Ágora nº8

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Á G O R A

DRÁCUL1711. Era el nick de la primera persona que contactó conmigo, a los pocos segundos de entrar en el chat. Entablar conversaciones con desconocidos a través de Internet no responde a mi concepto de actividades propicias para un domingo por la tarde, pero la resaca, el aburrimiento, la pereza y la tormenta me llevaron a sentarme frente al ordenador. Busqué en Google y entré en una de las páginas al azar. Tardé unos minutos en elegir mi alias. Me decidí por el título de una canción, que además es un nombre de mujer: Eloise. Casi al instante, se abrió la ventana y me saludó. Su nick me pareció original y le respondí. Quiso saber si Eloise era mi verdadero nombre. Le expliqué que se trataba de una de las canciones de Tino Casal, mi ídolo. Me preguntó: —¿Crees en las leyendas? Respondí afirmativamente, pensando que se refería al cantante. Cuando leí su siguiente pregunta, comprendí que no era así. —¿Crees en los vampiros? —¿Por qué no? —le contesté. —Soy uno de ellos. La sorpresa fijó mi mirada en la pantalla, sonreí y decidí seguirle el juego. Le interrogué acerca de su nombre y su lugar de origen. —Me llamo Airam y nací en Kracow, Polonia. —¿Cuál es tu edad? —me interesé. —Tengo 299 años. Mi sonrisa se amplió. Volví a leer las frases de nuestra conversación y reflexioné en la cifra junto a la palabra «DRÁCUL» en su nick. Hice la suma mentalmente y casi exclamé en voz alta: 1711 era su año de nacimiento. Sea quien fuera, no improvisaba; sabía lo que decía. —¿Cómo te llamas? —me sobresaltó su pregunta.

—Deberías saberlo —di rienda suelta a mi imaginación, alimentada por películas y libros sobre vampiros—. Tienes poderes mentales. —No, no los tenemos. Tampoco volamos ni nos convertimos en murciélagos. Eso son fantasías inventadas para el cine. El resplandor de un relámpago iluminó por un momento mi habitación. Miré hacia la ventana. Al otro lado, una repentina y profunda oscuridad parecía haberse tragado la calle. El trueno me hizo, literalmente, saltar de la silla. En un acto reflejo inconsciente, puse una mano sobre mi pecho, con el tácito deseo de calmar los incontrolados latidos, desbocados de modo tan repentino. Corrí a bajar la persiana y regresé a mi asiento con la respiración agitada como si acabara de correr los cien metros lisos. —Me llamo Valeria —teclearon mis dedos sin el permiso de mi mente. En ese momento perdí la conexión, mi ordenador se bloqueó, me caí, según la jerga informática. Tuve que reiniciar y volver a entrar en la página del chat. Tuve que hacerlo, fue un impulso vital. Le busqué pero no vi a ningún usuario con el alias DRÁCUL1711. Esperé a que él se pusiera en contacto conmigo. Una tal María me saludó. No le contesté y cerré su ventana. Casi al instante, me arrepentí. El vampiro dijo que se llamaba Airam: María, escrito al revés. Mientras buscaba el nombre en la lista, DRÁCUL1711 reapareció en mi pantalla. —Hola, Valeria. El sonido del trueno acababa de pronunciar mi nombre al tiempo que lo leía. Le expliqué que había perdido la conexión por unos momentos. La curiosidad por saber hasta dónde llegaría el internauta y la inquietante posibilidad de creer en él, me empujaban a seguir la conversación. Le pedí que me hablara sobre su vida, le pregunté si era cierto que no soportaba los rayos del sol y si dormía en un ataúd. Afirmó que su vida era nocturna porque debía evitar la luz del sol, que podía llegar a destruirlo, y que no dormía en un ataúd, aunque tampoco lo hacía en una cama.

NARRATIVA EN CASTELLANO / Creación literaria

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