Roberto bianchi narrativa

Page 1

ROBERTO BIANCHI URUGUAY Poeta, narrador. nacido en Montevideo el 30 de marzo de 1940. Como poeta dio recitales en casi toda Latinoamérica. Entre otras realiza su ponencia: El FOTOGRAFÍA promotor cultural, papel del agente de cultura en Quito, Ecuador 23 de enero de 2014 invitado por la UTE (UniversidadTecnológica Equinoccial) y la reitera en Palmira, Colombia, en el Festival de Arte, junio 2015. Premio Cuento «20 aniversario AUDA», 2004, con jurado de la Casa de los Escritores del Uruguay.Mención especial Poesía, Concurso literario Historias y poemas del mar, 1986-2006, con su poema Acaso el mar, Liga Marítima Uruguaya; Tercera mención en el Concurso Internacional de poesía De las dos orillas, con su poema Las uvas rodaron como gemas, Montevideo, 2007; menciones especiales en los concursos El mundo lleva Alas, I, II, y IV - Editorial Voces de Hoy, Miami, EEUU, 2009, 2010, 2012, y en el Concurso Club de Leones de El Pinar, 2015. Seleccionado para I Concurso Mundial de Ecopoesía 2010, (Unión Mundial de Poetas por la Vida). Mención en el Concurso de la revista de poesía Lo que vendrá, con el poema La eternidad del juego del hombre deshabitado. PUBLICACIONES: Novela: Vaivén,2009. Poesía: Los amores son arcos formidables (1998), ...y sin embargo abren los jazmines,(2003), En las líneas de la mano, 2004, Quito, Ecuador.Trilogía Poética, Ediciones Atenas,Barcelona,2005. HUELLAS/MARCAS, poesía esp=port., Ecuador; Gestual de Dominio, (ilustrado Fernando Barreto, aBrace, 2009). FRONTERAS, (ilustrado por Fernaasndo Barreto, Brasil, 2011), ríos de cabezas, selección de Miladis Hernández Acosta, Guantánamo, ilustrada por Ileana Mulet,(SUReditores, UNEAC, Cuba, 2013). Director del Movimiento Cultural aBrace.


NARRATIVA

2


COSTA SILENCIO

Costa Silencio es un lugar dispuesto a marginar, aunque reciba habitualmente resacas y otros pobres desechos de universo. Admite todos sus visitantes porque adquirió a buen precio las innumerables promesas protocolares, siempre presentes, frases circunstanciales y otras muchas versiones de la nada. Hay excepciones. Alguna vez se respira profundo hasta articular en los pulmones los gritos coincidentes. En esas ocasiones Costa Silencio se adentra en memoriales y aniversarios. Entonces algunos recuperan el habla y el eco. Pedro se refugió en ese rincón para reorganizar el organismo. Rodeado de sobrevivientes inválidos. Testigos del agua que desbordó la arena. Casi en penumbras. Pensaba que iba a navegar, que la Costa aunque desmemoriada, lo estaría esperando. En su ausencia la recorría de ojos cerrados, sólo recibiendo en su memoria la señal de la luz, ese reflejo desafiante que sabía muy bien de dónde llegaba. -Todos los días nos sorprende la muerte. hay que burlarse de ella-, nos dijo una tarde mientras el mate daba vueltas y hablábamos de canciones que la mostraban y el trato que le daban algunos, como habitualmente hacen los mexicanos. Recordábamos una cantante cubana que decía: -«Te jodí puta…estoy viva» – y a «el Sabalero», dedicándole un disco. Con ellos, la muerte tenía 3

aBrace Letras


que tolerar las irreverencias y joderse. Entonces reflexionábamos: -Todos los días nos vacuna con dosis de monóxido de carbono, pulular de aguas servidas, ruidos como fieras. Ensilla el mate cebando con el rescoldo de agua del fondo del termo, tan parsimoniosa, la muerte, en su infecundidad, en su parásita intervención. Aquellos primeros días Pedro demostraba saber algo de todo, para no quedar afuera. Se había olvidado de las calles, pero empezaba a andar las humedades y los atardeceres frescos, como un hurgador bajo la superficie. Comprendió enseguida que en la cara, la Costa conservaba los restos de maquillaje. Nunca le había gustado salir sin afeites. Pero cuando de tardecita volvía a refugiarse de marejadas, esperando a lo mejor la luna de los grillos, aquellos polvos y esos delineados se desdibujaban. Podía tal vez entonces ver los filos, las ojeras, los ojos azules palidecidos. La empezó a recorrer en bicicleta. Andando lento, pero lo suficientemente rápido como para encontrarla. Las caminatas tal vez le ataran demasiado. Le daban pocos tramos de andanza y realidad. La bicicleta le permitía bajar el aire a su altura y respirarlo suave aunque la brisa se acelerara y lograra despertar alguna lágrima sin atenuantes. Realmente la degustaba, como cuando se sueña mucho tiempo un fruto y luego se empieza a abrir, entrega gajos para morder, semillas para ir separando y cáscaras que quedan atrás. En la Costa la muerte tiene la marca de los peces. Todos los pescadores se arriman en los días calmos. Están en las rocas con sus riles, en la playa con sus redes y hasta alguno de mediomundo o calderín que apunta a los pequeños. Disparan sus nervios y apuestan a crecer el silencio. Por eso en esos días que los peces se amontonan muertos en la orilla, sin más explicación que la de NARRATIVA

4


sus restos resecándose al sol, en la Costa se llora y se susurra. Los bares abren las ventanas para que los hombres suspendan sus barajas, y se asomen a contemplar el desfile. Pedro sabía muy bien que iba a encontrar silencio. Había estado entre gente bullanguera de esas razas que danzan y gozan las entrañas y también entre otros que se desprecian mucho más que se hieren. En la Costa el silencio es un himno. La solemnidad de manifiesto. -Sigo pensando que somos un pueblo entristecido- nos decía. ¿Recordaría, o le habrían contado esas explosiones jubilosas que muy de nunca, sucedían en la Costa? Días en que se unían los resortes inconscientes y disparadores de alegría de tantos, para llenarse los balcones y las plazas de gente festejadora y febril, con una motivación profunda. ¿Serían excepcionales esos días? ¿O la necesidad de felicidades que siempre tan esquivas, desbordaban la piel? Poco a poco recorrió las llaves, vivió las aperturas y lo condenaron los candados. Poco a poco como es costumbre en la Costa, donde se deslizan los ómnibus con sus panzas henchidas y se va mirando por una ventanilla que renueva paisajes iguales. Algunos días se despertaba temprano y asomaba a su infancia de arroyito delgado, de fino recoveco de sinuoso curso, apenas delineado y sin contaminar. Encontraba al niño débil sin argumentos, en aquella atmósfera opresiva del cincuenta, sin despertadores de obediencia. Nadie iba a pensar que otra vez estaría Pedro allí , sobre ese mismo arroyo ahora cautivo de canales, con niños mendigando entre los autos. Nadie entonces habría pensado niños que no fuesen modelados y protegidos en su inocencia.

5

aBrace Letras


Es posible que luego recordara otros años y otras insinuaciones de la vida, donde se amontonan redes y aparejos. Pescador de orilla, difícilmente embarcado en chalana , a veces sentado en un puente, esos en que se cuelgan las piernas sobre el agua, donde irremediablemente se refleja la silueta de sombrero de paja y caña de pescar pejerreyes. Siempre la geografía de la arena, donde de a poco se subían las calles cortadas por los arenales, adonde los tranvías descansaban preparando un retorno a pie de rieles. Unos tímidos besos casi desprovistos encontraban algún espacio entre juegos, o en las horas distraídas de los recreos, o en los paseos primaverales escapados de las rutinas. Seguramente Pedro entendió que en la Costa, la hora de cantar está vencida. Se la sustituyó por un rumor, tal vez un tarareo. Por eso si alguien canta sorprende, como si saltara una flor desde las piedras. Desde las rocas grises de la orilla. Son paralelamente los problemas de la memoria. La natural y perdurable debilidad, con que alguna vez resolvió ciertos difíciles y tristes hechos, otorgando perdones como olvidos. - Las mayorías no recuerdan -decía convencido- están empantanadas en el tejido que las inmoviliza. Se mueven en bandadas a favor del viento. Vemos esas mayorías hamacándose en los vaivenes que genera la vida de todos los días. ¿Quién les dirá que se vacían? ¿Quién puede levantar estandartes donde se apostó al silencio? Durante un tiempo esperó un milagro. Si bien era una apuesta solamente, si bien muchas veces lo rompía la fortuna y empezaban a sonar campanas y bocinas al viento. Si bien todos los días se esperaban temporales que casi siempre se traducían en brisas leves. Si bien Pedro respondía y señalaba sus proyectos de aurora, su condición de vecino reciente, pero nunca extrañado, desde las tiendas cercanas, allí donde suponía que se iban a acordar de la sangre, allí precisamente, se escondieron los perros y las redadas, los golpes se NARRATIVA

6


ensañaron con la luz y la desvistieron de alegría. Merodeaba todavía por los alrededores, asombrándose que tantos se engañaran. Sabía que en la Costa se vive de la pesca, que la competencia es mucha, que los grandes pesqueros abarcan los cardúmenes mayores de peces, y cuentan con equipos de conservación y almacenamiento adecuados. Entonces veía cuántos como él perseveraban en sus artes, creyentes de los distintos sentidos de la lucha. Por ejemplo, le sorprendió cierta solidaridad a rajatabla, compartiendo terreno con la cuota diaria de traición y abandono. Le asombró la indiferencia de los responsables y la soltura de cuerpo de los dirigentes, que pueden empaquetar cualquier mentira y jugársela a varias cartas, por las dudas. Nadie puede abandonar la sangre que lo surca. Por eso volvió con sus libros, sus poemas, tantos, las largas esperanzas de ser definitivos. No volvería a escribir con los mismos vocablos, con la furiosa letra deletreada, acaso heroica, posiblemente desgastada. Pero siempre sería mejor usar la propia tinta, la que se recoge del barro, o se llora en la noche, en la raíz del sueño, en la madrugada de la duda, en la infalible rendición con que termina la vigilia, con la seguridad de no ser en vano. - Quiero tener un jardín –dijo también-, no importa si es pequeño. A lo mejor una hilerita de alegrías, algunos pensamientos, violetas guarecidas y aquel rosal que puso mi madre con dedos pequeños, para después recoger rositas minúsculas, rosadas y olorosas. Un día se calló. Lo buscamos por la Costa escuchando el llamado del frío, ese que viene viento y se cuela con silbidos. Viento del sur 7

aBrace Letras


dispuesto a cortar sueños, a violentar los estratégicos muros ciegos. Pensábamos que no iría jamás a renunciar voluntariamente a persistir en sus intentos de recuperar la memoria. Encontramos allí su caña de pescar, una valijita con anzuelos, el reloj siempre a punto de morirse, una pequeña tabla y un cuchillo. Nada más, salvo los peces amontonados, muertos en la orilla, sin más explicación que la de sus restos resecándose al sol. A lo mejor, un pez sobreviviente que habrá decidido acompañarlo lo llevará en sus escamas como un reaseguro, sin solemnidad, sin despedidas. Estarán seguramente retratando palabras escapadas en los riscos, sobre las olas, o entre las algas desnudas.

NARRATIVA

8


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.