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MARÍA, MADRE DE LA ESPERANZA, DEFENSORA DE LA VIDA
Enel contexto del año jubilar por los 400 años del primer milagro de la Virgen de San Juan, la Cihuapilli (la Gran Señora), por el que fue vuelta a la vida aquella niña hija de unos volantineros (a. 1623), celebramos el 25 de marzo la solemnidad de la Anunciación, el «sí» de la Virgen María que se ha convertido en la puerta que nos ha abierto todos los tesoros de la Redención y con ello las puertas de la vida en Dios.
En torno a esta solemnidad, distintos movimientos y grupos católicos, al amparo de la Madre de Dios, nos invitan a tomar conciencia del don de la vida como regalo de Dios. Y es que María madre nos enseña que acoger la vida humana es el comienzo de la salvación, porque supone acoger el primer don de Dios, fundamento de todos los dones de la salvación. Como ha dicho san Agustín: “la misma bienaventurada María concibió creyendo a quien alumbró creyendo… ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo antes en su espíritu que en su seno, dijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Sermón 215, 4, PL 38,1072).
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Por eso, si junto con la fe, la vida es el primer don de Dios, el empeño de la Iglesia en defender el don de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, puesto que cada vida es un don de Dios y está llamada a alcanzar la plenitud del amor. Acoger y cuidar cada vida, especialmente en los momentos en los que la persona es más vulnerable, se convierte así en signo de apertura a todos los dones de Dios y testimonio de humanidad; lo que implica también custodiar la dignidad de la vida humana, luchando por erradicar tantas situaciones de pecado en las que es puesta en riesgo: las modernas esclavitudes de trata de personas vinculadas con organizaciones criminales, la pornografía infantil, el tráfico de órganos, el secuestro, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia, maltrato, drogadicción y tantas otras formas de muerte.
Ante esto es necesario incrementar las oraciones dirigidas a María y las formas y manifestaciones del culto mariano, las peregrinaciones a los santuarios y a los lugares que recuerdan las hazañas realizadas por Dios Padre mediante la Madre de su Hijo, para poner de manifiesto el extraordinario influjo que ejerce María sobre la vida de la Iglesia. El amor del pueblo de Dios a la Virgen percibe la exigencia de entablar relaciones personales con la Madre celestial. Al mismo tiempo, la maternidad espiritual de María sostiene e incrementa el ejercicio concreto de la maternidad de la Iglesia.



Además, la Iglesia, contemplando a María, imita su amor, su fiel acogida de la Palabra de Dios y su docilidad al cumplir la voluntad del Padre. Siguiendo el ejemplo de la Virgen, realiza una fecunda maternidad espiritual (cf. Juan Pablo II, Audiencia general, 13 agosto 1977).
