BOCA DE SAPO Nº20

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El Atlas Mnemosyne de Aby Warburg invita a pensar la producción artística como un trabajo de montaje que reconfigura las cosas, los lugares y el tiempo. A partir de la visita de la exposición comisariada por Georges DidiHuberman en el Museo Reina Sofía, Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, en estas páginas se plantea el “principio atlas” como un dispositivo que permite reordenar el mundo sensible, las relaciones establecidas en la formación de conocimiento y también el lugar del arte latinoamericano en la actualidad.

A

unque la escena sucede en España, más precisamente en el Museo Nacional Reina Sofía, se abre, como corresponde a un atlas, a un centelleo caleidoscópico de otros lugares. Es enero de 2011 y afuera está el invierno madrileño, pero el tiempo se trastorna y las estaciones se suceden sin ninguna lógica cósmica en la secuencia anacrónica de imágenes que se reúnen en Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, la muestra que Georges Didi-Huberman montó en el museo, inspirada en el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg. Desde la figura desmembrada del titán mitológico y las fotos de los paneles de Warburg que abren el recorrido, las obras que se muestran en las salas no se traman por afinidades temáticas o estéticas, ni por cánones clásicos o contemporáneos, sino por un relato más etéreo hecho de migraciones y supervivencias, que consigue reunir lo que las fronteras geográficas, históricas y estéticas por lo general apartan. Ahí están, por ejemplo, el atlas original que Rimbaud recortó para rearmar el mundo en sus viajes, el miniatlas absurdo de Marcel Broodthaers y la serie de postales I got up que el japonés On Kawara envió a sus amigos desde los lugares más insospechados del globo, consignando apenas la hora en que se había levantado. Pero hay también atlas menos literales, como la serie de asépticos Depósitos de agua de Berndt y Hilla Becher, los Cuarenta y ocho retratos de celebridades que Gerhard Richter compuso a partir de su monumental Atlas de fotografías y recortes, un herbario de Paul Klee, un álbum del taller textil de la Bauhaus, un desfile de gestos rituales en un video de Harun Farocki, manuscritos del Libro de los pasajes de Walter Benjamin, y diarios de viajeros y transterrados como Henri Michaux, Bertolt Brecht y Samuel Beckett. En una vitrina está el Atlas de Borges y es justo que sea así. Borges seguramente inspiró en parte la sucesión “sabiamente caótica” del conjunto, la historia del arte anacrónica de Didi-Huberman y las obras de muchos de los artistas que están en las salas, y debe ser por eso que frente a la foto de la tapa, en la que se lo ve sonriente a punto de levantar vuelo en un globo –quizás la única en que Borges sonríe–, me da una especie de orgullo ridículo1. Del atlas dentro del atlas dentro del atlas, me vuelve clarísimo un texto muy breve de Borges, en el que recuerda haber tomado un puñado de arena en el desierto en Egipto

Era digital, año XVI, agosto 2015. [ATLAS Y TERRITORIALIDADES] Speranza, p.2.


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