La salud del suelo es un componente esencial para la productividad agrícola. En su base se encuentra una comunidad compleja y dinámica de microorganismos, que conviven en una zona muy pequeña entre la raíz y el suelo, llamada rizósfera.
Estos organismos, formados por bacterias, hongos, actinobacterias y protozoos, participan en los ciclos de nutrientes, la estructura del suelo y la protección de las plantas frente a estreses ocasionados por la alimentación de insectos (bióticos) y por altas o bajas temperaturas, lluvias o sequías (abióticos).
Durante décadas, el manejo del suelo se centró principalmente en su fertilidad química, con énfasis en el uso de fertilizantes sintéticos para reponer nutrientes. Sin embargo, esta visión ha sido superada por un enfoque más integral que reconoce el papel vital de la biología del suelo.
Un suelo verdaderamente fértil no es solo una reserva de minerales, sino un ecosistema vivo donde los microorganismos actúan como catalizadores de procesos fundamentales.