Suplemento Al Faro #43

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Editores: Daniela Alfaro y Enrique Alfaro F. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas Sábado 8 de marzo de 2025 Primera época

Gratitud por la palabra y la amistad poética

Jose Juan Balcázar

Cuando el poeta Efraín Bartolomé llamó por teléfono para plantearme la idea de presentar Corte de Café en la terraza de Café Totico mi corazón se alegró. Qué propuesta tan generosa y maravillosa. Empezó entonces la organización. Efraín y Pillita no dejan nada a la improvisación. Todo perfecto como sus poemas, todo en su lugar como su impecable barba blanca.

Reunidos Rodrigo Ramón Aquino, Guadalupe Belmontes Stringel, el poeta y yo distribuimos tareas. Pillita anotó todo. Cada paso y cada paso se cumplió la noche de la presentación. Fluyó la poesía, rondó entre todos el sentimiento más íntimo de la palabra, el olor del café, los abrazos y la amistad

que se funda en la poesía del más grande poeta de nuestra tierra y de nuestro tiempo.

A Rodrigo Ramón Aquino, Héctor Cortés Mandujano, Pillita y Efraín mi gratitud eterna por esta noche inolvidable, por este día en que la explanada de Casa de las Artesanías se iluminó de las más clara, las más profunda y las más amada poesía que viene de las entrañas del atanor, que se nutre de selva, de ceiba, de río, de monos, zaraguatos, jaguar, cafetales, del escándalo oscuro del cabello de la mujer amada, del amor-dolor de cuadernos contra el ángel, del río que nace de las montañas y viaja, testamentum abajo, hacia el amor al mar y a los sueños.

Efraín Bartolomé
¡¡¡Bartolomé!!!

adolfo ruiseñor

Pongo en escena primero el contexto: En un mundo donde la verdadera expresión poética se encuentra avasallada por la inmediatez desprovista de belleza y sentido profundo, agobiada por tantas almas sedientas de fama pública y de regodeos vanidosos, un ejercicio literario como el que a lo largo de su vida y obra ha desarrollado Efraín Bartolomé, es una senal poderosa de que no todo está perdido en Dinamarca...

La construcción de una arquitectura verbal, de un cosmos revelador y sensible, sobre los temas de la poesia de todos los tiempos y sobre sus temas personales, que realiza el poeta nos iluminan con todo su poderío. Felices nupcias entre sonido y sentido, entre fondo y forma. Si no bastara, agrego que en pocos creadores nunca la poesía ha sido tan inseparable entre hombre y obra. Dos caras de un destino asumido hasta la combustión de los huesos... Su oficio es arder... O como digo en un poema: cabeza y pensamiento unidos al aletear de brazos y piernas.

Bartolomé es un prodigioso hacedor. En cada trabajo poético suyo, certezas, sensaciones y emociones se asoman, dejando que percibamos los misterios de la vida, ánima mundi...

Su impresionante performance en el acto central del ritual de su lectura, nos eleva de lo más terrenal a lo divino. La Diosa Blanca inunda el rio rojo de su aliento vital y nos conmueve.

La maravilla del poema se hace realidad entonces, cantando el triunfo de las cosas terrestres. Somos otros y somos los mismos. Pero algo ha cambiado en nuestro interior, nuestra psique se sacude y encuentra preguntas y respuestas vociferadas contra el ángel, tejiéndose en el alfabeto que ordena y desordena nuestro poeta movido por las constelaciones de su arte creativo. Porque parte un verso a la mitad y sangra....

Las palabras, las personas, nos descubrimos ahora en el azogue que el bardo puso en nuestros corazones y pensamientos, así como si nada... con su voz mágica, hipnótica y sabia. La eternidad significa leerlo y leerlo bien ¡Salve caro poeta!

Corte de Café
Efraín Bartolomé

El cafetal, la sombra, la serpiente

Lo he dicho y lo he escrito muchas veces: el primer poema que leí, de Efraín Bartolomé, fue “Corte de café”. Lo hallé entonces en una revista literaria, que leía sin demasiada atención. En ese tiempo ni siquiera sabía que Efraín era de Chiapas, ni que él y yo nos íbamos a volver tan amigos como somos.

Mi conexión con el poema fue inmediata, porque en los primeros versos el poeta sueña que vuela y volar ha sido uno de mis sueños recurrentes desde mi infancia y todavía. Cómo resistirme a esta imagen: “Miro la masa verde desde el aire/ Hierve/ Es un gran cuerpo informe/ que se agita en un sueño difícil/ inquietante/ Tiembla la furia verde/ El sueño manotea viscosidades tiernas/ Tiernos odios/ Su ciega cerrazón de verde espuma herida”.

Aquí, conociéndome, tal vez hice una pausa. ¿Seguiré leyendo? ¿Y si lo echa a perder? Con esto ya me llevó al mundo de los sueños, que es donde más cómodamente me encuentro. Con esto basta, bastaría. Eso pensé, quizás. Pero seguí, claro.

El hombre, el poeta no está escribiendo en este poema desde su imaginación, ni antes ni después de este primer fragmento: está viendo el sueño proyectado en la enorme pantalla de su recuerdo y contándonos su visión. El suyo es un sueño de ojos abiertos y una poderosa cámara de cine que nos muestra panópticamente, con delectación, el entorno vivo que va nombrando, enumerando con lenta lengua para que despierten árboles, “piedras verdes”, el cafeto, la arcilla y los “hombres o sombras” que deambulan, duermen, ofrecen su trabajo y vuelven “amarillento/ el café de la tarde”.

“Corte de café” me ha parecido, desde que lo leí, un inspiradísimo guion de cine –la palabra corte, incluso, es de estirpe cinematográfica– que no debe ser filmado, porque la película exacta trascurre ante los ojos que leen los siete fragmentos que lo componen, donde son personajes estelares “El cafetal La sombra La serpiente” y las manos que siembran, podan, cortan, despulpan, lavan, cuidan, doran, muelen el café, para que llegue hasta nosotros “Exquisito/ y amargo”.

El poema es y será parte siempre de Ojo de jaguar, de 1982, el primer libro de Efraín, aunque la edición que presentamos hoy es un libro de artista de Berenice Torres (Ediciones Oropéndola. Coatepec, Veracruz. México, 2019), con 15 grabados, con páginas y envoltura de papel nepalés, con una cubierta hecha de papel artesanal con residuos de café, producido por Museo Vivo de Papel, de La Ceiba Gráfica, con un tiraje de 17 ejemplares numerados y firmados por Efraín Bartolomé y Berenice Torres.

Cada ejemplar va en un contenedor hecho con tablillas de cafeto.

Es decir, esta edición está hecha para poner en un trono alusivo al poema, los versos, como una nueva cosecha, un corte magnífico.

Se le ha puesto en una envoltura artística, bella, cuidada.

Por supuesto, el poema “Corte de café” sigue siendo el rey, pero está vestido majestuosamente.

[Texto leído por el autor en la presentación hecha el 28 de febrero de 2025, en la Cafetería Totico. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.]

Pepitas de oro

rodrigo raMón aquino

¿Para qué hablar del guayacán que guarda [la fatiga?

¿O del tambor de cedro donde el hachero toca? ¿A qué nombrar la espuma en la boca del Río Lacanjá?

Espejo de las hojas, cuna de los lagartos, fuente [de macabiles con ojos asombrados...

Me sé de memoria estos versos. Son para mí, pepitas de oro. Son de mi poeta favorito.

De mi poeta favorito y de muy querido amigo, también.

Debo confesarles, y quizá en ello he sido ventajoso, que muchas veces estas pepitas de oro me han servido para enamorar gente.

Enamorar gente en el buen sentido, para agradar, para romper el hielo social.

Y enamorar gente en el mal sentido, para simple y llanamente perseguir ninfas en el bosque.

También me han servido como carta de presentación.

He visto la maravilla que estos versos despiertan en la gente que no es de Chiapas.

Y aunque nadie me lo pidió, ya tengo un buen rato de embajador de estas palabras que se encienden para caminar de noche.

Así que, en esas ocasiones especiales, cuando la situación estratégica se presenta, suelto el juego de artificios, muestro mis colores, y, en ese selecto repertorio, muy destacados y muy queridos, se encuentran estos queridos versos.

A nuestro querido y admirado poeta Efraín Bartolomé y a su luminosa esposa Guadalupe Belmontes los conocí hace ya mucho ayeres. Me acuerdo que fue en la sala que lleva su nombre en el Foro Descartes, en la presentación conmemorativa de Ojo de Jaguar por sus 25 años. Era yo, entonces, un entelerido reportero cultural de un periódico que en 2007 fundamos junto mi amigo, colega y maestro, acá presente, José Juan Balcázar.

Tiempo después, la genuina admiración y la buena estrella me permitieron asistir como auxiliar de investigación a otro muy querido y admirado maestro, para mí el mejor narrador de Chiapas, aquí presente también: Héctor Cortés Mandujano, que había emprendido la ti-

tánica labor de contar la vida y la obra del protagonista de esta noche.

Anduvimos de pata de chucho por el estado indagando, fuimos a la casa paterna en Ocosingo, a las estancias de estudiante en San Cristóbal, a la fotos, los documentos y la memoria viva. De este esfuerzo, Héctor nos presentó En el vientre del atanor, vida y obra de Efraín Bartolomé, tomo 1. Así fue como también conocí al ser humano: al niño inteligente, sensible, gracioso, de mirada felina, que pervive bajo esa espesa barba blanca.

Y teniendo juntos a Efraín, Pillita y Héctor, la presentación del libro no podía ser ordinaria, se armaron todo un performance, una puesta en escena, una obra para salir de gira. Y ahí voy yo otra vez de salido y les digo vamos a presentarlo a Tuxtla Chico, la tierra de Dios, ese pueblito con crepúsculos arrebolados. Y que me hacen caso y allá vamos.

Fue todo un éxito y para mí una enorme satisfacción llevar algo bonito, bien hecho, a mi pueblo, a la casa de la cultura que mi padre fundó, y poder presentarle a mi madre a mi poeta favorito. Ella guarda con mucho amor su ejemplar de Partes un verso a la mitad y sangre, que generosamente Efraín le dedicó

Cómo no estar contentos esta noche, si estamos celebrando la vida y la obra del poeta vivo más importante de Chiapas. Este año Efraín Bartolomé cumple 75 años. Y es nuestro deber, como comunidad, como sociedad que aspira a ser mejor, homenajearlo y presentar su obra a las nuevas generaciones. Hay que gestionar reediciones de joyas que ya no se encuentran en las librerías. Hay que otorgarle el Honoris Causa y hay que ponerle su nombre a La Higuera de la Unach. En fin, nos pongamos creativos.

Con el tiempo he aprendido que no a cualquier texto bonito u ocurrente se le llama poesía, que uno puede incluso llegar a temblar ante el gran poema. Lo mismo pasa con el título de poeta, no es algo que se halle bajo las piedras o uno se dé a sí mismo, es un título por aclamación. Y hoy aquí, en la inauguración formal de Café Totico, todos te aclamamos, querido poeta. Que esta noche un ojo de jaguar dé certero con la imagen.

Señoras y señores,

Quedan con ustedes: Efraín Bartolomé y Guadalupe Belmontes Bienvenidos al Corte de Café

Corte de Café
Efraín Bartolomé

CORTE DE CAFÉ

Presentación en “Totico”

Mi corazón leal se amerita en la sombra.

Tumba y retumba mi tambor interno al presentar este libro de artista en el que Berenice Torres dialoga con mi poema “Corte de café”. ¿Quién es Berenice Torres? Es una egresada de la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, que se desenvuelve entre el grabado, la gráfica experimental, la producción de libros de artista y la investigación sobre estos temas. Trabaja también como curadora, museógrafa y gestora cultural. Ha recibido distinciones y premios nacionales e internacionales y ha pertenecido al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Fundó, en 1918, Ediciones Oropéndola, espacio nómada para la experimentación, investigación y producción de impresos a partir del trabajo multidisciplinario.

De Oropéndola salió el libro-objeto que hoy nos reúne. De su ficha técnica extraigo los siguientes datos: CORTE DE CAFÉ Poema de Efraín Bartolomé. Libro de artista de Berenice Torres, con 17 grabados impresos en papel nepalés C2 White de 100 gr. Lleva una envoltura con papel nepalés TP Mulberry de 25 gr., y una cubierta de papel artesanal hecho con residuos de café. Dicho papel se produjo en el Museo Vivo de Papel, de La Ceiba Gráfica, ese proyecto quijotesco de Per Anderson, artista sueco asentado en Coatepec, Veracruz. El tiraje fue de tan solo 17 ejemplares, numerados y firmados tanto por mí como por Berenice. Cada ejemplar va en un contenedor hecho con tablillas de cafeto. Una producción de Ediciones Oropéndola. Selva de Niebla, Coatepec, Veracruz. México, 2019.

El libro se presenta en nueve pliegos numerados con granos de café, y los pliegos van sueltos para que su propietario decida si los conserva como carpeta, o los enmarca como un mural.

Quiero contar unas cuantas cosas antes de leerles el poema: un día, poco antes o poco después de cumplir 25 años, vi a mi tío Rodrigo llegar al comedor de la casa paterna, en Chiapas, y mostrarle a mi madre su mano ensangrentada: se había tajado los dedos con el filo de uno de los canastos para lavar café.

Mi tío había sido mi ídolo de infancia: uno de los mejores vaqueros de aquella zona de hombres de a caballo, hábil para amansar potros, para reunir, guiar, curar y herrar ganado grande, y encargado también del proceso de beneficio del café durante la temporada de cosecha. Un hombre con sus características no se permitía sentir dolor. Por eso lo vi llegar así: sonreía al mostrar su mano herida mientras yo apenas podía controlar mi conmoción y mi asombro.

Esa experiencia desencadenó, en los días inmediatos, una serie de sensopercepciones y emociones relacionadas con los arduos cuidados requeridos para que, tras muchos esfuerzos, llegue a nuestra taza el prodigioso aroma del café, su sabor exquisito, y los efectos estimulantes del grano, tan poderoso en sus efectos que hizo decir a Mahoma que después de su primera taza, se sentía “capaz de desarzonar a cuarenta jinetes y poseer a cincuenta mujeres”.

En ese tiempo, sin carretera y sin energía eléctrica en Ocosingo, mi pueblo natal, todo el beneficio del café en aquellos valles a la puerta de la selva lacandona se

Efraín Bartolomé

hacía a mano: cortar, transportar los costales de cereza a caballo, en carreta o en la espalda de los trabajadores, despulpar (separar el grano de la cáscara), esperar dos o tres días a que el grano se fermentara en los estanques para que la cubierta viscosa pudiera ser lavada fácilmente en aquellos canastos de carrizo como el que había hecho sangrar la mano de mi tío; luego poner el café a secarse bajo el sol tropical en manteados, petates o patios de cemento; a continuación escoger (quitar una por una las cáscaras que hubieran quedado mezcladas con el grano después de la molienda). Y recoger y guardar todas las tardes el producto para ponerlo a resguardo de la lluvia; sacarlo al día siguiente hasta que, varios días después, mi padre recogía un puño de café, lo frotaba entre sus manos y, si ya estaba bien seco, se desprendía con facilidad la cascarilla externa, y también una película transparente pegada a la semilla. Mi padre veía aquello y luego soplaba: el polvo volaba y quedaba el café, en oro, en el cuenco de su mano. Después mordía y, si su diente incisivo ya no lograba penetrar el grano, significaba que el café había alcanzado el nivel de sequedad requerida y ya se podía encostalar en aquellos grandes sacos de yute o henequén. Los costales se cosían con grandes agujas de arria y se acumulaban en todos los espacios de la casa y ahí permanecían hasta que llegaba el momento de su venta. Se iban a caballo o en mulas, o en los dos o tres camiones que entraban por una brecha en temporada de secas, o en aquellos aviones bimotores, restos de la segunda guerra, que fueron a terminar sus días en aquella zona selvática.

Así se producía el grano que llegaba a lejanas tierras en grandes barcos mercantes y, procesado con finos tostadores, molinos de calidad y cada vez más sofisticadas cafeteras, servían para estimular los sentidos de los europeos y norteamericanos y, un poco, también, de compatriotas en algunos puntos del país que poco a poco iban desarrollando el gusto por los placeres y las

bendiciones del café.

Aquella mano sangrante me llevó a escribir el poema con el que Berenice ha dialogado en el libro que ahora presentamos.

Yo no lo tenía del todo claro, pero en ese tiempo se estaba forjando en mi alma mi primer libro, Ojo de jaguar, que vería la luz siete años después, en 1982, lanzado por las prensas estudiantiles de Punto de Partida, en mi sacrosanta alma mater la Universidad Nacional Autónoma de México.

Al libro le fue inmejorablemente con la crítica y de aquella fecha a la actual, supo ganar lectores: en este país que no lee en general y que la poesía es para lectores tan especializados, Ojo de jaguar se ha reeditado 14 veces y ha merecido ediciones normales, lujosas y lujosísimas.

Pues a ese libro se integró “Corte de Café”: en él encontró su nicho y desde ahí a sus lectores.

Un día, uno o dos años después de su aparición, me detuvo un hombre a la entrada de la Librería Gandhi, la de Miguel Ángel de Quevedo, en CDMX. Me preguntó si yo era yo y cuando le confirmé mi identidad, me dijo que era un milagro encontrarme ese día porque unas horas antes había presentado su examen profesional en la Facultad de Economía, con una tesis sobre el café, y que mi poema aparecía en las primeras páginas de su tesis.

Un día, mucho antes de las redes sociales, recibí una solicitud de permiso de una cafetería de Lima, Perú: querían poner versos de “Corte de café” en las tazas de una cafetería. Luego se repitió el hecho en una cafetería de Tijuana.

Por esas fechas, Consuelo Moreno, dueña de la Editorial Katún, que acababa de lanzar mi libro Ciudad bajo el relámpago, me dijo que don Hipólito Rébora, de Tapachulaa, pedía permiso para poner un fragmento de “Corte de café”, en la contraportada de su libro Memorias de un chiapaneco, a punto de ser publicado

Corte de Café
Efraín Bartolomé

por Katún.

La misma editora me dijo que un fotógrafo del Soconusco, cuyo nombre no recuerdo, se había inspirado en “Corte de café”, para hacer un registro fotográfico de los cortadores, en las fincas cafetaleras de la zona; y que se estaban exhibiendo las fotos, acompañadas de los versos, en la Casa de la Cultura de Tapachula.

Vi mi poema reproducido en revistas, periódicos, antologías nacionales y extranjeras, y en sitios no relacionados directamente con la literatura como La Jornada del campo, por ejemplo; o en libros como LA HORA DEL CAFÉ Dos siglos a muchas voces, hermoso volumen ilustrado y coordinado por Armando Bartra, Rosario Cobo y Lorena Paz Paredes: “una narración a múltiples voces, de la transformación que ha tenido el cultivo del café en México en los últimos dos siglos y que ha propiciado también un cambio en las condiciones de vida de la gente que lo cultiva y en el entorno ambiental”, según reza un párrafo del prólogo. Ese volumen especializado se abre con “Corte de café”. Lo editaron instituciones como la SEMARNAT, CONABIO, el INAH, y CONACULTA, entre otros. Un día en que Ignacio March Misfust, entonces director de Evaluación de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, de México, nos invitó a comer a su casa, me sorprendió regalándome ese libro, publicado en el año 2011 y del que yo ignoraba su existencia.

Leí poemas de Ojo de jaguar en casi todos los es-

tados del país y casi siempre leía “Corte de café”. La audiencia se emocionaba y yo no me di cuenta de que alrededor de ese poema se estaba forjando una leyenda negra: el libro se agotó en su primera edición y un día me alguien me preguntó si era cierto que el libro ya no circulaba porque en él venía “el peligroso poema del café”. “Ya no se encuentra en ninguna parte y sólo pude conseguirlo en fotocopias”, agregó. Le habían asegurado también que el Instituto Mexicano del Café, una institución gubernamental, me había buscado para hacerme una oferta que, como las de don Corleone, “yo no podría rehusar”: o les vendía mis derechos para que el poema ya no circulara, “o me eliminaban”. Al escuchar tal despropósito, primero me sorprendí y luego me dio risa. Pícaramente le respondí que sí, que era cierto, e inventé una cifra estratosférica por cederle los derechos de mi poema a aquel organismo ya desaparecido. Luego me olvidé del asunto hasta que un día aquella falsedad volvió hasta mí en su condición de boomerang: en una lectura de la segunda edición, aparecida en 1990, alguien me preguntó cómo le había hecho para recuperar los derechos vendidos. Fue mi oportunidad para aclarar lo falso de aquella leyenda. Pero, como sé bien cómo es el ser humano, es seguro que no todos me creyeron.

Y me podría extender en las anécdotas, pero como el tiempo no perdona, mejor pasemos a la lectura del poema:

Corte de Café
Efraín Bartolomé

Efraín Bartolomé

CORTE DE CAFÉ

I

Miro la masa verde desde el aire

Hierve

Es un gran cuerpo informe que se agita en un sueño difícil inquietante

Tiembla la furia verde

El sueño manotea viscosidades tiernas

Tiernos odios

Su ciega cerrazón de verde espuma herida.

II

Desde los troncos verdes de los árboles

Desde las piedras verdes donde descansa el musgo sube el hambre al cafeto que crece siempre verde bajo la sombra espesa de otros árboles

De los troncos que exudan olorosas resinas

Desde la arcilla roja que se convierte en cántaro bajan hombres o sombras a encontrar el café

Deambularán por las largas avenidas del día

Dormirán bajo el frío sucio de los portales (Qué reguero de muertos bajo la bota pesada del sueño)

Partirán con los vientos del invierno

Hoy he visto una sombra lenta sombra amarilla ofrecer su trabajo para cortar café a las puertas de mi casa

Y se ven tantas sombras iguales en la calle que sabrá amarillento el café de la tarde.

III

Hoy vi a un hombre sonriendo torpemente

Se destrozó los dedos recogiendo café del piso de estos días amargos

Con estas mismas manos acaricia su hambre a la hora del posol

Corte
Efraín Bartolomé

A la hora justa en que alguien bebe café con restos de esta sangre

Con sangre de estos dedos

Con dedos de estos años

De otros que son los mismos

En esta exacta hora encendida de rojo en que un hombre sonríe torpemente a sus manos con sangre.

IV

El cafetal La sombra La serpiente

Este vapor que ahoga : húmedo trapo entrando en los pulmones

La tierra en que te vas hundiendo desde hace cuánto por quién para qué por qué

Responda la nauyaca del incierto color de su veneno

Contesta nigua

desde la carne tierna bajo la uña

Talaje Piojo

Escarabajo Chinche Casampulga

De cada moretón

De cada cicatriz en la piel de la vida

Respondan!

Qué silencio en el fondo del cafetal

Qué oscuridad moviendo las hojas más delgadas de los árboles

Qué altura truena bajo los pies sobre las hojas secas

Al tallo del cafeto se enrosca el miedo

Arriba tras la techumbre en sombra de los árboles el durísimo sol babea su rabia.

VI

Y quién dice que no vienen del sol todos los males

Y por qué no

Sábado 8 de marzo de 2025

si cada red de luz lanzada sobre el mundo

fermenta el malestar

Convierte en larvas los huevecillos de la enfermedad

Hinca la brasa cruel de su cigarro

sobre la piel más tierna

Pero también desangra las lagunas

Adelgaza los ríos

Luye los cortinajes de la lluvia

y hace surgir las gotas de sudor

humana transparencia

como un collar de sal que a veces da sabor

o cae

sobre una llaga.

VII

Aquel siembra café con sus manos rugosas

Ése poda el café con sus ásperas manos

Otro corta el café con manos primitivas

Manos iguales despulpan el café

Alguien lava el café y se hiere las manos

Otro cuida el café mientras se seca y se secan sus manos

Alguien dora el café y se quema las manos

Otro más va a molerlo y a molerse las manos

Después lo beberemos

Exquisito y amargo.

Corte de Café
Efraín Bartolomé
Suplemento cultural
Corte de café / Efraín Bartolomé

Las opiniones vertidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de esta publicación.

Corte de Café
Efraín Bartolomé
Editores: Daniela Alfaro y Enrique Alfaro F.

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