Patayonda

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PATAYONDA

Luz María del Valle Joaquín Camp

PATAYONDA

© del texto: Luz María del Valle, 2025

© de las ilustraciones: Joaquín Camp, 2025

© de esta edición: Editorial Amanuta, 2025 Santiago, Chile

www.amanuta.cl

Este es un proyecto de Editorial Amanuta

Edición general: Ana María Pavez y Constanza Recart

Corrección de texto: Valeria Araya Diseño: Polinka Karzulovic

Primera edición: febrero 2025 Registro: 2024-A-10117

ISBN: 978-956-364-367-1 Impreso en China

Todos los derechos reservados Editorial Amanuta

del Valle, Luz María

Patayonda / Luz María del Valle; Ilustraciones de Joaquín Camp.

1o ed. – Santiago: Amanuta, 2025

[36] p.: il.col.; 21 x 29 cm.

ISBN 978-956-364-367-1

1. CUENTOS INFANTILES

2. HIGIENE – LITERATURA INFANTIL

3. LIBROS ILUSTRADOS PARA NIÑOS

I. Camp, Joaquín, il.

II. Título.

PATAYONDA

Luz María del Valle Joaquín Camp

Hace mucho tiempo, en un valle muy lejano, vivía una joven realmente cochina.

Nunca quería bañarse en las cascadas, ni usar cepillos de pelo de jabalí, ni ponerse ungüento de flores en la piel.

Como era hija de los jefes de la tribu, nadie la obligaba.

Tenía el pelo desordenado y lleno de nudos, el traje de piel manchado y las uñas negras; su linda cara apenas se veía entre las manchas de dedos sucios con comida y tierra. Pero lo peor de todo era que sus rápidos y ágiles pies tenían un horrendo olor a leche podrida y, por eso, le decían Patayonda.

Patayonda no era muy buena cazadora, porque el olor de sus pies alertaba a los animales. Tampoco jugaba en el río con sus amigos porque odiaba bañarse, pero tenía gran habilidad para otras cosas.

Un día, cuando Patayonda ya había crecido, su papá dijo:

–Patayonda, estás en edad de buscar pareja. ¡Tendrás que bañarte!

–¡Eso jamás! –gritó Patayonda, y salió corriendo. Entonces, el jefe y la jefa mandaron a todas las mujeres de la tribu a perseguirla.

La atraparon y la llevaron al río, donde la frotaron y refrotaron con hierbas aromáticas, la peinaron con flores y la vistieron con un hermoso traje de plumas blancas. Quedó más limpia que nunca.

Mientras tanto, venía caminando muy derecho y orgulloso un joven de la tribu vecina, invitado por los papás de Patayonda. Llevaba el pelo peinado, sedoso y brillante. Iba vestido con pieles lustrosas y dejaba a su paso una estela de olor a hojas frescas y flores. Lo llamaban Impecable.

Mirando el paisaje, se distrajo un momento y no vio a una anciana que venía con un hediondo cuenco lleno de leche rancia de mamut.

Impecable tropezó con la anciana, cayó al barro y quedó bañado por esa horrorosa leche. Se disculpó, la ayudó a levantarse y ella se apartó rápidamente, tapándose la nariz.

Desesperado, Impecable se limpió lo mejor que pudo, pero quedó pegajoso, maloliente y manchado. Sabía que lo estaban esperando, así que corrió para no llegar tarde.

En el largo camino, no encontró ni un riachuelo ni una poza de agua donde lavarse.

Todos se tapaban la nariz y evitaban acercarse. Incluso los animales salieron huyendo a su paso.

Cuando llegó al valle donde vivía Patayonda, el guardián lo saludó alzando su lanza y tapándose la nariz. Impecable, avergonzado, se presentó y preguntó si había algún manantial para limpiarse, pero el guardián, que conocía bien a Patayonda, sonrió y luego, muy serio, dijo: –El jefe ordenó llevarte a su cueva de inmediato.

Al borde de las lágrimas, Impecable siguió al guardia hasta la enorme cueva de los jefes. El viento llevó el olor a leche rancia por el gran salón hasta los tronos de piedra donde aguardaban,

frente a toda la tribu, el jefe, la jefa y la más bella joven que Impecable hubiera visto jamás.

Todos se taparon la nariz, horrorizados, pero Patayonda sonrió. Miró el pelo pegado, las pieles sucias, los pies embarrados y atravesó el salón para abrazar a Impecable con adoración.

Impecable pensó que esta era la mujer más buena del mundo, capaz de ensuciar su hermoso vestido blanco solo para hacerlo sentir bienvenido. Mirando el pelo brillante y los bellos ojos de Patayonda, aspiró su olor a flores y exclamó: –Contigo quiero casarme.

Patayonda sonrió. Miró a su tribu, luego a sus padres, y dijo: –También quiero casarme con este hombre. El jefe y la jefa se miraron sorprendidos, pero luego se encogieron de hombros y asintieron. Entonces todos los demás aplaudieron.

Así fue como ahí mismo, ese mismo día, Patayonda e Impecable se casaron muy felices.

Lo que no sabemos es qué habrá pasado después... ¿Tú qué crees?

Esta es la graciosa historia de una joven que ama estar sucia y un joven muy limpio que se conocen en una situación un poco... especial. ¿Qué crees tú que pasará con Patayonda e Impecable?

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