Revista AOA N° 26

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De izquierda a derecha: Sergio Larraín, Mario Pérez de Arce, Alberto Piwonka y Fernando Tábora, 1956. / From left to right: Sergio Larraín, Mario Pérez de Arce, Alberto Piwonka and Fernando Tábora, 1956.

Mario Pérez de Arce Lavín nace el 13 de junio de 1917. Su padre (Diego, abogado) fallece cuando Mario tiene solo cinco años, dejando a su esposa Sara y a sus tres hijos -Mario y dos hermanas- en precaria situación económica. Él estudia en el Colegio Mercedario de San Pedro Nolasco, del cual egresa con el máximo premio académico. Entra a estudiar Ingeniería en la Universidad Católica, pero en segundo año su amigo Vicente Philippi Izquierdo lo convence de cambiarse a Arquitectura. Aquí lo espera un ambiente estimulante, además de nuevos y numerosos amigos como Emilio Duhart, Juan Echenique, Héctor Valdés, Patricio Schmidt, Fernando Castillo, Alberto Piwonka, Manuel Gutiérrez y, algo mayor, Sergio Larraín García Moreno, de quien sería primero ayudante en su curso y después colaborador, socio ocasional y amigo de toda la vida. Tras cursar una beca de no mucho interés en Florida, EE.UU, donde vive de cerca el ambiente de guerra, vuelve como profesor a la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica, siendo uno de los actores en la “quema del Vignola”, acto simbólico de ruptura de las nuevas generaciones con el academismo imperante en la docencia de la arquitectura. Los jóvenes comienzan a adherir con entusiasmo a los postulados del modernismo impulsados por la Bauhaus y el joven Le Corbusier. Casado con Beatriz Antoncich, tiene cinco hijos, dos de ellos arquitectos, a los que se sumarían numerosos nietos, entre los cuales también se cuentan varios arquitectos. Su pasión por la arquitectura lo mantiene activo profesionalmente y siempre comprometido con la docencia en la Universidad Católica. Su otra pasión, el paisaje, lo transformará en un excursionista constante, admirador del territorio, incansable crítico y, finalmente, impulsor de nuevas ideas para la ciudad y también para la formación de los nuevos arquitectos. En 1983 recibe el Premio Nacional de Arquitectura y una década después es nombrado profesor emérito de su querida Escuela de Arquitectura PUC. Plenamente activo, muere el 2010 a los 93 años.

Rigor académico

Sergio Larraín y Mario Pérez de Arce, 1956. / Sergio Larraín and Mario Pérez de Arce, 1956.

Mario Pérez de Arce Lavín (al centro), junto a Mario Pérez de Arce Antoncich y un colaborador del estudio (hacia 1980). / Mario Pérez de Arce Lavín (center), with Mario Pérez de Arce Antoncich and a studio collaborator (c. 1980).

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Formado en el rigor de los tratados neoclásicos, a lo largo de su vida conserva y respeta valores de ese modo de hacer arquitectura. Componer con equilibrio, como componía un pintor del Renacimiento. Con la mesura clásica, donde todas las partes se orquestan en un todo armónico. “Emilio Duhart y yo trabajamos algún tiempo en la oficina de Alberto Chupo Cruz Eyzaguirre, el más riguroso autor de mansiones clásicas, principalmente francesas, que recurría a su colección de grabados del siglo XVII y XVIII. Nos parecía absurdo realizar esa arquitectura en el siglo XX, pero mucho después reconocimos que para nosotros había sido una buena experiencia de rigor, orden y cuidadoso detalle en las obras”, afirma. Y al enfrentar opciones suele repetir: “Chupo lo habría hecho así”. Será referente en su arquitectura posterior, abiertamente divergente de la Academia. Si algo se ve bien, es porque está bien. La proporción, relación que se percibe entre las partes de un todo, es la armonía, donde cada parte cumple su papel en el todo. El “verse bien” en arquitectura tiene mucho que ver con un equilibrio detectado y descrito por los clásicos. Una columna debe tener un diámetro proporcional a su altura, su capitel proporcional al fuste, lo soportado por la columna también mantiene una proporción con esta, y así todo el edificio es el resultado de proporciones entre sus partes. Sin duda, haberse formado en la disciplina de las proporciones clásicas le permite a él y a la primera camada de arquitectos modernos abordar la modernidad con una disciplina y rigor propios de la Academia. Esta formación explica también cómo esta generación se apoya en el MODULOR, la Nueva Norma redactada por Le Corbusier como reemplazo de la normativa académica. Esta vez, poniendo al hombre como principio y centro en lugar de una idea abstracta de la proporción.


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