Cultura Urbana. Número 21

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO Nada humano me es ajeno RECTOR Manuel Pérez Rocha COORDINADOR ACADÉMICO María Rosa Cataldo COORDINADOR DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Óscar González

Ilustraciones:

COORDINADOR DE PUBLICACIONES Eduardo Mosches CULTURA URBANA • REVISTA DE LA UACM DIRECTOR Juan José Reyes COORDINADOR EDITORIAL David Huerta JEFA DE REDACCIÓN Y RELACIONES PÚBLICAS Rowena Bali

Gráfica del 68

Diseño Juan Pablo de la Colina CONSEJO DE REDACCIÓN Ernesto Aréchiga, Sergio Raúl Arroyo, Silvia Bolos, Óscar de la Borbolla, Ana García Bergua, Fernando García Ramírez, Iván Gomezcésar, Luis Felipe González, Bárbara Jacobs, José Agustín, Eduardo Langagne, Mónica Lavín, Vicente Leñero, Emiliano Pérez Cruz. VENTA: Sanborn’s, Educal, librerías de La Jornada y F.C.E. CULTURA URBANA invita a los miembros de la comunidad de la Universidad de la Ciudad de México y a los lectores en general a enviar a la redacción colaboraciones y comentarios. Asimismo, se reserva el derecho de elegir el material que publicará en sus páginas. Coordinación de Difusión Cultural y Extensión Universitaria: División del Nor te 906, Octavo piso, Colonia Narvar te, Delegación Benito Juárez, C.P. 03100, y culturaurbana00@yahoo.com.mx Ciudad de México, 2007. Reserva del título: 04-2004-100113432600-102 ISSN: 1870-1817 Impresa en los talleres de la UACM, a cargo de Felipe García, ubicados en Av. San Lorenzo 290, Colonia Del Valle, Delegación Benito Juárez, C.P. 03100

Daniel Alva Fotografía:

Imágenes del Memorial del 68 Archivo IISUE, fondo Manuel González Archivo Comité 68


1968 memoria viva AÑO 3 • NUM. 21

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La larga marcha hacia los Derechos Humanos Carlos Monsiváis

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1968: el gobierno no entiende pero explica Lorenzo Gutiérrez Bardales

40

El 68 sigue presente, pero no volverá Guillermo Balí Wüest

44

Cuento de hadas para hadas y Cuento de hadas para monstruos Medardo Landon Maza Dueñas y no otro

51

Demetrio Vallejo, el incorruptible Jaime Zentella

56

No se olvidará nunca Juan José Reyes

70

A veces

Javier Moro 75

Sueño en el camino 15 José A. Santiago Paz

81

La reina roja de Tlatelolco Eve Gil

85

Imágenes del 68 Leo Mendoza

88

Recuerdos

Eduardo Mosches 91

Aforismos

Javier Ludlow

8 Entrevista a Luis Villoro

1968: Signo de la revolución, señal de lo que viviremos Concepción Ruiz Funes

1 5 Entrevista

Alain Touraine: “Los franceses no vieron venir nada” Mathilde Gerard

20 Entrevista

Elena Poniatowska: Una voz que es muchas voces Juan José Reyes

47 Amazon Party

Capítulo 16 Yo soy más lista que ellos Rowena Bali

62 Segundo Piso

El ruido y las nueces Javier Escalera

67 Tepito tepitorum

Santa muerte

Alfonso Hernández 92 Librario

Alejandra García

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La larga marcha hacia los Derechos Humanos Carlos Monsiváis

Nadie pudo calcular los alcances del 68. Todos vivieron con el mismo asombro y terror sus consecuencias inimaginables. La herencia del 68 es esa posibilidad antes inesperada, el despertar a la verdad cruenta de los sistemas de represión que no se detienen porque no hay fuerza mayor a la suya, ni impunidad mayor a la suya. No hay tragedia mayor que caer víctima de su fue­rza y de su cobardía

Vi surgir el Movimiento pero no lo vi venir. El 26 de julio yo estaba saliendo de Bellas Artes, vi la manifestación del 26 de julio en recuer­dos del asalto del Cuartel Moncada, y del otro lado de la Alameda venía el contingente del Politécnico protestando por los abusos policíacos en la vocacional siete. Luego me seguí rumbo al Zócalo de una manera mecánica y me tocó ver parte de la represión, que empezó en avenida Juárez y siguió con mucha violencia por Madero. Llegué al Zócalo y ya no vi toda la resistencia, los camiones volteados, las trincheras de piedra, eso ya no me tocó verlo. Luego, dos días después fui en compañía de Alfonso Millán que en ese momento era director del departamento de Servicios Sociales, a San Ildefonso a ver a los muchachos. Era un puñado, cien quizás, firme, supongo que asustados, pero no me lo dieron a notar. Luego fui a la manifestación del primero de agos­to, ahí sí vi venir el movimiento, ahí sí, porque el que una personalidad y un ser de la absoluta integridad como la de Javier Barros Sierra encabezara la manifestación, hablaba de una ruptura tajante con los modos de la cortesanía priista y hablaba de un espíritu real de autonomía.

Lo que tampoco pude ver, nadie podía, es el modo en que se iba a convertir en una resistencia inmensa al autoritarismo, y como la res­ puesta de las autoridades era tajante, no admitimos absolutamente ninguna protesta que continúe. A las protestas les damos una sema­ na, quince días cuando más de pataleo y ya después se calman o los asimilamos o lo que sea. Cuando el movimiento conti­nuo y empezamos a participar en distintas acciones tampoco advertí el sentido del movimiento, yo lo vi como un movimiento de protesta político. No lo era, eso me llevó tiempo entenderlo. Desde luego, en un nivel muy amplio y tal y como se registraba pública e íntimamente sí era un movimiento de protesta político, pero si exa­minas el pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga, y si también le dedicas tiempo a ver los documentos y a verificar lo que estaba pasando, más que un movimiento de defensa y de primer registro nacional de los Derechos Humanos y Derechos Civiles, los seis puntos del pliego petitorio son puntos de Derechos Humanos. Disolución del cuerpo de granaderos. Porque afrentaba con una violencia rítmica a las manifestaciones y a cualquier reunión que

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La larga marcha hacia los Derechos Humanos

Carlos Monsiváis

se juzgara disidente. Disolución del artículo 145 bis del Código Penal Federal porque el delito de disolución social ahí contenido era un ultraje mayor y una violación de la Constitución General de la República. Castigo a los responsables de la represión, porque -como en el caso del News Divine-, ahí estaba muy marcado que la impunidad favorecía a la policía y que ya que la policía se ocupaba de los sótanos de los gobiernos, lo menos que podían tener era impunidad. Indemnización a la víctimas. Porque también se consi­ deraba que ya habían fallecido o ya habían sufrido una lesión física irreversible, o lo que fuera. Donde no había nada que hacer, ni resucitar, ni ende­rezar miembros.

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Esto de la indemnización tenía ahí una razón de ser muy precisa: obligar a los gobiernos y al gobierno federal a pagar, no sólo a castigar penalmente a los autores sino a pagar. Destitución del jefe de policía porque no se concebía que, -como en el caso del News Divine, cuarenta años después-, pudiese perseverar en el cargo alguien que había dado muestras de tal salvajismo. Enton­ces, al ver todo esto después, en ese después donde nos refugiamos los que no pudimos ver cuál era el sentido esencial del movimiento, que fuimos prácticamente todos, me di cuenta también de que Díaz Ordaz sólo presidió la resistencia política. Él estaba obsesionado con la idea de que le iban a boicotear los juegos olímpicos y no se fijó en


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nada, porque en la noción de derechos Humanos no figuraba. Entonces, cuarenta años después, cuando le toca a la Comisión de Derechos Humanos del D.F. rendir el informe que decide la destitución o la renuncia del Procurador del D.F, del jefe de Seguridad Pública me doy cuenta de cuanto llevó que interiorizáramos y cali­ ficáramos el papel de los derechos humanos en la conciencia ciudadana y en el gobierno. El tema categórico es cómo un movimiento de resistencia política es la fundamentación ética y política de la política de los Derechos Humanos, que sólo cuarenta años después establece su hegemonía moral.

Carlos Monsiváis

Ya es bastante esa hegemonía moral, porque está en la ciudadanía. La respuesta, -de nuevo-, a lo de News Divine, fue una respuesta moral del ciudadano y yo creo que ahí es donde ya no es reversible. Lo vimos también en el caso de las enseñanzas de tor tura de la policía de León y de las estúpidas respuestas del alcalde. No se le dio paso. Seguramente va a pasar lo mismo ahora que viene esta denuncia del trato de los jefes de bomberos en Morelia, hay una ciudadanía cuyo punto de par tida es los Derechos Humanos y esa es la gran herencia del 68. Además de la resistencia al autoritarismo, yo las pondría juntas.

Carlos Monsiváis. Destacadísimo periodista, cronista, ensayista y narrador. Entre sus obras se encuentran: Días de guardar, Amor perdido y Escenas de pudor y liviandad. Con Los rituales del caos ganó el Premio Xavier Vilaurrutia en 1995. Entre sus ensayos destaca Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina, Frida Kahlo: Una vida, una obra, Salvador Novo y Lo marginal en el centro. CULTURA URBANA 7


Entrevista

Luis Villoro. 1968: Signo de la revolución, señal de lo que viviremos Concepción Ruiz Funes

Limpieza y honradez morales y políticas, compromiso, una clara visión de los hechos, los conceptos y sus relaciones: tales son las prendas del filósofo Luis Villoro, actor e intérprete del Movimiento. Lo entrevistó la destacada historiadora Concepción Ruiz Funes

1.- ¿Cuál fue su participación en el Movimiento del 68? Fui elegido, junto con el maestro Arturo Azuela, por los profesores de la facultad de Filosofía y Letras, como delegado ante la Coalición de Maestros. Participé activamente en mítines, asambleas, manifestaciones, etcétera.

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Entrevista

Luis Villoro. 1968: Signo de la revolución, señal de lo que viviremos.

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2.- Formación y funcionamiento de la Coalición de Maestros La Coalición se formó con delegaciones de distintas escuelas y facultades, de varias universidades, electos democráticamente por sus correspondientes colegios o asambleas de profesores. Tenían una representación efectiva de los profesores de sus escuelas y la mayoría les rendía cuentas de su actividad con regularidad. En la Coalición se discutían, a menudo por largas horas, la situación, estrategias y perspectivas del movimiento; sus resultados se llevaban y proponían al Consejo Nacional de Huelga. A la vez que apoyaba el movimiento estudiantil, la Coalición trató de darle mayor racionalidad y coherencia; en varias ocasiones previno con certeza los peligros que acechaban el movimiento y propuso cambios de política para evitarlos. Con todo, su influencia real fue escasa. La verdadera dirección estaba en el Consejo Nacional de Huelga. Los estudiantes tenían una gran prevención a ser manipulados y eventualmente “transados”. Y no les faltaba razón. Por ello, escuchaban, pero rara vez atendían las recomendaciones de los profesores. 3.- Como profesor ¿cuáles son sus puntos de vista en torno al Comité de Huelga? Después de tantos años de represión, de inhibición política, de los jóvenes, la actuación del Consejo de Huelga era una gran fiesta. Por fin un grupo de jóvenes se atrevía a hablar de asuntos que afectaban a la comunidad, con espontaneidad y libertad plenas, por fin eran dueños de sí mismos y lo sabían. El resultado fue una eclosión de valor cívico, de generosidad, de inteligencia que se extendió, como un viento fresco, sobre la universidad, sobre el país entero. En un momento sentimos que todo el conformismo, la cobardía, el egoísmo en que habíamos vivido las anteriores generaciones no valían nada. El Consejo de Huelga, todo el Movimiento, fueron el experimento más osado de una democracia directa. Asambleas interminables que, después de jornadas agotadoras de discusiones, tomaban decisiones a menudo a destiempo. El descubrimiento de la libertad colectiva se pagó a un precio; la ineficacia ejecutiva, la falta de una dirección coherente y continuada. El espontaneísmo democrático de los jóvenes le impidió fraguar una organización eficaz. 4.- Antecedentes y consecuentes del Movimiento de la formación de Cuadros Políticos Creo que las actitudes ante el Movimiento fueron entre quienes eran ya “cuadros políticos”, por una parte, y quienes participaban por vez primera en una acción cívica, por la otra. Para los primeros, el movimiento rebasó sus esquemas y categorías mentales, nunca supieron cómo caracterizarlo, ni pudieron encuadrarlo. Porque era en realidad algo diferente a lo que preveía su catecismo “revolucionario”. Para los segundos, el Movimiento cobró dimensiones

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Entrevista

Luis Villoro. 1968: Signo de la revolución, señal de lo que viviremos.

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imaginarias; su falta de práctica política, la fiesta de la libertad conquistada los llevó a una euforia que impedía ver la propia debilidad: quien ha podido vivir la utopía difícilmente percibe la realidad. La síntesis del entusiasmo libertario y el realismo político. La tragedia con que terminó el Movimiento fue también un despertar de la conciencia de la realidad. Y tal vez quienes vivieron la euforia de la libertad como su sangriento asesinato, estén ahora en situación de lograr aquella síntesis de entusiasmo y realismo, que entonces no fue posible. 5.- El Movimiento y su repercusión en la clase media Si el movimiento tuvo una repercusión tan grande fue justamente porque los estudiantes supieron expresar frustraciones y anhelos reprimidos de una amplia clase media urbana; no en los cinco puntos del Comité de Huelga, sino en todas las actitudes, eslogans, panfletos, consig­nas del Movimiento. Los cinco puntos sólo eran un símbolo. Detrás de ellos estaba la indignación ante la corrupción, la mentira, las palabras huecas; la exigencia de participación, de libertad auténtica; el anhelo confuso de encontrarse de nuevo con el pueblo. No era posible, en el vértigo de la acción, expresar todo eso en un programa razonado. Pero se encontraron otras vías de expresión más espontáneas, y, por ello, más auténticas: los eslogans –teñidos de imaginación y humor– coreados por mil bocas, la música, el rito impresionante de las acciones concertadas en las manifestaciones tumultuosas. Todo el mundo sintió y comprendió el mensaje libertario del Movimiento. Por eso la clase media y aún algunos grupos obreros lo siguieron.

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Luis Villoro. 1968: Signo de la revolución, señal de lo que viviremos.

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6.- ¿Considera el Movimiento como reformista o como revolucionario? La distinción me parece falsa. Puede haber “reformas revolucionarias” y “revoluciones reformistas”. Todo depende del sentido que demos a los términos. El movimiento fue “reformista” porque no se planteaba –ni podía hacerlo– una transformación radical del sistema. Sus exigencias de cambio estaban en el campo de la moral social (contra la co­r rupción y la mentira oficiales) y de una reforma política (contra la represión y por la democracia). Pero fue “revolucionario” en otro sentido: como irrupción en una sociedad estática y enajenada , de la fuerza –por un instante liberada– de las masas cuya presencia de testimonio de acto revolucionario. Esta irrupción de la masa de los ciudadanos no fue prevista ni encuadrada por ninguna organización o aparato de partido. El instante de la liberación que vivieron los habitantes del Distrito al adueñarse por breves horas de su ciudad fue una imagen, un signo, de lo que es una revolución auténtica (Hoy vemos en señal lo que luego viviremos en realidad). 7.- La constitución y el Movimiento del 68 Enarbolar la Constitución como una de las banderas del Movimiento era una forma de subrayar su exigencia de terminar con la farsa que vivía el país: la separación ante las palabras y

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Luis Villoro. 1968: Signo de la revolución, señal de lo que viviremos.

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los hechos. Que el cumplimiento de la Constitución tuviera que ser exigido por un movimiento tachado de subversivo ponía al descubierto toda la mentira ideológica en la que vivía el régimen. Es curioso observar que ningún otro movimiento estudiantil en el mundo reivindicó su propia Constitución, porque en ningún otro país existía ese divorcio entre el discurso y la realidad, como en México. 8.- La contribución al Movimiento de los partidos políticos ya existentes en aquel entonces No tengo suficientes datos sobre ese punto. Con todo, creo no engañarme si afirmo que el movimiento de masas rebasó todo partido. Sin duda algunos partidos y grupúsculos trataron de intervenir en el Movimiento y había dirigentes estudiantiles que pertenecían a algunos de ellos, pero ninguno de los partidos alcanzó una direc-

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ción real. Justamente esa fue una de las carencias que reveló el Movimiento: la ausencia de un partido organizado de masas capaz de darle un cauce, una orientación política que asegurara su permanencia posterior. 9.- La contribución del Movimiento a la formación de partidos políticos Después del crimen final, algunos dirigentes cayeron en el desencantamiento y en la frustración políticos; unos pocos (muy pocos) se “asimilaron” al régimen. Pero muchos más aprendieron la amarga lección: comprendieron la necesidad de dar el paso, de la acción espontánea basada en la democracia directa, a la acción organizada, encuadrada en un partido; comprendieron la urgencia de salir del recinto cerrado de las universidades y unirse realmente a los trabajadores; entendieron que los cambios sociales no pueden ser obra de los universitarios sino de las clases explotadas. Con la contribución de muchos dirigentes del 68, nacieron nuevos partidos indepen­dientes: el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, y grupos políticos como “Punto Crítico”. Ninguno de ellos hubiera sido posible sin el Movimiento. No puede sostenerse, por lo tanto, que el Movimiento haya fracasado políticamente; por el contrario, creo que fue el punto de partida de una acción política más eficaz que, tal vez, llegue a transformar al país. 10.- Repercusión y contribución del Movimiento a obras de diversos géneros (litera­ rias, sociológicas, económicas, políticas). La irrupción de un movimiento de masas como aquél, por breve que haya sido, no puede dejar igual nuestra imagen del país. La cultura mexicana no puede ser la misma después de ella. Es como si, de pronto, hubiera estallado una hoguera que revelara los verdaderos perfiles de las cosas, para apagarse en un instante. La visión que nos deja después de extinguirse, no es la misma. El cambio no puede precisarse en fórmulas. Consiste más en una actitud ante la realidad que en un punto de vista doctrina­ rio. Se refleja, tal vez, en una capacidad para no dejarse engañar por los mitos en que la cultura mexicana había vivido, recelo ante los ídolos, afán de mayor autenticidad, que llevan a repensar críticamente muchos supuestos ideológicos de nuestra cultura. Creo que muchas de las mejores obras de autores jóvenes, en literatura, historia, sociología, ciencia política, de los últimos diez años, no pueden entenderse sin ese cambio de actitud. Concepción Ruiz Funes. Entrevista para la revista de la Universidad Autónoma de México

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Entrevista

Alain Touraine: “Los franceses no vieron venir nada”

Mathilde Gerard

Famoso por sus estudios acerca de la sociedad postindustrial, Touraine es un franco opositor de las políticas neoliberales. En las líneas que siguen da su perspectiva del Mayo francés, primero de los movimientos contestatarios de 1968, que él presenció sin mediaciones.

Tenía 43 años y llevaba unos meses dirigiendo el departamento de sociología de la Universidad de Nanterre cuando estalló, en ese mismo campus, una revuelta que condujo al país a la huelga más importante de su historia y a cambios sociales fundamentales. Alain Touraine no fue sorprendido por los hechos. “En el otoño de 1967, ya habíamos tenido una huelga en el departamento de sociología. Era una historia poco interesante de contabilidad de las materias, pero prefiguraba el deseo de cambios.” En febrero de 1968, Touraine escribió dos artículos en el diario Le Monde, explicando por qué pensaba que las universidades iban a estallar. “Mucha gente me acusó de ser lunático, idiota”, explica Touraine. La idea dominante entonces era que “Francia se aburría”, según otro artículo famoso publicado en Le Monde en marzo. “El país no vio venir nada, porque los franceses no suelen interesarse por los conflictos sociales”, dice el sociólogo. “A principios de 1968, la gente prefería leer sobre los casamientos reales que sobre los trastornos de la sociedad”. Como profesor en Nanterre, Touraine estaba en el puesto ideal para entender la ira de los estudiantes. “La universidad estaba mal comunicada, entonces la gente se quedaba todo el día en el campus y al mediodía los profesores almorzaban con los estudiantes. Me encontraba a menudo con Daniel Cohn-Bendit, que también venía a mi seminario. Había una pro­ ximidad que no ha existido en otras universidades. “

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Entrevista

Alain Touraine: “Los franceses no vieron venir nada”

Mathilde Gerard

—Cuarenta años después, los hechos de Mayo del 68 siguen provocando reacciones extremas, de rechazo o fascinación. ¿Cómo lo explica? —A mí no me interesa que la gente esté a favor o en contra de Mayo de 1968. Es un hecho complejo, que no se puede reducir a un debate de pros y contras. Cuando el presidente Nicolas Sarkozy dijo, durante la campaña electoral, que quería “li­ quidar” el espíritu del 68, no entendí su juicio. Según su lógica, es culpa del 68 si los franceses son perezosos y no quieren trabajar... No tiene sentido. Que no perdamos nuestro tiem­po con esto y que estudiemos estos fenómenos conectados con el tiempo presente. Para entender 1968, hay que empezar por el final, o sea, hoy. La dificultad es enorme. Como suele suceder en la historia, los ciudadanos –en este caso, los estudiantes– dieron pasos gigantescos para la sociedad, pero con un lenguaje y una ideología de otro tiempo. Los estudiantes de 1968 hacían el mundo de 2000, con el vocabulario marxista y obrerista de 1900. Todo el mundo pensaba que la huelga estudiantil era solamente un modo de desencadenar una gran huelga obrera, la cual iniciaría a su vez un movimiento revolucionario. Al final, casi todo el mundo olvidó la huelga obrera, que no consiguió muchos resultados, mientras la acción de los estudiantes desquició la sociedad francesa. —En 1968 se manifestó la voluntad de superar las fronteras sociales, enviando a los estudiantes a las fábricas, haciendo que la gente que normalmente no se comunicaba pudiera hacerlo. Hoy, no solamente no han caído las barreras sociales sino que se han erigido nuevas, urbanísticas, entre otras. ¿Qué falló? —Esto era la vieja ideología, que consistía en decir que la clase obrera estaba en el centro de todo. Es cierto que algunos estudiantes fueron a establecerse en las fábricas. El caso más famoso es el de Robert Linhart, el líder maoísta. Esta expe­riencia en las fábricas resultó ser un fracaso total, porque se basaba en una imagen falsa de la vida obrera. 1968 es un choque entre dos conceptos de la izquierda, que siguen polemizando hoy, sin haber encontrado una respuesta. El primer concepto corresponde a la juventud, a las minorías, a las cuestiones culturales y sexuales. Son ideas nuevas, tan nuevas que no tienen apoyo político, lingüístico o ideológico. Entonces se recurre al viejo concepto de la izquierda, el de la clase obrera. En 1968, hicieron como si ambos conceptos estuvieran juntos pero entre los círculos obreros y los círculos estudiantiles las relaciones siempre fueron difíciles. Es más, el Partido Comunista se opuso de manera violenta al movimiento de 1968. Lo que pasó en Nanterre no era un socia­ lismo revolucionario, era un anarquismo. El problema de nuestra sociedad, y en particular, el de la izquierda francesa de los últimos cincuenta años, es que tiene que elegir entre un vocabulario que ya no corresponde con la realidad y una realidad que todavía no tiene vocabulario. Esto es el sentido profundo de Mayo del 68.

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LA ACERA DEL FRENTE Llorona del estudiante Nos llaman agitadores, llorona, A todos los estudiantes; Resultan muy habladores, llorona, Toditos los gobernantes. Ay, de mi llorona, llorona, Llorona sin corazón, Aunque la vida nos cueste, llorona, Que muera la represión. Han muerto mil estudiantes, llorona, A manos de granaderos; Pero en su defensa quedan, llorona, Sus miles de compañeros. Ay de mi llorona, llorona Llorona si tú supieras Que Cueto y sus granaderos, llorona, Saldrán aunque no lo quieran. En huelga todos estamos, llorona, Y eso significa unión, Y exigimos los derechos, llorona, De nuestra constitución. Ay de mi llorona, llorona, Llorona si tú supieras, Luchando, siempre luchando, llorona, No le hace que yo me muera. Toditos los mexicanos, llorona, Llorona si Díaz Ordaz Respeta nuestros derechos, llorona, Lo dejaremos en paz. Como el pueblo nos comprende, llorona Ya dejamos de creer, En lo que dice la prensa, llorona, Sólo piensa en morder. Ay de mi llorona,. Llorona en conclusión Luchando siempre, luchando, llorona Hasta la revolución. De: Cancionero mínimo del movimiento estudiantil Proporcionado por Lorenzo Gutiérrez Bardales

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Entrevista

Alain Touraine: “Los franceses no vieron venir nada”

Mathilde Gerard

—¿1968 cambió la manera de manifestar las reivindicaciones políticas y sociales? —Sí, diría sobre todo que 1968 cambió nuestra relación con nosotros mismos, nuestra construcción de la vida cultural, y en particular, nuestra relación con la sexua­ lidad. La sexualidad se convirtió en una categoría sumamente estructurante de nuestras conductas, mucho más que las relaciones de trabajo por ejemplo. En Estados Uni­ dos, en Francia y en muchos otros países, 1968 puso al orden del día los temas de las minorías sexuales, religiosas o étnicas, que hoy son temas fundamentales de la vida pública. —Si hay una herencia innegable de Mayo del 68, es la capacidad de crear un hecho mediático. La ocupación de La Sorbona y los eslóganes provocadores siguen siendo una referencia de la protesta. —Sí, seguramente. 1968 no se podía concebir sin los medios de comunicación modernos. El medio principal de entonces era la radio. El punto de encuentro de los estudiantes del Barrio Latino era el móvil de la Radio Luxembourg (hoy, RTL), que se encontraba a la entrada de la calle Gay-Lussac. Con la radio Europe 1, eran los dos principales medios que indicaban en tiempo real dónde estaba la acción. Pero estábamos todavía en la juventud del mundo mediático. La televisión aún no había alcanzado el papel de protagonista que obtendría más tarde, sin hablar hoy del papel de los celulares y de Internet. —¿Qué piensa de la juventud de hoy? —Los jóvenes de hoy viven en un contexto totalmente distinto. En 1968, debían ser unos 700 mil estudiantes y hoy son dos millones y medio. La diferencia es enorme. La juventud hoy está convencida, y por desgracia, con razón, de que tendrá un nivel de vida inferior al nivel de sus padres. En Francia por lo menos, esta sensación de caída es evidente. En 1968, la sociedad vivía un periodo de auge económico, pero en el nivel de los hábitos y de las relaciones con la autoridad estaba retrasada. Había que abrir las puertas, romperlas. Hoy, el optimismo del 68, o sea la voluntad de poner lo cultu­ral en el mismo nivel de progreso social que los problemas de trabajo, se desvaneció. —1968, ¿es un principio o un final? —Es un principio. Es la invasión de la esfera política por los problemas culturales, del mismo modo que la revolución industrial correspondió, en 1848, a la invasión de la política por los problemas de trabajo. En 1968, entraron problemáticas completamente nuevas en el debate público, relacionadas con las minorías, con la inmigración, con las reivindicaciones regionales, etcétera. El vocabulario, la representación de los hechos y sus medios de existencia. Todo eso era nuevo. Recuerden las serigrafías, lo que se escribía en las paredes, lo que se cantaba. Había una gran creatividad, ca­ racterística de un movimiento naciente.

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La moda

José Vasconcelos

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Entrevista

Elena Poniatowska: Una voz que es muchas voces Juan José Reyes

La novelista, cuentista, cronista y periodista Elena Poniatowska ha sido una de las voces nece­sarias en la compleja polifonía mexicana desde la década de los cincuenta hasta los días que corren. Su libro La noche de Tlaltelolco mantiene en alto las voces que el 2 de octubre de 1968 se manifestaban pacíficamente en la Plaza de las Tres Culturas en contra de condiciones intolerables de la vida mexicana. Sobre ese libro y sobre otros asuntos habla la escritora en las líneas que siguen

E. P. : No recuerdo si en 1958 o en 1959, durante la huelga ferrocarrilera, me escribió una carta un muchacho preso, Jesús Sánchez García. Me dijo que si por favor no iba yo a la cárcel a ver una obra de teatro que había puesto un licenciado que también estaba preso y se llama­ ba Rolando Rueda de León. —¿Por qué te escribió esa carta? —Me la escribió porque yo era periodista; lo era ya desde hacía cinco años. En el 53 ya estaba en Novedades. En la carta me invitaba a Lecumberri a ver la obra de teatro. Fui a verla y allí me encontré con una realidad muy distinta a la que yo había imaginado. Me encontré con muchos hombres llamados “Conejos” porque era presos reincidentes que preferían estar en la cárcel que en la calle, porque por lo menos en la cárcel tenían las tres comidas diarias. Eran ladrones que reincidían… —¿Por qué el nombre de “Conejos”? —No sé por qué les dicen los “Conejos” pero así les llaman. Y en esa época en la que fui a Lecumberri ya había presos políticos. Me acuerdo también que estaba el papá de Ana Bertha Lepe, que no era preso político: mató a un De Anda… Creo que él era un capitán. Mató al novio de Ana Bertha Lepe. Y la presencia de Ana Bertha Lepe, que iba a ver a su padre, causaba muchísimo revuelo en la cárcel… —Ya lo creo.

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La moda

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Entrevista

Elena Poniatowska: Una voz que es muchas voces

Juan José Reyes

—Ella llevaba turbantes, unos grandes lentes negros, pero todos la reconocían. Recuerdo que cuando llegaba un nuevo preso a la cárcel todos gritaban: “Ya parió la leonaaa”. Era un lugar muy especial. También iba Lola Olmedo, a ver un preso que creo que había sido torero… No me acuerdo de su nombre ahora. Fui en la época en que estaban en la cárcel Siqueiros, un muchacho que se llamaba José Guadalupe Zuno, que creo que era hermano de María Esther Zuno de Echeverría, y estaban todos los presos ferrocarrileros. Desde luego, Demetrio Vallejo, siempre apandado, y otro comunista, muy valioso, que era Alberto Lumbreras… y otros, muy impresionantes por su fortaleza. Gracias a un general, que se llamaba Martín del Campo, que era el director de la cárcel y que fue muy amistoso conmigo, pude entrevistar a muchos que estaban en prisión, empezando por Siqueiros. El general me dijo que los entrevistara en un lugar que se llamaba “El polígono”, que era una especie de kiosko del cual, como en una inmensa estrella, se disparaban las crujías. Curiosamente la crujía J era la de los jotos, la de los homosexuales. Y estaban la A, la B… Ahora se puede ver, aunque es ahora el Archivo General de la Nación. Bueno, antes archivaban hombres, ahora archivan papeles. Se puede ver esa inmensa estrella. —¿Qué pasaba en tu ánimo en aquellas visitas? —Para una periodista la cárcel es un paraíso: toda la gente tiene tiempo, está dispuesta a contar, a hablar, está en una situación-límite, está dispuesta a contar su prodigiosa vida de ver-

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Entrevista

Elena Poniatowska: Una voz que es muchas voces

Juan José Reyes

dades, su prodigiosa vida de mentiras. Es muy impresionante cómo buscan un oído que los escuche. Y entonces yo tenía ahí muchos relatos de vida, mucha gente que quería platicar conmigo. No sólo los presos políticos sino los presos del fuero común, pero desde luego que yo me inclinaba por los presos políticos. Y así le pude hacer una gran entrevista a Siqueiros, y otras entrevistas: a Alberto Lumbreras y a muchísimos presos. Llegaba luego a mi casa y las trans­ cribía. En esa época la grabadora era como un cajón enorme, y recuerdo que se me alargó un brazo de tanto cargarla. Pero sí me gustó muchísimo estar haciendo eso. Y, te digo, para un escritor no hay lugar más adecuado que la cárcel. —¿Ya habías pasado por el Centro Mexicano de Escritores? —Yo creo que había tenido la beca del Centro, sí. —¿Tenías amistad con muchos escritores? —Sí, sobre todo con los que fueron mis cobecarios: Héctor Azar, Juan García Ponce, con Carmen Rosenzweig y una señora muy valiosa, Emma Dolujanoff, a la que Rulfo apreciaba mucho, una mujer muy linda. Carmen Rosenzweig tuvo que renunciar a la beca porque su trabajo no le permitía cumplir, y su trabajo le era vital. —¿Cuándo conoces a Carlos Monsiváis? —Lo conocí muy joven… Creo que a Monsiváis lo conozco en 1956, o quizás a fines de 55. Recuerdo que comimos en un restaurante alemán Alberto Beltrán, José Emilio Pacheco,

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Elena Poniatowska: Una voz que es muchas voces

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Carlos Monsiváis y yo. El restaurante alemán estaba por el Centro. No era muy elegante pero era bastante bueno, creo que se llamaba Fritz. Y me acuerdo de la curiosidad tanto de José Emilio como de Carlos Monsiváis. Una curiosidad enorme. Eran unos muchachitos. Creo que ellos tenían mucho interés en Carlos Fuentes que creo que ya había publicado Los días enmas­ carados. Le tenían mucha admiración. Y luego tuvieron muchísimo apego por el suplemento México en la Cultura de Fernando Benítez. Colaboraban en la revista Estaciones de Elías Nandino, a quien iban muchísimo a ver. Alguna vez yo publiqué algún cuento en Estaciones, y alguna otra cosa —no recuerdo bien— en Ábside. —¿En aquel medio de los escritores qué tan viva era la inquietud política? —Bueno, yo supongo que era bastante viva en algunos escritores. Pero en esa época el PRI estaba en su apogeo. El PRI fue muy avasallador pero yo no creo que ningún escritor haya pertenecido a ese partido. Para nada. Al contrario, empezamos a leer la revista Política, la de Manuel Marcué Pardiñas, en la que colaboraban Jaime García Terrés, Enrique González Pedrero, Víctor Flores Olea, una serie de amigos, no recuerdo si Luis Villoro (tendría yo que ver…). —Estaba José Revueltas… —Yo en esa época no traté a Revueltas. Llegué a conocer a Revueltas en el 68. Él hizo una reseña crítica muy, muy elogiosa de Hasta no verte, Jesús mío. Y luego resultó que Revueltas era muy amigo de Guillermo Haro, porque los dos habían repartido, por orden de Narciso Ba­ ssols, en la sierra de Puebla, en los pueblos más perdidos, la revista Combate. Y cuando Revueltas entró a Lecumberri, creo a fines de 68, íbamos Guillermo Haro y yo a ver a Eli de Gortari, muy amigo también de Guillermo Haro, y desde luego a José Revueltas. —Y en 1968, ¿cuándo te das cuenta de las dimensiones del movimiento? —Yo lo empiezo a seguir a través también de Guillermo Haro, porque él era director del Ins­tituto de Astronomía en la Universidad y también era director del Observatorio de Tonantzin­ tla [actualmente Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica], y él se quedaba en México algunos días. Recuerdo que sonreía al oír a los estudiantes decir por un altavoz: “¡UNAM, territorio libre de América!”. Incluso creo que alguna vez tomó la palabra en una asamblea. Y yo alguna vez fui a Ciudad Universitaria, pero en realidad fui poco, porque en junio, el 4 de junio, nació mi segundo hijo: Felipe. Entonces, yo tenía que amamantarlo, no me podía ausentar mucho tiempo de la casa. Fui a alguna manifestación, a la Del Silencio. Guillermo Haro participó en la marcha del Rector, al lado de Javier Barros Sierra. Después de lo que sucedió el 2 de octubre vinieron a verme a la casa —el mismo 2 de octubre en la noche— Mercedes Olivera, que era antropóloga, y María Alicia Martínez Medrano, que es ahora la directora, la fundadora, del Teatro Campesino. Yo vivía entonces por aquí luego luego, en Cerrada del Pedregal 69. Vinieron y me contaron. Yo pensé que estaban locas, que estaban exagerando porque me dijeron que había sangre en las escaleras, que había cadáveres. Me impresionó muchísimo y decidí ir al día siguiente, entre una cuidada del niño y la otra. Era de veras

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un paisaje desolador. Estaban los tanques en la Plaza. Les habían cortado el agua a todos los edificios. Estaban las señoras y muchos señores haciendo cola delante del agua. Estaba un soldado metido en una cabina telefónica y decía: “¡Pásamelo hombre, pásamelo, pásamelo, no seas mala! ¡Quiero hablar con él, pásame al niño!” Eso también era una dimensión de que también los soldados tienen su familia. Vi los zapatos tirados en la trinchera, vi todos los vi­drios rotos de los comercios de abajo, vi todas las puertas de los elevadores perforadas por las ametralladoras, vi muchos restos de una batalla, muchas flores pisoteadas. Y sí, había sangre en las escaleras. Entonces empecé al día siguiente a recoger testimonios. Fui a entrevistar a la pe­riodista italiana Oriana Falacci, que estaba herida en el Hospital Francés. Ella estaba hable y hable a Ita­lia, al Par-

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lamento, diciendo que era imposible que la delegación italiana viniera a los Juegos Olímpicos. En señal de censura, de represalia, no tenían que venir los deportistas italianos. Un estudiante se le había tirado encima para salvarla, y creo que sus heridas no eran muy graves. Esa entrevista la llevé al Novedades. Ninguno de los artículos que llevaba yo se pu­ blicaba, porque ya había una orden de Presidencia de no divulgar esta noticia. Y a fines de 68, o en enero del 69, vino a comer Neus Espresate, la directora de la Editorial Era, y vio que sobre mi mesa de trabajo había una gran cantidad de papeles. Y me dijo “¿Qué es esto, Elena? ¿En qué estás trabajando?” Le dije: “Todo esto son artículos rechazados. Cosas sobre el 68”. Me dijo “Yo te los publico”. Me puse a terminar, entonces. Recuerdo que todavía fui a entrevistar a Sócrates Campos Lemus, porque me dijeron que sería bueno que hubiera una voz como opositora. Y ya entregué el libro de La noche de Tlaltelolco, que salió en 1971. Como todos empezaban diciendo lo mismo, sobre todo en la parte de la masacre, diciendo, que “A las 5 y pico de la tarde había sobrevolado la Plaza un helicóptero, que habían tirado tres luces de bengala verdes, que ésa había sido la señal, yo escogí de cada entrevistado un pe­dacito, el fragmento que a mí más me impactaba, más impresionaba. Y así fui armando un coro de voces. Recuerdo que de la entrevista, muy larga, a Heberto Castillo pues sólo salió un pedacito. Y él hacía un relato muy extenso de todo lo que le había sucedido, que después él publicó en su totalidad. Y así recogí los relatos de todos los que estaban en la cárcel. —¿Qué percibiste entre los jóvenes, en los estudiantes entonces? —Lo que más percibí después del 2 de octubre fue el miedo. Porque todos me decían “No vaya a poner mi nombre”, “No vaya a decir que soy yo”, “No quiero regresar al Campo Militar Número 1”, “Me torturaron”. Muchísimo miedo. Y a todos les cambié el nombre, a tal grado que ya no recuerdo quién es quién: han pasado 40 años. A los que no les cambié el nombre fue porque ya estaban en la cárcel o eran madres de familia, muchas madres de familia, que me decían: “Si ya enterraron a mi hijo, si ya mataron a mi hijo, ¿qué más me pueden quitar?”. No les cambié el nombre a Gilberto Guevara Niebla, a Raúl Hernández Garín, a los que estaban en la cárcel. También fui a la Cárcel de Mujeres, allá por Iztapalapa, cerca de la salida a Puebla, y ahí entrevisté a La Tita, a La Nacha y a Benita Castillejos. —¿Qué es lo que anima el movimiento? —Yo creo que tiene algo que ver la Revolución Cubana pero también –como tanto se ha dicho— un pleito entre dos preparatorias. Y creo que hay también un sentimiento de decir “México está mintiendo… Quieren presentar una fachada, cuando hay mucha hambre, mucha pobreza, cuando hay muchísimos campesinos que no tienen ni lo más mínimo para subsistir”. Salen entonces los estudiantes diciendo “No queremos Olimpíadas, queremos revolución”. —¿No había un ánimo especial, entusiasmo? —Sí, había un gran entusiasmo. Había una loca alegría, porque los estudiantes sentían

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LA ACERA DEL FRENTE Corrido del 2 de octubre El 2 de octubre llegamos Todos pacíficamente A un mitin en Tlatelolco Quince mil en contingente. Año del sesenta y ocho ¡qué pena me da acordarme! La plaza estaba repleta Como a las seis de la tarde. Grupos de obreros llegaron, El magisterio consciente. Los estudiantes lograron Un hermoso contingente. De pronto rayan el cielo Cuatro luces de bengala Y aparecen hombres Guante blanco y mala cara. Zumban las balas mortales Rápido el pánico crece. Busco un refugio en la tropa Y en todas partes aparece. Alzo los ojos al cielo Y un helicóptero miro Luego sobre Tlatelolco Llueve el fuego, muy rápido. ¡Qué fuerzas tan desiguales! Hartos tanques y fusiles Armados los militares Desarmados los civiles. Doce años tiene un chiquillo Que muerto cae a mi lado Y el vientre de una preñada ¡cómo lo han bayoneteado!. Hieren a Oriana Fallaci Voz de la prensa extranjera. Ya conoció la cultura Del gobierno de esta tierra. Ya vio que vamos unidos Estudiantes con el pueblo, Contra un sistema corrupto Y la falacia de un gobierno. De: Cancionero mínimo del movimiento estudiantil Proporcionado por Lorenzo Gutiérrez Bardales

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que la ciudad era de ellos, que podían cambiar el mundo. Lo que sienten los jóvenes, que el mundo es de ellos, se lo pueden tragar. Yo creo que sí había esta sensación de libertad, que les daba un enorme gozo, una enorme felicidad: el estar juntos, el estar trabajando juntos, y el estar echando relajo juntos… —¿Nunca previste, nunca imaginaste el 2 de octubre? —No, nunca lo preví, aunque ya había gente que estaba en la cárcel, como Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca y Salvador Martínez de la Rocca, El Pino. —No se olvidó el 2 de octubre… —Bueno, en esa época pareció que no iba a suceder nada. Margarita Nolasco se fue en un taxi, estaba buscando a su hijo. Y empezó a gritar por la ventanilla: “¡Están masacrando a los muchachos en Tlatelolco! ¡Están matando a los muchachos!” Entonces el taxista le dijo: “Señora: sube usted su vidrio y deja usted de gritar, o yo la bajo a usted”. La atmósfera quizás era de incredulidad y de rechazo. Las cosas ocurrieron en una Plaza muy cerrada, como una trampa, y lo que le sucedió a los estudiantes el 2 de octubre, el 3 de octubre desde luego no se divulgó. En los periódicos se habló con gran insistencia de los soldados muertos, del ge­ neral Hernández Toledo herido, de que “hubo francotiradores”. Y nunca se habló de la acción del ejército, siempre se dijo que fue una acción en forma de pinzas pero siempre de lo que se trataba era de culpabilizar, de culpar a los estudiantes, de revoltosos, de que que­maban camio­nes, en fin. —Y “la conjura internacional”… —…También había la idea que, como México tenía sobre sí los ojos del mundo, algunas gentes habían cancelado sus reservaciones en los hoteles, entonces que México iba a per­ der clientela y que los estudiantes estaban opacando un momento absolutamente glorioso del país. Poco después un deportista negro dijo que ninguna Olimpiada valía la vida de un solo estudiante. —Tu libro ha sido importantísimo para que permanezca viva la memoria de lo que sucedió entonces… —Bueno, ha habido muchos otros libros: el de Monsiváis, el de Julio Scherer García, el de Ramón Ramírez —un español, sobre los procesos del 68— , está el libro de Luis González de Alba… —¿Crees tú que una uniformidad análoga esté ahora despuntando, o haya despuntado ya, en el país ahora? —Yo creo que se vio que había mucha inconformidad también en el plantón de Andrés Manuel López Obrador, y muchísimo ingenio de los que se quedaron a hacer el plantón. Mucho sentido del humor, mucha capacidad de lucha. Y también se ve ahora en la cantidad de gente que se detiene en la calle a ver en la televisión los debates para evitar la privatización del petróleo. Y se manifiestan desde luego en contra.

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Como el mago que es incapaz de controlar las fuerzas infernales que ha desatado mediante sus conjuros, los granaderos por orden del gobierno agreden a los estudiantes sin imaginar el fenómeno social que están provocando. La pradera ha sido incendiada. Todas las escuelas públicas, y alguna que otra privada, se declaran en huelga; en las universidades de los estados maestros y estudiantes analizan cómo participar en el movimiento

Introducción 1968 fue un año crucial para México. Se celebraron las XIX Olimpiadas y tuvo lugar el Movimiento Estudiantil Popular, que constituyo el acontecimiento político más importante en la historia moderna del país, después del movimiento armado 1910-1917. En efecto, a partir del 26 de julio y hasta el 2 de octubre, la Ciudad de México se vio envuelta en un movimiento estudiantil popular, que más bien parecía un carnaval juvenil, cuya divisa era la lucha por las libertades democráticas. Fue una rebelión de las masas que duró 66 días con marchas multitudinarias, mítines relámpago, huelgas en las escuelas públicas, pintas de bardas y camiones. La urbe luce en sus paredes las consignas del pliego petitorio, miles de asambleas, edición de millones de volantes, cientos de miles de pegas, centenares de manifiestos, un número no determinado de brigadas sorpresivamente se deslizan a lo largo y ancho de la ciudad, debates entre intelectuales, discusiones entre padres e hijos, división y confusión en la Iglesia católica que no atinaba a orientar a una feligresía que abandonaba el redil y alegremente participaba en esta fiesta; los partidos políticos iban del apoyo a la descalificación; guerra de declaraciones entre líderes estudiantiles y representantes del gobierno, ocupación de escuelas por parte de las tropas, actos de defensa de la autonomía encabezados por el rector Javier Barros Sierra.

Eso y mucho más. Hasta que la tarde del miércoles 2 de octubre la protesta juvenil, de inspiración y curso democráticos, fue ahogada en sangre por las fuerzas represoras del Estado en la Plaza de las Tres Culturas en Nonoalco Tlatelolco, mediante una acción concertada, la Operación Galeana, ordenada por el titular del Poder Ejecu­ tivo Federal. El pueblo de México fue agraviado y es la fecha ahora en que las heridas no logran sanar. Ninguno de los culpables de este crimen de Estado ha sido juzgado. Los actuales estudiantes repiten con emoción, valor y coraje la consigna aprendida de la generación del 68: ¡Dos de octubre no se olvida! Desarrollo El día 24 de julio de 1968, el diario Excélsior publicó en su pri­ mera plana: “Se ha declarado la huelga por el Comité Ejecutivo de la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM”; los granaderos invaden la Vocacional 5, después de que, junto con alumnos de la Vocacional 2, provocados por las pandillas de los “Araños” y los “Cuidadelos”, lapidaron el edi­ficio de la preparatoria particular “Issac Ochoterena”. De este estilo eran los encabezados que se leían en los diarios del Distrito Federal.

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Como el mago que es incapaz de controlar las fuerzas infernales que ha desatado mediante sus conjuros, los granaderos por orden del gobierno agreden a los estudiantes sin imaginar el fenómeno social que están provocando. La pradera ha sido incendiada. Todas las escuelas públicas, y alguna que otra privada, se declaran en huelga; en las universidades de los estados maestros y estudiantes analizan cómo parti­ cipar en el movimiento. Las sociedades de alumnos son rebasadas por los comités de lucha locales y se conforma el Consejo Nacional de Huelga, integrado por representantes elegidos en cada escuela con la finalidad de orientar y conducir las acciones. Profesores como Heberto Castillo, Fausto Trejo, Eli de Gortari, Ramón Ramírez se agrupan en la Coalición de Maestros y van codo con codo al lado de los estudiantes universitarios. Como en todo movimiento social emergente, surgen líderes talen­ tosos, de quienes sorprende la comprensión de los grandes problemas nacionales, la familiaridad con la situación mundial y la valentía con que enfrentan a un régimen autoritario. Ellos son, entre muchos,

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Pablo Gómez, Raúl Álvarez, Eduardo Valle, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Marcelino Perelló, Jesús Martín del Campo, Gilberto Guevara, Félix Hernández Gamundi, Joel Ortega, Roberto Escudero y las mujeres Roberta Avendaño(+), Ana Ignacia Rodríguez y Marcia Guriérrez. Algunos se han formado en las filas de la Juventud Comunista de México, y todos representan a una generación que reclama ser tomada en cuenta por su visión de las cosas, sus puntos de vista, hechos del lado por los poderes del Estado. El país se convierte en escenario de un gran debate político. Los estudiantes y sus aliados (el de estatura mayor entre ellos: José Revueltas) cuestionan abiertamente al sistema del PRI-GOBIERNO; paralelamente, grandes conglomerados sociales no dudan en ali­ nearse a lado del movimiento estudiantil. Los representantes del gobierno no son aptos para la discusión: descalifican sólo, tildan a los jóvenes de desadaptados o simples instrumentos del comunismo internacional. Nunca antes, desde la dictadura de Porfirio Díaz, el discurso originado en el poder fue tan pobre, tan torpe, tan alejado de la realidad mexicana.


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El movimiento estudiantil sintetiza la lucha de lo nuevo y por lo nuevo. La aspiración a modernizar el país. Se busca una moral diferente, una visión cosmopolita aliada a un combate radical contra la vieja sociedad decadente, contra el conservadurismo que se niega a reformarse o, en su caso, a morir.

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Las razones La inconformidad de la juventud mexicana es consecuencia de los problemas estructurales de la economía, de la falta de libertad política, de la existencia de una doble moral ya mal enmascarada, de la corrupción como elemento del régimen político, de la exclusión, la intolerancia y la discriminación de un sistema tradicional represivo nacido en las entrañas de un partido de traición a los va-

manos pasaban, para palomearlas, las listas de aspirantes a gobernadores, diputados, senadores, a presidentes municipales, responsables del despacho de las secretarías, embajadores, líderes obreros y campesinos. El único eslabón que no se encontraba sometido era el estudiantil. De ahí la magnitud y la profundidad que alcanzó su lucha. Otro factor que transformaba los valores y las costumbres de la sociedad mexicana y que nutría el nuevo perfil de la juventud, empujándola a adoptar conductas y valores hasta entonces condenados por inmorales, era el descubrimiento y la comercialización de la píldora anticonceptiva, que colocó por primera vez a las mujeres en la posibilidad de sacudirse el poder del macho mexicano, de controlar su cuerpo, de hacer el amor con quien quisiera, sin el temor a que-

lores y principios de la llamada ideología de la Revolución Mexicana, la que por lo demás ya no convencía a nadie. La juventud de finales de los sesenta cargaba bajo sus hombros una enseñanza chauvinista, conservadora. llena de prejuicios, influi­da fuertemente por la Iglesia, a conveniencia del gobierno con el propósito de mantener bajo control tanto a los estudiantes como a todas las clases subalternas, y de evitar movimientos que cuestio­ naran el statu quo. Los jóvenes, delante de las contradicciones de su entorno, comienzan a reflexionar y a cuestionar el rumbo de su sociedad, de la política, la falta de representatividad de los partidos, la falsedad de las elecciones, confeccionadas para que siempre ganara el Partido Revolucionario Institucional, la encarnación en el Presidente de la República del sagrado principio de autoridad. El Señor Presidente aparecía siempre como un verdadero señor de horca y cuchillo, dueño del país y de sus hombres. La Presidencia de la República era clave para el funcionamiento de la llamada ahora dictadura perfecta, ya que su titular era a la vez Jefe de Estado, jefe del partido, jefe del gobierno y comandante supremo de las Fuerzas Armadas. Se dice que el poder enferma y en el caso del presidente mexicano, tal riesgo había pasado a ser ya la patología. Aquel personaje tenía más poder que los tlatoanis prehispánicos, los emperadores o los reyes. Inclusive sus incondicionales lo trataban como si fuera un semidiós y con razón lo llamaban el Fiel de la Balanza. Por sus

dar embarazada. Este hecho constituyó una verdadera revolución en las relaciones sociales y en la moral de la época. El Rock and Roll, con representantes paradigmáticos como Elvis Presley, la gran Jannis Joplin, los Beatles, los Rolling Stones, y hasta los intérpretes nacionales –bastante noños– como Angélica María, Enrique Guzmán, César Costa, Julissa, Alberto Vázquez, los Yaquis, los Rebeldes del Rock, los Apson Boys, fungió como una suerte de símbolo dentro de una explosión contracultural. Muchos jóvenes redescubren a autores como Jean Paul Sartre, creador del existencialismo y autor de El Ser y la Nada y La náusea; al tiempo en que se torna lectura frecuente Hebert Marcuse, con un enfoque revolucionario sobre la sexualidad en Eros y civilización; se lee en abundancia a Erich Fromm, autor de El miedo a la liber­ tad e impulsor de proyectos que incluían los problemas sociales en las terapias psicoanalíticas. Y con emoción y provecho histórico se conoce la conmovedora obra de Franz Fanon Los condenados de la tierra. Se repiten las lecturas de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir y se navega en la obra de Michel Foucault (Vigilar y casti­ gar). Los intelectuales pusieron las bases para dotar de un marco teórico al movimiento libertario de la juventud, estimular a los espíritus para subvertir la moral, la política, la cultura, las costumbres y la ideología de las clases sociales decadentes. La inquietud juvenil, su espíritu crítico, sus ansías por saber, su gran disponibilidad de tiempo, reflejan los profundos cambios que experimentaba la población mexicana, que mayoritariamente se con-

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vertía en urbana, vivía el ensanchamiento de las clases medias, el incremento de la matrícula en las escuelas de educación superior fenómenos derivados del boom de la posguerra Por otro lado, vivía en la memoria del México de 1968 el ase­ sinato del líder campesino Rubén Jaramillo, su mujer embarazada y sus hijos, en el estado de Morelos, por órdenes del Presidente Adolfo López Mateos. Se tenían presentes también la insurgencia obrera y campesina, la huelga de los médicos del Instituto Mexicano del Seguro Social y del ISSSTE, desarticuladas por la represión, y el encarcelamiento del pintor David Alfaro Siqueiros. La aparente tranquilidad de la nación mexicana es abruptamen­te interrumpida por las grandes jornadas de lucha estudiantil que desborda a las organizaciones existentes, rebasa la metodología corporativa del gobierno y pone en el banquillo de los acusados lo mismo a Dios que al diablo. La critica despiadada de estudiantes, maestros y algunos intelectuales contra el autoritarismo y la cerra­zón del gobierno, rechazando el conservadurismo y la hipocresía de la iglesia, la antidemocracia que se vive en las escuelas y las re­laciones patriar­cales que caracterizan a las familias mexicanas, sorprende y se apodera de la atención de la sociedad en conjunto por medio de la prensa, donde se refleja en todo lo que da la lucha desde el gobier­ no, descalificando, amenazando o calumniando a los estudiantes. El estallido social también es la expresión puntual de la inconformidad y el rechazo al trato que reciben el país y el resto del subcontinente de parte de Estado Unidos, un trato que se manifiesta en el intervencionismo descarado para imponer gobiernos incondicionales, en el golpe de Estado perpetrado en Guatemala contra el gobierno de Jacobo Arbenz, el sostenimiento de la dictadura sanguinaria de Haití, la resistencia a devolver el Canal de Panamá a sus legítimos dueños, el bloqueo y el hostigamiento a la joven re­ volución cubana, el saqueo de los recursos a través de trasnacionales como la Internacional Fruit Company o la Anderson and Clayton, entre otras corporaciones, que fueron descritas con maestría, fuerza y pasión inigualables por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Son fuentes de inspiración también el comienzo de la mitificación de Ernesto el Che Guevara, por su acción generosa a favor de los pueblos y en contra del imperialismo que lo llevaron a su muerte trágica y alevosa ordenada directa-

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mente por Estados Unidos, en uno de los episodios de la lucha guerrillera en la Sierra boliviana, el repudio a los Estados Unidos por la intervención en Vietnam, la defensa de los precios de las materias primas producidas por los países atrasados y la reivindicación de los derechos de los negros a cargo de las Panteras Negras en territorio norteamericano. La prensa mercenaria Desde la prensa, el gobierno y sus panegiristas lanzan dardos envenenados contra el movimiento estudiantil popular, como si pretendieran resolver problemas cuya complejidad nunca entendie­ ron o que intentaron minar y aniquilar a base de infamias, desca­ lificaciones y amenazas. Dado su papel mercenario, casi todos los periódicos se convierten en un espacio privilegiado para atacar a un movimiento que cada día crece y se extiende más allá del Distrito Federal y su zona metropolitana. La Iglesía católica A la Iglesia le fue imposible asumir una posición homogénea. Por una parte, su alta jerarquía se alineó totalmente con el gobierno condenando el movimiento; por otra, los grupos, vertientes y organizaciones inspirados en la Teología de la Liberación, en las resoluciones del Concilio Vaticano Segundo o en la ya famosa reunión de Medellín, Colombía, participaron activamente. En México, como en Francia y en Italia, el movimiento estudiantil tiene como eje motor la política; impugna al gobierno, condena su cerrazón, su forma de actuar frente al país, y reivindica una serie de medidas de carácter democrático. El desenlace trágico Antes de la fecha negra y como reflejo de su incapacidad política, el gobierno había creado un ambiente de psicosis, propalando verda­ deras infamias: que se preparaba el asesinato de Díaz Ordaz o bien que los “revoltosos” impedirían la celebración de las Olimpiadas, por lo que no dudó en calificar a los estudiantes de “enemigos de México”, tratando de justificar su proceder, dizque defendiendo a las instituciones nacionales de una conjura comunista internacional. En este clima enrarecido, el 2 de Octubre de 1968 se tendió una emboscada.


La moda

José Vasconcelos

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Se calcula que fueron 500 los muertos, más de 300 los encarcelados y un número indefinido de desaparecidos. Los datos precisos quizá nunca se conocerán. El gobierno de Díaz Ordaz los o­cultó, dio a conocer sólo cifras falseadas para minimizar la magnitud de este crimen de Estado. La matanza de civiles truncó el sueño de libertad y democracia de los estudiantes mexicanos. El surgimiento y el desenlace del complejo movimiento social no han sido tratados sistemáticamente por la academia, por los científicos sociales. Es probable también que sus participantes directos no hayan aún dicho todo lo que saben, por lo que todavía se espera una investigación integral y multidisciplinaria para entender el comportamiento del gobierno y del partido en el poder durante las crisis que sufrió entonces el país. Los partidos ante el movimiento Partidos políticos como el Popular Socialista (PPS) expresaron que los estudiantes eran manejados por la extrema izquierda y la derecha para desestabilizar el país, afirmando que la CIA azu-

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zaba a los estudiantes para evitar la realización de las Olimpiadas. Con ello este grupúsculo político no hacía más que distanciarse aún más de la realidad y de los problemas nacionales. El Partido de Acción Nacional (PAN) mantenía la misma posición del gobier­no, aunque con matices, pues advertía que era inexplicable la eti­queta puesta de comunistas a los participantes del movimiento estudiantil, alertando en el sentido de que, al colocarse tal rótulo, se preparaba la represión. Por su parte, el Partido Comunis­ta Mexicano, entonces clandestino, apoyó al movimiento solidarizándose con los estudiantes, captando las nuevas exi­ gencias de la política con la idea de defender dignamente los derechos democráticos del pueblo. El Partido Revolucionario Ins­ titucional, por su parte, carga con la responsabilidad histórica de la masacre; sus ideólogos la justificaron como una acción preventiva, pues “en caso de que no se le cortara de tajo, existía la posibilidad de que se extendiera y entonces se tuviera que recurrir al expediente de reprimir violentamente a toda la población” o alguna otra bestialidad por el estilo.


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Contenido A juzgar por el contenido y el alcance de su pliego petitorio, en rea­ lidad el movimiento estudiantil era inofensivo, sólo tenía exigencias relacionadas con pequeñas libertades democráticas. Su satisfacción no habría provocado un mayor problema para el gobierno o para el sistema. Sin embargo, en virtud de que atentaba contra el “sagrado principio de autoridad”, fue enfrentado con torpeza, a través de la represión policíaca y militar, en vez de que se le buscara una sali­ da política que tanto bien habría hecho al país. Pliego Petitorio: Libertad a los presos políticos. Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendio­ lea, así como también del teniente coronel Armando Frías. Extinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo de represión, y la no creación de cuerpos semejantes. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, re­ ferentes al delito de disolución social por ser instrumentos jurídicos de la represión. Indemnización a las familias de los muertos y las de los heridos víctimas de la agresión del viernes 26 de julio en adelante. Deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de la policía, granaderos y Ejército. Las exigencias del movimiento estudiantil eran una suerte de aviso de que el sistema político estaba caduco, de que el proyecto de la revolución mexicana se había agotado y de que en el país se enseñoreaban la injusticia, la desigualad, la pobreza y la marginación, que no podían seguir siendo toleradas. Sin proponérselo, el movimiento despertó a la sociedad de un letargo, sacudió a una sociedad que vivía una realidad fantasmal, en un país en el que nada pasaba, con su lucha combativa, su enfrentamiento a la violencia de un Estado autoritario, utilizando como arma fundamental la ima­ ginación, de la cual nos quedan sus consignas y sus cancioneros con pa­ rodias y aportes de compositores del país y de otras partes del mundo. Los estudiantes aspiraban a una educación crítica y científica y a escuelas con gobiernos democráticos, con maestros honrados y capaces, que los prepararan para forjar un futuro bueno.

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Consecuencias de largo aliento Sin el movimiento estudiantil de 1968, no sería explicable la reforma política de 1977, con la que el Partido Comunista Mexicano obtuvo su registro electoral, ni tampoco la excarcelación de los líderes ferrocarrileros Valentín Campa Salazar y Demetrio Vallejo Martínez, quienes llevaban más de una década como presos políticos en las mazmorras de la cárcel de Lecumberri Otra repercusión importante fue la derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, que establecían duras sanciones a los opositores al régimen autoritario, presidencialista y despótico que padeció el país desde la instauración del PRIGobierno. El desenlace sangriento perpetrado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y la brutal represión a la manifestación del 10 de junio de 1971, en la presidencia de Luis Echeverría, mostraron la falta de sensibilidad acerca de las transformaciones de la sociedad y sobre todo la ausencia de voluntad de estos gobiernos de emprender los cambios que reclamaba la sociedad mexicana. La demagogia siguió siendo el expediente al que recurrían los políticos mexicanos formados en las filas del PRI, personajes que explicaban la realidad del país sin entenderla o desentiéndose de ella.. A partir del 2 de octubre de 1968 no quedó ninguna duda de que esta clase política se había degradado. Innumerables hechos represivos, incapacidades para llevar al país por la senda del desarrollo, cerrazón política, intolerancia, corrupción e impunidad, se encargaron de demostrarlo fehacientemente. Como consecuencia de esa cerrazón política y de la represión brutal practicada en contra de los luchadores sociales, di­versos grupos de estudiantes, profesores universitarios, normalistas, campesinos y otras personas de la clase media deciden emprender la lucha armada en contra del Estado Mexicano. Surgen así la Liga Comunista 23 de septiembre, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, las Fuerzas de Liberación Nacional –antecedente del Ejercito Za­ patista de Liberación Nacional–, las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo, el Frente Urbano Zapatista. Sobresalen los grupos liderados por los profesores rurales Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos, que enfrentaban al gobierno con motivaciones locales, pero que expresaban también la asfixia política. El gobierno

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Lorenzo Gutiérrez Bardales

adoptó como estrategia para enfrentar a los grupos guerrilleros el exterminio físico y la guerra sucia. Este es uno de los periodos más penosos que ha vivido el país a consecuencia de las limitaciones e incapacidades de sus élites gobernantes. Artistas de gran valía como el poeta Leopoldo Ayala o la cantante y autora Judith Reyes y estudiosos como el antropólogo Daniel Cazés Menache, el economista Ramón Ramírez Gómez, el sociólogo Pablo González Casanova, por citar sólo a algunos, reflejaron en su obra el significado de las jornadas del movimiento estudiantil de 1968. La narrativa mexicana recreó el movimiento de manera brillante, alcanzando niveles memorables con autores como Luis González de Alba. Imprescindibles son las obras de Elena Poniatowska (una extraordinaria colección de testimonios: La noche de Tlatelolco) y la lúcida y bullente crónica ensayística de Carlos Monsivais: Días de guardar. Otros escritores dejaron testimonio de los hechos dolorosos, como los poetas José Emilio Pacheco, Octavio Paz o Ga­ briel Zaid. La novelista María Luisa Mendoza escribió una vívida obra sobre la masacre. El cine da su versión de los hechos también en el trabajo de Leobardo López (El Grito), así como en El apando (ba­ sado en el relato estremecedor de José Revueltas, y realizada por Felipe Cazals), en Rojo amanecer (Jorge Fons), y Canoa (guión de Tomás Pérez Turrent y dirección, de nuevo, de Cazals). En el movimiento se luchó por la gratuidad de la educación, por hacer real lo dicho en la Constitución, para que los estudiantes

puedan recibir una buena preparación. Se luchó también por la democratización de la enseñanza, lo que tendría fruto en las universidades autónomas de Puebla, Guerrero, Sinaloa, Nuevo León, en la proliferación de preparatorias populares en el Distrito Federal, en Ciudad Nezahualcóyotl y en Poza Rica, Veracruz. La insatisfacción no sólo era de los estudiantes sino de la sociedad entera, pero eran éstos quienes estaban en condiciones de emprender grandes acciones de protesta. Su enojo constituía un problema complejo, marcaba el fin de una época, el agotamiento del modelo económico y político aplicado hasta entonces y por tanto representaba la necesidad imperiosa de emprender cambios profundos en el rumbo de la economía, en el régimen político, en fin, en el proyecto de nación. Colofón Por eso hoy los que participamos en aquellos momentos memorables del movimiento social, que desembocaron en un hecho sangriento, injustificable ante toda razón, quizá necesitamos volver a analizar aquel hecho para reinterpretarlo, acaso para entenderlo mejor, acaso para que nunca vuelva a repetirse, tal vez para re­ conciliarnos con nosotros mismos, quizá para vivir en paz y morir cuando sea necesario y perpetuarnos en lo nuevo, en las generaciones que nos sucederán, a las que legamos el valor de la lucha por un futuro mejor.

Lorenzo Gutiérrez Bardales. Economista, profesor de la UNAM. Periodista político y consultor sobre urbanismo y planeación estratégica. Algunos de sus ensayos sobre economía de la salud han sido editados por Julio Frenk, asimismo por la UAM en el libro La Ciudad y sus Barrios. 38 CULTURA URBANA


CRUCERO

68: una lectura optimista

En cuestiones políticas es difícil la predicción en el corto plazo pero es difícil fallar “a la larga”. A la larga los hechos terminan por llegar. Unas veces tardan más de lo esperado, otras —las menos— se establecen de manera espontánea. En México ha sucedido así en los años recientes. Es evidente que hablo “a toro pasado”, mas no lo hago sólo así. Creo que ahora es bastante razonable predecir. Miremos un poco hacia atrás. Encontramos un hecho histórico que ha sido con justicia calificado con el lugar común: “un parteaguas”, “un momento crucial”, “un punto de inflexión”. Es el movi­miento estudian­til de 1968. Lo notable es que el movimiento tomó por sorpresa a todo mundo, incluyendo desde luego a sus prota­gonistas. Hay algo en esto que llama la atención de manera subrayada: los poderosos no se dan cuenta de las cosas, enceguecen, acaban cre­yendo la propia leyenda que han venido repitiendo. Le sucedió a los porfiristas. En 1910, el presidente se la pasó inaugurando obras, estrenando símbolos de la inmortalidad de su gobierno, de su “paz”. No fue muy diferente lo que sucedió con la admi­nistración de Díaz Ordaz. No tengo a la mano los datos precisos pero sé, como todo el mundo, que en los sesenta México no había salido aún de lo que se conoce como “el milagro mexicano”. El producto interno bruto, es decir la tasa de crecimiento anual, era en verdad admirable, y en la vida de todos los días una clase media cada vez más amplia podía continuar, y cumplir en una medida considerable, sus aspiraciones. La maquinaria priista estaba a todo dar, perfectamente aceitada. Los dinosaurios no habían envejecido e inclusive una nueva hornada de políticos comenzaba a despuntar. Los empresarios habitaban una Jauja sin aprieto alguno. Los perio­distas, la mayor parte de los periodistas, se habían habi­ tuado al embute, a la iguala. La televisión aseguraba su imperio. Los mitos nacionales estaban también a todo tren. Ser pesimista equi­ valía a ser imbécil. Ser inconforme equivalía a ser un inadaptado. Ser opositor equivalía a ser un traidor a la patria. El presidente López Ma­ teos acababa de nacionalizar la industria eléctrica y de lanzar los libros gratuitos de texto. Mantenía la seductora sonrisa aun después de haber masacrado a Rubén Jarami­llo a principios de la década. Al retirarse, gestiones suyas consiguieron la cereza del pastel trico­ lor. El país organizaría, en 68, los juegos olímpicos. Lo sucedió Díaz Ordaz. Poblano, el licenciado fue ascendiendo en la política local. Fue, después de ser diputado y funcionario cada vez de mayor peso, se­ cretario de Gobernación. Conocía como pocos los sótanos que per-

Sigfrido de León mitían los terciopelos de la superficie. Conocía bien cómo se re­primió a los maestros y a los ferrocarrileros a fines de los cincuenta. Feo, poseía una buena voz. Era bueno para hablar. No así para entender la historia. Como a Díaz unas décadas antes no le pasó por la cabeza que los inconformes se organizan y pelean, y que matarlos no logra detenerlos. Sé que esto parece una simple frase, pero tengo de mi lado la historia para hacer ver que es mucho más que eso. Al país le hacía falta lo que el partido y el gobierno le negaban por sistema, por el sistema mismo. Es decir: libertad, democracia, igualdad, justicia. Díaz Ordaz no lo entendió. Es altamente probable que haya pensado de veras en una conjura maligna, en vez de simplemente ver la realidad. Reaccionó con estupidez y con odio. Lo secundó Luis Echeverría. Díaz Ordaz odiaba a los estudiantes de una manera patológica. Sus declaraciones y ademanes fueron más que gestos teatrales: cumplía su papel. La víctima era él mismo. Él era el mártir. Rodeado de com­ pinches que no podían ver más allá que él, por naturaleza y de nuevo por el sistema mismo, en lugar de aprovechar la nueva situación y abrir el sistema, manteniéndolo bajo su control, optó por el asesinato. En tal sentido, a causa de tal odio, se volvió un genocida. ¿Por qué no detuvo el movimiento en los comienzos? Por soberbia y estupidez. Ni la hoja de un árbol se movería sin la voluntad del presidente. En 1968 el sistema quedó al descubierto. Echeverría intentó echarle una cobija encima, tanto para ocultar sus males como para protegerlo. No podría curarlo. Lo que siguió rayó en lo grotesco y ruin (López Portillo), los mediocre y avieso (De la Madrid), lo inmo­r al y torpe (Salinas), lo que terminó siendo una graciosa huida (Zedillo). Uno tras otro fueron cavando el hoyo, construyendo la bancarrota. Zedillo, a diferencia de Díaz Ordaz y del primer Díaz, vio lo que venía y no buscó impedirlo. Se hizo a un lado. La farsa trágica que sobrevino condensa, en seis años, lo que en setenta habría conseguido negativamente el antiguo régimen. Ser inconforme, ser opositor dejó de ser un estigma. El sistema había muerto. Enfrentarlo no dejaría ni dejará de ser duro pero hoy más que nunca el desenlace puede ser predicho. No falta mucho para que los ideales del movimiento del 68 puedan comenzar a ser cumplidos. Como se decía antes en Mé­ xico, “las condiciones están puestas”, lo que equivale a decir que el pueblo, la mayor parte de los mexicanos, marchan del lado de la transformación histórica. CULTURA URBANA 39


El 68 sigue presente, pero no volverá Guillermo Balí Wüest

El 68 es tiempo pasado. Hoy son otras las corrupciones, otras las manchas, otras las matanzas. Mé­xico no tolerará un error igual al del 68. El gobierno no volverá a exhibir su vergüenza en un modo tan ostensible. Los jóvenes de hoy gritarán consignas diferentes, buscarán sus propios movimientos, encontrarán su propios cauces. Los jóvenes de ayer aún viven en ellos. Aquellos jóvenes que vieron su justicia masacrada y silenciada en el infierno del 68, tienen voz en nuestra memoria

¿Sería aquél el final de esos dos meses de rebelión estudiantil? Hasta entonces el movimiento no había logrado permear las filas de una clase obrera controlada por un sindicalismo gangsteril, corrupto y entregado al sistema. Yo estaba tirado en el piso de un trolebús que se dirigía a la Plaza de las Tres Culturas aquella noche negra del dos de octubre. Mientras, no muy lejos de donde estábamos detenidos, se oía la balacera que más que aterrorizarme me hacía sentir una impotencia que se ahogaba en la rabia y la frustración. Algo terrible e inédito en la historia reciente de nuestro país estaba sucediendo a unos pasos de donde me encontraba, los escena­ rios más terribles pasaron por mi mente hundida en la incertidumbre y la desesperación. Arrastrándome salí del trolebús y me alejé de ahí corriendo con el rumor de la matanza en mis oídos y el corazón tratando de saltar de mi pecho. Finalmente llegué a la casa donde me albergaba. Había venido del interior a sufrir el vía crucis de los trámites burocráticos oficiales. Entré a la sala y, cosa extraña, un locutor de apellido

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Carpinteiro, en algún canal de lo que ahora es Televisa, daba, cons­ ternado, pormenores de lo acontecido en la tarde noche en la Plaza de las Tres Culturas. Una de las personas que en aquella lúgubre sala veían y oían las nefastas noticias expresaba sonriente y feliz: “Ya era hora de que acabaran con los revoltosos que quieren evitar que Mé­ x­ico celebre en paz las olimpiadas e imponer en nuestra patria ideas extranjeras como el comunismo.” Evidentemente el movimiento del 68 tampoco logró cooptar a las capas medias bajas y bajas populares, más bien enajenadas por las telenovelas y el fútbol y esperanzadas en milagros de santos y vírgenes para poder seguir sobreviviendo. Claro está, el sistema manejado por el PRI funcionó a la perfección. Todos: concamines y concanacos, medios electrónicos, prensa escrita, el clero, las asociaciones de esto y lo otro, procuradurías de aquí y de allá, policías, estudiantes, provocadores, jilgueros e intelectuales, derechistas e izquierdistas. Todos se dedicaron a denostar, desvirtuar y tergiversar el movimiento estudiantil al que lograron aislar de las masas populares.


La moda

José Vasconcelos

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El 68 sigue presente, pero no volverá

Las condiciones estaban dadas y el heroico ejército mexicano puso las cosas en orden: ocupación del centro de la Ciudad de México, asalto a las escuelas rebeldes, bazucazo a la puerta centenaria de la Escuela Nacional Preparatoria, ocupación de la Universidad Nacional Autónoma de México, represión brutal generalizada y, finalmente, se cubrió de gloria con la matanza de la Plaza de las Tres Culturas esa infausta noche del 2 de octubre del 68. Se ahogó en sangre la esperanza que anidaba en el corazón de una juventud estudiantil mexicana que se negaba a seguir el derrotero marcado por un sistema político social vencido ya por el peso de su propia corrupción. Esa misma noche regresé al pueblo donde vivía, no pude resistir una realidad tan brutal y descarnada. Una familia mexicana pobre, por un lado venerando a sus opresores –y quizá deseando ser como ellos–, y por otro, deni­ grando a sus similares –y avergonzándose de ser como ellos. Solamente pequeños grupos de obreros y empleados, algunos inte­ lectuales y gente de clase media apoyaron o participaron en el movimiento. Durante el trayecto del viaje reflexioné sobre esos acontecimientos que habían empezado el 23 de julio con el enfrentamiento entre estudiantes de dos vocacionales y estudiantes preparatorianos de la Isaac Ochotorena. Sí, esa fue la chispa que encendió la llama y fue heroica la lucha que durante varios días dieron los estudiantes en contra de las fuerzas represivas del Distrito Federal. Sin embargo las raíces de la decadencia del sistema se extendían hasta el gobierno de Ávila Camacho que empezó a dar marcha atrás a las reformas cardenistas y a los logros de los trabajadores y los campesinos. En septiembre de 1941 se estrena con una matanza de los obreros en huelga de la fábrica de uniformes y equipo. Un ejemplo más de esa política represiva fue el primer levantamiento de Rubén Jaramillo en 1942 como respuesta a la represión que se dio durante la huelga del ingenio de Zacatepec. Después de unos años fue amnistiado e inició la lucha electoral en la que el PRI le hizo imposible cualquier triunfo electoral. Finalmente, después de dos levantamientos más y recién amnistiado, fueron asesinados él, su esposa embarazada y sus tres hijos. El gobierno de Miguel Alemán se destacó por la represión de la clase obrera y la imposición de

Guillermo Balí Wüest

“lideres” sindicales charros que pactaron con el empresariado la “conciliación” de los intereses de ambas partes lo que en realidad no fue sino apoyar el establecimiento de un capitalismo salvaje explotador en extremo de la clase obrera mexicana. También modificó el artículo 27 constitucional con el fin de agrandar el tamaño de la “pequeña propiedad”. Entre 1956 y 1959 se viven en el país dos movimientos sindicales muy importantes en contra del charrismo sindical. En 1956 Othón Salazar inicia una protesta contra los dirigentes charros que negociaron aumentos salariales mínimos, la mo­ vilización logra el apoyo de la mayoría de los maestros del Distrito Federal así como la simpatía de amplios sectores de la población de la ciudad. Esta movilización da lugar a la creación del Movimiento Revolucionario del Magisterio, el que continúa la lucha por los derechos laborales y la democracia sindical de los maestros hasta que es reprimido en 1958, año de gran efervescencia de la lucha sindical por reivindicaciones económicas y democráticas de varios sectores de trabajadores. En septiem­bre de 1958 Othón Salazar es aprehendido. Pocos meses después es liberado a causa de las movilizaciones a favor de su libe­ ración. Por fortuna Othón Salazar aún vive y, a pesar de su avanzada edad, sigue en la lucha. Demetrio Vallejo y Valentín Campa encabezaron durante va­rios años una dura y difícil lucha por reivindicaciones de los trabajadores ferrocarrileros… fueron reprimidos y encarcelados. Después, en 1966 les tocó el turno a los médicos… El régimen autoritario hegemónico represivo llegó a su cúspide en octubre de 1968. A partir de esta fecha, y como consecuencia de esos meses épicos, se inicia un camino de lucha en contra del statu quo, por las libertades democráticas, incluyendo las guerrillas urbanas y campesinas, el sindicalismo independiente, el surgimiento y reconocimiento de partidos de izquierda, las reformas electorales, la lucha electoral y parlamentaria. Esta lucha dejó una enorme estela de muertos, desaparecidos y presos políticos que sigue extendién­dose en nuestros días. En el 2006 los derechos democráticos se vieron nuevamente conculcados. ¿Nos espera otro 68? No. Hoy son otras las corrupciones, otras las manchas, otras las matanzas.

Guillermo Balí Wüest Activista social y lider sindicalista. Ha publicado textos de corte político en distintos medios del país. CULTURA URBANA 43


Cuento de hadas para hadas y Cuento de hadas para monstruos Medardo Landon Maza Dueñas y no otro

Dos brochazos poéticos de una imaginación desbordante. Pinceladas de un joven autor mexicano, que ha encontrado ya en su narrativa fantástica, intrincados caminos hacia mundos alternos, pequeños resquicios inexplorados por nuestra literatura

I Cuento de hadas para hadas

Una vez un canto rodado se desprendió de una pendiente y atrapó en su cueva a un orco. Como el orco no pudo salir, el trasgo que colectaba para él los impuestos de debajo de una carreta abandonada, decidió que sería el nuevo rey. El rey trasgo robó a los niños menores de todas las familias leprechaun, para pincharlos en un collar y colgárselos al dormir, porque temía mucho a las voces de la oscuridad. Las madres leprechaun, llorando por sus hijos enhebrados, a un señor brownie borracho y gruñón que vivía en la rueda loca de la carreta, que giraba sin ir a ninguna parte, le ofrecieron toda la leche de sus ratones para que librara a sus hijos. El brownie borracho al escuchar “collar de leprechauns en cue­ llo de trasgo” entendió: “collar de trasgos en cuello de leprechaun”, y pensó que se referían a un duende que vivía en un zapato viejo,

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muy dientón y cabezón, bastante trasgón de aspecto pero de cuello extremadamente delgado, casi como de leprechaun. A él fue a buscarle camorra, a puñaladas primero y cuando se enojaron, pasaron a los insultos. El duende cabezón, convencido de que el brownie borracho era el sicario de un gnomo que le tenía ojeriza por haberse librado de una demanda en menos de treinta días, rodó la lucha sobre la oficina del gnomo en el eje de la carreta atascada contra una piedra, revolviéndole todos sus papeles, rompiéndole sus sellos oficiales y más aún: arruinándole su nuevo invento para poder comunicarse con los seres humanos. Durante la lucha, el brownie borracho se perdió entre los papeles y ahora que está preso en un cajón, descubrió que la tinta es más fuerte y más sabrosa que la zarzaparrilla, porque tiene un buen buqué a-no-sé-qué-que-puede-ser-cualquier-cosa.


Cuento de hadas para hadas y Cuento de hadas para monstruos

El duende cabezón y el gnomo terminaron atrapados entre los restos del invento para comunicarse con los seres humanos, y los encontraron luego unos campesinos que hacían sus jornadas por esos lares todos los días y los vendieron a un circo, pensando que se trataba de un fabuloso y grotesco bebé deforme con dos cabezas y muchos pies y brazos. En el circo, ahora el duende es primer actor y el gnomo, su representante. Sin embargo, cuando el trasgo del collar de leprechauns vio asomarse a los jornaleros debajo de su carreta, trató de huir y se quedó atorado en las ruedas de la carreta y con tal ahínco se in-

Medardo Landon Maza Dueñas y no otro

tentó librar de ella, que echó a andar la carreta sin conductor en las llanuras, como una carreta fantasma que encuentra a lo niños perdidos y los guía de vuelta a casa de alguien más. Las madres leprechaun tomaron ratones huérfanos como hijos adoptivos y ahora que viven debajo de un escudo, uno de ellos, se dice, rescatará a la princesa del reino de las botellas, cautiva en las zarpas de un gato-dragón. El orco atrapado murió de hambre y el canto rodado sobre su cueva es asiento para caminantes. Y ese caminante, has sido tú.

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Cuento de hadas para hadas y Cuento de hadas para monstruos

Medardo Landon Maza Dueñas y no otro

II Cuento de hadas para monstruos

En un reino desolado de monstruos ciudadanos, la tierra es tan áspera que los dragones son mercenarios, los ogros siembran dien­ tes de sol a sol y las arpías tienen que mendigar. Los fuegos salen de sus cuevas a cazar silfos, y los estanques se defienden para no ser bebidos y las rocas ruedan lejos para que los gigantes no las mastiquen. Las leucrottas por no tener campos de batalla en los que penar, compran soledades para no herir susceptibilidades. Y las esfinges, se prostituyen por acertijos. Las viejas arpías un día vieron deambular una carreta rota sin dueño y tomándolo como el portento que antecedía una catástrofe, fueron a gimotear con los ogros campesinos advirtiéndoles del daño que azotaría su pobre reino, y ellos, asustados, le ofrecieron su cosecha de dientes al dragón mercenario para que se comiera a la carreta. Así pues, el dragón arreó a los silfos, a los fuegos y a las rocas rodantes hacia el estanque violento, donde parecía haberse detenido la carreta a beber. Y todos hechos barullo y medio, le cayeron encima y el dragón los revolvió a todos en un remolino que no los

dejara salir, para ablandar la carreta a escupitajos de fuego antes de arrojarse él mismo a la batahola con toda su fiereza. Los silfos devastaron a las rocas en polvos confusos, que se ba­ tieron con las aguas hasta matarlas en fango donde se ahogaron entonces las llamas, que en su último estertor, consumieron a los silfos. Y el dragón mercenario de algún modo acabó embarazado. Desde entonces, todo ha empeorado en el reino: Donde fuera el estanque, se pudrió en verdor y los humanos han desviado unos de sus caminos allí, provocando que los ogros abandonen sus campos para asaltarlos y que las arpías los extravíen en las noches para mendigarles. Las pobres esfinges se han quedado sin trabajo y han caído en el vicio de preguntarle a los viajeros por el solo goce de sus desdichas. Y la dragona mercenaria, madre soltera en la mi­ seria, ha tenido que vender sus tesoros a las leucrottas para que atraigan campos de batalla que puedan alimentar a su hijo. Caídos en desgracia los monstruos ciudadanos, ahora dan pretexto a lo que cuentan de ellos las leyendas y atraen a caballeros peleoneros tras sus cabelleras. Y de la carreta, se supo, siguió vagando.

Medardo Landon Maza Dueñas. Narrador, autor de las novelas fantásticas La biblioteca y El limbo. Coordinador y guía de Juego de Rol en el programa “Once Niños” Es especialista en la vida y obra de J.R.R. Tolkien. 46 CULTURA URBANA


La moda

José Vasconcelos

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Amazon Party

Capítulo16 Yo soy más lista que ellos Rowena Bali

Hay tantos bosques, tantos lagos, tantos paraísos aun no comprados por los sir­ vientes de Golina que los habitantes de Me­ dalla tendrán la posibilidad de poblar muchos de ellos. Hasta entonces los gobernantes de Medalla no se habían dado a la tarea de embellecer su ciudad de ninguna manera. Habían permitido que grandes cintu­rones de miseria se crearan en los alre­dedores, no habían sabido darle a sus habitantes una vida decente. El modelo goli­nense les era inalcan­ zable. Se habían negado toda posibilidad intelectual de planear un proyecto de tales magnitudes como implantar de una vez por todas la dignidad en las calles: El medallense no era merecedor de esa implan­tación. Les parecía que transformar los cinturones de po-

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breza en dignas ciudades compactas era demasiado trabajo para una masa de inmerecedores. Mirar la dignidad perdida de Medalla les parecía imposible porque tenían sus ojos de ratón puestos en la cola del león decrépito de la corrupción. Una vez asesinados todos los habitantes del castillo, Cinch y yo reinaríamos en un imperio que abarcaría los territorios unidos de Medalla y Golina, ambas ciudades entrarían en un periodo intenso de transformaciones. Los cinturones de pobreza de Medalla desaparecerán del mapa, se transformarían en una mancha urbana de color blanco que podrá verse desde el cielo como el mismísimo cielo. Las calles estarán habitadas por hombres y mujeres perfectos, la perfección de nuestros medallenses no tendrá nombre

ni raza, ni posición social, ni preferencia, la dignidad será cosa de todos y todos tendrán derecho de disfrutar la Arcadia recuperada: un único territorio que abarca desde la ciudad más rica y perfecta, hasta la más caótica y violenta. Se cultivarán las artes y la belleza sobre todo, y los habitantes hermosos de Golina les enseñarán a los de Medalla cómo es exac­ tamente que ellos lograron volverse tan perfectos. Tendrán que rendirles cuentas de todos los pasos a seguir para convertirse en beldades inalcanzables. Si lo hicieron matando, robando; si lo hicieron cometiendo inenarrables crímenes que la historia no niega, no olvida. Si lo hicieron a base de cultivar sus almas santas, sus almas que chu­ pan. Tendrán que responder: ¿es el resulta-


Amazon Party

do del vampirismo más atroz la perfección? ¿por qué los medallenses son tan pobres? ¿por qué hay medallenses que son, a su vez, tan ricos como ellos? ¿por qué desean­do tan hondamente la justicia y la paz han permitido que se desate la catástrofe? ¿por qué, si son tan listos, han permitido que yo me entrometa en sus entrañas, han permiti­do que yo me expanda subterráneamente hasta llegar a sus tripas, hasta trazar un camino de cables en el interior de esas tripas: cables de una fibra especial que sus estómagos corrosivos jamás serán capaces de digerir?¿cómo sien-

haga trizas? ¿cómo fue que aquella simplísima enseñanza de Cinch –“Nunca debes olvidar que la materia se transgrede con mucha facilidad, saberlo cambiará tu vida, la mía, la vida del mundo”– me enseñó a destrozarles las tripas? Gracias a mi trunca carrera como ama­ zona pude dar con el conocimiento de la transgresión de la materia, pude llegar hasta Cinch aun siendo una impedida, una recluida en el calabozo de los sirvientes. Desde mi consciencia le fui dictando a mi amada las palabras que fluían de mi corazón. De mi

do tan listos como son, siendo tan perfectos permiten que una estúpida criada, que una hija de nadie llegue hasta sus entrañas y las

corazón ignorante saqué las palabras necesarias para convencerla de matar al Semental. Antes yo maté con saña a mis bellos ami-

Yo soy más lista que ellos

Rowena Balí

gos de la lavandería, del cuarto de armas, de los pasillos de la cocina. Y mientras ella, -con todo su inmenso poder de amazona enfurecida- seguía el dictado de mi corazón transgresor en el rincón palaciego de Golina yo asesinaba a todos los poderosos de Medalla, que eran pan comido al lado de los sirvientes de la lavandería. Esos hombres poderosos que en años habían hecho caso omiso a la furia desatada en largos kilóme­ tros de desolación y pobreza, (a la luz de la plaza pública de Medalla, ahí, exhibidos, cuan largos eran, cuan apretados eran sus cinturones) eran pan comido para mi. Sus almas pestilentes, estúpidas, fueron pan comido. Yo fui más lista que ellos.

Rowena Bali. Estudió Lengua y Literatura Hispánica en la UNAM y en la Universidad de Guanajuato. Es autora de seis novelas: El agente morboso, El ejército de Sodoma, La bala enamorada, Hablando de Gerzon, Tina o el misterio y Amazon Party, de un libro de cuentos De vanidades y divinidades y de un poemario Voto de indecisión. CULTURA URBANA 49


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Demetrio Vallejo, el incorruptible Jaime Zentella

Antecedente de la revuelta estudiantil ocurrida una década después, el movimiento ferrocarrilero de 1958 fue encabezado por un hombre digno, combativo, inteligente: Demetrio Vallejo, de quien nadie se ha ocupado con tan vivas palabras como la escritora Elena Poniatowska

Los años del “desarrollo estabilizador” sirvieron al régimen para generar uno de los mitos que más le iba a servir para su larga duración: el de la paz social, el de la estabilidad laboral, el de la tranquilidad como base de un progreso que sería irrefrenable. La idea se propaló y “pegó” gracias en medida sustancial a la docilidad cómplice de la prensa, extendida en la televisión ya en los años cincuenta. Los datos que ahora se conocen comúnmente como “macro­económicos” habrían reflejado una nación en crecimiento. Al tiem­po en que el campo comenzaba a ser abandonado por masas cada vez mayores de trabajadores sin tierra o sin medios de producción eficaces, las ciudades, especialmente la del D.F., desbordaban toda previsión demográfica. La clase media parecía asentarse y vivir en una suerte de limbo, de frente al sueño americano y empeñada en alcanzar niveles de progreso copiados de aquel mundo transfronterizo: una casita propia, una salida de vacaciones al año, compras en los grandes almacenes. Los títulos universitarios se ostentaban con un orgullo que recordaba a los títulos nobiliarios de otros lares y de otros tiempos. Pero la paz social y la estabilidad laboral eran ficciones. Tendrían tantos “asegures” que no pasarían

de ser meros inventos. Efectivos en el plano ideológico, sin duda. La desigualdad social seguía siendo la nota dominante del sistema mexicano, unida, en un tejido intrincado y muy sólido, con la democracia como mascarada. La ausencia de democracia, se sabe de sobra, se manifestaba en las elecciones en todos los órdenes (condicionadas de mil maneras), en la persistencia de poderosísimos cacicazgos y en el afianzamiento y despuntar de los multimi­ llonarios, aliados a consorcios extranjeros, e impulsores, con el gobierno, de severas medidas de control político y económico. En los sindicatos, como hasta ahora en muchos de ellos, privaba el cha­ rrismo, la descarada complicidad de líderes tramposos con los patrones y las autoridades. Los obreros eran las víctimas, mucho menos dóciles de lo deseado por los creadores y beneficia­rios de aquel orden de cosas. La inconformidad de los trabajadores es completamente natural. Pero esa inconformidad de poco o nada sirve sino se organiza, se encauza y va fortaleciéndose. La lucha sindical, en medio y frente al charrismo, tiene sin duda grandeza, niveles sin exageración heroicos. Y esta lucha es la que die­ron en 1958 y 1959 los trabajadores ferrocarrileros.

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Demetrio Vallejo, el incorruptible

Jaime Zentella

A 50 años de su surgimiento, es necesario recordar y valorar aquel episodio crucial de la historia mexicana del siglo XX. Como se dice líneas arriba, la lucha ferrocarrilera brota dentro de una atmósfera donde parecería que todos los respiraderos estaban clausurados. Los maestros, por su parte, buscan también mejores condiciones dentro de la vida sindical y mejores retribuciones. Encabezados por Othón Salazar, reprimido a su vez por las fuerzas del Estado, caminan paralelamente a otros trabajadores: los ferrocarrileros, desde luego, y también los electricistas y los petroleros, como años antes habían hecho los mineros en el norte y los trabajadores de la COVE en la capital del país. Hay pues en el país un clima muy lejano al de la estabilidad y la paz social. ¿Qué es la estabilidad? ¿Qué es la paz social? Los gobiernos suelen definirlas y ponerlas en primer lugar en su discurso, de modo especial precisamente ahí donde la estabilidad y la paz social son más que discutibles. Son útiles como instrumentos retóricos. Justifican y seducen. Aquietan y dan tiempo. Los políticos en el poder suelen buscar su riqueza y por lo menos la de su primera descendencia. No quieren que el edificio se les agriete, se cuele el agua, huela mal y mucho menos que se derrumbe. Los políticos mexicanos encaramados en los sitios mayores del poder han servido los inte­ reses de los grandes capitales nacionales y trasnacionales. Y no es mera retórica recordarlo a la luz de la memoria de luchas que ciertamente aún no han concluido. En 1958 los ferrocarrileros formaron la Gran Comisión Pro Aumento de Salarios. A finales de junio de aquel año se manifiestan en la capital del país y en respuesta hallan sólo represión policiaca, que se extiende hasta la muerte de dos trabajadores. Son los meses finales del periodo de gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, presidente de la república que habría pasado a la historia por su discreción y manejo fino al consolidar el “milagro mexicano”. El ejército, mientras tanto, toma cada una de las instalaciones del sindicato ferrocarrilero. Aquel sindicato era uno más de los que padecían el charrismo, la absoluta ausencia de democracia. Los charros y el gobierno van perdiendo la batalla, en el plano legal y en el moral: convocados a elecciones, los ferrocarrileros se manifiestan abrumadoramente en favor de Demetrio Vallejo como líder gremial, remitiendo al charro a una vergonzosa derrota. Los

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telegrafistas, los maestros y los trabajadores petroleros expresan activamente su respaldo a sus compañeros democráticos. Vallejo toma posesión de la secretaría general del sindicato el 27 de agosto de 1958. Meses después, en febrero de 1959 el sindicato se va a huelga en los Ferrocarriles Nacionales por la revisión contractual. El sindicato llega a un acuerdo de aumento salarial con el gobierno. En marzo estalla la huelga en el Ferrocarril del Pacífico y en el Fe­ rrocarril Mexicano, en demanda de un aumento similar. La huelga es declarada inexistente, y los trabajadores realizan un paro de solidaridad de media hora en los Ferrocarriles Nacionales. El sindicato quiere negociar, y así lo manifiesta al gobierno. Exige que dejen de violarse las condiciones del contrato colectivo. El gobierno res­ponde con una ola de despidos y con la detención de Vallejo y otros líderes. Las cifras no pueden engañar: el ejército toma todos los locales y todas instalaciones ferrocarrileras. Aprehende a cerca de 10 mil trabajadores y despide a cerca de 9 mil. Más de 300 personas son detenidas en la capital durante una manifestación de apoyo al sindicato. Continúa la embestida contra el gremio. El 15 de abril de 1959 el gobierno consigue instalar una directiva charra. En Monte­r rey a­sesina al trabajador de filiación comunista Román Guerra Montemayor, y en mayo de 1960 encarcela al prominente militante Valentín Campa. 800 ferrocarrileros pasarían varios años en prisión. Demetrio Vallejo y Valentín Campa dejaron la cárcel en 1969. Demetrio Vallejo Su nombre ha estado vivo en la vida mexicana desde aquellos años duros de la lucha ferrocarrilera. Vallejo representa lo mejor de un luchador: el coraje, la dignidad, la conciencia alerta. Oaxaqueño “inol­vidable”, como bien ha dicho Elena Poniatowska, este “hombre de riel” llegó sólo al tercero de primaria. Su idioma materno fue el zapoteco. La autora de El tren pasa primero, novela en la que crea imágenes diversas de Vallejo, ha escrito: “Sus padres iban de Espinal a Mogoñe y párenle de contar. Allá sólo había dos opciones: trabajar en el campo o ser chícharo en la estación. Vallejo escogió el tren. Al aprender a leer en castellano, Demetrio estructuró todo un


LA ACERA DEL FRENTE Corrido de Tlatelolco Daniel Parra (chileno) Para que nunca se olviden Las famosas olimpiadas Mando matar el gobierno 400 camaradas ¡Ay… Plaza de Tlatelolco!, ¡Cómo me duelen tus balas! 400 esperanzas A traición arrebatadas. A pesar de estar tan lejos, Se oyó hasta aquí la descarga. De esos valientes soldados, Que asesinan por la espalda. Cómo harán los granaderos Cuando llegan a sus casas. Amarán a sus mujeres Con mano ensangrentadas. Porque esas manchas no salen Ni con jabón ni con agua. Te pregunto granadero: ¿Con qué has pensado borrarlas? La virgen de Guadalupe Conoce a los asesinos. Ya no le prendas velitas Porque está con los caídos. Para que nunca se olviden las famosas olimpiadas Mandó matar el gobierno 400 camaradas. De: Cancionero mínimo del movimiento estudiantil Proporcionado por Lorenzo Gutiérrez Bardales

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Demetrio Vallejo, el incorruptible

Jaime Zentella

sistema de pensamiento para comprender al mundo al que quería acceder. De niño que comía quelites con huevo, como Benito Juá­ rez, hoy tan injustamente olvidado, Demetrio Vallejo escogió la crítica, el análisis de los acontecimientos, la reflexión, la lectura, la disciplina, para volverse un hombre moderno y llegar a líder. Aprendió muy joven a razonar y se desesperó porque a la estación de tren llegaban pocos libros, y los que pedía por correspondencia le resultaban de muy difícil lectura, como el significado de plusvalía en El Capital, de Marx. (…) Aunque su base fue la cultura zapoteca, él pensaba que siempre hay una razón social y política tras los mitos

y las leyendas. Nunca perdió esa cultura esencial, la de la tierra, la de su pasado prehispánico. Se supo y se declaró indígena. Pero tampoco fue eso lo que más le importó. Quería ante todo cambiar la suerte de los trabajadores, depurar el sindicalismo, acabar con los líderes vendidos. Su indignación lo sostuvo. Su indignación fue su moral. Y su amor. Amaba al ferrocarril por sobre todas las cosas. ¿Qué diría ahora que terminaron los trenes de pasajeros y se va a demoler Buenavista? Pocos hombres como él, imposibles de doblegar. Once años de cárcel y una larga huelga de hambre no lo cambiaron. Murió en 1985, él, el incorruptible.

Jaime Zentella. Ensayista y poeta tabasqueño. Ha publicado sus trabajos en distintas revistas y periódicos del interior de la república. Autor del libro de ensayos Licencias fatuas y del poemario Claridad oscura.

CRUCERO

¿Para qué presentar un libro?

En los países de habla hispana, y de forma muy acentuada en el nuestro, los escritores (malos, buenos, pésimos, que ni fu ni fa), impelidos comúnmente por los editores o por lo menos en complicidad con ellos, presentan ante el público sus libros en ceremonias de distinto corte pero dominadas sin falta, es lo recomendable por lo demás, por una sarta de elogios que les otorga aquellos “15 minutos de inmortalidad” a los que todo mundo aspira según decía Andy Warhol. Yo, desde el anonimato más completo, tuve una temporada en la que me dio por no perderme una sola de aquellas presentaciones. Recuerdo algunas, desde luego las que salieron del car­ tabón. Pero primero hablaré un poco de este modelo. Las presentaciones de libros suelen comenzar tarde, un promedio de media hora después de lo anunciado. Los que llegan a tiem­po tienen siempre una resignada explicación: “Con este tráfico, es lógico que no lleguen los presentadores”. Una vez que han empezado, es usual que uno de esos presentadores pida disculpas por su retraso: “Es que con este tráfico…”. Los autores siempre llegan a tiempo. Se puede adivinar que andan por el rumbo desde hace un buen rato. Que por ahí comieron o se echaron unas copas. Muchos de ellos no pueden disimular su temor ante la tardanza de los presentadores. Comienzan a arrepentirse, uno adivina (“¿Por qué carajos le dije a Pancho Menchaca que viniera, ni que jalara tanta gente, y ni que fuera a decir las grandes cosas?”). Lle­gados los retrasados, los autores los abrazan como si no los hubieran visto desde el jardín 54 CULTURA URBANA

Julio César Uribe de niños o como se quiere a un hermano. Los autores también acostumbran fumar, aunque esté prohibido. Parece que piensan: “Es mi fiesta, y en mi día hago lo que quiero”. Los vigilantes parecen estar dispuestos a complacerlos normalmente. En ocasiones la dilación se debe a que no es uno de los presentadores el ausente sino el público. Aparte de la novia del autor, y de la mejor amiga de la novia, del editor, cuatro o cinco infaltables anónimos (como yo), no llega nadie o casi. Si arriban técni­cos con cámaras de tele y un reflector, resulta más difícil concebir la ausencia del respetable. “Pero es que con este tráfico”. Comienzan los actos con ocho o diez personas en el público. Terminan con el mismo número. Unos se fueron, pero llegaron otros. Cuando aquello está colmado es porque el autor es de mucha fama, por lo general. Y si no lo es, sí es suficientemente astuto para hacerse acompañar en la mesa por al menos un escritor laureado. Si logras que Elenita presente tu libro, ya la hiciste. “Pero no va a querer, aunque es muy amiga mía. No tiene tiempo. No tendrá tiempo ni de leerlo”. “Mejor, mucho mejor. Haz que venga. Convéncela. Si no ha leído el libro, te podrá elogiar mucho más sinceramente”. Es frecuente que los presentadores lean textos que han preparado. Alcancé a oír una noche en La Ópera a uno de ellos decirle a una mujer que estaba a su derecha y le reclamaba entre bromas la larguísima lectura: “No me pagan. Vengo por amistad. Escribo el texto y luego lo pu­blico. Lo cobro. Quedo bien y no tiro mi tiempo”. Cuando son así de extensas, estas presentaciones aburren a casi todo el mundo. Hay Sigue en la página 69


La moda

José Vasconcelos

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No se olvidará nunca Juan José Reyes

La masacre parece habernos marcado desde el principio, se remonta a tiempos centenarios. Tres culturas nuestras la han vivido. Por eso nunca se olvida, nunca está de más recordarla, seguiremos hablando sobre ella porque es necesario, la nombramos porque sigue presente

Contra lo que algunos quieren pensar el recuerdo de los hechos de 1968 pervive en millones de mexicanos. Está marcado por una tragedia, por una masacre, por el crimen. Pero no nada más por eso. Los estudiantes y los que los acompañaron entonces pudieron reconocer, al ejercerlo, su derecho a decir que no a un gobierno omnímodo, todopoderoso, ciego y sordo, acostumbrado a sobrenadar una realidad que no podría ocultar más sus contradicciones y sus aspiraciones. Ese primer dato es fundamental. El presidente del país sufría, para empeorar las cosas, de una fobia sin exage­ración patológica a los jóvenes universitarios. Los quería confinados en las aulas, los campus disciplinados y apaciguados (por cual­quier medio). Luego de la represión a estudiantes de bachillerato en las inmediaciones de La Ciudadela viene el festejo por el cumpleaños de la revolución cubana. Los cubanos, abundan los ejem­plos contundentes, supieron decir que no nada menos que al imperio, a los propietarios casi de la mitad del planeta, los dueños del dinero, los capitanes del capital. Se habían embarcado en una aventura de dimensiones colosales, tanto que no hacía mucho aquella aventura aparecía a los ojos de muchos sólo como una utopía. Era posible concebir una sociedad justa, en la que la riqueza fuese repartida de acuerdo con criterios de igualdad. Era posible pensar una sociedad en la que el trabajo sirviera al trabajador y la comunidad y

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no al acaparador. Era posible entrever un país radicalmente distinto, mejor, mucho mejor. Aquel descubrimiento cambió el ánimo de buena parte de la población, de amplios sectores de la clase media y de la clase trabajadora, sobre todo en la Ciudad de México. El movimiento no se propuso de manera explícita llevar el país al socialismo. No lo hizo, por más que el gobierno de Díaz Ordaz le atribuyera orígenes oscuros y extranjeros que tendrían ese objetivo (visto sin exageraciones como demoníaco) y por más que en él participaran centralmente hombres y mujeres de izquierda (algunos de ellos de reconocida militancia, como José Revueltas). Con justo sentido histórico, los participantes y sus dirigentes establecieron un pliego petitorio que no buscaba más que la libertad política efectiva, y no absoluta aún, en el país. En el fondo, se trataba de establecer simplemente condiciones justas, sin dañar nada (como no fuera a los jefes policiales represores, de los que se exigía su despido). ¿Por qué se llenaron las calles principales de la capital mexicana? ¿Por qué entraron en acción las fuerzas castrenses? ¿Por qué la vida de la Universidad Nacional fue violentada por los militares? Los bandos estaban plenamente identificados. De un lado los que decían que no: a la imposición, el autoritarismo, la represión, la persecución, el silencio forzado, la turbiedad en la moral y el ejercicio de la política. De otro


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No se olvidará nunca

Juan José Reyes

lado los que decían que no: a los que deseaban cambiar el orden de cosas, un orden de cosas antidemocrático, excluyente, opresivo. Ante un tablero que no mostraba demasiadas confusiones, los estudiantes optaron por las marchas y la presentación de su pliego petitorio. El gobierno, suele pasar, prefirió la simulación y el arreglo bajo cuerda. Fracasó. El ánimo fue creciendo. Entusiasmo, alegría, aires de libertad. Los sesenta tenían en México fuerza de renovación, al suscribir miles y miles ejemplos de política y al añadir a la reflexión, la discusión en asambleas de larga duración, en reiteradas jornadas de boteo, el poder de la imaginación, la improvisación, el seguro final del absurdo y el tedio. El aire de la Ciudad de México, entonces todavía transparente, se prendía en las noches negras, estrelladas, lluviosas, con el fuego de sonrisas y miradas de muchachas y muchachos a los que les había llegado su hora. Hora de vida. Hora de historia. Las bazucas, los granaderos, los tanques, los uniformes verde oliva, los fusiles, las escopetas y sus culatas asustaban y asombraban: fueron desde el comienzo un exceso, un alarde histérico, un grito de cólera que no pudo contenerse, una coz de animal salvaje antes de la herida.

Nunca tan exacto el lugar común: el 68 es un parteaguas de la historia mexicana. Si el gobierno y los sectores reaccionarios pudie­ ron pensar (o fingir que pensaban) que “no pasó nada”, “todo se olvida más pronto que tarde”, ante el jolgorio de los Juegos Olímpicos, comenzados apenas 10 días luego de la matanza de Tlatelolco, lo que brotó y floreció durante aquellos meses —de junio a octubre— no se disiparía nunca. Quedó un sello, una advertencia: 2 de octubre no se olvida, por completo afincada en el corazón y la conciencia de un pueblo agraviado, lastimado pero ya ahora y para siempre alerta. El movimiento del 68 tuvo resonancias imborrables. Entre ellas sobresale un libro, una obra colectiva: La noche de Tlatelolco, armado por la escritora y periodista Elena Poniatowska. Es uno de los grandes libros del siglo XX mexicano. Un libro indispen­sable cuya lectura continúa conmoviendo, suscitando rabia, hacien­ do comprender en muchas de sus dimensiones lo que ponían en juego los sobrevivientes de aquel horror nocturno. Un libro de voces múltiples que hablan en distintos registros, con ento­ naciones diversas pero siempre en un solo ritmo. Un ritmo que era, ha sido, es el de la esperanza, acaso el del entusiasmo sólo interrumpido, terrible, salvajemente.

Juan José Reyes. Es crítico literario. Su libro más reciente es acerca de dos filósofos mexicanos del siglo XX: El péndulo y el pozo. Ha publicado un incontable número de ensayos y textos críticos en los medios más importantes del país. 58 CULTURA URBANA


La moda

José Vasconcelos

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Segundo Piso

El ruido y las nueces Javier Escalera

Entre lo más valioso que ha perdido el hombre moderno está el silencio. En forma más complementaria que paradójica, ha visto también cómo las palabras van perdiendo su sentido y su valor. En nuestros días “hablar

también a la prensa, los diarios y revistas, bien provistos de plumas deleznables. Y la prisa: qué tan grande es el ansia del alumno de abandonar el salón de clases, acabar esa monserga, acudir al cultivo calmo de

bien”, es decir con corrección, y no digamos ya con cierta pulcritud y elegancia, es visto por lo menos con desconfianza, recelo, cuando no con reprobación, desdén o risa. Los que primeramente sufren las consecuencias de este deterioro son los maestros. Dedicados a transmitir el conocimiento primordialmente a través de las palabras, acaban siendo vistos por los alumnos como bichos raros, ejemplares de una especie casi extinta, antiguallas, seres inservibles y pesados. Ay del profesor que se exprese mediante un español refinado, con sintaxis completa y eficaz, vocabulario rico. Lo que menos susci­tarán es aburrimiento, un tedio nacido de la falta de comprensión. El buen lenguaje tiene dos enemigos en ese escenario: la ignorancia y la prisa. La ignorancia es hija del fracaso de la educación y sus sistemas, y de sus aliados infaltables: los medios masivos de comunicación que no la emprenden no más contra el lenguaje sino que hallan enemigo apetecible en la inteligencia. En los medios incluyo no sólo a la tele y el radio, tan fácil y comúnmente identificables, sino

la holganza o al desmadre en cualquiera de sus formas. El aula es supuestamente, como los templos o los hospitales, sitio de silencio. Se habla poco y se concentra la atención en lo único que puede oírse. Y nadie parece estar dispuesto a estar a solas. Pascal, recuerda George Steiner en un libro de conversaciones con Cécile Ladjali, apuntó: “Si se consigue estar sentado en una silla, en silencio y a solas, en una habitación, es que se ha recibido una buena educación”. Acaso alguien dirá que estar a solas supone un individualismo por fortuna superado. Mentirá quien lo dijera. Una cosa es el solipsismo, la autorreclusión, el enconchamiento y otra bien distinta la soledad. La primera es infértil, sus productos, si los hay, no son sanos ni valiosos. Al prescindir de los otros, empobrece todo proyecto, lo seca antes de que crezca. La segunda ocurre en medio de los demás, da fuerza, enriquece. Hay una serie de actividades que nada más pueden realizarse en soledad. Estudiar, crear son acciones que

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necesitan una ausencia total de distracciones. Y ocurre que es extraño el estu­ diante que lee o calcula en solitario y en silencio. “Juntarse a estudiar”, lo sabe cualquiera que haya asistido a la escuela, suele ser sólo un intento frágil para tratar de cubrir el expediente de las calificaciones, en el mejor de los casos, y casi siempre el pretexto de pasar el tiempo en compañía de los amigos, compañeros de cuitas pero sobre todo de relajos. Se calcula, apunta de nuevo Steiner, que cerca del 80 por ciento de los adolescentes de nuestros días “no llegan a leer un texto en silencio, sin tener como trasfondo el sonido eléctrico de la radio, de la televisión, etcétera. Es terrible, porque el cerebro es incapaz de absorber, de forma simultánea, el ruido y el sentido de algo”. No es casual que muchos escritores prefie­ran las no­ches para trabajar, y que lo mismo ocurre con científicos y otros creadores para quienes la luz del día no es indispensable. Los pintores, por su parte, se aíslan en las mañanas en sus estudios, a menudo prescindiendo inclusive del teléfono y quedando sólo a merced de los afiladores de cuchillos, reparadores de cortinas, vendedores de agua electropura, arregladores de atarjeas, despistados que buscan al vecino.


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Segundo Piso

El ruido y las nueces

Javier Escalera

Pero abogar por el silencio no significa pretender la instauración de una comunidad de mudos y de sordos. No se exagera al decir que tan necesaria es la calma si­ gilosa como es indispensable el vocerío, el sonido fuerte o también el ruido tumultuoso. El mismo Steiner advierte el sentido de estos últimos: “El ruido es como un grito de guerra. Y hay que ser cautelosos. El simbolismo de un gran concierto de rock, de una rave –rave, en inglés, quiere decir locura– , la histeria del ruido desencadenada es el contraataque contra las privilegios que hemos conocido, y de los que se han visto excluidos centenares de millones de

seres humanos… Podría decirse que el sonido es el gran contraataque. Lo que no deja de ser interesante, porque ensordece algunas de las posibilidades reales de la comunicación humana, pero, al mismo tiem­ po, en mi opinión, da sentido a una comunidad dinámica, cuya identidad ha pasado a ser colectiva. Me imagino que las ceremonias que acompañaron a la tragedia antigua en sus albores eran más parecidas, de algún modo, a una rave o a una rock night que al teatro versallesco de Racine. Es algo más que posible”. La fiesta es necesaria y altamente pro­ bable que los excesos no vayan en contra

de los impulsos humanos más primitivos. Pero aquella comunidad dinámica de que habla Steiner no puede dejar tanto cam­ po libre a, digamos, los intelectuales. Una capa de la sociedad, muy reducida y delgada, parece tener reservada para sí la tarea de atesorar el silencio y la reflexión valiosa. Cada vez encuentra obstáculos mayores para preservar estos tesoros, que cada día son más escasos. Mientras capas amplísimas de la comunidad niegan su derecho a la soledad, la serenidad y el pensamiento calmo. Es una comunidad dinámica, en efecto, pero su movimiento parece ir hacia ninguna parte.

Javier Escalera. Ingeniero industrial, además de escritor. Ha publicado ensayo y poesía en diversas revistas del país. Es autor del libro Central de abastos. 64 CULTURA URBANA


La moda

José Vasconcelos

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Tepito tepitorum

Santa Muerte Alfonso Hernández

“ Considera lo oscuro y el gran frío de este valle que resuena de lamentos ” La ópera de tres centavos. B. Brecht.

la muerte como sujeto de la historia, en cuyo entorno se citan quienes están en riesgo y

Algunos cultos ancestrales están resurgiendo con representaciones colectivas y sig­ nos, cuya expectativa y sugestión de­finen

con mayor vulnerabilidad social. Es por esto que, frente a la tribu inmobiliaria, que no necesita tener otro territorio que no sea el Libro, la Escritura, y la quintaesencia de la Ley, la tribu tepiteña, sin ser

Y Dietzgen proclamó: “Trabajo es el nombre del Mesías del tiempo nuevo. En el mejoramiento del trabajo estriba la riqueza que podrá hacer ahora lo que ningún redentor pudo lograr”. Vazke Tepeduzkleas predijo que: “A los tepiteños les quieren piratear la riqueza que

su propio rito de paso iniciático. Y en el caso del barrio de Tepito, el culto a la Santa Muerte se ha convertido en el papel secante de la religión que ya no predica con el ejemplo. Y a pesar de esto, todavía son muchos los que se desconciertan con los devotos que necesitaron resucitar este culto, cuya teología popular lo ha convertido en un rito profano, que todavía es demasiado oscuro para ser eficaz o es demasiado claro para ser creído. En esta resurgente devoción de la ba­ rriada, todo se torna semejante, porque lo esencial es idéntico. Ya que los mitos de la vida cotidiana dan cuenta de las falsas evidencias donde lo que importa no es lo que se cree, sino lo que se ve. Por el caos de la globalización se está propiciando la muerte de la ciudad. Por lo cual, con la osadía libertaria que los ca­ racteriza, los barrios se apropian de la ciudad que los pretende desaparecer como espacios vitales y lugar de conquista de derechos urbanos. La crisis galopante ha propiciado el resurgimiento de la imagen de

gitana ni hebrea, está siendo considerada como una plaga cultural a la que hay que combatir y desterrar del centro de la ciudad: por haber cometido el pecado de convertir su barrio en un cantón transgresor del pensamiento establecido. El formato milenario del barrio es deber ser el espacio de acción idóneo para ejercer una filosofía que persiga la subsistencia como escenario de un pensamiento de acción deambulante en busca de sentido y pertenencia. Por todo esto el GDF quiere poner en crisis el discurrir tepiteño, propiciando la inestabilidad del barrio, etiquetando como delincuente al vecindario. El territorio tepiteño no es solamente la demarcación física de un espacio, sino el sitio autónomo dentro de un sistema ajeno. Y este postulado territorial entraña saber que estar en este espacio no significa por necesidad habi­ tarlo con sentido y sensatez. Marx dijo que: “El hombre que no posee otra propiedad aparte de su fuerza de trabajo, está forzado a ser esclavo de aquellos que se han convertido en sus propietarios”.

genera el comercio y el trabajo en sus ca­ lles. Porque nada es coincidencia en Tepito, sino providencia del barrio que programa el horario para que cada quien tenga dinero para llevar el pan a su familia. Pues Tepito se ha convertido en un estado de excepción, cuyo estatuto rige la sobrevivencia urbana de este obstinado barrio. Y mientras el Ángel de la Independencia es ahora el emblema de la ciudad, el Barrio de Tepito sigue siendo el símbolo de la raza que sigue luchando al amparo de su destino”. Entre lo sagrado y lo profano: lo profano es evidentemente el mundo de la vida cotidiana, el de los usos y costumbres, de los útiles, del utilitarismo; del nada ante el que se debe hacer algún acto reverencial a lo sagrado. Lo sagrado es, al mismo tiempo, la alineación de lo económico a lo cotidiano, para que lo sagrado pueda ser manipulado. La donación dispendiosa que conecta a los devotos con otros devotos, los transforma de seres intrascendentes a seres tras­ cendentes, para quienes sus imágenes de la Santa Muerte adquieren vida propia. Lo cual

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Tepito tepitorum

Santa Muerte

Alfonso Hernández

hace que esta devoción se cultive familiarmente en un creciente proceso germinal, sin dar a conocer los resortes que la animan. Y no es casual que todo esto suceda en el lugar más emblemático de la ciudad, justo donde Tepito se comporta como un sujeto social que dirige y regula el comportamiento autárquico del barrio que ha aprendido a decidir por sí mismo, ejerciendo su propia sistematicidad rizomática. A muchos desconcierta la riqueza crea­ tiva del ethos barrial de los tepiteños, para quienes la unidad de los contrarios no se ha traducido en una catástrofe silenciosa. Pues este barrio es una sociedad que se mantiene organizada por el parentesco, el compadrazgo, el oficio heredado, la afiliación local, el acceso controlado, la natividad pa­ rroquial, gremial, o ritual. Tepito no sólo procrea sujetos de la ex-

periencia barrial, sino que también los forma política y culturalmente, entre el individua­ lismo y el familiarismo, con su propio valor de uso integrado comunitariamente contra la comunidad doméstica capitalista. Lo cual hace de Tepito el barrio donde se reconocen y se congregan los inconformes, para re­troalimentarse y multiplicarse, aunque no a todos les duela lo mismo. La capacidad performativa de los tepiteños, tiene como postulado el valor lingüístico como cualidad afectiva. Pues son capa­ ces de desarrollar cualquier actividad que se pueda expresar por verbos y adverbios, lo cual denota la ideología de su lenguaje. Y siendo especialistas en abastecer a los quebrados, los tepiteños se la saben en eso de resolver las ecuaciones de los políticos. La cuestión ética y estética con la calidad de vida es una noción vaga que parece

Alfonso Hernández Cronista, hojalatero social y director del Centro de Estudios Tepiteños. 68 CULTURA URBANA

más bien idealista que religiosa, y que conduce al terreno de la libertad para probar o poder decir algo distinto. Pues el terreno del conocimiento está siendo reemplazado por el de la incertidumbre que va transformando o destruyendo la realidad. Es por todo esto que la creatividad y la resistencia barrial de los tepiteños es una generadora del sentido de su pertenencia y el de ser conscientes de su ñerez. Ya que el olfato sociológico de la barriada sigue superando los esquemas académicos, públicos, políticos, y virtuales; creando su propia teoría del conflicto, cuyo nivel caótico todavía no es un desmadre fuera de control. Si Juan Diego hizo creer que la virgen le hablaba, y lo hicieron santo, se están quedando ciegos quienes no creen todo lo que descubro y escribo sobre la devoción a la Santa Muerte.


CRUCERO

¿Para qué presentar un libro?

Julio César Uribe

Viene de la página 54

que aceptar que la mayoría de los escritores mexicanos lee mal en voz alta (no sé cómo lo hacen en silencio). Algunos traen una especie de acordeón. Son, la mayor parte de las veces, los ingeniosos. Los que piensan que basta con soltar dos o tres frases que hagan reír al público: ya la hicieron. Las sueltan, siembran oportunamente los elogios al autor, y todo es maravilloso. Estos ingeniosos no me parecen mejores que los dilatados lectores. Hay otros, no pocos, que no saben o­cultar que no leyeron más que la solapa del libro que presentan. Se dedican entonces a elogiar al autor pero no porque sea autor sino porque es su amigo. Estos presentadores me divier­ten. Su cinismo es gracioso y uno puede disfrutar sus empeños en las fintas que procuran. Y luego habla el autor, o la autora. Esta parte siempre me produce miedo. Veo venir la parte dulzona del asunto, o algo peor: la parte que tiene que ser ocurrente, llena de sentido del humor. Como la sinceridad y el humor son bienes de lo más escaso, este tramo suele ser fatigoso y la­ mentable. Toma la palabra al último el llamado moderador (institucional o representante de la casa editora). Dice cosas, da las gracias e invita al público a participar, a formular preguntas. Aquí me aterro. No pocas veces mi pánico es correspondido por la intervención de personas del público. Generalmente no preguntan: felicitan. No preguntan: declaran su emoción porque entre los presentadores está un adalid de la democracia. No preguntan: quieren lucirse nada más. A muchos nada se les entiende. A otros se les entiende que no entendieron. A ninguno puede vérsela una noción mínima de la obra del autor que está allí, delante, sentado a la mesa, con cara de tener un enorme interés.

El moderador termina, al fin, e invita graciosamente a tomar unas copas de vino. El vino sin excepción es malo. En ese momento, sin embargo, hay ya más gente que antes y que durante el acto. Como si se tratara de una boda, los invitados se aho­r ran la parte aburrida y llegan a los abrazos y la fiesta. Aquello apenas comienza. Luego el autor y sus incondicionales y algún espontáneo abandonan el lugar para pasar a otro. Van a emborracharse, a ligar, a reventar. Del libro nadie se acuerda. A la mañana siguiente el autor está crudo, imagino que pasa una mano sobre la pasta de su libro, que trata de recordar cómo se llamaba la chava de negro que se le acercó. Espera. Pasan dos, tres, cinco días. La vida continúa. De las otras presentaciones recuerdo una. Se trataba de un libro de crónicas que luego publicaría una novela que le gustó a muchos chavos (a mí no). Con la novela ganó un premio internacional. Aquel libro de crónicas estaba bien. Los presentaron el exdirector de un suplemento cultural y no recuerdo quién más. Pero cómo me acuerdo del acto cumbre. Estábamos en la Casa Lamm. De pronto las luces se apagaron y de no sé dónde una mujer apareció, se desnudó y empezó a contonearse mientras acariciaba y tentaleaba un tubo de aluminio que alguien había trepado sobre una mesa. Poco duró el gusto. Dos, tres minutos después se encendie­ron las luces. El autor se dirigió al res­petable: “Que dicen los de la Casa Lamm que alquilamos esto para presentar un libro, no para poner un teibol”. Luego de eso, el escritor y sus amigos se fueron a un verdadero teibol, me imagino. Yo enfilé hacia la estación Insurgentes del Metro.

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A veces Javier Moro

I A veces los deseos agobian: Deseo, o eso quiero creer, Ser menos cierto. Pero no lo soy; Tengo demasiada pacotilla en el cerebro. Por ejemplo esto que digo No es cierto, Es frío y es lejano. No se acerca a lo que quiero decir. Mis palabras son toscas, torcidas, Mis pensamientos comunes, Brumosos. La dureza de un páramo, de una fría extensión de tierra Despejada, inocente, quemada; Eso es lo que hay dentro de mí. Simulacros de una pasión mal entendida, Contaminada. La fría precisión de una navaja: Sin embargo Me ahoga la voz el murmullo de un grillo que me habla Al oído, que me dicta en silencio, sacrilegios y sueños Que no alcanzo a recordar.

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A veces Javier Moro

Sus palabras son brotes de tierra, lenguas extrañas, figuras Insomnes Aún desconocidas. Íntegras. Perezosas. Sus murmullos que desembocan en el agua salobre De un gran lago helado. Las imágenes, tantas veces creadas, tantas veces manoseadas, Tantas veces refugio. Son ahora el silencio que me conduce a través del sueño Construido a través de La incertidumbre, la extrañeza. Me enfrento a lo que no conozco, Pero que siempre he deseado. Figuraciones construidas en el cielo Eterno de una noche. Es el murmullo que crece, entonado y siniestro, Es el murmullo presente, ansiedad que hiere mi cuerpo, lo Galvaniza, lo destruye, Lo carcome. Ansiedad, siempre funesta. Saber que no soy lo que pretende La noche; saber que detrás, en la oscuridad de mi rostro, En la profundidad de mis labios, Soy otro, alguien más, desconocido, Uno más estrecho, más conspicuo Menos tierno, menos cierto., Menos fiel.

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A veces Javier Moro

II Escribo porque la noche me lo permite, Pero mi lengua es una brújula descompuesta, Un navegante fastuoso. Escribo en busca de un refugio, Me busco, sí, pero antes de encontrarme Desaparezco, Entono un verso errado y comulgo con los besos hipócritas. No soy quién para afirmar nada, Deambulo sordo Entre sombras. Escribo porque la noche me lo permite, me lo sugiere. Porque la certera ironía me ha despejado de cualquier certeza. Soy la bruma. Una mirada y un silencio. Todo confluye, un delta. Una búsqueda, un vacío, las letras escritas sobre el silencio. No hay muchos retornos en este viaje emprendido con la fe ciega Encontrada en una vieja urna, Abandonada a los pies de mi cama. ¿Certezas? Ninguna. Solo el viejo resonar del viento, El antiguo canto de una garganta seca, herida de muerte. Solo el dulce velo de la mentira.

Javier Moro. Poeta y periodista cultural. Artículos y reseñas suyas han aparecido en diversas revistas del país, actualmente publica en las revistas Marvin, Donde Ir, Revista K, y la revista electrónica Palabras Malditas. Se desempeña como entrevistador en la estación por internet Radio Efímera. 72 CULTURA URBANA


La moda

José Vasconcelos

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Sueño en el camino 15 José A. Santiago Paz

Una serie de imágenes poéticas que reflejan el imaginario de este nuevo autor, capaz de internarse en la gota, en el desierto blanco, en el camino, en las calles donde la tierra es un lujo. Sólo para dar pasos inquietantes, que acompañan al lector que sigue hasta el final este recorrido

Camina despacio. Es bueno que tengas miedo. Las gotas se cristalizan. Toma una gota, ¿verdad que es agradable sentirlas en tus manos? Deja que tus manos jueguen con ellas. Avanza despacio. Sin prisa. Toma otra gota y luego otra hasta que tu mano esté llena de cristales, escucha el tintinear en tu mano. Sentirás el desierto entrar en tus ojos. Un desierto blanco. Observarás flores en tus palabras. Sentirás el viento desnudarte de todo sonido. Toma tu bolsa, esa que recibiste de regalo un día de mucha lluvia. ¿Verdad que la bolsa es suave? Un conejo brinca en tus pies. Déjalo. Está huyendo. Una a una, llena el saquito con las gotas que tienes en las manos. Antes de salir de viaje, miraste los colmillos de la máscara. Sentiste miedo. Ya todo está bien. Take road fifteen, Daddy. La luna no tarda en salir, viene con su viajero. El resplandor blanco del desierto va a herir tus ojos. Todos esos edificios de cristales, donde tu mirada pierde la tranquilidad, donde el paisaje es un remedo, pronto serán rescoldos en tus ojos. En unos momentos más tus manos se llenarán de colores. Podrás pintar esas tardes de melancolía. Esas tardes en que tu corazón latía con mayor fuerza al escuchar el canto de los grillos. El cuchillo frío que entra-

ba en tus pensamientos pronto será ceniza. Una botella de mezcal en la mano de tu padre y un álbum viejo no era suficiente para responder a eso que te quemaba por dentro. Y preguntabas y preguntabas y ninguna respuesta llenaba tus oídos. Pensabas que de día no se podía soñar. Sentías la humedad de la selva que tus padres describían cuando te hablaban de tus abuelos, allá perdidos en un lugar que ni ellos conocen. Esos gritos no salen de ti. Si escuchas tu nombre no respondas. Es peligroso hacerlo, confía en tu corazón, él sabrá guiarte. ¿Recuerdas las historias que acudían a ti? No, no son sólo recuerdos; lo tienes pegado a la piel, a tus pasos silenciosos, a tu aliento de flores, a tus cabellos, negros como la noche. Camina despacio. Hagas lo que hagas no sueltes el saquito. Olvida las calles donde la tierra y las plantas son un lujo. Olvida las huellas que el concreto ha dejado en tus pasos. Pronto caminarás como nosotros. Todo va bien. Cierra tu lengua. Esa que te enseñaron tus padres ya no te sirve. Ellos olvidaron, tú no. Tú no te perderás. ¿Recuerdas todos esos animales que te visitaban en sueños, hasta hace poco? No los rechaces. Ellos te guían. Dentro de poco sentirás el aroma de la tierra. El olor del río. La sombra del viejo ahuehuete calmará

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Sueño en el camino 15

José A. Santiago Paz

el hormigueo de tus pies. Tú, comenzaste a soñar antes del sueño, por eso el dolor es un cosquilleo en tu piel. Escucha la voz, no respondas. Eres fuerte. Los Perdidos te han enseñado que todo tiene una explicación. La voz suena aflautada. Es la voz de los perdidos que proviene de un túnel. No gires para mirar de dónde sale, no está en ningún lado y está en todos. Es tu sino acudir con nosotros. Olvida todo. Olvida ese lenguaje, seco como varas de espinos. La Sombra de tu virtud crece. Tu destino ya fue anunciado al guardián. ¡Wake up! We almost arrive. Más adelante vas a encontrar una rama de limonero, aspira su aroma para que olvides las nubes de mugre que respirabas. El mundo que conoces era polvo y ceniza. El fuego está encendido. La orilla del camino marca tus pasos, deja que la tierra acaricie tus pies. Camina despacio. Siente como tus pies van descubrien-

do el lenguaje de las piedras. En cada respiración tus pulmones se abren. A tu ojos acuden animales. Deja que te rindan su ofrenda, no la rechaces, sólo quieren saludarte. No, no hagas caso de la voz, esa lengua no es la tuya. El desierto te espera, cuando llegues ahí, tendrás que recorrerlo tú sola. Entonces sabrás que tus ojos saben. ¡Yes, on road fifteen! Okay, okay. Hemos cuidado de ti en tus sueños. A veces no llegábamos a tiempo y el sueño se tornaba pesadilla. El camino nunca está torcido. Uno se puede perder, por eso siempre es bueno mirar las piedras. Poco a poco sentirás que tu virtud está es tus pasos de algodón. Te entrará una sed terrible, toma una gota cristalizada y ponla en tu boca cada vez que te entren ganas de beber. No es agua lo que tu paladar quiere. Mira el desierto, ahí está tu guardián, en lo más profundo de tu sueño. El frío pronto va a pasar.

LA ACERA DEL FRENTE Cuando las luces de bengala dieron desde helicópteros artillados la señal verde para que el batallón “Olimpia” (especialmente adiestrado y así conocido para escarnio de los juegos olímpicos de 1968) apoyado por agentes policíacos cuya identificación y estigma represivo consistía en usar guante blanco, iniciaron la matanza en la plaza de las “Tres Culturas”; cuando en la sema­ na siguiente terminó la peregrinación de padres y parientes por los hospitales y morgues de la ciudad en inútil búsqueda de sus hijos y familiares muertos o heridos, cuando al pasmo horrorizado y al llanto sucedió la conformidad inhibitoria y comenzó el proceso de disolución del movimiento estudiantil por los cauces dispersivos de la cárcel, el destierro, la vacuolización de líderes, estudiantes e intelectuales por el aparato estatal y, en fin, la concentración de aquél en bastiones minoritarios pero firmes de lucha estudiantil; cuando todo ello se hubo cumplido al modo de un ritual en que lo hierático de una cultura (la indígena) se mezclara con lo esperpéntico de otra (la hispánica) y se manifestara en grotescas formas híbridas de lo peor de ambas, enmascaradas en el cinismo e hipocresía “políticos”, la hora de la catarsis y la parálisis empezó a ser desplazada por la reflexión y la experiencia. Pero hasta ahí, y sólo como metáfora formal, llega la hibridez de las “tres culturas”. Un punto de observación, para el entendimiento del agudo fenómeno social, quedó establecido. Los hechos mismos, el proceso en el cual se inscribieron los participantes en ellos y los simpatizantes quedaban por virtud decantadora del derramamiento de sangre limpios de la plétora de emociones, racionalidades sicologizantes, y de extravasación del carácter de clase de los estudiantes como del contenido burgués de la que define al estado. Las ilusiones y fantasmagorías acerca del alcance revolucionario del movimiento y su logros en el terreno, no rebasado, de la “democracia mexicana” se sometieron a la corrosiva pero necesaria acción de la crítica. Jorge Carrión De: “Conciencia de la crisis” Artículo aparecido en la Revista de la UNAM en 1978

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Sueño en el camino 15

Mi trabajo consiste en guiarte para que no te pierdas, para que aprendas que tu lengua verdadera está llena de flores. Que sus palabras son un murmullo de manantial. No es más dulce el agua que las palabras que saldrán de tu boca. Esa es mi virtud, traer de regreso a los miembros de la manada. Ayudar para que los Perdidos sigan durmiendo. Tu Sombra es de donde nacerá tu virtud. Crecerá como árbol. A tus doce años, ya estás caminando hacia nosotros. Cuando llegues, tendremos copal y flores amarillas para tu largo camino. Las gotas cristalizadas son lágrimas de tres generaciones que han tenido que perderse para que tú camines hacia el desierto. Desde niña soñaste con nosotros. Vi temor en tus ojos, pero jamás diste un paso hacia atrás. Todavía puedes perderte. Sólo escucha tu corazón. Tienes una sonrisa hermosa, con esos colmillos tan serenos.

El desierto es el lugar donde caminamos, donde dormimos,

José A. Santiago Paz

donde soñamos, donde tomamos fuerza para seguir. Donde cada uno recibe lo que necesita, no lo que quiere. Ahí, en lo profundo del sueño está el desierto de cada uno de nosotros. Algunos olvidan. Otros se pierden, quedan en un sueño ligero perpetuo. La mayoría no sabe escuchar. Qué dulce es tu ronroneo. Camina despacio. Ya no hay miedo en tus ojos. Ya no pueden hacerte nada los Perdidos. No escuches ese llanto ya no le perteneces. Date un baño de arena para que tu piel amarilla con manchas negras se limpie lo negro del camino. Corre hacia nosotros. No, no escuches. Es un falso llamado. Son lágrimas de los que están Perdidos. I’m sorry; your little girl is death. ¿Verdad que esas palabras ya no te dicen nada? Qué hermosa piel, tus ojos son la noche misma. Qué bueno tenerte ya entre la manada.

José Antonio Santiago Paz. Poeta, narrador y dramaturgo. Ha publicado su obra literaria en diversas antologías del país. CULTURA URBANA 77


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La moda

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La reina roja de Tlatelolco Eve Gil

Descendiente directa de aquel Poniatowski que traía loquita a la implacable Catalina de Rusia, pasa entre nosotros por señora sencillota y campechana. Rubia, adormilada de ojos, su actitud llama a la confianza, al cariño; a tocar su carita llena de pecas y tics conejiles. Es éste un homenaje a una escritora que mostró su garra y su talento periodístico en uno de los momentos más duros de la historia de México

No me rajaba, nunca me le rajé a nadie. Y conmigo le cae de madre al que se raje. Jesusa Palancares

Mientras que los plebeyos de la intelectualidad mexicana hurgan desesperadamente en sus arbolitos genealógicos en busca de algún rastro principesco o cuando menos europeo, la princesa Hélene Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska, mejor conocida como “la Poni”, descendiente directa de aquel Poniatowski que traía loquita a la implacable Catalina de Rusia, pasa entre nosotros por señora sencillota y campechana. Rubia, adormilada de ojos, su actitud llama a la confianza, al cariño; a tocar su carita llena de pecas y tics conejiles. Válgame, Elena, “la Poni”, la que se dio en la torre como toda hija de vecino en aquel 2 de octubre de 1968 (“manos aniñadas porque la muerte aniña las manos”); la que recorrió en tenis las ruinas de su ciudad devastada por el terremoto del 85 y defendió el derecho al aborto de Paulina, la niñita dos veces violada (la segunda fue una violación moral)... la que dijo NO al Premio Villaurrutia 1971 que se le concedió por su libro La noche de Tlate­ lolco porque... ¿qué premio reviviría a su hermano y a los miles de

muchachos masacrados en honor al Dios del Capitalismo?, le rehúye como a la peste a los títulos de nobleza, incluyendo al de “escritora”; “(...) ni siquiera creo que soy muy buena, pero sí sé que tengo el oficio de escribir. Lo tengo desde 1953 y lo ejerzo” (ésta y las demás declaraciones fueron extraídas del libro Revelado instan­ táneo, de José Gordon y Guadalupe Alonso). Premio Nacional de Periodismo en 1979, Elena es también la abuela de varios niños me­ xicanos cuyos retratos siempre carga consigo para mostrarlos con conmovedor orgullo. La enamorada de México nació el 19 de mayo de 1932, en París. Hija de Jean Evremont Poniatowski Sperry, heredero de la corona polaca, exiliado en Francia, y de la asimismo exiliada Dolores Amor, alias Paulette, hija de una familia porfiriana. Como primogénita, a Hélene correspondería el título de reina de Polonia, país por el que siente gran cariño, particularmente porque fue durante una estancia ahí, en la década de los sesentas, que reafirma su sentido de

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La reina roja de Tlatelolco

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compromiso para con los desprotegidos. Durante la Segunda Gue­ rra Mundial, el príncipe Poniatowski se alista en el ejército y Paulette, o Paula Amor Poniatowska, tal como lo relata en su autobio­ grafía No me olvides (Plaza & Janés, 1996), a la que resulta imposible no vincular con Flor de lis, el único libro autobiográfico de Elena, huye, junto con sus hijas, Elena y Sofía, o “Kitzia”, a México. Ahí nacerá Jan, el tercer hijo de los Poniatowski, el querido hermano de Elena muerto en un accidente automovilístico a los 21 años. Es en México donde Elenita, permanentemente a cargo de las “muchachas”, aprenderá de éstas el castellano del pueblo que tan maravi­ llosamente utiliza, particularmente en su novela de 1969, Hasta no verte Jesús mío (Era, 2004), cuya protagonista, Jesusa Palancares, reina en su otra vida, es un personaje picaresco único en las letras mexicanas, que no obstante su condición triplemente desventajosa (mujer, indígena y analfabeta), se sale siempre con la suya. Es Jesusa Palancares, a todas luces, un homenaje de la princesita a sus muchachas. Pero Elena se inició en el periodismo tras haber estudiado en un internado religioso de Estados Unidos entre 1949 y 1952 y haber sido secretaria de un negocio paterno que tronó en poco tiempo.

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La sangre azul no garantiza la papa, y Elenita empieza por hacerle a la reporteada de Sociales (firmaba sus notas con el enigmático seudónimo de Hélene), hasta que Fernando Benítez la rescató para “México en la Cultura” del periódico Novedades. Joven, bonita, ingenua y autodidacta, Elena no tardó en causar sensación con su muy jesuso estilo, mezcla de ingenuidad y malicia, o, mejor dicho, maliciosamente ingenua. Pidió mano para entrevistar al de­ butante Carlos Fuentes cuando publicó La región más transparente —“Carlos Fuentes te sacaba mucho a bailar y no sabes los pisotones que daba”—; a Francois Mauriac lo hizo perder los estribos, según constata uno de tantos volúmenes de entrevistas Todo Méxi­ co. A Juan Rulfo, entercado en su silencio y alérgico a las entrevistas, particularmente si eran realizadas por muchachas bonitas, le sacó toda la sopa. Ante Diego Rivera ni se inmutó cuando este aseguró que comía niñas güeritas en el desayuno. Al que sería su esposo, el astrónomo Guillermo Haro (1913-1988), inspirador de La piel del cielo, lo conoció por entonces: “Me trató muy mal. Yo fui a en­trevistarlo en la torre de Ciencias de la UNAM y recuerdo que me dijo que los periodistas son los desechados de todas las carreras... “Le apuesto a que usted, señorita, no trae ni papel ni lápiz”.


La reina roja de Tlatelolco

Yo escarbé en mi bolsa como gallina y de verdad, no traía ni papel ni lápiz”. El libro recientemente publicado, Miguel Covarrubias, vida y mundos (Era, 2004), rescate hemerográfico de Antonio Saborit, es, además de invaluable testimonio del periodismo cultural de los cincuentas, una radiografía del trabajo juvenil de Elena: preguntas parcas, directas, sin florituras ni alardes... e impresiones francas hasta la crudeza de sus entrevistados, una insolencia que lejos de moles­tar, enternece. A Rosa Rolando, la amante del artista plástico, la des­cribe en los siguientes términos: “(...) fue algo así como su Tanagra doméstica, su escultura de a deveras, su rosa cotidiana, su flor profunda y carnal.” Elena incursionó en la literatura en 1973 con Lilus Kikus. Se supone que debía sentirse apabullada por la sombra de su bellísima tía, la poeta Pita Amor —de quien realiza un despiadado retrato en Las siete cabritas (Era, 2000)—, pero Elena nunca ha sido competitiva. Fueron sus libros testimoniales y periodísticos los que revelaron su cara seria y profundamente comprometida: La noche de Tlatelolco y Fuerte es el silencio. Su ostensible

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adhesión ideológica al comunismo —que le mereció entre sus parien­tes el apodo de “Reina Roja”—, con la que hasta la fecha comulga, está implícita en su novela Tinísima, la biografía novelada de la fotógrafa italiana Tina Modotti, donde hasta las señoras ricas que atiborran los talleres literarios de Elena suspiraron por el subversivo y sexual Julio Antonio Mella —“Los cubanos aman con su sexo. Salen a buscar a las mujeres; las alientan con su sexo. Mella así amaba a la universidad. La tomaba en brazos, la detenía en la esquina, la poseía, filtraba el sol por sus ventanas”—; es esta la novela erótica de Elena Poniatowska, donde Julio y Tina, arrebatados desde la primera mirada, se aman de pie. En 2001 gana el Premio Alfaguara con la bildungsroman La piel del cielo, una ficción en torno a su esposo, Guillermo Haro, rebautizado como Lorenzo de Tena. Recrea Elena un México fluctuante, el de los Buicks, los guantes y los vendedores de toques, que crece aceleradamente entre los años veinte hasta casi los albores del siglo XXI, con un protagonista varón de intensa vida amo­rosa, idealista furibundo que se refugia en las estrellas.

Eve Gil. Narradora, ensayista y periodista cultural. Autora de Hombres necios, El suplicio de Adán, Réquiem por una muñeca rota, Cenotafio de Beatriz, Electra masacrada, entre otros libros. Ha colaborado en Etcétera, Saberver, Hoja X Hoja de Reforma y muchas otras. CULTURA URBANA 83


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Imágenes del 68 Leo Mendoza

El Movimiento de 1968 trajo consigo muchas manifestaciones artísticas en diversos puntos del mundo. En el cine francés dejó su marca. En el cine mexicano trajo el deseo de registrar el momento, trajo la producción de documentales de muy alta calidad; de piezas cinematográficas que mostraban el espíritu vivo del cambio. El cine documental refleja un viaje de lo épico a lo íntimo y parece desvelar historias y respuestas que estuvieron ocultas para los cineastas de años anteriores

La primera secuencia de Zabriskei Point, la única película que Antonioni realizó en los Estados Unidos y en la cual contó con el apoyo un admirador llamado Sam Shepard, es una discusión entre va­rios grupos estudiantiles —negros, radicales, feministas—en la que, en un momento particularmente duro el protagonista, encarnado por Mark Frechette, se levanta para decir que él sí está dispuesto a morir por la revolución, pero no de aburrimiento. De alguna manera, el maestro italiano reflejaba —en 1970— mucho de lo que había sido el movimiento sesentaiochero que, en realidad no fue uno sino muchos y que educó a varias gene­ raciones para la acción, a no creer sino a hacer; a tomar las cosas en sus manos. Curiosamente, en el caso del cine francés, la nouvelle vague comenzó a ser reconocida desde principios de los años sesenta, es quizá el estallido del 68 lo que los fortalece aún más como grupo y aun cuando muchos autores se integran al movimiento es poco lo que queda de ese compromiso cinematográfico: a Godard, quien crea el colectivo Dziga Vertov en pleno mayo parisino, se le olvida ponerle rollo a su cámara y la única copia de la película de Philippe Garrel desaparece misteriosamente. De ahí que todas las imágenes de la rebelión parisina siempre nos parecen nuevas.

Es evidente que, en cuanto al cine —y quizá en muchas otras cosas—, los efectos del 68 son posteriores aun cuando la forma de hacer cine que lo identifica —el free cinema inglés y la nouvelle vague francesa— son anteriores al movimiento, lo prefiguran. No hay que olvidar que el mismo Godard filma en 1967 Le Chinoise, una cinta que anticipa las revueltas estudiantiles en la que un grupo de jóvenes maoístas parisinos deciden formar su propia comuna. En México la voluntad de registrar en cine al Movimiento encarna también algunos de los valores por lo que se lucha: la parti­ cipación es prácticamente horizontal y hay un deseo muy claro de dar testimonio del hecho como puede verse en El grito, documental dirigido por Leobardo López Aretche, quien dos años más tarde se quitaría la vida. Aun cuando López Aretche aparece como director en los créditos la película fue una tarea que se echaron a cuestas los alumnos del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, apenas nacido. En la lista de quienes participaron se encuentran los nombres de muchos otros cineastas en ciernes: Rovirosa, Jozkowicz, Castanedo, Kamffer, Leduc y Mora, algunos de los cuales, curiosamente, participarían también en el levantamiento de las imá­ genes oficiales tomadas sobre la Olímpiada de México 68. El Grito fue resultado del mismo Movimiento pues, una vez que los jóvenes

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Imágenes del 68

Leo Mendoza

estudiantes de cine decidieron incorporarse a éste, se filmó desde adentro el desarrollo de éste así como se intentaron crear formas novedosas de comunicación cinematográfica y política. Se produjeron así una serie de documentos audiovisuales, con una edición muy ágil, titulados Comunicados. La filmación del Movimiento va a provocar, a la larga, el surgimiento de un cine documental de denuncia política que llega hasta nuestros días: Óscar Menéndez realizó varios documentales en torno a los sucesos del 68 mientras que otros cineastas se empeñaron en producir un cine militante que mostraba que, a pesar de la represión desatada contra el Movimiento, sus ideales políticos continuaban vivos. La idea de este cine politizado se encuentra aún presente en las realizaciones de Carlos Mendoza. Pero sin una in-

te ese tiempo, se hizo habitual la conformación de cooperativas de producción como una respuesta a una industria voraz. Un pequeño grupo de cineastas abandonó por completo los circuitos tradiciones y se refugió en el súper 8 quizá como una ma­ nera de resistir. Es un cine casi instantáneo que estaba condenado a desaparecer y que sin embargo reflejó de manera muy clara el espíritu de la época. Oscar Menéndez, quien realizaba y modificaba al paso de los acontecimientos la cinta Únete pueblo, tomó con una cámara de ocho milímetros imágenes de la matanza en Tlatelolco y de los presos políticos en Lecumberri mientras que Sergio García, quien quizá haya sido el último superochero, producía delirantes y subversivas películas de ficción como ¿Ah, verdad? o Un toque de roc.

cidencia tan directa, muchos documentales reflejan la problemática social, se abren hacia temas anteriormente prohibidos y continúan esa exploración hasta llegar a una suerte de introspección inquie­ tante. Resulta curioso ver cómo el cine documental mexicano —con todas sus excepciones, como siempre ocurre— parece reflejar un viaje de lo épico a lo íntimo; un viaje a la semilla y a la búsqueda de los orígenes que, aun cuando no parece tener una relación directa con el Movimiento, sí tiene sus orígenes en los efectos posteriores al 68 en donde la historia privada se hace pública, se diversifican los discursos, se vuelve los ojos a donde antes no había nada y surgen historias, hechos, acontecimientos que estaban velados para la mayoría de los cineastas. Al igual que en otras partes del mundo el cine en México vivía en ese momento un profundo cambio, impulsado sobre todo por la crea­ción del grupo Nuevo Cine y por el surgimiento de una gene­ ración de cineastas mucho más arriesgados en cuanto a sus propuestas formales, quienes tenían en Luis Buñuel una especie de padrino simbólico. No obstante, el movimiento estudiantil —que es también un ejemplo de la ruptura y continuidad que hay en nuestra historia— tuvo que esperar muchos años para convertirse en ficción. Aun así habría que señalar que influyó directamente en el cine que posteriormente se hizo tanto en su discurso como en la des­ cripción de un universo periférico y en las imágenes que algunos de los cineastas lograron construir, sobre todo en la siguiente década. Incluso permeó a las mismas formas de producción pues, duran-

Y precisamente en el terreno de la ficción, tras la represión de­ s­atada contra el Movimiento, también se realizaron cintas donde tenían cabida la crítica social, el desencanto, los discursos idealistas y aun demagógicos. Digamos que el discurso cinematográfico se politiza en buena medida aunque muchas veces, lo hace bajo cobijo de la llamada “apertura gubernamental”. Lo que, por supuesto, no le quita su eficacia: dos películas de Felipe Cazals exploran casi diez años el universo opresivo que se vivía en el campo mexicano precisamente en 1968 y el asfixiante mundo carcelario. Se trata, por supuesto de Canoa y El Apando, ambas realizada en 1975. Sin embargo, una de las primeras películas de ficción que retrata el espíritu sesentaiochesco es El cambio de Alfredo Joskowicz en donde la idea de una posible transformación vital en un mundo idílico se ve truncada por la represión y la violencia. El desencanto ante la anulación del Movimiento está presente en estos dos jóvenes que se asfixian un mundo hipócrita que, en cierta medida, les ha cerrado las puertas. No hay que olvidar también las bizarras interpretaciones de Rafael Corkidi —alumno y colaborador de Jodorowski—quien introduce ele­mentos fantásticos, surrealistas, lleva a la pantalla una ima­ ginación desbocada y, sin embargo, fallida porque, dicen algunos, interpretaba los sueños políticos de algunas personalidades públicas. En todo caso, las imágenes que Corkidi logra sí tienen que ver con el mundo del 68: la revolución, el cambio, la lucha por un mundo mejor que se asoma en medio del caos primordial que rodea a Aun­ dar Anapu y Pafnucio Santo, cintas delirantes como el mismo sueño.

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Imágenes del 68

Quiérase o no, el sesenta y ocho deja su huella en el cine. Muchos de los cineastas que se aventuran a hacer cine parti­ ciparon abiertamente en el movimiento como es el caso de Paul Leduc. Pero hacia los años 70 toda una generación de cineastas que vivieron el movimiento o fueron testigos de éste están en activo: Jorge Fons, Gabriel Retes, Arturo Ripstein y Jaime Humberto Hermosillo. Sin embargo son pocos los que se atre­ ven a mencionar al 68 por su nombre. Sólo con el paso del tiem­po, más de 20 años después, Fons plasmará su visión de la matanza del 2 de octubre en la cinta Rojo amanecer, donde una familia de clase media de Tlatelolco vive en carne propia

Leo Mendoza

la represión desatada, pasa horas de angustia mientras, allá abajo, la ciudad se convulsiona. Fueron necesarios 21 años para que Tlatelolco apareciera en la ficción cinematográfica mencionado con su propio nombre. Sin embargo, los efectos de aquel momento se notaron de manera inmedia­ ta, cambiaron de una u otra manera la perspectiva de muchos directores y algunas formas de hacer cine y, sobre todo, abrieron espacios para nuevas voces, temas, problemas. Como su propia definición, el Movimiento del 68 fue, más que respuestas, preguntas y esas preguntas, para bien o para mal, muy pronto habitaron en las pantallas del cine mexicano.

Leo Mendoza. Periodista, narrador y guionista. Autor de los libros de cuentos Relevos australianos, Mudanzas y Borges y el Che y otras historias hechizas.

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Recuerdos Eduardo Mosches

El golpeteo de agua sobre las rocas azul espumeando algunas ruinas romanas acompañaban la mirada el mar refunfuñaba levemente. Hojas de tabaco mezclándose con oscuras migas de hachisch se enrollan en el papel la lengua da una pasada rápida giran los dedos inhalamos el humo. Conversamos reímos el recuerdo de cadáveres y olivos a veces entorpece la mirada. La angustia es evadida por un tiempo

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Recuerdos

Eduardo Mosches

rodeo dejarla escurrir como arena entre los dedos. La juventud y su músculo arañaba algún próximo amanecer. El olor a los graffitis parisinos se nos mezclaba en la pólvora de las boinas cubanas. Las diminutas nubes se afinaban gasa perdida mientras el mar seguía cosechando olas y pescadores fatigados. El tiempo se escurría como nieve en el trópico.

Eduardo Mosches. Poeta. Director y fundador de la revista Blanco Móvil. Autor de los poemarios Los lentes de Marx, Los tiempos mezquinos, Viaje a través de los etcéteras, Como el mar que nos habita y otros. CULTURA URBANA 89


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Aforismos Javier Ludlow

* Las frases que brotan del inconsciente repetidamente, que ya hemos intentado podar hace varios años, insisten en crecer para ser escritas. Estas hiedras atemorizan no sólo por la visión atemporal con la que nos enfrentan pero también porque nos exponen al mundo como incapaces de arreglar el propio jardín y, peor aún, ni siquiera podemos abandonarlo a su propio designio. * Quien argumenta la gracia, como si estuviera seguro del porqué de la existencia, es el que se estira y se estira y cada vez le molesta más la espalda. Duda una y otra vez si para su columna a mayor fortaleza le seguirá mayor fortaleza. Los discos lumbares siguen tronando, a falta de fe, en estiradas que insisten en recordar algún sentido. * Quien se ennecia en decir aquello que no le ha tocado, aquello que ronda su cabeza pero aun no ha descifrado, es como quien aprie­ ta en el baúl todo lo que quiere olvidar y acaba por botarlo todo después de usarlo efímeramente. Como si quisieras armar una gran esfera en el cielo de tus palabras y sólo tenías que voltear de pasa­ dita para observarla. * Hay quien defiende el suelo bajo sus pies, hay quien defiende el cielo bajo sus cabezas; lo mismo, al final defendemos estar parados y caminar erguidos. * El cepillo de dientes, la expiación de la lengua, sirve al decir verdad cuando dices mentí porque no todo es aliento.

* Últimamente cambias mucho de máscara por un temor narcisista colectivo: cada vez que te espías te atrapas con la de otro que se parece a la tuya y que se está espiando. * La duda constante sobre la telepatía reside en los ciclos del pensamiento que imposibilitan los puros enunciados concretos, los diá­ logos discursivos infinitos con sentido finito y los cantos perennes. * Odiar al hombre, sus debilidades, su autocomplacencia, su falta de conciencia, en general la historia de sus errores es una cosa (tal vez inevitable). Pero sentirse separado de éste, de los otros que bien podríamos haber sido, o somos, nosotros, es como quien hace bizcos pero no quiere verse la nariz. * El alcohol no es un vicio del mal, en realidad sigue siendo una cuestión de honor cuando al beberlo se sigue levantando el pecho. * La sociedad no funciona, el sistema no funciona, la vida es un pro­ blema. Reconocerse en estas aseveraciones para fragmentar aún más el yo es la matraca con la que cada uno de los nosotros ha de celebrar que el mundo cambia solo. * Los únicos escritores jóvenes, sin importar la edad, son los que siguen masticando la pluma y no escriben sus ideas. * La muerte es el chisme del que todos hablan, nadie sabe nada, pero se dedica a todo.

Javier Ludlow. Es poeta y ensayista. Cursa la carrera de Letras Inglesas en la UNAM y estudió en la Escuela Dinámica de Escritores. Es miembro fundador de la Editorial Lenguaraz. CULTURA URBANA 91


Librario

Alejandra García PENSAMIENTO

POESÍA

MATEMÁTICAS

George Steiner y Cécile Ladjali, Elogio de la transmisión. Ediciones Siruela, Madrid, 2007, 165 pp. (Biblioteca de Ensayo).

César Vallejo, Poesía completa. Editorial Axial, México, 2007, 390 pp. (Colección Vida en Letras).

La crisis de nuestro tiempo, manifiesta en muchos y muy diversos planos, es esencialmente una crisis del lenguaje. Las palabras dicen poco y generalmente lo dicen mal. Falla la gramática, la gramática del mundo. Los seres humanos se alejan del silencio para ensordecer entre el ruido electrónico. Detrás quedan los autores clásicos, referencias salvadoras acaso, motores en marcha que no termina. Este libro es una larga y lúcida conversación entre una brillante profesora de un suburbio parisino y un crítico literario de la mayor influencia en el mundo, autor de clásicos modernos en su género.

A setenta años de su muerte el poeta peruano César Vallejo es cada vez más recordado. Se trata de un poeta seductor, de ritmos duros y resonantes, y al mismo tiempo un poeta difícil, de imágenes complejas, de raro poder inventivo. El sexo, una visión hete­ rodoxa de lo sagrado, la muerte y el destino del sobreviviente: un mundo oscuro, de huidiza luz poderosa que navega en ondas afiladas, punzantes. Esta edición está bien prologada por Carlos Estévez y contiene, desde luego, los libros célebres del poeta: Los heraldos negros, Trilce y España aparta de mí este cáliz, poemas escritos a la luz y la sombra de la Guerra Civil, en la que Vallejo participó en las huestes republicanas.

Hans Magnus Enzensberger, El diablo de los números. Traducción de Carlos Fortea, Diseño e ilustración de Rotraut Susanne Berner. Ediciones Siruela, Madrid, 24ª. Edición, 2007, 257 pp. (Colección Las Tres Edades).

POLÍTICA

ESCRITURA

CONTRACULTURA

José Felipe Ocampo Torres, PEMEX / Mitos, realidades, testimo­ nios y propuestas. Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2007, 312 pp. (Colección Reflexiones).

Delia Juárez, selección y edición, Gajes del oficio / La pasión de escribir. Selección y edición. Cal y arena, México, 2007, 449 pp.

Jorge Pantoja, idea y compilación, Cuando el Chopo despertó, el dinosaurio ya no estaba ahí / De cómo nació la idea del Tian­ guis del Chopo. Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2007, 99 pp. (Crónica Urbana).

Al fantasma, falaz y oprobioso, que ha recorrido el país: el fantasma de la privatización de la industria petrolera, se ha opuesto un número más que considerable de argumentos que, más allá de la justa razón histórica, fundada en la soberanía y en las mejores luchas populares, demuestran la necesidad de que PEMEX alcance niveles de desarrollo óptimos mediante el trabajo y la tecnología mexicanos. El autor, experto en la materia, ha laborado más de tres décadas en aquella empresa paraestatal y se mantiene en actividad, en el campo de la consultoría. Un pertinente y brillante texto de la economista Ifigenia Martínez sirve de prólogo en el volumen.

A los escritores les ha gustado siempre escribir acerca de su propio oficio. Delante de su espejo, precisan manías, obsesiones, esperanzas, filias. A Gustave Flaubert, por ejemplo, le parecía degradante publicar lo que hacía… Delia Juárez, ensayista y traductora, se puso a reunir una serie de ideas de escritores mayores acerca de su trabajo, el arte, la vida. El resultado es este libro formidable, rebosante de perlas que adornan a gente como Pessoa, Camus, Nervo, Faulkner, Neruda, Pound, Bioy Casares, Thomas Mann, Kafka, Lispector, Capote, Thomas, Yourcenar. Un libro perturbador y estimulante.

Discos, cidís de culto. Ríos de chavos que parecen vestidos para ir de compras pero al revés. Al diablo las prendas de marca, los cortes de estilista caro, los deportivos estacionados en ordenada batería. El Tianguis del Chopo está en el centro de la ciudad, en un barrio proletario o de clase media que a duras penas ai’ la va llevando. Recuperación de la ciudad mediante gustos distintos, que van en contra… Textos de Monsiváis, Pérez Cruz, Roura, Arana y otros que se suman al ritual. El dinosaurio original se ha ido, ahora sobrevuela. Criaturas de una nueva historia en el ambiente del Museo universitario.

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Con gracia y gran pericia didáctica el excelente escritor alemán Enzensberger consigue una asombrosa introducción al gusto por conocer el mundo de las matemáticas. No hay tema de entre los básicos de esta ciencia que escape del tratamiento del autor. Hay imaginación, transparencia, una efectiva forma de enseñar que los números y sus secretos no están más que en las planicies de nuestras mentes, y que nuestro trabajo, entretenido y enriquecedor, ha de consistir en ponerlos en relación. Como en un juego, ni más ni menos. Hará bien el lector en llevar un ejemplar a su casa.


A la venta en las librerías más prestigiadas de la Ciudad de México y Guadalajara: Gandhi, Péndulo, Sótano, F.C.E., Librerías Coyoacán, Educal, Librerías de Cristal, Librerías de la Jornada, Librerías Gonvil (Guadalajara)



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