Pichón - Libro de cuentos de Irma Nélida Jorge (NELMA)

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IRMA NÉLIDA JORGE (NELMA)

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PICHÓN

Irma Nélida Jorge (Nelma). Victoria, Entre Ríos, (22 de abril de 1969) Profesora en Castellano, Literatura y Latín. Rectora de Escuela Secundaria. Actual Supervisora de Educación Secundaria, en Villaguay, Entre Ríos, Argentina. Premios de poesía internacionales. Publicada en plegables y en el libro on line EL CANSANCIO QUE NOS UNE, 2015, y DETRÁS DE VELOS, 2016, de aBrace Editora. Participó de la obra Un solo mare e la parola, Roma 2017, con su poemas traducidos al italiano. Su ponencia: La paz en nuestros pueblos, fue realizada en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en Buenos Aires. Representante de aBrace en Entre Ríos, Argentina. Premio poesía Club Leones de El Pinar, Canelones, Uruguay, en su sexto concurso internacional; Premio poesía del Concurso La Hora del Cuento, 2016, Córdoba, Argentina. Su poemario QUIERO VIVIR 100 AÑOS (2016) se presentó en La Habana, Cuba, en Victoria, Entre Ríos, Argentina y en el 19° Encuentro Internacional Literario aBrace, Montevideo, Uruguay, 2017. 2


A LA MEMORIA DE MI PADRE MANUEL OSCAR A MI MADRE OFELIA A MIS HERMANOS, FABIANA, OSCAR Y ALEJANDRO


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© Roberto Bianchi - Director abracecultura@gmail.com Sarandí 690 – Apto.404 – Montevideo, Uruguay abracecultura@gmail.com (598)99103857/29147849 ISBN 978-9974-8543-4-5 Todos los derechos reservados.

Villaguay-2017


Pichón Desde el amor y la memoria… VILLAGUAY 2017

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PICHÓN

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MANERA DE PRÓLOGO

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veces, cuando se tienen condiciones y pasa el tiempo inevitable de la capitalización, para la comprensión yasimilación de los acontecimientos, se torna imprescindible expresar sin dudas y sin restricciones, aquello que en la memoria siempre tiende a aflorar y muchas veces por diferentes razones, lo sujetamos como un caballo al palenque. Y menciono especialmente los caballos, por ser, en el universo épico-lírico de PICHÓN, donde las estrellas y el campo lucen como joyas indescriptibles, lucidos protagonistas en los relatos de esta obra. El agradecimiento de la autora hacia sus ancestros se manifiesta permanentemente en cada narración. Aunque no se indique puntualmente, es de recibo, cuando subrepticiamente aparecen en los diálogos, como por ejemplo cuando Julia, una posible enamorada de Manuel (Pichón), habla con su madre y le muestra una fotografía, mientras espera al novio que no llega… le dice: -Esa es una de las mejorcitas que salió. -¡Ah! y querés que la vea el muchacho… /-Manuel, mamá… Imaginamos en la palabra de la autora, que al nombrar Julia a su posible enamorado, se mezclan todas las mieles al reclamo por el reconocimiento. Y esa misma actitud se encuentra en muchísimos ejemplos de amor, de los que obviamente Irma Nélida Jorge fue testigo en la vida y otros que recuerda de las propias anécdotas que supo recibir y ahora recordar, como por ejemplo, la actitud generosa en su 7


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ternura, cuando el hombre sabía de antemano que nunca más volvería y le dice a la mujer de la que se aleja: - Tu madre debe estar contenta… mientras la dejaba en su compañía, aclarando la autora: En realidad no quería dejarla sola, porque sabía que no volvería nunca más. Los vínculos de Pichón con su padre siempre son señalados como de respeto. Entre el acatamiento y la desobediencia, pero siempre colmados de admiración. Seguramente marcados por la rudeza de las tareas que debían emprender y los tiempos en que se vivía. Ejemplos sobran: - Pasame un cigarro, dale. Dame antes que venga papá. -y una primera larga pitada lo ponía al ruedo. O diálogos como estos: - ¡Qué susto mijo! ¿eh? -le decía su padre, tomándolo del hombro./- Un poco. Si no aprendí a nadar ahora, no aprendo nunca más. -¿Cómo está mijo la bachón?/- Bien papá ¿y Ud.?/Bien hijo, su madre quiere hacer fideos, así que va a tener que ir a buscar la harina./- ¡Ah sí!, ya me dijo. Aunque después en el trajín de la mañana y enhebrado en el juego, se olvidara de la tarea. El Pichón que recuerda Nelma es jugador, timbero, enamorado y siempre dispuesto al tabaco, alcohol y los caballos, tal vez todo lo que sería inadecuado para un buen pretendiente, sin embargo al menos la visión de la autora y su gestualidad, lo hacen un personaje querible, oportuno, capaz de jugarse todo por una buena causa o una sensible amistad y se decía un hombre de fe. Por supuesto que el trabajo nunca lo intimidó y el amor paternal estuvo siempre fuera de disputa. A veces se puede vislumbrar un gesto de disculpa por parte de la escritora para situaciones que podrían recibir cierta censura. 8


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La tonalidad de los relatos es sumamente amena y se adecua a los tiempos en que las historias transcurrieron. Se evidencia también al ambiente, el lenguaje y las costumbres tradicionales de pueblos campesinos, en que el mate eternamente está presente y el amor se somete a la prueba de lo colectivo, al desarrollo de fiestas o simples vueltas a la plaza de la ciudad. El carnaval, por ejemplo deja una manifiesta relación entre los deseos primarios y la diversión, por ser tal vez –recordemos que la carne valeuna de las escasas oportunidades en que se pueden liberar procedimientos y acercamientos con mucha mayor facilidad. El olor a carnaval lo inundaba todo. No había rincón en que no se respirara ese aroma, ni seres impávidos ante un acontecer que prometía alegrías infinitas, nos dice Nelma en una descripción de la que no puede escapar como poeta y agrega en el diálogo entre las chicas: - Y los muchachos, ¿saldrán con nosotras o los encontramos allá? -preguntó María. - Y, no sé, lo importante es que nos veamos, que podamos estar juntos, divertirnos como siempre… ¿no, Estela? -apuntaba Elba, mientras codeaba a Juanita. - Y sí, ¡como siempre! -respondió Estela. Aunque a mí, sólo me interesa el Pichón. - Ummm… No te ilusiones Estela… y si va, seguro que andará por ahí, a nosotras, ni bolilla… Para los muchachos, en la visión de la escritora, las cosas son algo distintas: - Esta noche nos disfrazamos. No nos reconocerán ni nuestras madres. -rio Ignacio. - ¡Claro! Corso sin careta, ¿para qué? -agregó Germán. 9


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Irma Nélida Jorge (Nelma) es una poeta y narradora detallista y veraz, que no se inclina por tendencias preestablecidas ni por formatos de moda. Ella se sitúa a punta de su bolígrafo, declarada e insólita prescindente de las tecnologías para escribir sus textos y lo hace con la sencillez de una erudita, cual profesora de literatura que es en definitiva; de esa forma logra con un estilo propio, transmitir sentimientos empapados de una ráfaga cultural a la que tal vez muchos lectores de grandes ciudades sean ajenos, o sólo lo hayan visto alguna vez desde lejos. En un mundo cada vez más canalizado por el poder infinito de los medios, que suelen manipular la opinión pública a su antojo, encontrar una flor abierta y olorosa, darle cabida a la ternura y la imaginación, pueden ser la mejor alternativa de estas horas. Roberto Bianchi, Villaguay, 31 de agosto de 2017

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LLAVE

bría la madrugada con su frescor y sus cantos. Salomón se levantó con toda su voluntad. Procedió a los menesteres habituales, entre ellos, abrir los postigos de la cocina de par en par para que la aurora no demorara en entrar. El desayuno empezó a prepararse como cada mañana, incluso un domingo. Esta vez Salomón estaba aún solo en la casa. De la hija sabía que había viajado a otra ciudad. El café con leche y el pan con queso fueron degustados hasta con agradecimiento. El día se puso en acción. Salir al patio, entrar al galponcito donde las herramientas lo esperaban y su huerta en otro lugar también. La pala lucía casi con brillo, aunque supiera de tanta entrada a la tierra. La descolgó y la volvió a afilar sólo por costumbre. Se vuelve hacia la mesita donde ha puesto unas semillas, las mismas que irán al surco esa mañana. Antes de salir de ese cuartucho un poco oscuro pero bien ordenado, un paraguas como olvidado pero dejado allí con toda intención, le trajo la imagen de Rosario, la mujer con quien compartió tantos años y que lo había dejado viudo hacía un tiempo. Ese paraguas fue la primera compra que habían hecho juntos en un bazar, cuando recién llegaban del campo a instalarse en esa casa de ciudad de manera definitiva. Rosario lo había significado todo para él. Era la madre de todos sus hijos, excepto del mayor que había nacido en Damasco y cuya madre era Marian. Todos los días de sol allá en Montoya se le vinieron como rayo a la memoria y la veía a ella sonriente, suficiente estímulo para continuar la vida sin reproches. 11


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Afuera, allá en algún barrio, en alguna reunión de amigos, Pichón había entretenido a todos y se había divertido con su acordeona verdulera como le gustaba decirle. Esa era la parte jocosa de su mundo que no podía apagarse jamás. A los tragos tampoco se negaba. Era la mejor excusa para compartir. Pichón era un hombre alegre y amigo de sus amigos, aunque el mal humor a veces se apoderaba de él, hasta aislarlo con enojo. Una copa de más podía mostrar ese revés. La noche había sido tan larga y ruidosa, cargada de risas, de música y de carcajadas, que nadie quería verle el fin; pero el nuevo día pujaba por salir. Más de uno no quería ser sorprendido en su caminar solitario una mañana de domingo hacia la casa. A Pichón no le preocupaba demasiado y tenía adonde ir. Su cuarto y sus cosas lo esperaban. La llave dormía en su bolsillo, aunque ya se había adecuado a la bohemia. Era el reaseguro que no abandonaba. Aunque el alcohol lo empezara a alejar un tanto de la realidad, el objeto llave era cuidadosamente monitoreado por su mano a cada rato. Emprendió el regreso. Caminó feliz unas cuantas cuadras hasta llegar a su casa. En el trayecto algún ladrido le daba los buenos días o le reprochaba su paso tempranero. Pichón iba inmutable cargando su acordeón. Llega a la puerta. Revuelve resuelto su bolsillo y saca la llave. Salomón ya había cargado al hombro su pala, la horquilla y la bolsa con las semillas, había atravesado el patio, venía gozoso de algún recuerdo, sólo quedaba salir a la calle. 12


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Las coincidencias son bastante habituales, pero algunas son poco comunes. Al momento que Salomón colocaba la llave para abrir y salir, del otro lado, en el ojo de la cerradura, era puesta la llave para abrir y entrar. Un hecho tan simple se tornaría una tarea dificultosa. Tal vez un par de minutos interminables llevó la empresa, hasta que Pichón desiste y duda. Quiso comprobar si la llave, era su llave. En ese instante la puerta se abre. Ambos hombres quedan frente a frente: padre e hijo. - ¿De dónde viene mijo la bachón? - De trabajar papá –responde Pichón casi sin vacilar. - Ah bueno mijo, vaya a descansar, vaya… Y una palmada cariñosa perdonaba la mentira.

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Casa paterna de Pichón «Al momento que Salomón colocaba la llave para abrir y salir, del otro lado, en el ojo de la cerradura, era puesta la llave para abrir y entrar.»


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JULIA

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a tarde empezaba a andar muy segura de su belleza otoñal, pero el cielo no definía su esplendor. En el campo se combinaban colores y sonidos. La casa de Julia respiraba un aire especial. Ella, una vez más frente al espejo, buscaba un nuevo detalle por mejorar, hasta que Doña Luisa, su madre, la llamó a la cocina porque era la hora del mate. Mientras su hija se acercaba, Doña Luisa terminó de poner un ramo de jacintos y persignarse ante la imagen de Evita, ritual que repetía hacia casi un año. - No sé mamá, si voy a tomar mates, tengo algo acá decía mientras se tocaba el estómago. - Así que hoy viene… ¿Y habrá salido? ¿Te acordás la otra vez que iba a venir y llovió a baldazos?, ¿o cuando hasta con un corderito lo esperábamos? Había mandado a avisar que no vendría, porque lo habían llamado para una estancia de Buenos Aires y el Cirilo que parece un muñeco de trapo, se olvidó de decirnos y como por chiste lo dijo a los tres días, cuando pasaba de casualidad y se bajó del caballo para pedir agua… - ¡Ay mamá! Por favor no sea pájaro de mal agüero. Mire el día; mire lo hermoso que está. - Doña Luisa la escuchaba mientras terminaba de acomodarse a la mesa con su pavita tiznada, la azucarera y el mate recién cebado. Mientras Julia se sentaba junto a ella, le decía: - Mire, puse aquella foto -señalando un mueblecito viejo atiborrado de objetos. - ¿Y esa foto? -le preguntó la madre, mientras escudriñaba desde lejos. 17


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- Es de cuando hubo un festival en la escuela, ¿se acuerda? Nos sacamos varias los de la Comisión; esa es una de las mejorcitas que salió. - ¡Ah! y querés que la vea el muchacho… - Manuel, mamá. - Manuel… Manuel, como mi abuelo. - Sí. Quiero que la vea, pero la voy a dejar ahí, que la descubra. A ver qué me dice. Capaz que se la termino regalando. -Y que te va a decir hija, siendo una chica tan linda. Te va a decir eso, ¡que linda! - Estoy nerviosa mamá. - Bueno, el muchacho está obrando bien y se comprometió a venir. Si quiere ser en serio tu novio, tiene que empezar así y venir a pedir tu mano. - ¡Escuche, un motor! –exclamó mientras paralizada, intentaba descifrar el sonido. -Ese es Fabricio, el hermano de María. Yo conozco ese motorcito; viene todos los domingos, pasa y toca bocina. En eso, dos bocinazos en medio de la polvareda y la mano alzada con el mate de doña Luisa en la puerta, adonde había corrido a pararse para responder el saludo. Julia empezó a caminar. ¡Ay, qué hora es! -decía yendo a buscar el reloj que había olvidado ponerse. -Es temprano hija -le respondió serena Doña Luisapero ya empiezan a venir las gallinas, les voy a abrir el gallinero. -Sí, vaya mamá. Julia quedó sola para seguir soñando.

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A lo lejos un vehículo se adueñaba de la calma del camino. Al volante, Manuel. Él también pensaba contemplando la lejanía mientras manejaba; tamborileaba el volante y sostenía un nuevo cigarrillo. Iba un poco inquieto, pero pretendía sobreponerse. Intentó acelerar y el auto empezó a responder de manera extraña. - ¿Y ahora qué? -pensó, pero pudo continuar. Un arriero a lo lejos bajaba la cuesta con una veintena de vacas. - ¡Uy! –pensó- si lo habré hecho también un domingo… Pero ahora voy a encontrarme con Julia. Julia, que me quiere tanto, me da otra oportunidad. Empezó a aminorar la marcha, se puso a un costado ante el paso del ganado. El arriero se detuvo, intercambiaron algunas palabras. Aprovechó a tirar la colilla lejos con un tinguiñazo. - ¿Cómo sigue el camino? –preguntó- ¿Está bueno allá arriba? - Si, está lindo. -contestó el baqueano- Vaya tranquilo amigo, aunque el cuesta arriba hay que domarlo con fuerza, jajá. - Sí. ¡Gracias Don! El por nada, fue un saludo de sombrero y cada cual siguió su marcha. Había andado un tramo empezando a subir, cuando el vehículo empezó a fallar. Empezó a «tironear». Se detuvo. Manuel bajó un poco nervioso y subió el capot, intentó unos arreglos y logró darle arranque, pero el auto volvió a fallar. Tres cuartos de hora habían pasado y el elegante prometido que hasta flores llevaba, se había convertido 19


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en un sudado mecánico solo en la inmensidad. Subía y bajaba del vehículo hasta que en esos movimientos y con el manipular las herramientas, el ramo quedó enganchado de una de ellas y terminó en el suelo. Él no lo vio. Volvió a andar pero su ánimo era otro. En plena cuesta el auto se detuvo. No hubo enojo, ni blasfemias al aire, ni rezo entre dientes que lograra que el vehículo marchara. No sólo eso, sino que ya no respondía a ningún estímulo. Puso punto muerto y empezó a descender sin marcha. Mientras descendía procuraba darle un sentido a todo y cavilaba: No eras mi destino Julia… Julia se había acodado en el alfeizar y no dejaba de mirar el camino. Había enmudecido. No toleraba la idea de que Manuel la hubiera engañado una vez más, con el compromiso de ir a su casa. Doña Luisa estaba otra vez en los quehaceres de la cocina, intentando saber qué cenarían. - Yo no tengo apetito mamá -se secó las lágrimas con rabia y yendo hacia su cuarto remató- No quiero nada.

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C IGARRILLO

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l frio era intenso. Aún no despuntaba el alba pero no había tiempo que perder. El fogón los reunía y era el momento en que Salomón daba las últimas indicaciones antes de la faena. - Bueno hay que salir ahora, hay que hacer un recorrido muy largo -y empezaron a escoltarlo cada uno hacia su caballo. Algunos de los hombres tras un escupitajo tiraron las colillas. Manuel observaba y despertaba en él también el deseo de fumar. Ya lo había hecho, pero nunca entre adultos y menos delante de su padre. Leguas y leguas cabalgando entre conversaciones cortadas, risas, algún grito y el silencio. El muchacho siempre elegía ir a la par de su padre; asomaba la incipiente barba y se sentía todo un hombre digno de ese lugar. Iban en busca de unas cuantas reses al norte entrerriano. En ese camino, al retorno, habría ganado por doquier y voces de arreo, como única voz. - ¿Y si nos quedamos sin agua papá? - Está el agua de la pisada de una vaca, mijo. Y eso no sólo era factible. Sería un hecho más de una vez. A lo lejos ya se divisaban de regreso los arrieros. Era una fiesta de galope, mugido y rebenques en el aire. Todos concentrados en evitar el desparramo de animales; no era 21


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tan sencillo, aunque la tarea más difícil la adoptaría Salomón y por propia decisión: se adelantaba mucho, se bajaba del caballo y empezaba a arrancar las hierbas tóxicas para las vacas que iba encontrando. Era un experto en una actividad que le pertenecía en exclusividad. Esa acción hablaba mucho de su espíritu guerrero para todo. En otra oportunidad la acción tendría como protagonista el río que empezaba a crecer y obligaba a sacar los animales de la isla. - ¡Papá! -entre inseguridad y susto grita Manuel al disponerse a cruzar el brazo turbio y enérgico del río. - Seguinos. No tengas miedo -respondía Salomón desde su caballo al que las patas ya no se veían. No eran tantas las vacas, pero el hombre quería ponerlas a salvo a todas. Era una travesía que al muchacho no entusiasmaba. Atravesaban la parte más riesgosa, cuando el caballo de Manuel se tumba hacia un costado pero sigue nadando. Desconfiado de ese movimiento que no esperaba quedó mudo y con el corazón acelerado. Se aferró a las crines, mientras se esforzaba por equilibrarse sobre el cuerpo del animal. Fue uno de los primeros sustos que lo acompañarían la vida entera y que lo hizo enemigo del río para siempre… Empieza el ganado a pisar la costa y los arrieros a sentirse relajados pero muy cansados. Buscan un lugar seco para empezar a desmontar; mojados y salpicados de barro recuperan el ánimo de empezar a conversar. Manuel, retraído. - Qué susto mijo, ¿eh? -le decía su padre, tomándolo del hombro. - Un poco. Si no aprendí a nadar ahora, no aprendo nunca más. -y una carcajada selló ese pequeño diálogo. 22


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Había pasado un tiempo. Salomón había adquirido su primer vehículo: el Ford T. El desafío comenzaba. El hombre que a todo se atrevía, que tenía el cuerpo adaptado a todos los desafíos, desde un lejano huir de su patria algún día de su vida…ahora debía aprender a manejar. Ese objeto móvil le causaba cierta fascinación. Salomón lo tomó con naturalidad. Para él era sólo cuestión de subir todas las veces y ponerse a andar como si manejara desde siempre. Una tarde el apronte era ir a la ciudad. Había compras que hacer de eso que ya no tenía en su gran almacén. Era una salida de negocios. Salomón al volante, a su lado Manuel. Todo bien. El hombre en un español que se le revelaba en situaciones enojosas, hablaba de un modo que su hijo no comprendía y para sus adentros pensaba: él aprendió de grande el idioma. Yo no sé si aprendería a hablar árabe. Estaba en esas cavilaciones cuando de pronto el auto da un giro que lo deja en la dirección contraria. Fue inexplicable para ambos, pero suficiente para el desconcierto. Manuel se aferró con una mano al picaporte y con la otra al antebrazo de su padre. - ¡La puta que lo parió! -gritó en perfecto español. Otra mañana los disponía a salir a caballo. Era una mañana distinta porque era domingo y ese día se respetaba para el disfrute y la distensión merecida. - Hay carreras en lo Tomás -comentaba uno. - Habrá que ir- respondía otro. - Y vos Manuel, ¿cuándo vas a correr ese caballazo que tenés? 23


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- ¿Y quién te dijo que yo no lo corro? -riendo continuóNo. Mi caballito no es para esos trotes, demasiado da todos los días -agregó mientras lo acicalaba y lo acariciaba con ternura. - Pasame un cigarro -le dice Juan a Germán antes de acomodarse en los caballos para partir. - ¿Y vos Manuel? - Dale. Dame antes que venga papá -y una primera larga pitada lo ponía al ruedo. Ya se alejaban los amigos de Manuel y peones de Salomón. Al muchacho aún le faltaba algún detalle. Mientras ajustaba la cincha de su amado caballo, se había acercado su padre y él no lo había percibido. - Manuel... -oye el hijo y de manera instantánea gira hacia el padre. El cigarrillo recién encendido y calzado en la boca ante la mirada atónita de Salomón, fue la inesperada confesión.

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L

MALETA

lega corriendo. Muy nervioso porque está a punto de perder el colectivo. Había esperado tanto ese regreso que sería casi una infamia no hacer ese viaje. Se abría paso entre la gente por momentos con alguna amabilidad, por momentos un tanto agresivo, como si las personas fueran responsables de lo que le sucedía. - Permiso, permiso… -decía, cuando alguien se sintió molesto con su arremetida imprevista. Finalmente llega al colectivo a punto de salir. Presenta su boleto después de que el maletero ubicara su valija y sube con un apenas, gracias. Debía serenarse, ya estaba en camino, pero le costaba hallar ese momento. Se ubica en su asiento junto a una madre que llevaba un niño en brazos. La señora no paraba de tratar de ser amable apenas percibió que Manuel le hizo una sonrisa al niño. - Pórtate bien que el señor te mira, le decía mientras le tocaba la mano como intentando ponerse a jugar. Manuel no respondía. - Usted hasta adonde viaja? -Le pregunta la mujer. - Hasta Victoria, le responde él. Y trata de acomodarse como para empezar a dormir. Estaba realmente cansado. Su día había sido muy largo. Su compañera casual no tenía por qué saberlo, así que estaba dispuesta a seguir la charla pero… fue en vano. Comenzó a entretenerse con su niño hasta que el pequeño empezó a llorar. Manuel se empezó a incomodar y se puso a mirar hacia los lados para descubrir un asiento vacío. Lo halló. No dudó y sin mediar palabra se paró y se fue ante la sorpresa de la mujer. 25


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Se sentó junto a un joven que leía y de a ratos miraba por la ventanilla. Manuel hacía lo mismo, contemplaba hacia afuera porque volver a su pueblo le provocaba emoción. - Qué lindo que es leer. A mí me gusta también. -decía Manuel para iniciar una conversación sin temores. - Sí. Y más cuando uno tiene que hacer un viaje largo; no hay mejor compañero que un libro. - ¿Y qué está leyendo? - ¿No lo reconoce? -le respondió el joven mostrándole la tapa de un libro de dimensiones pequeñas. Trataba de saber de qué se trataba…pero Manuel no supo responder. - ¡El Principito!, se lo llevo de regalo a mi hermanita y aprovecho a leerlo de nuevo. - Ahhh, todavía no lo conozco. Debe ser bueno. - Justo estoy en una de las partes que más me gusta. El diálogo con el zorro. - ¡Ahhh! ¿cómo es que se llama eso? …¡Fabula! - No. No es exactamente una fábula, es más que eso. Mire, escuche: «Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Es bueno que haya ritos.» Pensativo Manuel le responde: - A mi madre le caigo siempre de sorpresa, nunca puede preparar su corazón, como dice ahí… El viaje continuó en silencio. El joven se bajó antes. - Lo voy a molestar. -dijo el joven, mientras trataba de ponerse de pie. - Que siga bien -respondió Manuel. Voy a tratar de conseguir ese libro. - ¡Ah sí! No se va a arrepentir. Adiós. 26


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Manuel quedó dormido. Empezó a roncar de un modo que una mujer que venía al lado se empezó a enojar, pero no se atrevía a despertarlo. Comentaba con alguien sobre qué irrespetuoso que es ponerse a dormir así, como si estuviera en su casa. De su malestar Manuel nunca se enteró. El viaje llegó a su fin. Alguien lo despertó bruscamente en un colectivo que ya estaba vacío. - Hombre, ya llegó. ¿No se va a bajar? Abrió los ojos un poco aturdido. Con cierta dificultad se puso de pie. Caminó por el pasillo y se bajó. Fue a buscar su maleta y no estaba en la baulera. Empezó a ponerse nervioso. - ¿Y mi valija? ¡Mi valija! ¡Mierda, donde está mi valija! Alguien que lo ve se acerca y le dice: - Pregunte en la terminal, ahí le van a decir si esta su equipaje. Sin decir nada se encaminó hacia donde le sugirieron. Abrió la puerta sin pedir permiso. - ¡Vengo a buscar mi valija! -le dice a un hombre sentado a un modesto escritorio. - Perdón señor, ¿quién es usted? -respondió el hombre. - Yo recién llego de Retiro y no tengo mi valija. - No entiendo. - ¿Qué no entiende? Le digo que quiero mi valija. - No entiendo por qué no la retiró cuando descendió del móvil. - Me quedé dormido. Como con sorna el interlocutor le dice: - Pero mire usted, no despertarse cuando llega a destino… ¿Y cómo es su valija? 27


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- Si la veo le digo: ¡esa es! ¡Por favor, deme mi valija! El hombre parecía disfrutar un poco de la situación. Luego se va a otra dependencia y le dice: - Venga por acá. Manuel lo sigue. Entran a un lugar donde había dos valijas y muchas cajas, parecían encomiendas. - ¿Cuál es? -preguntó el encargado. - ¡Esa! -respondió, señalando una valija un poco gastada, opacada por los roces de cada viaje. - ¿Esa, está seguro? -dice, con la ironía que el desagradable empleado no abandonaba. Una mirada de furia fue la respuesta de Manuel. - ¿Y qué tiene en esa valija? Dígame algo que lleve porque debo comprobar que me dice la verdad. - Telas, unas telas. - ¿Telas… se está por hacer un traje? Manuel no podía creer lo que escuchaba; no estaba para seguir soportando ese maltrato. Haciendo un esfuerzo por no reaccionar con esa furibunda trompada que necesitaba propinarle al empleado, pero también con unas lágrimas que le brotaron desde lo más profundo, le respondió emocionado: - Telas para mi madre… El hombre completó la humillación abriendo la valija. Muchas cosas contenía esa maleta, pero para Manuel las coloridas telas que le traía de regalo a su madre, eran las que iluminaban sus pertenencias. Mientras Manuel contemplaba ese obsequio se secaba una lágrima. El empleado quizá sorprendido, no emitió más palabras. 28


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CERTEZA

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a noche apacible en medio del campo. La tierra no dormía, despierta se abría en surcos. Pichón era el responsable de esa tarea. Las luces a lo lejos de camiones que cada tanto pasaban por la ruta lograban motivarlo. - Algún día voy a ser camionero, pensaba quizá en voz alta. Llegó la hora de que fuera responsable de un camión. - ¡Al fin, tortuga! -le decía un camionero en el parador en el que estaba hacía un par de horas. - ¡Si, llegué! Yo me tomo mi tiempo. Nadie me corre. Y tampoco me quiero matar en la ruta, hermano. - ¡Qué te vas a matar! Tenés que darle parejo nomas. La ruta está hecha para nosotros, -respondió con cierto tono de superioridad el otro. Un rato compartieron en el parador entre comentarios y alguna comida ligera. Después de inspeccionar, cada uno tomó el comando de su transporte. Pichón nuevamente tranquilo con la velocidad. Su compañero rápidamente sacó ventaja. Una mañana sintió que había vuelto a nacer. Toda la precaución que había tenido cada vez que estaba al volante le pareció que de nada le habia servido o que jamás hubiera existido. Un viaje que había resultado largo. El sueño lo venció un instante. Cruzó con su camión la via del tren en un momento de súbita alerta. 29


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Las ruedas sobre los rieles en una hora que pudo ser trágica. Terminó de cruzar y casi instantáneamente el paso del tren lo dejó perplejo. Se detuvo. No podía continuar hasta no dilucidar la razón de esa experiencia. Estaba a punto del llanto. Algunas lágrimas luego debió secar. El corazón acelerado parecía querérsele salir del cuerpo. Con ese camión que había hecho realidad el sueño, había quedado al borde de la muerte. Pichón experimentó una certeza que lo acompañaría la vida entera. Dios lo había puesto a salvo. A partir de ese momento no dudaría jamás en afirmar: Dios existe.

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C ARMEN

C

ual escena arrancada de una tragedia griega fue esa noche desatada en pasiones. Los dos dormían exhaustos de tanto amarse, hasta que irrumpe un hombre herido en su orgullo, dispuesto a vengar una traición a punta de cuchillo. La perplejidad a sumo grado, gritos, llanto, una catarata de improperios y la desesperación. - Por favor, ¡qué haces acá! - ¿Qué hago?, ¿acaso no es mi casa, maldita perra? El primer latigazo verbal ante el casi pánico de Manuel. - ¡Y vos, desgraciado, te vas! -le ordenaba mientras le tiraba con furia la ropa, que el increpado trataba de sostener para empezar a vestirse. - ¡A ella no le hagas nada! - le decía mientras intentaba calzarse. - ¡Dale o te mato! -fue la respuesta. Carmen, en un temblor, intentó poner a salvo a su amado amante. - ¡Andate… andate Manuel! -le decía entre lágrimas y sollozos que no podía controlar. Ella sabría de la fiereza de su marido por primera y última vez. Lastimada, pudo salir. Afuera, en la calle, casi agazapado y maldiciendo no tener un cigarrillo, Manuel la esperaba. Empezaba una nueva vida; Manuel y Carmen estaban dispuestos a compartirla. Ella inauguraba los días 31


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trabajando feliz con su máquina de coser. Todo lo que lucía la casa pasaba antes por sus manos. Carmen era una mujer que amaba a su compañero y aunque eran horas interminables que el trabajo le quitaba a la convivencia, ella lo esperaba sin cansarse y lo recibía cada vez con todo su amor. Manuel no renunciaba a sus andanzas. Cumplía con su trabajo pero llegaba el sábado y ese día era completamente suyo. Carmen lo aceptaba. Y lo aceptaba al punto de que ella misma le preparaba la ropa… - Hola. ¿Cómo has estado? -le decía mientras le daba el beso de recién llegado. - ¡Bien Manuel! ¿Y vos? ¿Mucho trabajo? - Y sí… -le iba diciendo mientras se lavaba las manos antes de cebarse unos mates. - Acá todo bien, Manuel. Anduvo hoy Don Salomón. Me trajo unas telas para que le haga unas cortinas a tu mamá. Carmen empieza a moverse en la modesta pero pulcra cocina. Manuel le cebaba mates. Estaban contentos. Llegó el sábado y la hora señalada. Carmen no renegaba de eso y hasta lo sentía como un disfrute, participar del atuendo con que su hombre saldría pero sin ella. Sobre la cama bien tendida lucían dos alternativas completas: el traje y junto a él la clásica bombacha de campo con su camisa y pañuelo. - Hoy me pongo esto -decía mientras tocaba la bombacha bataraza que Carmen le había confeccionado hacía tiempo. Y ella sonrió. 32


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Había pasado un lustro. Para ella su vida estaba resuelta. Era la mujer del hombre que amaba. Manuel no experimentaba lo mismo. Se inquietaba o angustiaba si debía reconocerlo. A Manuel se le opacaba la ilusión de saberse padre, cuando empezó a caer en la cuenta de que Carmen no le daría el hijo con el que soñaba. La paternidad empezó a ser una deuda a la que su mujer no podía contribuir a saldar. Los días empezaron a ponerse grises. Manuel no se resignaba. Comenzó a sentirse atado a un sueño de postergada cristalización y hasta sentía una condicionada libertad que ya no lo estaba haciendo feliz. La contemplaba a Carmen y sentía una opresión en el pecho ante la idea de tener que abandonarla. Esa lucha interior comenzó a alejarlo. Carmen seguramente lo intuía, lo sabía, pero nada haría por desvanecer el vínculo con Manuel. Él tomó la determinación. - Carmen, me voy a probar suerte en Azul. - ¿En Azul? ¿Nos iremos a la provincia de Buenos Aires? - No. Voy yo para ver cómo son las cosas. Carmen respondió con el silencio. Una mañana de domingo prepararon una suerte de mudanza. Se cierra la puerta de la casa. Carmen coloca el último bolso en la caja del camioncito y sube. - Bueno. ¿Todo bien? -le dice Manuel. - Sí, todo bien. - Tu madre debe estar contenta… -fue el comentario 33


PICHÓN

aliviador a la angustia que podía estar naciendo en el corazón de Carmen. Carmen regresaba a la casa de su madre, porque su hombre se iba sin saber cuándo volvería y no quería dejarla sola. En realidad no quería dejarla sola, porque sabía que no volvería nunca más.

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Salomรณn: al centro, de camisa blanca.

La abuela Rosario: a la izquierda, sentada, de vestido negro. 35


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PELOTA

A PALETA

L

os gallos le daban la bienvenida a un nuevo día. Era domingo. Salomón abría los ojos, pero abandonar la cama no sería la opción. Elegiría abrazar a Rosario y ella lo recibiría. El domingo se guardaba las obligaciones rutinarias en el bolsillo. Ya levantados junto al fogón decidirían entre mate y mate el menú para el almuerzo. - Tenía ganas de un asadito, ya está todo, es cuestión de armar el fuego nomás. - Puede ser, aunque me levanté con ganas de unos fideos, amasar unos tallarines, pero falta la harina. - ¡La harina! -decía Salomón apretándose la cabeza- Los espero hasta mañana, si no me la traen no les compro más -aludiendo al encargue que había hecho para su almacén, al que no le gustaba ver desabastecido en nada- ¡Y bueno! le compramos a Sosa unos kilos para hoy, para que no te quedes con el antojo. - Lo voy a despertar al Pichón -finalizó Rosario. El jovencito aún dormía pero no podría remolonear. - ¡Hijo, levántese que tiene que desayunar y después ir a lo de Sosa! - ¡Ya voy mamá! Estaba ya Pichón con sus padres en la amplia cocina, de esas que sólo se veían en el campo. -¿Cómo está mijo la bachón? - Bien papá ¿y Ud.? - Bien hijo, su madre quiere hacer fideos, así que va a tener que ir a buscar la harina. - ¡Ah sí!, ya me dijo. 37


PICHÓN

Galopaba por el camino solitario. Algunas leguas tendría que recorrer. Lo acompañaban los pájaros en un despliegue de trinos que le daban vida alegre al silencio. En la lejanía divisó a otro jinete. Había que acortar distancias para reconocerlo aunque eso implicara el inicio de un problema. - ¡Pichón! - ¿Qué hacés Fabricio? El saludo mientras descansaban un poco los caballos. - Iba a buscarte. Hay campeonato en la cancha de Pedro. Necesito un compañero. - ¿Y a qué hora? Yo estoy yendo a lo de Sosa. - Y… ya está por empezar. Continuaron cabalgando juntos. Llegaron a lo de Pedro. Tal vez Pichón había pensado que el tiempo le alcanzaba para buscar harina para los fideos de su madre y también para jugarse un partido. Era su pasión. Se habían reunido unos cuantos aficionados al frontón, al disfrute de la pelota a paleta. Pichón se entusiasmaría hasta el final. Las dos parejas se disputaban la destreza de evitar más de un pique en el piso que no dejaba de quejarse con cada golpe. Sudor y emoción… Aumentaba el entusiasmo. - ¡Vamos, vamos! - ¡Golpe va! - ¡Tomá! Las expresiones que avivaban la tensión. Habían pasado dos largas horas. Entre los espectadores iba y venía el mate, entre otros algún trago y la conversación truncada con alientos a los jugadores. 38


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Un entretiempo. Iba muy parejo el juego, pero tenía que definirse. El trofeo, un apetitoso corderito listo para la parrilla esperaba a los ganadores. Una larga hora más para contar con los triunfadores. De la memoria de Pichón se había esfumado el motivo por el que cabalgaba hasta encontrarse con Fabricio. O tal vez, lo recordaba pero la tentación lo vencería. En la casa los ánimos mezclados, entre la preocupación de Rosario y el enojo de Salomón cuando supo lo que sucedía, cuando entendió por qué la harina para los fideos no había llegado… - ¡Oh, Don Salomón, como anda!, le gritaba un vecino al pasar cuando Salomón andaba en el corral entre sus caballos. - ¡Que jugador resultó el Pichón! ¿Eh? Brama la cancha de Pedro con la pelota a paleta, decía con estruendosa risa. Salomón solo atinó a decir. - ¡Sí, qué jugador! Concluía ya el partido. Los saludos, las bromas, las risas… hasta caer en la cuenta de la obligación. - ¡La harina! -pensó Pichón en voz alta. - ¿Está con ganas de unas tortas fritas?, le dice alguien. - Acomodame el corderito, dale, me tengo que ir urgente, dijo Pichón mientras montaba. Volvió a la hora próxima a la siesta. El corazón galopaba más que su caballo. Llegó. Se tiró del fiel equino y se acomodó el animalito carneado al hombro; casi corrió hacia la cocina en la que la madre ya no estaba. 39


PICHÓN

Salomón se paró de la sillita de paja donde se había sentado a esperar con enojo a su hijo que quedó en la puerta. Pichón entre expectante y asustado, sólo se atrevió a decir: - ¿Haremos el corderito?

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Pichรณn

C on

Valeria Nahir, su primera nieta. 41


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Pichรณn

C on

Florencia, su segunda nieta. 43


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Pichón

C on

Belén Micaela, su tercera nieta.

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MASCARITA

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l olor a carnaval lo inundaba todo. No había rincón en que no se respirara ese aroma, ni seres impávidos ante un acontecer que prometía alegrías infinitas. La fiesta popular que unía y que en cierta forma esperanzaba…ilusionaba con el hallazgo del amor. No había patio, ni galería, ni galpón que no testimoniara una veta de esa tradición. El tema era monotema: el corso. - ¡Ay, otra vez mi dedo! -se quejaba Estela junto a un grupo de amigas, todas en ronda pegando lentejuelas a trajecitos para una comparsa. - Che, ¿están quedando lindos, no? - Hermosos. - ¿Y llegaremos con todo? - Sí, no hay que parar hasta terminarlos -sentenció Estela. Era una estampa para llevar al lienzo esas cinco mujeres a la sombra del paraíso, entretenidas al extremo y en diálogos vivaces. Un par de perros echados sobre la tierra aparentemente satisfechos, dormían la siesta eterna. Los gorriones participaban beneficiados con las migas de la mateada que había ocurrido unas horas antes. - Y los muchachos, ¿saldrán con nosotras o los encontramos allá? -preguntó María. - Y, no sé, lo importante es que nos veamos, que podamos estar juntos, divertirnos como siempre… ¿no Estela? -apuntaba Elba mientras codeaba a Juanita. - Y sí, ¡como siempre! -respondió Estela. Aunque a mí, sólo me interesa el Pichón. - Ummm… No te ilusiones Estela… y si va, seguro que andará por ahí, a nosotras, ni bolilla… - No seas mala, no la pongas mal a Estela pobrecita… -y se rieron a coro. 47


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- ¡Si yo supiera que hará…! - Y, capaz que si te enterás de que no va al corso, vos tampoco irías. Estela la miró con mueca de sonrisa. En otro extremo del pueblo, ellos. Y no en tareas ni en trabajos artesanales, sino en una extendida sobremesa de jarras yendo y viniendo, de botellas sonando al roce y de cartas hablando de truco y retruco. Era todo algarabía; un momento para ser vivido… La siesta veraniega les había regalado horas largas para el disfrute y los aprontes. Y empezó el debate. - Esta noche nos disfrazamos. No nos reconocerán ni nuestras madres -rio Ignacio. - ¡Claro! Corso sin careta, ¿para qué? -agregó Germán. - Che, pero las chicas querían que fuéramos con ellas… Después está el baile y yo le dije a Estela que las pasábamos a buscar -agregaba Jesús. - ¿Y para que le dijiste? -le dice con cierto reproche Pichón. Tenemos que ir, pero de mascarita. Dale, empecemos a hacer algo. Julián se ríe y se pone de pie haciendo punta. - Vamo a revolver trapos -les dice- algo va a salir. Llegó la noche. La casa de Estela era disfrute, pero frente al espejo. Los encantos femeninos lucían con coqueterías. Risas, comentarios, bromas…El preludio no podía ser otro. Las expectativas también existían. Todas querían divertirse con esos muchachos por los que existían sentires especiales, porque eran amigos, porque se conocían desde pequeños o porque se habían enamorado alguna vez… De todas las chicas, la más sensibilizada era Estela; ella no tenía ojos para otro que no fuera Pichón. Nadie más le importaba pero prefería mantener reserva, aunque las 48


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demás lo sabían. Igualmente no evitaban cargarla. No llegaban los muchachos, no aparecían y empezaron las dudas, las conjeturas. - Bueno tenemos que irnos. Los encontramos allá. Vamos, ya no demos más vueltas -se decidió Elba. - Sí y además, ¡tenemos que ver la entrada de la comparsa! ¡Trabajamos tanto con esos trajes…! -decía Juanita. - Si, vamos. -concluyó Estela. La fiesta ya estaba en su esplendor. El desfile no se detenía. Tanta gente iba hacia el corso…Los disfrazados, las carrozas, las comparsas, los músicos, los bailarines, los caballitos de lona, los mascarones, la alegría y los aplausos. En el centro de la plaza los intereses eran otros, pero el ánimo festivo era el mismo. Los muchachos, irreconocibles. Los cinco disfrazados con lo que habían hallado en el cuarto de Julián, cuyo desorden iba a hacer inevitable entrar sin pisotear prendas. Muy contentos, aunque la alegría venía aumentando desde muy temprano. Los vasos volvían a chocar. - Vamos a dar una vuelta -dijo uno de ellos. -¡Vamos! -y se dispusieron a abrirse entre la gente, mientras inauguraban los personajes con las voces más cómicas. Baile y y papel picado. La adrenalina no abandonaba ningún cuerpo. En esa vuelta divisaron a las chicas. Ellas también contentas. Pichón, convertido en risueña mascarita, observaba a Estela, imaginaba que lo esperaba y no se equivocaba. Se siguieron mezclando entre la gente con saludos y ocurrencias hasta que llegaron a rodear a las chicas. Baile y carcajadas. Alguna sospecha, pero ninguna seguridad sobre la identidad de esas locas mascaritas que mantenían su magia. 49


PICHÓN

Pasó un rato largo y Estela se empezó a incomodar; ella quería alegrarse con Pichón, aunque él, nada le prometiera; ella con verlo o tenerlo cerca se conformaba (por el momento). Pichón la tomó de la mano para llevarla a bailar a la pista improvisada en plena calle…pero ella no lo siguió… Las horas se fueron yendo y la fiesta llegaría a su término hasta la próxima noche. Las calles empezaban a despoblarse. Estela, ya en su cuarto, contenta pero con muchas dudas…sobre todo del encuentro frustrado con los muchachos. A las 10 de la mañana Juanita ansiosa fue a tomar los primeros mates con Estela, pero especialmente necesitaba contarle lo que la hacía morir de la risa… - ¿Sabés quién era una de las mascaritas de anoche? -le preguntó. - No. -respondió desinteresada Estela. - ¡El Pichón! ¿Sabés lo que le pasó al loco? ¡Se quedó dormido, no hubo forma de despertarlo! - ¿Adónde? -Le preguntó Estela curiosa. - En el banco de la placita. -rio estrepitosamente Juanita. - Y vos, ¿cómo sabés? - Porque me dijo Juan hace un rato, ¡y porque lo vi! volvió a reír, mientras continuaba con su relato- anoche era uno de los que más divertía con ese sombrerito verde. -¿Dónde lo viste? –arremetió Estela. -¡Entrando a la casa! -Agregó con sonrisa de picardía¡descubrimos al Pichón con la luz del sol y sin que se sacara la careta ! Estela no contuvo la risotada, sin poder creer que lo tuvo de la mano y no salió a bailar. 50


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POR

LA NIÑA

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a mañana de reyes, uno de los despertares más hermosos para la niña por cuya casa nunca Melchor, Gaspar y Baltazar pasarían de largo. En ese hogar humilde, los juguetes aun pequeños, siempre iluminarían a esa niña, que los esperaba con la certeza de que llegarían. Escribía cartas, detallaba en papel y a media letra lo que quería y aprovechaba para saludarlos, los amaba como a sus tíos. Antes de irse a dormir dejaba el pasto que cortaba mientras la rodeaban los bichitos de luz, en la lata de picadillo ponía el agua. Ese ritual era acompañado por los padres. En la mañana esperaron que despertara. El padre debía darle la explicación que siempre encontraba. - Habían dejado una cartita, yo la leí y decían que otra muñeca más grande no pudieron dejarte porque se la dejaron a una nena que estaba enferma. El padre sentía casi devoción por su hija, nunca le costó alimentar su inocencia. Era tan hermosa esa muñequita que la atinó a tomar y cubrirla de besos. Había pasado un tiempo. A las casas empezaron a llegar los televisores, grandes aparatos que modificaban la rutina o empezaban a ocupar un espacio y un tiempo. La niña estaba aprendiendo a disfrutar de los dibujos animados, una creación infantil. No había tarde en que no pidiera permiso para ir a verlos a la casa de las primas. El padre ya no quería eso. Su niña debía mirar los dibujos animados en su casa. 51


PICHÓN

Llegó el televisor; el dinero que había destinado para eso no lo tenía, pero alguien le había asegurado que no se preocupara si eso sucedía. A paso firme iba por el recurso que había apostado días antes. Mientras caminaba recordaba: - Hermano, me estoy quedando corto y me está yendo bien -refiriéndose a la partida de truco, le había dicho acodado al mostrador casi de manera confidencial al dueño del bar. - Pero dale, no te preocupes. ¡No vas a abandonar en la mejor parte…! -le habia respondido el hombre. - Tengo una reserva pero no puedo gastarla; ese es el dinero para cuando llegue el televisor que encargué. - ¡Dale, jugá! Yo te ayudo si llegas a necesitar y todavía no la tenés -le dijo. El hombre lo incitaba al juego, lo instaba a que se jugara todo, prometiéndole lo que sabía no cumpliría. Y ese día Pichón se quedó sin un peso. - ¡Mustafá!, pensaba, espero encontrarte… En el bar aun el dueño estaba solo repasando las botellas que iba ubicando en el estante, cuando entra Pichón. - ¿Me ayudás hasta que te lo pueda devolver? Llegó el televisor. - ¡Pero qué te voy a prestar turco de mierda..! No le presto ni a mi madre y te voy a prestar a vos… Pichón tuvo que contenerse. La furia adentro le quemaba, pero no podía empeorar las cosas. 52


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Algún insulto habrá salido como defensa, pero se fue sin pérdida de tiempo jurándose que no volvería nunca más. Mientras caminaba cuesta abajo haciendo un esfuerzo mental de cómo solucionar el problema de pronto se le representó el amigo, ese con el que podía contar, Julio!pensó. A ese hombre lo quería mucho y lo respetaba tanto que jamás abusaría de la amistad que los unía, de ese vínculo del que Pichón se honraba. - A la cancha chica se ha dicho -siguió pensando- y apuró el paso. Hasta allí se dirigió donde lo esperaría ese amigo. Un hombre que no lo dejaría en la estacada. Pichón le contó lo que le estaba pasando y Julio no dudó en ayudarlo. Le prestó sin preguntas lo que necesitaba y se despidieron con el apretón de manos, al que Manuel estaba muy acostumbrado. Regresaba por las calles polvorientas hasta su casa donde lo esperaba el regalo para su hija. Iba muy satisfecho. Las emociones se le acomodaban y una vez más agradecía al cielo. Al doblar la esquina divisó el camión en cuyo interior estaba el televisor, aunque aún faltara para Reyes.

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PICHÓN

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ERA

ESE EL BAR...

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ichón tenía un día distendido, estaba contento y experimentaba una sensación esperanzadora. Sentía un bienestar. Alguien le había recomendado otro lugar para la diversión. El sol de la tarde con sus rayos ya tímidos se despedía del bar. Un clima casi festivo en un lugar familiar para quienes concurrían con asiduidad. Los naipes en más de una mesa animaban el juego entre copas. Los parroquianos se iban sumando, algunos conversadores, otros más observadores que hablantes. Afuera, las bochas ofrecían un espectáculo distinto, varios ponían a prueba su destreza bochófila al resguardo de una hilera de paraísos. Antonio era el anfitrión; como tal, no descuidaba detalles y trataba de atender a todos. Lo secundaba su hija. Ella, por amor a su padre y porque era esa la fuente de los ingresos, lo ayudaba en el bar. En un ámbito más propio de los hombres, la joven se había decidido a despachar las copas; pese a su timidez característica, el estar detrás del mostrador sirviendo los tragos, era también un acto de coraje. - Papá, se está terminando el fernet… - Esperá, ya traigo el que tengo en el aparador de la cocina. Pero respetá la medida, le decía él, mientras tomaba una copita y le señalaba hasta donde debía servir. Una guitarra despertaba en acordes. Era una de las pocas veces que esto sucedía. Llegaba en ese instante 55


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Pichón. Estacionaba su camioncito. Era la primera vez y ya le agradaba escuchar la guitarra. Tendría que haber traído la acordeona, pensaba. Era uno más, pero comenzaría a ser el único entre tantos. - ¡Mato y voy! - ¡Flor y truco ! El diálogo de la voz en juego y que debía dar lugar a la canción que se empezaba a entonar. De pronto una discusión entre dos que sentían mutua antipatía. El mínimo detalle los enfrentaba y no era la primera vez que eso sucedía en el bar. Como siempre debió intervenir Antonio. Alguien recuerda y comenta cuando uno de ellos había entrado con su caballo hasta el patio en señal de provocación. Con toda serenidad pero decidido, Antonio lo tomó de las riendas y lo empezó a hacer recular hasta la calle. Pichón ya estaba integrado. A algunos conocía. Esos que ya conocía le decían turco. Se había acomodado en el mostrador y entró en conversación con Antonio, cuando el hombre aparecía con unas ristras de salame casero elaboradas por él. Ese era su otro modo de vida. Era un experto fabricante artesanal de embutidos. - ¡Qué bueno se ve eso! - ¡Aja! Cuando guste le vendo... La noche recién nacida. Pichón se sentía a gusto. Entonces le dice alguien: 56


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- La próxima vas a tener que traer la acordeona, turco. - Sí, eso seguro -contesta. La joven que ayudaba a su padre reaparece en el bar abriendo una puerta interior. Esa entrada inesperada no pasó inadvertida. Era una bella mujer de ojos vivaces y de un negro cabello ondulado que le caía sobre los hombros. A Pichón le había agradado tanto, que no se alejaría sino por el contrario, buscaría el modo de acercarse. La joven también estaría allí todo el tiempo que pudiera, porque aquel hombre, tampoco pasaba inadvertido para ella. Procuraba actuar con naturalidad y lograba sonreír con cierto nerviosismo, cuando escuchó: - Vamos a tener que venir más seguido. Aquellas primeras palabras de cortejo se convertirían en su realidad. Esa mujer lo acompañaría hasta el final de sus días.

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LA

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VENGANZA

e daba el último beso y se iba. Ella lo retuvo. - ¿Cuándo nos vemos otra vez? - No sé -dijo él, tocándole el pelo y continuó- bueno, me voy. Ella lo miraba con toda la ternura envuelta en un deseo, que le impedía dejar de pensar en un hombre que la cautivaba. Pichón al galope se alejó y ella quedó mirándolo apoyada en el portoncito desvencijado de su casita humilde. En ese momento pasó Braulio, quien se dio cuenta de la situación y sintió impotencia. - ¿Que tal buena moza? - ¡Oh, qué tal, bien! ¿y vos? - No tan bien como a vos… Ella no respondió y se encaminó hacia la casa; mientras atravesaba un jardincito mal cuidado, él le dijo en alta voz: - ¡Cuando quieras tomamos unos mates! Braulio llegó al bar y se sentó junto a otros. - ¿Qué hacen? ¿Hoy nos jugamos el bueno, eh? Quedó pendiente. - ¡Claro, Braulio, por supuesto! -le respondió Carlos, el más cercano a él en amistad -mientras señalaba- ¡y mirá quien está allá! -agregó levantando las cejas y sonriendo con sarcasmo. - ¡Fo…ese turco de mierda! - Bueno che, tranquilo. Mira que está rodeado de amigos. - ¡Ninguno de esos sabe jugar al truco, ninguno sabe ganar! 59


PICHÓN

- Siempre nos dejan mirando la fiambrera ¿y vos decís que no saben jugar? ¡El que no sabe sos vos! -decía uno riéndose. - ¿Y con vos quién habla? -preguntó Braulio. - ¡Epa che, que andás nervioso...! Llegaste mal respondió su interlocutor mientras se aleja. Braulio le dice en tono de confidencia a Carlos: - Anda con la Marta aquel… ¡Hoy los vi! - ¿Los viste? - Bueno, ella estaba en la puerta mirándolo. Ha estado con ella. - Y bueno, así son las cosas Braulio. La mujer elige. - ¡Qué ganas de cagarlo a trompadas me dan! Encima se va otra vez a Buenos Aires. Viene por acá a hinchar las pelotas nomás y después el tipo desaparece. Se acercaba la noche y los parroquianos, cada vez más alegres. El vaho era alcohol y tabaco. Pichón con sus amigos hablando de todo y riéndose mucho. Estaba en la rueda alguien a quien le gustaba contar cuentos, pero le faltaba ingenio. - ¿Y… dónde está el chiste? -decía Pichón mientras encendía un fósforo para encontrarlo. Todos rieron al unísono, divirtiéndose más con ese gesto, que con lo que acababan de escuchar como cuento. - ¡Traé las cartas Fermín! -dijo Pichón al cantinero. - Aquí las tenés, -respondió, mientras las apoyaba en la mesa con gesto de cansado- ¿Y qué van a tomar? preguntó a la vez que hacía un rodeo con la mirada. - Seguimos con el vinacho por ahora -respondió alguien- al tiempo que Fermín repasaba la mesa. 60


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- Bueno, tiramos los reyes. ¿Alguien más se quiere arrimar? -dijo uno, mientras barajaba. Eran cinco los interesados. - Falta uno…a ver… ¡Llamalo a Carlos! -Completó otro jugador. - O llamalo a Braulio… -agregó Pichón. A la primera señal los hombres comprendieron y se acercaron. - ¿Así que va el bueno primero? - Como quiera amigo, la cosa es empezar -respondía Pichón, al tanto que se saludaban con un apretón de manos. Braulio se quedó parado sin saludar. Luego se sentó en una banquilla. No tenía intención de jugar. Los otros jugaron muchos partidos. Los ánimos habían cambiado. Se había instalado cierta tensión. - Aquí en la cancha se verán los pingos, dijo uno, mientras barajaba para la última vuelta. La suerte se definió. Ganó el grupo en el que estaba Pichón. Volvieron a distenderse, a cambiarse de lugar, a pararse y andar. Braulio se inquietó demasiado, se quería ir y a la vez no quería irse como perdedor. No había jugado pero se sentía perdedor. - Bueno che, yo me quiero ir. - Esperá, ¡nos tomamos la última! –dijo Carlos y agregó¡Encima me secaron aquellos! - Cada vez me dan más ganas de cagarlo a trompadas. A él le salen todas. - Calmate che, como tendría que estar yo, que salí perdiendo. 61


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- ¡Qué me importa! -contestó Braulio. Se pusieron de pie. Carlos tomo el último sorbo y se fueron. Cuando estaban afuera, el relinche de un caballo les recordó cual era el de Pichón. Un hermoso animal al que su dueño le había dejado crecer la cola, había decidido no cortársela. Un caballo de bella estampa siempre bien cuidado. Braulio que no toleraba nada de lo ocurrido ese día, ni quería a Pichón, dijo: - ¡Esperá! ¡Yo le voy a dar ganador a este mierda! -Y volvió a entrar al bar. - ¿Qué vas a hacer? – preguntó Carlos, que quedó sin respuesta. Braulio salió del bar con una tijera. - Vení, ayudame... -y los dos se fueron hacia el animal. Había pasado una media hora y entre los que se despidieron estaba Pichón, que llegó eufórico hasta la puerta. Fue hasta su caballo que lo esperaba inquieto. - ¡Oh chiquito, ya nos vamos! - decía mientras lo acariciaba y en esa inspección general antes de montar, quedó perplejo cuando vio la cola de su caballo cortada casi hasta el rabo. - ¡Qué hijos de puta! -dijo casi gritando y se enfureció hasta el llanto.

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EL

C

PRIMER DOLOR

uando sonó el teléfono a las 2 de la mañana ese momento. Su padre había muerto. El viaje fue unos de los más largos de su vida. Lo hacían interminable las circunstancias y lo convertían en el más triste, en el más abrumador. Época de creciente en la zona, cuando el trayecto había que hacerlo en gran parte en canoa hasta la tierra firme. Eran además días sin dinero suficiente, aún no habían percibido el salario. La travesía atada a la congoja la compartían con tres criaturas, las tres hijas aún pequeñas. Gesto solidario tuvo un agente policial, cuando al saber el problema, procuró que pudieran continuar el viaje sin tardanzas. Fue así que detuvo un camión. El camionero no dudó en abrir la puerta y en buscar alguna comodidad para que los cinco subieran. Jorge Gómez se llamaba. Fue inevitable hablar de lo que estaba sucediendo. Él compartió su dolor hasta con fortaleza; No hacía demasiado tiempo había perdido a su hijo de 20 años. Ese es el golpe de la vida, que muchos consideran antinatural en relación a que un hijo pierda a sus padres. Para ella no había parámetro posible, porque nadie podía arrancarle ese dolor ante la muerte de su padre, aunque estuviera dentro de lo natural. El camionero entre otras cosas comentaba: - Es la primera vez que vengo por esta zona. No conozco. Miraba para ambos lados de la ruta. Aún faltaban cuarenta kilómetros para llegar a la ciudad. De pronto el hombre dice: - ¡Es acá! Aquí llegué. Hay campo para los dos lados y 63


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es del mismo dueño. Las Rosas, ¡es acá! Ante aquella certeza, la mujer sintió otro nudo apretándole el pecho. ¿Qué haremos? ¡Falta mucho para llegar!, pensaba. La angustia saltaba como ser enjaulado en su interior, pero no emitió palabra. - Quédense tranquilos. Esperen que entro, desengancho el acoplado y los llevo. Esa respuesta era un paño misericordioso a tanta lágrima. Abrió la tranquera y entró a un lugar paradisíaco, con árboles frondosos flanqueando el paso del camión y un trinar al unísono que parecía dar la bienvenida. Ella pensaba, esto es bello pero yo estoy demasiado triste, no puedo quedarme mucho tiempo aquí. Gómez hizo lo que dijo que haría. Seguramente tratando de no demorar demasiado y subió al camión. - Listo -fue lo único que dijo. Continuaron el viaje; ella no podía dejar de hablar; una de las cosas que comentaba, era ese deseo de su padre, cuando joven, de querer ser camionero y de expresarlo cada vez que veía las luces de un camión, mientras trabajaba con la sembradora la tierra. Gómez también hablaba de su experiencia en la tarea, de tantos kilómetros recorridos y de tantos lugares de Argentina, que había conocido gracias a su camión. Llegaron a la rotonda. El día estaba soleado, pero ella no lograba descubrirlo. El camión los dejo allí porque no podía continuar. Tomaron otro vehículo hasta la ciudad, debieron llamar a un taxi. Gómez se bajó del camión para despedirse. En él se veía una clara angustia, pero no pudo darle un abrazo a la mujer; le reprochaba a la vida, porque él también debía llorar a su hijo. Con una mueca de dolor y abriendo los brazos para dejarlos caer subió sin palabras a su camión. Ella lo comprendió y supo al instante que jamás lo olvidaría. 64


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Lo intuía como predestinado. Un camionero, un hombre desconocido los había conducido el día más gris de su vida, el día del primer dolor. Era marzo, el día tres. Llegaron a la casa paterna. Allí la tristeza era absoluta desde el silencio insoportable. Ella necesitó correr hacia el cuarto; la cama era lo que aún guardaba el calor y el olor de su padre. No toleraba la idea de que jamás lo vería, nunca más lo escucharía y ya experimentaba una sensación de frustración en los brazos, porque necesitaba darle el abrazo que ya no existiría … Había muerto su padre y ella estaba lejos. No compartió sus días finales, sus días difíciles. En medio de su angustia la madre consiguió la serenidad para hablarle de esos últimos días y el momento final. - Estaba sentado acá -dijo mientras tocaba el respaldo de la silla- ayer el médico lo vio y resolvió que no estaba para quedar internado, que se volviera a casa. Él hasta bromas le hacía al doctor. Hoy estuvo un rato al sol en el patio, pero después tuvo que traerlo tu hermano Oscar alzado hasta acá dentro, porque no podía caminar. No tenía fuerzas. Estuvo sentado aquí un rato mientras Fabiana le preparaba la torta del cumpleaños -continuó contando la madre y recordó el último diálogo: - ¿Y cuantos años cumplís? -le preguntó su hija. - No me acuerdo, ¿60? -le respondió. - Si, sacate años nomás vos... -comentó Fabiana riendo. - ¡Me voy a dormir! -dijo Pichón y se paró caminando sin dificultad hacia su lecho. De pronto recuperó las fuerzas que había perdido. Llegaría a su cama el día de su cumpleaños, para no despertar jamás. Se le había cumplido otro sueño: morir como Salomón, su padre. 65


ÍNDICE A MANERA DE PRÓLOGO ....................................... 5 LA LLAVE .............................................................. 9 JULIA .................................................................. 15 CIGARRILLO ........................................................ 19 LA MALETA ......................................................... 23 LA CERTEZA ........................................................ 27 CARMEN ............................................................. 29 PELOTA A PALETA ............................................... 35 MASCARITA ........................................................ 45 POR LA NIÑA ...................................................... 49 ERA ESE EL BAR................................................... 53 LA VENGANZA .................................................... 57 EL PRIMER DOLOR ............................................... 61

PIE

DE IMPRENTA


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