BOCA DE SAPO Nº4

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Con la irrupción del Modernismo Hispanoamericano, la lírica alcanza una altura sin precedentes, pero además se verifica con este movimiento una instancia de ligazón entre los distintos países que intentaban cimentar sus literaturas nacionales, de tal modo que, en lo referente a pensar la literatura en su dimensión subconentinental, aparece como una piedra angular. Se inicia en las décadas finales del siglo xix, cuando los resabios románticos languidecían, y se evidenciaba la carencia de una expresión capaz de hacer fulgurar las potencias del idioma en cuanto a la musicalidad de los versos, la soltura rítmica, las imágenes, la ampliación semántica y léxica, nuevos motivos y una estética acorde con lo que ya despuntaba sobre todo en Francia, como un punto de viraje en la poesía. Si es posible que bebiendo de fuentes diversas, se logren espléndidas síntesis cuya singularidad proviene precisamente de multifacético trabajo donde al mismo tiempo la herencia –en la tradición de la propia lengua– y las nuevas propuestas se conjugan, el Modernismo Hispanoamericano podría verse como el inicio de este proceso que, según variasen los caminos y la historia, continuaría por rumbos diversos. La voz considerada precursora fue la del cubano José Martí, pero indiscutiblemente, Rubén Darío, que había reconocido la maestría de Martí, fue quien forjó los rasgos de esta estética que habría de perdurar en el imaginario como sinónimo de lo poético. Con el Modernismo se logra un grado de consolidación en el cual el hecho poético –y la poesía como género protagónico- surge desde América para proyectarse no sólo en, para usar la feliz denominación martiana, “Nuestra América” sino también revierte sobre España como signo de autonomización de la poesía latinoamericana y afianzamiento que tiende a superar lo que Darío había visto en Los raros como una pobreza –en comparación con las nutridas producciones de otros ámbitos– para colocarse justamente en el lugar del terreno fértil que se verifica en una nutrida producción en los varios países, pero además conforma una definida estética respecto de la cual aparece tanto el epigonismo como la posibilidad de refutarlo. En tal sentido, las vanguardias latinoamericanas, en su variedad –variedad que por otra parte comparten con el resto de esta eclosión rupturista generalizada y que sentaría las bases del arte (no sólo de la poesía) del siglo xx– hallan en relación con el Modernismo, un carácter particular y su misma posibilidad de no reducirse a un gesto imitativo de las vanguardias europeas, de las cuales, se tuvo

en América inmediata noticia, al punto que el propio Rubén Darío escribiera un artículo en 1909 ante la aparición del Primer Manifiesto Futurista de Marinetti. El desarrollo de los varios ismos latinoamericanos, es un poco posterior, incluso al manifiesto Non serviam del chileno Vicente Huidobro, en el que aparecen postulados básicos de un cambio que enfatiza la decisión de terminar con la mímesis literaria, de 1914. Años más o menos, los movimientos de vanguardia latinoamericanos se ubican en la segunda y tercera décadas del siglo xx, haciendo centro en 1922, con la emergencia de movimientos como el estridentismo mexicano, la revista Proa de Buenos Aires, la publicación de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo, de Andamios interiores de Manuel Maples Arce, pero fundamentalmente con la aparición del mayor exponente de la escritura de vanguardia en lengua castellana: Trilce del peruano César Vallejo. No poco se ha reflexionado y escrito sobre este conjunto de movimientos de ruptura: su relación con la modernidad, sus aporías, grados de radicalidad respecto del rechazo de lo que la había antecedido, procedimientos, relación entre vanguardia política y vanguardia artística, lugar y función del poeta en un mundo donde la palabra “nuevo” resonaba fuerte y expectante. Entre la tradición revisitada y la ruptura, entre las postulaciones estéticas y las inscripciones políticas, visibles en una cantidad de revistas, manifiestos, antologías, poemarios, se mueven las vanguardias latinoamericanas, a lo que cabe agregar que los contextos nacionales o regionales –en cuanto a tradición literaria y a situación histórico-social– distan de ser similares. El espíritu de lo nuevo se expresa en utopías de futuro, en un imaginario de exaltación, nervio, velocidad, cambio, atención a la técnica, rechazo del espiritualismo, la mímesis, el confesionalismo y las convenciones poéticas, entre las cuales quizá sobresale la discusión en torno del verso libre. La relación entre arte y política es uno de los temas que atraviesan, de modos variados y con distintas respuestas a las vanguardias, o en particular a sus integrantes. Si la incidencia del desastre antes no visto que significó la Primera Guerra Mundial en Europa, puso en entredicho las certezas y seguridades de una civilización, cuestionada así por los artistas; si la Revolución de Octubre de 1917, se presentaba como un camino diferente en cuanto a organización social y cultura, si el ascenso progresivo del nazismo y el fascismo logró una respuesta por parte de los intelectuales del mundo (donde participaron los latinoamericanos) en los Congresos Antifascistas de 1935 y 1937 (en París y España, respectivamente), si la Guerra Civil Española propició la presencia de Brigadas de Voluntarios en lucha por la República; si la vanguardia mexicana tiene lugar cuando está desarrollándose la Revolución Mexicana; para nombrar los acontecimientos más salientes; el rol del artista en la sociedad y la función del arte no dejaron de ser concretos objetos de polémicas y tomas de posi-


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