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La cabra rinconera
Por Adolfo Pastor
Para que las muchachas y muchachos de la aldea pudieran beber leche cada día, en cada corral de cada casa, todas las rinconeras una cabra tenían. No es que fueran cabreros, como Miguel el de Orihuela, aunque alguno sí había, solo eran previsoras. Cada día, temprano, la mujer de la casa, con la pata de la cabra entre las piernas, a ritmo, las ubres apretaba y un cazo de porcelana roja, de leche blanca con espuma hasta los bordes, rellenaba.
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Junto a la lumbre mañanera, la leche hervía en la sufrida olleta, por dos o tres veces, la madre la retiraba y la volvía para que la leche no saliera.
En la mesa, cada hermana y hermano la esperaba, con su plato de pan seco espiscado, y ya, en sabrosas sopas transformado, cada cual almorzaba.
Y, raudos, hacia la escuela trasponían, con la cartera a la espalda con sus libros y, bajo el brazo, un leño pa la estufa, que, así, ardía. En el corral, la cabra las ramas de olivera rosigaba y así se alimentaba y también los conejos, y con alfalfe, hojas de higuera y hierba.
En los días de fiesta, los muchachos la cabra paseaban por sendas y calipuentes a rosigar la hierba, con el ramal sujeta, vigilando el sembrao, y la ataban a un chopo para echarse un campuz en los Piquetes, las Canales o el Barranco. La cabra era tan tierna que al corderillo blanco o al cabrito sus tetas ofrecía, aunque no fueran hijos. Para aumentar la prole, la dueña de la cabra hasta el corral del cabro la llevaba justo al lao del barranco. Cuando la familia, a pie, en macho o en el carro, hacia Orchova marchaban o volvían, del ramal la cabra iba sujeta, por miedo al forestal, un mordisco al pino o la sabina junto al carril podía significar una denuncia. Era más importante el monte y la ribera que la cabra, los renteros y renteras.
Al acabar estas humildes reflexiones, pido un recuerdo afectuoso y una ovación sincera a nuestra humilde e imprescindible cabra rinconera.