Diario del marionetista Pepe Otal

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de su pueblo que había organizado un viaje cultural a Barcelo­ na: visitas a la Sagrada Familia, al Park Güell y ese tipo de cho­ rradas. Se pararon delante de nosotros para ver la actuación y yo, que enseguida me fijé en ella, le pregunté si le gustaría ver mi taller, en la Barceloneta. Esa misma noche, después de enseñarle la primera mario­ neta, ya la tenía en la cama y le estaba diciendo que me había enamorado de ella a primera vista y que, por ella, estaba dis­ puesto a hacer cualquier barbaridad. La tía se aprovechó del momento y me dijo que, si tanto la quería, porque no me casa­ ba con ella. Si me lo dice media hora más tarde me echo a reír, pero en aquel momento estaba tan excitado que, sin pensar en las consecuencias, le dije que sí. Helenita tiene diecisiete años, apenas ha salido de casa y está de sus padres y de Valladolid hasta la coronilla. Su única posibilidad de emanciparse era ca­ sarse con alguien, aunque fuese un titiritero, que, por cierto, luego va por ahí diciendo: «¡Mira que casarme con Pepe! ¡Con lo poco que me gustan los títeres!» Pues, aunque parezca men­ tira, quince días después me fui con ella a Valladolid, a pedir su mano, y dos semanas más tarde estábamos de nuevo en Barce­ lona: marido y mujer. ¿Qué te parece? 21 de mayo de 1985 Porras ha instalado su oficina en el Jaica. Mientras tomo un café con leche y ojeo los periódicos, él ya se ha zampado una ración de sardinas y se ha bebido dos jarras de vino. ¡Y eso que aún no son las once de la mañana! Porras se ha traído a Barcelona a su nieto, un crío de siete u ocho años que atiende por Rafaelito. Mientras el abuelo toma notas de sus elucubraciones en una servilleta pringosa, el nieto, rebuscando entre cáscaras de gamba, papeles, colillas 14


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