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“Ser emprendedor no es guay”
Las circunstancias familiares y económicas de Sana Khouja la han obligado a pelear desde niña, así que no parece que vaya a amedrentarse ante cualquier dificultad. Zeena es lo que hoy la hace feliz, pero los negocios, como el vino, necesitan tiempo.
Emelia Viaña. Madrid
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Las aguas siempre vuelven a su cauce; también el vino, aunque Sana Khouja, fundadora de Zeena, sintiera en un momento determinado de su vida que la marea financiera no le dejaba avanzar. Hace un mes, esta joven emprendedora lamentaba que, tras haber creado en 2019 en España la categoría de vino en lata y conseguir entrar en los principales operadores, su producto podía morir de éxito. En realidad, su problema no eran los resultados cosechados, sino el acceso a la financiación porque en un escenario de tipos altos era difícil que se la concedieran. Hoy, su visión, aunque las condiciones siguen siendo las mismas, es bastante más optimista y es que la próxima semana Zeena anunciará una nueva ronda de medio millón de euros a la que tendrán acceso inversores particulares. “Los bancos siguen con las puertas cerradas, pero ya hemos contactado con algunos inversores que desean apostar por nosotros”, asegura Khouja, acostumbrada a luchar por lo que quiere.
Zeena es el proyecto que sigue haciéndola sonreír, pero el camino recorrido hasta aquí no ha sido fácil. Nacida en Marruecos en el año 1987, Khouja se crió en El Raval, barrio barcelonés al que llegó con tan sólo quince días de vida junto a su familia. Allí, como hermana mayor de cuatro varones y educada en la fe islámica, se vio obligada a romper muchos diques, tan fuertes o más que los financieros. Estudió con diferentes becas compaginando sus clases con trabajos, como limpiar pisos o dando clases a los hijos de sus vecinos, hasta que, tras formarse en las escuelas de negocios Esade, EADA e IESE, se incorporó a una bodega en el Priorat donde trabajó cinco años. A la familia que vivía en Marruecos nunca les confesó cuál era su cometido porque en el mundo musulmán el alcohol está prohibido y no quería que la censuraran a ella o a sus padres.
Cuando abandonó ese empleo, estaba comprometida con un sirio palestino, que le exigió que dejara definitivamente de trabajar. Khouja rompió su compromiso y se trasladó a Estados Unidos, donde descubrió el vino en lata. En uno de sus viajes de vuelta a casa, su madre, musulmana, la animó a hacer realidad el sueño de traer ese producto a nuestro país. “Que fuera precisamente ella me dio subidón”, recuerda Khouja.
– De hecho, su familia fue la primera en invertir en su proyecto. Sólo contaba con cien euros en el banco, pero tenía la formación y la ilusión y ellos confiaron en mí. Les estoy muy agradecida.
– ¿Y cuál es el problema ahora? ¿No pueden seguir apoyándola?
En España, o tienes una red familiar con mucho dinero, que no es mi caso, o es muy difícil sacar un proyecto adelante. Yo lo conseguí porque a todo el que conocía le pedí algo de dinero para arrancar, pero después me di cuenta de que el ecosistema no está montado para apoyarte
Con 32 años pensé: o me caso y tengo hijos, o persigo el sueño de ser empresaria; y me decanté por lo segundo” cuando estás en la fase de consolidación y crecimiento. Muchos proyectos innovadores mueren incluso teniendo éxito en el mercado por falta de apoyos en esa fase.
– Zeena significa en griego princesa guerrera. ¿De dónde cree que viene su gen emprendedor?
Con 32 años pensé: o me caso y tengo hijos o persigo el sueño de ser empresaria. Y me decanté por lo segundo. No sé si es un gen o que me vi de alguna forma entre las cuerdas, pero el caso es que aquí estoy.
– ¿Y se arrepiente?
Nunca, aunque a veces me pre- gunto si no estaré trabajando para otros en vez de para el proyecto, que es lo que realmente me importa, porque muchos inversores lo único que quieren es sacar tajada y no les interesa tu propuesta de valor.
Nacida en Marruecos en 1987, Sana Khouja emigró a Barcelona junto a su familia. Estudió con becas y combinó sus clases con diferentes trabajos, como limpiar casas o dando clases a los hijos de sus vecinos. Con 32 años fundó Zeena, creando así la categoría de vino en lata en España.
– Habla seis idiomas (amazigh, árabe, castellano, catalán, inglés y francés) y tiene una formación que muchos envidiarían. ¿No sería más fácil opositar o trabajar para una empresa?
Pues seguramente sí porque ser emprendedor es el viaje más solitario que he hecho en mi vida. Soy muy ambiciosa y cabezota por eso no tiro la toalla, pero me daría mucha rabia tener que hacerlo porque el producto funciona. El problema es que mis clientes me pagan a sesenta, noventa o cien días y así es muy difícil. Entre unas cosas y otras, un euro que invierta hoy lo recuperaré en 135 días. Es de locos. – Ya ha lanzado cinco referencias, todas ecológicas, –tinto, blanco, rosado y dos espumosos– que se distribuyen mayoritariamente en España, pero también en Japón, México o Finlandia y factura medio millón de euros. Si viniera un gigante, ¿vendería?
Al proyecto aún le quedan tres o cuatro años de crecimiento y si lo hiciera ahora malvendería. A veces me entran ganas por pura frustración, porque cada jornada es una maratón, pero quedan muchas cosas por hacer y tengo que responder ante las personas que confiaron en mí al principio. Algunos de esos gigantes, incluso algunas bodegas tradicionales, han desarrollado su propio vino en lata y creo que esto es muy bueno para mi proyecto porque afianza una categoría que hasta hace muy poco no existía.
– ¿Qué les recomendaría a futuros emprendedores?
Se necesitan personas sedientas, con ganas de comerse el mundo, valientes que impulsen el cambio, pero les diría la verdad. Emprender es generar empleo, es dar oportunidades, es abrir caminos, es romper las reglas del juego e inventar nuevas. Pero los mensajes que se dan sobre el emprendedor son muy románticos, como si fuera algo guay, pero no lo es. Es muy duro y es necesario ser consciente de ello para que luego no te lleves un chasco.
– ¿Por qué cree que tiene éxito el vino en lata?
Resuelve un problema que antes no tenía solución, con una imagen fresca, un proyecto sostenible y un lenguaje accesible. No estamos inventando el vino, solo hemos resuelto una necesidad existente de un modo distinto. Y la disrupción también es esto. Muchos jóvenes llegaban a un festival y querían beberse un vino en vez de un gin tonic, pero no podían porque o no se lo vendían o no tenían sacacorchos si se habían llevado su botella. Las nuevas generaciones buscan la conveniencia y por eso ven Netflix, en vez de ir al cine. El formato de Zeena es cómodo y vivimos en una sociedad que no quiere complicaciones.
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