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Conoce Sion
ORIGEN DE LA CONGREGACIÓN
Teodoro Ratisbonne nació en 1802, en Estrasburgo, de una familia judía de origen alemán, en proceso de asimilación. Desde su adolescencia se siente apasionado por la verdad y la busca. Comienza a percibirla cerca de joven filósofo Luis Bautain y de una mujer maravillosa, Luisa Humann; los dos con una visión bíblica del mundo y de la historia. Teodoro llega a la fe atraído por la Palabra de Dios y descubre a Jesucristo, a quien hace el centro de su vida. En Él, Teodoro descubre la continuidad de los dos testamentos y presiente que «Dios es amor». Estas tres palabras harán la unidad de su vida, desde su bautismo, 1827 hasta su muerte, 10 de enero 1884.
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Es ordenado sacerdote en 1830 y quiere consagrar su vida a la salvación de sus hermanos judíos, pues lo impresionan grandemente los pasajes de la Escritura que se relacionan con su destino. Su inspiración fundamental la saca del amor que Jesús tiene por los judíos, pero no llega a ver ningún medio concreto de responder a esta «invencible atracción».
El 20 de enero de 1842, en Roma, su hermano menor recibe de pronto, por medio de María, la gracia de la fe cristiana. A la luz de la Palabra, Teodoro descifra la significación del signo recibido y, estimulado por su hermano, toma conciencia de que ha llegado el momento de responder al llamado recibido: dar testimonio en la Iglesia del amor de Dios por el Pueblo judío y «apresurar el cumplimiento de las promesas», relacionadas con el destino del pueblo judío. Funda entonces una obra, acorde al pensamiento de la Iglesia de esa época: en París, bajo su dirección, Sophie Stouhlen y sus compañeras emprenden la educación de niñas judías, con- fiadas a ellas por sus mismas familias. Muy pronto estas mujeres piden comprometerse en la vida religiosa.
El Padre Teodoro desea ante todo que la naciente comunidad no «tenga más que un corazón y una sola alma», a ejemplo de la comunidad primitiva de Jerusalén y que la caridad sea su signo distintivo, que se alimente intensamente de la Palabra de Dios y saque de ahí una firme esperanza en la realización de las promesas. Su fe en la Palabra engendra su fe en la Eucaristía que ama de una manera especial. Esta misma fe ilumina su contemplación de la Madre de Jesús: desde la Anunciación hasta el Calvario ella creyó en la fidelidad de Dios a sus promesas, porque «guardaba su Palabra». La Congregación le debe su nacimiento y por esto se llama Nuestra Señora de Sion. Este amor por la Palabra da vida también a su amor por la Iglesia, que nació de la Palabra y tiene la misión de la Palabra.
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