Deshojando mis octubres

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Decidieron que bajo la luz de las estrellas se hermanarían los cuatro con ella, y bajo la solapa de sus cuatro rosas moradas descansaría la misma pregunta esperando a ser contestada al amanecer. El tiempo aconteció deprisa entre sonrisas, recuerdos, abrazos y caricias. En un leve suspiro cruzaron los muros del cementerio y se sentaron frente a la tumba de Alba rodeados por sus pertenencias. Extendieron sus sacos de dormir, se sentaron sobre ellos, se maquillaron los unos a los otros, y prendieron de sus ropas negras la flor morada con una pregunta sencilla. — ¿Seguiremos unidos y felices sin sobresaltos? La luna llena se erigió en su trono para dominar el cielo. Junto a ella todas las estrellas afloraron aquella noche. Las que estaban cerca y cuyo brillo era anulado por su proximidad a la luna, las que titilaban con fuerza y aquellas que lo intentaban en la lejanía casi a punto de consumirse. Querían ser partícipes de lo que sucedería con el paso de las horas. Aunque ellos no pudieran verlas. Los cuatro pálidos encendieron unas velas, y entre los sorbos de té caliente que habían transportado en un viejo termo, fueron leyendo fragmentos malditos y relatos de amores inmortales. Comenzaron, bajo el tintineo de sus linternas, con un relato de “Edgar Allan Poe”, titulado: Ligeia. Fue Alexia la primera en comenzar a leer la edición de ‘Felix Martin’ para después ceder el turno a Robert y Lorena. Su voz serena comenzó a relatar esa bella y lúgubre historia de amor, recuerdos y almas atormentadas, rasgando la niebla que había comenzado a nacer, haciéndose fuerte a cada segundo: << Por mi vida que no puedo recordar ahora cómo, cuándo, ni si quiera con precisión, dónde conocí a lady Ligeia. Muchos años han transcurrido desde entonces, y mucho sufrimiento ha debilitado mi memoria…>> Entre las sombras una sonrisa tenebrosa sonreía silenciosamente escuchando cada palabra, cada comentario, espiando cada gesto, cada caricia, cada beso. Y junto a los fuegos fatuos danzaba sin prisas la muerte esperando su momento. El relato de Edgar Allan Poe llegó a su final. Le tocaba leer a Chris y para su narración eligió dos poemas del poeta maldito “Charles Baudelaire” y sus “Flores del Mal”.


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