

EL ARTE DE CONVERSAR




O S C A R W I L D E

En cubierta y guardas: Oscar Wilde, f o t o g r a f í a s d e N a p o l e o n S a r o n y, 1 8 8 2
Dirección y diseño: Jacobo Siruela
Oc tava edición
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ISBN: 978-84-128423-4-0
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Í N D I C E
L a s d e c l a r a c i o n e s d e O s c a r W i l d e 1 3
R e l a t o s 1 9
E l j o v e n d e r r o c h a d o r 2 1
E l j o v e n i n v e n t o r 2 2
L a a c t r i z 2 3
P r e s e n c i a d e á n i m o 2 6
L o r d A r t h u r S a v i l e y e l q u i r o m á n t i c o 2 8
E l o j o d e v i d r i o 3 0
L a c a s a d e l j u i c i o 3 2
L a i l u s i ó n d e l l i b r e a l b e d r í o 3 3
L a r o s a d e l a i n f a n t a 3 5
E l p o e t a 3 6
E l p o e t a e n e l i n f i e r n o 3 7
L a m o n e d a f a l s a
3 9
L a V i r g e n d e l o s D o l o r e s
4 1
E l h o m b r e q u e s ó l o p o d í a p e n s a r e n b r o n c e
4 2
E l e s p e j o d e N a r c i s o
4 3
L a s t r e i n t a m o n e d a s d e p l a t a
4 4
E l m a r t i r i o d e l o s a m a n t e s
4 5
L a r e s u r r e c c i ó n d e L á z a r o
4 7
L a t e n t a c i ó n d e l h e r m i t a ñ o
4 8
S a l o m é y e l f a l s o p r o f e t a
4 9
L a m e j o r h i s t o r i a d e l m u n d o
5 2
L a e x a s p e r a c i ó n d e N e r ó n
5 3
E l m i l a g r o d e l o s e s t i g m a s
5 4
L a v e r d a d e r a h i s t o r i a d e A n d r o c l e s y e l l e ó n
5 6
E l m a e s t r o
5 8
L a l o c u r a d e S i m ó n
5 9
L a r e s u r r e c c i ó n i n ú t i l
6 0
E l m a r c o y l a v e n t a n a
7 3
A f o r i s m o s
7 5
H o m b r e s
7 7
M u j e r e s 8 1
G e n t e 8 8
A r t e 9 2
V i d a 1 0 3
L i t e r a t u r a 1 1 2
M ú s i c a 1 2 3
F a m i l i a 1 2 4
M a t r i m o n i o 1 2 5
A m o r 1 3 0
R e l i g i ó n 1 3 5
C o n d u c t a
1 3 8
I n g l a t e r r a 1 4 4
E s t a d o s U n i d o s 1 4 7
P e r i o d i s m o 1 5 1
P o l í t i c a 1 5 4
A p a r i e n c i a s 1 5 7
C o n v e r s a c i ó n 1 6 0
E d u c a c i ó n 1 6 5
C o n s e j o s 1 6 7
F u m a r 1 6 9
C o m e r y b e b e r 1 7 0
J u v e n t u d y v e j e z 1 7 1
P e c a d o 1 7 2
C r í t i c a 1 7 5
E g o í s m o 1 7 7
R e l a c i o n e s
1 7 8
S a l u d 1 7 9
P l a c e r
1 8 0
R i q u e z a 1 8 2
P o b r e z a
1 8 4
A m i s t a d 1 8 5
M o r a l 1 8 7
Ve r d a d
1 8 9
H i s t o r i a 1 9 1
S o c i e d a d 1 9 2
G e n i o 1 9 3
B e l l e z a 1 9 5
P e n s a m i e n t o 1 9 6
S i m p a t í a
1 9 9
D e p o r t e
2 0 0
E m o c i o n e s
2 0 1
T i e m p o
2 0 2
Tr a b a j o
2 0 3
E x p e r i e n c i a
2 0 5
L o s j u i c i o s
2 0 6
E l p r i m e r j u i c i o
2 0 7
E l s e g u n d o j u i c i o
2 1 1
P r i s i ó n
2 1 2
O s c a r W i l d e
2 1 4
U n a e s p e c i e d e a u t o b i o g r a f í a
2 1 5
N o t a s
2 3 1
B i b l i o g r a f í a
2 3 6
Cuenta la Vulgata que, a su llegada a Estados Unidos, Oscar Wilde se encaró con el oficial de aduanas que le había preguntado «¿Declara usted algo?» y le dijo: «No tengo nada que declarar, excepto mi genio». Lo cierto es que Wilde no sólo fue un escritor que escribía, sino también un escritor muy moderno que ya era consciente de la importancia de transformar todos los aspectos de la vida en una manifestación más del arte. Su forma de vestir, sus compromisos sociales, su correspondencia, su relación con sus hijos y, claro, su conversación se veían también contaminados de ese impulso artístico que buscaba imprimir en todo lo que le rodeaba. Ante la enorme variedad de testigos y de biógrafos que lo aseguran, además del propio Wilde, difícilmente podemos dudar de otro aspecto, la obsesión del autor por alcanzar el reconocimiento sirviéndose de cualquier recurso, lo que evidentemente no excluye un despliegue inusual de talento al comunicarse con sus semejantes.
Las narraciones orales que se ofrecen en este volumen cumplen con ambas características del autor y provienen de las conversaciones que Wilde sostuvo a lo largo de su vida con amigos y conocidos muy diversos; fueron ellos los que, al transcribir la prodigiosa experiencia que constituía un en-
cuentro con Wilde, registraron además por escrito composiciones narrativas que, sin su intervención, quizá se habrían perdido. Algunas se corresponden con piezas que Wilde llegó a publicar, como en el caso de los Poemas en prosa, o que ya había publicado y en las que nunca dejaba de trabajar. Las narraciones orales eran para él otro gabinete de trabajo donde experimentaba con sus historias antes de llevarlas al papel y donde podía comprobar en tiempo real el efecto que producían en un público determinado y cambiar o invertir fragmentos hasta quedar satisfecho con la respuesta de los asistentes. Wilde, personaje público de infinita agenda, era el invitado de honor en muchos actos sociales de la alta sociedad inglesa; a menudo se reunía con otros escritores y en su exilio en París entabló relaciones con todo tipo de gente. En todos los casos dispendiaba sus narraciones con una precisión y una maestría actoral que dejaba estupefacto a su público, como puede comprobarse en las memorias, diarios y autobiografías de quienes le conocieron.
Cuando Wilde buscaba temas literarios encontraba siempre en la Biblia un recurso invaluable. Ejecutaba juegos intertextuales cuyo procedimiento básico consistía en agregar lo que faltaba, iluminar lo no dicho o justificar de manera distinta al dogma los episodios de los personajes bíblicos. Veía la Biblia –en su caso, la del rey Jaime– como un cuerpo literario antes que religioso, y de ella extrajo motivos que le rondaban tanto al improvisar historias orales como al escribir: pensemos en obras como Salomé o la mítica obra teatral Pharaoh, de la que citaba constantemente ideas o incluso frases pero que nunca concluyó. Se ofrecen aquí varios relatos de esta naturaleza.
Algo debe decirse también sobre la procedencia de los relatos; mencionemos algunas informaciones, las más relevantes, que pueden develar su contexto.
George Bernard Shaw conoció a Wilde durante una exposición en Chelsea; ahí el autor demostró sus dotes de narrador oral al contarle varias historias. Shaw recordaría después, con precisión, «El joven inventor».
Wilde refirió «Presencia de ánimo» en un almuerzo ofrecido por sus amigos del mundo del teatro; dijo que se trataba de un hecho real que un famoso actor le había confiado.
Antes de publicarla como «El crimen de lord Arthur Savile» (un relato ya clásico), el autor recitó la historia a varios amigos, en diversos almuerzos y, por supuesto, con diferentes títulos.
Es posible que Wilde improvisara «El ojo de vidrio» después de escuchar la descripción de un contertulio sobre la explosión de una bomba en un restaurante (hecho real en el que un enemigo de Wilde perdió un ojo).
El amigo que escuchó «La ilusión del libre albedrío» asegura que Wilde la improvisó mientras charlaban sobre dicho concepto.
Una amiga de Wilde llegó a consignar en su diario «La rosa de la infanta», una versión de «El cumpleaños de la infanta». Al parecer, Wilde se basó en el Retrato de la infanta Margarita, de Velázquez, que pertenece al Museo del Louvre.
Wilde contó varias versiones de «El poeta» a lo largo de su vida; aunque el argumento era básicamente el mismo, a veces lo protagonizaba un contador de historias y otras un pescador. Como todo buen narrador oral, Wilde suscitaba el ambiente propicio antes de compartir un relato. En el caso de «El poeta», André Gide recuerda que Wilde le preguntó primero qué había hecho durante el día y, después de escuchar su respuesta, le explicó que todo aquello le parecía de lo más común y que no era necesario contarlo: «Usted mismo debe entender que carece de interés. Sólo hay dos mundos: uno que existe sin necesidad de nombrarlo, llamado el mundo real, y el otro, el mundo del arte, del que hay que hablar porque sin nuestras palabras no existiría». Fue entonces cuando Wilde comenzó su relato.
Durante una discusión en una tertulia, Wilde aseguró que quizá una obra de arte despreciada en la tierra podría ser bien recibida en el otro mundo, y luego relató «El poeta en el infierno».
Se dice que Wilde improvisaba con frecuencia historias a partir de alguna moneda que un miembro de la tertulia le mostrase. Aun siendo su público muy variado, no había una verdadera preferencia de tono: le gustaban por igual las narraciones llenas de humor y las más tristes o melancólicas, como «La moneda falsa».
Es posible que una de las etapas en las que Wilde dio más rienda suelta a su vocación de narrador oral fuera en su visita a París en 1891. En aquella ocasión, celebrado por la mayoría de los intelectuales, los artistas y los aristócratas, Wilde asistió a todo tipo de tertulias, almuerzos y cenas, y en todas derrochó sus relatos. El impacto de éstos –podríamos decir: de sus representaciones– no fue leve, ya que numerosos testigos hablan de «la luz» que irradiaba el autor y algunos contertulios llegaron a llorar o gritar. Probablemente contó entonces «La Virgen de los Dolores».
Wilde ofreció «El martirio de los amantes» durante una de sus frecuentes visitas a Oxford, donde solía ser el invitado de honor en las cenas privadas, ofrecidas por lord Alfred Douglas. El público universitario era su preferido: le parecían «muy griegos, graciosos y faltos de educación». Y, por supuesto, era el público más propenso a la sacralización de una figura tan carismática y culta como Wilde.
Con las reformulaciones de los textos bíblicos pretendía transmitir un entendimiento fundamental del mensaje de Cristo, el de su sentido primigenio, despojándolo de los añadidos que la Iglesia le había impuesto a lo largo de los siglos para llamar la atención sobre su base humanista. En este sentido, Wilde ve a Cristo como hombre antes que como Dios, como un filósofo que predicaba el individualismo, el amor y el gozo. «La resurrección de Lázaro» fue narrada a André Gide.
«La tentación del ermitaño» fue contada en una cena, en presencia de Arthur Conan Doyle.
El poeta W. B. Yeats registró «La mejor historia del mundo». Yeats reconoce en Oscar Wilde no tanto al escritor profesional y moderno que compone sus ideas en la soledad de su gabinete como al antiguo bardo irlandés que por una especie de milagro o de glorioso error nace en el mundo victoriano tardío. Para Yeats, los trabajos escritos de Wilde son sólo superiores a los hablados cuando reflejan la perfección de estos últimos.
«La exasperación de Nerón» fue narrada al escritor Vincent O’Sullivan1 en París.
Se conservan varias versiones de «El milagro de los estig-
mas». Frank Harris2 la adaptó como un cuento corto, Wilde la contó a Adela Schuster3 en la década de los años noventa y Yeats dejó registro de una versión más corta. La presente fue contada en París, en la Navidad de 1899, un año antes de la muerte de Wilde.
Wilde vivió sus últimos años en el exilio parisino, pero no dejó de encontrarse con viejos amigos de Inglaterra. De hecho, veía a menudo a lord Alfred Douglas, con quien iba a los cafés y restaurantes y llegaba a celebrar maratónicos almuerzos que podían durar horas; en esas ocasiones, Wilde hacía gala de sus dotes como narrador oral y ofrecía a su amigo no sólo historias, sino incluso las tramas de numerosas obras teatrales que nunca llegó a escribir. Douglas recordaba el argumento de «La verdadera historia de Androcles y el león», que aquí ha sido combinada con una versión más extensa, registrada por Guillot de Saix 4
Al parecer, «La resurrección inútil» fue contado después de «El milagro de los estigmas» en el café Kalisaya5 de París, durante la Navidad de 1899.
Durante sus últimos tiempos, en París, Wilde contó muchas historias nuevas y reinventó las antiguas. Los Poemas en prosa no fueron una excepción. Esto deja claro que entendía las obras literarias como una materia que vivía más allá de la escritura, antes y después de ella. De esa época data «El maestro» (que aparece con el mismo título en los Poemas en prosa). «La casa del juicio» también recibe el mismo título en su versión publicada. Se conoce como «El hombre que sólo podía pensar en el bronce» la presente versión de «El artista», y como «El espejo de Narciso» la versión que ofrecemos de «El discípulo»; ambas fueron narradas a André Gide, la última hacia 1890. «La mejor historia del mundo» halla su correspondencia en el poema en prosa titulado «El hacedor del bien». No se conoce una versión oral de «El maestro de la sabiduría».
Finalmente, no son pocos los que atribuyeron al Wilde narrador oral las cualidades de un verdadero sanador: el poeta Ernest Dowson6 consideraba que su pesimismo desaparecía al escuchar a Wilde, su amigo Frank Harris afirmaba que le había curado una fiebre y otros llegaron a sobreponerse a un
dolor de muelas o a suplicar que sólo Wilde los acompañase en su lecho de muerte, como en el caso de lord Lytton.7 Y hay quienes consideran que tan gran artista oral tal vez fuera superior al escritor. El mismo Wilde llegó a decir: «¿Quiere saber cuál es la tragedia de mi vida? Que he puesto mi genio en la vida y sólo el talento en mis obras». Sirvan, pues, estas declaraciones para redoblar la imagen que tenemos tanto de su genio como de su talento.
R. F.


«Éste es un libro con dos autores, Wilde y Frías. Wilde inabarcable […] y junto a Wilde, Frías, un lector atento que ha frecuentado a Wilde lo suficiente para comprenderlo de manera cabal, despojándolo de los adornos más novelescos y más previsibles. Sólo así se puede escribir el excelente trabajo titulado “Tragedia en tres actos” que cierra el volumen y que demuestra que sobre Wilde no todo está dicho.»
Miguel Sánchez Ostiz, ABC
La conversación es un arte efímero y privado; quizá el más selecto de todos, ya que son muy pocos los elegidos que tienen la fortuna de escuchar y participar en cualquiera de sus mejores representaciones. Casi todos los que tuvieron el privilegio de conocer a Oscar Wilde coinciden en que era un conversador incomparable. Un aspecto esencial de su lúcida y amena conversación se preserva en los incontables e ingeniosos epigramas que brillan a lo largo de toda su obra; su secreto consiste en que, siendo al mismo tiempo ciertos y falsos, siempre tienen la virtud de ampliar nuestra visión de la vida.
Pero Wilde también fue un gran narrador oral. Algunas de sus historias se basaban en anécdotas humorísticas sobre políticos y celebridades de su época, otras en fábulas poéticas o adaptaciones bíblicas, pero el efecto que tenían sobre su audiencia era siempre extraordinario, pues acaso esta privada faceta de su talento era la mejor manera que tuvo de expresarse.
Dividido en dos secciones, este volumen reúne, por un lado, la más completa colección de sus epigramas que jamás haya sido publicada en español; y por otro, veintiocho cuentos orales inéditos, cuidadosamente espigados por Roberto Frías a partir de todo el material oral que existe registrado por amigos, conocidos y biógrafos. Tal vez, representan lo mejor de su incomparable genio.
