Programa de Festes de Sant Jordi 2018 - 2/2

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A LT R E S C O L · L A B O R A C I O N S

recordaba en el jardín de mi casa donde lavaba mi madre, junto a una balsa y una pila de la que manaba un agua fresca con la que hacíamos gaseosas en verano introduciendo el contenido de unos papelitos blanco y azul, por ese orden. En la pared más cercana a la entrada, y adosada a la misma, había una fuente semicircular, de un único caño, por el que brotaba un chorro vivo de agua que crepitaba uniendo su sonido al de las mujeres en su ritual de lavado. Epifanía purificadora, como el fuego de aquel azulejo, en otra de las paredes, que rodeando a una mujer ilustraba la leyenda: “Para alivio de mis males, en este lugar me han puesto, para los que vengan a lavar me recen un Padre nuestro”. Regresamos más veces, cuando íbamos a jugar al Chalet de Gori y nos dejábamos balancear en aquellos columpios coloridos y recorríamos sus caminos arbolados y buscábamos una balsa donde nunca nos bañamos. Al entrar o salir de ese lugar, que se nos antojaba misterioso, siempre pasábamos por el LLavador de la Font Bona para mirar la leyenda, para beber en la fuente de único caño o para observar a las mujeres que en animada charla movían sus brazos, arriba y abajo, sobre aquellas pilas que devolvían el esplendor a sus prendas con movimientos rítmicos y vigorosos. Más adelante, en la adolescencia, era camino obligado para llegar a la piscina El Romeral, en aquellas noches de verano de lunas románticas que iluminaban el sendero. Entonces el objetivo era otro: pasear y buscar con la mirada al chico que te gustaba para asegurar que emprendía el mismo camino que conducía a la pista de baile cuajada de cercanías y tibiezas de julio y agosto; recuerdos que alimentarían el cercano otoño de anhelo y melancolía.

Asunción, la viuda de Bartolomé Sempere, y que hubo una reina, María Victoria dal Pozzo, que junto a su esposo, Amadeo I de Saboya, ocuparon el trono de España tras la expulsión de Isabel II, y a la que llamaron “La reina de las lavanderas”. Una reina efímera y muy culta, que un día al salir por la puerta de atrás del Palacio Real vio a las mujeres que lavaban en el Manzanares; mujeres, como tantas otras, soportando los rigores de fríos y nocturnidades, y, compadecida, creó el asilo de las lavanderas para que sus hijos estuvieran atendidos mientras ellas lavaban, convirtiéndose en la primera guardería de nuestro país. Mujeres apoyando a mujeres: María Victoria dal Pozzo desde su lugar privilegiado, y en Banyeres, como deja testimonio el azulejo testimonial: Gregorio Molina Albero, José Albero Albero, Gregorio Molina Rivera, pero también Dionisia Ribera Albero, Vicenta Albero Sempere y Magdalena Albero Albero…Y en Blanes, Guillermo Albero Belda, Hilaturas Viñas, pero también Asunción Castelló Ballester. Y un sueño: Recuperar aquel espacio propio de mujeres, arquitectura de vida cotidiana, de tertulias y confidencias que pasaban de madres a hijas y devolvérselo, rehabilitado, nuevo, también como lugar de encuentro, público y culto, como lo fue la reina de las lavanderas, como lo fueron las pioneras de nuestro pueblo.

Y ahora, en la madurez me asaltan aquellos recuerdos y descubro que hubo otro lavadero, el de Blanes, que además fue costeado, entre otros, por mi abuela

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