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ENCUENTROS CULTURALES: LA TIENDITA DE MI BARRIO

Autora: Dalia Muro

Hasta hace pocos años en mi pueblo las tiendas de abarrotes de la esquina seguían siendo los principales espacios comerciales, junto al tradicional mercado (ubicado en el centro del poblado) y los vendedores ambulantes, que diría yo, de ambulantes no tienen nada, pues desde que recuerdo se ponen todos los días en el mismo lugar y siempre que paso nos saludamos con clásico “adiós”, levantando un poco la cabeza y sonriendo La gasolina se vendía en casas particulares por litros, cuyas medidas eran botes de plástico y se les echaba a los vehículos con un embudo Había una tienda en especial que dominaba la economía local: la de Povo En ella se vendían desde artículos de ferretería hasta alimentos; todo se encontraba ahí Los granos – e incluso las galletas- se vendían a granel en conos hechos de periódico. A mí ya no me tocó, pero sé perfectamente dónde se ubicaba: a un lado de la parroquia frente al jardín municipal. Con el tiempo, los comercios se fueron fragmentando: ahora hay mueblerías, cervecerías (el pulque desapareció), ferreterías, minisúper, etcétera. Las tienditas han sobrevivido, pero van en declive. Hace un par de años se inauguraron las primeras gasolineras y después llegaron las tiendas de conveniencia. Sí, hablo de esa marca que todos y todas conocemos y que están en todos lados supliendo el papel cultural que antes tenían las tienditas de la esquina.

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Estoy segura, como historiadora cultural, que el universo simbólico de un poblado se puede explicar a través de sus tienditas, porque en ellas convergen expresiones lingüísticas propias de la comunidad, los rituales de consumo, la gastronomía tradicional, las prácticas agrarias y las formas de convivencia, sólo por mencionar algunos elementos. La semana pasada, me encontré con Panchito, el dueño de la tienda de la esquina de mi barrio. Cuando nos vimos, vinieron a mi memoria todos esos momentos en que mi mamá me mandó a su tienda cuando era niña: a las señoras entrando y saliendo con su mandado, los saludos, el chisme, a los agricultores vendiéndole sus productos, a los surtidores y a los señores reunidos ahí para tomarse una cerveza. Le sonreí y levanté la cabeza, sin decir palabra; él hizo lo mismo. Cada determinado tiempo, coincido en el minisúper o en la calle con una señora en particular, como de setenta años aproximadamente. Ella desde hace veinticinco años me hace las mismas preguntas:

¿Cómo estás? ¿Cómo está tu mamá? ¿Tus hermanas?

Bien, en casa siempre contesto.

Salúdame mucho a tu mamá concluye.

Sí, de su parte. Hasta pronto cierro conversación.

Ahora soy mamá y también me pregunta por mi hijo y mi hija, me dice que le hubiera gustado ser mamá, pero que Dios tenía otros designios para ella. Esas mismas conversaciones sobre lo que acontece a diario, sobre los chismes del pueblo, sobre la familia y sobre uno mismo, las he tenido con las señoras y señores de la tienda, mientras me despachan el mandado El punto es que, no me imagino hablando de todo esto en una tienda de conveniencia, donde no existe este sentido de pertenencia Las tienditas de la esquina nacen de las entrañas de la

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