de una bufanda amarilla que nos hiciera corbata alrededor del cuello,
nos deja sin voz la garganta. Mudos que gesticulan con las manos para siempre mientras pasan los aviones rozando el techo bajo de las azoteas, a esa hora
en que el bullicio se congrega en las aceras, reclamamos un instante de atención
a nuestro paso, y la gente que cruza esquivándonos en un regate imposible mira las manecillas del reloj con impaciencia, aguarda el cambio inminente de color de los semáforos;
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