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Editores Nicolás Vallejo Cano Juliana Molina Restrepo Dirección de Arte María Alejandra Villafranca Corrección de Estilo Mauricio González Gómez

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El seductor porteño

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Carolina Mila Torres

De las formas de la seducción y el uso de la razón para orientar el deseo

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Felipe Vega

Producción Giselle Salgado Cepeda Ilustración de Portada Camilo Mahecha Dirección de Proyecto Ana María Aragón C. Javier Fandiño Lizarraga Impresión Javegraf

Cuerpo erótico

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Juan Gustavo Cobo-Borda

Fotografías

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Felipe Vallejo

Entre la letra y la teta

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Entrevista con Gustavo Gómez Córdoba

De la seducción o el artificio

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Silvana Rovida

Pronóstico del tiempo Sylvia Gómez Gómez

Transversal 4 No.42-00 Edificio 67 Piso 6, Bogotá, Colombia Teléfono 320 8320 Ext.4584 Fax Ext.4576 enelmedio@javeriana.edu.co

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El camino del deseo es siempre incierto. Un apetito labrado con promesas. Con sápidas rutas de un placer anticipado. Degustado pero nunca satisfecho.  Una mirada. O dos. Una palabra. O ninguna. Voluntades que se burlan de sí mismas al reducirse al gesto. Al someterse al dictamen de ese otro que también se manifiesta, inevitable, a través de todo nuestro cuerpo.  Esa máquina incompleta y colectiva. Siempre revelada ante el ritual. Ante la imposibilidad de conjugar. Ante la incapacidad de convertirse — en toda su compleja naturaleza— en el verbo animal.  El juego nos pone en juego. Nos convierte en alguien más. En ese otro que aparece, que se mueve y que se esconde y que se escapa, que se muere y que se mata —para finalmente resignarse—   en el ritmo insospechado —pero siempre sospechoso— del amar.  Ese objeto que nunca es camino ni destino. Que es tan solo caminar.

Esta publicación es realizada por los estudiantes del Campo de Producción Editorial y Multimedial de la Carrera de Comunicación Social de la Javeriana. Colaboran también estudiantes de la Facultad de Artes de la Javeriana y estudiantes de las Universidades Nacional y Jorge Tadeo Lozano.

Facultad de Comunicación y Lenguaje

Pontificia Universidad Javeriana


El seductor

porteño

Carolina Mila Torres caromila@hotmail.com

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Ilustradora Manuela Vélez

s gracioso como todos en esta ciudad están tan prestos a gustarse. Siempre suele haber chispitas cuando los ojos de una mujer y de un hombre se cruzan en la calle. Me gusta subirme al bondi y echar una ojeada panorámica tras insertar las moneditas del pasaje en el contador. Me encuentro con más de un par de ojitos curiosos, en los que se nota la disposición de entrar en contacto con una extraña en cualquier momento. En cada recorrido, he establecido un vínculo con alguien, un corto diálogo de miradas que tristemente suele verse interrumpido porque alguno de los dos tiene que bajarse. He descubierto que el subte facilita el proceso cuando de conocer a un extraño se trata. Los recorridos son más largos y hay más tiempo para familiarizase. Los pasajeros en los vagones aislados comparten un momento de mayor intimidad, la luz es tenue y afuera no sucede nada, aparte de las oscuras paredes que rodean el túnel. Hoy he tenido que preguntar cómo llegar a la estación de la Plaza de Mayo —aunque habría podido llegar por mis propios medios si hubiera mirado en el mapita pegado en la pared, después de todo partía de la Río de Janeiro y la ruta era directa, pero entonces no habría tenido ninguna excusa para hablarle al guapo morocho de cejas gruesas y pestañas largas que se había parado a mi lado tras haberle cedido el puesto a una mujer embarazada. “Este es un buen samaritano”, pensé, “a este le puedo preguntar”. En efecto, interrumpió sin problema la


lectura del libro que traía en sus manos y me indicó amablemente que no tenía que hacer conexión. “No tenés que bajarte, es la última estación”. Después de eso, nada, miradita va, miradita viene y, por último, una explicación, un poco obvia por las circunstancias ��������������������� —�������������������� todos los que quedaban se comenzaron a bajar—, pero necesaria por otros motivos. “Esta es, ¿eh? Llegamos” “Sí, gracias” digo yo, y trato de sonreír bonito, con calma, mirándolo a los ojos, dándole confianza. “¿De dónde sos?”, me pregunta por fin el extraño, “de Colombia”, le contesto. “Mhh, Colombia”, me dice haciendo énfasis en la segunda “o”. El usual “Chicas lindas, eh?” y la acercada total del cuerpo que normalmente hubiera tenido lugar si estuviéramos en un boliche —territorio señorial donde el hombre argentino despliega todo su poderío—, quedó cortado por la luz del día y el pito de un policía que le indicaba a unos turistas no pasar por entre los piqueteros. “¿Cuánto te vas a quedar?”, continuó él, “seis meses”, le dije yo. Me parece que sonrió. A todos les agrada esa pequeña temporada, disminuye la presión de un compromiso indeterminado en el tiempo. “Me gustaría volver a verte”, dijo sin problema, “¿tenés un teléfono donde pueda ubicarte?” Así es, después de cinco minutos de conversación el hombre se ha sentido seguro para pedirme mis datos. Paradójicamente, llevo dos meses en la universidad y no tengo el teléfono de ningún compañero, y ninguno de ellos el mío. He intercambiado un par de e-mails, pero solamente por motivos académicos. No es tan fácil acercarse a alguien en el salón de clase, atiendes diariamente y todos te conocen, quedarías demasiado expuesto. Hacer contacto visual es complicado, las miradas son mucho más huidizas que en el subte o el bondi, y tampoco es adecuado buscarle a alguien un tema de conversación o preguntarle por su vida. Resultaría muy sospechoso, sería como delatarse. El otro día, un chico sentado en clase al lado mío, en un curso que no voy con tanta frecuencia, de la nada, comenzó a hablarme: “¿Y vos de dónde sos? ¿Cuánto tiempo llevás? ¿Cuánto vas a estar? ¿Qué materias estás

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viendo?” Me pareció rarísimo y me dio risa, porque en Colombia habría sido de lo más normal, lo extraño habría sido que no me lo preguntara, sobre todo si allá fuera en calidad de extranjera. Y creo que si en los meses que llevo acá ninguno de mis compañeros de clase me lo había preguntado así, es porque nadie quería quedar “como si me estuviera coqueteando”. Tal vez en Colombia sea más fácil coquetearnos; como no estamos tan prestos a gustarnos por la calle, podemos hablarnos libremente “sin que parezca nada”. Entablar una conversación con una compañera de clase no resultaría nada comprometedor. El gesto podría revelar cierto interés, pero el interés podría ser también amistoso. En Argentina, en cambio, los hombres y las mujeres no suelen ser amigos, porque todo el tiempo se están “echando ojo”. “Las colombianas me encantan porque son redulces”, me dijo una vez mi kiosquero, mientras me miraba fijamente a los ojos y se acariciaba su barba candado con la mano derecha “porque las argentinas por ahí son muy histéricas, ¿viste?”. Me reí. “¿Cómo no van a ser histéricas cuando tienen que lidiar con pibitos como vos que a toda hora las andan histeriquiando?”, pensé.

Y así es. Si vas un fin de semana a una discoteca cualquiera no es muy usual ver a grupos de amigos mixtos. Ves grupos de hombres y grupos de mujeres dando vueltas por el sitio, mostrándose y mirando, haciendo de pescador y de carnada. Los hombres agarran del brazo aquella que les pase por delante y les guste, la jalan hacia ellos y al oído le susurran su chamullo. El chamullo es como la lora colombiana, sólo que más salvaje, más osada, más falsa. Tanto, que así los hombres quedan a salvo. Es tan exagerado que no cabe duda de que no es en serio: “Sos divina vos, ¿dónde estuviste toda mi vida? ¡Me caso mañana!”, y te van abrazando por la cintura, te acercan la cara, te rozan con la barba. No quitarse y no empujarlos, normalmente equivale a decir “Sí”. Y entonces, se te mandan. Tendrías que decir “¡Nooo!” y hacer mala cara. “Los argentinos se creen muy seductores, pero a la larga no son más que unos boludos”, comentaba una vez en una reunión una amiga mexicana, “todos se ven muy cancheros cuando están haciendo de Don Juan, pero ninguno sabría cómo acercarse sin chamullo a una niña que realmente les


interesara. Tendrían que hacer de ellos mismos y ahí tendrían mucho que perder.” “Pero, ¿por qué sólo tendría que arriesgarse el hombre?”, intervino una amiga chilena, “aquí las mujeres no son como las mexicanas, aquí también son activas, también pueden tomar la iniciativa. ¿Por qué tendrías que esperar a que se acerque él? Tú también puedes seducirlo”. “Pero es que aquí las mujeres son muy lanzadas”, dijo un chico de Monterrey, “y no te seducen, te atacan, entonces se pierde el encanto”. “Eso lo dices tú porque eres un mojigato y vienes de un país machista”, dijo la chilena, “y además eres un regio, vives en una de las ciudades más conservadoras de México”. Yo estuve de acuerdo con los mexicanos, con ambos. La chilena no escatimó y también tachó de retrógrados a los colombianos, y entonces, de alguna extraña manera, también estuve de acuerdo con ella. Si en Colombia un hombre no se le acerca a una mujer guapa en un bus no es porque no quiera, sino porque no le es permitido. Sería muy boleta, por eso prácticamente ni se le ocurriría. Como no se acostumbra, resulta impensable —así de determinantes resultan las costumbres culturales. Y si un colombiano no agarra en una discoteca a la “mona apretada” que le está pasando por enfrente no es porque sea más bondadoso que un argentino, sino porque todos sus amigos alrededor lo acabarían a chiflazos. Y ni pensar que una mujer le vaya a hablar a un tipo en un Transmilenio. Somos tímidos en Colombia, aunque creamos lo contrario. “Me encantó Bogotá”, me dijo un amigo porteño que estuvo en mi amada ciudad, el mes pasado. “Pero me pareció una cagada que cuando ‘vas de rumba’, como dicen ustedes, uno no puede casi ni hablarle a quien está al lado. La gente está con la gente que está y nada más. Encarar a una mina es imposible, nunca se despega de sus amigos.” Es cierto, en Bogotá siempre desconfiamos del extraño que nos habla, tenemos muchos miedos y no sólo a que nos hagan algo malo. Si un chico se mostrara coqueto con alguna durante el recorrido del Gaitana calle 100, casi sin pensarlo ella lo ignoraría. “Uy, ¡qué oso!” diría, y de plano sería descartado el fulano. En Colombia nos falta soltarnos, hay muchos tabúes sociales y sexuales. Y sin embargo, tampoco me parece que los argentinos sepan seducir mejor que los colombianos. La dinámica gaucha a veces es demasiado directa. Y lo evidente es la antítesis de lo que seduce. La seducción está en el juego con los velos, no en la exposición. En lo que se muestra y se oculta, y eso no es histeriqueo. Creo que el histeriqueo aparece cuando se piensa que el fin de la seducción es el sexo. Que el éxito de la operación está en la cama, en ese gemido final que tendría que valerlo todo. Entonces, se pierde la calma, y ese interesante juego de tensiones que produce el que ambos vayan buscando poner al otro de su parte. Un buen seductor tendría que tener la desenvoltura y la seguridad de un argentino, pero también un cierto pudor colombiano. Porque al final seducir también es eso, no mostrar todas las cartas.

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E LAS FORMAS DE LA SEDUCCIÓN EL USO DE LA RAZÓN PARA ORIENTAR EL DESEO

Felipe Vega

Ilustrador Camilo Mahecha


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sta escritura está dirigida a hombres que navegan con la incertidumbre respecto del tipo de armas y ardides que deben emplearse para la conquista de una mujer en particular. Es preciso que este propósito logre centrar las pretensiones y los medios requeridos para los fines esperados, puesto que, sin duda, el problema no es alcanzar el amor de alguien, sino preservarlo. Así, lo que los hombres procuran como bien al pretender con simpleza acceder sensualmente al cuerpo femenino, es el anticipo de un goce mayor: la potencia propia de la seducción. En últimas, la seducción es una forma del poder que, actualizándose debidamente, permite ir más allá de la sujeción de un cuerpo y una voluntad; es un camino certero a la sinrazón como nueva superficie de las sensaciones. Me detendré en lo operativo, en las técnicas y en la racionalidad que se debe utilizar para que ello prospere y nos provea de los frutos esperados. Insisto, trataré de centrarme en las maneras-formas, por medio de las cuales se puede alcanzar lo que se desee de una mujer.

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DE LA VULGARIZACIÓN DE LA SEDUCCIÓN POR MEDIO DE UNA ECONOMÍA DE LA SENSUALIDAD Generalmente, hemos pensado que las maneras para garantizar la eficacia de nuestro deseo respecto a otro están determinadas por una aritmética de adición y sustracción, según la cual, si se hacen bien las cuentas de manera técnica, los resultados serán previsibles. Esto es fácilmente traducible en una economía de la pasión, con la que calculamos expectativas de flujos, rendimientos marginales crecientes o decrecientes según los entornos del mercado, tipos de inversión, características del consumidor y, principalmente, relaciones de costo-beneficio acordes con el placer esperado. Así, el deseo como amor, por complacencia de los sentidos, con una referencia singular (individuo) y, con ello, una imaginación de un placer pasado (lujuria) nos induce a la resolución para el goce del objeto de nuestros apetitos. Las estrategias se ofrecen en la misma lógica antes consignada; es decir, acorde con el objeto definimos las características del discurso, que expresen crecientemente el deseo que no debe ser comunicado plenamente, mucho menos sus intersticios, y que, a su vez, aclaren sus debidas limitaciones —���������������������������������������������������������������������� compromiso y otras maneras de sujeción susceptibles de emerger a futuro. La seducción entendida por esta vía, se reduce a un capitalismo sensual que tiene en su base una economía del deseo en función de una noche, con indicadores que pueden estimarse por el porcentaje del placer logrado con base en la tasa de retorno calculada: un toquecito por allí o por acá, un beso y las características de éste, un frotecito u otras avanzadas, demarcan el éxito del plan de negocios.

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SOBRE LAS FORMAS ERÓTICAS DEL COMBATE: DOS MANERAS DE ENTENDER LA FUERZA, LOS DESEOS Y LOS CUERPOS Pero en la vida cotidiana, las formas de la seducción pueden leerse de otra forma. Quisiera definirlo como una política del deseo bajo la figura de la guerra. Si se admite que esta es la extensión de la política por otros medios, la seducción entendida como un número de políticas de la sensación, establece un conjunto de estrategias para apropiarse de otro cuerpo por medio de escaramuzas, que suponen una experticia en el combate. A este respecto, quiero mostrar dos formas de entender esta guerra: la oriental, que supone una concepción particular del enemigo, y la occidental, que tiene una valoración particular de la fuerza sobre el cuerpo oponente. Frente a la primera, es importante entender que el enemigo es necesario, debido a que la capacidad de su permanencia nos define como combatientes. Sin duda, la espera y su preservación aumentan nuestro deleite en la conquista, acrecientan nuestra sed de triunfo y nos dan una visión más delicada sobre la dominación. Así, el objeto será dominar a nuestro rival creándole la imagen de una victoria aparente. Pienso en la imagen de una invitación, de un reto, del desafío, para que se interne en nuestros territorios, intente saber lo que pensamos y espere de nuestros labios. Hacer que necesite la confrontación, que la desee, que pretenda vencer y que desesperadamente conspire un sinnúmero de estrategias. En fin, es usar su propia fuerza y energía para vencer en este juego, pues “Será el mejor de los mejores el capaz de rendir al enemigo sin combate”, lo que se puede traducir en someter al enemigo sin luchar. Claro, baste con aclarar que Sun Tzu observa que todo arte de la guerra se basa en el engaño. Este arte supone apostarle a un exceso de confianza del enemigo, para que, sin ningún tipo de presión, le hagamos creer que cuenta con las capacidades suficientes para combatirnos y seducirnos en sus aparentes condiciones. En efecto, crear un reflejo a través de la figura de un espejo, hace que la tensión sobre acceder o no sea una lucha interior que le cause, más allá que intriga y curiosidad, necesidad de descifrar. Estos retos conducen a las mujeres a que piensen e interpreten su corporeidad y sensualidad como un arma incontenible ante cualquier adversario y esperen con ello un triunfo. Pero, amigo mío, su triunfo es su derrota, como indica en mismo Sun Tzu, pues “Los expertos son capaces de obtener la victoria sin necesidad de ejercer su fuerza”. Esta es una manera incontrovertible de hacer al enemigo esclavo, súbdito, necesitado de la confrontación


que está en su interior. Llevar al conflicto es la paciencia que sutilmente nos enseña la vieja frase latina: divide et impera. En fin, si se pretende usar estas prácticas no basta con desear el triunfo parcial de alguna ocasión que otorgue la fortuna; muy por el contrario, se debe ser contundente e ir hasta las últimas consecuencias, pues no basta triunfar: es necesario someter, doblegar. Esto hace que la pasión se mantenga y la conquista perdure, ya que “Es mejor conservar a un enemigo intacto que destruirlo”. No se debe olvidar que un contrincante que se siente deseado debe entender que esa potencia que le satisface procede de quien le desea, y sólo este mecanismo le supone la trampa mortal que tendemos, para que naufrague en su vanidad y termine concediéndonolo todo. En otro lugar, se encuentra la mirada occidental, un poco más agresiva y, por supuesto, vigorosa en lo relacionado con estrategias se trata. Es importante anotar que en esta comprensión de la guerra, para nuestro caso del arte de seducir, no todos los recursos deben entrar en juego al mismo tiempo, puesto que el triunfo no depende de un golpe insostenido. Lo anterior, observa la necesidad de una dosificación de la fuerza usada y de la comprensión preliminar de las debilidades del oponente, sus puntos estratégicos de resistencia y la capacidad de efectividad de sus armas. Esto supone una frialdad de cálculo en la que no es pensable ningún tipo de conmiseración si se toma el camino del asedio, pues es determinante ser consecuentes con nuestros actos y la férrea voluntad de cautivar. “No te basten lágrimas y súplicas provenientes de argumentaciones morales, embrollos mentales, crisis de identidad o conflictos interiores por el descubrimiento de la naturaleza lasciva. Libera la bestia, pero ten el valor de someterla, puesto que de ello pende tu salud. De nada sirve lanzar todo el ejercicio de fuerza si no se puede sostener y con ello no se puede gozar del triunfo de la domesticación, pues lo que aparentemente es causa de nuestro júbilo, fácilmente puede tornarse en derrota”. El enemigo debe ser llevado a decisiones extremas que lo obliguen a cometer errores, a evidenciar su debilidad y a solicitar un tipo de paz en la que seamos vencedores. Es importante anotar que la intensidad no es muestra de fuerza, sino, por el contrario, evidencia de debilidad, carencia, necesidad, inexperiencia y poco control del campo de batalla. Por lo tanto, lo elemental se reduce a un buen manejo de los recursos, no buscar batallas decisivas desde el comienzo de las confrontaciones y establecer, con la prudencia del caso, un cálculo permanente de las probabilidades. Es


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mejor un conjunto de victorias parciales y de ocupaciones territoriales, que desarrollar un avance donde el afán nos obligue a una retirada deshonrosa. Es preferible ganar lentamente porciones de la memoria, del recuerdo, de la necesidad y de la sensación que nos lleven a una ocupación permanente del cuerpo y de la mente. En síntesis, jugar con tensión, además de ser una dosificación de violencia, atrae amantes en disposición de enfrentamiento; así se puede resultar vencedor al hacer invulnerable la posición, pues cabe recordar que lo que no se respeta, no es amado, y la mujer por su naturaleza desprecia la fragilidad, la interpreta como insípida. Es por ello importante tener siempre en mente las palabras de Ovidio: “Joven soldado, que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto digno de tu predilección; en segundo trata de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y en tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo”. Por último, no recomiendo pelear una guerra de dos frentes, supone un agotamiento de las fuerzas, una pérdida de creatividad en las estrategias y, lo más peligroso, se corre el riesgo de una alianza que significaría un desastre mayor: la conquista por ambos enemigos. NAVEGANDO LOS MARES DE LA IRRACIONALIDAD... No todo amor está definido por medio de la “táctica y la estrategia”, puesto que éste se ha convertido en un lugar común donde muchos creen hacer innovación. Benedetti, tan frecuentemente citado en los bares, cafés y otros sitios que ambientan su prosa, ya no genera las mismas posibilidades de éxito que anteriormente alcanzaba. Con esto quiero decir que los amores femeninos son más caníbales, con más cuerpo y sangre, mucho más desolladores. Las mujeres detestan cada vez más la asimetría y los discursos formales, se interesan con más ahínco en la depredación que en embalsamar; son, sin reparo alguno, más dionisíacas que apolíneas. Afirmo, entonces, que el antiamor es un camino seguro y confiable supone, y esta es la única condición, contar con un objeto de deseo con algún nivel de cultura y preocupación intelectual, o al menos, con la capacidad desparpajada de una mujer que se sabe poseedora de su cuerpo y que lo disfruta sin ningún tipo de restricciones. Sin duda, este es el camino que se puede recorrer con Cor-


tazar, en quien la única estrategia supone un relato dionisiaco centrado más en los placeres del cuerpo que en las ilusiones del espíritu: “No me des tregua, no me perdones nunca. Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves.” En efecto, lo que llamo antiamor es poder crear las condiciones para que las mujeres se sientan poseedoras de sus talentos y puedan hacer gala de ellos sin reparo alguno. Despertar en ellas su capacidad sádica y, al mismo tiempo, masoquista como una forma de placer es un terreno que les seduce con frecuencia. El sufrimiento es un catalizador de las pasiones, sin duda, entre el trato desdeñoso alternado con el lenguaje pecaminoso, lejano a diatribas lisonjeras, despierta en ellas una pasión que suelen calificar como “interesante”. Cabe aclarar que lo que las mujeres encuentran como extraño les atrae, su curiosidad intrínseca y la vigorosidad de un amor desenfrenado, sin restricciones a pesar de su fugacidad, las hace entrar en estados demenciales sobre sí mismas, lo que les causa un placer mayor. Contar con la posibilidad de perder la cordura, el raciocinio y la absurda idea, para ellas, es mejor que la necesaria finalidad en una relación.

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Cuerpo er贸tico Juan Gustavo Cobo-Borda Ilustrador Jos茅 Daniel Rosero


“¿Por qué una tenue cortina de carne en el lecho de nuestro deseo?” William Blake, El libro de Thel. “El poema es el amor realizado por el deseo que ha seguido siendo deseo” René Char, Partición formal, XXX. “La poesía se hace como el amor en un lecho Sus sábanas revueltas son la aurora de las cosas El acto de amor y el acto de poesía Son incompatibles Con la lectura del diario en voz alta” André Bretón, En el camino de San Romano. “Las mujeres han sido excepcionalmente amables con mi avanzada edad. Me llevan a un lugar secreto De sus ocupadas vidas Y se desnudan de diferentes maneras” Leonard Cohen, Because of. “La voluptuosidad convierte la médula espinal en un solo dedo capaz de acariciar el cerebro desde adentro” Malcolm de Chazal, Sentido plástico. “Los hombres se ignoran en el bien y se aman en el mal. El bien es la hipocresía. El mal es el amor. La inocencia es el amor del pecado” Georges Bataille, El pequeño. “Espoleado por el demonio de la vida, por esa divinidad oscura que no se conforman con devorar y ser devorado y quiere ver y darse a ver, entrar también por los ojos. Eros que es furia de ver, de poseer por la mirada y por eso crea formas y las destruye. El ‘eros’ destructor por avidez; la furia que devora al propio objeto que persigue” María Zambrano, Amor y muerte en los dibujos de Picasso. “Sólo hay flores del mal si hay un Mal y un Bien, y sólo hay una búsqueda de Satanás si hay una búsqueda de Dios. Un cierto erotismo supone todos los vínculos tradicionales y no tiene ni el valor de aceptarlos ni el de romperlos (…)

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Consideremos que nuestros grandes eróticos están siempre con la pluma en la mano: la religión del erotismo podría muy bien ser un hecho literario (…) Buena parte del erotismo está sobre el papel” Maurice Merleau-Ponty, Sobre el erotismo. “El erotismo stricto sensu, en efecto, puede definirse como un ‘arte de amor’, como una especie de estetización del simple amor carnal, que se trata de organizar en una serie de experiencias cruciales. Pero lato sensu, se confunde con el conjunto de ‘obras de la carne’, en el sentido cristiano del término; incluso uno puede preguntarse si sería posible alguna excitación sexual sin la intervención de un mínimo de erotismo, ya sea bajo la forma de la idea del pecado (concebido de un modo romántico o bajo el aspecto inverso de lo picaresco), ya sea bajo la forma de una idea de juego, de lujo, de placer tomado al margen de toda consideración de utilidad, es decir, bajo la forma de una idea en alguna medida estética” Michel Leiris, Espejo de la tauromaquia. El erotismo explora un cuerpo como un continente desconocido. Allí donde el relámpago inicial de la atracción se trueca en el reposado deleite con que alguien se descubre a sí mismo en la dicha del impudor consentido. El animal que existe en nosotros mismos y al cual la mente enciende y exalta en un teatro de juegos y máscaras. De fantasías y representaciones. Con la sola voz y un oído receptivo es factible incendiar al mundo. Rayo que desnuda o pozo hondo y oscuro donde la delicia se viste de secretas luces. De sabores indefinibles. Caen los títulos, las vanas jerarquías. Sólo imperan los sentidos. Como en el Carnaval, el Rey es Súbdito; la Reina Puta. Es entonces cuando arriba la poesía y busca lo imposible. Que el buzo ahogado en la marejada de la carne halle su palabra y diga su verbo húmedo. Respire liberado de la atónita mudez del milagro y formule esa consabida letanía. En todas partes, en todos los siglos, el ritual consabido. Fuego de la seducción. Nieve del hastío. En todas las lenguas, la tensión del cazador en pos de su presa. O la pasividad que dúctil encadena. Cuando la boca exultante solo atina a decir: Mío. Puede ser en Grecia o en Senegal. En Perú o la Toscana. Jorge Zalamea lo dijo: en poesía no hay países subdesarrollados. Todas las geografías, todos los climas, y siempre la belleza que arde con energía sobrenatural e impregna rostro y cuerpo con un resplandor que la trasciende. El aura de lo divino. Surja del mar, como Venus, o renazca de la tierra,


como Perséfone. O sea apenas un sueño, un fantasma sobre las murallas de Troya, como Helena, el poeta, mujer u hombre, mata por ese espejismo tentador. Busca crucificarlo en el verso. Repasarlo con morosidad complaciente una vez que ha concluido. De ahí esta secuencia única, enlazándose con avidez hambrienta: celos milenarios de Safo, rabietas de Catulo, equívocos triangulares de Shakespeare, procacidades felices del lujuriosos Aretino, bestialismo de Eugenio de Andrade, coprofilia de Pere Gimferrer. O simple felicidad compartida en los cortos renglones de Ezra Pound. La buhardilla Vamos, compadezcamos a los que están mejor que nosotros, vamos, amigo, recordemos que los ricos tienen camareros y no amigos Y nosotros tenemos amigos y no camareros. Vamos, compadezcamos a los casados y a los no casados. La aurora entra con pasitos menudos como una dorada Pavlova, y yo estoy junto a mi deseo. Y la vida no tiene nada mejor Que esta hora de diáfana frescura, la hora de despertarnos juntos. Versión de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal. La gama parece infinita y este Cuerpo erótico la cubre con briosos ritmos. Pero, qué remedio, la monotonía física del hombre y la mujer resultan proverbiales. El Kama Sutra agota sus posturas. Lo corporal tiene un límite. Sólo la imaginación poética es capaz de reinventar ese relámpago que gime. Ese grito que la matriz exhala irreprimible: el nuevo alfabeto donde la cópula se llena de palabras subyacentes y un lenguaje gutural ronronea su inagotable delirio. Tal el esfuerzo por vencer lo efímero. Por ir más allá de cualquier límite. La poesía ahonda así en lo consabido y restituye al tedio todo su fulgor recóndito. La densa fiebre que nos nutre. Por ello, hemos ido, lengua a lengua, libro a libro, traduciendo lo físico en espíritu. En rigor formal que despliega su abanico de significados múltiples. De sugerencias y atisbos. W. B. Yeats reescribe a Rondard y William Carlos Williams se apoya en Safo para hacer un texto nuevo. Milenariamente renovado: Safo ama la música de sus propias canciones cuyo sentido raramente en un hombre se encuentra, es una dulce chica de la cual se ha enamorado perdidamente:

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esa misma soy yo aunque mi odioso espejo a diario me muestre una enorme nariz. Los hombres, mi amor, me son indiferentes Pero no cambiaría mi destreza en la versificación Por todo cuanto tu, segunda alternativa, Pudieras ofrecerme por mis locas caricias Versión Carmen Martin Gaite. ¿Qué es preferible: versos o caricias? Cuál resulta más apetecible: los besos o las razones? García Márquez lo intentó, desde la senilidad ávida de su última novela, donde el protagonista mira dormir a Delgadina. ¿Por qué Delgadina? Porque García Márquez conoce bien el Romancero y la poesía anónima tradicional y se la apropia, como debe ser, para sus fines, varios siglos después, desde la reseca Castilla hasta la sudorosa y vibrante Cartagena de Indias. Tales los viajes atemporales que realizan la poesía. Tal el sentido de este libro, que Emily Dickinson, en versión de Silvina Ocampo, ya señaló desde 1873:

“No hay fragata como un libro para llevarnos a tierras lejanas ni corceles como una página de burbujeante poesía —esta travesía el más pobre puede hacer sin la opresión del peaje— cuán frugal es el carruaje que lleva el alma humana”.

Humor, picardía, complicidad, aventura: en la poesía erótica lo mejor de ese derroche exuberante que es la vida, se propaga eufórico e indetenible. Tal energía no busca incrementar la especie, ni fecundar la tierra, sino lograr que ella ascienda a surtidor, a estrella fugaz, a júbilo compartido. Blanca constelación sobre el oscuro cielo de las mitologías. Del seno de la Diosa ha brotado un nuevo astro. Laura o Beatriz. La Elsa de Aragón o la Jandira de Murillo Mendes. Los muchachos de Juan Gil Albert. Los obreros de Walt Whitman. El hermoso desperdicio que no tiene precio y sólo se celebra a sí mismo. Pero esta poesía no sólo canta el esplendor. También mira y afronta la carne en ruinas, el pene mustio, la contabilidad de coitos que disminuyen, la flacidez de las arrugas bajo el músculo artrítico, el hueso quebradizo. Se consuela de lo perdido con la remembranza del placer disfrutado, exprimido, y ya definitivamente perdido. Edna Saint Vincent Millay lo vivió para todos nosotros así:


“He olvidado qué labios me han besado, dónde y por qué; en qué brazos he dormido hasta el amanecer; pero en el ruido de la lluvia esta noche han suspirado.

Y desde mi ventana me han llamado. Mi corazón dulcemente ha sufrido por los tiernos muchachos que yo olvido y que ya no despiertan a mi lado.

El árbol que los pájaros dejaron, en invierno, sin cantos, queda así, sabiéndose en silencio y nada más. Yo ya no sé qué amores me dejaron; sólo sé que el verano cantó en mí por un instante, y ya no canta más. Versión José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal. La misma queja, melódica y trascendente, que exhalaría, en el otro extremo del mundo, en Alejandría y por los mismos años, Constantin Cavafi. Así, detrás de la sonrisa irónica, alienta la mueca de la calavera. Así, desencarnado, el ser encuentra su desnudez última. No el horror del vacío sino la plenitud de la nada. El concepto que subsiste cuando todo es ya ruina, polvo y nada. El reverso de ese resplandor barroco con que la sensualidad prodiga sus frutos, rigor, síntesis: muy pocas palabras para designar lo que apenas subsiste. Lo que se oculta y camufla. Lo que cambia de sexo y juega con la identidad como una construcción del deseo. La cirugía extrema que cambia el sexo y modifica la figura no requiere ni de clínicas, ni de gimnasios. El poema leído nos convierte en el ‘Otro’ que allí existe. Nos pone su rostro; nos destroza con sus cuitas y abandonos. Nos contagia sus entusiasmos. Nos recuerda cuán larga es la agonía de las pasiones que se degradan. Exaltación y caída, el tiempo adquiere otra medida. Aquella que escanden los versos, en la respiración de su latido. Inhalar mundo: exhalar poesía.

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Felipe Vallejo

felipevallejo02@hotmail.com


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o quiero caricias, ni roces, ni palabras bonitas. No quiero anestesias. Quiero dolores y heridas. Y gritos. Y crĂ­menes que me salven y me sometan a tu presencia. Quiero pruebas de supervivencia y deseos que amenacen circunstancias y contornos de carne y de hueso que asesinen mi somnolencia.



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uiero un poco de tu naturaleza. Muerta. Nada de matemática ni nada de estrategia. Quiero voluntades ajenas. Otredades que muerdan. Asfixiarme con el aliento que se respira del otro lado de la moneda. Quiero. Sí. Pero ese es el problema. De ahí que ahora me conforme con saborear un poco de tu violencia. Mantener la parsimonia, a la espera de asombros reales, conservando la fuerza para bailar al ritmo de los verdaderos signos vitales. Con los ojos cerrados y la boca abierta, salivando, expectante, ante la inminencia del momento, del instante que active el apetito animal, salvaje, ese que rasga y desgarra, atravesando músculos, cartílagos y huesos, anulando voluntades de esas que saben a óxido y lubricante. De esas mismas que flotan, soberbias, sobre mapas de sangre. Por ahora, espero a que el deseo se convierta en hambre. Mientras tanto, sigo el trayecto de la bala. Esa misma que viene a matarte.


Entre la

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la teta

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Entrevista con Gustavo Gómez Córdoba

Estuvimos con Gustavo Gómez Córdoba, editor de la revista Soho, queriendo hablar de seducción; paradójicamente (y tal vez ignorándolo), terminamos recibiendo lecciones sobre el tema, al resultar cautivados por el verbo, silenciados por el argumento contundente y atrapados en una conversación hipnotizante con un conversador tan detestable como encantador —ambos adjetivos provocados por ese tipo de hombres que, sin esforzarse demasiado, siempre terminan teniendo la razón . El sexo como recurso para seducir al espectador. ¿No le parece que cansa? ¿No estamos ya demasiado saturados? Sí, como del recurso de la violencia. Como todo lo que es usado en exceso. ¿Tiene Soho algún discurso detrás de la mujer o es un simple fetiche comercial? La mujer es un gancho estético para los lectores. Eso es clarísimo y no voy a entrar a negarlo; sin embargo, son muchas las mujeres que escriben en Soho. Evidentemente, hay más hombres que mujeres que escriben, pero eso no indica que sea sólo una revista masculina. Uno podría decir entonces que las mujeres son el gancho para la lectura, para ir hacia las buenas plumas, hacia la reflexión sobre otras cosas… Si ese es el precio que hay que pagar, es un precio muy agradable para pagar… ¿A usted no le gustaría pagar con mujeres? Yo no me meto en asuntos de moral, pero es un precio porque, de alguna manera, es una obligación para el carácter de la revista. En últimas, ¿cuál es su reflexión acerca del erotismo como gancho? El erotismo como gancho me parece tan válido como el humor como gancho, el intelecto como gancho, como muchas cosas como gancho. Lo que pasa es que, como se mencionó ahora, todo lo que se usa en exceso es malo, mama, es jarto y tiene riesgos. No riesgos morales, pero sí es jarto. Pero eso, en Soho y en otras revistas similares, no pasa solamente con las mujeres; a veces, en algunos especiales de humor, por ejemplo, uno podría decir que se repiten mucho, pero son riesgos que se corren.


¿Podría pensarse que existe una idea de la seducción detrás de la revista? Sí. Yo creo que en el periodismo, cualquier tipo de periodismo, lo que seduce es lo que está bien hecho y es interesante: eso es seductor. ¿Cuestión de calidad? Sí, la calidad seduce. También seducen cosas que están hechas de manera ramplona, pero seducen tocando otras fibras del ser humano. Yo supongo que la primera página de El Espacio seduce a mucha gente, por eso lo compran, porque se ven atraídos a comprarlo; también supongo que hay a quienes seduce únicamente la foto de la vieja en la portada de Soho. Yo conozco mucha gente, con toda sinceridad, que no lee la revista, que sólo ve las hembras y no sé qué, y me parece también respetable. Hay gente que compra un computador y lo usa para Word, Excel e Internet, y hay otros que, con ese mismo computador, hacen animación, se conectan con Australia, bajan los archivos de la CIA… en fin, hacen mil cosas. Soho es lo mismo. Tiene cosas sensuales y atractivas para mucha gente y para muchos públicos. ¿Cómo se equilibra la balanza entre las mujeres y la escritura? El hecho de que haya mujeres con posturas sensuales, atractivas, es un elemento para atraer la atención del público al cual se dirige la revista: los hombres. Antes de Daniel Samper, que fue el tercer director de la revista, los temas eran únicamente de placer y aspiracionales, con una gran tendencia al humor, sin crónicas, sin entrevistas, sin reportajes, sin opinión, sin especiales. Cuando Daniel la recibe, dice: la parte comercial está muy bien montada, pero voy a hacer algunos cambios como director, sin alterar la esencia. Entonces dejó la armazón, el esqueleto: el bar de moda, la modelo, los elementos caros… pero la carne se la cambió. Sacó todos los artículos y trajo toda una nueva generación de escritores, de periodistas viejos y nuevos pero con una mentalidad más abierta; le metió crónica y testimonio, especiales en primera persona, opinión y todo eso que ahora es Soho: un producto para leer además de ver. Se han concentrado en firmas… Sí, pero también hay firmas de gente que uno no conoce; lo que pasa es que nosotros entendemos que hay que atraer a la gente, y así como el gancho es una mujer desnuda, también es una pluma, femenina o masculina, entonces traemos gente conocida, porque eso le da un buen nombre a la revista. Por ejemplo, usted coge un libro en la Librería Nacional, ve el sello de Planeta y es muy posible que se lo lleve. Pero si usted ve Editorial Pirulito, llega a preguntarse si esa novela si es realmente buena. Lo mismo, nosotros también sabemos que es así, pero la mayoría de las persona que atraemos son personas que vienen del oficio de escribir. Desde afuera uno se da cuenta que existe una intención diferente en


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la escritura de las grandes plumas. Se procura una escritura de suplantación… Sí, es una escritura de suplantación que a la mayoría de los medios no les gusta porque se entiende, para los ortodoxos del periodismo, como una deformación de la verdad. Nosotros, por el contrario, no lo entendemos así y por eso lo hacemos. No le pedimos a El Tiempo que haga crónicas de suplantación para que nos respalden, aunque algunos comenzaron a hacerlas, y por cierto fueron muy bien recibidas; sin embargo, aún hay muchos periodistas ortodoxos que definitivamente no las aceptan. Yo no voy a discutir sobre eso: es como si discutiera con El Tiempo porque no pone una vieja en bola en la portada. El cuento es este: a nosotros nos gusta tener la gente que coyunturalmente es relevante para el país, para bien o para mal, pero no haciendo lo que hacen. Le voy a poner un ejemplo claro: justo en el momento en que comienza el lío con la Dirección Nacional Liberal, hace dos años, nosotros llamamos a Piedad Córdoba para que escriba, pero no le pedimos un artículo que hable de la problemática del partido Liberal; le pedimos, en cambio, que escriba sobre qué se siente tener tetas, porque como nosotros somos hombres y nuestros lectores son hombres, no sabemos qué se siente tenerlas. Eso es lo que a Soho le interesa. Y funciona muy bien con las crónicas, porque además le ofrecemos a los cronistas hacer cosas que normalmente no pueden hacer donde están. ¿Cómo se define qué seduce y qué no, tanto en imagen como en escritura? Hay temas que nosotros pensamos que seducen porque son supremamente interesantes, por ejemplo un tema de opinión, la opinión de alguien sobre las cosas que odia, digamos. Un columnista de El Espectador se faja un catálogo de las cosas que odia y entonces ocurre que la gente se siente identificada con el escrito; luego resulta que, cuando lo montan en Internet, llegan un poco de correos diciendo “Que artículo tan ridículo… Que cosa tan estúpida… Que pérdida de tiempo”. Entonces a veces uno cree que hay cosas que seducen tanto en la escritura que van a ser muy interesantes, o en la parte gráfica. Digamos, si una niña es muy sensual uno piensa que seguramente a la gente le va a encantar, y finalmente no. Por eso, esto es una cosa muy subjetiva. ¿Y en cuanto a las mujeres de portada, cuál es el criterio de selección? Ahí la variante es que sea famosa y que sea de aquí. O que viva aquí, así sea de otro país. Es curiosa esa variante, ¿por qué tiene que ser famosa? Porque es con la que uno sueña. ¿Nunca la mujer de al lado? También. Tenemos a la de la puerta de al lado. Hay una sección que se llama Modelo no modelo, pero no podemos echar en portada alguien


que nadie conoce. ¿Por qué? Porque tenemos que cuidar el tema de que la revista es, en el fondo, un negocio periodístico. Si usted respeta esos parámetros, podrá hacer otras cosas. Es decir, respetando esas cosas del negocio periodístico, que para algunos son espantosas (como que no puedo echar a un tipo o a una mujer que no sea famosa en portada), es que podemos mantener todo lo demás. El medio de comunicación que no esté dispuesto a pagar un precio no tiene futuro, a menos que sea de un millonario; es decir, de alguien que siempre va a querer hacerla como le de la gana sin respetar algunos de los parámetros del mercado. Entonces es una relación de sacrificio-beneficio… Claro, como todo en la vida… a menos que yo sea millonario, compre la revista y la haga como a mí me de la gana. La polémica: ¿es parte del sacrificio o parte del beneficio? Hay veces que uno se plantea algo con un objetivo específico. Pensamos que va a producir tal reacción, que va a atraer la atención de todo el mundo, que nos va a generar ventas, lectores nuevos, en fin… ¿Se podría pensar que ustedes, de alguna manera, están abriendo espacios en una sociedad muy cerrada? Yo creo que nosotros no asumimos esa cruzada pero sí nos gusta saber, y no lo niego, que hay espacio para que alguien opine. Tenemos nuestros defectos, nuestros errores, no somos perfectos. La libertad y la pluralidad a veces tienen un precio que se paga. A veces se escapan cosas o se ofende a una persona o algo —sin buscarlo—, pero eso pasa en El Tiempo también; lo que pasa es que el hecho de ser Soho hace que la gente esté un poco prevenida. Ese es el estigma que uno carga por ser una revista de ciertos contenidos. Pero se podrían arriesgar más, ¿no? Uno de los puntos importantes es subvertir de la mejor manera, sin rayar en la ilegalidad. No estoy hablando de subversión, pero sí de subvertir un poco el establecimiento para moverlo y puyarlo a veces; para que se miren a sí mismos y digan: “Uy, estamos un poco anquilosados”. Bueno, esa política también es interesante. Ahora, hablando de política, Soho es relativamente apolítica… No nos interesa la política. Nos interesan las plumas de los políticos, ver cómo piensan, explorarlos a través de textos que son diferentes a su actividad política. ¿Por qué no les interesa la política? Porque no es el perfil de la revista. La revista no está pensada para hacer o no política. No es nuestro interés editorial darle cabida a la política, como no es un interés de Semana darles cabida a las mujeres desnudas. Bueno, uno diría que ocurre porque Semana pretende ser una revista “seria”, sin decir que Soho no lo sea… ¿Y qué es más serio que una mujer?

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DE LA SEDUCCIÓN Silvana Rovida

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selvas8@hotmail.com

Ilustrador Juan Manuel Gómez

Gozaba de ser el objetivo estético, y gozaba estéticamente de su propio ser. Kierkegaard

A

quí nada se va a decir directamente. Entonces dejemos de lado toda aburrida pretensión de verdad, transparencia ética, pálida sinceridad, vulgar seguridad y posesión del sentido o del otro, y simplemente permitámonos entrar en los juegos del artificio, y exaltar así las potencias del signo. Modulación, disfraz, estilo, ingenio, seducción. La realidad es un conjunto de múltiples apariencias que se construyen y gozan libremente, gozando en la gracia inherente a su aparecer, pues éste es el lugar donde todos los signos, los gestos y la mirada se despliegan, recreando el artificio, recomenzándolo una y otra vez. Sustrayendo todo a su verdad, haciendo girar el cuerpo, descentrándolo en varios planos de sensación, vinculando otros modos de lenguaje, otros ritmos y temporalidades, “la seducción” es una invitación a entrar en un juego sin término fijo, donde quien accede corre el riesgo de perder el lugar de donde partieron, y esto por sí mismo es un deleite. Digamos en un primer momento que para que la seducción se produzca, tanto el seductor como quien accede a la seducción —funciones que inexorablemente empiezan a perder sus fronteras y mezclarse—, deben llegar a estar en un plano muy similar; por lo tanto, nada de que los opuestos se atraen. Así entonces, quien inicia el


EL ARTIFICIO


juego debe empezar a disfrazarse variando sus códigos de lenguaje, de entonación, su modo de usar el cuerpo, “gozando a largos intervalos”; es decir, manteniendo el filo de esa tensión-fascinación para crear sólo aquello que quiere que se vea, pero sutilmente. Cuanto más el seductor refleje aquello que el otro quiere ver, aquello que el otro goza de sí mismo, cuanto más éste se acerque a los modos de percepción y lenguaje del otro, más poderoso será el encantamiento. Al dominar con paciencia “la hermosa actitud del instante”, logrará infiltrarse silenciosa, pero inevitablemente, en la piel del otro, abriendo sus poros, excitando su percepción y haciéndolo vulnerable. En consecuencia, el seductor se hace visible para el otro, aparece desplegándose e impregnando el espacio perceptivo del otro, haciendo que éste comience a desequilibrarse por la intensidad de los signos que le sobrevienen y lo despiertan. Pero la seducción no se produce si no hay cierta receptividad por parte del seductor y del seducido; por el lado del seductor es una receptividad gracias a la cual sus artificios surgen como reflejo de la misma fuerza seductora de su ‘víctima’; y, por el lado del seducido, la receptividad es esa disposición a abandonarse al hechizo, a dejarse raptar mentalmente, sensorialmente. Y es precisamente por esa misma receptividad que empiezan a desdibujarse sus funciones, y quedan en la superficie, en los instantes, sólo ese delicioso juego con las apariencias, con la mirada, con esas fuerzas-intensidades, que empiezan a entremezclarse en fascinación, pero no poseyéndose. Por eso la seducción no es cuestión de sexos o de sexo, la seducción es un campo de fuerza receptiva que lleva al “apogeo del goce y a la catástrofe del principio de realidad del sexo”1. En el apogeo del goce, la seducción libera de la dicotomía verdad-mentira, pues no quiere la frontalidad fálica, sino los movimientos reversibles 1 Baudrillard, Jean. De la Seducción, Madrid, Cátedra, 1998, p.13.


de lo femenino, yendo de aquí para allá y de allá para acá, como reflejos que multiplican las apariencias, siempre ambiguos, velados, ondulantes, que se dan como trazos ocurrentes, llenos de alegría exuberante. La seducción no es lineal, es oblicua y, por lo tanto, es de la naturaleza del sueño y del ingenio, que tocan a la vez distintos niveles corporales, psíquicos y emocionales. La seducción no es insistencia, es un juego entre ausencias y presencias donde el tiempo empieza a ser un flujo de intensidades variables. Al trascender la oposición verdad-mentira, la seducción se nos presenta como un campo donde lo único que es indispensable es la libertad, no la manipulación. Sólo siendo totalmente libres, tanto seductor como seducido pueden ser sacados de sí, y con ello permitir que la seducción se apodere de todos sus placeres, afectos y representaciones; con lo cual ocurre, un especie de sacrificio. De ahí la naturaleza un poco perversa de la seducción, pues exige el abandono de las leyes de la representación, del deseo, del sexo, para entregarse a las reglas de un juego que puede no tener fin, desafiando el orden natural de las cosas, desencadenando vertiginosamente los signos. Y es precisamente en ese vértigo, donde la seducción despliega todo su poder, un poder estético donde las formas y los signos se crean incesantemente. Aquí no hay estrategia, simplemente goce, un goce cada vez más refinado, más sutil, a través del cual, tanto seductor como seducido, van apareciendo al otro furtivamente, de forma imprevista, en distintos espacios y tiempos, táctiles, oníricos, poéticos; cayendo así en el maravilloso hechizo. El artificio de la seducción no es un juego fácil ni blando, requiere saber ponerse en el borde de lo posible, de lo conocido, y así entonces hacerse merecedor de ser partícipe de él.

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del tiempo

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Sylvia G贸mez G贸mez

sylvinwonderland@hotmail.com

Ilustradora Mariana Rojas


Sol de clima frío: helaje bajo las sombras. Inconexa, así se catalogaba ella. Decía no poseer la capacidad de vincularse con su entorno. Enigmática, así la catalogaba él, mientras la observaba divagar entre la gente, percibiendo su presencia-ausencia característica y soñando con una invitación a penetrar en su hermético mundo. Los demás no la catalogaban porque no la veían. Como un camaleón, pasaba de ser forma a ser fondo. Como un ser fuera de lo humano y lo mundano, daba la impresión de flotar cuando se desplazaba de un lugar a otro —o por lo menos esa era la impresión que él tenía mientras la miraba detrás de esa barrera invisible, compuesta por la incapacidad para acercarse. Pasa el tiempo, como siempre, sin darnos cuenta… Una temporada soleada, vientos torrenciales y medio invierno. Ellos: inmutables. Él, oculto tras la sombra, observando. Ella, ajena, sola, mirando todo desde tan adentro que no alcanzaba a percibir aquella mirada constante, en busca de contacto. Contacto. Así inició todo. Con un contacto que, como una chispa, evidenció una presencia. Una existencia. Invierno del trópico: lluvia húmeda sobre la ciudad. Lo importante, sin embargo, no fue lo que pasó antes de conocerse. Fue lo que sucedió después del resplandor. Dos mundos abriéndose. Dos realidades despedidas en una sola. Instantes fugaces, dispersos, ambiguos. Reales. Y el secreto último, el deseo mutuo de volar. Había un lugar, una fecha y una hora. Viento a favor: no digas nada Se miraban, fundando una sola maraña de emociones contradictorias, expectativas, urgencias. Miedos. El mar golpeaba con violencia los arrecifes. El viento susurraba incontables invitaciones al oído. Todo estaba listo. Definitivamente. “Cuando el sol toque el horizonte tomarás mi mano. Así, nos lanzaremos al abismo”. Naranja y azul: crepúsculo en el mar Pese al impulso inicial, ella perdía altura. Pese a su intento por lograrlo y a la resistencia de lo real. A mitad de camino entre océano y cielo, donde las manos fueron soltadas para acariciar la libertad, la ingravidez, donde no hay un modo ni deber ser. Donde nadar es una forma de volar.

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Un tiempo para crecer, un lugar para los sueños. Manuel Morales Cifuentes Un libro indispensable para todos aquellos que quieren entender una experiencia pedagógica especial.

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