A 1/4 de pensión

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A 1/4 DE PENSIÓN


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Mercedes a Luneta Parroquia Altagracia Apdo. 134. Caracas. 1010. Venezuela Telfs: 0212-562.73.00 / 564.58.30 William Osuna Daniel Molina Ánghela Mendoza ©Gabriel Saldivia Caracas, Venezuela 2015 Gabriel Saldivia Jennifer Ceballos Ánghela Mendoza Ximena Hurtado Yarza Ánghela Mendoza

Fundación Casa Nacional de las Letr as Andrés Bello

Presidente Director Ejecutivo Coord. de Prod. Editorial

A 1/4 DE PENSIÓN Ilustr aciones internas diagr amación

Corrección de textos diseño de colección Dep. Legal: lf60520158001610 ISBN: 978-980-214-341-2


A 1/4 DE PENSIĂ“N Gabriel Saldivia





La normalidad del absurdo en la poética de Gabriel Saldivia Gabriel Saldivia viene de los pueblos con sed, específicamente de El Tocuyo. Nació el 8 de mayo de 1956, de niño estudió en la escuela Pablo Pérez Limardo y disfrutó como nadie en todo ese tiempo, allí había patios y árboles frutales que hacían la delicia de aprender y formarse. Es sabroso cuando un niño está en una escuela donde juega, conversa con sus pares y los maestros crean las condiciones del crecer y descubrir un mundo. Comienza sus estudios de música, se aficiona al dibujo y descubre otras materialidades como el óleo, la tinta china y el carboncillo. En ese periodo ocurre algo muy bello, el padre de Gabriel conduce un camión del Aseo Urbano y sus compañeros de jornada vieron un estuche de violín en la basura, le preguntan si su hijo está estudiando música y el padre responde afirmativamente con orgullo, llega el señor Egidio a casa y le entrega un violín italiano de muy buena calidad, cuando Gabriel lo lleva a la escuela de música el maestro le dice que quiere comprarle el instrumento y con el dinero que le daría, Gabriel podría comprar cinco violines para sus clases, ya que para un principiante no era necesario un instrumento tan parecido a un Stradivarius, por supuesto nunca lo vendió.

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Su afición por la música se ve truncada por el mal humor de un maestro que lo espanta con sentencias que para un niño de doce años son crueles y tajantes. El viejo violín queda en un rincón de la casa como huella de una memoria por la música y el sonido que volaba por El Tocuyo desde el árbol de tamarindo. Luego pasa al liceo Eduardo Blanco, en la misma población, ya desde los quince años comienza hacer teatro, específicamente con el grupo Tenaza, que pertenecía a la Unión Cultural de Teatros de Barrios (UCTB), con temas que se acercaban mucho a los motivos de la injusticia social; recorría barrios y buscaba amigos para que lo acompañasen en su aventura. Era un soñador y no tenía mucha conciencia de ser un actor político, imperaba el deseo de descubrir un mundo y con ello todo el lastre de sus injusticias. En ese gravitar de representar un teatro de calle, llegó un mundo que lo atrapó y jamás saldrá de él: la lectura. Hubo un amigo del grupo de teatro, lector y con deseos de prestar libros. En la primera tanda le prestó cincuenta libros de la Colección Rotativa, le dijo que en la medida en que los leyera se los devolviera y así le prestaría otros textos. Desde ese momento nació un apetito voraz por la lectura y lo mejor es que los temas no se circunscribían sólo a la literatura, pasaban por sus manos libros de

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biología, historia, biografías, flora y fauna, hechos curiosos. Esta diversidad de temas creó en Gabriel la conexión de un hilo secreto, un hilo conductor. Y esos temas de las lecturas que en el papel parecían opuestos, todos ellos tributaban a lo que será su futura obra poética. Más adelante llega su padre con otro tesoro, consigue, en la basura, varias cajas de libros y cuando se los regala a Gabriel descubren que son los libros de la colección Salvat: Molière, Shakespeare, Quevedo y un largo tren de la literatura universal. Termina el bachillerato, pasa al Pedagógico en Barquisimeto y nacen sus primeros escritos, los temas son los perros que ve en la calle y zapatos en una zanja y el despojo que hacen un inventario a un novel poeta en la mera calle, son dardos de la realidad. De allí nace Concierto de pasos (1979) de la editorial Nieve en Barquisimeto. En el Pedagógico ocurre otro desencanto con una academia que suele ser castrante para el estudio de la literatura, el acartonamiento de los profesores, ambiente poco dado a la creación, el joven poeta se revela ante costumbres atávicas que no le deparaban ninguna experiencia, pese a que también recuerda con admiración y respeto a maestros como: Trino Borges, Frank Ortiz, Naudy Enrique Lucena y Eddy Rafael Pérez.

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En ese transitar sigue haciendo teatro, y comienzan los primeros esbozos de lo que será su libro Ceniza inicial. Se va para Caracas y allí experimenta la ciudad con sus asfaltos y sus sombras. Desde la distancia se impone el paisaje de la oquedad, vegetación xerófila y nace su segunda publicación: Brasa de Sol; para Gabriel en el desierto todo es posible, el cují, los chivos entunados de sol y en esta etapa el poeta siente una seguridad en la escritura y más nunca recurrirá a “expertos” para que diseccionen sus poemas. Pasan unos años y se publica su tercer libro (Ceniza inicial) que había nacido en libretas de su viaje de Barquisimeto a Caracas. Ceniza inicial se completa en la capital, la nota como una bitácora de escritura. Los temas de este libro son la imposibilidad de la escritura, la soledad del sujeto poético ante la vida alienante de la gran ciudad: la mudez como manifestación de la escritura. El poeta escribe: “mi pulso no atina blanco en la intemperie”, exhibe una trashumancia de tintas de ausencias, las pensiones y las constantes mudanzas de un paisaje inmutable empiezan a llenar y a delinear una poesía de la habitación como universo. En Caracas el poeta sufre una separación sentimental y ante el abatimiento, la decepción, el fracaso, crisis

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nerviosa y la confusión, se refugia en sucesivas libretas de notas; de allí nace El confesor, publicado por la editorial La Espada Rota. En El confesor, Gabriel Saldivia crea a un personaje que sirve de oyente, casi como un terapeuta poético. Cuenta el poeta que este libro fue la medicina que lo sacó de esta etapa difícil y oscura. Aquí una vez más la escritura como salvación del desarraigo. En el bar El Cascorro, en Caracas, por la avenida Urdaneta, entre las esquinas La Pelota y Abanico, edificio El Carmen, en la parroquia Altagracia se gesta otro libro de singular importancia: El corroncho. Las pensiones son representadas desde la mirada contemplativa del poeta. Llega todas las tardes al bar, hace dibujos, escribe poemas, golpea la madera de la barra como Ray Barretto, el Manos Duras. Los poemas se los entrega a José, el fiel cantinero. José los guarda debajo de la caja registradora, dándoles tanto valor como a las cuentas que quedan por cobrar de los asiduos al local de marras. El corroncho es un viaje hacia las honduras, es descenso, es pegarse a las piedras de la oscuridad. Cuenta el poeta que cuando llegaba a su cuarto de pensión no encendía las luces y sin proponérselo estaba creando las condiciones para una escritura de los claroscuros. Este poemario es una de las

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obras más originales e interesantes de la última poesía venezolana contemporánea. Luego llega A ¼ de pensión, este es un libro en el que, mientras se reduce más el espacio físico de la habitación, el universo del poeta se expande en escritura e imaginación. Desde lo temático El corroncho y A ¼ de pensión tienen vasos comunicantes visibles con operaciones estilísticas diversas. Este poemario está escrito en prosa y desde el punto de vista estético le da más densidad a la escritura, un ritmo natural. En sus poemas el sujeto poético se metamorfosea, viaja en la inmovilidad de la habitación, de paisajes de pueblos despoblados, las cosas que aparecen se difuminan en el acto y quienes pueden dar fe de esa materialidad son los animales; todo ocurre en el insomnio a ras de la cama. Pero la cama es una isla dentro del cuarto que es otra isla: …En la cama espero la nave del sueño. Pero, nadie llega a esta isla borrada en el mapa, trazado por los viajeros del olvido. El poema es una contradicción: “No soporto el peso de la espera” pero más adelante se resigna entendiendo

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que la espera es un desiderátum donde todo se desvanece. Hay un silencio que espera la voz del poema, el poeta espera una señal en la pared, en la materialidad de la habitación que asfixia y redime el goce de una prosa casi mística del encierro. Hay un péndulo que se mueve de la vigilia al insomnio. No existe el sueño profundo en esta poesía. [...] ,…cómo hundirse, si los mares que imagino son huecos profundos de aguas que huyeron hacia otros tiempos, sin brújulas, ni bitácoras. Para Gabriel Saldivia en este libro hay un equilibrio, no hay desbordamiento, no hay un abandono, pero tampoco hay una celebración de esa habitación-universo. La figura de Francisco de Asís marcada por la obra de Nikos Kazantzakis (El pobre de Asís), Hermano sol, hermana luna de Franco Zeffirelli y la obra de Gilbert Keith Chesterton marcan un diálogo de vivir en la estrechez, en la austeridad como una filosofía del andar. Si en el desierto todo es posible porque no hay nada, en un cuarto de pensión todo es posible porque no hay nada. La habitación es la prisión que libera y oprime:

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…Quiero un samán en el centro de mi cuarto. Afuera, aprieta el cemento. Afuera, sepulta el asfalto. Si el poeta es un agrimensor, cuyos espacios se dividen en fracciones, la cama es el dispositivo de las alucinaciones y de las respuestas a la espera del poema: …La cama en donde me acuesto conoce mis secretos. […] La cama y yo hablamos idiomas indescifrables. El tuqueque y la cucaracha son los compañeros del viaje por los cuartos de pensión; son los testigos silentes de una experiencia del desarraigo. La alucinación transfigura en colores a un poemario casi sepia: “piedras rojas, verdes y blancas”. El cocuy como llave lisérgica a nuevas representaciones. Luego emerge la sensualidad donde la “lengua se mueve con sus rápidos peces por las aguas de la piel”. En este poemario hay humor, ironía, oraciones largas que dejan al lector casi sin aliento, existe la deliberación del poeta a forzar la prosa. En este libro hay dibujos que son otra forma de escritura que complementan al

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poemario, dice Gabriel que las tramas y rayas son para no enloquecer y es un fiel acompañante de la escritura, son insectos transfigurados, son laberintos que se alejan con premeditación y alevosía a lo figurativo. Queremos celebrar este poemario que es la trayectoria de un gran lector y escritor que vive como un monje benedictino entre libros de la Biblioteca Nacional, por las calles de la parroquia Altagracia, en los bares de los nuevos amigos, en la austeridad de su habitación. …En estos cuartos de pensión no viven inquilinos, sino manías, solitarias sombras, solapadas locuras, desahuciadas esperanzas y en mi caso, una vida sembrada en escrituras de exilio. Aquí, habitamos con la normalidad del absurdo hecho signo o emblema. Daniel Molina

Caricuao, mayo del 2015

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1 Abrazo la ausencia y siento su olor a viajes por valles de sol y sombra. Su cuerpo se hace aire y en el aire escribo las sílabas del deseo. La pasión desvanece en mi aliento seco. Vivo en el encierro que se abre hacia las voces del descampado en sus desvaríos. Ya no siento el dolor que camina por las calles del pueblo despoblado que soy ahora. Algún perro aúlla ante la puerta que despacio se difumina y desaparece, ante las llaves de este miedo a salir o a entrar en ninguna parte. En la cama espero la nave del sueño. Pero, nadie llega a esta isla borrada en el mapa, trazado por los viajeros del olvido.

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2 No soporto el peso de la espera. Nada busco y sólo espero lo que vendrá, sin poder evitarlo. Cómo detener la caída de lo que cae. Cómo estar en el lugar distinto al ayer que olvido. Dime, dime algo. No calles ahora, cuando más te necesito, al menos muéstrame una señal, una grieta, un agujero, para dibujar un trazo azul, sobre el oscuro tapiz que me envuelve, me cubre, me asfixia. Cuál es ese cielo de alivios que inventas para mi supuesta salvación. Ese cielo que me ofreces en tus oraciones por un bienestar, sin acosos, sin angustias, ni miedos paralizantes. Déjame aquí, en la desnudez de mi intemperie. Solo he venido y solo me iré. Dices que estás en todas partes, entonces, dime, por cuál calle de tus muertos camina mi vida ahora.

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3 Vengo de cualquier país sin equipajes ni atavíos. Hacia cualquier parte inicio el peregrinaje por los extraños pasadizos, que conducen a las sombras del insomnio. Voy sin miedo y sin lamentos, entregado dócilmente a secretas corrientes nocturnas. Las voces que escucho son las mismas de un ayer lejano. Los objetos callan en la quietud perfecta de este cuarto de exilio. Soy el único habitante en este pueblo sin nombre. Sé que alguien escucha el silencio de mis clamores.

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4 Las cosas yacen en el mismo lugar. Trato de moverlas, pero, ellas se resisten a ser mudadas. Las cosas de mi cuarto tienen arraigo, habitan un espacio en el desordenado orden que les asigna el azar en sus destinos. Nada falta, nada sobra. A veces lanzo un zapato al aire para romper los velos del tedio, que como piel van cubriéndolo todo. Pero, el zapato regresa al acostumbrado rincón de pasos olvidados. Aquí, la movilidad sencillamente no existe. Las cosas se eternizan en el claustro de sórdidas costumbres, cubiertas por el polvo de antiguas rutinas. Ni los ruidos de la urbe en las afueras logran rasgar la cortina que separa, parte y segmenta, lo que se oculta entre mugres de soledades impenetrables.

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5 Que nadie, absolutamente nadie, venga a decirme que cambie. Pues, no daré un giro hacia un costado de lo que siento ahora. Aquí me mantengo y me resisto a salir. Viajo agarrado al mástil de mis naves rotas. Que nadie venga a decirme que este silencio es un naufragio, cómo hundirse, si los mares que imagino son huecos profundos de aguas que huyeron hacia otros tiempos, sin brújulas, ni bitácoras. Que nadie, absolutamente nadie, venga a decirme que la salvación viene cerca, cuál salvación, si en mis viajes soy un pasajero más en aquello que me aleja, me aleja, sin aún haber partido.

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6 Insistes al decirme que suelte las amarras y parta desde este puerto, desde esta orilla. Me dices que deje flotar mi cuerpo por las aguas del sueño. Pero, cómo desatar estas cuerdas que me atan y me hacen prisionero en las fétidas celdas del miedo. Cómo entrar en las afueras, cómo salir hacia adentro. Caigo, sin poder evitarlo, entre paredes de lentas sombras. Enciendo velas y las llamas de mis invocaciones hacen luminosos orificios en la noche del silencio. Así debe verse el cielo cuando las estrellas despiertan, diminutas luces que titilan de frío, en las lejanías del misterio en sus enigmas. Camino lentamente, las velas encendidas alumbran sendas hacia otras casas y lugares. Sin saber adónde, emprendo la marcha. Escucho voces susurrantes, sólo voces habitan estos valles de palabras calladas.

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7 Esto no es un sueño, ni una imagen creada por caprichos fortuitos. Lo cierto e incierto al unísono de lo que quiero y deseo es sembrar un samán en el pequeño campo de mi cuarto. Un samán que abra con sus raíces el piso que me sostiene, que derrumbe con sus venas de savia, las paredes y el techo de este cuarto acosado por permanentes arrinconamientos. Quiero sembrar un samán en el centro de mi cuarto, para abonarlo con sueños de pájaros que aniden ilusiones de alas en sus follajes. Para que traiga sombra a los solares de mi infancia. Quiero un samán en el centro de mi cuarto. Afuera, aprieta el cemento. Afuera, sepulta el asfalto.

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8 Caigo exhausto entre sĂĄbanas de antiguos sudores. Guardo las voces del dĂ­a en tĂşneles de ecos al fondo de mi almohada. Almohada que abrazo en espasmos de feroces pesadillas. La cama en donde me acuesto conoce mis secretos. En noches de desvelos escucha mis confesiones. En su regazo le hablo con palabras que callan al nombrar cosas, que ni yo mismo logro entender. La cama y yo hablamos idiomas indescifrables. Por eso vivo entre las telas de sus silencios que me hablan, me cobijan, me consuelan...

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9 El tuqueque, rostro de serpiente mansa, se desliza por el techo de mi morada silente. Él, arriba se mueve sigilosamente a la caza de algún insecto. Yo, abajo, me quedo inmóvil sobre la cama, también a la caza de algún sueño desprevenido.

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10 Nadie muere en la palabra escrita con el verbo acertado que nos reafirma en el planeta. Planetas de adentro. Esos que no tienen sol en las heladas del tiempo. Los que no conocen la lluvia en los veranos que agrietan la piel de las palabras. Los que no reciben un rayo de luz en las nocturnas depresiones padecidas, desde los más sombríos rincones del exilio y la desolación. Los que nunca tuvieron nombres, sino números en el pecho de los desterrados. Planetas sin sol de dulces amaneceres, planetas convertidos en noche, para los que duermen sobre el asfalto húmedo de una ciudad agonizante. Hablo de los que caminan llevados por una costumbre de ir siempre al mismo lugar, donde se muere y se nace, al unísono de aquello que nos hace irreverentes, en un comienzo sin final posible. Planetas del sistema vital que nos nombra y nos reafirma en la cotidianidad de un tiempo cautivo en su fugacidad.

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11 Desde el cuarto de mi vecino emerge una música a todo volumen, que hace retumbar las paredes de mi dormitorio. Las capas de pintura se desprenden debido a las sísmicas vibraciones de esos sonidos indomables. El vecino de mi cuarto bebe licor durante el día y ya cuando cae la tarde, enciende la planta de la tormenta, venida de una ebriedad esquizofrénica. El tuqueque, mi amigo, cae del techo vibrante y asustado corre y se oculta debajo de mi cama. La cucaracha de mis insomnes galletas, se sumerge en algún zapato abandonado en estos valles de soledades y pasos inertes. Yo bebo unos tragos de cocuy y trato de escribir algunas palabras a puerta cerrada. En estos cuartos de pensión no viven inquilinos, sino manías, solitarias sombras, solapadas locuras, desahuciadas esperanzas y en mi caso, una vida sembrada en escrituras de exilios. Aquí, habitamos con la normalidad del absurdo hecho signo o emblema. Hasta el posible suicidio de algún desquiciado entra en el calendario de nuestras cotidianidades. Aquí, la vida y la muerte no son temas fundamentales para ser tratados en una junta de vecindad. Aquí, cada persona

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abre la puerta y entra calladamente en el respectivo claustro de su propia historia. Aquí, el rumor de las afueras no perturba a nadie, porque los ruidos callan en nuestras ventanas de párpados cerrados. El vecino que vive al final del pasillo, arregla artefactos eléctricos, sobre todo, ventiladores, aparatos esenciales en este lugar para espantar el viciado aire de olvido que nos encierra. Y el otro vecino, Miguel, siempre atento a recuperar remotos escombros, en ese empeño de convertir esta pensión en algo parecido a una vivienda. Él siembra uñas de danta en porrones de arcilla y coloca flores de ensueños ante el altar de santos y estampas y diosas de amores milenarios. Héctor, no el de Troya, sino el de aquí, el de la esquina de Santa Bárbara de la ciudad de Caracas. Se dedica a arreglar cables, tubos de insospechados acueductos y levanta paredes con gestos mágicos. Este hombre hace milagros en esta pensión, hasta los objetos inservibles al llegar a sus manos regresan de nuevo a la vida. Aquí, en estos cuartos habitan los anónimos, los imperceptibles, los que hablan un idioma indescifrable para académicos de altos grados. Aquí, nos comunicamos con palabras, sonidos dispersos, frases inventadas. Es decir, cualquier vaina, por más insólita y desconocida, que llegue a este lugar, tendrá su palabra, su nombre. Porque de alguna manera, en este lugar de exilio, además de morir y vivir, por lo general en lo innombrable, somos inventores y en algunas ocasiones, poetas. Aquí, vivimos y morimos, día y noche, por eso somos personajes con unas historias tan

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inútilmente interesantes, que ningún cronista, ningún escritor o historiador, se interesaría en desglosar el diario acontecer de estas pensiones dibujadas en el mapa de una ciudad inventada, por los anónimos rostros que la habitan.

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12 La copa vacía. Trozos de galletas dispersos sobre la mesa. Enciendo cigarrillos con desgano. Tengo la sensación de que todo ha llegado a un final que apenas comienza. Cierro la libreta, dejo caer el bolígrafo sobre su cuerpo escrito, con las amorfas palabras, que tratan de habitar páginas hacia una escritura limpia y coherente. Hoy, les digo hasta luego, hasta un posible encuentro en las páginas que escribimos y algún día leeremos, para reírnos, también para llorar o simplemente para escucharnos en nuestras páginas escritas. Aunque creo que quien lea estas páginas no tendrá otra opción sino romperlas o quemarlas si es preciso. Sin embargo, les digo a quienes quemen o rompan mis páginas, que cuando escribo me hago invisible en las tintas que me nombran.

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13 Estoy en el centro de una laguna de pesares. Apenas floto en las temblorosas naves de las angustias que me agobian. No sé qué espero en estos templos de fe derruida. Oigo la noticia bélica del día. Pero, las bombas y las detonaciones de la noticia, también estallan en mi corazón, sin que nada pueda hacer para evitarlo. Entonces, me sirvo el amargo licor del asombro en este cuarto o trinchera. Y escribo palabras que devuelvan fervores de paz. Vivimos tiempos de muertes cotidianas, sin pausas para epitafios, ceremonias, ni ofrendas a los caídos.

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14 Levanto la copa de licor y brindo por una ausencia distinta a las demás. Esta ausencia aunque me haga sentirme terriblemente solo, me acompaña. Levanto la copa en la neblina de esta noche lluviosa y sólo escucho su voz. Escribo estas páginas con la sangre de mis tintas. Y en esa escritura te recuerdo hermano en cada palabra que se agrieta en mi dolor de ventisca y sequía. Bebo sorbo a sorbo palabras y memorias, donde nos sembramos en abrazos y pactos de sangre, que nos hicieron inseparables e indisolubles en la distancia. Hoy vienes a mis páginas de encuentros con nuestros diálogos, que conjugaron verbos en la gramática vital de esenciales comuniones. Mi copa recuerda hoy, desde esta ebriedad amorosa, nuestra hermandad inolvidable, aun por valles de inevitables y desgarradoras lejanías.

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15 Si vinieras ahora. Si abrieras esa puerta y te acostaras tranquila al lado de mi herida. Si te acercaras a mí con tu luz de alivio, tantas veces deseada. Si dejaras en tus secretos aposentos las sílabas del miedo, que estremece mi aliento. ¡Ah! Qué dicha –diría– al verte entrar vestida de sedas, sin manchas, ni huellas de angustias y temores. Pero, qué rápido desvaneces en el deseo mismo de tenerte. Y, cómo inventarte ahora, si ya eres rumor, sólo rumor, en la intemperie de inútiles clamores.

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16 En el cuarto de insomnes recuerdos me siembro en el imperecedero solar de las imágenes. Rostros vienen a mis vigilias, sonríen y rápidamente se desdibujan, hasta difuminarse en puntos blancos por esos cielos del aire en sus memorias. Cuanto más herméticamente cerrado esté mi cuarto, puedo ver con más claridad lo que viene para quedarse a gravitar en este espacio de filo de navaja que corta y nos separa del pasado y nos deja en puentes y pasadizos secretos, aferrados a exiguas imágenes de una memoria que apenas nos sostiene. Eso que llaman equilibrio se balancea en sí mismo, va y viene, y a veces, pierde estabilidad y se disloca, sobre todo, cuando se hace palabra escrita en la libreta de algún obstinado como yo. Entonces, las palabras se transforman en maravillosas imágenes y me hacen vivir de nuevo lo que una vez creí extraviado: Escribo: soy el niño aquel que corría detrás del viento que pasaba volando por el solar de los mangos, tamarindos y guayabas. Imágenes, cuando ustedes me abrazan inevitablemente me vuelvo río. Y digo esto, porque los ríos vienen a la vida y mueren en su constante pasar. Pero, se quedan en los cauces de la mirada que contempla el transcurrir de las aguas en sus confines.

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17 Allí permaneces, debajo de ese arco testigo de viejos caminantes. Miras la luna para volverte luz en los carruajes donde viajan todavía rasgos de tu infancia. Sólo ese arco corona tu estancia, reina en palacio de murmullos, reina en la próxima página, la conquista de otro capítulo. Cuántos espejos ante la certeza del tiempo: asiduo navegante sin pausas ni retornos. Allí permaneces, isla bañada por las olas del frío. El canto de los grillos roza el musgo que cubre las piedras de tus pasos. Las lámparas duermen su luz en las manos que ahora tejen silencios. Duele el retrato en las manos hacia el baúl del azar, donde se extinguen las formas y los contornos y sólo las imágenes en la memoria, nos hacen sentir signos del eterno viaje. Duele mirar su cuerpo, silueta en juego de sombras, sin más ruta que la reiterada contemplación.

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18 De pronto me dormí y al rato estaba solo en una pequeña isla de arenas blancas. El agua que me rodeaba avanzaba en suaves oleajes, lentamente se acercaban a mí, tanto, que en pocos momentos, sólo tenía un diminuto espacio en la arena, donde apenas podía moverme. Una terrible sensación recorrió mi cuerpo poseído por el miedo y las heladas del pánico. No sabía qué hacer, temblaba asustado ante las aguas que venían cada vez más cerca para devorarme. Quise gritar, pero mi voz se me quedaba al fondo, en los sótanos de mis más antiguos miedos. Miré hacia arriba y las nubes bajaban como algodones hasta volverse brumas sobre las aguas azules del cielo. Así, despacio, fui desapareciendo cubierto por el silencio de las nubes sobre la inmensidad de la aguas. Extrañamente comencé a sentir alivio y sosiego. Cerré los ojos dentro del sueño y de pronto volaba muy alto por las honduras del aire en sus misterios. Desde esas alturas miraba mi cuerpo hundiéndose en la arena, sin que yo pudiera hacer algo para salvarme. Volaba, sólo volaba, como si un ave invisible me llevara entre las lentas nubes de sus alas.

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19 Caminas por calles ficticias cuando andas sin saber adónde. Pasas como sombra y las sombras no dejan huellas, ni señales. Quién habla ahora desde tu corazón callado. Qué voces escuchas desde el árbol lejano, donde duermen todavía tus pájaros cansados de raudos y precipitados vuelos. También tus días pasaron sin dejar huellas, como sombras se fueron, por paisajes de imágenes olvidadas. Quién eres en ese andar sin camino de luz por la noche de tus pasos. Caminas por calles ausentes y sólo hay una ruta posible, la que conduce al mapa trazado sobre el rostro de tu inalterable silencio.

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20 Por el río de su pueblo navega la balsa del sueño. Los rayos del sol apenas rozan la serenidad de sus aguas. Las distancias se unen, fusionando todo lo que habita en el reino de las cosas. Una música emerge desde el corazón de las aguas mansas, que atraen con delicados sonidos a las aves del crepúsculo y a la fauna de aromáticas riberas. Balsa de los amantes a la deriva por el alma de ocultas corrientes. Abrazados duermen, cubiertos por las flores del viento. Pasan, lentamente, pasan como ilusión hacia las vertientes del origen, donde alza el vuelo el águila entre destellos de piedras rojas, verdes y blancas.

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21 La lengua se mueve con sus rápidos peces por las aguas de la piel. Las manos acarician con la sensitiva punta de sus plumas. El cuerpo se contorsiona y tiembla dulcemente en aires de gozo y placer. La sangre se hace río de fuego por la carne de la tierra en brazos de los amantes. Gotas de miel la saliva, sobre poros abiertos de emoción. Las aves atraviesan nubes de delirios y los peces cruzan aguas encantadas, donde sólo transcurren las horas en susurros de voces y ausencias. Hay flores abriendo sus pétalos de ensueños; caballos galopando por amaneceres de arbustos y pastizales. Todo renace fresco y nuevo en aquello que se hace luz, cada vez que sucede el abrazo.

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22 Dices que el tiempo es oro. Que no lo pierda escribiendo trivialidades y poemas insulsos. Y entonces, me pregunto: ¿Cómo perder lo que nunca he tenido? El tiempo se oxida en las cosas que contemplo. Y lo que se oxida nada tiene de metal precioso. El tiempo al cual te refieres, se deteriora, se carcome en la hora ficticia del reloj. El corazón que nos mueve se detiene cuando le venga en ganas. Cuál tiempo brilla en ese oro de miserables apariencias. No olvides que nuestras vidas están hechas de fugacidades. No digas más, no me interrumpas en este sagrado momento de escritura y celebración. Aléjate de mí, voz perturbadora. No puedo perder más tiempo escuchándote, el tiempo es oro.

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23 Esta cucaracha que acaricia en el piso un trozo de galleta, por su aspecto tierno al saborear su alimento, despeja cualquier duda en cuanto a su origen y procedencia. Primeramente no viene de alguna pĂĄgina de Franz Kafka. Este remoto insecto me visita y sin querer reclama su espacio ancestral, usurpado por mĂ­. Pero, ella, sĂłlo saborea y degusta las migajas de galletas, restos de mis insomnios. Sin duda alguna, soy inquilino en un lugar al cual no pertenezco.

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La normalidad del absurdo en la poĂŠtica de Gabriel Saldivia, por Daniel Molina

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Este libro fue editado por la Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Está compuesto con la familia tipográfica Apple Garamond Fue impreso por la Fundación Imprenta de la Cultura, durante el mes de junio del 2015. Año de la conmemoración del centenario del nacimiento de César Rengifo, quien manejó la idea bolivariana de la fuerza de los pueblos para el cambio.

1000 ejemplares



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