Sahara, una experiencia inolvidable

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Arturo J. Gonzรกlez Suรกrez

Sahara Una experiencia inolvidable


Título original: Sahara, una experiencia inolvidable Primera edición: Diciembre, 2007 Diseño de cubierta: Arturo J. González Suárez Copyright de texto y fotos: © 2007 Arturo J. González Suárez www.arturogonzalez.net ag@arturogonzalez.net Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

Editado por el autor en Lulu.com Impreso en el Planeta Tierra


Dedicado a la familia Bergeron, enamorados del Sahara Occidental y culpables de transmitirnos esa pasi贸n. Y en especial a Martha, a pesar de que no ha conseguido que yo respire con el est贸mago.


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Contenido Introducción ........................................................................................................................................................................ 9 Arquitectura ....................................................................................................................................................................... 13 El Santón y El Pozo ......................................................................................................................................................... 31 Horizontes y dunas........................................................................................................................................................... 45 El desierto en infrarrojos ................................................................................................................................................. 67 Tarfaya ................................................................................................................................................................................ 75 Los petroglifos de Saguia El Hamra .............................................................................................................................. 87 Naila .................................................................................................................................................................................. 105 Oasis L’ Messeied............................................................................................................................................................ 125 Las gentes ......................................................................................................................................................................... 139 El zoco.............................................................................................................................................................................. 161


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Introducción En la primavera de 2005 viajaba, pero no había descubierto lo útil que era tomar notas durante los viajes. Notas que servirían para recordar nombres de personas, de lugares o de objetos. Notas que servirían para revivir emociones y estados de ánimo. Notas que servirían para poder rellenar estas páginas con algo más que errores derivados de mi falta de memoria crónica y de refritos de emociones posiblemente adulterados con otras emociones superpuestas. Seguramente más adelante cometeré esos errores queriendo manchar estas hojas con impresiones y datos. Pero todavía recuerdo con claridad y con intensidad cual fue el origen de mis dos viajes al Sahara Occidental y más concretamente a su parte septentrional. Ahora es una cadena de amigos, pero en su origen fue Manuel Navarro quien propuso este destino para un posible viaje del recién formado Fotomeeting. Y lo propuso porque la esposa de un compañero de trabajo suyo en el Aeropuerto de Las Palmas es Martha Bergeron, hija del matrimonio Bergeron que después de vivir muchos años en esta zona de África, tenían arrendado un Oasis cerca de El Aaiun con la intención de convertirlo en un destino turístico cultural y de aventura; y en todo caso de tranquilidad. La propuesta de Manolo, tuvo poco éxito. Ni siquiera mi mujer pensó que era una buena idea meterse en una tienda de campaña para dormir, pasear por una zona políticamente incierta, musulmana y tercermundista. No obstante, mi hija María Teresa aprovechó la situación y juntos volamos a Las Palmas para unirnos a Manolo y su pareja de entonces, Cristina y emprender el primer viaje en Marzo de 2005. Se crearon el aquel primer viaje muy buenas relaciones con Martha y establecimos el vínculo suficiente para ser invitado a un segundo viaje en el mes de Mayo. Era un viaje que ya contaba con un grupo de canarios y al que se unió mi amigo Higinio Coronel. Fue un viaje ligeramente diferente, y desde luego tuvo muy mala luz para la fotografía: a la falta de contraste del desierto se le unió un cielo gris que todavía uniformizó más los tonos; pero para mí fue fantástico poder volver para ver con ojos más tranquilos y menos sorprendidos una realidad a la que sólo le he podido acariciar la piel.


No habrá más viajes al Oasis L’Messeied. Los Bergeron dejaron el lugar y recientemente falleció Ernest, el padre. Tampoco me parece probable que haya más viajes al Sahara Occidental, porque ahora sé que gran parte del atractivo estaba en los Bergeron. Fotográficamente, el Sahara Occidental no es muy agradecido, tampoco es suficientemente variado. Se salva la reserva de Naila, pero hablando con exactitud, está en Marruecos; y además, la fotografía de fauna ya no me atrae tanto como en aquellos meses. La huella española, de cuando fue provincia tras un no demasiado largo periodo de posesión militar ya no es evidente. Está abandonada y se ha mimetizado con el entorno. Así que para sentirla, hay que llevarla puesta de casa. Pero con todo, ese viaje no puede dejar indiferente a nadie, y desde luego no me dejó a mí. Se unen muchos factores. Los más importantes para mí, al principio, fueron de un lado la vieja españolidad y del otro la idiosincrasia de la zona, una zona sin demasiado sentido per sé, donde parece que la “civilización” se quiere imponer sobre una forma de vida más primitiva, tribal y desde luego independiente por historia y vocación. Y parece que los habitantes soportan esa intromisión con mucha resignación o incluso con decidida indiferencia. Sólo los que pueden sacar partido de la marroquinización del área o de su polisarización parecen activos. El resto, la población real, sigue con su vida de siempre, intentando hacer lo mejor para subsistir o si es posible progresar a base de añadir a las formas de vida tradicionales las oportunidades que la misión de la ONU, el incipiente turismo o el limitado comercio proporcionan. Y la vida pasa, y pasa a un ritmo lento, como parece que ha sido siempre. Caminando poco a poco en busca de los pastos para el ganado, una metáfora que resume lo que allí sucede. El movimiento lento que va en pos de las oportunidades que aparecen. Parece una tontería, pero uno se imagina el desierto como una sucesión interminable de grandes dunas de arena y eso es allí la anécdota. Lo frecuente es el pedregal, seco y polvoriento, salpicado de acacias espinosas y vencidas por el viento. Y uno piensa en la ausencia absoluta de agua, pero el agua está, en el subsuelo y en la humedad de la noche, y desde luego en otros tiempos ha estado en abundancia en la superficie, formando unos ríos de lechos monumentales. Un par de ejemplos de por qué es una experiencia inolvidable. Lo anterior, lo preconcebido, no sirve.

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Arquitectura La arquitectura del Sahara Occidental debería ser la jaima, la tienda de campaña hecha, en el mejor de los casos, con tiras tejidas con pelo de camello, pero la presencia francesa y sobre todo española ha dejado vestigios de construcciones militares y la ocupación marroquí está convirtiendo las poblaciones en algo parecido a ciudades. Se promueve el sedentarismo de la población autóctona, o probablemente lo que se pretende es aburguesarlos y alejarlos de las influencias geográficas del Frente Polisario con el regalo de una chabola y una antena parabólica y así va creciendo El Aaioun, que en el dialecto Hassania significa ojos o manantiales, y que ha pasado desde los 15.000 habitantes de 1.968 a los más de 200.000 de la actualidad. Calles sin pavimentar, casas bajas y algunos edificios monumentales puestos allí por Marruecos para dejar sentir su presencia. La mezquita principal, con sus artesanos alrededor; el conservatorio y el museo etnográfico, la plaza central. El viejo parador español convertido en hotel y algunos otros establecimientos hoteleros de escaso atractivo. Las mezquitas no son tan persistentes como en otros países musulmanes y todavía el ambiente predominante es el de la colonización española. Aquello recuerda a lo que ya hace mucho tiempo eran algunas zonas de las Canarias o las ciudades de Ceuta y Melilla. Las medias lunas terminan muchas construcciones, esa sí es una constante y el color rojizo, el color ladrillo, es el que domina la ciudad. Poco verde, poco negro de asfalto. Blanco y ladrillo bajo un sol luminoso incluso detrás de las nubes cuando las hay. Pero en cuanto nos alejamos de las ciudades, las chabolas de madera, cartón y hojalata diseminadas por el desierto o cerca del mar, junto a las jaimas se me antojan más naturales. Una o dos construcciones y un pequeño cercado para las cabras. En algunos casos algunos dromedarios comiendo espinas de acacia por las cercanías.


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El Santón y El Pozo El origen del Islam en el Sahara Occidental procede de la migración de árabes y beréberes hacia el Magreb que tuvo lugar en el año 450 de la Hégira, promovida por el fundador de Marraquech y Singetti con la intención de declarar la guerra con el Sudán. Fueron convertidos al Islam y divididos en tres clases: arriba los guerreros, en el centro los Zuaia, dedicados al saber y tributarios de los anteriores, y en el lugar más bajo los Beréberes, ocupados en el pastoreo nómada. La fe musulmana que se profesa aquí es la Ortodoxa Malaquita. En determinados parajes del desierto encontramos lugares sagrados donde, en tiempos, habitó algún santón que congregaba fieles nómadas a los que reforzar su fe. En algunos casos, como el presente, llega a haber una mezquita y una construcción con las tumbas del santón y sus descendientes, en otros es la leyenda y algunas tumbas apenas reconocibles las que nos indica lo que allí sucedió. Ese será el origen de la ciudad de Smara. Los oasis son los puntos de vida donde el agua del subsuelo vuelve a la superficie. Provoca una pequeña isla de verdor, pero sirve de abrevadero para las manadas de dromedarios que caminan por esta zona siguiendo las lluvias y los efímeros pastos que verdean a continuación. Esto que sucede con una razonable regularidad, se para en el verano y ahí es donde los ganados sufren cuando el invierno y la primavera no han sido lo suficientemente alimenticios. Este oasis que llamamos El Pozo, por tener uno bien visible, tiene aledaño un pequeño mar de dunas y fue muy agradable practicar alguna de las siete formas de sentarse, la mayoría de las cuales son de recostarse, o incluso de acostarse, sobre la hierba tras haber comido unos abundantes pinchitos de cordero asados a la brasa allí mismo.


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Horizontes y dunas Habitualmente los horizontes son interminables, pero a veces, las dunas los ponen muy cerca y la vegetación que crece en cuanto sospecha la presencia de agua rompe las líneas en la lejanía y crea paisajes íntimos. Esta zona del Sahara cuenta con el horizonte del mar, el horizonte del desierto y el horizonte del enorme costurón que es el lecho seco del río Saguia El Hamra. La famosa cinta transportadora de los fosfatos de Bucrá también formará un horizonte artificial visto a lo lejos. Pero las dunas son lo que hechiza las miradas, con sus formas sinuosas, sus cambios de color, las manchas de salitre y sus cabelleras al viento a poco que se mueva el aire. Hubo que buscarlas, tanto en El Pozo como en Naila y nos sirvieron de botón de muestra para ensoñar con otras mayores en otras zonas de este inmenso desierto que cruza África de Este a Oeste. Los días son de un abrasador sol que lo seca todo, pero al atardecer la oscuridad trae también la humedad y el silencio, un silencio sobrecogedor bajo millones de estrellas brillantes. La temperatura baja mucho y obliga a cubrirse con todo aquello que por el día estaba de más. La noche del desierto suele estar despejada aunque durante el día haya estado nublado y la humedad va perlando los arbustos. Por la mañana, es frecuente que aparezca una niebla terrera que tarda en despejarse. Los horizontes amplios que hacen que los nativos tengan pocos problemas de vista, ya que la ejercitan desde el primer plano hasta el infinito careciendo de planos intermedios, apenas se ven interrumpidos por las dunas que son mucho menos frecuentes que lo que nos podíamos imaginar. Hay únicamente dos cadenas de dunas que cruzan el Sahara Occidental de Norte a Sur. Su anchura varía entre 8 y 10 Km. La mayor empieza en la costa de Tarfaya mientras que la otra parte de Puerto Cansado. Los alisios las empujan siempre hacia el Sur. Las dunas mayores, llamadas médanos o barkhanas, en muchas ocasiones tienen forma de media luna con las puntas apuntando hacia el Sur, lo que constituye una forma de orientación.


Pero sea en las dunas o en los pedregales, la orientaci贸n es dif铆cil y no hay nada mejor que las huellas de un viaje anterior para seguir el rumbo del siguiente.

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El desierto en infrarrojos Es una forma de ver las cosas desde la perspectiva de los sueños. La fotografía infrarroja, al despreciar las frecuencias de la luz visible cambia los colores y deja unas imágenes en blanco y negro completamente irreales. La manipulación posterior añadiendo color artificial acaba por fantasear sobre una realidad de arena y acacias.


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Tarfaya La antigua Cabo Jubi de los españoles o Cap Jubi de Saint Exupery y sus colegas de la aviación francesa. Mucha historia, pero nada antes y nada ahora. Una especie de pueblo fantasma, con un puerto fantasma, un paseo marítimo fantasma y unas relaciones con un pasado, que si no glorioso sí al menos remarcable, cogidas con hilvanes. Puede que sea el paradigma de las relaciones entre estos pueblos norteafricanos y sus potencias coloniales, antes, y su mala conciencia, ahora. Da la impresión de que los planteamientos culturales, de cooperación de los países europeos sólo interesan aquí a los que directamente se benefician de ellos, pero son incapaces de ir más allá y beneficiar al resto de la población que, una vez más con aparente indolencia, siguen su vida lenta y resignada como si la cosa no fuera con ellos. La casa Mc Kenzie, el aeródromo francés, los cuarteles españoles; historia más o menos presente o más o menos olvidada. Mi padre, en los principios de su Alzheimer me hablaba de Cabo Jubi como el destino, no sé si militar o civil de algún antepasado nuestro que no llegué a poder concretar. Quizá fuera un recuerdo mezclado con alguna enseñanza de geografía de la época. Quién sabe. El caso es que en el segundo viaje, pudimos ver una espléndida exposición, diseñada, montada y financiada por varias compañías francesas que trataba sobre los inicios de la aviación postal gala. Allí aparecía Cap Jubi como escala de la línea entre Dakar y la metrópoli. A finales de 2006, encontré esa misma exposición en el Aeropuerto de Barcelona, cerca del M0, y la disfruté con mucha nostalgia mientras de reojo comprobaba que a casi ningún viajero le interesaba aquello. Era evidente que no habían estado en Tarfaya.


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Los petroglifos de Saguia El Hamra En realidad ya no están ahí, al menos no todos. Según me dijeron, se los habían llevado. A mi me parece una barbaridad, pero ahora que lo pienso, han tardado mucho en llevárselos. Era poético que pudiéramos ir a verlos en el mismo lugar donde habían permanecido miles de años. Bueno, tuvimos esa suerte. Sin duda las especies vegetales y animales que en tiempos remotos representaron sobre estas piedras da fe de un pasado climatológicamente muy diferente al actual. Tanto en el paleolítico como en el neolítico las precipitaciones debieron ser mucho más abundantes, así como la vegetación y por eso pudieron transitar por estas tierras elefantes, jirafas, rinocerontes, etc. Las pinturas rupestres de Tassili confirman este hecho y la espectacular anchura del lecho del seco Saguia El Hamra, también. Hoy es un río intermitente que apenas sirve para contener las avenidas que producen las lluvias torrenciales tierra adentro, provocando inundaciones paradójicas. El camino hacia Smara discurre por una tierra parda sembrada literalmente de pequeñas piedras negras, una variedad de pizarra que se ha ido partiendo y mágicamente se ha repartido casi uniformemente. Smara, más cerca del muro que nos separa del Polisario, más sensible a la política pero sin dejar de ser la perla del desierto y la ciudad santa de los nativos. En el dialecto hassania, Smara significa junco y probablemente proceda de los que, junto con palmeras y arbustos, crecen en la ciudad por efecto de la abundancia de agua. Parece que el origen de la ciudad data de 1898 cuando un príncipe árabe llamado Ma El Ainin, el Príncipe Azul, se encontró aquí con la tumba de un santón en un lugar ideal para poder vivir por su situación y por la presencia de agua.


Su intención fue hacer una ciudad dedicada a la cultura y a la religión, y para ello hizo construir una gran biblioteca donde reunió los mejores textos de la época. También construyó una mezquita dentro de su alcazaba. La única obra que no se pudo terminar fue el patio de las columnas que debía tener 81 de ellas. La mezquita y la alcazaba se conservan y es curioso que como material de construcción se utilizó la piedra negra tan abundante por los alrededores mezclada con barro. La ciudad antigua creció alrededor del palacio aunque hoy existe también una ciudad moderna cruzada por avenidas. En sus primeros días era lugar de descanso de las caravanas que cruzaban el desierto para ir a Mauritania, Marruecos o Argelia y siempre ha tenido una importancia comercial. La existencia de la tumba del santón, hace que Smara sea la Meca de los saharauis, su ciudad santa. El clima aquí es extremo, con altísimas temperaturas de día y frío por la noche. Una situación que se agrava con el Siroco o el Irifi, vientos que arrastran arena desde el interior del desierto, dificultando la visibilidad y haciendo difícil la respiración La familia de la esposa de Daha, nuestro conductor, vive en Smara y disfrutan de una buena posición así que tienen muchos cojines, muchas alfombras y muchos canales de televisión por satélite que pasan de arriba a abajo y de abajo a arriba para que lo notemos y el té con el que nos obsequian viene con leche, frutos secos, pastas. Vamos que se podría cenar con aquel recibimiento que encaja con la tradicional hospitalidad. Fue interesante observar las actitudes de unos y otros, hombres y mujeres, solteros y casados, europeos y africanos. Y pasear por el zoco caída la noche. Chavales con una sonrisa amplia, algo pícara, pero muy limpia. Y un viaje de vuelta terrible, por aquella carretera apenas asfaltada en un Land Rover procedente de las tropas españolas que con más de 30 años a cuestas rodaba a los sones de la música árabe, o de los rezos o conversaciones, o lo que fuera que Daha ponía una y otra vez en el radiocassette. Salimos tarde de Smara y se nos hizo interminable el regreso al Oasis, la guinda a un día muy denso.

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Naila Al norte de Tarfaya una ría conduce agua salada hasta muy entrada la tierra. Al final unas salinas, pero al principio una concentración de vida y verde que contrasta con las dunas que llegan hasta el Atlántico. Es la reserva de Naila que entre Enero y Marzo se llena de flamencos, garzas, cigüeñuelas y un buen surtido de aves migratorias. El resto del año se puede ver algún grupo que ya no migra y reside permanentemente en la reserva. Algunos pescadores sacan provecho de esas aguas y más de una patera habrá salido de allí rumbo a las Islas Canarias. Dicen que unas ruinas señalan el lugar donde se construyo la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, un enclave defensivo español erigido en 1477 para proteger los intercambios comerciales de los pescadores canarios con los nativos y que duró en pie hasta 1524 arrasada por los berberiscos. Pasar la noche en Naila es una de las cosas más agradables que se puede hacer allí, el fresco de la noche invita a la charla en la jaima y es estupendo no tenerse que calzar y descalzar una y otra vez.


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Oasis L’ Messeied A orillas del wadi Saguia El Hamra, cerca del cruce que va a Edchera a pocos kilómetros de El Aaioun, hay un pequeño oasis en cuyas pendientes está el campamento que durante una época fue de los Bergeron. Perfectamente adecuado para vivir cómodamente en plena naturaleza, con tiendas de campaña integradas en el paisaje, un hammam poco aprovechado, una piscina que no estrenamos y un cocinero de ensueño en la ciudad que nos mandaba los manjares recién hechos. Cerca de allí un yacimiento prehistórico y, como no, un puesto de vigilancia de la policía o el ejército marroquí. El oasis es un lugar donde me parece que se está mejor sólo que en compañía. Un lugar para descansar viendo las estrellas noche tras noche. Quizá sea este el lugar adecuado para contar sucintamente la historia saharaui de la familia Bergeron. Eleanor descubrió el Sahara a causa de que su marido Ernest trabajaba en la perforación de pozos de agua en esta zona desde 1978, con lo que había desarrollado muy buenas relaciones con el lugar y sus gentes. Así que se tomó un paréntesis de sus obligaciones como ama de casa en las Islas Canarias conde residía y se unió a su marido en El Aaiun, donde descubrió el oasis abandonado y se interesó vivamente en recuperarlo y ponerlo en valor. Con la idea de crear una reserva natural en la cabeza, la familia Bergeron empezó a restaurar las dos hectáreas de palmeral con el fin de ofrecer albergue y comida a todos aquellos que buscaran una ocasión de disfrutar de una auténtica experiencia en el desierto. Originarios de los Estados Unidos, (California y Louisiana), los Bergeron han viajado mucho hasta echar raíces en Las Palmas de Gran Canarias, donde viven dos de sus cuatro hijos.


Cuando yo conocí a Ernest, me dí cuenta de lo que era experiencia y conocimiento. Cuando pasé unos días con Eleanor, aprendí lo que es jovialidad, dulzura y energía. De Martha, buena amiga, baste decir que estuvo a mi lado cuando lo necesitaba.

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Las gentes Tanto los visitantes como los visitados. En el Sahara se habla un dialecto árabe llamado Hassania ya que los que lo introdujeron eran descendientes de Hasan Ben Abi Taleb, pariente de Alí, el yerno de Mahoma. Además de kábilas, tribus y grupos, en el Sahara Occidental se encuentran dos castas diferentes, los Malemin llamados por los españoles “majarreros”, que son los artesanos del desierto (plateros, talabarteros, etc.) cuyas mujeres trabajan el cuero y la lana. El malemin es el ser más inferior de la escala social. La otra casta es la de los Llaguen, los bardos procedentes de Mauritania que se dedican a componer poesías y canciones para vender a los ricos. Sin embargo, los más despreciados son los negros procedan de donde procedan, que se ocupan de los trabajos más penosos. Los más numerosos de entre los habitantes del Sahara Occidental son los descendientes de la familia Ergueibat. Se cuenta que en 1503 llegó a la región Sid Ahmed Ergueib, un sheriff piadoso, con la intención de aumentar la religiosidad de la gente. No le costó mucho conseguirlo y sus discípulos se situaban entre el Draa y Saguia El Hamra. Se casó con una mujer de la tribu Sel-lam de linaje árabe, tuvo tres hijos que también se casaron y con los diez nietos que le dieron se formaron las distintas fracciones de los Ergueibat: Los Suaad, Ulad Daued, Ulad Musa, Ulad Sej y Ulad Taleb que se extendieron por el territorio. En la actualidad quedan los Ergueibat Se Sahei y los Ergueibat Se Surg, a su vez divididos cada uno en diversas fracciones.


El saharaui viste una camisa ancha que le llega hasta los pies, de algodón blanco sin mangas y sobre ella lleva una túnica azul. Cubre su cabeza con un gran turbante que sólo deja destapados los ojos. El traje de las mujeres es algo semejante, con una gran pieza de tela multicolor que se anuda al cuerpo cubriendo también la cabeza. Lo complementan con muchos brazaletes de oro y plata en las muñecas y las mujeres casadas llevan también un brazalete en el tobillo. Aunque la indumentaria difiere según la tribu, el color azul de las túnicas es el predominante. También es costumbre que los nativos lleven colgada al cuello una cajita o bolsa en cuyo interior hay una frase o una sentencia de algún santón o morabito. La jaima es la construcción familiar de los nativos nómadas. Constituye la primera compra del recién casado y está confeccionada con varias tiras de tejido de pelo de camello, de cabra o simplemente de tejido grueso. Las mujeres mediante telares rústicos hacen esos tejidos. Esas tiras tradicionalmente son siete para la confección de una jaima y se llaman flich. El interior se cubre de retales cosidos estratégicamente como si se tratara de un trabajo de patchwork. Las jaimas se orientan hacia el sur sostenidas con palos. Dentro, el suelo se cubre con alfombras de esparto, junco o lana. Los utensilios domésticos que por fuerza son escasos se guardan en al assaudar o bolsa de piel de camello y tanto la bolsa como el menaje están pintados con dibujos de colores vivos. Por pobre que sea la familia, nunca faltan los utensilios para hacer y servir el té, con el que siempre obsequian al visitante. Ellos mismos lo toman varias veces al día y en cantidad abundante. Las familias más ricas disponen de juegos profusamente decorados que llegan a ser de plata. Fuera de las jaimas montan unos corrales con ramas donde guardan algunas aves, mientras que las cabras, y en algunos casos algún camello, rondan el campamento. En realidad se trata de camellos africanos o dromedarios de una sola joroba, que se usan para el transporte y para la leche, que es muy apreciada, más que la de las vacas. Cuando se les sacrifica, se aprovecha la carne, la piel y el pelo. El saharaui bebe mucho té, pero come poco. Son altos, delgados y fibrosos. Le gusta jugar a las Damas de Cuarenta, junto a una tetera al fuego, en silencio y concentración. Tomar el té es una ceremonia complicada y suelen tomarse tres tés diferentes, el refran dice que el primero es amargo como la vida, el segundo es suave como el amor mientras que el tercero es dulce como la muerte. Los pequeños vasos van y vienen sin respetarse quién los ha usado antes. También la leche de camella se pasa de uno a otro en un solo recipiente del que todos beben. Las mujeres conservan la costumbre de estar alejadas de los varones extraños, no se le saluda ni se la presenta. Está discretamente retirada, mientras prepara el té, ordeña la camella, cocina o cuida de los niños.

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El zoco Y la vida se agita en cuanto se pone el Sol y el calor da paso a las compras, las charlas, las idas y las venidas. Un zoco real, donde también se venden mercancías de primera necesidad, no como en otros lugares turísticos de fama mundial. Gente corriente buscando fruta, pescado, carne o unas zapatillas. Un lugar donde uno es el raro, el diferente, el intruso, el curioso. Bajo luces escasas y amarillentas, la vida bulle y a uno le encantaría darse un atracón de aceitunas.


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