Transformaciones

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chas y retorcidas, que lleva a la capilla, lugar destinado para los talleres. Estábamos preocupados, una comunidad que se sentía marginada había solicitado la intervención de la Red de Artes Visuales, no se quería cancelar el proceso, pero era necesario poder caminar más tranquilos por esas fronteras visibles e invisibles para investigar creativamente el entorno de estos chicos. -Profe, el problema es con los de abajo, con los de San Javier y los de la Comuna trece; con los de arriba no hay problemadecían los participantes del barrio, pero por otro lado, sólo se veían los conflictos y lucha por el territorio en numerosos

sectores de la comuna trece, que a diario se mostraba en los medios de comunicación. Hasta el conductor del colectivo decía que tuviéramos cuidado: - …Mire, si va a trabajar no hay problema porque los muchachos sí dejan trabajar, pero si no conoce, tenga cuidado-. Nuestro seguro era la comunidad misma, representada en los niños y madres del taller, ellos nos recogían en la mañana y nos volvían a llevar al teléfono rojo cuando terminaba el taller. Las mamás habían hecho la gestión para que estos talleres de la RAV llegaran a su barrio, para ellas esto no era sólo un taller de arte, era mucho más, era un laboratorio de encuentro, de convivencia, de cambio y, por qué no, de paz… que en últimas es lo que ellas sueñan

munidad: un interés común. Pero ¿cómo encontrar ese interés común? Lo común puede ser, incluso, una búsqueda enmarcada en la creación, búsqueda que llega a ser un espacio para encontrarse con el otro, cambiar marcos de referencia, modos de ser, mirar, escuchar, analizar y estar juntos. Bajo esta lógica, crear comunidad en torno a un proceso artístico es entender las especificidades y los contextos; entender el proceso creativo como un acto reflexivo en el que se crean y problematizan relaciones, en donde se construyen espacios de diálogo y en el que surgen acciones efectivas. El fin no es la producción de objetos, sino la reconfiguración y cuestionamiento del espacio “común”.

Trabajar para crear comunidad significa, en ocasiones, deconstruirse a uno mismo como parte de un colectivo. Es dejar a un lado los esquemas, metodologías y métodos preconcebidos, porque no hay fórmulas ni una manera única de realizar las cosas. Es ser flexibles ante territorios móviles, ante ecuaciones que tienen como variable fundamental el ser humano y, por tanto, nunca van a tener resultados precisos, medibles, predecibles o exactos; pues quienes protagonizan esta construcción, están sujetos a la incertidumbre del contexto. Es vital entender la comunidad, no como un ente regido por “valores” externos establecidos, sino como un ser en común que ha de ser reinventado y producido. La comunidad es la

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