Gente de pueblo

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Pasaba más tiempo en su improvisado taller casero recomponiendo desarreglos que en ruta haciendo kilómetros por las carreteras. ¡Eso sí! Su camión jamás visitó taller extraño de ningún profesional, que para eso el Pepillo se las arreglaba sólo y a su manera. No cabe duda, que se sentía feliz embadurnado de grasa hasta las cejas, desarmando y armando las tripas a su singular camión. Como en su corral se amontonaba siempre una buena cantidad de chatarra, no era de extrañar que de cuando en cuando acudiese a él algún chatarrero para retirar los hierros que ya no le servían para nada y constituían un estorbo. De paso sacaba unos cuartos con su venta. Aquel día Rafael y Antonio también se encontraban en la taberna, matando el tiempo en una partida de julepe cuando irrumpió Frasquito en el casino. Inmediatamente al oír la noticia dejaron el juego y se unieron al grupo de curiosos que requerían más información de Frasquito Canastos. Todos estaban expectantes y sobrecogidos por la noticia. Por la calle se formaban corrillos de mujeres que iban y venían de los mandados en las tiendas comentando el triste suceso. El estupor superaba a la curiosidad, por lo que algunas mujeres se llevaban las manos a la cabeza en señal de asombro y espanto. - ¡¿Bueno, Frasquito, cómo ha ocurrido este incidente?! –preguntó Rafael-. - Por lo que andan diciendo los vecinos, –continuó encantado Frasquito- el Pepillo Bohíguez había vendido unos hierros y tenía cerrado el trato con los chatarreros y cuando éstos ya habían cargado toda la chatarra en su furgonetaa, surgió el desacuerdo. Ya sabéis lo cabezota que es el Pepillo Bohíguez. Los chatarreros también son gente acostumbrada al regateo y, visto lo visto, duros de pelar. - ¡¿Y qué pinta aquí la Guardia Civil?! –requirió impaciente Antonio-. - ¡Para el carro, mulero, que las cosas hay contarlas paso a paso! –protestó Frasquito continuando con su relato-. El caso es que Pepillo quiso volver atrás el trato por un desacuerdo en unos hierros de más o de menos y dijo de muy mala manera a los chatarreros que descargasen la furgoneta, que ya no les vendía nada. Lógicamente ellos no estaban dispuestos a deshacer el trato e insistían en lo acordado al principio. Entonces el Bohíguez, a empellones, intentó descargarla montando en cólera. Unos cuantos hierros volaron por los aires y se armó la de San Quintín. Hubo un forcejeo, llegaron los empujones, se escaparon algunos puñetazos y se formó la tangana. Por lo que tengo entendido, en la rifa de guantadas el Pepillo se llevó una buena ración. Y, como llegado a ese punto, aquello no iba a tener arreglo ni por las buenas ni por las malas, el Bohíguez fue al cuartel, que como sabéis está vecino a su corral, y llamó a la Guardia. - Y la Guardia en lugar de arreglar el entuerto ha causado otro mayor –sentenció el vejete con ironía, mientras daba una calada al cigarro que ya sólo era una colilla casi quemándole los labios-. - Pues lleva usted toda la razón, abuelo, –prosiguió Frasquito que se encontraba en su salsa relatando el suceso-. Han acudido los guardias Cayuela y Carrascosa, en mangas de camisa y sin tricornio, a estilo compadre, pero sí que llevaban bien cargadas las pistolas en la faltriquera. No sé yo quién llevaría la razón, pero la discusión siguió 199


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