ARTEBA REVISTA #2

Page 171

169 al siglo XXI de la personalización de las computadoras y, por ende, también de la individualización del acceso y de las formas del intercambio de información. Dyson especula que, en un futuro no lejano, ese pasaje puede tener un equivalente en las tecnologías de la vida. Él lo dice en términos festivos, casi redentores. Yo lo veo como algo riesgoso de lo que hay que tomar nota: el solapamiento de las tecnologías de la información y de la comunicación con las tecnologías de la vida, un matrimonio todavía más estrecho que el actual entre todos esos elementos. Al menos lo que yo detecto, entre las cosas que vengo rastreando, es ese encuentro entre tecnología y vida como espacio de intervención científica y económica por excelencia. Gustavo Grobocopatel[1] –la frase es muy tremenda– habla de una “economía de la fotosíntesis”. O sea, de una optimización total de la energía solar y de la energía verde mediante la homologación de las lógicas de la producción a las lógicas de la vida en un sentido genético, molecular. Con esto ya no estamos hablando de vidas en el sentido humanista, ni siquiera en el sentido foucaultiano de biopolítica. Estamos viviendo una nueva fase de una tendencia que tiene que ver con el control molecular de la vida. Por lo tanto, se estrechan esos procedimientos para que no sólo la vida sea puesta a trabajar –como decía Virno– sino que además se estructure un trabajo sobre la vida. Es el pasaje del a posteriori al a priori. Buena parte de la biotecnología está yendo hacia ahí. Y me parece que ahí hay algo por cuestionar y por disputar, aunque no necesariamente en términos de ludismo genético, pero sí con más fuerza de lo que se viene haciendo, porque los imaginarios de futuro del capitalismo pasan en buena medida por esas zonas. Las concepciones altamente optimistas de los nuevos biotecnólogos parecen ir en paralelo a los discursos catastrofistas, que también están vinculados, aunque inversamente, con la ultraexplotación de lo verde. ¿Qué relación hay entre ambos? Yo creo que en un punto hay un combate, no ya entre apocalípticos e integrados, sino entre apocalípticos y biotecnólogos. Lo risible es que, muchas veces, la ciencia innova como consecuencia de los desastres que ella misma va ocasionando. Por ejemplo, la investigación de las estructuras de ciertas plantas que, en condiciones de alta sequía, “resucitan” con muy poca agua es un modo de contrarrestar efectos climáticos que el propio desarrollo ha producido. Hay una tendencia del discurso empresarial a hacer hincapié en cierta sustentabilidad y en estrategias que garanticen la renovación futura de los recursos. En buena medida eso es una declaración, más que de intenciones, de protección de ciertos intereses. Si uno hace un mapa de los agronegocios o del extractivismo minero en la Argentina, va a encontrar muchas menciones a la preocupación por el medio ambiente, la explotación sustentable, etc. Pero claramente el compromiso no es equivalente al que tienen estas empresas con la búsqueda de la máxima ganancia. Las organizaciones ambientalistas y las que vienen hace años disputando con el modelo de la soja, del glifosato, del extractivismo, etcétera, plantean cuestiones en relación con la vida y su cuidado en las que están absolutamente en lo cierto. Mientras tanto, en las grandes empresas se insiste en que no hay daños, o bien en que hay soluciones que se están llevando adelante. En términos de futuridad, el discurso empresarial tiene siempre el gesto de prometer soluciones más o menos cercanas en el tiempo de aquello que hoy día es un desastre. No concibe una ética del detenerse.

EDITOR I A L VOLV ER A L F U T U RO I I

century as the century of communications and digitalization, of large computers that occupied vast surfaces—perhaps even buildings—to the twenty-first century, which has witnessed the personalization of computers and, therefore, the individualization of access to and exchange of information. Dyson speculates that, in a not so distant future, there might be an analogous passage in life technologies. He speaks of it in festive, almost redemptive, terms. I see it as something dangerous that must be duly noted: the overlap of information and communication technologies and of life technologies—an even tighter coupling of the two. As far as I can tell, of the things I have been following, that meeting of technology and life is the space of scientific and economic intervention par excellence. In a frightful phra-se, Gustavo Grobocopatel[1] speaks of an “economy of photosynthesis,” that is, of a total optimization of solar energy and of green energy by means of the seamless pairing of the logics of production and the logics of life in a genetic, molecular sense. That means we are no longer speaking of lives in the humanist sense, or even in the Foucauldian sense of biopolitics. We are living in a new phase of a tendency that has to do with molecular control of life. And that means that those procedures get narrower and narrower: not only is life set to work—as Virno said—but a work on life is structured. This is the passage from a posteriori to a priori. That is the gist of a lot of biotechnology. And I think there is something in that that must be questioned and contested—though not necessarily in genetic Luddite terms—with more conviction than has been the case thus far, because, to a large extent, these zones play a part in capitalism’s future imaginaries. The highly optimistic conceptions of the new bioengineers seem to run parallel to catastrophic discourses, which are also tied, albeit inversely, to the ultra-exploitation of nature. Is there a relationship between the two? I think the point of contention is no longer between those with apocalyptic visions and conformists, but rather between the former and bioengineers. The funny thing is that science often innovates as a result of the disasters that it has produced. For example, research into the structures of certain plants that can “come back to life” with very little water in conditions of extreme drought is a way to offset the effects of climate change brought on by development. There is a tendency in business discourse to place emphasis on a certain sustainability and on strategies that ensure the future renovation of resources—a discourse geared, largely, to protecting certain interests rather than to furthering certain intentions. If you make a map of agro-business and mining in Argentina, you’ll find frequent mention of concern for the environment, sustainable exploitation, etc. But business commitment to those issues is clearly not as great as its commitment to maximizing profit. Environmentalist organizations and others that have been disputing the soy, glyphosate, mining, and related models for years formulate questions about life and its care that are right on target. Meanwhile, large companies insist that there is no damage or—if there is—they are enacting solutions. In terms of futurity, the business discourse always goes through the motions of promising solutions in the more or less short term to what is, in the here and now, disastrous. It cannot conceive of an ethics of simply stopping.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.