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SALUDA DEL CONSILIARIO
D. Jorge J. Reyes Macías, S.D.B. Director y Consiliario
El 30 de julio de 2016, en la ciudad polaca de Cracovia, donde se estaba celebrando la Jornada Mundial de la Juventud, en la vigilia de oración que en ese momento estaba teniendo lugar, delante de una multitud de jóvenes, el Papa Francisco, en la homilía que les dirigió, pronunció estas palabras: “queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella”.
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Estas palabras estaban llenas de cariño paternal, de bien y de aliento. Se trataba de un mensaje vocacional de gran calado. El Papa, cercano al mundo juvenil, a los problemas y realidades en los que viven los jóvenes de hoy, hizo salir de su corazón un mensaje claro y sin ambigüedades, con el que poder ayudar a no perder de referencia aquello que representa el núcleo fundamental de la vida de todo ser humano: su condición de ser llamado, de ser vocacional, tan amenazado por la cultura del individualismo, de la autorreferencialidad, del hedonismo, o del descarte, que tantas veces ha denunciado, y que tan acusadamente están dejando ver también sus efectos en la juventud.
En efecto, la vida cristiana no se entiende si no es desde el planteamiento vocacional. Hemos venido a este mundo para llevar a cabo una tarea, una misión, la de construir una realidad mejor, y esto requiere de la implicación de todos, de la generosidad y de la disponibilidad de todos.
Las palabras del Papa tenían la intención de recordarnos varias cosas:
1. Que nuestra vida es un regalo. La hemos recibido de forma gratuita. No hemos hecho ningún mérito para obtenerla. Se nos ha dado.
2. Que este regado tan hermoso, tiene sentido, merece la pena, solo cuando la vivimos desde el amor, la entrega, y el servicio desinteresado.
3. Que por el bautismo, hemos sido hechos hijos de Dios, a través del misterio pascual de Jesucristo. Y como consecuencia de ello, hemos sido invitados a seguirle, y a asumir el modelo de vida de Jesús, su manera de amar.
4. Que el seguimiento de Jesús, en la tradición de la Iglesia, se ha hecho a través de tres maneras diferentes y complementarias, como han sido el laicado, la vida consagrada y el ministerio sacerdotal.
5. Que ningún bautizado queda fuera de alguna de estas vocaciones. Todas ellas están puesta al servicio del Reino de Dios, la fraternidad universal, y la perfección en el amor.
Si tuviéramos que buscar una referencia significativa con la que poder ejemplificar lo que estamos diciendo, y al mismo tiempo, nos pudiera servir de modelo, sin duda ninguna, tendríamos que recurrir a María. En ella encontramos el paradigma vocacional de la Iglesia. Y en ella descubrimos lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros. En María vemos la llamada de Dios, la disponibilidad, acogida y aceptación que hace de la misma. Por eso ella ha sido y sigue siendo nuestra maestra. De ella tenemos que seguir aprendiendo, porque también a cada uno de nosotros nos toca seguir diciendo sí al proyecto de amor que Dios para la humanidad.