Carta a la Brujita Jaimita

CARTA A LA BRUJITA JAIMITA

A Miguel.

Carta a la Brujita Jaimita

Qué bonita eres y zué solete. Qué luz más bonita sale cuando pienso en ti, se me llena el corazón de burbújulas. Y me las voy guardando porque las Qué bonita eres y qué solete. Qué luz más bonita sale cuando pienso en ti, burbújulas son imposibles de encontrar. se me llena el corazón de burbújulas. Y me las voy guardando porque las burbújulas son imposibles de encontrar.

Todo este año pasado las estuve buscando en todas partes, hasta en las tiendas de cosas para la piscina en Nueva York. Y me decían que no, que eso era de brujas y que estaba prohibido. Mucha gente no quería ni hablar... Y yo pensaba: “Vamos a ver, si yo recuerdo que esto la bruja Jaimita lo hacía y parecía que no le costaba trabajo...”.

Y ahí fue cuando me di cuenta de lo importante que eres para mí, cuando vi que las burbújulas la única que las sabes hacer eres tú. Eres súper única. No podía encontrar ni una triste imitación. Me puse súper triste, me pasaba todo el día llorando pensando en las burbújulas. Yo preguntaba en las tiendas: “It’s like bubble and witch, ¡¡¡burbújulas!!!”. Y nada, me miraban de arriba a abajo como si fuera un panda gigante. Y día tras día llorando cuando llegaba a casa. Me estaba muriendo de pena poco a poco por no poder verte.

Y un día me encontré a mi vecina, que se llama Guachifita, y me preguntó que qué me pasaba. A mí me daba vergüenza contarlo, porque claro, a ver a quién le vas a explicar lo de las burbújulas… La pobre todavía estaba intentando asimilar la historia de una brujita pequeñita, llamada Jaimita, con el pelo verde y un gorro gigante del que saca cosas. Y volando sobre un pincel, con un traje morado con el que no se le ven los pies. Imagínate, si ese es el principio de la historia, hasta que se situó...

No es que no me creyera, pero le costaba ir juntando las piezas. Luego le dije que hacías sortilegios conectándote por Witch-Fi con tu wPhone. Asintió con la cabeza como si fuera lo más normal. Yo creo que era porque quería saber cómo continuaba la historia.

Habíamos ido al café de enfrente y estábamos rodeados de americanos tomando cookies y litros de hielo con caramelo y leche, a lo que llaman café. Le conté a Guachifita que te quería y que te echaba mucho de menos, que para mí eras la mejor persona que había conocido en mi vida, que por eso siempre llegaba a casa llorando. Y que me daba mucha pena que ya no tenía burbújulas, que me sentía muerto por dentro, como de piedras con moho. Yo creo que ahí me comprendió porque ella siempre se ha sentido súper sola.

Y me dijo: “¿Quién es esa Jaimita? A ver, ¡que me entere yo!” Así que le conté todo. Cómo te había conocido en un concierto, el periódico en el que habíamos trabajado juntos y que nos escribíamos tanto de golpe, contándonos todo como si nos conociéramos de toda la vida. A ella le hizo gracia, bebió un trago del zumo y puso el vaso en la mesa otra vez mientras se relamía lo que se le había quedado en los labios:

— Eso es que la quieres de verdad. Mira, Miguel, ahora hay gente que no se quiere ni nada, que están todo el día mandándose tweets de esos y no comparten nada, aunque ellos creen que sí. En realidad es todo “LOL” y frases clichés, pero no saben nada de los demás. Se creen que están súper “conectados” pero en realidad se han convertido en zombis que no saben compartir ni querer a los demás. Yo creo que tú a Jaimita la quieres de verdad porque me da la impresión de que te ha abierto el corazón.

Tiene que ser eso, yo lo veo porque te noto el resplandor en la cara. Eso sólo te puede venir de Jaimita, nadie más te puede causar esa impresión. Hazme caso, yo también sé de magias de colores, conmigo no tienes que fingir. Eso es bonito, ¡¡cómo no la vas a querer!! ¡¡¡Si casi la quiero hasta yo de las cosas que me estás contando!!!

Ahí me pareció que me estaba regañando, pero me di cuenta de que tenía razón, no le podía reprochar. Me estaba abriendo los ojos. Me lancé y le conté que te escribía cartas todos los días. Desde esta misma mesa, le dije. Y di a la mesa con la palma de la mano. Para variar, la mesa estaba coja y casi tiro los cafés, como las setecientas veces anteriores. Ya se había hecho de noche del rato que llevábamos hablando. Las luces de los taxis en el cristal iban marcando el ritmo de las frases de Guachifita, y me convencían más aún de que lo que me decía era una especie de música secreta.

Guachifita me dijo que quería a un chico que está en Francia, pero no podía ir porque no tenía dinero para el viaje, y que le costaba escribir en francés. Yo en ese momento me quedé pensando y le dije de golpe: ¡si quieres yo te escribo las cartas en francés y luego se las mandas! A Guachifita se le iluminó la cara, después de tanto tiempo intentando con Google Translate, me decía que claro, se perdían los matices y a veces las frases eran muy raras, que ella veía ya por la traducción que eso no era lo que quería decirle.

Entonces se animó, se terminó el zumo haciendo ruido al sorber lo poco que le quedaba.

Soltó el vaso en la mesa con tal golpe que la señora de la cara estirada de la mesa de al lado se quedó mirando. Probablemente porque no tenía bien ajustado el volumen del sonotone y lo escuchó como si fuera un holocausto nuclear. Guachifita ni se inmutó, tenía una sonrisa que yo nunca había visto en nadie. Estaba súper feliz. Yo me alegré un montón por ella, porque había empezado contándole mi historia, que era triste, y ahora la había hecho muy feliz. Parecía otra persona completamente diferente, estaba mucho más guapa.

Se hizo un silencio, los dos nos quedamos mirando para abajo. Yo no quería que ese momento pasara por nada del mundo. Quería congelar el tiempo, darle a la pausa y dejarlo ahí, en plan “screenshot”. Guachifita tenía cara de estar pensando algo, como si le estuviera subiendo por el pecho y lo tuviera que soltar:

— Y a ti, Miguel, ¿no te gustaría escribir a Jaimita a España también? ¿Qué vas a hacer con todas esas cartas? ¿Y los dibujos? ¿Y las fotos? — Se puso seria, parecía que de repente se había convertido en otra persona. Ya no era ni la del principio, ni la de antes.

Me miró a los ojos y me agarró la mano. A mí me dio un poco de vergüenza, me estaban temblando las manos porque siempre me pongo nervioso.

— Miguel, está claro que quieres a Jaimita, de eso no me cabe duda. No seas tonto, en vez de llorar cuando llegues a casa le tienes que decir lo que sientes por ella. — Guachifita se ponía en tu situación, pensando en su amigo francés —. A mí me gustaría saberlo si realmente tienes tanto que escribirme. Seguro que Jaimita no se va a enfadar. Si es tan buena chica como dices, seguro que será amable contigo.

Yo le había dicho que eres súper cariñosa para que no se hiciera una idea equivocada. Volvió a la sonrisa de antes, cruzó las piernas y me apretó más la mano temblorosa. A mí me latía el corazón exageradamente fuerte porque Guachifita también tiene los ojos realmente grandes, y también tiene una sonrisa súper bonita, se parece mucho a ti. Me acercó la cara muchísimo, me recordaba cada vez más a ti, brujita. Y me dijo con una cierta complicidad:

— Miguel, Migueeeeeel, mañana lo metes todo en una caja y te vas a correos a mandárselo a Jaimita.

Ya está bien de llorar pensando en ella. Si tanto la quieres, ya es hora de que se lo digas.

AsĂ­ que eso hice, y el resto de la historia ya te lo sabes.

Autor: Miguel Crespo Alonso Adaptaciรณn e ilustraciones: Carmen Bueno Iglesias Impreso en Grafox Imprenta S.L. enero 2018