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Andrés Villafrade

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Waldino Fosca

Waldino Fosca

John F. Kennedy.

Recuerdo la venida del presidente de los Estados Unidos. Aquel era un hombre alto, hermoso, en su carro último modelo, saludando. Kennedy no existía, él nos regaló el barrio y el nombre del barrio. Nosotras, mujeres solteras, madres cabeza de hogar, hijas sin padre, llenas de hijos sin esperanza, John F. Kennedy nos dio ilusión, nos dio casa, nos dio un barrio donde vivir, nos dio una plaza de banderas que no era suya.

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El reparador de cosas viejas

“SE ARREGLAN LAS LAVADORAS, LAS BRILLADORAS, LAS LICUADORAS, LAS PLANCHAS, LAS ASPIRADORAS, LAS OLLAS A PRESIÓN”.

Ahora nada se arregla, mi padre sigue luchando para reparar las cosas viejas, pero yo ya no estoy con él.

¡Nos vamos de aquí!

La Súper Dos es nuestro conjunto cerrado. Cuando edificaron nuestro paraíso, la constructora no pudo sacar las ratas, ya que eso incrementaba nuestros costos, entonces dejaron unos 50 centímetros de hueco en cada primer piso y metieron gatos, cientos de gatos para acabar la plaga de ratas. Los gatos vivieron plácidamente hasta que los hombres se pasaron y metieron sus perros, cientos de perros, ahora no se puede dormir, chillidos de ratas, gatos en celo, ladridos de perros, peleas campales ¡No vamos de aquí para La Súper Siete! allí solo hay gatos por el momento.

Desde la una hasta las cuatro

Cuando éramos niños la televisión se fragmentaba, se rompía, se iba a extraños y arcanos lugares. Nuestra infancia transcurría (no muy diferente a hoy día) entre juegos de calle,

amores más allá de Romeo y Julieta, de Werther y Charlotte… nosotros estábamos habituados a ver en la pantalla chica una sopa de moscas, el gris con un sonido eléctrico que anunciaba que era hora de ir hacer tareas, de salir a jugar yermis, u otro juego con el que el capital era de cero o menos. “Hasta la cuatro” decían nuestras madres, salíamos, corríamos, jugábamos tres huecos, escondidas, policías y ladrones, hablábamos de nuestras casas y nuestras mascotas, estábamos felices de ser niños, de ver niñas jugar por igual, luego corriendo, nos despedíamos, llegábamos a casa, las moscas y el sonido eléctrico pasaban a grandes franjas verticales de inmensos colores, sabíamos que la TV volvía a arrancar: El tesoro del saber, Niños en crecimiento, Cuentos orientales, Noppo y Gonta… aquellos programas llenos de ilusión, carros de cartón y nuestra infancia tres horas suspendida en el tiempo.

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