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Solidaridad: Contemplando la Cruz de Jesús

Contemplando la cruz de Jesús

P. Miguel Ángel Gullón, op

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miguelgullon@dominicos.org

Jesús perdona a quienes le ultrajan porque ignoran lo que hacen, porque no se conocen a sí mismos. En lo más hondo del dolor y del abandono, escucha y consuela. Su primera Palabra en la Cruz es símbolo de inmensa misericordia para el mundo. En la Cruz de la ignominia y de la injusticia fl orece el perdón que abre al hombre un camino de esperanza y plenitud que le conduce a las delicias del Paraíso. Por el calvario pasa una brisa de humanidad que transforma el sentido de la historia. Sólo una persona es consciente de este acontecimiento: el buen ladrón. ¡Qué fácil fue para él robarle el Paraíso!

Su segunda Palabra en la Cruz es símbolo de ternura y gracia que nos abre las puertas del paraíso soñado por todos. El buen ladrón sufre en la cruz, asume la responsabilidad de su miseria y no culpa a nadie de su situación. La orilla de la muerte despierta en él la voz de Dios. Reconoce la inocencia de Jesús y se confía a Él. Jesús reafi rma, en su muerte, lo que ha hecho a lo largo de su vida: acoger a todos los pecadores sin excepción y, al mismo tiempo, muestra que su salvación es diferente a la soñada por los jefes, los soldados y los fariseos. En la tercera Palabra contemplamos un Jesús casi sin fuerza y abrasado por una sed intensa: sed de agua fresca como la que le brindó la samaritana pero también sed de Dios, de su Padre que sentía alejado y le había abandonado. Nunca había sentido tanta soledad, tanto abandono. Le cuesta ya hablar pero su madre María, a sus pies, le da toda la fuerza y el aliento que necesita y pronuncia las palabras más bellas y tiernas que un hijo puede decir: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y al discípulo: “ahí tienes a tu madre”. María no se separó nunca de la cruz, se mantuvo a pesar de todos los insultos, se engrandeció sintiendo el abandono de los discípulos pero, acompañada de Juan y María, se condolió vehementemente con Él y se asoció con corazón maternal a su sacrifi cio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma.

Jesús se mantiene en obediencia al Padre y en puro sacrifi cio solidario por la humanidad. Él no quería beber el cáliz amargo: “sí es posible que pase de mí este cáliz”. Pero sabe que es necesario tomar ese cáliz para que la salvación llegara a todas las personas. La tentación era quedarse, para qué pasar tanta sed y abandono. Por eso exclama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Es un grito en medio de la soledad, del vértigo al vacío, de total desasimiento de sí mismo. Es el reclamo del hijo al padre, a aquel que dijo “éste es mi hijo amado, escúchenlo”. Todo ha perdido sentido, para qué seguir luchando, por qué le han dejado solo en la cruz de la ignominia. ¿Acaso le está esperando el Dios que tanto testimonió con sus obras? El dolor de la cruz es el vacío del alma, el desgarramiento del corazón. Ya nada merece la pena pues la oscuridad ha herido la llama de amor viva.

Hoy día Jesús se siente abandonado en los rostros de personas y familias que nuestra sociedad margina.

¿Dónde estás Dios mío?, dicen los campesinos que son despojados de sus tierras por quienes sólo tienen en sus ojos la ambición de tener más y nunca se conforman.

¿Dónde estás Dios mío?, dicen las familias que son desalojadas de sus casas por empresas que no tienen escrúpulos, que no les importan los niños, que sólo quieren sembrar más caña de azúcar que endulza paladares pero que amarga los corazones.

¿Dónde estás Dios mío?, gritan los niños y niñas que duermen atemorizados porque en cualquier momento de la noche llegan los hombres armados de la empresa azucarera Central Romana a tumbar sus casas.

¿Dónde estás Dios mío?, dicen los adolescentes que cuidan las vacas y pican la caña del Central Romana de sol a sol por 3000 pesos al mes en condiciones infrahumanas sin tener tiempo para hacer las tareas de la escuela.

¿Dónde estás Dios mío?, gritan los envejecientes que después de una vida trabajando para la empresa deben dejar la casa e irse con su familia sin una pensión y seguro de salud.

Dios nuestro, Dios nuestro, a los pies de tu madre, la Virgen de la Altagracia, te pedimos que nunca nos abandones a pesar de nuestros errores y pecados, te pedimos que sigas enviándonos tu santo espíritu para fortalecer nuestros sueños de dignidad y pasión por la vida.

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