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Rincopedagogía
Por Tamara Domínguez
Una maleta cerrada llena de ropa mal doblada. Asomaba una camiseta con la cremallera a medio trayecto. El apartamento quedó a su espalda sumido en el auténtico caos. El gato se apresuró a implorarle atención en un último maullido en balde. No tenía muchas ganas de mirar en cómo quedaba todo, sólo buscaba escapar de allí. Ya retomaría su basura donde la dejó después de Navidad.
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Asqueada intentaba mirar el paisaje que paraba difuminado a través del cristal empañado. Huía del barullo, de las luces, la gente. Huía de sí misma. Miró el teléfono. Cientos de whatsapp y llamadas aglomeradas sin respuesta. Paró el teléfono, tampoco iba a necesitarlo. Lo arrojó al asiento de al lado y decidió parar su mente.
Al sentir que se detenía, abrió los ojos. Comprobó que ya se encontraban en la última parada y que tan sólo quedaba ella en ese viejo y cansado autobús. El conductor la miraba con ganas de acabar su turno y volver a casa. Con las mismas ganas que llevaban acompañándola este último año, cogió la mochila y bajó sin decir adiós.
La aldea asomaba muda entre pinares secos y frondosos de romero y tomillo. El humo de las estufas invadió sus pulmones y siguió por la calle que le llevaba a esta extraña y vieja casa apartada del resto de la civilización. No se cruzó con ningún alma, aunque tampoco la hubiera visto de lo contrario.
Frente al viejo portón, tiró de la cuerda y abrió. La vieja, sentada en la silla de mimbre, la miró y, sin levantarse, le sonrió levantando una ceja:
-“Sabía que vendrías. Te estaba esperando”
-“No he tenido tiempo de llamarte para avisar que venía.”
Sin inmutarse se giró y siguió removiendo la miel que hervía.
-“¿Alajú?”
La abuela asintió con la cabeza. Carolina se sentó junto a ella. Había perdido toda la capacidad de relación con las personas. Miró como mezclaba las almendras, nueces, miel y pan rallado hasta hacer la masa.
-“Dime , ¿qué te atormenta niña?”
-“Abuela, mi vida es caos. Un auténtico y horrible caos. Cada paso que doy es para hacerlo peor.”
Leonor siguió amasando.
-“Comprendo.”- sonrió. “¿Quién dice qué es un auténtico caos?”
-“Todos abuela. Dejé a Guillermo, mi madre me recuerda constantemente que me arrepentiré de eso, tengo un trabajo de mierda en el cual mi jefa me tortura en busca de objetivos que nunca son suficientes, hablan de mí vecinas, compañeras… leo sus pensamientos, abuela, no soy lo que la gente espera de mí.”
-“¿Y quién eres Carolina?”
-“¡Soy un desastre! Ni yo lo sé, abuela.”
-“Exacto, mi niña. Todavía no te has escuchado. Aprende a estar sola, a disfrutar de ti leyendo, cantando, llorando… Tan solo eres una persona descubriéndose a sí misma. No eres lo que los demás ven en ti, no debes ser lo que los demás esperen de ti: tener ese novio porque todos digan que es buen chico, ese trabajo porque debas aguantar si no te hace feliz. Eres los días felices que pases en compañía de la persona con la que te apetezca estar, sean 2 sean 5, eres el trabajo que te llene, aunque en su búsqueda te equivoques tantas veces. Equivócate, pero no te arrepientas de nada. Quiérete tú, tal y como eres, no cómo te vean los demás y aléjate de todas esas personas que te juzguen, quizás no vives rodeada de las personas que te ayuden a crecer, eso tiene solución. Y a tu madre, dile que la amas, que la amas con todo tu corazón pero que te deje equivocarte en tu propia búsqueda.”
Carolina pensó detenidamente en esas palabras. Cabía la posibilidad de que ella estuviera pretendiendo encajar bajo el prisma de los demás y estuviera frustrada por ello. Donde hay que forzar, no es tu lugar.
Leonor se giró y, como si supiera leer el pensamiento de su nieta, le brindó un trozo de torta de alajú.
-“Mientras le das una vuelta, el alajú te ayudará a verlo mejor.”