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Zhivka Baltadzhieva
Es una poeta bilingüe que nace en Sofía, Bulgaria, en 1947. En 1971 se licencia en filología búlgara y rusa por la Universidad de Sofia “Kliment Ohridski” y trabaja primero en la Radio Nacional y más tarde en la revista literaria Plamak. Vive permanentemente en Madrid, España desde el año 1990. Es Doctora en Filología Eslava y Lingüística Indoeuropea y casi dos décadas ha sido profesora en la Universidad Complutense.
Su obra de los últimos 20 años está simultáneamente escrita en sus dos idiomas, el búlgaro materno y el español que la ha acogido. Es autora de varios libros de poesía, guiones de cine documental, ensayos, traducciones a búlgaro y a español. Entre sus libros de poemas destacamos los publicados en España: Sol y Fuga a lo Real, GenES, Al Final del Bosque Verde, Fiebre y Sol. Y de los editados en Bulgaria: Nunca, Otros poemas (Finalista al Premio Nacional de Poesía Iván Nikolov), Mitologías Apátridas, Iluminación Diurna, Nudo Solar. Ha traducido al español obras de importantes autores búlgaros como Hristo Botev, Poesía (Premio Nacional de Traducción, 2014), Blaga Dimitrova (Premio Nacional de Traducción, 2008), Nikolay Kantchev, Antón Dónchev… Y ha trasladado a búlgaro obras de F. G. Lorca, M. Hernández, M. Benedetti…
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En Bulgaria su obra poética ha sido distinguida (entre otros) con el Premio Nacional Lengua Materna, Premio Nacional al Mejor Primer Poemario y el Premio Nacional de Poesía Dimcho Debelianov. En 2012 The International Poetry Translation and Research Centre la nombra Mejor Poeta del Año. Y en 2015 recibe en Madrid la Distinción del Fondo Poético Internacional Poetas de Otros Mundos. Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas e incluidos en importantes antologías de la poesía actual, editadas en Bulgaria, España, Serbia, Polonia, Estados Unidos, China…
Tras la fachada plateresca
del Convento Real de San Marcos, en León, estuvo Quevedo preso. Sus huesos, calados por la humedad del continuo cauce del río Bernesga y la descomunal ironía de sus grotescos sueños, encadenados a una enorme bola de hierro y desengaño todavía duelen el espacio-tiempo y los designios de la vida. Cada día más trágicoburlescos y cómicomortales tras la fachada picaresca del Sueño Europeo.
TARKOVSKI
¿Soy el humano en sacudidas,
el perro sin nombre, el charco, el río? ¿El río de qué? Mancillado y corrompido.
Contaminado. ¿De qué?
¿Soy un perro, un charco, un río? ¿Un humano? ¿El humano contaminado?
¿En la luz de qué desperdicios? ¿En la mudez de qué poema? Mancillado y corrompido.
¿Qué contamino? ¿Qué contamino?
Bombas que se montan en tres horas,
plásticos, que no se descomponen en mil años, turbulencias financieras y avances científicos que acaban con las ratas, los mosquitos, los lobos, las urracas, las abejas, las lenguas minoritarias
y el ser humano.
Mareas, terremotos, cielos de tonalidades frías, reactores nucleares fundidos, partículas elementales de Fukushima y ruiseñores de Chernóbil, virus deshumanizantes, zozobra. Zozobra. Las lajas de pizarra brillan y las pantallas de las oficinas portátiles elevan el calentamiento global y la radiación.
Las casas blancas de los días despacios con sus ribetes de antaño en puertas y ventanas, amarillos o añiles, que ahuyentan a los malos espíritus y las moscas, se descomponen y diluyen sin rastro en la confusión de pólenes, desdicha, avaricia y CO2.
¿De dónde césped mezquino y cielos estrellados para tanta lápida sin nombre y sin lágrima?
Bajo el último almendro las semillas de las palabras patentadas por el poder, dan plantas transgénicas estériles.
De NoGénesis.
MONÓLOGO INTERIOR
Acre y más acre aún
la palabra, la sonrisa, la mirada, lo que ahora germina. Hay que atravesar el patético plano racional de los moldes de la compra-venta, las turbas de copias sin magnanimidad
en las que nos hemos evolucionado, atravesar
las mentes y los movimientos controlados por los Smartfone, las resonancias insufribles que incuban ocasos a las cinco de la madrugada sobre los botoncitos del azafrán, las ciudades de aire enrarecido, la sintaxis
distorsionada
del silencio entre tú y yo, los archivos de amargura, la contracción mundial de los créditos interbancarios y el diálogo interhumano, la hierba en los parques de Dublín, Magadán, Sofia, Roma, la hierba tan verde, tan absolutamente verde, que me hace pensar en mugre fosforescente, en tiendas chinas en vísperas
de Navidad,
en islas de plástico en el Mar (que una vez fue) de los Sargazos. Hay que parar. Parar al lado de los abrevaderos, frente a la transparencia de la otra mirada, recordar
qué somos.
Parar en cualquier aldea con las contraventanas cerradas y las puertas ennegrecidas de desuso. Parar en Zheravna, Guiomar, Denisovka, Mèng, en cada pueblo perdido en la desmemoria. Parar, rendir homenaje al punto fijo, a la estrella polar del amor. El Sol
aún te alcanza. Y al lado,
la quinua y la confianza acopian del día y de la noche todo lo que el cuerpo y el alma necesitan y no comprende la mente. A la vuelta de la esquina la eternidad está en flor. Nada tuerce su camino estelar y oscuro. A las cinco de la madrugada en las ramas de la acacia el pájaro de lo impenetrable grita: жив – жив - жив, vivo – vivo - vivo.
¿Acaso podrá suplicar el verbo: “¡Aparta de mí este cáliz!”?