Chile, con los restos del Ejército Libertador.

«En Damia Mendoza fluye la poesía como la vertiente transparente que cruza los espejos. En Hojas de mi noche larga se refugia la palabra con su tono de fuego donde amor, pasión y muerte vuelan como pájaros de luces en su semilla contagiosa». EAG

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El escritor ecuatoriano Rodrigo Pesántez Rodas, en relación al reportaje de homenaje a la poeta cubana Carilda Oliver Labra publicado en Casapalabras No. 35, nos ha remitido una carta que Fidel Castro envió a Carilda con motivo de su cumpleaños 80, que publicamos por ser un valioso documento histórico.

Carilda Oliver Labra y Rodrigo Pesántez Rodas

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panel Igualmente publicamos la carta de la escritora ecuatoriana residente en Venezuela, Lupe Rumazo, sobre el libro Panorama del ensayo en el Ecuador, de Rodrigo Pesántez Rodas, publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

El pintor ecuatoriano Voroshilov Basante cumplió 80 años el día en que inauguró su muestra El cosmos inspira la obra del artista, en la galería Sara Palacios. Felicitaciones al Voro a quien tendremos próximamente en estas páginas. 97


El Jardín de las esculturas. En el acto de inauguración se rindió homenaje a los escultores Miltón Barragán Dumet y Jesús Cobo.

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l Presidente Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Camilo Restrepo Guzmán, presentó la Rendición de Cuentas 2018 ante un público que colmó las instalaciones del aula Benjamín Carrión. Puso énfasis en la autonomía como el principio básico con el que desarrolla sus actividades. Destacó como uno de los retos más relevantes de la gestión en el 2018 el dotarle a la CCE de un conjunto de instrumentos que permitan una mejora sustancial en la administración, como el ‘Modelo de Gestión’, herramienta que posibilita la construcción de una institución enfocada en generar bienes y servicios culturales de calidad, orientados a la ciudadanía, que respondan a un orden no solo en los aspectos administrativos de la institución, sino de la gestión misma de la CCE. Igualmente mencionó que en junio de 2018 se logró la validación del ‘Estatuto Orgánico de Gestión por Procesos’, por parte del Ministerio de Trabajo, requisito indispensable para iniciar la elaboración del ‘Proyecto de Manual de Puestos y Planificación de Talento Humano’.

La implementación del ‘Manual de Valoración y Clasificación de Puestos’ garantizará la ubicación técnica del personal respecto al cumplimiento del perfil profesional y la exigencia del puesto, y generará como resultado una mejor ejecución de responsabilidades. Dentro de la gestión realizada con los Ministerios del Trabajo y Finanzas, respectivamente, se puede destacar la celeridad y el buen criterio que se manejó para obtener las aprobaciones de Normas, Acuerdos y Decretos Ejecutivos relacionados con la optimización del talento humano, defendiendo la estabilización de la nómina de la CCE y la implementación de los proyectos de fortalecimiento institucional que serán ejecutados a corto plazo dentro del año fiscal 2019. En la parte física se refirió a la creación del Jardín de las Escultura (Avs. Patria y 12 de Octubre), así como al mantenimiento de los edificios y a la instalación de todas las seguridades de acuerdo a lo dispuesto por el Cuerpo de Bomberos.


especial Publicaciones En el campo de las letras, durante el 2018 se promovió y difundió a 49 autores con obras de poesía, novela, ensayo y crónica, con una producción total de 29.000 ejemplares distribuidos a escala nacional, y la continuación de las colecciones y revistas institucionales. En este aspecto destacó la publicación del libro Todos aprender a hablar para hablar Chapalaa, de la Nacionalidad Chachi, en coordinación con el Núcleo de Esmeraldas, del autor Casiano Añapa Tapuyo, obra que sin duda contribuirá a la promoción del patrimonio vivo y la pluriculturalidad, y dará fuerza al ‘Año Internacional de las Lenguas Indígenas’ declarado por la ONU. Mediante convenios institucionales se editó con el Instituto Iberoamericano del Patrimonio Natural y Cultural del Convenio Andrés Bello (IPANC), el libro A la mar la palabra. Memoria de los talleres literarios de Miguel Donoso Pareja, de amplia circulación nacional y regional, y con la Academia Nacional de Historia los cinco primeros tomos de la Historia y antología de la literatura ecuatoriana, gran obra que comprenderá 15 tomos.

Eliecer Cárdenas, el embajador de Cuba Rafael Dausá Cépedes, y la escritora Mercedes de Armas García; de pie, Camilo Restrepo Guzmán, presidente de la CCE.

Miguel Donoso Gutiérrez (centro) junto a escritores ecuatorianos y mexicanos de los talleres de escritura de Miguel Donoso Pareja.

Artes escénicas Durante el 2018 se promocionó y difundió el trabajo de 328 artistas y gestores culturales a través de las diferentes modalidades: coproducción, promoción y evento por evento. Además se realizaron 169 eventos propios entre los que hemos de destacar la función Aleluyah en Butoh, de la maestra Susana Reyes, así como la Gala Artística con Quimera, John Peter y Jazz en Verano. Con los elencos propios, Camerata, Conjunto de Cámara, Coro y Teatro Ensayo, se recorrió el país, con 254 presentaciones, y con el Ballet Nacional se realizó 320 funciones a escala nacional.

El Teatro Ensayo en una de sus representaciones a lo largo del país.

Cinemateca El Presidente destacó que se consolidó el Festival Internacional de Cine Quito posicionándolo como un gran evento de Latinoamérica. Se proyectaron 70 películas de toda la región con una asistencia de 11.000 espectadores en las seis sedes en apenas cinco días. Con el propósito de atender mejor a nuestros usuarios, se remodeló el servicio de Consulta Públi-

La Cinemateca de la CCE organizó el festival de Eurocine.

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«Creo haber cumplido con la comunidad cultural del Ecuador, a pesar de la crisis económica nacional que ha repercutido con fuerza en nuestra institución. Pero cuando hay voluntad y mística nada detiene el caminar de los hombres y las instituciones»

Patricio Herrera Crespo, director de Publicaciones; Carlos Coronel, Comaga; Camilo Restrepo Guzmán, presidente CCE; Ramón Piaguaje, pintor amazónico; Rosi Prado, ministra de Turismo; César Castro, presidente Comaga.

ca de la Cinemateca, tanto en su parte física como tecnológica. Actualmente la Cinemateca de la CCE es poseedora de 5.000 títulos nacionales en distintos formatos. Nos satisface ser el espacio de estrenos de producción en la sala de cine ‘Alfredo Pareja Diezcanseco’. Es así que durante el 2018 se proyectaron 445 películas para todos los públicos. Se implementó el Museo de Cine que será inaugurado en este año.

Museos

El Día del Pasillo se celebró en el Palacio Nacional. El Presidente de la República comparte con el Presidente de la CCE, y varios músicos e intérpretes.

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Justo homenaje al gran compositor Gerardo Guevara en la sala Jorge Icaza de la CCE.

En el 2018 se ejecutaron 59 exposiciones temporales entre las que podemos destacar: ‘Retro Chalco’, del maestro Jorge Chalco; ‘Montaña de flores y bosques’, de Luis Millingalli; ‘Retrospectiva. El lenguaje del metal’, del reconocido maestro Francisco Romero; y, ‘Genialidad creadora’, de Estuardo Maldonado. Asimismo, en convenio con el Consorcio de Municipios Amazónicos y Galápagos (Comaga), se acogió la obra de 28 artistas de las provincias amazónicas a través de una muestra colectiva. Se visibilizó, también, el talento de artistas extranjeros como Jorge Marín, entre otros. Se difundió el patrimonio inmaterial del país con dos eventos importantes: ‘Los diablos se toman Quito’ y ‘Concierto de voces kichwas de Chimborazo’, en conjunto con la Orquesta Sinfónica del Municipio de Riobamba. El presidente enfatizó en la preocupación de la CCE por la conservación del patrimonio artístico con la restauración de 134 obras de las colecciones de arte moderno y arte colonial.


Grupos de música y danza latinoamericanos se presentaron en el Teatro Nacional de la CCE. El pintor y escultor Estuardo Maldonado en su exposición ‘Genalidad creadora’ firmando el libro El signo de Estuardo Maldonado, publicado por la CCE por sus 90 años.

Proyección de la CCE Por último señaló algunos de los más importantes objetivos que cumplirá a partir de este año como la creación de la Editorial Digital, para lo cual cuenta con la generosa donación de los derechos de autor de toda la producción literaria de uno de los más destacados intelectuales ecuatorianos radicado en New York, el doctor Antonio Sacoto Salamea; La Red Nacional de la Cinemateca, poseedora de la mayor cantidad de archivos del país; El Plan de Educación No-formal enfocado a niños, jóvenes y adultos; la Certificación de Competencias para el desempeño laboral de los artistas y gestores culturales; la realización del Seminario Internacional ‘Repensar la Cultura en la Globalización’; La recuperación, conservación y difusión del patrimonio sonoro (fonoteca de la CCE). Asimismo, la instalación de los equipos y reestructuración de las radios AM y FM de la Casa de la Cultura. En resumen, señaló: «Creo haber cumplido con la comunidad cultural del Ecuador, a pesar de la crisis económica nacional que ha repercutido con fuerza en nuestra institución. Pero cuando hay voluntad y mística nada detiene el caminar de los hombres y las instituciones»; al tiempo, agradeció al personal y directivos de la institución que le han acompañado en esta importante tarea. Concluyó afirmando: «Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia».

Haruki Murakami, escritor; Raúl Pérez Torres, ministro de Cultura; Patricio Herrera Crespo, director de Publicaciones; y Camilo Restrepo Guzmán, presidente de la CCE.

El alcalde Mauricio Rodas y el presidente de la CCE, Camilo Restrepo, con los directivos de la Bienal de Arquitectura que se realizó en las instalaciones de la Casa de la Cultura.

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Foto: Diario La Hora

l insigne vitralista y pintor Oswaldo Mora Anda falleció el 21 de febrero de 2019 a la edad de 77 años. Nació en Loja, el 23 de diciembre de 1942. En 1967 se convirtió en uno de los primeros graduados de la escuela vitralista en México. Su legado supera las 200 vidrieras artísticas, que se encuentran en distintas ciudades del país, así como en México, Colombia y Chile. Entre las obras que se exponen al público en el Ecuador se destacan las que se encuentran ubicadas en la fase superior de la Basílica de la Dolorosa en Quito, los vitrales en la Universidad Andina Simón Bolívar y en el Municipio de Loja. Mora Anda también desarrolló su obra artística como muralista, pintor, escritor; guionista y dibujante de cómics. En el 2010, Oswaldo Mora fue galardonado con el Premio Nacional Juan León Mera, en artes plásticas. Oswaldo Mora explicaba que el vitral «es el arte que juega con la luz especialmente; necesita transparencia y se trabaja con otro elemento más que incluye todo lo de la pintura, el dibujo, el color, el diseño y la composición, todos estos requerimientos que tiene la pintura, pero también es necesario saber de química y física, saber cortar vidrios y saber cortarse las manos; es un arte que llega al pueblo porque está en las iglesias, en lugares públicos, es pintura para el pueblo».


FM

DE LA CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA BENJAMÍN CARRIÓN

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Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria · Telf.: 2565-808 Ext. 110 www.casadelacultura.gob.ec


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