Suplemento Al Faro #57 Quincho

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Editores: Daniela Alfaro y Enrique Alfaro F. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas Domingo 16 de noviembre de 2025 Primera época

No quisimos arribar a las postrimerías del año que lo conmemora, sin hacer un más que amoroso recordatorio por los 31 sin nuestro tan querido Quincho. ¡Salud, por tanta vida compartida!

J.M.

¿A dónde vas chamaquito…?

VCarta I

os te has de acordar, Joaquín, de aquella tarde en que nos presentó Reynaldo Velázquez frente a la Galería Universitaria. Yo me trazaba aún sobre los 15 y vos no eras tan viejo. De eso hace ya casi 20 años.

Desde entonces, comenzamos a estibar una complicidad que se trazó hasta ayer que te hallaron muerto en tu pequeño rincón, ahí donde la vida brinca (ba) como sapo enfurecido.

Una tarde de agosto me hiciste acompañarte hasta la casa del maestro Andrés Fábregas Roca, en mitad de la calle Argentina, en la colonia El Retiro. Llevabas los originales de Cuerpo adentro.

Pocos meses después, Enrique Álvarez de la Cadena se encargó de darme la noticia: —¡Uta, qué chingón quedó el libro del Quincho! Tiene en la portada un grabado a tres tintas del Reynaldo (Velázquez).

Desde entonces, fuimos y venimos con la aguda sal inundando nuestros ojos ante la intemperie de la vida. En Tuxtla, en el De Efe, en

Cabeza de Toro.

Desde entonces, compartimos padres: doña Chonita y don Emeterio; doña Marthita y don Jesús, quienes ahora te lloran. Volvimos, Quincho, de los días de agosto y hasta octubre hasta tu casa. Supimos de los Sabines que descansaban en las hamacas de don Eme. Comíamos bagres y mojarras y, más tarde, nos refugiábamos en el caparazón de una tortuga ajena. Nos refugiábamos también del hambre en la soledad de la Ciudad de México. Del frío y de la lluvia que incesante abatía nuestros pertrechos de Pitágoras, en la Narvarte, ¿recuerdas?

Más tarde, Rodrigo Núñez puso ante los ojos de los lectores Aves, con el que lloramos, nos encendimos y bebimos hasta el amanecer… hasta que no hubo más para seguir brindando.

Fuimos entonces hasta La Ciudadela, al mediar la tarde, donde una mujer que, como tú, veía de cerca a esas horas la muerte. Mi adorada Amparo Ochoa, quien compró tu libro y comprometió a los ahí presen-

Las aves no deciden el aire

No saben ni comentan la noticia.

J.V.A

tes a comprarlo… y lo compraron y luego volvimos a beber. Y seguimos brindando hasta estas horas por tus páginas.

“Con tres libros, ya me puedo morir”, le dijiste a mi madre. Frase que te la rebotó en el mismísimo rostro: “Tú no decides el derecho a morirte. Menos si tienes más pendientes”. Y no fueron tres. Uno bastó para que David Huerta decidiera que fueras el primer poeta chiapaneco (de manera individual) en publicar en el Fondo de Cultura Económica. Fue desde ahí que brotó en ti una soberbia inadmisible. Pero, en fin, eras vos. Nadie más.

Luego el mar, el estero que mojó de niño tus documentados pasos por el magisterio, el mismo húmedo e inconmensurable estero que te metió hasta el corazón del bagre dramático: las brigadas de teatro de la Conasupo, junto con Laco Zepeda, Malú Morales, Rafael Padilla. Tus amigos colombianos, los vainas esos.

Y todo de pronto se derrumba. Tus atardeceres en ciudades como incendios. Las interminables tardes

con el Che Garufa, las aciagas noches en El Garabato Y todo termina allí, como una inmensa atarraya con la que pacientemente fuiste pescando la vida, como hasta ayer dejaste ir viva la muerte.

¡Aquí no se acaba Baldomero, hermano! Si del sol vino, aquí comienza.

Solo me resta oír tu llamado — como productor y director en la trasnoche– para iniciar el canto:

¡LUCES!

¿A dónde vas chamaquito, con tu sombrero de lado…?

—Yo voy a ver a mi novia que está del otro lado…

—Y, si la encuentras con otro, ¿qué vas a hacer, chamaquito…?

—Le voy a dar un balazo en su mero pechito…

¡Te lo furo, fuaquinito que yo no fui!

De nuevo en casa

Jorge ManduJano Carta II

…era el final contra mi cuerpo (llama sin cuartel).

J.V.A

Hoy se suman nueve días de que te pusimos bajo la arena del camposanto de Cabeza de Toro, Joaquín. Dos marimbas seguían de cerca el trazo irreversible de la carroza que, poco más allá del viernes, te había dejado en manos de tu gente, la misma que te acompañó sin dar crédito a tu muerte.

Todo el pueblo se volcó a la calle para despedirte, hermanito. Los niños panzones, cansados ya de tanto bagre domiciliado por el anzuelo atardecido, se limitaban a gritar: ¡Ahí viene el Quincho! Los mismos que te iban a llamar al billar cuando un amigo detenía su auto frente a tu casa, camino a Boca del Cielo. Y cayó en sábado tu entierro. Lo que son las cosas: el parte médico afirmó que tenías setenta y dos horas de haber muerto el día que Isaías, tu hermano, te halló en el pequeño

apartamento donde sólo cabían tú y tu soledad. Qué curioso, esto quiere decir que, si te hubieran descubierto justo el día de tu muerte, la verdadera, se te hubiera cumplido a ti también el verso premonitorio de César Vallejo: (Me moriré en París y no me corro) Jueves será, porque hoy jueves que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala… Líneas que siempre dijiste de memoria y en voz alta, ya en las postrimerías de la parranda. Y allí estuve, allí estuvimos velándote hasta la tarde del sábado. Pero antes, al filo de las cinco de la mañana, no sé a quién chingaos se le ocurrió poner a todo volumen el disco que guarda tu voz poética. Todas las mujeres, los hombres, los ancianos, los pescadores que ese día decidieron no ir al mar para quedarse contigo, lloraban en cada trazo de tus versos. Al final, aplaudían.

Luego, de nuevo el llanto. No faltó quien pidiera que te callaras, porque tu voz caía como cuchillo en el estero, enmedio de esa fecha inútil que te hundía inútilmente mar adentro; allí donde Chico Robles me preguntó por ti, a cuya casa llegaste siempre con la sonrisa y la frase en los labios: “¡Vamo a jodé el paloe mango!”.

Te lo paso al costo: Chico Robles tampoco cree lo de tu muerte; ni Esteban Robles ni Isolina ni tu mamá, doña Chonita: “Lo esperé en Navidad… y no vino. Lo esperé en Año Nuevo… y no vino. Lo esperé el Día de Reyes y tampoco vino… y ahora, como regalo, me lo traes muerto”.

Anoche comenzaron a velarte de nuevo en el patio de la casa. Pusieron una enramada en el patio de la casa. Mataron una res en el patio de la casa. Se sirvió el tequila y cañita

De izquierda a derecha: Enrique Álvarez de la Cadena, Rodrigo Núñez, Joaquín Vásquez Aguilar y Jorge Mandujano, en la casa de este último.

en el patio de la casa. Allí, en el patio de la casa, donde don Emeterio tejió sus hamacas y se acostó y soñó en la siesta navegando en los mares de Jack London. Todo allí en el patio de la casa, hasta donde llegó Lupito la mañana del lunes a recibir los pésames de quienes el viernes y sábado no estuvieron contigo en el patio de la casa.

Y fuimos a la pampa y al estero; y luego a la palapa del Chino, allí, donde la tristeza del sol rebotaba ahora sobre la soledad del agua. Todos preguntaron por ti. Los esteros preguntaron por ti. Los manglares preguntaron por ti. Los magresales preguntaron por ti. Las garzas preguntaron por ti. La respuesta no tardó en llegar, porque ahora estás de nuevo en casa, Joaquín.

En Tuxtlita La Bella, Enero Terrible de 1994.

Domingo 16 de noviembre de 31 años sin quincho

De cuándo y cómo conocí al poeta Joaquín Vásquez Aguilar

Joaquín se emborrachó de todo. Cumplió a cabalidad lo escrito por Baudelaire.

Vivió en su paraíso perdido, pero vivió como solamente él quería sobrellevarse.

Lo conocí en 1982. Compartimos mesas de lectura, pero también borracheras interminables.

Oírlo era beber el mar con los oídos.

Cuando lo conocí me pareció haberlo visto en otro tiempo. Por esos años también trabé amistad con el poeta Juan Bañuelos, otro coloso, quien admiraba y se expresaba bien de Quincho Vásquez.

Su contundencia era de yunque: su sencillez de barro.

Él no escribió para concursos. Él escribió porque quería vaciarse.... ¡resquebrajarse!

Admiró, en gran medida, las obras de Berceo, Miguel Hernández, García Lorca, Pablo Neruda y Juan Rulfo, pero sobre todo la de César Vallejo.

Incansable lector, poseedor de un timbre de voz extraordinario.

Nunca le vi en el consumo de estupefacientes.

A pesar de insultos y agresiones verbales, jamás le oí alzar la voz a los Incordios.

Lo frecuenté en los distintos lugares donde habitó el poeta, Íngrimo, hundido hasta la sombra en el alcohol que le asediaba.

Joaquín, que yo haya sabido, jamás gozó del privilegio del poder,

su poderío era de luz con la que a diario sostenía su debate.

Su queja era constante por el estado de salud en que vivía. (Sólo quien lleva el perol, sabe lo intenso de lo hirviente).

Su vida estuvo llena de infortunios:

¡De sus infiernos logró extraer la verdadera luz de la poesía! “Vivió desangrándose, vivió atrozmente, la cabeza en llanas... un hombre marcado por la fatalidad, por el desánimo, por la depresión”.

Toda su vida fue de muerte acalorada, de muerte desbocada, jay!, su enloquecida muerte.

Se aferró a la vida desordenada hasta el último suspiro. Él no partió, fue condenado a vivir y a darle vida a los sedientos.

Sentó sus bases en las piedras más sensibles del lenguaje, y amartilló su corazón hasta volverlo una parvada.

Vivió a toda luz y a toda asta en la bandera colosal de la Poesía.

Surgió como el estruendo: “terco atabal repercutiendo”, arpón clavándose en los vuelos, buscándose, rastreándose: “pájaro de pronto con dos manos”, pez terrestre, rupestre: hachazo visceral, ¡primitivísimo!

Desde la terca lentitud de las carretas, desde las vértebras impar, desde la edad de Cristo, Quincho ha venido para ponerle música al arado, el mar, la piedra, en fin, al Génesis bendito.

*

Joaquín cantó como los verdaderos dioses, pero también vivió como Nerval “el negro sol de la melancolía”. “Cuando escribo estas palabras, por poco se me quiebra el corazón”

El portal ya está abierto y el telar de la ilusión ha abandonado su cruel engaño.

Las primeras agujas de rayos del sexto sol están en la antesala del despertar milenario y voces antiguas, sabias de los centros piramidal en ecos musicales vibran con ese dejo fino y colorido de serpientes y águilas al fin volando juntos.

La tierra sagrada restaura su vocación ancestral de horizontes cósmicos, lo decían los sueños acumulados en las piedras, musgos de lluvias eternas de la adorable gota en el pico del colibrí.

La ofrenda del camino se ha llenado de flores hasta el cielo y sus estelas de mantos de amor esperado de siglos.

El sexto sol, el del corazón del sol más bello en la palestra del ojo maya clínico sabiondo de señor Sirio y la madre Venus, los viejos ríos están de vuelta, el aire de México una ave del señorío libertario fecunda dentro del corazón del hombre, la mujer del penacho Azteca gira alrededor del padre alcione y recita los poemas del universo.

Nada será ya igual desde ésta noche de esmeraldas verdes del arco iris y su llovizna de Pléyades arcanas.

No habrá más misterios de volcanes y sismos, ni el malhechor incendiado el trigo de la memoria.

No habrá más sueño violentando la tierra.

Ha llegado la hora del sexto sol prodigioso de mayas, olmecas, aztecas, toltecas, camino del éter

Danza cósmica

ulbeSter aleMán

blanco, prodigio eterno del despertar del corazón cósmico.

El silencio nocturno, ah, el silencio nocturno sabio, cuenco de la colmena en miel derrite su dulzura y la ofrenda al altar de muertos.

El sexto sol, nos trae el fruto milenario negado en la boca del niño hambriento.

MIRA

Cómo decís vos por la vieja tierra del cóndor, niña no detengas el vuelo después de estirar remeras...

Mira, es pleyadana de ternura abismal como picacho de los Andes.

Es la antigua guardia del alma del universo, genetista de ya muchas rosas galácticas, cimbra solo al verte con sus ojos dorados de astros y fértil útero de la memoria maternal del fuego e incienso del sol se cubre.

Mira: comandante supremo del amor en su brillo de estelas orbitando su paz y telar indú de fértil brillo de ensoñada aurora en el umbral del cielo.

Mira: no conoce la redención de la nada, si es todo, estocada de luz en la mónada del corazón e insignia de altar florido en el lenguaje irdin profético.

Mira me mira en su saber mirar tan lejos o cercana mira simple y sutil mirada de luz fuego acariciando sus ojos en el mirar de ciervo arisco como estrellas cayendo en el mirar de mar, mira.

Mira: estrella del tibor del agua sagrada, candela y danza Arcana.

Mira, me mira yéndome sin mirar atrás el barlovento.

A Joaquín Vásquez Aguilar
El poeta con sus padres, doña Chonita y don Emeterio.

Domingo 16 de noviembre de

A petición del mar

escribo

como el que por primera vez se ve las manos y tiene sed y bebe golondrinas no dejo más huella

que la de mis pies en la arena del mundo porque como nací pájaro crecí árbol y llegué camino

sólo tuve la vecindad del viento su puerta su morral

su tinaja de agosto juegos hermanos

abuelos (con su tos y todo)

tíos novias y padres

morenos diariamente

resbalándoles el sol para el maíz (por eso recuerdo siempre alegría de camisa rota y corazón alrededor)

pero los juegos se quedaron en las calles después las novias en las cartas y un día

los abuelos nos vistieron de negro y el pueblo en fin

partió en caballo hacia el recuerdo

qué queda, pues, entonces sino siempre el viento y sus historias y nuestra espalda con su dolencia de estaciones y unas ganas inmensas de retornar

quién sabe a dónde

Eros

spléndido es el día

un cocodrilo feroz es el amor

hay que amar con los brazos completamente hambrientos

hay que sacarle brillo a la luz hasta hacerla un espejo de [brutal plata

y contemplarse luego el cuerpo multimillonario de deseo

el día es de oro para comprarse todos los corazones calientes [del mundo

por el oriente nace la dicha como una mujer al rojo vivo

con su lengua de brasa lamiendo la erizada tierra

que empiece a llover cuarenta días y cuarenta noches de [ávidas plumas

sobre la piel hasta que hierva

que se brinde por las alcobas vibrantes

el día es una pareja aplastando la hierba

el día es un gallo presto a la gallina

el día es un macho cabrío en la sangre

hay que desabotonar la moral señores autoridades civiles [y eclesiásticas

hay que saquear los almacenes de ropa hasta no dejar ni hoja [de parra es espléndido el día para revolcarse como dos sedientos en [charcos de sudor líquido es el día como una copa de ansia prenupcial

y ahora salud por este diluvio

Poema con muerte acalorada

Editores: Daniela Alfaro y Enrique Alfaro F.

e pongo a discutir con mi muerte y me acaloro y nos acaloramos y en llamas seguimos discutiendo

se necesitan trancas fuertes sogas ríos enfurecidos para detener mi muerte

mi muerte echó a correr como un caballo

agárrate viento que traigo mi muerte relinchando mi muerte desbocada

¡ay!

mi enloquecida muerte

Días de lo oscuro a lo azul

oy como aquel que está solo y rompe su espejo

el que se quedó muriendo su edad con una carta

el de siempre corazón a la mitad el golondrina

Las opiniones vertidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de esta publicación.

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