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Ecología del Espíritu: Salvar el planeta

¿Podemos “salvar” el planeta, el clima, la hospitalidad…?

Ha habido un tiempo en la Iglesia en que esta palabra “salvación” parecía demasiado espiritualista. Se recurrió a la palabra “liberación”, o a otras expresiones como “opción por…”, “lucha…” Inconscientemente fuimos poco a poco dejando de lado al “salvador”, al “redentor”. Hoy, sorprendentemente, la palabra salvación, o mejor, el verbo “salvar” (en inglés “save”) recupera su actualidad y está a la orden del día. El verbo “salvar” (en inglés “save”) es referido a realidades diversas: los niños, el cambio climático, los mares, el planeta, el mundo, la hospitalidad y… hasta “salvemos el futbol”… Y detrás de ese verbo hay una confi anza poderosa en el ser humano, al menos, ¡en la solidaridad de muchos seres humanos! En clave religiosa podríamos también decir: “salvemos la Iglesia”, “salvemos el sacerdocio”, “salvemos la vida consagrada”, “salvemos las parroquias”, “salvemos la comunidad”… Votaremos… y al votar estaremos viendo en nuestra papeleta de voto la palabra “salvación”.

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Confi anza excesiva

Detrás de este imperativo “salvemos” o “salven” se oculta siempre una confi anza mesiánica (¡excesiva!) en el ser humano, en sus capacidades y en su solidaridad.

¡Todos juntos… podemos salvar!

La salvación no va a llegar desde otro lugar.

La fuerza de la salvación reside en que nosotros, algunos de nosotros, nos impliquemos y comprometamos a salvar a los demás.

Creemos así que salvaremos… e incluso nos ponemos fechas en las cuales decimos estar seguros de que la salvación -de tantos males como nos aquejan- llegará.

Hoy “el salvador”

es aquel líder carismático que nos presenta un programa y nos pide colaborar con Él.

Lo mismo nos puede ocurrir dentro de la Iglesia:

tal persona será el papa Salvador, el obispo Salvador, el Superior General salvador…

y con el paso del tiempo vemos… que la salvación no llega, y que tras mucho esperar ¡palabra sí!, ¡hechos no! ¡Después llegan las decepciones!

¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?

¡Ten confi anza, soy yo!

“Bendito quien confía en el Señor, y el Señor es su confi anza” (Jer 17,7).

O cuando Jesús les dice a sus discípulos: “¡Tengan confi anza, soy yo! ¡No tengan miedo!” (Mt 14, 27).

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