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FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Por Pbro. Cango. Francisco Escobar Mireles
Eljueves siguiente a Pentecostés celebramos la fiesta de “Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote”. Después de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, la Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote, contemplativas cuyo carisma consiste en pedir por la fidelidad de los sacerdotes y por el aumento de las vocaciones sacerdotales, fomentaron esta fiesta. Para España, en 1973 la aprobó la Congregación para el Culto Divino, con patrocinio de san Pablo VI, con textos litúrgicos propios para Misa y Oficio, aprobados dos años antes. Otras Conferencias Episcopales las han incluido en sus calendarios litúrgicos, como es el caso de México.
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En el Nuevo Testamento, solo la Carta a los Hebreos, se anima a llamar sacerdote a Cristo, para no confundirlo con el sacerdocio judío, que era cultual y hereditario, puesto que su sacerdocio es original. Siendo a la vez Dios y hombre, ejerce una mediación única, incomparable a la que pueda ejercer otro. No ejerce su ministerio ofreciendo víctimas externas en el templo, si no vive cercano a la gente, y para redimirnos ofrece el sacrificio de su propia vida, que culmina con su Muerte en la Cruz. Ese Sacrificio lo erige como el nuevo, único y definitivo Sacerdocio, diferenciándose así de los demás. Y, una vez glorificado, intercede perpetuamente por nosotros a la derecha del Padre.
Además, ha querido prolongar su sacerdocio participándolo a todos los cristianos mediante el Bautismo (sacerdocio regio), para ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y dar testimonio ante los hombres. Y a algunos elegidos los configura con Él como Cabeza y Esposo de la Iglesia mediante el sacramento del Orden (sacerdocio ministerial), para servir a sus hermanos, sobre todo consagrando la Eucaristía y absolviendo los pecados.
“Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos” (Hb 9,11). Es el único sacerdote, que con su Sacrificio en la Cruz, con su Muerte y Resurrección, con su Ascensión e intercesión, nos ha salvado y abierto las puertas del cielo, instaurando la nueva alianza. Su mediación sacerdotal entre Dios y los hombres consiste en interceder en nuestro favor. “No tenemos un Sumo
Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Heb 4,15-16).

Esta festividad es un día intensamente sacerdotal, para amar el sacerdocio de Jesucristo prolongado en sus ministros, agradecerle este don inestimable, y con un solo corazón y una sola alma pedir muchos y santos sacerdotes. Y para agradecer a los sacerdotes su entrega y su servicio. El sacerdote ministerial actúa en la Persona de Cristo... Perdona con el perdón de Dios, lleva su Palabra que se encarna en su propia palabra, perpetúa la presencia real de Cristo entre nosotros... Aunque nos defraude su insuficiencia personal, a Dios no le ha estorbado. ¡Qué peso de dignidad divina lleva dentro! ¿Le hemos ayudado a superarse, o lo hundimos en el aislamiento, incomprensión y maledicencia?
Es momento de hablar con valentía de la vida sacerdotal como un valor inestimable y una forma de vida espléndida y privilegiada, fundada en la Palabra irrevocable de Dios, al servicio de todos los hombres. Hacer llegar a todos los sacerdotes del mundo el testimonio de nuestro apoyo, solidaridad y amor... ¡Gracias, queridos sacerdotes!
