Las luces de la confusión - Heber Jesús Mayo Silva

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LUCES DE LA CONFUSIÓN

H EBER J ESÚS M AYO S ILVA

M ONTEVIDEO , 2018


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© HEBER JESÚS MAYO SILVA

© abracecultura@gmail.com En Uruguay:(598)99103857/29147849 En Argentina (54)1144944025 Arte de tapa: Raquel Seara (Uruguay)

ISBN: 978-9974-8543-

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Las luces de la confusión

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H EBER J ESÚS M AYO S ILVA

LAS

LUCES

DE LA CONFUSIÓN

MONTEVIDEO, 2018

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Heber Jesús Mayo Silva


Las luces de la confusiรณn

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GÉNESIS «Conducirás a tu pueblo a un lugar diferente al de donde te encuentras ahora. Los pondrás a salvo de estos tiempos violentos, para que vivan su vida y honren a Dios por el pan ganado cada día, bajo un nuevo Cielo y sobre una nueva Tierra… Serás su faro, su guía en la oscuridad, te afrentarán, te increparán, pero el Señor te estará observando desde su trono y nunca te dejará solo. Sálvate y salva a todas las almas que puedas. Hazlo, pues esa es la tarea que te reservó el Altísimo y la debes de cumplir…»

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GÉNESIS

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orría la primavera del año 1881, cuando un grupo de numerosas familias, hacían su camino ya sea a pie ó en peligrosos carros parcialmente desvencijados tirados por caballos mansos y hartos de tanto vivir. Llevaban consigo sus pocas pertenencias o sencillamente peregrinaban con lo puesto. Surcaban la inmensa soledad de la campaña en busca de un lugar, o mejor dicho, de «su lugar en este mundo» para establecerse, echar raíces con sus familias y dejar al menos, un pequeño pero significante legado para las generaciones venideras, y que éstas a su vez, le dieran la importancia y el valor necesario para su evolución y progreso en comunidad. El éxodo estaba dirigido por un sacerdote de personalidad carismática, veterano sí, pero que al mirarle, su rostro irradiaba una extraña y al mismo tiempo maravillosa jovialidad. Su nombre era Pedro Luces y por ese entonces rozaba los sesenta años de edad y casi treinta siete al fiel servicio de su Dios. Precisamente era él quien conducía el desplazamiento humano, caminando con sus alpargatas de suelas casi gastadas, su larga sotana descolorida y mecida por una brisa que por momentos parecía mística e inexplicable; crucifijo plateado pendiendo de su cuello y un viejo palo de escoba, usado improvisadamente como bastón para andar por superficies sinuosas; porque si algo tenía Pedro Luces, era el ingenio de darle vida útil a aquello que para otros, ya no tenía utilidad alguna. Cada pocos kilómetros soltaba frases como pensando en voz alta y a la vez, dándoles ánimo a los que caminaban cerca de él; pretendía contagiarles de optimismo y que éstos hicieran lo mismo con quienes venían detrás de ellos: «Estamos cada vez más cerca, lo presiento… el Espíritu Santo me habló en mis sueños anoche… no

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os preocupéis porque más cerca nos hallamos de nuestro destino». No faltaba alguno que susurrara al oído del que tenía al lado cosas como: «Siempre está diciendo lo mismo» ó «Solamente nosotros seguimos a este» ó también «Hubiera preferido morir entre las balas antes de seguirlo sin saber realmente a dónde demonios vamos». Pedro Luces sabía perfectamente que algunos de los que caminaban junto a él murmuraban barbaridades a sus espaldas, representaban una especie de Judas contemporáneos pero… no era un asunto que le rechinara demasiado internamente, al contrario, se sentía más fortalecido y con más ímpetu de seguir el camino delineado por su Dios: «Que sigan hablando, son sólo necios» «Hablan y hablan pero temen abandonar este camino y morir solos en la nada…» se decía a sí mismo y a veces, hasta elevaba su voz para que todos aquellos que se quejaban, escucharan claramente sus regaños y no contaminaran al resto de los viajantes con sus pensamientos negativos. Eran tiempos difíciles, apremiantes, inestables en el orden económico, social y político; todas esas familias buscaban un lugar seguro para asentarse y criar a sus hijos de la mejor manera posible. Por estas razones, decidieron confiar su presente y parte de su futuro en las palabras y prédicas del sacerdote, las cuales, constituían un auténtico bálsamo de fe y de esperanza cristalina, en medio del caos imperante en aquel mundo de ayer. Fue un viernes al caer el sol, cuando todos los miembros del grupo (alrededor de unas seiscientas personas) vieron con sus ojos, lo que nunca antes habían visto, en sus decrépitas vidas: sobre la cúspide de un gran cerro giraban siete misteriosas luces que luego de unos segundos, desaparecieron en lo alto del cielo hasta perderse de vista entre unos nubarrones oscuros que adornaban el paisaje de otro nuevo atardecer. Pero eso no fue todo, el cerro adquirió una luminosidad indescriptible y sobrenatural, volviendo a su estado normal instantes después. Las luces de la confusión

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El fenómeno fue avistado por todos los viajantes quienes quedaron boquiabiertos ante tal extraño espectáculo. Para Pedro Luces fue un mensaje directo, una señal Divina que debía transmitir y enseñar a su grupo. Ayudado por su improvisado bastón, caminó hasta donde el suelo era un poco más elevado y empezó a hablarles a cierta altura para que le vieran y escucharan su buena nueva: «¡Vieron eso mis hermanos y hermanas! -su rostro reflejaba el éxtasis del momento- «¡Lo que vieron fue una señal poderosa de nuestro Señor.! Hemos caminado juntos durante días y semanas enteras, hemos dejado atrás kilómetros, conflictos y penas. Nos despojamos de todo lo que teníamos ayer pero ahora comienza algo distinto para todos nosotros, ¡una nueva tierra y un nuevo cielo es lo que están viendo nuestros ojos, mis hermanos y hermanas! Su cara parecía otra, más rejuvenecida; transmitía fuerte confianza, incluso, irradiaba cierto brillo y magnetismo. Los que se hallaban adelante lo pudieron apreciar con mayor nitidez. El manto de la noche estaba cubriendo el paisaje del lugar, todos estaban agotados de tanto andar. Pedro Luces lo vio muy claro en su mente y en su corazón, ése era el sitio designado por su Dios para establecerse: «¡Hermanos y hermanas… es aquí donde nuestras raíces se prenderán del suelo y creceremos como comunidad. Es aquí donde echaremos a volar nuestros sueños y los haremos realidad bajo el manto protector de nuestro Señor. Es aquí donde criaremos nuestros ganados, labraremos la tierra y sacaremos esos frutos con los que nos alimentaremos y daremos de comer a nuestros críos. Es aquí donde edificaremos piedra por piedra nuestra iglesia y nuestro pueblo. Es aquí donde nacerán, se reproducirán y morirán nuestras generaciones. Es aquí, ¡y en ningún otro lugar! -concluyó elevando su mirada y su «bastón» con dirección al cielo, ante los ojos absortos de sus escuchas.

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Las tinieblas de la noche empezaron a ceder al asomar por el horizonte los primeros rayos del sol. Esa nueva mañana, todos unidos comenzaron a cimentar mano a mano, codo a codo, hombres, mujeres y niños, lo que años más tarde se daría en llamar «Las Luces», en honor a su nombre y al extraño suceso acontecido aquella vez.

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MIRANDO LA VIDA DESDE UN RINCÓN PERDIDO EN EL MUNDO

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on casi las cinco de la tarde mientras saboreo otro sorbo de una deliciosa taza de café … al menos eso es lo que veo en el reloj de pared del Café más antiguo de Las Luces llamado «Café Las Luces malas». El nombre no es por un mero capricho del viejo dueño del negocio llamado Atilio, porque todo tiene un por qué en este pueblo… y como todo en la vida.

Son tantas las historias fantásticas y extrañas que ocurrieron y ocurren por estos días en este lugar, que han hecho de Las Luces un pueblo único, inigualable, con identidad propia, dentro y fuera del país. Yo no diría que me siento profundamente orgulloso de vivir aquí, no es para tanto, tampoco deseo morir lejos de aquí… sencillamente siento que a pesar de lo misterioso que es este sitio, de los pros y contras de habitar en un lugar como este, soy un hijo de su vientre, parido con dificultades y criado con carencias pero en el seno de un hogar honrado, por lo tanto, quiero respirar en Las Luces y dejar de hacerlo aquí, pues es aquí donde pertenezco… porque es aquí, donde ayer, prendieron en el suelo mis raíces. Termino mi café. Mario, uno de los empleados se acerca y muy gentilmente (como es su costumbre) me pregunta si quiero otro, le respondo con un «sí» inclinando levemente mi cabeza. Estoy sentado al lado de un ventanal, contemplando este paisaje urbano; es una vista privilegiada: en el centro mismo del pueblo, donde convergen los principales núcleos comerciales y el mayor «movimiento» de una localidad donde viven algo menos de ocho mil personas. Los coches grises vienen y van, tocándole bocina a un ciclista distraído e irrespetuoso que lanza improperios al aire y a su divino antojo. Se detienen, arrancan con ímpetu y continúan su marcha dejando huellas sobre el pavimento mientras las siluetas, van quedando difusas en el espejo retrovisor. Para colmo, la

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mayoría de los que poseen un vehículo, tienen ese mismo color, ese maldito gris, ¡y allí van!, surcando nuestras calles húmedas y agobiadas de tantos secretos, transitando bajo la mirada vigilante de este imponente y repulsivo cielo, también de color gris. Los transeúntes pasan apresurados porque ha comenzado a caer una ligera llovizna fría, típica del otoño…otro nuevo otoño, apostado aquí, en Las Luces. Un niño, tal vez de unos ocho años se detiene enfrente, mira hacia un lado, luego hacia el otro, intenta cruzar la calle pero se arrepiente, anda con un perrito negro sin collar. Gira su cabeza… mira hacia donde estoy yo, me esmero para sonreírle, él continúa mirándome. Su rostro permanece serio, rígido, sin expresión alguna, como si su cuerpo no tuviera alma y fuera sólo una máquina sin sentimientos en su interior; vuelve su cabeza hacia un lado y se va, como siguiendo los rastros de algo que parece haber perdido ó dejado atrás, ¡pobre pichón!... Y es que Las Luces tiene «eso»…eso raro de amoldar las conductas de las personas a su provecho. Diría que es como un orfebre haciendo su trabajo, dedicando buena parte del tiempo a su obra íntima, personal. Y es como si fuera en sí… un ser con vida propia. Un ser que te permite vivir… pero ajustado a sus códigos, imponiendo sus reglas y sus deseos. Un ser que, así como te da vida, te la puede quitar en cuestión de segundos, tal como si fuera un Dios todopoderoso. Un ser superior… diferente a los demás. Mario llega hasta mi mesa, me sonríe y deja la taza de café. Le doy las gracias y se retira para atender a otro cliente que llega de uniforme y con un elegante portafolio negro, algo mojado por esa llovizna intermitente(o impertinente diría yo) que cae afuera. Le da su abrigo a Mario y deja su portafolio al costado de una silla. Sonríe un poco, pide un café y el diario de hoy; Mario va en busca de ambas cosas… Yo vuelvo la mirada hacia el exterior del recinto. Las calles se van humedeciendo, una mujer anciana cubre su cabeza Las luces de la confusión

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con una bufanda mientras apresura (o al menos intenta) su caminar por la vereda. Yo observo, contemplo toda la vida que pasa delante de este ventanal, en una esquina insignificante de este mundo. Llevo otra vez la taza de café a mi boca, lo saboreo mientras cierro por un instante mis ojos. Me concentro en la oscuridad, me voy al pasado de Las Luces cuando sus calles eran de tierra y por demás polvorientas, la vida mucho más sencilla y el vecino de al lado más amable y honesto; regreso al presente, al pavimento, al tránsito por momentos denso, al ruido de los celulares a toda esa basura que nos rodea; abro los ojos retornando al progreso, a la asfixiante vida moderna. Las ventanas se cubren de pequeñas gotitas, ya no me dejan ver con claridad lo que sucede afuera. Miro mi taza casi vacía… al fondo veo el reflejo tímido de mi rostro ensombrecido. Bebo lo que va quedando, lo degusto como si fuera el último sorbo de café que voy a tomar en mi vida… vuelvo a colocar la taza sobre el platillo y hecho otra mirada hacia mi alrededor. Es muy poca la gente que veo, tan solo ese hombre de traje que llegó rato atrás, un pareja que dialoga en una mesa del fondo y un par de ancianos: José y Timoteo, sentados cerca de la puerta de entrada, viejos amigos entre ellos, que a veces me los encuentro aquí, como también en la plaza ó caminando, siempre juntos y sonriendo, recordando sus buenos tiempos dorados… Poca clientela, la recesión está pegando muy fuerte en los bolsillos y en el ánimo de la gente. Está como este día… pero Las Luces es y seguirá siendo Las Luces, haya prosperidad, crisis o lo que sea. Un pueblo particular, con personalidad propia, con historias propias… con penumbras y destellos propios. Las agujas marcan casi las seis de la tarde. Ya está muy oscuro y continúa lloviznando. Tomo mi gabardina gris y me la coloco. Ajusto mi bufanda, saco del bolsillo el dinero para pagar los cafés que he consumido y le dejo una propina a Mario debajo de la taza. Me dirijo lentamente hacia la puerta de entrada, pasando al lado del hombre de traje, saludo con la cabeza a Mario… salgo de

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ese mundo con rumbo hacia la pensión donde vivo, hacia mi propio mundo, más o menos a unas once cuadras de distancia de aquí. Las pequeñas gotitas que caen, van estrellándose en mi frente y en mis ojos. Hace frío… mucho frío. Llevo mis manos entumecidas hacia los bolsillos de mi abrigo. Mañana es viernes y tengo mucho trabajo por hacer en el periódico local. El mundo gira y las noticias no se terminan… El mundo nunca está del todo dormido, porque cuando cierra un ojo, tiene el otro abierto para ver lo que está aconteciendo en su entorno… ¡ja!, eso me lo ha dicho mi jefe repetidas veces. Camino. Sólo oigo los pasos que voy dando en las baldosas de estas somnolientas veredas. El cartel luminoso de una casa de electrodomésticos quiere impresionarme con su colorido pero no tengo ni un miserable centavo… al menos lo que tengo, lo tengo para llenar mi estómago todos los días y con eso ya me siento bendecido. Camino. Una voz me grita: «¡Oscar, cómo estás!». Le hago adiós con mi mano aunque no distingo exactamente quién demonios es, sólo veo que es un hombre encapuchado que pasa por la calle en motocicleta. Sigo caminando. Mis pies se adormecen, por momentos casi no los siento. Una luz se enciende mientras otra termina por apagarse… Pero mañana será otro nuevo y misterioso día, y de eso… no tengo dudas.

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UN LUNES VESTIDO DE LLUVIA

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unes… El reloj de pared marcaba las 14 horas. Transcurría otra jornada gris de un joven mes de junio. Caía la lluvia mansa sobre los techos de Las Luces. Lluvia de un otoño, que lentamente, daba sus últimos pasos de existencia. El viento frío del sur, calaba y cortaba como filoso cuchillo atravesando las ropas de los transeúntes. Hería… pero no mataba. El agua iba empozándose en el bitumen gastado del pueblo formando espejos turbios en el suelo, quebrados cada tanto y de un modo agresivo, por algún vehículo gris que circulaba a alta velocidad… porque si algo hay de peculiar en este pueblo, es que casi todos sus vehículos, son de ese color… Como su idiosincrasia misma. Lunes… Otro bendito lunes que se ajustaba la corbata delante del espejo. Otro lunes que sonreía un poco, aunque lo hiciera con mala gana. Otro lunes que se ponía su uniforme para sentarse en su misma silla envejecida por el tiempo, delante de su mismo monitor de siempre… Otro lunes, junto a las mismas caras agotadas y ásperas de siempre… Otro lunes en la oficina del municipio. -Marcos, necesito que termines cuanto antes el expediente que te pedí el viernes pasado.- Dijo Marta (secretaria principal y de muchos años de carrera) mientras su rostro hacía una mueca de desaprobación. -Lo comencé pero me he atrasado un poco jefa- Aclaró Marcos acomodándose sus lentes viejos y vencidos de tanto tiempo de uso - Tuve otros quehaceres que… -No importa -Interrumpió ella- Lo quiero en quince minutos, así lo puede ver y firmar el alcalde, entendido.- Expresó Marta dando media vuelta y dejando a Marcos mirando resignado ese espacio vacío, donde segundos atrás estaba Marta y ahora, ella y su superego, se hallaban en su despacho revisando la agenda y llamando por teléfono vaya uno a saber a quién.

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- «Siempre la misma historia, esta mujer no cambiará jamás… jamás»- Se repetía a sí mismo, casi que extenuado, como si por dentro llevara una piedra pesada e imposible de deshacerse de ella. - Ey Marcos…- chistaba bajito Nora, una de las compañeras de trabajo.-Te pasó el trapito la jefa otra vez, ji ji ji… ¡Ay Dios!, ella y su cogote de siempre. -Si… otra vez… otra vez…- Murmuraba pensativo, mientras observaba el expediente aún sin imprimir y sin terminar en la pantalla de su computadora. -No te preocupes… no le des tanta importancia a esta bazofia con patas je je- Concluyó Nora, girando sobre su silla marrón y retornando a la tarea que estaba realizando. Y allí estaba Marcos… con sus dedos acalambrados y corriendo a contra reloj por mandato de su jefa. Tenía que demostrarle una vez más que, todo lo que ella le pedía podía terminarlo, incluso, al filo del tiempo fijado… a sabiendas de que, aún así, de parte de ella, jamás le sería reconocido su esfuerzo. Escribía, corregía, pensaba… tomaba un nuevo impulso, miraba las agujas del reloj de pared y lo maldecía. Miraba hacia la puerta del despacho de su jefa y vociferaba en silencio contra su persona, pero los minutos pasaban y ella quería resultados óptimos a la vista… resultados que presentaría a sus superiores para que estos dijeran a viva voz: ¡Oh, pero que buen trabajo Marta!... siempre tan eficiente, no nos equivocamos en haberte confiado ese puesto… ¡eres la uno!- Y ella, embriagada de ciega vanidad, caminaría mucho más erguida que antes y hablaría de sus logros y múltiples elogios recibidos delante de todos sus conocidos, y saldría más maquillada y con más alhajas a la calle tratando de alimentar su cada vez más hinchado orgullo, demostrándole al mundo que a sus sesenta y cinco años, estaba muy lejos de colgar la toalla... ¡Imbécil! le diría Freda, otra de las funcionarias de la oficina… pero claro, nunca se lo diría en la cara, si era su «mano derecha» cuando Marta se Las luces de la confusión

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encontraba ausente. Freda era una muchacha ambiciosa, más soñadora que realista, quizás por eso, nunca llegó más allá de lo que pudo su raquítico coraje, y de tanto en tanto, se tomaba todo lo que encontraba a mano para ahogar sus penas y escapar un rato de su mediocre vida prefabricada. - Marcos… ¿me supongo que ya debes de haber terminado lo que te pedí, no?- Preguntó Marta con cierta soberbia. - Por supuesto jefa… aquí lo tiene -Extendió Marcos su mano para darle el documento que acababa de imprimir. Ella lo miró a los ojos, se lo quitó con cierto grado de impaciencia y otro poco de violencia. Dio media vuelta y dijo «gracias» en un tono frío y distante. Caminó hacia su despacho tomó la llave de su coche gris y dijo: - Debo salir por un rato… llevaré unos documentos para que lo firme el alcalde porque está con un poco de gripe y no ha querido salir de su casa. Regresaré cuanto antes. Freda, cualquier cosa… ya sabes.- Tomó su cartera, su impermeable para la lluvia y se lo colocó.- Ya regreso- Finalizó diciendo. - Si Marta no te preocupes… te llamo. - Expresó Freda con su clásica sonrisa dulce e hipócrita. Ni bien Marta abrió la puerta para irse, Freda dio media vuelta y corrió hacia la pequeña cocina de la oficina, agarró una bandeja de masitas de confitería, calentó café y con mucha cintura preguntó delante de sus compañeros:-¿Quién quiere pasar una tarde amena ahora que se fue la estúpida? - ¡Yo!-, dijo Danilo -otro de los que allí trabajaban- levantando alto una de sus manos.Tráeme una taza para mí y cuarto o cinco de esas masitas, que ya bastante hay que aguantar a esa pesada. - Faltaría un televisor y estaría completo. Dios quiera que la tarada de Marta se le pinche el auto en este día -manifestó Freda, mientras servía una taza a Danilo.- ¡Que se entierre de cabeza en el barro o en un zanjón y que no salga más la víbora! Marcos comenzó a hacer ciertos gestos a Freda, sus manos dibujaban movimientos rápidos en el aire, a la altura de su rostro,

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como queriendo expresar algo urgente pero Freda no captó las señales de su compañero. La puerta de entrada de la oficina se había abierto y cerrado casi al instante. Todos escucharon el sonido, ese sonido que les auguraba cierta «libertad», aunque fuese por un breve tiempo. Pero Marta no se había ido… se encontraba agachada, acomodando uno de sus calzados porque éste, le estaba haciendo doler el pie al caminar. El mostrador, que acorralaba a los funcionarios (tal como un cerco para ovejas) y al mismo tiempo establecía una «línea divisoria» con los contribuyentes, era vetusto, oscuro e incómodamente alto, para ser un mueble de un lugar público. Por si fuera poco, parte de la oficina estaba en penumbras debido a que una de las lamparillas se había quemado unas horas atrás. Freda, la única que se hallaba de pie, no se había percatado de ese pequeño gran detalle y en su afán de hacer algo que no les estaba permitido, había corrido como loca (sin fijar sus ojos en dirección hacia la puerta) a buscar todo eso a la cocina, e invitar a sus compañeros a pasar una tarde más ó menos tranquila y sin sobresaltos. El panorama se presentaba casi apocalíptico: Una Nora haciéndose más pequeña en su asiento y con una presión que llegaba a veinte, un Danilo congelado en su escritorio al borde de un infarto… una Freda que pedía en silencio a gritos que la tragara la tierra o que la abdujera cualquier ser del cosmos que pasara por Las Luces en ese preciso instante… - Freda…- Dijo Marta, anonadada por lo que había escuchado de su «mano derecha»- Freda… repite lo que dijiste de mi, en mi cara… ¡repítelo ahora muchacha!... ¡qué rayos te está pasando, te desconozco!… ¡¿qué les pasa a todos hoy, ah?!- gritó con ojos casi desorbitados y enrojecidos de cólera. Y dese aquel lúgubre fondo, con voz varonil y muy seguro de sí mismo, como una especie de Quijote pero sin su Sancho y sin su Las luces de la confusión

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Rocinante, hablando por él, por Danilo, por Freda, por los que estaban presentes y yo diría, que por toda la humanidad, Marcos, acomodándose su corbata bordó, de pie al lado de su descolorido escritorio de madera, mirando serenamente a su jefa a la distancia, exclamó lo que quizás nadie se animó a decir por no tener las suficientes agallas. Se sintió grande, puro y único en todo el universo: ¡Es culpa de la lluvia… idiota!

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LAS HUELLAS INVISIBLES DE ANA

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os últimos rayos del sol caen sobre Las Luces. La noche comienza a expandir su manto frío y oscuro sobre el paisaje casi desolado de un invierno recién nacido. El tupido bosque nativo, un auténtico manto verde que alcanza a envolver incluso, al robusto cerro que lleva el mismo nombre del pueblo, visto desde el aire, forma una especie de medialuna, cuyos extremos parecen los brazos de un gigante, como si estos, más que a abrazar, fueran a apresar a toda la villa… tal como fiera a punto de atrapar a su indefensa víctima, brindando todo esto un aspecto lúgubre y aterrador. Como un gigante dormido que pronto puede despertar y tragarse a toda una comunidad, digno de una película de terror… sólo que real. Ana corre… no deja de correr, su aliento se corta, respira con mucha dificultad; es que eso de ser asmática también juega en su contra. El frondoso bosque serrano es un tenebroso laberinto, un laberinto al cual, ingresó por su propia cuenta y ahora, no consigue ver salida alguna. Ella corre mirando hacia atrás y hacia sus costados. Es que el peligro está a su alrededor. Ella lo respira, lo siente cerca, ella es consciente de eso y además sabe, que en cualquier momento, puede que ya no logre correr más. Mira hacia un lado luego hacia el otro, busca una señal, alguna salida del infierno… pero todo es en vano. A donde mire no ve demasiado, sólo árboles y más oscuridad. El cielo estrellado le es invisible a sus ojos, el bosque se lo impide e impone sus reglas. Tropieza y cae, se lastima una de sus manos, se rompe su jean, sangran sus rodillas al chocar contra las piedras. Vuelan unos pájaros que estaban acurrucados en sus nidos… eso la asusta también. Mira con sus desorbitados ojos color café, el asolador panorama. Su Las luces de la confusión

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largo cabello negro se ensucia con pasto y hojas secas. Trata de ponerse en pie, traga saliva, busca su celular en el suelo con sus manos temblorosas… tantea en varias direcciones y al fin, lo encuentra. Piensa en realizar una llamada pero está muy aturdida por el miedo y continúa su camino hacia quién sabe dónde… Sus amigos y compañeros de cuarto año del secundario lo habían tramado hacía buen tiempo atrás. La idea original era de ir juntos, ver con sus propios ojos y experimentar en carne propia lo que en ese cerro ocurría, más allá de las tantas historias acerca de éste, tejidas y comentadas. El día y la hora estaban fijados: viernes a las 19 horas al pie del cerro Las Luces. Saldrían en grupo y se prohibiría andar a solas ó hacer subgrupos, todos llevarían sus celulares y se aconsejaría no portar demasiada carga, esto debido a la caminata cuesta arriba y por la densa vegetación del lugar. Todos estaban de acuerdo pero un día antes, dos de los miembros del grupo desistieron al considerar algo inoportuno ir a ese sitio y a esa hora del día, además del peligro que conllevaba estar allí. En la tarde del jueves, en uno de los breves recreos, el tema fue discutido arduamente entre los jóvenes. Al final, decidieron posponerlo una semana si el clima se los permitía, claro está… excepto Ana, quien por su propia cuenta y sin chistarle a nadie había optado en ir sola, para investigar los misterios que rodeaban y aún rodean al cerro. «Tontos, inmaduros… así no conseguirán nada de lo que pretendan en sus vidas»- Pensó para sus adentros- «Yo no seré como ellos»… Inventaría una muy sólida escusa con tal de convencer a sus padres para ausentarse de su hogar, les diría que pasaría la noche en casa de su mejor amiga Mónica, (como otros tantos viernes) pero regresaría a la mañana siguiente antes de las nueve. Al fin y al cabo, méritos había hecho al tener buenas calificaciones, ser responsable como estudiante y buena con sus padres y hermanos. Lo pensó a su manera… todo planificado a su modo; el traslado en su moto (un regalo familiar para su fiesta de 15 del año anterior),

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la hora en la cual ella estaría al pie del cerro, el ingreso a pie (por un sendero largo, estrecho y poco usado, situado en la parte de atrás del mismo), el tiempo máximo que permanecería en el lugar y la vuelta por ese mismo sendero, valiéndose por un lado de su pequeña linterna led de origen alemán, y por el otro, de numerosos retazos de tela blanca de unas sábanas gastadas y en desuso que guardaba en su ropero, a las que había cortado la noche antes en forma de cintas y que iría poniendo a pocos metros unas de otras, como una forma práctica y sencilla de guiarse para su retorno… Pero las cosas podían salir de una forma muy diferente a lo proyectado, eso Ana lo sabía muy bien, sólo que su espíritu aventurero, (heredado de su abuelo paterno quien fuera un intrépido navegante en sus años mozos) pudo más que lo racional… Mientras continúa su descenso pasan por su mente imágenes varias; desde su infancia, hasta sus días como estudiante de secundaria, una tras de otra. Camina a tientas, ha extraviado su linterna con luz de largo alcance (aunque tenga la de su celular, no es lo mismo). Está agotada, la enloquecen los nervios y su sensación de desamparo ante el mundo. Ya no corre, no lo hace, es que ya no puede. Sus rodillas están rotas y la vegetación le obliga aminorar su ritmo. Está acorralada, se siente vulnerable a todo. Escupe saliva al suelo, se detiene, piensa en algo, busca soluciones rápidas a sus posibilidades, de pronto una luz azulada destella a unos metros detrás. Ana mira, los siente verdaderamente cerca, gira su cabeza hacia adelante y continúa como puede. Ve transcurrir su vida velozmente como si fuera una película, su corazón parece que va a colapsar en cualquier instante. Todo ha sido tan extraño. Toma su celular, aprieta cualquier tecla con tal de que la pantalla del mismo se encienda, la señal no es buena, por si fuera poco, se está quedando sin batería. La luz espectral desaparece, al menos por un instante. Apura su paso por entre los árboles y malezas, mira hacia atrás, aprieta su móvil para ingresar al grupo de Whatsapp que comparte con sus compañeros de clase, tratando de enviar un Las luces de la confusión

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mensaje de auxilio, pero éste se traba y no logra escribir ni una sola palabra. En ese justo momento, vuelan por su memoria las historias de su abuelo, aquél joven navegante que en más de una oportunidad esquivó a la muerte, en circunstancias cuando él y su pequeña embarcación quedaban cara a cara con la inflexible soledad del mar, rezándole con toda la fe a su Dios para que alguien viera sus bengalas de auxilio. Afortunadamente, el Altísimo oía sus plegarias, pues cuando el mar lo tenía entre sus furiosas manos, dispuesto a llevárselo hacia lo profundo, doña salvación decía presente convertida en rostros humanos de marineros que surcaban por «casualidad» aquellas latitudes, en barcos más grandes y resistentes a las tempestades. «Milagros del Barba de los cielos», decía él con su rostro iluminado por la bendición divina. Pero lo de Ana es diferente, no es un marinero, no está en alta mar, no tiene bengalas, está tratando de descender de un cerro, herida, en plena noche de invierno, abriéndose paso entre el bosque nativo, con un celular casi sin batería y escapando de aquello desconocido, por un simple capricho aventurero. Se detiene, cae al suelo y se aferra al tronco rústico de un árbol. Se siente sin fuerzas, sin suerte, derrotada por la situación… sin esperanzas de supervivencia. Mira otra vez su celular y por primera vez logra escribir algo: «Ayúdenme, estoy perdida en el interior del cerro Las Luces, pidan ayuda… ¡vienen por mí!...» Ana envía su «bengala» de auxilio, tal vez alguien la vea y ocurra un milagro… o tal vez no. Sus ojos se ponen vidriosos, quiere estallar en llanto, intenta pero… ¡si hasta eso parece que no pudiera hacer! Traga saliva, habla en voz baja y temblorosa consigo misma: «Mis padres… mis hermanos… mis amigos… ¿Por qué tuve que hacer esto?». Fija la mirada hacia un punto cualquiera, como al azar, como si en ese preciso momento, estuviera viendo a todos sus seres amados… pero a la distancia. De repente, otra vez esa misteriosa luz radiante, destellando detrás de ella y a sólo unos metros. Ana gira su cabeza y la observa

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con mucha preocupación, apabullada por el temor y estupefacta de los pies a la cabeza. Increíble, maravillosa, enigmática, allí estaba presente, el viejo misterio delante de sus ojos. La luz va cobrando forma de silueta parecida a la de un ser humano alto y muy delgado. Ana se aferra aún más al árbol, quiere gritar pero pareciera que le han quitado su voz. La silueta luminosa, fantasmal, hace un gesto incomprensible con una de sus manos. Ana observa atónita pero lentamente su miedo va cediendo espacio y una inexplicable calma se va apoderando de su cuerpo y de su alma. La luminosidad vence las tinieblas de alrededor y en cuestión de segundos, Ana, envuelta en ésta, desaparece sin dejar un mínimo rastro en el suelo. La noche, nuevamente impone su orden en el lugar haciendo que todo vuelva a su justa «normalidad». Son las once y treinta de la noche. Mónica escucha una melodía en su celular, es un mensaje por Whatsapp... es de Ana, pero llega casi media hora después de ser enviado. Mónica está acostada en su recámara, lo lee, abre grandes sus ojos y exclama: ¡Dios!… ¡noooo! Sus padres la oyen y se sobresaltan. La noticia va corriendo como reguero de pólvora en las redes sociales del pueblo. Dos días más tarde, el periódico local hace mención del hecho señalando entre sus líneas: La joven Ana Estévez de nuestra localidad, conocida estudiante e hija del comerciante Bruno Estévez se halla desaparecida desde la noche del viernes. La joven de 16 años quién, según sus amistades, mediante un mensaje por Whatsapp, se hallaba sola en el cerro Las Luces, es intensamente buscada por la policía local desde tempranas horas del día sábado sin resultados positivos a la vista. El comisario de nuestra seccional ha recomendado a la comunidad no ingresar a ese lugar para evitar interferir en el trabajo que vienen desarrollando los oficiales a cargo. Ampliaremos.-

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DIME QUIEN ERES

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renda salía aquella noche del instituto donde estudiaba inglés Británico camino a su casa. Era una noche otoñal de cielo encapotado, de un marchito abril que iba haciendo sus valijas y esperando estoicamente su ocaso natural. Se despidió de su profesora y de unas compañeras con las cuales había hecho buenas migas, como resultado de muchos años de estudio compartido. Se colocó la capucha de su campera y emprendió su recorrido a pie hacia su distante hogar. Se encontraba por entonces, cursando el First Certificated, el cual, anhelaba aprobarlo en ese mismo año sí ó sí, pues también estaba en su último año de secundaria en el colegio y su gran ambición a corto plazo, era largarse de ese lugar para buscar una mejor vida, lejos, muy lejos… de Las Luces del mal. Miró su reloj, este le indicaba las ocho y cinco de la noche. Miró hacia todos lados y a ese amenazante cielo oscuro. Decidió que era mejor apurar el paso para llegar a su casa, dado que no había traído paraguas, como tampoco un impermeable para la lluvia. Apretó el número del celular de su madre. Del otro lado, sonaba y sonaba… - Mamá, ya salí del instituto, voy para allá. - Bueno pero apresúrate hija, porque escuché en el informativo de la tv que han lanzado una alerta meteorológica para esta región… - Sí madre… voy en camino. Te quiero, besos. Guardó su móvil en uno de los bolsillos de la campera negra, se acomodó la mochila que traía puesta en el hombro y apresuró un poco más su andar por esas veredas frías, acompañada solamente de su silueta, proyectada en el suelo al pasar por debajo de los focos del alumbrado público. Las calles estaban quedando en silencio y desoladas. Brenda miraba hacia cada punto cardinal, hacia cada esquina, a cada árbol mudo que iba dejando atrás, mientras transitaba sola en su vuelta a casa. Es que por momentos, sentía la sensación de que algo ó

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alguien la estaba observando. «Tonterías» diría para sí misma, dándose un poco de aliento… aunque sabía muy bien, como todos los habitantes de la villa, que Las Luces era de por sí, un lugar tan fantástico como peligroso… Una verdadera caja de Pandora. Un repentino escalofrío se fue apoderando de ella, cuando sintió a sus espaldas unos sigilosos pasitos muy cercanos, como queriéndole pisar sus talones. Intentó no mirar hacia atrás y seguir caminando como si nada. A su mente llegaron los más tenebrosos pensamientos, sintió su corazón acelerarse, un frío sudor correr por su frente. Miró a sus costados y no había ningún ser humano que la pudiera auxiliar ó contener, al menos, para sentirse un poco más segura. Tomando algo de valor, decidió volcar su mirada hacia atrás de una forma sorpresiva para acabar con tanto misterio. El alma le vino otra vez al cuerpo, cuando comprobó, que lo que la venía siguiendo era ni más ni menos que un pobre y viejo perro callejero, el cual, comenzó a mover su cola pausada y amistosamente, como si el paso de los años le estuviera impidiendo hacerlo de manera mucho más enérgica. Brenda, le sonrió y prosiguió su marcha. Al girar su cabeza, vio que el animal tomaba por otra calle, con un andar lento y distendido hasta perderse de vista en la negrura de la noche. A Brenda le gustaban mucho los animales pero había tenido mala suerte con ellos, dos perros muertos al cruzar descuidadamente la calle, un gato envenenado en el patio de su propia casa, un lorito que de un día para el otro dejó de alimentarse y murió… muchas desgracias y dolor acumulado por sus mascotas apreciadas, por eso, un buen día, decidió renunciar a todo animal en su casa o bajo su custodia. Era una decisión dura, sí, pero la creyó más que conveniente. Al menos, ya no tendría que sufrir por la muerte ó desgracia de otro ser vivo. Brenda siguió caminando. Cruzó por una esquina para adentrarse en el parque principal de Las Luces. Debía atravesarlo de punta a punta para luego realizar otras siete cuadras en dirección al oeste Las luces de la confusión

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del pueblo y así, poder llegar hasta su hogar. Aunque el lugar estaba bastante iluminado e incluso, se había inaugurado recientemente una ampliación del alumbrado, intentando con esto, dar una mayor seguridad y una agradable vista a los vecinos de la villa, nunca fue una zona que realmente brindara un cien por ciento de protección para quienes transitaban por la misma… y Brenda, esa noche, lo pudo constatar en carne propia. Al pasar por frente de una fuente de agua, se detuvo un instante. Miró hacia ambos lados, tragó saliva y continuó su camino. El silencio se vio interrumpido solo por un auto que aceleraba con prisa rumbo hacia el norte. Brenda se concentraba en sus pasos y observaba su sombra reflejada en el piso. De pronto, a unos metros delante de ella, sentados sobre un banco rústico y casi escondido entre unos arbustos, un grupo de jóvenes, tres varones y dos chicas (un tanto mayores que ella, quizás de unos veinte) estaban charlando, bebiendo al parecer cerveza… y fumando marihuana. Al ver a Brenda, comenzaron a hablarle de un modo nada amigable que digamos… - Oye nena… ¿andas buscando a papi, si quieres yo puedo ocupar su lugar?- Decía uno de ellos, de aspecto cadavérico y que llevaba una gorra de baseball colocada al revés. - ¡Ah déjala!… que seguro debe de ser otra zorrita que se disfraza de estudiante para buscar diversión… -manifestaba una de las chicas de pelo largo y rizado. Brenda, tragó nuevamente saliva y cambió de dirección. Se sintió muy incómoda y sabía que si respondía a esos agravios, la situación empeoraría aún más… aunque no le sirvió de mucho ese gesto de indiferencia que les mostró. Uno de ellos, se levantó de su lugar rápidamente, vociferando idioteces y realizando ademanes obscenos. Atrás, le siguieron sus compañeros en una tesitura idéntica. La joven apuró su andar, su pecho parecía que iba a estallar del miedo. Nunca antes había padecido una situación similar y ahora, se veía enfrentada a un comportamiento irreverente de un grupo

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de muchachos desconocidos para ella. El joven de gorra de baseball (quién tenía aire de ser el líder del grupo) apuró sus pasos para colocarse enfrente de la estudiante; a ambos lados se pusieron las dos chicas, y atrás, el resto de la barra, con el propósito de intimidar a la víctima del momento. Brenda, estaba cercada, respirando con angustia y sus ojos desorbitados. Vio en un instante, su corta vida pasar meteóricamente por su cabeza. - Dime niña… ¿estás sola?, ¿papito no te vino a buscar, ah?Preguntó irónicamente el individuo de la gorra. - Déjenme tranquila- Respondió Brenda tratando de abrirse paso entre ellos, sólo que estos, estaban empecinados en cubrirle cada posible salida. - ¡Mira niña!, no hagas enojar a Ricky… si te pregunta algo… ¡contéstale estúpida! -manifestó la chica de cabellos rizados. En tanto que la otra muchacha, una rubia y bastante escuálida, le escupió la campera en señal de rechazo. - Sólo déjenme… quiero llegar a mi casa -expresó con la voz algo entrecortada por la angustia creciente. - Claro que te dejaremos ir nena… pero después de que juegues con nosotros… ¡perra! -exclamó la joven rubia y muy flaca, dándole un empujón, que la hizo caer y golpear su rostro en el césped húmedo. Otro de los chicos le pegó una patada en una de sus piernas, la joven de pelos rizados le escupió en su rostro. Los demás… reían. Brenda nunca supo cómo, pero en un soplo, se levantó con furia, desconcertando a sus acosadores del momento y tratando de huir de ellos. En la persecución, tropezó y su cuerpo nuevamente cayó tendido al suelo… detrás, venían otra vez, con toda la intención de seguir molestándola hasta el hartazgo. De pronto y casi inexplicablemente, la banda de jóvenes se detuvo a unos metros de Brenda. Con ojos llenos de asombro, casi que aterrorizados, los jóvenes fueron retrocediendo de manera lenta al principio, manteniendo sus ojos expectantes y desorbitados, para luego emprender la retirada corriendo y blasfemando a viva voz en todas direcciones. Las luces de la confusión

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Brenda no entendía nada esta situación, como tampoco entendía que hubieran chicos tan tontos que estuvieran desperdiciando sus vidas de esa manera. No entendía nada… hasta que giró su cabeza hacia atrás y vio la verdadera razón que provocó la huída de esos muchachos. A un par de metros de donde estaba caída, había un extraño hombre, vestido con ropa oscura, encapuchado, de aspecto misterioso, observándola de pie por encima de un cerco de plantas. Por lo que Brenda pudo apreciar, el sujeto era muy alto, tal vez de unos dos metros de altura, de complexión algo robusta y de mirada penetrante… aunque en esto último, Brenda nunca supo por qué le pareció así, puesto que no pudo ver su rostro con claridad en un principio, dada la poca luz que había en esa parte del parque. Brenda nuevamente tragó saliva, permaneció callada y rígida en ese sitio del universo, contemplando temerosa y a la vez, esperando que el desconocido actuara. El silencio nocturno había retornado a los alrededores, esta vez, repleto de interrogantes y vestido de enigma. Ahora, era ella y ese extraño… cara a cara y a solas. La moneda… estaba girando en el aire. El extraño se aproximó caminando lentamente hacia ella. Brenda con su corazón palpitando a mil por horas ante la tensión, se limitaba a observarlo desde el suelo tratando de descubrirle su rostro. Cuando el sujeto estuvo parado delante de ella, Brenda cerró sus ojos y se limitó a esperar lo peor del destino… ya sin fuerzas suficientes para poder escapar y menos para luchar contra alguien aparentemente más fuerte que ella. El hombre enigmático extendió su mano como en cámara lenta hacia la chica y dijo en tono misterioso: - Toma mi mano… párate. - Eh!... -Expresó Brenda abriendo lentamente sus ojos llorosos. - Que tomes mi mano… confía en mi palabra, no voy a hacerte daño -recalcó el individuo. Brenda extendió la suya y tomó la de él para levantarse del

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suelo. Le dio las gracias y le preguntó cómo se llamaba. El extraño eludió la pregunta formulando otra: - ¿Esto te pertenece?- Enseñando en su otra mano una mochila estudiantil. - ¡Sí!... es decir, la perdí cuando estaba… escapando de esos… que me estaban molestando -afirmó sonriéndole tímidamente. Intentó una vez más verle el rostro pero justo ahí, no había demasiada claridad porque uno de los focos que estaba a metros de ellos, se hallaba roto. Brenda percibió una extraña sensación de calma en su interior, incluso, se sintió algo protegida… pero igualmente, trataba de mantener cierta distancia del desconocido, al fin de cuentas, ella ignoraba quién era y de dónde provenía. La muchacha le agradeció su gesto de amabilidad y se despidió con un suave «Adiós»… pero el hombre le habló diciéndole: - No deberías andar sola… es un lugar de poco confiar. Brenda giró su cabeza y le contestó: - He hecho este trayecto repetidas veces así que… te agradezco el consejo. - ¿Estás segura de continuar sola por ahí?- Preguntó el extraño señalando la calle que la joven tomaría pues estaba totalmente a oscuras debido a un repentino corte de suministro de energía en el alumbrado público. Brenda observó el panorama y vio que aquello era verdaderamente una boca de lobo y que de caminar por esas cuadras, notoriamente se expondría a un mayor peligro… y más riesgos no quería pasar en esa noche. -¿ Aún estás segura de querer hacerlo?- Preguntó el hombre sin moverse de su sitio y sin quitarse la capucha de la campera. La adolescente tragó saliva y lo miró. - Dime en dónde vives y yo te acompañaré… Puedes estar segura que no te haré daño alguno -recalcó. La joven quedó unos segundos tiesa, abrazada a un sepulcral silencio, como meditando la propuesta ofrecida por el encapuchado Las luces de la confusión

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anónimo, hasta que finalmente aceptó su cordialidad. Él comenzó a caminar junto a ella, mientras la muchacha, le observaba de reojo. Había algo raro que envolvía al misterioso hombre… y eso, Brenda, lo notaba en su interior. Ella, de todas maneras, no bajaba la guardia. Estaba en alerta por si la situación derivaba en otra cosa desagradable. Todo resultaba muy confuso… pero también sentía esa calidez inexplicable del sujeto, que aunque no se mostraba tan afectivo, tenía ese «algo» que lo hacía atractivo como persona. Caminaron juntos, rozándose los brazos. Iban casi en silencio, oyendo sus pasos al andar. Fue al pasar bajo el foco de una de las tantas esquinas, que Brenda, pudo por vez primera, ver el rostro de quien caminaba a su lado. Tal vez no llegaba a los treinta. Su piel muy blanca contrastaba con lo oscuro de su ropa. Sus ojos eran muy claros y por lo que dejó entrever el viento, al soplar una de sus inusitadas ráfagas, el extraño era muy calvo… aunque ella no supo si lo era completamente, ya que su capucha no se cayó en su totalidad. - De nuevo te doy la gracias pero… ¿Cuál es tu nombre?-Preguntó Brenda. El sujeto continuó caminando con la cabeza en alto y sin responderle. La joven le quedó mirando por un instante pero al no tener respuesta afirmativa desistió, y siguió mirando hacia adelante. Atravesaron la oscuridad, pasando por delante de casas con estufas encendidas, negocios ya cerrados; pasaron una, dos, tres cuadras y el extraño no emitía palabra alguna. La joven pensaba para sus adentros: «soy una afortunada, me salvé de que me molieran a palos y ahora me acompaña alguien que no sé quién rayos es hasta mi casa… es una situación extrañísima, de locos.» En eso, sus pensamientos se vieron cortados abruptamente al hablar el hombre con su tono de voz tan peculiar:

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- Eres afortunada de que yo estuviera en el parque… Brenda lo miró detenidamente abriendo sus ojos. ¿Mera coincidencia con lo que ella estaba pensando en ese preciso momento ó ese sujeto era capaz de leer su mente? Ahora era ella la que guardaba silencio. No sentía miedo, para nada, pero su curiosidad por él aumentaba. Brenda se percataba cada vez más, de que el individuo que caminaba por esas horas a su lado, tenía un temple totalmente diferente al resto de las personas que conocía, y que eso, lo hacía inmensamente especial… al menos para ella. - Estamos llegando, cruzamos aquí… en esa esquina está mi casaMencionó la muchacha señalando con su mano. - Bien -respondió él serenamente.-Te acompaño hasta aquí. - Sólo una cosa -dijo ella mirándolo de frente mientras se acomodaba su mochila- ¿Cómo te llamas?, ¿Quién eres realmente?... ¿Aún no me lo has dicho?... El extraño sonrió cálidamente por vez primera y evacuando la interrogante de la adolescente contestó: «Ryron». - ¿R…Ryron?-Expresó algo impactada. - Sí… ese es mi nombre. - Bueno… Ryron…fue un gran placer haberte conocido y… lamento mucho haberte causado molestias… - No, no es molestia… estoy para eso… «Estoy para eso», frase que resonó una y mil veces en la cabeza de la estudiante. ¿Una persona con un nombre rarísimo, que estuviera para servir en casos como estos o similares, en un pueblo como Las Luces?; sonaba hasta chistoso, ridículo, pero esa había sido su respuesta contundente y Brenda lo había escuchado perfectamente. Ella sonrió dulcemente y giró en dirección a la puerta de ingreso a su casa. A los pocos segundos dio vuelta su cabeza para volverlo a ver, intentando descubrir hacia dónde este se dirigía… ¡pero el Las luces de la confusión

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hombre ya no estaba más! Había desaparecido «como por arte de magia». Brenda quedó estática contemplando el paisaje urbano desolado, sin divisar a ese misterioso acompañante por ningún lado, mientras las primeras gotitas de lluvia iban cayendo sobre ella. Las luces del alumbrado que permanecían cortadas desde largo rato, encendieron de manera simultánea disipando la fiera oscuridad… pero él ya no estaba allí. Sonrió y se metió en su hogar, allí, extremadamente preocupada, la esperaba su madre, quién caminaba de un lado al otro del living con sus brazos cruzados y doloridos de tanta tensión. La puerta principal se abrió: - ¡Hija!... ¿Pero en dónde te metiste que has demorado mucho?preguntó llevándose sus manos al pecho, como mostrando la angustia que estaba atravesando ante la demora de Brenda. - Hola madre -dijo la muchacha besando en la mejilla a su progenitora -estoy bien… sólo… que me sucedieron cosas en el camino hasta aquí… - ¿Qué cosas?... pero ¿qué te sucedió en la ropa?... ¿te caíste?, porque estas sucia… mírate cómo estas. Brenda largó un profundo suspiro y sentándose en uno de los sillones confesó: - Conocí a una persona… extraña…pero muy especial creo yo. - ¿Y eso que tiene que ver con tu ropa sucia? -preguntó su madre con ojos absortos. - Es que… esa persona me salvó de un momento horrible. - ¿Horrible?... pero cuéntame… ¿qué fue lo que te pasó? Su madre se sentó a su lado poniendo una de sus manos en el hombro de la joven y charlaron de lo sucedido por largo, largo rato. Afuera diluviaba mientras algunos relámpagos cortaban e iluminaban el cielo oscuro de ese abril. Ya próximo a la medianoche, Brenda subió a su dormitorio para descansar de todo lo vivido horas atrás. Pero antes de poner su

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cabeza sobre la almohada, echó un último vistazo desde su ventana hacia el exterior. Llovía pero ya no torrencialmente. Sus ojos buscaban algo entre la oscuridad y las luces del barrio. De pronto alguien pasó fugazmente por debajo de un foco del alumbrado. No pudo distinguir bien de quién se trataba realmente, era una silueta difusa por culpa de la lluvia y de todas esas gotas que chocaban contra su ventana, impidiéndole ver con claridad aquél mundo externo. Quedó contemplativa detrás de una cortina, en su cara dibujó una sonrisa y moviéndose casi como en cámara lenta, se fue a la cama y se arropó con las cobijas. Por un momento pensó en él, en el extraño encapuchado que conoció en el parque. Gravó en su memoria esa silueta que divisó minutos atrás allí afuera, desde su habitación. Pero quedó con la duda flotando en su interior, de si fue algo real ó fue sólo el deseo de volverlo a ver cerca, muy cerca de su ordinaria vida.

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LÁGRIMAS EN EL RESPLANDOR

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lovía torrencialmente. Era otro nuevo día inhóspito. Stella se había levantado muy temprano, pasadas las seis y diez de la mañana porque tenía un «sinfín de quehaceres por realizar», (como ella acostumbraba a decir) y era su idea concluirlos antes del mediodía. Otro ajetreado amanecer, como para terminar exhausta o loca del stress, sin embargo, esa mañana sería disímil a muchas anteriores. Inmersa en varias tareas domésticas, y hasta discutiendo con los objetos de limpieza, (como si estos le fueran a hacer caso ó incluso le entendieran su idioma) no se había percatado de que las agujas del tiempo, ya marcaban las nueve de la mañana. - ¡Dios mío, como pasa el tiempo en este lugar!- Se dijo a sí misma, mientras llevaba una mano a su frente en señal de agotamiento.Debo organizarme para preparar el almuerzo del mediodía… Hoy mi esposo, recogerá en la agencia de ómnibus a unos parientes que vuelven desde tierras lejanas después de casi seis años… ¡Estoy ansiosa de volverlos a ver! -expresaba hablando sola y mirando por la ventana de su aseada cocina, ese tétrico color gris imperante en el paisaje urbano.- ¡Pero debo apresurarme… estoy atrasada con las tareas! Llovía y estaba muy frío. Rugía el cielo embravecido y el viento… ese despiadado viento, sacudía de un lado a otro las ramas más débiles de los árboles del ornato público, soportando con hidalguía su fuerza avasalladora. Stella de tanto en tanto, asomaba su rostro por la ventana y se tomaba sus brazos, como si ella misma estuviera allí afuera, congelada y empapada por ese rudo temporal. - ¡Mmm!… sorprenderé a todos con unos exquisitos ravioles hechos por mis propias manos... Debo lavar bien estas acelgas, ¡oh!, pero cuántas partes feas que tienen, no me había dado cuenta de ello, qué desperdicio, ¡oh Dios! Debo también fijarme si todavía queda

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paté y... huevos en la heladera -dijo, caminando apresuradamente, para verificar si aún quedaban esos productos que estaba requiriendo para su elaboración - ¡Dios!... debo preparar una salsa también, quizás una Carusso o tal vez una portuguesa ¡Ay Dios!, qué indecisión la mía -manifestaba como autoreprochándose, zigzagueando nerviosa y rascándose la sien. A ellos les encantará; sólo espero tener todo lo que necesito para hacer la comida, de lo contrario tendré que salir a realizar algunas compras, y yo, la verdad,es que no deseo salir bajo un día tan inhóspito como el de hoy, por más que sea sábado de mañana y no tenga que trabajar siguió hablando consigo misma, sola, mirando por la ventana, y sosteniendo un repasador sucio en una de sus manos- Espero que todo me salga bien, que todo salga bien -culminó diciendo mientras liberaba un largo suspiro. De repente, y tomándola por sorpresa, la energía eléctrica se cortó, segundos después pasaba lo mismo con el agua corriente. ¡Faltaba más… esto me tenía que suceder cuando estoy más complicada! -exclamó entre una mezcla de enfado y frustración, pegando la punta de su pie contra el duro piso y mirando hacia arriba, como esperando alguna respuesta ó manifestación divina. Ni bien terminó de decir eso, escuchó un golpe en seco: ¡PLAAFF! -¡Oh, santo cielo!... qué habrá sido eso… ¡ah!... la puerta del fondo…pero, qué raro, ¡si yo la había cerrado bien! Fue a ver lo que sucedía y efectivamente, era la puerta del fondo, que por acción del viento se había entreabierto y luego, pegó el golpe que Stella terminó sintiendo. La cerró nuevamente y retornó otra vez hacia su cocina, para tratar de encontrar alguna solución a los obstáculos que tenía por delante… - Estar sin luz y sin agua, qué ironía... adentro no tengo agua y afuera hay por doquier- Reflexionó con voz suave, casi como vencida por las circunstancias. Fue ahí, en el momento menos imaginado, que su piel se erizó al escuchar la extraña voz de un hombre, que le hablaba pausado, y que sonaba a eco lejano, proveniente vaya a saber de dónde… Las luces de la confusión

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Esa voz, irrumpió de manera fantasmal en la atmósfera hogareña, advirtiéndole en un tono amenazante: «Nunca me podrás olvidar niña, nunca…» Stella, no podía creer lo que había escuchado, giró su cabeza hacia todos lados, pero no halló a nadie. Su corazón empezó a palpitar apresurado y con fuerza, casi como saliéndose de su pecho convulsionado. - ¿Quién anda ahí?... ¿Quién carajo es? -preguntó temblorosa e insistente, pero las respuestas se negaron en llegar. Observó detenidamente cada rincón, el techo, todo… pero aquello resultó un gran misterio. - ¿Quién anda ahí?... ¿Qué clase de broma es esta, ah?...-Nadie habló. Sólo se oía la lluvia que caía afuera y la rabia del viento. - Debo estar volviéndome loca… Aquí no hay nadie más que yo… nadie más que yo.- Decía, tratando de convencerse de que aquello, no fue real. Stella encendió una vela, y caminó muy lentamente a su dormitorio, luego al cuarto de huéspedes, después al baño, pero no encontró a ningún intruso o a alguien que le estuviese haciendo una broma pesada… Todo parecía estar en su justo lugar, pero ¿quién podría estar perdiendo el tiempo haciendo ese tipo de bromas y bajo una tempestad como esa?... Hasta que nuevamente, sintió esa voz, mientras caminaba lentamente por el pasillo a oscuras: «Nunca me podrás olvidar niña, nunca…». - ¡Oh, Dios mío!... ¿Qué mierda está pasando aquí? -exclamó con ojos vidriosos y al borde de quebrarse anímicamente- ¡Qué carajo está sucediendo! ¡Quién anda ahí!... Stella, intuyó que su vida estaba poniéndose en riesgo y atinó a buscar una cuchilla, por si tuviera que defenderse de ese «alguien» que la estaba intimidando. Caminó alrededor de la mesa del living, dando giros y más giros, y pasos inseguros.

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La lluvia, el estar en penumbras adentro de su casa, sin luz, sumado a la extraña voz de un hombre que la estaba amenazando, dibujaban un panorama por demás ensombrecido para Stella, que se sentía indefensa y acorralada… sin saber por quién. Miró el reloj de la pared del living, eran casi las diez y treinta. Stella estaba en guardia pero muy aterrada. Casi que no podía digerir esa situación. Con su cuchilla en mano, apretándola con fuerzas para que no se le cayera al suelo, caminó hacia la puerta del frente. No deseaba salir en medio de una tormenta así… pero lo haría sin remedio alguno, si la situación apremiaba. Mientras… seguía esperando alguna otra señal de ese extraño, que había invadido quién sabe cómo, su sagrado hogar… De repente, el sujeto emergió como desde la inquietante y tremebunda oscuridad. Estaba parado a unos dos metros de donde estaba ella. A su espalda, se hallaba la puerta, su única escapatoria. Era un hombre de aspecto descuidado, con algo de barba en su rostro, alto y delgado. Stella sentía como éste, la miraba cargado de odio… veía llamas de ira en sus ojos. Casi sin aliento, Stella largó un grito de horror que retumbó en toda la casa. El hombre, sin pestañar y sin cambiar de posición, habló usando ese tono misterioso, para reafirmarle una vez más que: «Nunca me podrás olvidar niña, nunca…». Stella le arrojó la cuchilla pero lo más increíble, es que ésta, siguió su camino recto para caer lejos, atravesando de lado a lado el cuerpo del extraño sujeto, sin hacerle el más mínimo daño. Ella giró el pestillo de la puerta y se largó a correr bajo la tempestad, sin rumbo fijo… a donde sea, siempre y cuando pudiera huir y esconderse de ese desconocido. De pronto, oyó una voz a la distancia, que no era la de ese hombre, pues ésta era muy diferente y hasta la llamaba por su nombre: - Stella… Stella… ¡Stella, despierta ya amor!.... despierta ya cariño, Las luces de la confusión

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vamos despierta… -Dijo bajando su tono de voz para hablarle dulcemente. Stella abrió sus ojos y se incorporó en la cama de un salto. - Amor… ¿otra vez con esa pesadilla? -preguntó su esposo, mientras le acariciaba el rostro humedecido de tanto llorar dormida. - Si -Respondió ella aferrándose a él- Otra vez soñé con ese tipo horrible… ya han sido muchas veces, ¿qué hora es? - Son casi las tres de la madrugada… ¿Te sientes bien ahora? ¿Quieres que te traiga algo?... - Gracias Henry pero no… ahora estoy un poco mejor -afirmó sonriendo tímidamente, y rodeándolo con sus brazos en busca de contención.- Ya pasó… pasó Henry, no te preocupes amor, ok. - Stella, estoy preocupándome por ti; ya te ha pasado lo mismo muchas veces; deberías consultar con alguien, un profesional en el tema, tal vez te pueda ayudar con esto. - Sí cariño, lo sé, debería consultar a un profesional, un médico pero no lo sé, volvamos a dormir, ya me siento bastante bien, ok. - Ok… si tú lo dices…-Culminó diciendo su esposo. Se dieron un beso, él le acarició su cabello por unos segundos, y se volvieron a dormir al poco rato. Cuando amaneció, Henry ya estaba listo para salir a su empleo en una oficina del centro, en tanto, Stella (quién también trabajaba en el centro) tenía las mañanas libres pues, comenzaba su rutina de trabajo recién a la una de la tarde, en una institución bancaria… Así venía siendo su vida desde hacía tres años, cuando una tarde invernal, la llamaron para ocupar uno de los puestos que se hallaban disponibles. Con tesón, trabajo, mucha dedicación, Stella Hend fue haciéndose un lugar en ese trabajo… y en el mundo. Vivía junto a Henry, su esposo desde los veintidós años. Y es que el matrimonio nunca les asustó, a ninguno de los dos. A pesar de ciertas dudas que se tejieron en el entorno de sus respectivas familias, ellos continuaron hacia adelante, dejando a un lado los dichos y rumores de los demás, fueran estos bien ó mal intencionados. Constituyeron un hogar

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propio, primero alquilando, más adelante, cuando ya habían logrado una estabilidad económica importante, se decidieron comprar una antigua casa en un barrio hermoso de Las Luces llamado «Resplandor». La refaccionaron por completo, dejando algunos rasgos antiguos de la misma, como forma de conservar ciertos vestigios del pasado. Hacía ya un año que la estaban habitando… y también, hacía un año que Stella, había comenzado con sus pesadillas. Veía un hombre de unos cincuenta años, de mal aspecto y siempre de mirada amenazante, que la hacía enloquecer de miedo. Al comienzo, no eran frecuentes y les restó demasiada importancia; luego, fueron haciéndose más y más recurrentes, tanto que sus seres queridos, vieron cierto cambio en su personalidad. La propia Stella se daba cuenta, de que ya no era la misma de antes. Temía quedarse sola en la casa, aún cuando fuera de día. Sentía miedo de apoyar su cabeza en la almohada y soñar con ese extraño sujeto. Creía ver siluetas ó sombras por los rincones de su dormitorio. En fin, algo importante estaba sucediendo, tan grande era eso, que hasta hacía temblar los cimientos más sólidos de su fortaleza interna. Un día… más precisamente un viernes a la noche, Henry la encontró arrodillada en el living del hogar, sollozando y cubriendo su rostro con sus manos. El impacto que le provocó a su marido fue tal, que éste, hondamente afligido le preguntó sobre lo acontecido en su breve ausencia, a lo cual, ella, con voz temblorosa y entrecortada, contestó: «Fue él… otra vez… vi su sombra allí…»Dijo señalando con su dedo hacia una de las esquinas de la habitación. A esa altura de los acontecimientos, ambos, empezaron a analizar la ya alarmante situación, y llegaron a la conclusión, de que las cosas que estaban sucediendo, empezaron con la llegada a ese nuevo hogar… Un colapso emocional, algún infortunio reprimido que un buen Las luces de la confusión

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día despertó; algún problema que acarreaba su mujer desde antes y vino a estallar justo cuando se mudaron para ahí… Eran muchas conjeturas y dudas que se mezclaban en la mente de Henry, por eso, cuando notó que la situación se le estaba escapando de las manos, acudió a un profesional, un sicólogo para que pudiera ayudar a redireccionar la vida de su atormentada esposa. La situación adquirió tal magnitud, que Stella, debió ausentarse temporalmente de su trabajo, presentando certificados médicos para corroborar que necesitaba tiempo para recuperarse. Al constatar que no acaecía ningún resultado positivo en su vida, pasó de un sicólogo a un siquiatra, un tal Roberto Mirn de unos sesenta años, conocido en la villa y por muchos en la región tras su peculiar forma de ayudar a sus pacientes… ni más ni menos, que a través de la regresión, por hipnosis. Su método le valió el calificativo de «loco», «atrevido», «farsante» por varios, pero igualmente, era muy apreciado y hasta respetado por otras personas, incluyendo ex pacientes. Stella, apoyada por su esposo, acudió a ese médico, con el deseo de volver a recuperarse lo antes posible. Comenzó su primer visita al profesional la tarde de un martes y tal experiencia se convertiría en un antes y un después para su vida. En su consultorio -el cual se ubicaba próximo al centro- Roberto puso en marcha, su tan controvertida terapia de regresión mediante la hipnosis, a su joven paciente: Stella. Acostada en un confortable sillón, Stella escuchaba atentamente la voz del profesional -como él le pidiera- para luego ir viajando y haciendo escalas en diferentes momentos de su pasado. El propósito era llegar a la raíz del problema, ese problema que la estaba quebrando sin piedad en el presente. - Stella- Dijo con voz profunda el siquiatra- respira lentamente, ahora quiero que cierres tus ojos y sólo escuches mi voz, ok. - Ok, doctor- Respondió ella, obedeciéndole.

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Roberto se sentó al lado de su joven paciente, se acomodó sus gafas, puso una música instrumental muy suave de fondo, como para ambientar la sesión y tomó un block de hojas para ir anotando algunos detalles, que considerara más importantes que el resto. - Bien Stella, empecemos. - Ok, doctor… comencemos. - Stella, quiero que viajes desde este presente hasta hace unos años atrás; respira hondo, siente el aire entrar hacia tus pulmones, repítelo otra vez, respira con calma; ahora sientes que estás muy calmada y tu cuerpo relajado, trata de retener la primer imagen que logre pasar por tu mente… Stella, manteniendo sus párpados cerrados, emprendió viaje hacia su propio pasado. Poco a poco fue rememorando pequeñas cosas en las que había sido partícipe en esos días de ayer, en tanto otras, permanecían ocultas en su subconsciente, eran como pertenencias dejadas en un baúl polvoriento y bien sellado, en un altillo con candado en la puerta y ahora, todas iban emergiendo a la luz, una por una. Recordó sus últimos días en su primer trabajo, en un estudio contable tres años atrás. Posteriormente vino a su mente el momento que conoció a Henry, su marido, su paso por la secundaria, su primer novio, la muerte de su padre al finalizar la escuela primaria; sus perros: Benji y Rufo, sus días felices cuando niña pequeña, en la casa de sus abuelos maternos… - Muy bien Stella… lo estás haciendo muy bien -mencionó el médico que estaba cruzado de piernas en su asiento, cerca de la paciente, al tiempo que apuntaba cosas con su bolígrafo en los renglones de su block de anotaciones. - Ahora quiero que vayas un poco más atrás, Stella… ¿Qué cosas puedes ver?... Por un instante Stella guardó silencio. - Stella… ¿Ocurre algo?- Interrogó Roberto. - Dios… la luz… la luz… - ¿Cómo dices?... ¿A qué te refieres? ¿Podrías ser un poco más específica? Las luces de la confusión

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- Veo… veo que estoy viniendo a éste mundo… estoy como… saliendo del vientre de mi madre… ¡Oh Dios!... es algo maravilloso. - ¡Mmm!... muy interesante eso… continúa Stella- Dijo el profesional casi murmurando. - Es algo hermoso… es hermoso… Pero no entiendo, ahora veo… veo oscuridad… sólo oscuridad a mi alrededor. Veo, no sé, me veo en… en una habitación de una antigua casona… creo conocerla… explicaba un tanto agitada mientras unía sus manos como si fuera a orar. De repente, ocurrió un imprevisto, algo que sacudió el orden con el que se venía desarrollando la sesión y que dejó perplejo al profesional, ya que antes no le había sucedido con otros pacientes… al menos, no de la manera en que sucedió esa tarde. Stella empezó a hablar como una niña. Su tono de voz cambió rotundamente y a medida que ella continuaba hablando, Roberto, percibió que la mujer se encontraba muy tensa y que su malestar anímico, iba en progresivo aumento. - Stella… tranquila, te pido calma… sígueme contando lo que tú ves… La música de fondo puesta por Roberto había terminado, no porque se acabaran las pistas del CD, sino que el mismísimo aparato se había detenido por sí solo. Al médico le llamó la atención, ya que no se produjo ninguna baja de tensión eléctrica ni apagón durante todo ese tiempo, pero no quería detenerse ni ahondar en ese detalle, pues tenía algo muy interesante «entre manos» y por nada en el mundo podía perder esa oportunidad. Stella seguía hablando con esa vocecita de niña vulnerable y su nerviosismo, venía acentuándose cada vez más. Su frente empezó a transpirar y su cuerpo a enfriarse… - Lo veo… lo estoy viendo…es ese hombre otra vez… ¡papá, papá no me hagas daño!, ¡no me lastimes más… por favor… no me pegues! - Stella tranquilízate… veo… veo que eres una niña, una niña con temor ¿verdad?... ¿cuál es tu nombre pequeña?... -Mi nombre es… mi nombre es Micaela… ese es mi nombre señor.

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¡Oh no, ahí está!... ¡papá, no me castigues, no!...-decía moviendo su cabeza de un lado para el otro, mientras mantenía los ojos cerrados. - Stella… o bien, Micaela… hablaste de un hombre, tu papá ¿cierto?… - ¡Sí señor!… pero es malo, lastimó a mi madre… ¡nooo!... ¡viene por mí!... ¡viene por mi y nadie me ayuda!... - Stella… quiero decir Micaela, cálmate yo estoy aquí…-Manifestó Roberto intentando de sosegarla. - ¡El asesinó a mi madre!… ella… ella está tirada en el suelo, él tiene un cuchillo… ¡quiere matarme!... Yo corro, corro hacia la puerta de adelante… está frío y llueve… llueve mucho. ¡Él me persigue señor!... pero voy hacia afuera… Él va corriendo tras de mí… ¡oh no!, ¡ya me tiene… estoy luchando en el barro con él!… en sus ojos hay locura… me golpea, me duele… ¡tiene el cuchillo cerca de mi cuello!... ¡Dios, nooo!... Stella se incorporó aturdida, a los gritos y balbuceando palabras entrecortadas. Roberto le pidió que se tranquilizara y la abrazó. Quien los viera creería que eran padre e hija…y no un profesional con una paciente. Así permanecieron durante minutos, él conteniéndola y hablándole para aliviarle la pena, ella, parecía perderse entre sus brazos al buscar protección. Rato después, Roberto decidió dar por terminada la sesión y le pidió a su paciente que volviera el martes de la semana entrante. Ella tomó su cartera, se enjugó sus lágrimas y con un adiós se despidió del médico. En el exterior del recinto, estaba su marido Henry, quien la esperaba expectante en su coche. El médico, había quedado anonadado por lo que escuchó de la joven. Durante los siguientes días, estudió el caso con sumo cuidado. Analizó sus apuntes detenidamente, consultó sitios de otros profesionales en internet, los llamó, intercambió puntos de vista… en definitiva, se halló ensimismado en el caso Stella Hend. A la semana siguiente, Stella, nuevamente fue sometida a otra sesión de hipnosis, y ocurrió algo similar a lo de la primera vez. Las luces de la confusión

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La joven comenzó a hablar como una niña y a ponerse inexplicablemente nerviosa. Nuevamente le contó que su nombre era Micaela, e hizo mención a ese violento hombre al que llamaba «papá», y que su «mamá» yacía muerta en el piso de esa casona. Pero en este trance, la paciente, ahondó en otros detalles específicos que resultaron muy importantes en la investigación. - Stella… ¡Oh!, lo siento... quise decir Micaela, tranquilízate… trata de visualizar la casa, el barrio, dime algo más que no hayas dicho. - Es… es una casa… grande y vieja… ¡oh Dios, otra vez papá!... - Tranquila… cálmate, continúa que lo estás haciendo bien… él no te lastimará te lo prometo… - Es una casa grande… llueve afuera… Resplandor… El Resplandor… llueve mucho… - ¿Cómo dices?- Preguntó el especialista un tanto confundido. - Resplandor… el barrio está gris y llueve… su nombre… es ese… Resplandor. - ¿Resplandor?, pero… ¿si es el barrio donde actualmente vives?dijo en voz baja, desviando su mirada al piso de su consultorio, como tratando de atar cabos sueltos en su cabeza. - Resplandor… mi barrio señor… mi maldición… ¡Oh, no!... mi padre está ahí… ¡viene a matarme, se me acerca!... ya lo hizo con mi mamá… ¡Nooo!... ¡ayúdenme!... Stella, otra vez despertó de su trance hipnótico, sudorosa y temblando de miedo. Quedó por un instante en silencio, luego, ya un poco más tranquila, dialogó con el profesional. El siquatra le dijo que regresara una vez más, que la quería ver dentro de una semana, a lo que Stella, no tan convencida, asintió con un tímido sí. Se levantó del sillón, y se marchó rumbo a su hogar, en el barrio «Resplandor», junto a su esposo, quien otra vez, la esperaba afuera saturado de interrogantes. Roberto trató de recordar cada gesto, cada expresión que vio en el cuerpo de Stella, su voz con tono de niña… apuntaba, elaboraba hipótesis, permanecía hasta la madrugada estudiando cada elemento… Incluso, fue aún más lejos en el tema, realizó trabajos de investigación casi detectivescos por cuenta propia. Una

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mañana, se le «encendió la lamparita» y se trasladó a ese barrio, en su auto, para visitar a una vieja tía materna de nombre Jacinta, («Doña Jacinta» para los conocidos) la cual, vivía desde pequeña en esa zona de Las Luces... y a tan sólo un par de cuadras de la residencia donde habitaba Stella. El recibimiento fue muy cálido de parte de la anciana octogenaria, que al mismo tiempo, se extrañó de la repentina presencia de su sobrino, pues éste, no era muy afín a las visitas a sus familiares. Es que, hasta en su familia, se lo miraba de reojo por la «fama» que obtuvo con sus trabajos de hipnosis a varios de sus pacientes. Entre saludos, recuerdos de su niñez y los problemas de la vida moderna, Roberto «sacó de la galera» el tema de la vida de antes en ese barrio: - Era muy distinto todo, mi querido -argumentó la anciana- aunque Las Luces siempre tuvo ese halo misterioso y de cambiar la conducta de la gente. - Pero ¡qué se yo! Cuéntame ¿Qué pasaba en esos tiempos, tía? - Pasar lo que se dice pasar ¡ja! pasaban cosas todos los días, pero uno lo vivía de otra manera; la vida era mucho más normal que ahora, aunque en Las Luces, esa palabra, siempre sonó rara. - Y… ¿Y qué acerca de los vecinos?, es decir ¿Cómo eran? - Buenísimos… realmente adorables -afirmaba la mujer llenándosele sus ojos de un brillo nostálgico- eran todos tan respetuosos, gente de bien; éramos casi una familia, todo el barrio… por supuesto que existían excepciones como en todos lados, el ser humano siempre fue, es y será un animal difícil de comprender… pero ahora que recuerdo… viene a mi memoria una casa de por acá cerca, donde hubo una terrible tragedia… sí, una horrible tragedia. Roberto puso especial cuidado a lo próximo que pudiera expresar su tía, pues tenía cierto presentimiento, de que lo que ella alcanzara a decir, resultaría clave en su «búsqueda». - ¿De qué tragedia hablas tía?…-Preguntó inquietante Roberto. Las luces de la confusión

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- Fue hace cuarenta… ó tal vez cincuenta años atrás... ¡ah!, mi mente ya no es lo que era y a veces me traiciona. Como te decía… fue en una casona antigua, muy cerca de aquí, ahora, creo que vive un matrimonio joven…En esa época, vivía una familia humilde: el padre, la madre y su hija. El hombre era muy trabajador, albañil de profesión, pero alcohólico. Cuando estaba ebrio, cambiaba como del día a la noche. Una mañana lluviosa… ¡Oh Dios!, todavía lo recuerdo y se me hiela la sangre… el hombre enfurecido apuñaló a su esposa. No conforme con eso… persiguió a la pobre criatura de unos… nueve, tal vez diez años… La niña se llamaba… Andrea, ¡no!, que digo… Anabela… no, no, Mica… Micaela, ¡ese era su bonito nombre! ¡Pobrecilla!, corrió bajo la intensa lluvia y el viento, empapada y con miedo… Desafortunadamente, ella tropezó cayendo en la calle llena de agua y barro… el hombre se lanzó sobre ella… y la mató también. Aún recuerdo verlo a él desde la ventana caminando todo sucio y con ojos desquiciados bajo aquél diluvio, después de haber cometido… ¡Oh, qué cruel que es la vida!... Roberto no podía creer lo que había escuchado en labios de su tía. Todas las piezas del puzle parecían encajar entre sí. Las últimas pesadillas recurrentes de Stella en la casa donde se habían mudado, ese extraño hombre de mal aspecto que la perseguía en sueños pretendiéndola matar, la lluvia, la huída ante la amenaza, la vieja casona, el barrio, el nombre Micaela… ¡todo coincidía! y Roberto, vio la luz de la verdad iluminando las tinieblas de su mente. Llegó a la conclusión, de que Stella, en su trance hipnótico, había logrado desplazarse hasta una vida pasada… varias décadas atrás. - Gracias tía, realmente me ha servido tener esta charla contigo culminó diciendo Roberto con una fresca sonrisa, levantándose de su asiento. - Pero… ¿ya te vas? ¿tan rápido? - Tía… hace como una hora que estoy acá… tengo asuntos que

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atender, discúlpame, pero debo marcharme. Prometo venir a verte más seguido. - Cuando gustes Roberto… no te pierdas tanto´-agregó la longeva mujer, besándole la frente a su sobrino. - Claro que no, tía… ¡Ah!, una cosa más que quiero decirte, pero no lo tomes a mal -expresó dando media vuelta para volverla a mirar. - Sí, por supuesto, dime lo que tengas que decir… - A tu edad tía… no deberías vivir sola, sobre todo por las noches… ¡Fíjate si te pasa algo y necesitas ayuda! - ¿Pero quién te dijo que vivo sola?... - ¡Aah!... ¿Contrataste algún servicio de acompañantes para que te cuiden? - No querido… ¡Me cuida mi novio!- Respondió sonriendo Roberto quedó atontado observándola mientras ella cerraba lentamente la puerta de entrada de su hogar. Acto seguido, el profesional volvió a su auto, lo encendió, miró de nuevo hacia la casa de su vieja tía dibujándose una sonrisa en su cara y abandonó el barrio con prisa para llegar rápidamente a su consultorio en el centro. Los días transcurrieron y ambos, Roberto y Stella, se volvieron a ver por tercera vez a la cara. Fue otro día martes, una luminosa tarde promediando ya la estación de la primavera. - Stella… debo decirte algo que te impactará… -le dijo Roberto con rostro serio, parado delante de su paciente, que estaba sentada en uno de los sillones de la habitación. - ¿Qué cosa es lo que me tiene que decir, doctor? -le interrogó con cara de asombro. - Tal vez sea un tema muy complicado, difícil de digerir quizás… pero he estado estudiando tu caso muy detenidamente, he hablado con colegas extranjeros, he hecho mis averiguaciones, he dedicado mucho tiempo en ti Stella… y he llegado a la conclusión de que, mediante las hipnosis que te he estado practicando, tú… -el médico realizó una pausa intrigante mirándola fija a los ojos- lograste quebrar las barreras y viajar a una vida anterior… muy distinta a la que tienes actualmente. Las luces de la confusión

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- ¿Cómo dice, doctor?, ¿qué yo qué?... Esto… es que…no puede…ser cierto -expresó una muy consternada Stella. - Stella… sé que es extraño hablar de esto, pero créeme, como te dije anteriormente, he platicado con varios colegas del exterior, y estos, me han confirmado casos parecidos o más raros que el tuyo. Es más, hablé con una vecina antigua de tu barrio, nobleza obliga decir que es una persona muy fiable, muy correcta y me confesó que… en donde estás actualmente viviendo, ocurrió un horrendo crimen un día de lluvia. El hombre asesinó sin piedad a su mujer e hija y a ésta última le quitó su futuro… Micaela se llamaba, el mismo nombre que tus labios pronunciaron estando en mis sesiones… ese era el nombre de la niña en cuestión, o sea… tú. El la ejecutó con un cuchillo, en la calle y bajo el temporal desatado aquél día… así han sido tus sueños, ¿no? Los ojos de Stella se abrieron enormemente al oír esa triste historia, pues era como que se estaba refiriendo a ella misma y al oírla, sentía correr esa historia como propia por su mundo interior. En realidad… ella fue parte importante de esa cruel y vieja historia. - En un lugar como Las Luces -continuó explicando el médico siquiatra- es casi un tabú mencionar algo sobre esta temática, de hecho, muchos me tienen por loco, que debería estar tras las rejas, etc., etc.… pero a pesar de todo, me mantengo firme y confiado en lo que hago, porque quiero que mis pacientes encuentren una solución y una explicación a todos sus problemas, quiero verlos mejorar y crecer como personas, dentro de la euforia que vive el mundo de hoy. - Doctor… ¿usted quiere decirme que… ese hombre en mis pesadillas… fue mi padre y que yo me llamaba así, Micaela… en otra vida? - Sí Stella… estoy seguro de que se trata de tu padre, muy malvado por cierto… y el lugar donde vives, es la casa donde viviste una atormentada niñez en esa otra vida, y allí, encontró la muerte tu madre, y tú también… de una forma vil y salvaje. Cuando en tu segunda sesión, mencionaste el nombre del barrio: Resplandor, empecé a tener ligeras sospechas…

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- El barrio donde yo vivo ahora -interrumpió la joven. - La vieja casona en la que viviste en aquél tiempo, y en la que habitas junto a tu esposo… ahora. - Sencillamente no puedo creerlo… sencillamente… no cabe en mi cabeza tanto… ¡Oh Dios!, es todo tan extraño…-manifestó con su voz quebrada, y llevándose las manos hacia su cara. - Lo sé Stella… pero tengo la firme confianza de que te sobrepondrás a todo esto… Confío en tu fortaleza -recalcó el profesional mientras la miraba con cierta melancolía en su rostro, tal vez «viéndola» no como Stella, sino como la pequeña y desafortunada Micaela. Durante un largo tiempo, a Stella le costó asimilar toda esta situación, pero con la ayuda de su esposo y de sus familiares más próximos, consiguió mirar para adelante y salir de esa oscuridad que de repente, eclipsó la luz de su vida. Roberto Mirn debió soportar no sólo las críticas sino una nueva denuncia, esta vez, proveniente de una tía de Stella quien lo acusó de estafador y de jugar con los sentimientos de su sobrina, además de aseverar que sus estudios no tenían base científica alguna y que apelaba a fórmulas inverosímiles para sus investigaciones. Al poco tiempo, el joven matrimonio decidió marcharse de esa casa y del vecindario, cerrando de esta manera una puerta para abrir las puertas de otra historia… Compraron una casa en otro barrio de Las Luces llamado Miraflores, allí Stella, volvió poco a poco a ser la persona de antes y a dejar a un lado, lo vivido en el Resplandor. Nunca pudo deshacerse por completo de la imagen de ese hombre que la perseguía en sueños, porque éste, era parte de su vida (aunque no fuera de ésta)… pero tuvo otros sueños que tiempo después, se transformaron en una bella realidad sobre todo, al nacer Bruno, el primer retoño que arropó su vientre y avivó la llama de la alegría… pintando de mil colores las paredes del alba, y borrando las sombras del ocaso de cada día. Las luces de la confusión

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PRESENCIA AUSENTE

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milia permanecía sentada, casi que aburrida y batallando con sus ojos para que estos no se le cerraran tan pronto. Se hallaba sola en el sofá y mirando televisión desde hacía un par de horas atrás. No había mucho para mirar, puesto que no había nada interesante que mostrara la «caja boba» para entretener y matar al tedioso tiempo. Ya era de noche y afuera, caía esa garúa congelante capaz de helar hasta los huesos. Emilia dio un vistazo a su reloj de pulsera mientras abrazaba a un pequeño almohadón color bordó; eran las ocho y treinta y Bruno, su esposo, aún no llegaba de su trabajo el cual, distaba a unas diez cuadras del lugar donde vivían. Bruno era empleado de una casa de ventas de electrodomésticos, cerca del centro de Las Luces. Trabajaba allí desde hacía unos siete años, casi desde que se instaló el mencionado negocio en el pueblo, y dicho sea de paso, por ese entonces, era toda una novedad que Las Luces tuviera una empresa dedicada a ese rubro, ya que antes, la gente si deseaba equipar su hogar con algún producto de esta clase, no tenía más remedio que trasladarse hacia alguna ciudad vecina… y la más cercana se hallaba a unos setenta kilómetros. Bruno era un empleado de suma confianza, se había ganado el respeto y la admiración de su patrón a base de esfuerzo y constancia, algo que desde un principio cautivó a su jefe, haciéndolo sobresalir dentro de los demás miembros del personal. No era de extrañar que quedara a cargo del negocio cuando Gerardo, su superior, tenía que ausentarse del mismo fuera por motivos personales ó comerciales. Era su mano derecha, su par de oídos para que le escucharan y hasta su fiel consejero. Ese día había sido uno de esos complicados y Bruno, había tenido que afrontar varios problemas y buscar soluciones rápidas a los mismos. Pero muy seguro estaba que todo eso, daría sus frutos al llegar fin de mes, y

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vería incrementar su sueldo como premio por su trabajo extra y su eficiencia. Emilia lo esperaba… era una paciencia agotadora, casi sin fin, pero ella ya lo sabía, antes y en varias ocasiones había sucedido lo mismo, así que, no era raro que su esposo regresara más tarde de lo habitual. Emilia seguía abrazada a su almohadón bordó, eso le recordaba a su época de la niñez, cuando se sentaba en el sofá del living comedor de su casa, o en la cama, aferrada a su osito de peluche, mirando las agujas del reloj pasar y esperando ver la silueta de su padre reflejada en la pared o en el piso mismo, cuando volvía de trabajar. Así estaba Emilia esa tardecita noche, mirando casi sin mirar lo que la televisión pretendía que mirara, apretando ese almohadón, casi que ciñéndolo de las ansias de ver regresar a Bruno por la puerta de entrada… Pero Bruno estaba tardando, y esta vez, más de la cuenta. Emilia percibía algo extraño en esa demora, algo que no sabía explicar ni entender ni descifrar pero… seguro, pensaba ella, habría sido una jornada bastante ajetreada sin su jefe, quien se encontraba en otra ciudad por asuntos de negocios, por lo tanto, tenía que continuar esperando para poder verlo entrar con ese rostro casi como de niño, regalándole una sonrisa iluminada a la distancia porque… así era su Bruno. Una vez más miró su reloj de pulsera, regalo de su esposo por el quinto aniversario de bodas… Eran las nueve menos diez de la noche, cerró los ojos por un instante, sólo se oía la voz del televisor y el pasar de algún auto por la calle. Respiró sin prisa mientras seguía aferrándose al almohadón. Movió lentamente su cabeza en una y otra dirección como tratando de liberar un poco de tensión, manteniendo sus ojos apretados; lentamente dejó de escuchar lo que decían en la TV. Empezó a sentir una voz, la voz de él, tan dulce como inconfundible susurrándole al oído cosas agradables, sencillas pero igualmente emotivas y comenzó a sentir su brazo cálido tomándole lentamente el hombro, haciendo que su cabeza se inclinara hasta posarse en su pecho; sintió el aroma de la piel de su marido y percibió los latidos de su hermoso y humilde corazón al Las luces de la confusión

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poner su oreja en el tórax de este. Era sin dudas Bruno… pero al abrir sus ojos, su sonrisa se fue apagando rápidamente, se enderezó, observó la televisión sin prestarle nada de atención, largó un suspiro tembloroso… y una lágrima que comenzó a rodar por su mejilla, terminó por estrellarse contra ese almohadón que todavía tenía aferrado a su cuerpo. Fue entonces que tuvo esa enorme sensación de que algo no andaba bien. Su piel se había erizado, un escalofrío corría por todo su mundo interior. Se levantó dejando a un lado el almohadón bordó, tomó un abrigo y dejando el televisor encendido, salió de la casa con los ojos duros y mirando hacia adelante. La llovizna le humedecía y le congelaba la cara, pero no le importaba demasiado. Caminaba por las veredas sin prisa pero sin detenerse ni un momento. Tenía que llegar hasta un lugar y hacia allí se dirigía. Las luces de los autos le alumbraban el rostro, pero tampoco eso le molestaba. Continuaba con su marcha y parecía que nadie podía detenerla, siempre manteniendo su vista erguida y hacia el frente. Un vagabundo la observó con sumo cuidado al pasar por delante de él, y la siguió con la mirada hasta donde pudieron sus nublados ojos, iba en silencio y como enajenada, con los cabellos mojados cayendo sobre sus hombros, sin mirar hacia sus costados. Poco a poco, y al doblar por una esquina, cada vez más personas pasaban rápido por su lado, iban como desesperadas, como huyendo de algo, tensas y nerviosas… pero Emilia seguía caminado a su ritmo, sin apresurarse, sabiendo que igualmente llegaría a destino. A unos veinte metros, en un lugar poco iluminado, pudo divisar a una multitud cada vez mayor que continuaba pasando y chocando por sus costados; gente que corría presurosa, todas en la misma dirección. Allí, a pocos metros, se encontraba una persona tendida en el piso teñida con su propia púrpura todavía tibia… fue un automóvil que circulaba a alta velocidad y sin respetar las señales de tránsito

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arrolló a un joven hombre que se prestaba a cruzar la calle para subir a su coche gris y retornar así a la calidez de su hogar. Ya no lo podría hacer, ya nunca más lo haría. Emilia fue hacia la muchedumbre y se abrió paso en ella; casi que no se percataron de su presencia al meterse entre ellos, ya que todos fijaban los ojos en el cuerpo que yacía sobre el frío pavimento. Emilia se detuvo; estaba empapada por la llovizna lúgubre, pero no tiritaba aunque, seguía manteniendo su rostro oscurecido por esa tristeza que la había sorprendido repentinamente, estando en su hogar. Observó al caído con mucha pena y mientras sus lágrimas se entremezclaban con las gotas de esa llovizna helada, una mujer que se hallaba a su lado la reconoció, sorprendida de que ella se encontrara justo allí, contemplando como todos los presentes al cuerpo del occiso, y extrañada además de que la joven no realizara ninguna escena desgarradora (como bien podría haberlo hecho dadas las circunstancias). Le preguntó: ¿Pero qué haces aquí muchacha, tan inmóvil, tan callada… no ves cómo ha quedado tu Bruno?, a lo que Emilia le respondió con voz serena y desconcertante: «En realidad él me lo había dicho en voz baja, al oído, hace un rato atrás; tan sólo un rato atrás, mientras le estaba esperando en casa, en nuestra casa.» Sonrió absurdamente, sin mirar a la mujer, y sin despegar la mirada de su amado Bruno mientras la lluvia, se iba haciendo cada vez más densa e iba lavando la desdichada púrpura del suelo.

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MANO A MANO

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acía bastante tiempo que se venía postergando pero finalmente, tras idas y venidas, él hizo un espacio en su agenda y concurrió a la cita programada. La mañana de ese viernes era radiante y primaveral. El día invitaba a salir del encierro de las cuatro paredes y a respirar la vida de alrededor. El Alcalde de Las Luces, estaba llegando en su coche gris al sitio donde se encontraba FM Destellos. Allí, un locutor de la mencionada radio, le haría una serie de interrogantes propias, así como también, de la mismísima audiencia que escuchaba asiduamente el programa y estaba dejando con anticipación sus inquietudes ante la presencia de tan importante invitado. Desde un comienzo todo resultó complicado, pues al llegar a ese lugar y poner un pie en el cordón de la vereda, fue recibido por una treintena de personas que estaban manifestando en las puertas de la emisora en disconformidad con su gestión. Cantaban consignas elevando sus carteles; estaban haciéndole saber a la autoridad del pueblo, que aquello que había prometido hacía un par de años atrás y en tiempos electorales, no lo había cumplido, quizás por ineptitud ó tal vez por desinterés… pero consideraban que él había faltado gravemente a su palabra. - ¡Queremos soluciones y no más promesas!- Exclamaba una mujer de unos setenta años sosteniendo uno de los carteles. - ¡Te dimos el voto y ahora te olvidaste de los más humildes!gritaba un hombre de mediana edad con su rostro pintado con líneas de color negro, tal como si fuera un aborigen en pie de guerra. - ¡Ladrón… te acomodaste y ahorra nos robas con tu sueldo!- Decía otro hombre con ojos llenos de angustia y bronca. Todos venían del mismo lugar. Todos provenían del barrio Las Palmas… el barrio quizás más olvidado y segregado de Las Luces.

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Sin saneamiento, con calles todavía de tierra, cunetas tapadas por los residuos diarios, conexiones eléctricas viejas y precarias… Un sinfín de problemas solucionables en un barrio de aproximadamente seiscientas personas, que a pesar del avance y progreso en la villa, las mejoras en las condiciones de vida aún seguían postergadas para ellos. Consideraban que sus reclamos legítimos no habían sido tenidos en cuenta y que esos viejos problemas, como en el pasado, continuaban rodeándolos y asfixiándolos. Asistido por dos policías quienes estaban apostados desde hacía media hora en frente a la radio (por solicitud del dueño de la empresa al comisario, para prevenir algún incidente mayor en esa mañana), tratando de evitar que los manifestantes se agolparan impidiéndole el paso hacia la entrada, Fernando Cisneros, apresuró su andar y casi sin mirar a quienes estaban a su alrededor, ingresó por la puerta principal de la emisora custodiado por esos agentes. El locutor al verlo, dio la noticia al aire para que sus oyentes estuvieran al tanto acerca de la llegada del mismo. «Oyentes de la mañana, de este gran programa al que desde hace un par de años hemos dado en llamar Mano a Mano… les aviso que está casi poniendo un pie en nuestros estudios, el señor Alcalde de Las Luces; el señor Fernando Cisneros ya está aquí con nosotros para charlar acerca de los trabajos que se están realizando y los que van quedando pendiente en su gestión. Les agradecería a ustedes que están del otro lado, que participen pero siempre manteniendo el respeto necesario para llevar a cabo este programa y hoy, más que nunca, al tener a esta autoridad después de casi un año y medio de su último paso por nuestro programa. Así que, vamos a hacer una pausa y luego sí… estaremos aquí para charlar mano a mano con el señor Alcalde de Las Luces, Fernando Cisneros. Pausa y ya regresamos…»

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Inmediatamente después de decir eso, Eduardo, el locutor, giró para verlo y observar lo que sucedía allí afuera. - ¿Qué demonios está pasando?- Preguntó Eduardo a un hombre encargado de la limpieza. - Pasa que están protestando… son del barrio Las Palmas y la verdad es que no es para menos. Si yo viviera como viven ellos… también saldría a protestar pidiendo la cabeza del Alcalde -concluyó, continuando con su rutina de limpieza. Eduardo quedó pensativo y observando a la multitud congregada en el exterior del edificio. «Esto va a ser para alquilar balcones… que Dios me ayude»-Dijo para sí. Una vez adentro, el Alcalde procedió a saludar a quienes estaban allí: personal de limpieza, operadores y a su anfitrión, Eduardo con quién estaría charlando y discutiendo a cerca de varios temas trascendentes para la comunidad. - Es un placer tenerlo aquí con nosotros después de tanto tiempoexpresó sonriente, extendiéndole su mano al visitante. - Lo mismo digo estimado… en buen ahora -expresó con sonrisa un tanto forzada, un poco por la circunstancia que rodeaba su llegada y otro tanto porque Eduardo, era un locutor que realizaba preguntas incisivas para hacer trastabillar a sus invitados, sobre todo si estos eran políticos y eso era un tema que le producía aún cierta incomodidad, pese a sus largos años como militante en la política. A la vuelta de la pausa, estaba todo pronto para comenzar. Se podría decir, que a eso de las nueve de la mañana, Las Luces tenía toda su atención puesta en ese programa radial… todo un acontecimiento. Fernando Cisneros había tenido «diferencias» en la visión de algunos temas de actualidad con los locutores de la emisora y en especial, con Eduardo, hacía un año y medio atrás, por lo cual, su relación con los medios (y en especial con la FM Destellos) se había dañado severamente. Después de idas y venidas, de agenda ocupadas y etc., etc., el día del «cara a cara» con el locutor en cuestión y la audiencia, quedó pactado.

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- Bueno, señoras y señores, la sabia vida hace las cosas a su modo poniendo todo en su justo momento y lugar… Por eso, hoy y aquí, contamos con la excepcional visita del Señor Alcalde Fernando Cisneros… Muy buenos días Alcalde. - Buen día a ti y a tu audiencia… es un gusto volver después de un tiempo. - Gracias Alcalde… tenemos bastante de que conversar… mucho y de muchas cosas. Pero antes debo decirles a nuestros oyentes que pueden llamar a nuestros teléfonos y realizar sus preguntas, todo debe ser dentro de un marco de respeto y tolerancia. Algunas llamadas podrán salir al aire si es que lo desean, de lo contrario, podrán dejarnos sus inquietudes y nosotros con mucho gusto se las trasladaremos al Alcalde. Alcalde, para comenzar… ¿es verdad que se ha dado marcha atrás con las obras del barrio Las Palmas? - En realidad surgieron imprevistos… la situación económica del país, la recesión, la suba de los precios, ha hecho las cosas más difíciles de lo que parecía; nosotros estamos abocados a mejorar el bienestar de nuestros ciudadanos de a pie y para eso estoy trabajando arduamente. - Disculpe Alcalde, pero esta situación ya se estaba viendo en el horizonte hace unos dos años atrás, ¿Cómo es que no se tomaron los recaudos necesarios para que las obras no se paralizaran por completo en ese barrio tan carente? ¿No trabajaron en un plan B? - Bueno estimado… el mundo actual es realmente cambiante; pareciera que los problemas emergen sin control, como malezas que crecen en los campos. Me pongo en el lugar de esos vecinos y me sentiría tanto ó más frustrado de lo que ellos se sienten ahora. A la gente le pido calma, no entren en la rosca de la desesperación, sé que también hay algunos que por fuera están metiendo un poco de púa en todo esto para desestabilizar. - Alcalde perdone un momento- Manifestó Eduardo levantando una de sus manos para que se detuviera en sus explicacionesTenemos a una persona en línea vamos a atenderla, buen día ¿quién habla?... Las luces de la confusión

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- Soy Julia y vivo en el barrio Esperanza, ante todo me solidarizo con la gente del barrio Las Palmas porque es realmente indignante vivir como ellos están viviendo, es muy injusto y le pido al señor Alcalde que se ponga la mano en el corazón y que aparezcan los recursos necesarios para que se lleven a cabo las obras que él mismo prometió. Nada más y buen día.- Gracias señora, el operador me está diciendo que tenemos otro llamado… buen día. - Buen día Eduardo, soy Mirtha del centro, antes que nada saludo al Alcalde para felicitarlo por lo honesto que es… yo sé qué es buena gente y que los que critican son esos que ponen trabas en el camino. Siga para adelante que todo irá mejorando. Gracias y adiós. - Muchas gracias por el aliento- Manifestó el Alcalde con voz ronca y con sus pulsaciones en rápido asenso. -Gracias Mirtha- Dijo el locutor quién de inmediato decidió poner al aire otra llamada entrante. - ¿Otra llamada?, bueno adelante buen día… - Buen día Eduardo… Habla Marcos del barrio Miraflores. Estoy escuchando a esta autoridad y la verdad es que me da asco y vergüenza; yo lo voté y estoy arrepentido de haberlo hecho. No se puede ser tan cretino y tan sucio, jugar con las necesidades de los más infelices. La verdad es que usted señor Alcalde es una lacra! - Bueno basta- Manifestó el locutor cortando tajantemente la llamada -Yo les aclaré que podían realizar sus preguntas dentro del marco del respeto y la tolerancia y bueno…parece que hay algunos que no entendieron esto -Recalcó Eduardo algo ofuscado. Una gota de sudor rodaba suavemente por la sien del Fernando Cisneros. No había dudas, en el ambiente se respiraba mucha tensión. Afuera del recinto, vecinos del barrio más humilde de Las Luces se quejaban de las necesidades que venían arrastrando por años. Adentro y en frente de él, tenía a uno ó quizás, el más punzante periodista que había en la villa… a eso, se le sumaba los llamados telefónicos, que salvo algunos casos contados, casi todos eran para dar quejas y desaprobación a su gestión.

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- Alcalde, retomemos el tema en el cual estábamos. - Bien, continuemos -dijo asintiendo con un movimiento leve de su cabeza. - Alcalde ¿Cómo se obtendrían fondos para las obras del barrio en cuestión, dado que son momentos apremiantes? digo, refiriéndonos al tema económico, obviamente. - Bueno, estamos viendo otros caminos posibles, puertas que aún están abiertas y en las cuales estamos intentando por todos los medios de que no se nos cierren; está en veremos pero no quiero dar más detalles sobre esto, posiblemente exista alguna novedad dentro de un par de semanas. - Pero la gente sigue esperando una solución, señor Alcalde. - Sabemos eso y, como dije antes, me coloco en el lugar del vecino de ese barrio y sé cómo se está sintiendo en este preciso momento. - Señor Alcalde -interrumpió abruptamente el locutor- tenemos otro llamado en línea, buen día… -Buen día Eduardo, soy Blanca del barrio Las Palmas, por lo tanto hablaré con propiedad. Tengo sesenta años y he vivido toda una vida aquí. El punto, es que sea quien sea quien esté al frente del gobierno de esta villa, no les importa un comino la vida de la gente humilde y trabajadora. Llevo votando muchas elecciones y todos los candidatos que he visto pasar por las calles de este barrio, lo ha sido durante el período electoral. Es en ese momento, en que estos señores son capaces de ensuciarse sus calzados con tal de tener un voto nuestro; después, si te he visto no me acuerdo. Sepan los oyentes, que en este preciso instante, hay un grupo de vecinos de mi barrio que están manifestándose en las puertas de la radio ante la presencia de ese señor, que prometió tanto y ahora se esconde en su confortable caparazón. No tengo nada más que decir, sólo que cuando lleguen las elecciones… estudien bien a la persona que tienen delante de sus ojos, porque será en esa persona en la cual recaerá parte de nuestro destino. Muchas gracias y adiós -concluyó la oyente. - Muchas gracias Blanca, bueno, ¿Qué me dice, Alcalde, de todo esto? Las luces de la confusión

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- Que la gente tiene todo el derecho de expresarse y lo que dijo esta señora es su punto de vista, el cual yo no comparto del todo pero de igual modo respeto -agregó el jerarca. Los minutos pasaron y lo disconformidad de los radioescuchas continuaba en aumento. Cisneros, cada tanto miraba el reloj de pared que había en la emisora el cual, estaba justo en frente de él. Se aflojaba un poco el cuello de su camisa de seda, frotaba un poco sus manos, cruzaba sus piernas… estaba realmente incómodo en ese «escenario», era casi como un ring de boxeo, en donde trataba de acomodar el cuerpo y resistir cada embate fuerte. En eso, una de las telefonistas de la radio se le acercó presurosamente. Con voz baja y algo temblorosa le advirtió de algo extraño que lo terminó por dejar pasmado. - Señor Alcalde -dijo la mujer- Llamó un vecino suyo, me dijo que se llamaba Juan Andrés, para avisarle que a su esposa… no sé, se descompuso ó está en estado de shock, dice que él la encontró de pie en el medio del patio de su casa, con los ojos bien abiertos y que no habla… - ¿Qué dice? ¿mi esposa qué? -preguntó con la voz entrecortada. - Su vecino dice estar alarmado por esa conducta de su señora. Dijo que un rato antes la vio barriendo y haciendo las tareas normalmente y ahora la halló así. Llamó a su celular, pero saltaba el correo de voz y por eso decidió llamar acá a la radio… De inmediato Cisneros se disculpó y se despidió del locutor, marchándose tan rápido como pudo hacia su casa para ver in situ lo que estaba sucediendo con su pareja de tantos años. En tanto, Eduardo, hablando a sus oyentes emitió sus disculpas por la abrupta salida del estudio del señor Alcalde. «Amigos de la mañana, oyentes… el señor Alcalde tuvo que partir urgente para atender un imprevisto personal en su casa por lo tanto esta charla ha quedado trunca, pero esperamos retomarla en algún momento para aclarar muchas interrogantes y dudas de ustedes. Gracias por haber participado en el programa de hoy. El señor Alcalde

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les dejó las disculpas correspondientes por lo tanto, se las estoy haciendo llegar a ustedes. Vamos a poner un tema musical y enseguida volvemos con más Mano a mano…» -concluyó mientras se quitaba los auriculares y se prestaba a tomar una taza de café recién preparado por las manos de Rosa, otra de las empleadas de la emisora. «Y ahora… ¿cuánto tiempo más tendrá que transcurrir para tenerlo nuevamente sentado aquí?» -pensó, mientras miraba el humo que salía de esa taza de café que sostenían sus manos. Un largo suspiro cargado de desazón, se perdía en el fondo de la nada.

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EN BÚSQUEDA DE ALGUNA SEÑAL

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eremías y Santiago eran grandes amigos, tal vez, ya estaban destinados a serlo desde que estaban en el vientre de sus respectivas madres… es que ambas eran muy amigas de la infancia y ese lazo se extendió una generación más. Al igual que sus madres en su juventud, estos muchachos compartían largas horas del día, fuese en la calle, en la plaza de deportes, haciendo tareas del colegio, todo. Todo servía como excusa para vivir gastando el tiempo juntos. Todo valía para ellos, incluso, vivir una aventura arriesgada en el misterioso cerro «Las Luces». Corrían las dos de la tarde de un sábado de sol brillante y de cielo muy azul en la villa. Ambos jóvenes de 13 años, emprendieron la subida al cerro por el sendero viejo y abandonado que se halla detrás del mismo, como «oculto» de Las Luces. Con mochilas livianas sobre sus espaldas y llevando alguna botella de medio litro de agua para no deshidratarse, iban haciendo metros y más metros por el estrecho, sinuoso y único camino disponible hacia la cumbre. Habían resuelto «desentrañar» el ó los misterios que siempre rodearon al gigante que contemplaba silenciosamente a la villa. El reciente caso de Ana, la joven desaparecida en circunstancias extrañas unos meses atrás, era un motivo por demás suficiente para lanzarse en la búsqueda de algo desconocido por todos… - Camina más rápido, te pareces a mi abuela, que dicho sea: en paz descanse -exclamó Jeremías mientras echaba un vistazo hacia atrás para ver a su «hermano de la vida», quien caminaba con dificultad debido a los calzados incómodos que traía puestos, sumado a su sobrepeso corporal. - Ya no me critiques, debes saber que no soy bueno en educación física -respondió Santiago de manera irónica, acomodándose su mochila y su pantalón.

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- ¡Vamos amigo!… aún quedan muchos metros y hay una misión que tenemos que cumplir. - Tampoco nos van a dar algún premio por lo que estamos haciendo -contestó un agotado y cada vez más sudoroso Santiago. - ¡No seas tan nena! Al final, esta chica ¿cómo se llamaba? ¡ah! Ana, fue más decidida y valiente que tú. - ¡Si, pero Ana desapareció sin dejar rastro alguno! Nadie supo más nada de ella y te advierto, si nos pasa algo, te daré mil patadas en el culo… - ¡Ay Santiago! ¡que miedo que me das! Primero, no eres muy bueno pegando patadas porque si levantas una pierna, tambaleas y te caes al suelo y segundo -dijo Jeremías haciendo una pausa reflexiva y girando su cabeza hacia atrás como para mirar a su amigo a los ojos- Si nos pasa algo, ninguno de los dos podrá hacer nada de nada. Santiago se detuvo y le quedó mirando con ojos absortos al escucharlo, tragó saliva y soltó una bocanada de escepticismo por su boca. De inmediato Jeremías -tratando de arreglar las palabras que salieron de su interior trató de arrojar un manto de confianza a su amigo: - No me hagas caso, lo dije para molestarte, no nos pasará nada, no será como esa chica. - ¿Lo prometes? -preguntó Santiago. - Sí -respondió Jeremías con voz segura- No nos pasará nada grave. Trataremos de ver y de encontrar alguna señal, algo que nos de alguna explicación de por qué pasan las cosas que pasan. - La policía está aún trabajando… lo escuché decir a mi padre. - Santi… la policía no está haciendo nada. Estuvieron apostados al pie de este cerro por un mes, pero ninguno de ellos se atrevió a adentrarse para explorarlo en profundidad. Ya no están más… fracasaron. El comisario, por lo que sé, no caminó más que unos treinta ó cuarenta metros cuesta arriba por este sendero y lo hizo en plena tarde de sol, el alcalde trató de llevar calma a la población pero lo hizo de su despacho. ¡Las autoridades de este pueblo no sirven para nada! Las luces de la confusión

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- ¡Ey, mi tío es suplente del alcalde -interrumpió un poco ofuscado Santiago. -Pues tampoco sirve para nada -replicó Jeremías. Los dos se quedaron mirando el uno al otro. Se hizo como un silencio ensordecedor. Parecía que el tiempo se hubiera congelado ahí mismo para siempre en el lugar, sólo el zumbido del viento sur irrumpía alrededor. Jeremías intentó quebrar ese frío impase con un: - Lo siento Santi… no quise decir eso, en verdad. - Pero lo hiciste, ¿sabes qué? regresaré abajo. -sentenció. - ¡No Santiago! no quiero que te vayas, ¡te necesito amigo! -recalcó Jeremías tomándole uno de sus brazos. Santiago lo miró por un momento y dibujó una tímida sonrisa en su rostro. Jamás había dejado a su amigo sólo y si surgían problemas trataban de solucionarlo en equipo y no por separado, por más fricciones que emergieran en su relación. - Amigo, te necesito, decidimos hacer esta aventura los dos y la tenemos que terminar juntos. - ¿Y qué demonios crees que vamos a encontrar? -preguntó Santiago en voz baja y algo temblorosa. - No lo sé Santi, no lo sé, pero si nadie lo intenta, ¡nadie jamás entenderá ó sabrá qué carajo sucede en este lugar! Nuevamente se hizo un silencio profundo y los dos amigos se miraron a los ojos. El aire del lugar parecía colarse bajo la piel y helar la sangre, aunque ya el invierno se había ido y la primavera empezaba a tomar posición del paisaje. Santiago fue quien reanudó el diálogo entre ambos formulando una interrogante: - ¿Cómo seguirá todo esto? - ¿Seguirá qué cosa? -respondió Jeremías con otra pregunta. - ¡Esto! Te estoy acompañando, pero aún no le hallo ningún sentido, es más, creo que corremos cierto peligro estando aquí, a pesar de que es de día. - Santi -dijo Jeremías rascándose la cabeza- si no quieres seguir con esto y tanto te asusta, bueno, regresa y lo haré sólo, pero quiero comprobar que existe algo extraño aquí y que no pertenece a nuestro mundo.

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- Jeremías yo… - Santi, vete si lo deseas, yo lo haré por mi cuenta, ¿ok? - Jeremías, yo no voy a dejarte aquí sólo ni que estuviera loco. Empezamos esto juntos y lo terminaremos juntos.-culminó manifestando Santiago mientras se le iluminaba la cara a su amigo. - ¡Ese es mi fiel Santi! -respondió. Ambos adolescentes prosiguieron su andar por el largo y estrecho camino del enigmático cerro «Las Luces», en silencio, oyendo atentamente el silbido del viento en el monte nativo y sus pasos al caminar sobre el suelo empedrado. Pero en ese empecinado acenso por el mismo, hubo algo que les erizó hasta el alma. Fue un ruido extraño, como una especie de sonido fino, metálico y de procedencia incierta. Los amigos realizaron un alto abrupto y tomaron un vistazo en su entorno, aunque no pudieron ver mucho debido a la vegetación del lugar. - ¿Sentiste eso Santi?- Preguntó Jeremías con voz muy suave, casi que murmurándole a su compañero de equipo. - Sí… ¿pero qué habrá sido? -respondió Santiago casi usando el mismo tono de voz!. - No lo sé Santi… pero debemos estar muy atentos. Tal vez estemos cerca de la respuesta que estamos buscando. Santiago abrió grandes sus ojos al sentir a su amigo enunciar algo así y hasta por un instante creyó que iba a perder el aliento. - Santi, no nos apartemos… ¿trajiste tu celular? - Sí, creo que lo tengo en mi mochila. - ¡No te preocupes! -tranquilizó a su amigo al verlo nervioso revisando su mochila negra- todo estará bien, con nuestros celulares tomaremos las pruebas necesarias de lo que sea que encontremos y nos largaremos de aquí. - Si fuera así como dices… -Murmuró Santiago, largando un interminable suspiro. - Santi no tengas miedo, no ahora, que olfateo que estamos cada vez más cerca de la verdad. - ¿Cuál verdad Jeremías? deberíamos regresar, esto ya no me está gustando. Las luces de la confusión

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- Fue sólo un ruido extraño, ya no se siente. Fue un instante, ya no está más. - Jeremías… volvamos ¿ok? Este lugar me está asustando. - Santiago: te recuerdo que hace un rato me dijiste que esto lo empezamos juntos y lo vamos a terminar los dos, así que cumple tu palabra… - Sí, es… es cierto… yo lo dije -manifestó un empalidecido joven con voz quebrada por el miedo que le provocaba lo desconocido. De pronto, otra vez escucharon ese enigmático ruido, pero esta vez fue más ensordecedor, tanto que tuvieron que tapar sus oídos para no sentirlo. Fue inútil, porque el sonido era tan chirriante que tuvieron que tirarse al suelo de lo insoportable que éste les resultaba. Duró unos segundos que parecieron eternos pero al fin cesó. Cuando Jeremías levantó su cabeza del suelo, pudo constatar algo que lo dejó perplejo. Su amigo estaba de pie, pero envuelto en una especie de aura de color azul que le daba un aspecto fantasmal e irreal. Con ojos enormes y la boca abierta producto del asombro, tragó saliva e intentó soltar algunas palabras, sólo que estas no salían con facilidad. - Santi, amigo, ¿qué te pasa? Santiago no respondió y permaneció estático, como congelado, mirando fijamente a su compañero. De pronto la luz que lo envolvía se hizo más potente, tanto que Jeremías encegueció. Pareció verlo flotar en el aire, como si ese absurdo fenómeno estuviera sosteniéndolo pero se hacía imposible ver con claridad. Segundos después, ocurrió algo aún más inexplicable. Santiago desapareció junto con la luminiscencia, esfumándose de este mundo en un santiamén mientras que Jeremías, gritando de miedo e impotencia emprendió la retirada por el sendero, intentando llegar abajo lo más rápidamente posible. Jeremías consiguió retornar a donde comenzaba el sendero, envió un mensaje de auxilio como pudo a su padre por medio de su celular, comenzó a sentirse mareado y su cuerpo debilitado, hasta terminar derrotado en el suelo.

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Rato después, fue encontrado allí, felizmente con vida por sus desesperados padres y la policía de la villa. Todavía estaba inconsciente y en posición fetal, como la de un bebé en el vientre materno, algo que llamó poderosamente la atención de los ahí presentes. De Santiago no se supo nada. El periódico local se hizo eco de la mala nueva, e informó del hallazgo del joven al pie del cerro. La población, una vez más, estaba en estado de alerta por otro extraño hecho, difícil de poder digerir. «Otra vez Las Luces arrojando su oscuridad en nuestras vidas… qué ironía»- Se decía para sí mismo el comisario, mientras contemplaba de cerca al muchacho que era llevado por un médico y dos enfermeras en una ambulancia.-«Voy a llegar al fin de este misterio, aunque me cueste mi propia vida» -siguió diciendo para sus adentros- «Debo resolver toda esta basura de intrigas y sufrimientos aunque sea lo último que haga en este mundo. Lo juro»

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CUANDO UN MUNDO ESTALLA

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acarías hacía menos de un año que había ingresado a trabajar allí. Por su edad, era el más joven de todos y aunque era un tanto introvertido en ciertos aspectos, se desenvolvía bastante bien con los demás compañeros y con el público en general. Trataba de cumplir con sus tareas eficientemente, pero tenía un carácter un tanto peculiar que muchos desconocían, fundamentalmente, cuando alguna situación rebasaba los límites de su paciencia. Eso, quedó demostrado un congelante día de invierno, allí mismo… en la oficina del Municipio de Las Luces. Marta, jefa del lugar de trabajo, abrió la puerta de su oficina y asomando su cabeza por la misma, llamó a Zacarías a su despacho. - Zacarías, ¡quiero que vengas ya! -exclamó, dejando la puerta entreabierta y dejando oir los pasos que daba con sus tacos, en dirección a su escritorio. Zacarías se levantó de su asiento y se dirigió sin prisa hacia donde se hallaba su jefa. Cuando cruzó ese umbral, Marta le pidió ásperamente que cerrara la puerta para tener una mayor intimidad acerca del tema que iba a tratar con él. - Zacarías -dijo Marta, manteniendo su columna recta en el respaldo de su confortable silla y dejando entrever por cierto, algo que ella le gustaba que los demás notaran: su aire de autoridad-, no has terminado algunos informes que yo te he pedido en esta semana y te he dicho que son urgentes e importantes, el Alcalde los necesita pronto para verlos y firmarlos -agregó, acomodándose sus nuevos lentes bifocales. - Estoy trabajando duro para terminarlos, sucede que estoy desbordado de trabajo y nadie me ayuda. Necesito que alguien… - Zacarías -interrumpió Marta tajantemente- ¡Quiero esos informes ya! Los necesito para hoy, no puedo esperar. ¡No pueden esperar!

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- Lo sé, pero si no hay alguien que me ayude no los podré terminar en tiempo y forma. Hay compañeros que no colaboran conmigo pero después, ellos mismos me piden que les ayude… - Zacarías: -Marta hizo una mueca de desaprobación y de fastidioNo quiero excusas, acá se trabaja y se cumple. ¿Entiendes muchacho? - Pero jefa, si todos colaboraran y fueran más compañeros no pasarían estas cosas. ¿Acaso es porque soy el más nuevo en este lugar que me tienen de payaso? - Zacarías, aquí nadie te tiene de payaso, ni te está haciendo pagar derecho de piso por ser nuevo. No te victimices jovencito. - No me victimizo, simplemente quiero que usted sea más justa y tenga los pantalones bien puestos a la hora de dar órdenes… -¿Cómo dices?-Preguntó sorprendida ante las palabras del joven funcionario. - Lo que oyó; acá hay gente que pasa chismeando en el baño o con los malditos celulares metidos de cabeza en Facebook ó Twitter mirando vaya uno a saber qué, o viven saliendo por asuntos particulares y no pasa nada; yo trato de ser gentil cuando me piden ayuda, pero ya no puedo tolerar más que cuando yo les pida algo me ignoren. - Zacarías, cuida tu léxico y no hables mal de tus compañeros. ¡Estás muy extraño hoy! ¿Qué rayos te sucede, ah? - ¡Usted sabe muy bien que es así! -dijo abriendo grandes sus ojos. - No levantes la voz, no grites que yo no estoy gritándote -expresó Marta con tono de preocupación y mirando hacia la puerta cerrada de su despacho, esa misma que marcaba «el límite» con el resto de los oficinistas. -No quiero gritar, pero me enfurece que no entienda lo que yo quiero explicar. Hablo de que en este lugar todos quieren mandar o manosear al otro y no hacen el trabajo que les corresponde. ¿Me explico señora? - Zacarías, baja el tono de tu conversación o… - ¿Oh qué?, ¿acaso me va a despedir por lo que estoy diciéndole? Las luces de la confusión

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-manifestó el joven funcionario mientras una vena del cuello se le iba hinchando, producto de la bronca, y tal vez, de cierta impotencia que sentía en su interior en ese preciso momento. - Zacarías,pareces otra persona; deberás calmarte o me veré forzada a tomar alguna medida contigo. - ¡Ja! -dijo el muchacho sacudiendo la cabeza de un lado a otrotomará medidas conmigo ¿y con el resto qué? Este lugar de trabajo es un atraso, es un asco, todo va para atrás, mis compañeros no son compañeros, usted es jefa no sé para qué demonios… - ¡Zacarías basta! Estás suspendido. A partir de mañana no vendrás por tres días y eso va para que reflexiones. - No tengo nada que reflexionar señora -agregó en tono irónico y realizando una mueca de reprobación. - Zacarías te repito, te has ganado tres días de suspensión -exclamó Marta frunciendo su frente. - ¡Y usted se ha ganado el infierno,señora! -retrucó para no ser menos. El funcionario abandonó el despacho de Marta tan rápido, que a ésta, le pareció que se había esfumado por arte de magia en frente suyo. Zacarías abrió la puerta y la cerró con fuerza. Los demás funcionarios se miraron entre sí sin entender demasiado lo que había sucedido allí adentro. El joven tomó asiento en su lugar de trabajo. Colocó sus manos sobre un viejo escritorio de madera y mantuvo su cabeza mirando hacia abajo, como si estuviera orando. Marta salió de su despacho un poco trastornada por las palabras que había cruzado con el joven. No estaba dispuesta a ceder, pues su orgullo se lo impedía, pero sí de aclarar ciertas cosas que quedaron colgando después de la colisión de opiniones. Pero algo comenzó a ocurrir que desacomodó a todos los allí presentes. Zacarías, comenzó a levantar lentamente su mirada, sólo que no era la misma que tenía unos minutos atrás. En sus ojos vidriosos, había una señal de enfado, de cólera, de incomprensión,

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de caos, en fin, una mirada sangrante y hasta capaz de hacer sangrar. Marta rompió ese enfermizo silencio que se había instalado en el ambiente realizándole una pregunta: - Zacarías, muchacho… ¿te sientes bien? A lo que el joven contestó con otra pregunta que terminó por confundir aún más: -¿Y acaso ustedes están bien?... Todos cruzaron miradas, Marcos y Nora tragaron saliva, el escalofrío que les generó escucharle hablar así, no lo habían experimentado jamás antes. Freda, quedó casi pegada al lado de Marta, como buscando su protección. Danilo lo contempló desde su asiento de brazos cruzados y Mariana dio unos pasos hacia atrás quedando casi en el medio del recinto, por el temor que le provocaba al verlo en una actitud totalmente extraña. - Zacarías… ¡ya basta jovencito! ¡Compórtate, estás en una oficina pública, no seas niño! -le reprochó Marta, intentando mostrarles a todos y de algún modo, de convencerse a sí misma, de que la situación estaba bajo su dominio, sólo que distaba mucho de que lo estuviera. Nadie supo por qué, pero cuando las luces del recinto empezaron a pestañar todos presintieron por dentro, que las cosas, estaban comenzando a descontrolarse. Primeros fueron las luces, que encendían y se apagaban misteriosamente, luego las computadoras empezaron a desconfigurarse por sí solas, las impresoras sacaban papeles y más papeles en blanco… hasta que una de las PC estalló provocando que todos se agacharan o se tiraran al suelo del espanto. Luego le siguió otra, y luego otra, y otra más. Los tubos de luz comenzaron también por explotar y desprenderse del techo, generando un mayor nerviosismo y angustia… Era una verdadera locura, el infierno hecho realidad, una pesadilla que parecía no terminar. Marta, quien se hallaba en el suelo sollozando y tiritando, atinaba a decir únicamente, y con voz entrecortada: -¡Basta!… ¡basta Zacarías!… ¡bastaaa!... En tanto, el joven funcionario, continuaba inmóvil en su asiento. Las luces de la confusión

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Tenía los ojos duros y lacrimosos, miraba hacia adelante, aunque no clavaba sus ojos en nada en particular. Parecía hipnotizado, como en un trance, ya no respondía a nadie, ni oía a nadie. Estaba como congelado. Estaba sencillamente, como estallando desde adentro. El calvario duró unos seis o siete minutos, pero aparentaron muchos más para quienes lo vivieron en carne propia. Cuando todo volvió a una relativa calma y despegaron sus cabezas del suelo, vieron a Zacarías salir, caminando a paso lerdo por la puerta de entrada al público. Se miraron atónitos los unos a los otros, tratando de hallar una explicación a algo inexplicable. ÉI iba desplazándose ensimismado, despreocupado por lo ocurrido, como en su propio mundo. No miró hacia atrás, ¿y para qué?, pues ya no valía la pena hacerlo. Una historia había terminado en ese día. El sol de esa tarde invernal, lo envolvió de tal forma que lo hizo invisible ante los ojos de sus compañeros y del resto del mundo.

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LA POBRE Y EXTRAÑA LEENAHK

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uchos en Las Luces, cuentan que fue sólo una desdichada jovencita de párpados caídos, mirada triste y a la vez profunda, cuyo nombre nadie supo ni sabe hasta hoy a ciencia cierta su significado, ni cuál fue su verdadero origen. Otros, dicen que su efímera existencia, a pesar de todo, aportó «algo importante y místico» para la villa. Su madre, tampoco dejó muy en claro lo de su nombre cuando se lo preguntaban, ya que éste y según en sus propias palabras, le vino repentinamente a su mente al despertar una mañana algo sobresaltada de un raro sueño. Leenahk, tan enigmática como su nombre, fue centro de una de las tantas y misteriosas historias que sucedieron en la villa. Hija única y de padre desconocido, vivió su infancia y adolescencia en una modesta vivienda en un barrio al sur de Las Luces. Retraída, discriminada por sus compañeros de colegio debido a su tez morena y su condición humilde, Leenahk aprendió a mirar a su alrededor y «hablar» con quienes sí, le daban «valor» e «importancia». Cuentan muchos, que ella adquirió el don de comunicarse con los animales y entenderse mutuamente, de descifrar lo que transmitía el viento, de dialogar con las plantas, las tempestades. Hasta la vieron en algún momento apoyar su oído en el suelo para interpretar las «palabras» que según ella, susurraba la tierra. Todo esto llevó a que la tildaran desde muy niña, de simple loca, de extraterrestre o de engendro del demonio. Su vida la vivió como pudo, repartida entre el mundo que todos ven y oyen y ese otro mundo con el que sólo ella podía tener contacto y llegar hasta adivinar sus signos. Por todo esto, era objeto de innumerables burlas y de posturas temerosas por parte de las demás personas, quienes la veían como una alimaña rara, en un lugar por demás extraño como Las Luces. Su mejor amiga y aliada fue sin duda alguna la sombra de su propia soledad, con ésta también dialogaba en silencio hasta altas Las luces de la confusión

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horas de la noche, intercambiada pareceres, reía, se disgustaba, le sonreía y hasta se sentía profundamente iluminada. Su rápido paso por Las Luces, no fue ni será olvidado jamás por nadie. Narran que una tardecita de invierno, Leenahk, salió a caminar sola por el parque, mientras su madre estaba en su propio mundo, enredada en mil y un problemas cotidianos. Caminaba a paso lento mirando las copas de los árboles, moviendo apenas sus labios, como mascullando palabras o frases inaudibles para otras personas que pasaban por su lado. Hablaba consigo misma ó quizás, con la propia naturaleza que la rodeaba, precisamente ésa, con la cual tanto se entendía. Murmuraba cosas, observaba con atención cada árbol, cada planta, cada hoja mecida por la gélida brisa de la estación. Sintió la necesidad de hincarse y lo hizo en el verde césped ya húmedo y congelado por el frío. Después de hacerlo, lo miró fijo con sus ojos oscuros y esa mirada profundamente melancólica. Acercó su rostro al suelo mientras sus largos cabellos caían como abrazando al mismo. Allí quedó , inmóvil por un instante, en un completo silencio hipnótico, para luego cerrar sus párpados lentamente y levantar su cabeza en dirección al cielo cada vez más oscuro. De repente, una voz le interrumpió salvajemente. Era la de un conocido, uno de sus «compañeros» de colegio, quien justo pasaba por allí acompañado de otros amigos y amigas… pero no se detuvieron para entablar un diálogo cortés con Leenahk, sino que todo lo contrario. Como lo hacían casi siempre y desde largo tiempo, se le aproximaron con el fin de fastidiarla, sólo por mero aburrimiento. -¡Idiota, ¿ya estás conversando con tus demonios! -le dijo despectivamente el jovencito, mientras escupía en el suelo. Leenahk dirigió su mirada hacia él, esa misma que tenía para observar a todo el mundo. No pronunció palabra alguna pero le miró a los ojos. - ¡Mírenla!... otra vez haciendo su papel de tonta y anormal para llamar la atención -manifestó a sus amigos.

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Leenahk se levantó con lentitud del césped y los contempló uno por uno. No mostró señales de miedo, aunque por dentro presentía que una nueva tormenta se desataría sobre su mundo. El muchacho se le arrimó, en una actitud que era mezcla de soberbia y de provocación. Dejaba entrever en su rostro una sonrisa cínica y enferma. Al estar muy próximo al rostro de Leenahk, le indicó en tono suave pero atiborrado de amenaza: - No nos agrada tu presencia, ni aquí, ni en el colegio, ni en ningún sitio. Deberías estar en tu cueva, hablándole a tus muertos y a tus espíritus, ¡perra! -exclamó empujándola al piso y escupiéndole la cara. -Amigos´, creo que esta niña necesita un buen escarmiento, ¡y ahora mismo! -agregó otra de las jovencitas que andaba con ellos. El grupo de jóvenes se abalanzó hacia ella con el fin de reprenderla sin motivos, tan sólo por mera aversión y hasta cierta sádica diversión. Leenahk, recibió una catarata de insultos, esos que ya eran moneda corriente en su vida al igual que los apremios físicos, tampoco desconocidos en su corta existencia. La noche se había instalado en Las Luces y el barullo, una vez más, asolaba su mundo interior. No gritó a viva voz, tan sólo unos cuantos quejidos de dolor escaparon por sus labios manchados con sangre. Arrastrándose como pudo y gracias a sus menguadas fuerzas, pudo aferrarse al tronco de un viejo árbol y así, sostenerse para volver a ponerse de pie. Sus hostigadores, tal como fieras en un circo romano, la rodeaban mientras se regocijaban del cruel martirio inducido. Todo ocurrió de una manera inexplicable y desconcertante, casi que poniendo a prueba la capacidad de entendimiento de cada uno de los jóvenes allí presentes. Mirando con su rostro mojado hacia el cielo y abriendo sus brazos golpeados y lastimados, tal como un Cristo, emprendió una progresiva carrera en línea recta, cruzando por entre las plantas, monumentos y canteros del parque, Las luces de la confusión

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para culminar desembocando en una calle absolutamente oscura y desierta. Sus verdugos, la trataron de alcanzar, pero fue tal la velocidad que consiguió desarrollar la joven, que terminaron quedando bastante relegados detrás de ella. Contaron luego que Leenahk, mientras corría silenciosa calle abajo, empezó a cubrirse de una luminosidad extraña, como de un tono turquesa de cabeza a los pies, hasta desvanecerse cuan espectro y perderse para siempre en un viejo callejón bajo la negrura de la noche; de una noche que todavía era joven. La noticia corrió como reguero de pólvora por la villa, estremeciendo a cuanta alma viviente de por allí. Cuando los oficiales le avisaron a su madre, ésta, con ojos vidriosos pero manteniendo una conducta casi que inalterable, les manifestó pasmosamente algo como: «Tenía el presentimiento de que ese día llegaría… y llegó. Leenahk siempre fue y será una persona inmensamente especial, tan especial que nunca perteneció a Las Luces… ni a mí. Eso siempre lo supe. Ella, ya me lo había confesado cuando estaba en mi vientre».

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LOS IMPOSTORES

E

l cielo se presentaba invisible ante los ojos de cualquier mortal. La densa niebla le iba dejando en su rostro abatido, pequeñas gotitas congeladas, de un otoño que por ese entonces, había llegado a Las Luces con sus maletas bastante antes de lo que acostumbraba hacerlo. Elida, caminaba apresurada esa mañana por una vereda defectuosa, de baldosas levantadas y terreno poco plano. Tenía en una de sus manos, un papel arrugado y en éste, una dirección escrita a mano con lapicera, que una vieja conocida de la infancia le había dado días atrás. Con casi medio siglo a sus espaldas, Elida, una mujer viuda y con dos hijas adolescentes, estaba decidida a buscarle una solución, una vuelta de tuerca a sus problemas de cada día. Venía sufriendo desde hacía tiempo, problemas de columna, además padecía fuertes dolores de cabeza, y a veces, no le respondían sus reflejos; sumado a todo esto, estaban los problemas con sus hijas, cada vez más contestatarias y rebeldes hacia ella. Elida, se levantó aquella mañana, decidida a ponerle punto final a todos esos pesares que venía acarreando desde años, por eso, acudió a los «Samaritanos de la luz», unos videntes y parapsicólogos quienes habían arribado a Las Luces un par de semanas atrás, con la firme promesa de acabar con toda clase de problemas que las personas estuvieran soportando … «Por más endiablados que éstos fueran», decía el eslogan que utilizaban, para atraer la atención de todas aquellas almas apesadumbradas por el dolor. Elida se detuvo delante de una puerta de madera de color marrón, era una casa antigua pero bien arreglada, tal vez, de las más viejas en la villa. El grupo de «iluminados» lo formaban (al menos a simple vista): una mujer de unos sesenta y largos años de edad y dos hombres, uno aparentemente de la misma edad de la mujer y otro más joven que estos dos, quizás de unos treinta. Sus Las luces de la confusión

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pieles mulatas y ese acento tan caribeño, hacían que no pasaran desapercibidos en un sitio como Las Luces. Según se comentaba en la villa, habían llegado de muy lejos y decidieron hacer escala en Las Luces, alquilando una casa para poder permanecer un tiempo indefinido en el lugar, y así, poder servir con sus experiencias y sus dones, a los hermanitos que estuvieran siendo avasallados por las «fuerzas del mal». Elida golpeó la puerta tímidamente, e inmediatamente fue abierta por una mujer muy joven, que estaba realizando tareas de limpieza. Con gesto de cansada pero tratando de ser muy amable, le pidió a Elida que pasara, que en breve sería atendida por la «Hermana Celina». Elida aguardó sentada en un confortable sillón de cuero negro. Colocó su cartera en la falda y se predispuso a esperar su turno. Mirando a su alrededor, vio un cartel que rezaba. «Atención por orden de llegada, agradecemos su paciencia. Gracias». Giró su cabeza hacia un costado y se percató que había una serie de colgantes extraños, como si fueran collares o talismanes. En una esquina, se hallaba una estatua negra y pequeña de un santo (al cual no pudo identificar) que tenía una corona de flores sobre su cabeza, una espada en la mano derecha y una supuesta serpiente muerta, a sus pies. Su análisis del lugar quedó interrumpido, al ver que de una habitación en penumbras, salía una mujer de gafas oscuras un tanto apresurada despidiéndose con un: «Hasta luego». Casi de inmediato, oyó una voz rasposa que le habló diciéndole: «Hermana… pase, es su turno». La mujer, en una primera impresión para Elida, tenía aspecto de no ser ni de Las Luces, ni siquiera del país. Su tono de voz la delataba. Elida ingresó con cierto grado de nerviosismo e intriga, pues, era la primera vez en su vida que estaba requiriendo una clase de «ayuda especial» para afrontar sus obstáculos. En la habitación, de unos cuatro metros por cuatro, había de

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todo tipo de colgantes místicos y estatuillas de diosas y santos, que jamás en su vida había visto. Una mesa chica y redonda, más dos sillas de madera era todo lo que había en el centro de la misma. Elida fue invitada a sentarse mientras hacía lo mismo la «Hermana Celina». Ambas quedaron frente a frente. - Hermanita -comenzó diciendo la mujer extranjera con ese acento tan peculiar- veo que esta turbada y muy preocupada, su aura me lo está diciendo, me lo está confirmando… Elida, quedó casi pasmada por lo mencionado en labios de esa mujer, tanto que, no lograba pronunciar una miserable vocal. - Hermanita, usted vino por una solución definitiva y nosotros se la vamos a dar. La mujer, encendió una vela blanca en el medio de la mesa redonda y colocó unas piedritas de colores alrededor de la misma. La habitación estaba en penumbras. - Hermanita, usted tiene un daño importante, un daño muy viejo que le hizo una persona muy mala… - Señora -interrumpió Elida- sabrá que desde hace tiempo vengo sufriendo múltiples dolores en mi cuerpo, de cabeza, de espalda, de columna, a veces veo borroso y realmente me preocupa todo esto; no quiero seguir sintiéndome así. Soy empleada en un negocio y tengo dos hijas adolescentes a las que debo cuidar, si me sucediera algo a mí… -Hermanita -ahora era la forastera quien interrumpía la conversación- con la fe que veo que usted tiene, más la ayuda nuestra, puede confiar de que toda esa pesadilla que ésta viviendo, terminará muy pronto. - Si usted lo dice, sólo espero, sólo deseo estar mejor. - Hermanita, usted carga con un viejo mal, un trabajo maligno, pero le damos nuestra palabra que se lo quitaremos para siempre - aseguró la vidente. La sesión duró unos veinte minutos. Elida tuvo que pagar la consulta, pero fue advertida por la «iluminada», de que necesitaría de unos «materiales» para la «limpieza» de su alma y de su cuerpo, Las luces de la confusión

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por lo tanto, debería pagar por éstos y con anticipación, en dólares americanos. Elida, estaba algo confundida. Aunque ella tenía unos ahorros en el banco local, le daba cierta pena tener que deshacerse de estos para «curarse» de un mal espiritual que le había realizado tiempo atrás, vaya saber quién. Con la promesa de volver al día siguiente, Elida se despidió de la mujer caribeña y se marchó hacia su hogar. Debía prepararse para ir a su trabajo. Esa noche, ya en su casa, no pudo dormir bien, casi que le costó conciliar el sueño. Mientras daba vueltas en su cama, pensaba en lo dicho por aquella mujer y en las cosas que debería de hacer apelando a sus sagrados ahorros. Ya al día siguiente, sin haberle contado nada a sus hijas, caminó nuevamente bajo el tímido sol de una mañana fresca, oyendo el crujir de las hojas secas de los árboles, al irlas pisando tras su paso ligero y nervioso. Al llegar al lugar, tocó la puerta de madera. La atendió la misma joven mujer que la recibió la mañana anterior. Aguardó su turno mientras la mareaba el olor a incienso que provenía del «consultorio» de la vidente, hasta que fue llamada por la Hermana Celina. A diferencia de la primera vez, allí, en esa habitación, estaban dos hombres a parte de la Hermana. Los dos, vestidos de manera pulcra y con rostros serios, se hallaban colocados a ambos lados de Celina, tal como si fueran sus guardaespaldas. La Hermana Celina, rompió el silencio diciendo: - Hermana, ellos dos son mis ayudantes espirituales. Juntos la ayudaremos a que su espíritu y su cuerpo se curen de todo mal, hermanita -dijo sonriendo cálidamente, mientras encencía tres velas blancas que estaban colocadas sobre la mesa redonda, formando un triángulo equilátero casi perfecto. - Bueno Hermana Celina, yo le estoy agradecida por querer solucionar mis problemas. Estoy angustiada por mi salud y por el bienestar de mis hijas, yo…

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- Hermanita Elida, antes que nada debo serle franca, para desarrollar la cura que usted necesita, debe pagarme los 300 dólares que le pedí para costear los materiales y de ese modo, realizar el trabajo de destrabe en su vida… - ¡Oh sí!, claro que sí Hermana… yo, bueno,aquí tiene -dijo Elida sacando los tres billetes de 100 dólares que traía en su cartera. - Hermana Elida, no me los entregue a mí, déselos al hermano Marcelo quien es el que recibe el dinero… - Está bien, como usted diga Hermana. Elida estiró su mano y se los dio al hombre más joven de los dos. Este sin decir nada, los tomó y apenas movió su cabeza en señal de agradecimiento. - Hermanita Elida, debemos comenzar con la sesión de limpieza de su cuerpo y alma. El Hermano Branco será quien comience el trabajo directo, en tanto yo, oraré a los espíritus de la luz para que lo iluminen y el trabajo sea lo más efectivo posible. Le pido hermanita que cierre sus ojos y se concentre. - Como diga Hermana Celina. El hombre más joven salió de la habitación con los trescientos dólares recibidos de la clienta y cerró la puerta. El otro, tomó una especie de plumero pequeño que poseía unas hermosas plumas multicolores, tal vez, de esas aves de vivos colores que viven en las regiones tropicales. El Hermano Branco se colocó detrás de la mujer, (quien estaba arrimada a la mesa y de frente a la Hermana Celina) y empezó a pasarle ese plumero, primero por la zona de la cabeza y los hombros, luego continuó por el abdomen hasta llegar a los pies. Elida mantenía sus parpados pegados, aunque tenía cierta curiosidad en saber, qué era lo que exactamente estaba haciendo ese hombre, ganas no le faltaban para echarle un vistazo, abrir sigilosamente aunque sea un ojo... De todas maneras, mantuvo su palabra y no abrió los mismos hasta que la Hermana Celina se lo permitiera. Cuando terminó la «limpieza», el hombre dijo una especie de oración en un idioma desconocido, al menos para la clienta, tocó la cabeza de Elida y se retiró de la habitación, quedando Las luces de la confusión

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solamente ellas dos. La Hermana Celina fue quien reanudó la conversación con su ya clásico tono caribeño… -Hermanita, el mal que tiene usted es muy grande, vamos a tener que trabajar arduamente para sacarle el daño que usted tiene. - ¿Cómo dice?- Preguntó preocupada Elida. - Hermanita… el mal que tiene es un mal viejo, y con el paso del tiempo se ha agravado mucho, demasiado diría yo. - ¡¿Tanto!? - Sí, demasiado; tan grande es, que me temo que tendré que pedirle más dinero para hacer frente a este problema; debemos conseguir materiales más potentes contra este mal. - Pero, ¿Más dinero? Hermana, soy una simple trabajadora, tengo algunos ahorros pero, ¿qué clase de materiales? - Hermanita -interrumpió la mujer, levantando la palma de su mano derecha, en señal de que le permitiera expresar algo importantehermanita, entiendo su preocupación por el dinero, pero créame, lo que hoy gaste, mañana le será devuelto con creces ¡Por la propia vida! -exclamó levantando sus brazos al cielo. - Pero… - Hermanita, si usted va al médico y este le da una receta para que consiga su medicamento , ¿le da el dinero para que usted compre el medicamento ? - No, claro que no, hermana. - Y en la farmacia, ¿le dan el remedio gratis? - Por supuesto que no, hermana -respondió la pobre Elida, casi que derrotada por las circunstancias, en esa silla de madera. - Bueno, esto es lo mismo; yo no le puedo dar el dinero hermanita, sólo estoy al servicio del la salud espiritual y mi trabajo es por y para la sanación del espíritu hermanita; si está bien de espíritu hermanita, su cuerpo estará sano y radiante. - Pero yo no sé… - Hermanita Elida, debo pedirle que mañana mismo, a más tardar, me entregue ochocientos dólares americanos. - ¡Cuánto!... ¿ochocientos?. -respondió abriendo los ojos enormemente, y casi despegándose de la silla.

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- Hermanita, como le dije antes y se lo vuelvo a repetir ahora, es un trabajo grande y si no lo arrancamos de cuajo, usted y sus hijas... morirán. Elida no podía creer lo que acababa de escuchar en boca de la Hermanita Celina. Jamás imaginó que por obra de un «daño espiritual», su vida y las de sus hijas estuvieran tan en juego. Por su cuerpo corrió una electrizante brisa que le hizo erizar toda la piel. Por su mente desfiló en cuestión de segundos una innumerable cantidad de fotos de su vida, como quien está viviendo sus últimos momentos en la tierra y a un paso de la propia muerte. Elida, tragó saliva, respiró profundamente aunque con cierta dificultad y le prometió que al siguiente día volvería con ese dinero. Ambas se despidieron. Elida, al poner un pie afuera, volvió a tragar saliva y respiró el fresco aire matinal. Necesitaba tranquilizarse, calmar su universo pero ¿cómo hacerlo?... Paso siguiente, caminó apresurada hacia su hogar, tenía que preparar la comida y luego ir a trabajar porque sin dinero, sin ese maldito y necesario dinero, no había comida, ni vestimenta, ni luz, ni agua, ni educación para sus hijas, ni remedios… ni sistema que se apiadara de ella y de los suyos. Fue otra noche fatal. Si la anterior le costó dormir, la segunda fue de terror. Por más que intentó, no consiguió pegar un ojo en toda la madrugada. Agobiada por lo que le había manifestado la Hermana Celina, el paso de las horas nocturnas fue casi una brutal condena; esperaba de una buena vez, que traspasaran su ventana, esos primeros rayos del nuevo día. Temprano se había levantado para preparar el desayuno, para que sus hijas fueran al colegio secundario con el estómago lleno. Una vez que estas partieron casi sin despedirse, Elida, un poco trastornada por la situación que estaba viviendo y otro poco por la falta de descanso, acudió como pudo al cajero automático y de este, extrajo de su cuenta de ahorros, el dinero requerido para Las luces de la confusión

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luego, entregárselo a la Hermana Celina. Una vez hecho esto, caminó rápidamente al consultorio de los «Samaritanos de la luz». Vivía ese momento como una película vista ya repetidas veces. Era algo loco, y por demás desgastante, puesto que sentía como en apenas tres días, todo se había tornado casi apocalíptico. Golpeó la puerta, y una vez más, fue recibida por esa extraña joven que no hablaba mucho y sólo se limitaba abrir la puerta de entrada y a sonreír desganada. Al tocarle su turno, ingresó a la habitación en penumbras, apestada por el olor a incienso. Allí estaba la Hermana Celina, con talismanes colgando de su cuello, sus dioses y santos extraños puestos en las paredes y en los rincones. -Hermanita, me da mucha alegría que su fe la haya traído nuevamente hasta aquí -dijo muy sonriente. De pronto, ingresó el hombre joven a dicha habitación, en silencio y sin saludar. - Hermanita… supongo que tendrá lo que le pedí ayer. - Sí hermana, aquí tiene los ochocientos dólares que usted me pidió. - Muy bien hermanita, pero entrégueselo al hermano Marcelo, yo no puedo tocar dinero en esta habitación sagrada. Elida se lo dio al hombre que se marchó dando pasos rápidos, como caminando en el aire y cerró suavemente la puerta. - Hermanita… estamos trabajando arduamente en su caso, pero debo de advertirle de algo más -dijo realizando una tensa pausaestuve visualizando la casa donde usted y sus hijas viven y debo confesarle que está muy dañada por la energía negativa. - ¿Cómo dice hermana?- Lo que oye, no es un buen lugar para que su familia continúe viviendo allí. En esa casa hay enterrados antiguos maleficios, porque quienes la habitaron con anterioridad, practicaban la magia negra… - Pero, ¿cómo dice? ¿Qué hacían qué cosa? - Lo que escuchó hermanita, ellos hacían rituales satánicos con animales y por eso el motivo de que su salud, esté deteriorándose

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día tras día y sus hijas estén tan rebeldes hermanita. Todo es una bomba de tiempo y esa bomba está muy próxima a reventar. - No, no puedo creer… creerlo -tartamudeó perpleja la mujer llevándose sus manos a la boca. - Es por eso hermanita que le aconsejaré algo muy difícil para usted… Elida la quedó mirando anonadada y con su corazón a punto de estallar de los nervios y la angustia. - Hermanita, debe irse de su casa cuanto antes. - Hermana… pero yo, ¿adónde iré con mis hijas? - No estoy diciendo sólo que la abandone, sino que si usted quiere, la puede vender. - ¿Venderla?... ¡mi casa, mi hogar! - Si usted se sigue quedando ahí, sus hijas serán las primeras en ser víctimas mortales y por último usted, hermanita. - No, no puede ser esto verdad -manifestó la mujer contemplando absorta el mosaico del suelo. - Hermanita, el tiempo se está agotando, la cuenta es hacia atrás; ya no hay mucho que decidir. - Pero… ya llevo mil cien dólares entregados… - Lo sé hermanita, lamentablemente no es ni será suficiente. Lo que parecía algo fácil, terminó convirtiéndose en algo realmente complejo y difícil de poder desarticular. - Hermana… entonces, qué hago, qué hago con mi vida y con las de mis hijas -se lamentó con voz quebrada, ante un llanto imposible de contener. - Hermanita,llore si así lo desea, a mí no me molesta, he tenido muchos casos como el suyo aunque le cueste creerlo, ¿y sabe qué?, cuando parecía que caían al abismo apareció esa mano salvadora que efectuó el milagro. - Pero, ¿qué se puede hacer? ¿quién querrá comprar mi casa? replicó una balbuceante Elida. La Hermana Celina largó un suspiro profundo, y observándola con suma tranquilidad, le dijo: Las luces de la confusión

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- Hermanita, afortunadamente, nosotros conocemos a un hermano quien es representante de una agencia de compra y venta de inmuebles, por medio de este… quién sabe, podríamos encontrar a algún interesado en su casa. -Pero Hermana, ¿cómo dice? ¿vender mi casa en la que tantos años he vivido? - Hermanita, no le hallo ninguna otra solución, recuerde que su vida corre riesgo y las de sus hijas -subrayó. Elida quedó aturdida ante lo revelado por la Hermana Celina. Su cabeza daba vueltas y más vueltas, en un espiral por demás estresante y turbador. De pronto, alguien abrió la puerta, era el hombre, el mayor de los que había visto, y el que le había practicado una primer «limpieza» espiritual. Al cerrar la puerta, la Hermana Celina, le indicó que realizara una nueva limpieza a la hermanita Elida, para que tuviera muy clara sus decisiones futuras. El hombre, tomó una jarra de agua que estaba sobre una repisa repleta de talismanes, llenó un vaso de cristal y se paró detrás de la «paciente» que se hallaba sentada y sollozando en la silla de madera. Mientras la Hermana Celina oraba con sus ojos cerrados, el hermano Branco arrojaba unas gotitas en la cabeza de Elida, a modo de bendición. Minutos después, la Hermana Celina, le dio un extraño amuleto, formado al parecer con huesitos de algún tipo de pez, de esos que seguramente, habitan en el fondo de las cristalinas aguas del mar Caribe. La Parapsicóloga, le dio precisas indicaciones, como que debía colocarlo debajo de su almohada antes de acostarse, para tener un sueño más tranquilizador y para que los malos espíritus no la atormentaran por la madrugada. Al dar por finalizada la sesión, Elida, se marchó más angustiada que nunca de ese lugar, pensando en sus hijas, en su casa, en sus menguados ahorros, en el raro talismán y en una maldita decisión que debía de tomar cuanto antes.

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Fueron días por demás complicados en la vida de Elida, aún no le cabía en su mente, todo aquello que le había develado esa mujer extranjera. Pasaba meditando, hablaba poco, creía ver sombras en las paredes, le costaba concentrarse en sus quehaceres, lloraba a escondidas y por si fuera poco, ese talismán no le daba la calma suficiente para descansar por las noches. Pasaron cuatro días, cuando acudió otra vez a lo de la Hermana Celina, para confirmarle la venta de su querida casa. Aunque le costaba mucho deshacerse de algo tan importante, le dijo que lo haría, si era la única solución que quedaba. Celina se levantó de su asiento y la abrazó de alegría. Le dijo que jamás se arrepentiría de tal elección, y que a partir de ese momento, su vida daría un giro positivo de ciento ochenta grados. Inmediatamente llamaría a un tal Edgardo, representante de un negocio de compra y venta de inmuebles y a su vez, este, se pondría en contacto con supuestos interesados y bla, bla, bla. Quiso el destino, que dos días después de este último encuentro con la Hermana Celina, en una tarde de sábado, Ruben, quien era hermano menor de su difunto esposo y al mismo tiempo, padrino de la mayor de sus hijas, pasara a visitarla puesto que hacía casi un mes que no veía a ninguna. Ruben era agente policial, y siempre conservó la relación familiar con su cuñada y por supuesto, con sus sobrinas malcriadas, pero además había algo que nunca supo su hermano difunto, siempre estuvo enamorado de Elida. Al reencontrase, hablaron en el living de temas varios, aprovechando la ausencia de las jóvenes, pero Ruben, notó de primera mano que Elida estaba distinta y muy distante, como que escondía cosas, y eso, se veía reflejado en su rostro alicaído y meditabundo. - Elida, dime la pura verdad ¿te sucede algo importante? -Algo… ¿algo como qué?... -No lo sé, no soy vidente, pero presiento que te están pasando cosas; lo veo en tu rostro. Las luces de la confusión

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- Creo que no soy buena fingiendo- Reflexionó en voz alta. - Elida, miles de veces te he dicho que confíes para lo que sea en mí. Puede que esté trabajando, o esté con mi esposa y mis hijos, pero guardo cierto respeto y cariño por ti… - Ruben, ya te he dicho en el pasado que tú tienes tu familia, yo la mía… - Lo sé, lo sé Elida… pero no quiero hablar de lo que pudo ser y al final no fue. Me preocupa verte así, estás muy extraña, diría que estas hecha otra persona ¿qué te sucede?, ¿estás enferma? Elida intentó de contener las lágrimas pero no pudo, y se echó a llorar en el hombro de Ruben. Balbuceaba entre el llanto, ciertas palabras, pero era incapaz de formar una simple oración. Así estuvo un rato, siendo contenida en los brazos de Ruben. A él le hubiera encantado estar en un momento así, a solas con ella, abrazados en una habitación, sintiendo el aroma de su piel, de sus cabellos ondulados, pero las circunstancias eran otras, muy diferentes a las deseadas. Cuando al fin la tempestad cesó un poco, Elida, empezó a confesarle explícitamente todo lo acaecido en sus últimos días. Ruben no podía creer lo que su cuñada le estaba revelando, como tampoco podía entender, como una mujer con cierto grado de cultura, mucha cordura y lucidez, podía haber caído en esa rosca. - Estoy mal… no sé que quiero o que debo hacer…-Dijo la mujer - Elida, mírame bien y escúchame con atención. Esos tipos son unos farsantes, no tienen poderes mágicos, son unos charlatanes que han desarrollado el habla para engañar, engatusar, y robar a la gente desesperada. No les creas y no vendas tu casa, ¡por favor, no lo hagas! - Pero… Ruben… -Te digo que no y sabes qué, ya mismo vamos a la comisaría para que hagas la denuncia correspondiente y metamos a esa gentuza de mala muerte tras las rejas. - Ruben yo…

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- ¡Ruben nada!… yo siempre estaré para ayudarte, a tí y a mis sobrinas, siempre. Así que nada de excusas y de miedos, yo estoy contigo. Ambos marcharon en el auto de Ruben hacia la comisaría. El caso dio mucho que hablar, como otras denuncias que salieron a la luz pública, bajo el cielo de Las Luces. Todo tuvo una inmensa repercusión. «Los samaritanos de la luz», no eran más que una red internacional de estafadores, quienes se hacían pasar por videntes y parapsicólogos iluminados. Le pedían a sus «hermanos pacientes» determinada sumas de dinero, (generalmente eran en dólares americanos) para solucionarles los problemas, fuera de salud, de amor, de trabajo, etc. Incluso, actuaban con un hombre, que se hacía pasar por representante de una inmobiliaria, el cual, atraía a falsos interesados en comprar viviendas o campos a bajo costo, aprovechando las desgracias de los demás. Lo lamentable de todo esto, era que había profesionales, escribanos y abogados, inmiscuidos en todo ese escabroso asunto, quienes se encargaban de realizar documentos y firmas apócrifas. La joven muchacha, que atendía la puerta de entrada y limpiaba el recinto alquilado, fue «comprada» a una familia campesina de analfabetos y muy pobre de Centroamérica, para que les cocinara y tuviera relaciones sexuales con los hombres de dicha organización criminal. Los vehículos que poseían, así como otros tantos bienes materiales, fueron embargados por la justicia, para poder compensar el daño causado, a toda aquella gente que se atrevió a denunciarlos. Elida pudo recuperar algo del dinero y la casa no la vendió. Sus hijas quedaron estupefactas al saber de toda esa historia, se enfurecieron al principio con su madre que las mantuvo a un lado sin decirles absolutamente nada de lo que estaba aconteciendo, pero el amor pudo más y la sangre no alcanzó el río. Las luces de la confusión

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Ruben, se sintió aún más realizado como persona, al salvar del precipicio, a una persona a la que tanto amó y que siempre amará, aunque sea en silencio, por el resto de su existencia. La vida continuó para todos… con sus éxitos y con sus fracasos, tras las rejas o en libertad, con dinero ó sin este, en las sombras o en la luminosidad. Era una tarde apacible cuando Elida mirando a través de la ventana de su cuarto, el final de otro día otoñal, pensaba en todo lo sucedido y en ese traspié cometido inconscientemente el cual, pudo haberle costado todo lo conseguido hasta ese momento. Sola y en su dormitorio, se decía a sí misma mientras sonreía: «Mañana será mejor, lo presiento; será mejor que ayer; gracias Ruben, gracias mi amor»

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LAS LUCES DE LA CONFUSIÓN

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oco a poco, los rayos del nuevo día iban asomando por el horizonte de Las Luces, como larguísimos brazos expandiéndose por sobre las colinas, tejados de las casas y los campos empapados por el rocío de la última noche. Paulatinamente, el pueblo entero comenzaba a despabilarse de su letargo, aunque optaba por quedarse un ratito más entre las sábanas como para no perder esa vieja costumbre pueblerina, de no andar siempre atado al tiempo y a las apuradas por la vida. Iba naciendo la nueva mañana y Esteban, un hombre de unos veinticinco años de edad, intentaba volver a la rutina diaria tras varias horas de sueño pesado, luchando por levantar sus párpados extenuados y mantener los ojos bien abiertos. Despertaba así, en la más profunda soledad, con su ropa mojada por el pasto húmedo y su cuerpo helado, a un costado del camino, ese viejo camino que conduce hacia el pueblo de Las Luces. Al despertar, miró a su alrededor, giró su cabeza todo lo más que pudo e intentó obtener alguna respuesta ante tal desconcertante situación. Pero lo único que distinguió, era que se hallaba en la nada y en el más completo abandono. Sentía frío, su cuerpo estaba casi entumecido al pasar tantas horas durmiendo al descampado y bajo un gélido cielo estrellado. No entendía absolutamente nada. Todo era tan absurdo e irreal. ¿Qué hacía él allí?, ¿Cómo había llegado?, ¿Por qué no recordaba nada?... La confusión reinaba en su interior y golpeaba fuerte. Estaba vivo, sí, pero de qué le valía, si apenas recordaba su nombre. Armándose de fuerzas y animado ante el nuevo amanecer, intentó en un principio ponerse de pie. Lo intentó una vez, luego otra vez, pero su cuerpo no le respondía, estaba casi rígido y por Las luces de la confusión

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unos minutos desistió de ello. Quiso pensar, traer a su memoria cosas que le pudieran servir de ayuda y así poner su mente en claro… pero lo que «veía» era oscuridad y más oscuridad. No había recuerdos, no encontraba indicios de lo que le había sucedido y no había nadie a su alrededor para que lo ayudara. El sol iba ascendiendo y alumbrando con más fuerza, dándole mayor vida al paisaje, pero Esteban estaba tumbado en el suelo, aturdido internamente y con preguntas, muchas interrogantes que comenzaban a orbitar por su mente. Recobrando un poco de aliento, trató de apoyar sus manos congeladas en el piso, movió cuidadosamente ambas piernas, realizando unos simples ejercicios que le pudieran ayudar a levantarse. Las estiró, las arrolló y luego las volvió a estirar suavemente, realizó movimientos similares con sus brazos, luego tomó un breve descanso y efectuó nuevamente esos ejercicios tratando de volver a «poner en marcha» a su desganado cuerpo. Fue moviéndose como en cámara lenta, tomaba aliento para darse más ánimo y luego proseguía en su decidido intento de ponerse en pie. Tanto insistió que al final y después de un largo rato, pudo lograrlo. Ya el sol había salido y sus rayos daban más calor y luz al universo que le rodeaba. Esteban estaba viendo ahora al mundo de pie, pero se sentía un poco mareado. Parecía que todo el paisaje giraba a su alrededor, todo en torno a él, pero no desanimó. Dio un paso, luego otro, miró hacia todos lados, luego observó otra vez sus pies, los veía algo borrosos pero decidió dar otro paso lento, después otro más, y así empezó a dejar atrás los primeros metros de su oscuridad. A la distancia vio a su pueblo: Las Luces y emprendió camino rumbo hacia él. Lo hacía con dificultad, por momentos tenía la sensación de que sus piernas, al estar débiles, terminarían tumbándolo nuevamente en el suelo. Pero continuaba andando, caminando casi como un zombi, de esos que se ven en el cine de

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Hollywood. Trataba de vislumbrar alguna respuesta, algún argumento sólido para tantas interrogantes que chocaban con furia en su mente, tal como las olas de un mar embravecido pegando contra las rocas. Pero el misterio era tan vasto como el mismísimo cielo y tan oscuro como la más negra de las noches. Esteban, cada tanto, miraba a su alrededor tratando de encontrar «algo» que le permitiera aclarar su situación ó a alguien que le tendiera una mano y lo llevara hacia la civilización. Todo parecía en vano, puesto que no había indicios de nada y nadie a esa hora del amanecer pasaba por ese lugar. Cuando pasó cerca de un pequeño monte de árboles que se hallaba en un campo lindero al camino, su confusión se mezcló con el espanto al reparar que sus ojos sólo le permitían ver en blanco y negro. Se los refregó, no convencido de lo que le estaba sucediendo. Los abrió una vez más, como intentando despertar de una buena vez de ese mal sueño, pero todo el paisaje que le rodeaba estaba pintado sólo con esos pobres colores. Las lágrimas empezaron el recorrido descendente por sus mejillas, rebosadas de impotencia y horror. Miró hacia el cielo como pidiendo al Altísimo misericordia, como buscando consuelo para su lúgubre desconsuelo. Miró hacia esos árboles mudos, a ese camino áspero y silencioso, a Las Luces que estaba despabilándose de a poco a lo lejos, se miró así mismo. Por un instante, quiso que la muerte llegara justo ahí y en ese preciso momento. Pero le fue perdonada la existencia y siguió respirando tenso mientras el sol, iba tocándole el rostro con las manos. De pronto, unas imágenes borrosas comenzaron a pasar fugazmente por su cabeza. Eran imágenes raras, quizás sin sentido o tal vez, eran como un puzle, piezas a las que debía unir exactamente una con otra, si lo que deseaba era hallar al menos, una respuesta contundente para todas sus inquietudes. Una tras otra iban desfilando, eran como pequeños destellos Las luces de la confusión

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de luces que alimentaban cierta esperanza en él. Esperanza de encontrar la revelación anhelada: una luz azul misteriosa rompiendo la oscuridad de la noche, un lugar luminoso casi enceguecedor, siluetas uniformes moviéndose a su alrededor, finísimos hilos conectados a su cabeza y sus manos… Extraño, todo muy extraño y confuso, pero Esteban seguía caminando torpemente por ese camino largo que conduce al pueblo. Intentaba sacar algo en limpio, trataba de encontrarle sentido a lo que estaba viviendo en carne propia, pero la tribulación podía más por dentro. Al rascarse detrás de una de sus orejas, se dio cuenta de que tenía un grano pequeño, una especie de bulto. Le ardía un poco, le resultaba algo molesto, sólo que no tenía espejo para verse ni había alguien cerca que se lo pudiera ver. Se detuvo por un momento y con una de sus manos se lo tocó cuidadosamente, como sobándolo y tratando de «analizarlo». Viendo que no había en este nada «llamativo», continuó la marcha lenta pero sin pausa. De repente, oyó la bocina de un automóvil próximo a él. El ruido le sorprendió de tal manera que quedó tambaleando del susto. Por suerte era una persona muy conocida por él, quien circulaba a esas horas del amanecer por la zona y en dirección hacia la villa. La persona del coche al ver a ese caminante solitario y sobre todo, al verlo en un estado para nada saludable, se detuvo profundamente alarmado y le reconoció: - Esteban… ¡Esteban viejo, soy yo Raúl!... ¿Pero qué demonios estás haciendo por estos lugares andando solo? ¿No tienes tu auto?... ¿De dónde vienes? Te ves mal, amigo… Esteban lo quedó contemplando por unos segundos, intentando responderle a algunas de sus interrogantes, pero ¿qué le podía responder a Raúl? No sabía siquiera lo que estaba haciendo en ese preciso momento y en ese lugar, así como tampoco recordaba cómo llegó hasta allí, si estuvo solo o no, si anduvo en su auto o se lo robaron. Su mente estaba casi en blanco, salvo por esas difusas

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imágenes que se colaban volando hacia su colapsada memoria. - No… no sé, no sé qué estoy haciendo aquí; no sé -dijo hablando entrecortado y con su mirada perdida. Raúl se estremeció al verlo en ese estado, tanto que bajó de su vehículo, lo abrazó y lo ayudó a ingresar al mismo con mucho cuidado. - Te llevaré al hospital, no puedes estar así amigo, no así -manifestó soliviantado. Marcharon ambos rumbo a Las Luces. Esteban, continuaba viendo en su mente imágenes «sin sentido», asombrosamente abusurdas tales como: una suave luz azul, siluetas oscuras, murmullos casi inaudibles, cables finos colgando desde el techo de una rarísima habitación, aunque también notó que su visión iba lentamente recuperando la facultad de ver las cosas en colores. Sonrió tímidamente por segundos y luego su rostro, ensombreció rápidamente. Durante el trayecto, Esteban no dijo ni una palabra, tampoco Raúl, que de tanto en tanto ojeaba a su acompañante, preocupado al verlo tan introvertido, tan metido en su propio universo, tan misteriosamente callado, mirando por la ventanilla el paisaje exterior, un mundo real que sentía tan lejano y ajeno a su existencia.

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LAS LUCES NUNCA SE APAGAN

A

penas llegado del trabajo, Rodolfo se tiró en su sillón de cuero negro y se quitó los zapatos. Aflojó su corbata azul -obsequio de sus hijos- y dejó su gorra con el escudo nacional, a un lado. Buscó el control remoto y encendió la televisión para mirarla sin mirarla, sólo para buscar otras voces que hablaran de otros temas, quizás insignificantes para él, o al menos que lo sacaran un poco de la fastidiosa y estresante realidad diaria. Durante años desempeñó funciones como comisario en pueblos pequeños del interior profundo, pero jamás antes le había tocado uno tan particular como Las Luces. Tan peculiar, que le trajera tantos dolores de cabeza, así como también, estados de angustia prolongados producto de los casos que llegaban a su escritorio de trabajo o a su celular, algunos de ellos, con un trasfondo aterrador y otros, hasta inverosímiles. Rebeca, su esposa, trataba siempre de contenerlo, pero a veces se le hacía un verdadero cuesta arriba y sus consejos, culminaban en discusiones de pareja, que, aunque pasajeras, llegaban a crear una atmósfera de alta tensión en el matrimonio. Ese día, después de cumplir con su rutina laboral, y como en muchas ocasiones, Rodolfo se quedó pensativo delante del televisor. Las imágenes iban y venían en la pantalla pero él las ignoraba por completo. Estaba como abstraído de su entorno y de este mundo. La dulce voz de Rebeca lo trajo de regreso a esta dimensión. - Cariño, habías regresado y yo recién me di cuenta, ¿Cómo estuvo el día de hoy? -preguntó, acercándose hasta él para darle un beso de bienvenida. - Bien… ¡bah!... creo yo -respondió sin demasiado entusiasmo y sin dejar de «mirar» la televisión. - Amor, deberías tomarte una licencia. Estás muy preocupado por muchas cosas y tienes una familia…

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- Es este pueblo -argumentó sin pestañar-, es este lugar que me ha cambiado el humor… a veces me miro al espejo y no consigo comprender quién demonios soy. Rebeca lo escuchó con suma atención y se sentó a su lado. El reloj de pared seguía marcando el paso del tiempo y ese televisor, antes encendido por él, ahora era apagado por su propia esposa para que la charla fuera lo más fluida posible, sin que voces ajenas, en este caso provenientes de un aparato eléctrico, estuvieran interfiriendo entre ellos dos. - Cariño… cuéntame ¿en qué estás pensando? - Desde que llegamos a Las Luces me he estado replanteando mi vida. ¿Qué estoy haciendo y qué estamos haciendo con nuestras vidas?. - Pero Rodolfo... - ¡Rebeca! -interrumpió él con firmeza- Durante casi treinta años me he dedicado de lleno a una profesión que hasta el presente no me ha llenado de plena satisfacción. - ¿Rodolfo, que dices? -insistó extrañada y con rostro de no comprender demasiado lo que oía de su marido. - ¡Eso! No sé si lo que estoy realizando ha sido la elección correcta para mi vida -agregó girando muy lentamente su cabeza para mirar fijamente sus ojos marrones. - ¿Y desde cuándo empezaron tus dudas sobre esto? - Te lo dije al principio. Creo que desde el primer día que pusimos un pié aquí, hace ya más de dos años. Rebeca quedó en silencio por un instante contemplando el televisor apagado. Miró a su esposo y le preguntó: - Entones si no fueras comisario, ¿qué carrera hubieras escogido? - Me gustaba la docencia, interactuar con los niños ó jóvenes, forjarlos como futuros ciudadanos de la nación. Creo que eso me hubiera desarrollado y fortalecido más interiormente como persona, hasta el día de hoy. - ¿Y por qué no lo hiciste, ¿Qué cosa te lo impidió hacer? - Yo… yo fui el impedimento, el que se auto boicoteó por no tener Las luces de la confusión

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el suficiente coraje de decirle a mis padres que no resultaba de mi agrado continuar la carrera que siguieron, mi abuelo, mi tío, mi padre, mi hermano mayor. Eran otros tiempos, uno… uno no se atrevía a revelarse como lo hacen los jóvenes de hoy. - Entiendo, ahora te comprendo -asintió Rebeca. Terminaste renunciando a algo por lo cual sentías amor y emprendiste un proyecto para dejar conformes a tus padres. Perseguiste un objetivo trazado por ellos olvidando el tuyo propio… ¿Por qué no me lo habías contado antes? -preguntó algo intrigada. - No lo sé -respondió Rodolfo clavando sus pupilas en el sueloPensé que no era el momento, no sé. Dicen que todo tiene su tiempo y yo me tomé el mío para confesártelo; eres la primera persona en saberlo. Rodolfo la miró y sonrió apenas, casi como sin ganas. -Aparte de ser mi esposa -continuó- eres una gran compañera y amiga de la vida ¿sabes? y en esto no me equivoqué, te lo puedo asegurar. Rebeca al escuchar esas palabras en boca de su marido, no dudó en darle un fuerte abrazo, al tiempo que se le empañaron los ojos por la emoción de saber que su pareja de muchos años, le reconociera en su cara, la gran importancia que ha significado a lo largo de su existencia. -Las Luces me ha puesto tal vez más sensible de lo que eramencionó Rodolfo, contemplado el anillo de bodas que le obsequió veinticinco otoños atrás. - ¡Oh, cariño! Sabes que soy de llanto fácil y creo que no podré contenerme -dijo una Rebeca visiblemente emocionada. Mientras Rodolfo acariciaba su piel como hecha de porcelana fina, ella, dejaba caer toda la lluvia pura y tibia de su alma, empapando las manos de su fiel compañero. - Rebeca, estoy agobiado de Las Luces. Los casos que han pasado por mis manos han sido muy intensos para mí y más, tratándose de gente joven. Sin ir más lejos esa chica, Ana Estévez, ¿recuerdas?, hija del comerciante que desapareció en el cerro Las Luces hace un

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par de meses, es algo que me eriza la piel. Cada tanto me encuentro con sus padres y me aterra decirles que no tenemos más datos de los que ya se conocen. - Haces todo lo posible, yo sé que sí -dijo ella dándole ánimo para que no decayera. - Hago todo, pero es insuficiente. La gente quiere resultados ya. - No te aflijas cariño, no te aflijas. - Lo sé Rebeca, lo sé, pero estas son cosas que no pueden dilatarse en el tiempo, de lo contrario, no quiero ni pensar. Ambos se fundieron en un nuevo abrazo, aferrándose el uno al otro como náufragos a sus salvavidas, tratando de aliviar las penas que ensombrecían y encorvaban al alma. Rebeca lo miró nuevamente a los ojos, con voz suave pero segura de sí misma le anunció: -No te preocupes de lo que pasó o lo que está por venir. Eres una persona recta y para los rectos de corazón, habrá una justa recompensa. Todo va a estar bien, ya verás -expresó con sonrisa iluminada. El sol había caído por detrás del horizonte y una nueva noche estaba tomando posición en su trono. Las estrellas titilaban en lo alto. Rebeca ya se había retirado a su recámara. Rodolfo miraba al barrio desde la ventana de su casa, como contemplándolo todo. Pensaba en su pasado, en aquello que pudo haber sido y no fue; pensaba en su presente, en el lugar que se hallaba ocupando en este mundo y pensaba en su futuro, en lo que aún le restaba por hacer. Seguía observando el paisaje nocturno en soledad. Sabía que en Las Luces, no todas las cosas empezaban o terminaban durante el día, porque ésta, a pesar de sus pesares, estuvo y estará despierta siempre.

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EL PORTAL LUMINOSO

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ryan caminó cautelosamente atravesando la oscuridad, atrapado por el peculiar brillo de aquella presencia enigmática. Su corazón palpitaba fuerte mientras que sus ojos azules tan impresionados por lo que tenían enfrente, parecían desprendérsele de su rostro. No era la primera vez que ocurría algo así en el patio que daba al fondo de su hogar, de hecho, con esta, era la quinta vez que sucedía en casi dos meses. El mismo y extraño fenómeno aconteciendo próximo a la medianoche de otro día viernes. Lo distinto que tuvo esta historia, fue el vuelco inesperado que tomó tal manifestación en la vida de Bryan aquella toldada noche, hace ya varios años atrás. Bryan, hombre de mediana edad, estaba casado con Judith desde hacía un par de años, aunque en realidad convivían juntos desde mucho tiempo antes. Él, administrativo de profesión; ella, maestra preescolar recibida el año anterior. Anhelaban tener un hijo, pero los problemas de fertilidad de Judith lo estaban retrasando, no obstante la esperanza siempre la mantenían intacta. El viejo deseo de ver un par de piececitos inquietos y revoltosos correteando en libertad por los pasillos de la casa, desoyendo esa catarata de reproches provenientes tanto de su mamá como de su papá. Muchas veces lo imaginaron así, pero la vida una y otra vez les daba inexorablemente la espalda. Pero aquella noche fue distinta a todas las demás. Algo estaba acaeciendo en aquel patio trasero de ese hogar de Las Luces, en una atmósfera barrial muda y adormecida y bajo el manto oscuro de una noche sin luna. Algo estaba aconteciendo y solamente él era testigo de ello. Sólo sus ojos lo habían visto y sus labios convinieron por mantenerse sellados, incluso, para con su esposa. Bryan se hallaba aún despierto mientras su mujer dormía profundamente arropada por las suaves mantas y ese áspero

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cansancio provocado por la rutina. Él no lograba conciliar el sueño, por lo tanto quedó deambulando por la casa pensando en cosas de su trabajo, de su esposa, en ese hijo que nunca llegaba a ser realidad y en ese inexplicable portal. Al pasar por delante de una de las ventanas que da precisamente hacia el fondo de su casa, lo vio aparecer súbitamente, como en las anteriores ocasiones. Eran las 23:44. Sin que la vacilación empequeñeciera su coraje, salió al exterior a su encuentro. Aquél misterio resplandecía una vez más delante de él, sin decirle una sola palabra, sin abalanzarse sobre él, sin ofrecer ningún otro espectáculo más que su presencia sublime. Se encontraba allí, a unos metros, como aparecido de la nada, tan maravilloso como hipnótico. Bryan se detuvo por un instante y permaneció en el más profundo silencio viendo el extraño espectáculo a unos metros delante de él. No entendía realmente qué era ó qué significado tenía y por qué aparecía, pero lo que sí comprendía era que estaba presenciando un hecho tan inexplicable como inusitado, tan real como inverosímil, tan único, como peligroso. Ni en esa ni en las anteriores ocasiones había acudido a despertar a Judith para enseñarle tal fenómeno. Nunca. Y jamás pudo entender por qué no lo hizo. Como que algo o alguien se lo impedía implícitamente. Como un secreto que debía mantener hasta lo último, que no debía develar a nadie. Era como un pacto entre él y el mismísimo misterio. De unos dos metros de largo por otros dos de ancho, fue lo que Bryan calculó a simple vista respecto a las dimensiones que poseía dicho portal. Básicamente las mismas medidas que en las pasadas apariciones. Y ahí quedó viéndolo, tan mudo, tan expectante, tan fascinado, cuando de pronto y sin esperarlo oyó a sus espaldas la voz de su esposa que le gritaba desde la puerta: «¡Bryan… qué es eso por Dios!». Él giró su cabeza algo turbado y realizó espontáneamente una señal con su dedo para que tratara de guardar silencio. Judith, Las luces de la confusión

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con sus ojos desorbitados por el miedo ante lo extraño, corrió hasta alcanzar a Bryan y lo abrazó, mientras sus ojos intentaban buscar una explicación en las pupilas de éste. Ambos quedaron aferrados, el uno al otro, observando ese portal abierto ya próximo a la medianoche. Judith temblaba y no se animaba a decir ni una palabra, su marido parecía que estaba y no estaba a su lado, sólo se limitaba a estar en silencio y a contemplar lo desconocido. Instantes después, ambos notaron unas siluetas difusas moviéndose en el interior del mismo. Siluetas que iban y venían, que se detenían, que parecían que dialogaban entre sí y hasta los vigilaban por momentos. La pareja intercambió miradas de asombro y tanto ella como él, no lograban entender todo eso que estaba sucediendo dentro del universo de su hogar. Ella se aferró más a su esposo y rompió ese mutismo en el cual habían caído los dos con un par de preguntas buscando una explicación a algo que quizás, no tenía respuestas concretas: - Bryan, ¿qué demonios es todo esto? ¿¡Quiénes son!? Y Bryan sin quitar sus ojos en el portal, le respondió casi susurrándole: - No lo sé amor, no sé qué es esto realmente, pero ya es la quinta vez que ocurre aquí… - ¿Cómo? -interrumpió la mujer- ¿Ya había ocurrido otras veces? - Sí -respondió él sin mirarla. - Pero… ¿Por qué no me lo habías dicho?¿Cuándo me lo pensabas decir, ah? -sus palabras sonaron como un reproche. -¡No, no quería asustarte! - ¿Asustarme? - No quería exponerte a esto… - ¿Exponerme? Cariño, no sé qué diablos es lo que está sucediendo, pero deberíamos reportar esto a… no sé, a alguien. -¿A quién? -interrumpió esta vez él enfocando su mirada a la cara

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de su mujer- ¿A la policía? ¿A los periodistas?¿Al corrupto del Alcalde?, ¿A quién le puedes avisar de algo así? - Pero amor esto es extraño, peligroso; tengo miedo amor, ¡vámonos de aquí! -reclamó alterada y tomando con fuerza los brazos de Bryan. - ¡No Judith! No nos ha sucedido nada. No sé cuál es la razón de este fenómeno, pero presiento que no debemos aterrarnos, no deberíamos temer, de lo contrario ya me hubiera, -realizó otra pausa para respirar hondo y luego continuó diciendo- o nos hubiera sucedido algo malo. - Pero Bryan, creo que deberíamos largarnos ya mismo, esto no me agrada -finalizó diciendo mientras comenzaron a rodar las primeras lágrimas por sus tensas mejillas rosadas. -Tranquila amor. Cuando Judith terminó de hablar, el misterioso portal abierto resplandeció con más potencia, hasta casi anular toda visión. Ambos se cubrieron la cara, pues era una luz imposible de tolerar para cualquier ojo. En un santiamén, todo había culminado y retornado a su normalidad o mejor dicho, casi todo. La luz se había disipado, el portal había desaparecido y su esposa ya no se hallaba más ni a su lado, ni a la redonda. Bryan se frotó sus ojos, como tratando de entender ó de digerir la nueva realidad nacida en segundos. Su esposa ya no estaba más, el misterio se la había llevado consigo y Bryan no sabía a ciencia cierta si éste, se la regresaría. Y allí quedó él, queriendo gritar su nombre, pero su voz casi había desaparecido por completo. Se sintió el ser más miserable del mundo, se vio más frágil que un cristal y cayó… cayó de rodillas al suelo, implorándole afónicamente a la tierra, al cielo, a Dios, a quien fuera, que le regresara pronto la mitad de su corazón y de su existir. El barrio continuó con su cabeza pegada a la almohada emitiendo resuellos molestos y avistando luces fantasmagóricas en sus sueños. Las luces de la confusión

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CONFABULACIONES NOCTURNAS

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ara Rodolfo, el día que estaba a punto de culminar, había sido casi como todos los dejados atrás: la misma hora de despertarse, la misma hora en levantarse y vestirse, el mismo horario para almorzar, el mismo sitio para encontrarse con algunos de sus más cercanos y viejos conocidos, el idéntico recorrido de siempre por el vecindario para llevar a dar una vuelta a Benji,(su ovejero Alemán) el mismo horario para tomar la cena, aburrirse un poco mirando la televisión en la tarde noche mientras se hunde adormecido en su sofá y luego… a la cama. Pues, así era la vida que, más o menos llevaba en los últimos once años, luego de haber pasado a retiro jubilatorio. Ya en su dormitorio, se quitó su par de pantuflas escocesas, se colocó su pijama que le fuera obsequiado en su momento por su difunta esposa, sacó del cajón de la mesa de luz un porta retrato con la imagen de su dulce Enya, lo besó, sonrió por un instante y lo guardó en el mismo lugar donde se encontraba. Cerró sus ojos mientras estaba sentado en su cama, oró por el alma de su amada, rezó por sus hijos, sus nietos, su hermano, sus sobrinos… y por último, por él mismo. Luego de hacer esto, apagó su lámpara y se acostó esperando por ese sueño profundo y reparador. Eran casi las once y treinta de la noche… y el silencio, le platicaba al oído acerca de su soledad y del paso del tiempo. Cuando estaba ya en las puertas del mundo onírico, un «imprevisto» terminó por sacarlo de allí y traerlo hacia el mundo real. El ruido de una moto que pasaba a alta velocidad por la calle casi desierta, lo despertó abruptamente incorporándolo en la cama. Una vez pasado este «inoportuno» acontecimiento, regresó a su posición inicial para retomar otra vez, el camino que lo condujera al sueño más profundo y agradable. No le fue sencillo, claro que

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no, pero lentamente lo fue logrando… hasta que el ruido de otra moto (si no era la misma) le sacudió la modorra para volverle abrir sorpresivamente los ojos, en la oscuridad de su mundo. «Pero… ¿Quién demonios puede andar molestando a estas horas?» -se preguntó mientras se rascaba su cabeza y se frotaba los ojos. Quiso mirar su reloj que se hallaba sobre la mesa de luz, pero desistió en hacerlo pues si lo hacía, con seguridad éste terminaría por atormentarlo poniéndolo incómodo e impidiéndole descansar decorosamente. Quedó por un instante pensativo y bostezando por momentos. Se dio media vuelta y cerró los ojos intentando que el sueño viniese por él. De pronto, otra vez ese ruido de la moto que le obligó a subir sus párpados cansados y a preguntarse una vez más: «¿Quién carajo anda payaseando a estas horas?» Al principio dudó pero finalmente, se convenció de que lo mejor sería ponerse de pie y ver in situ, lo que estaba ocurriendo fuera. Dejó a un lado su manta y se levantó. Caminó directo hacia el living comedor y desde una ventana que daba hacia la calle, observó el panorama desolador que había en el exterior. El sujeto de la moto ya no se hallaba en la zona, sólo distinguió a un extraño vagabundo que pasaba por la vereda del frente con sus manos en los bolsillos, hasta que se perdió de vista al doblar por una esquina, por lo tanto, decidió regresar a su cama y tratar de conciliar el sueño que había perdido. Se acostó y se cubrió con su manta hasta la cabeza. Cerró de nuevo sus ojos y se tranquilizó, escuchando el silencio de alrededor… pero Benji, quién tenía su cucha afuera comenzó a ponerse nervioso y a ladrar como loco. Rodolfo lo escuchó pero trató en no reparar su atención en él. Pero como los ladridos eran continuos y molestos, optó por levantarse para constatar qué estaba sucediendo realmente con su can. Se abrigó, se colocó sus pantuflas y salió hacia el fondo de su casa. Efectivamente, Benji tenía un «serio» problema a la vista: otro animal de cuatro patas, cuerpo más pequeño que él, y no perteneciente a su especie. El Las luces de la confusión

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problema se llamaba GATO. Se había trepado al tejado de la casa, saltando olímpicamente desde el árbol de una vivienda lindera y allí, se había quedado contemplando desde lo alto a un molesto y rabioso Benji, que no paraba de amenazar. «¡Fuera gato maldito, largo de aquí peludo!»- Expresó un cada vez más crispado Rodolfo al notar que el animal, lejos de espantarse, se quedada observando el panorama, muy cómodo a unos tres metros de altura del suelo. Fue al arrojarle una piedra que éste tomó carrera y huyó despavorido hacia otra casa vecina; pero Benji tardó un rato más en calmarse, por lo tanto, Rodolfo, pasó levantado y girando como un trompo por el interior de la casa. Al ver que todo volvió a la normalidad, decidió regresar a la cama y a tratar de descansar. Dejó caer una vez más sus párpados para poder dormir rechonchamente; al menos lo intentó, porque en el momento menos imaginado, empezó a sonar el teléfono fijo de su hogar. Rodolfo lo escuchó, y trató de auto convencerse de que todo era producto de un sueño, de que no era cierto que éste estuviera llamando. Desafortunadamente, la verdad le terminó abofeteándo la calma. «Pero… ¿Quién puede ser a estas horas?- Se preguntó a sí mismo, un tanto preocupado, porque, lo primero que se piensa en esas circunstancias, es en alguna desgracia acaecida con algún miembro de la familia, ó con alguien muy conocido. Tragó saliva, tomó coraje y se enderezó. No miró el reloj, se calzó sus pantuflas y caminó hacia el living comedor. Levantó el tubo y con un: «Hola buenas noches, ¿quién habla?»- inició el corto y escueto diálogo con la persona que se encontraba al otro lado de la línea. - Buenas noches, disculpe las molestias… ¿Ahí es la residencia de la familia Scotti?- Preguntó una voz masculina. -No -respondió Rodolfo a secas- Acá no vive ningún Scotti, lo siento. - ¡Oh!, lo siento señor, marqué equivocado… - Está bien… buenas noches. - Buenas noches y disculpe -y acto siguiente cortó la llamada. Rodolfo colgó el tubo del teléfono y regresó sacudiendo la

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cabeza de bronca a su dormitorio. Se quitó sus pantuflas y se volvió a meter en la cama, pensando en esa llamada, en el de la moto, en Benji, en el maldito gato y en muchas cosas más. Por un rato quedó meditabundo con sus ojos abiertos mirando la oscuridad imperante en el universo de su recinto y poco a poco, la fatiga le fue envolviento las pupilas sigilosamente; pero ese molesto mosquito que había ingresado cuando abrió la puerta del fondo para ver que le estaba pasando a su pastor alemán, se paseaba de un lado a otro de su cara y le zumbaba en sus oídos una melodía molesta, aguda, en fin, asquerosamente insoportable. Rodolfo no se dejó intimidar, de ninguna manera, con su funda cargada de bronca, se levantó descalzo y sin vacilar se dirigió hacia el baño donde estaba guardado un insecticida, que tiempo atrás había comprado y retornó a su dormitorio con la firme idea de eliminar a ese «pequeño gran problema». Su frustración fue mayor cuando al presionar el aerosol, éste ya no contaba con casi nada del producto químico, de rabia lo arrojó a un lado y dispuso librar la batalla contra tal atrevido intruso, usando ni más ni menos que la fuerza y habilidad de sus manos. Encendió la luz principal de su habitación, y entre manotones, insultos y puñetazos en el aire, al fin, consiguió lo que tanto anhelaba desde un principio: derribar a su minúsculo oponente. Fortalecido por la «victoria», decidió dar por terminada la historia, apagó la luz y se tumbó en la cama, agobiado y a la vez, deseoso de poder dormir. Todo marchaba de maravillas, el sueño estaba realizando su trabajo a la perfección, su cuerpo estaba experimentando esa sensación de calma y placer, el encanto de dormir plácidamente en el silencio absoluto de la madrugada, sólo que el chirriante canto de un grillo noctámbulo, vino a desestabilizar lo ganado hasta ese momento. -Esto no puede ser cierto, no puede ser… -se dijo desconcertado, negándose abrir de vuelta sus ojos. Pero ese pequeño problema, también apareció como de la nada para arruinarle la trabajosa tranquilidad obtenida. Las luces de la confusión

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Rodolfo reuniendo toda la energía necesaria para imponer su justicia, se irguió presurosamente tomando una de sus babuchas a modo de armarse ante la invasión de ese nuevo enemigo de su sueño: un miserable y escurridizo grillo. Encendió la luz de su lámpara y la luz principal del dormitorio, giró hacia un lado y hacia otro. Reparó su atención en cada rincón de la habitación, así como debajo de cada mueble. El nuevo intruso silenció su canto ante los pasos del hombre, quien se hallaba realmente ofuscado por su presencia no autorizada. Rodolfo buscaba en todas direcciones pero no conseguía divisarlo. De pronto el insecto, sorpresivamente, embistió sus tímpanos con su irreverente canto, provocando que éste se llevara ambas manos para cubrirse las orejas. -¡Ah!, pero no te saldrás con la tuya bastardo miserable -gruñó, mientras sostenía con furia su pantufla. De repente, lo vio salir… dio un ligero salto del suelo hacia su cama y de ésta, hacia el suelo nuevamente para refugiarse debajo del ropero. Rodolfo se agachó y le tiró con el calzado. Por uno segundos, el grillo, realizó un expectante silencio, hasta que tomando un nuevo impulso, saltó hacia el centro del cuarto para luego, chocar contra una cajonera. Fue en ese preciso instante, cuando Rodolfo, seguro de sus reflejos y de tenerlo en la mira, agarró con sumo cuidado su pantufla y con un golpe rápido y certero, terminó por aplastar al intrépido contrincante, al pie de su cama danesa. Satisfecho con el triunfo pero agotado de tanto batallar, apagó las luces y colocó su cuerpo estirado sobre el colchón…-«Éste viejo necesita un poco de paz»- Se decía a sí mismo volviendo a cerrar los ojos. Vencido de tanto pelear con los imprevistos, se durmió profundamente y sus primeros ronquidos retumbaron en la habitación a oscuras del resto del mundo, hasta que oyó el violento

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«riiiinnngg» de su despertador que le indicaba que ya eran las 7:30 del nuevo amanecer. Aunque le costó, alzó sus pesados párpados, y realizando un leve giro con su cabeza, lo miró y le dijo en voz baja, casi afónico pero de manera contundente y agresiva: «Tú… también me las pagarás, maldito». Y de un manotazo, lo tumbó al suelo haciéndolo pedazos. Los primeros rayos del sol se colaban por entre la cortina de la ventana, afuera se escuchaban voces y risas de transeúntes, los autos pasaban tocando bocina, los pájaros entonaban sus bellas melodías al alba y Rodolfo, abandonando su lugar sagrado de descanso, en pantuflas y pijama, encendió la televisión del living para ver en la caja boba, algo que le provocara hastío y desgano y de ese modo, poder dormir algunas horas más, aunque se viera así mismo como un simple viejo patético, devorado por un viejo y también patético sillón deslucido.

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BAJO LA LUPA HARPÍA

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e podría decir que ellas eran inseparables, que eran como uña y carne, como agua para el chocolate, y otras cosas un tanto inapropiadas que no vienen al caso expresarlas. Berta y Ornelia vivían en la misma cuadra del barrio, una en cada punta y aunque el transcurrir de los años iba dejando su huella profunda en sus cuerpos, hubo algo que siempre conservaron y que permaneció intacto aún con el paso del tiempo; década tras década, sin que sufriera una transformación de enormes proporciones: sus lenguas ponzoñosas. Y es que siempre… o casi siempre, se reunían en casa de una ó de otra para comentar, filosofar y hasta tratar de «arreglar» las vidas de quienes vivían en la villa, aunque nadie se lo pidiera. Ambas eran viudas, septuagenarias, con hijos grandes quienes formaron hogar propio, jubiladas y sin haber hecho demasiado durante su vida útil como trabajadoras, ahora, sólo se dedicaban a contemplar el mundo pasar por delante de sus pupilas algo borrosas y a criticar sobre todo, la vida de los demás. Una tarde, Berta cerró con llave la puerta del frente de su casa no fuera que algún maleante ingresara al interior de la misma y robara algún objeto de valor- y caminó a la velocidad que le permitían sus piernas con várices, hasta lo de su estimada vecina. Se rehusaba a usar bastón, pues consideraba que todavía contaba con las fuerzas suficientes para manejarse sola y sin éste «objeto de mal agüero», según decía la misma. Al llegar y detenerse en la puerta de su amiga Ornelia, golpeó la misma y a los pocos segundos, ésta se abrió. Sabía que la estaba esperando. El olor a café recién hecho, ingresó por su nariz, haciéndole despertar unas ansias tremendas de degustarlo de a poco y en buena compañía. Sobre la mesa del living, estaban las tazas vacías y un bandejita con galletitas dulces, algunas de estas bañadas con chocolate o

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azúcar impalpable, y una pequeña azucarera de porcelana china. Se saludaron cálidamente abriendo de par en par sus brazos. Ornelia la invitó a tomar asiento, sosteniéndo la cartera que su amiga traía puesta y dejándola, sobre una mesita de madera rústica. Un antiguo reloj cucú que estaba colgado en una de las paredes daba las cinco y veinte de la tarde; era hora de comenzar con el análisis incisivo sobre la existencia de los otros mundos que rotaban en Las Luces. - Berta, me alegra de que hayas venido -dijo una muy coqueta Ornelia, con caravanas brillantes que pendían de sus orejas, y un collar de perlas que embellecían su cuello- No sabes las novedades que tengo para contarte, ¡y qué novedades mi querida!. - Yo también querida tengo chismes muy frescos -respondió Berta, mientras se dejaba caer sobre uno de los sillones de cuero negroy de gente que uno no suponía que era de esa manera -agregó dando una mayor expectativa al tema. - A ver querida, cuéntame… - Nuestra vecina, la muchacha que trabaja en el municipio… -¿Cuál? -preguntó Ornelia un tanto despistada. - Una de las que atiende al público, Freda… - ¡A sí!, ya me doy cuenta -dijo Ornelia mirando pensativa hacia el piso. - Parece que se quiso suicidar. - ¿Qué dices? - Lo que oíste Ornelia; se quiso quitar la vida, anoche mientras su esposo miraba televisión, creo que un partido de fútbol. - Pero… ¿Qué le sucedió? - Parece que anda mal con su marido, pero no de ahora, sino desde hace bastante tiempo. - Pero, ¿él tiene otra? -preguntó Ornelia mientras se quitaba sus lentes y los colocaba sobre la mesa del living, entre las tazas vacías de café. - Bueno,dicen por ahí que andaba bien con una compañera de trabajo pero… eso realmente no lo sé. Las luces de la confusión

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- ¡Qué pena por ellos!- Exclamó Ornelia- Son tan jóvenes los dos… - Sí, pero los dos son raros, cuando uno pasa al lado de ellos, a veces a una la saludan, como al día siguiente la ignoran por completo. - ¡Ah!, pero seguro que ella no se debe de quedar atrás -aseguraba Ornelia moviendo sus brazos para un lado y para el otro- Ella siempre tuvo el carácter de su madre, siempre fue una trepadora y seguro que debe de estar intentando tumbar a Marta de su puesto dándosela de gran amiga… -¿Qué Marta? -le preguntó Berta un tanto perdida. - Marta… la secretaria del municipio, que dicho sea de paso parece que tiene un affaire con el Alcalde. - ¿Con el Alcalde?... ¡eso yo no lo sabía! -declaró una abrumada Berta, mientras se llevaba las manos a la cara. - ¡Ja!, eso en cualquier momento explota, imagínate qué dirán en este pueblo, el señor Alcalde, hombre de familia engañando a su esposa y a eso hay que sumarle la baja constante de su popularidad. - Me dejaste helada Ornelia… ¡he-la-da! - Ahora que dijiste helada, ¿Por qué no nos servimos este café delicioso que preparé, antes de que se enfríe? -Sí, Ornelia, sírvete tú primero querida. - No Berta, es de mala educación que el anfitrión se sirva primero; te serviré yo a ti. Y así, Ornelia, comenzó a echar el café caliente en ambas tazas. Una vez hecho esto, levantó un platillo con galletitas dulces para agasajar a la visita. - Toma una de estas… las compré en la panadería de la otra cuadra. - ¡Ah!, allí hacen maravillosas cosas -dijo Berta, hablando y comiendo al mismo tiempo-¡ Ma-ra-vi-llo-sas! -recalcó. - Hablando de la panadería; los dueños andan muy mal entre elloscomentó Ornelia llevándose a la boca su taza de café humeante. - Bueno, eso yo también lo había sentido, hace bastante -confesó Berta, esta vez, poniendo rostro de poco asombro. - Sí, pero una de las empleadas está embarazada y ¿a que no adivinas de quién?

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- ¿Del dueño de la panadería? -abriendo Berta sus ojos más grandes. - ¡Exacto amiga! El bebé que la muy zorrita traerá a este mundo es de él… ¡pobre criatura, tan inocente y su madre tan ligera! - ¡Ay Ornelia! ¡qué cosas tan horribles están pasando! -manifestó Berta casi angustiada, pero sin dejar de comer galletitas- Yo no sé a dónde irá a parar todo esto… ¿Y de esa chica Ana?¿no hay alguna novedad? - ¿Qué Ana?- Preguntó confundida Ornelia. -¡Ana la joven que desapareció en el cerro hace unos meses! - ¡Ah, no! y me temo que no aparecerá jamás la pobre chica; ese cerro es una maldición; deberían dinamitarlo y hacerlo volar por los aires. Es la sombra de este pueblo… - Me da mucha pena, como también esos jóvenes que fueron hasta allí y uno de ellos desapareció hace pocas semanas atrás. ¿Es que la policía no está haciendo nada? ¿y los padres? ¿dónde diablos están cuando sus hijos andan solos por ahí? - No lo sé Berta, lo único que sé, es que tanta libertad que se le está dando a nuestros niños y jóvenes, está generando este caos sin precedentes en el cual estamos; adolecentes que desaparecen vagando solos, otros consumiendo drogas, prostituyéndose, ¡esto es un desastre!. Antes no se veía algo así, nuestros padres nos ponían límites y si no, ¡te dejaban los dedos marcados en las nalgas! - ¡Ah Ornelia!,todo ha cambiado, suerte que nuestros hijos no fueron ni son así. - Claro que no, Berta, los criamos diferentes, pero tus nueras… - ¿Mis nueras qué? -preguntó inquietante Berta, dejando la galletita que había tomado del platillo. - Seamos sinceras entre nosotras; tus nueras tienen algunas cositas desagradables. - Pero Ornelia, son mis nueras, no nacieron de mi vientre; por mis hijos pongo las manos en el fuego… aparte, las tuyas también tienen lo suyo. -Berta,¿Qué estás queriendo decir, ah? -Nada, simplemente, nada, digo las cosas como son. Las luces de la confusión

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-¿Y cómo son las cosas? -preguntó Ornelia, frunciendo las cejas como intentando expresarle cierta molestia a su invitada. Durante unos segundos reinó un silencio atronador, tenso. Como que en cuestión de segundos, podía desatarse la más grande de las tempestades, en un ambiente donde la cordialidad y la amistad parecieron de pronto, haberse esfumado como por arte de magia. Berta fue la que reinició el diálogo entre ambas, antes ameno, ahora… enrarecido. - Ornelia, no me hagas caso, a veces me voy un poquito de boca y… ¿en qué estábamos?... - No me acuerdo -contestó Ornelia con tono algo ofuscado. -Bueno; está exquisito tu café querida. ¿En dónde lo compraste Ornelia? - En la panadería también,ahí venden estas cosas. -Esa chica no está bien -mencionó Berta, tratando de encausar la conversación que venían teniendo antes de ese momento áspero. -¿Qué muchacha?- Preguntó Ornelia mirándola atentamente. - La que trabaja en el municipio, Freda, creo que si sigue así va ir derecho a los pinos. - Lo que sucede Berta, es que esa muchacha ha sido muy consentida, los padres en su momento le dieron todo y ante cualquier frustración, se hunde anímicamente. Más de uno me ha comentado, que ella, cuando se deprime, se emborracha y empieza a romper platos, vasos, lo que sea que esté al alcance de su mano en su casa. Su esposo, bueno su esposo no sé, nunca me pareció ni bueno, ni malo, ni regular; el asunto es muy complejo, muy complejo Berta. - ¡Complejo también para el Alcalde por las sinverguenzadas que se está mandando!Dios quiera que lo saquen a patadas de su puesto -agregó Berta mientras se servía por su cuenta otra taza de café y agarraba otra galletita. - Ese no va a terminar bien; ya vas a ver Berta, que eso, traerá cola y nosotras veremos pasar su ataúd.

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-¡Ay Ornelia! no hables de muertos justo ahora que estoy comiendo...cambiando de tema, ¿sabías que otra vecina del barrio resultó estafada? - ¿Estafada? ¿De quién me estás hablando? ¿Quién es? - De Elida, la muchacha que quedó viuda y tiene dos hijas. - ¡Ah! sí, sí, ahora me doy cuenta, ¿pero cómo fue? -preguntó Ornelia mientras echaba más café en su taza, que aún no había vaciado del todo. - Parece que ella decidió consultar con unos videntes ó brujos, de esos que adivinan y te hacen pases mágicos en el cuerpo; los consultó por diferentes temas y estos le pidieron dinero. Parece que bastante. - ¡Pero qué boba!caer en esas cosas... no se debe de confiar en nadie, la gente está muy brava ¡hay que tener mucho cuidado! - Sí, tienes razón; te cuento que casi enloqueció la pobre, pero la salvó Ruben… - ¡Ah!, el hermano de su finado esposo. - Sí Ornelia, exactamente; para mí que todavía sienten algo, creo que siguen enamorados el uno del otro. - ¿Tú crees Berta? - ¡Claro que sí! sólo que lo disimulan, él está casado y con hijos, y su mujer aspira a ser Alcalde de Las Luces en las próximas elecciones… - ¡Ay Dios!¡estos matrimonios de hoy! - Suerte Ornelia que nosotras tuvimos esposos ejemplares. -Sí; fue una dicha. De repente, alguien llamó a la puerta de entrada, interrumpiendo la amena charla de las mujeres. Las dos miraron en dirección a la misma, sorprendidas. - Ornelia ¿esperabas a alguien? - No, para nada, veré quien es. De inmediato, Ornelia se colocó nuevamente sus gafas y caminó hacia la puerta. Abrió, y se encontró con un joven vendedor de Las luces de la confusión

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productos de limpieza. Nunca lo había visto antes y su barba crecida, delataba que hacía varios días no se afeitaba. - Disculpe señora, ando vendiendo productos para la limpieza del hogar. -Sí, ya veo -dijo Ornelia permaneciendo con la puerta entreabierta. - Si me permite señora, puedo demostrarle la calidad de estos productos para que vea cómo trabajan sobre la suciedad más rebelde -expuso de manera segura y dibujando una sonrisa amplia en su rostro. - Bueno, está bien pase joven -dijo convencida Ornelia, abriendo la puerta para dejar ingresar al joven. El vendedor saludó a Berta quien seguía sentada, comiendo galletitas y bebiendo café. Dejó en el piso una mochila marrón cargada con aparentemente más productos. Revolvió dentro de ésta por unos segundos y realizó un movimiento veloz ante la mirada atenta de las mujeres. - ¡Señoras… esto es un asalto! -exclamó mientras sacaba un revolver- No hagan escándalo, no griten, en definitiva, sean buenitas y denme lo que tengan. Las mujeres horrorizadas, no podían creer lo que estaba sucediendo. Se miraban entre sí y casi no emitían palabra alguna. Berta, no pudo tragar un trozo de masita que tenía en su boca, y Ornelia, estaba más blanca que el algodón. - Señoras, me gustaría no hacerles daño, si colaboran no las lastimaré. Para empezar, el collar de perlas que usted tiene es muy bonito, y me lo voy a llevar. ¡Démelo ahora! -apuntó, cambiando su sonrisa amable por un rostro casi que desquiciado. Ornelia se lo quitó y se lo entregó temblorosa. - Creo que nos estamos entendiendo muy bien, señoras -confesó el ladrón. El joven delincuente, con su arma en la mano, y apuntando cada tanto a la sien de sus víctimas, revolvió casi toda la casa, mientras amenazaba a las mujeres, intimidándolas, que les iba a

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disparar si intentaban pedir auxilio. Así y todo, se hizo de algunas joyas, un poco de dólares americanos y de algunos objetos que consideró de importante valor. Los fue metiendo uno a uno en la mochila, la cual, antes, se hallaba rellena de diarios viejos, simulando que eran productos de limpieza a buen precio. Ornelia y Berta, habían caído en el cuento del tío. Logrado su objetivo y ya en la puerta de salida de la casa expresó con una sonrisa sarcástica: - Señoras, fueron muy amables conmigo. Sigan teniendo una muy, muy linda tarde, si es que pueden -y cerró la puerta bruscamente. Ornelia y Berta, se hallaban atadas de pies y manos con unos precintos, sobre la cama de uno de los dormitorios que daba al final de un pasillo largo y poco iluminado. Quedaron ambas, una al lado de la otra, con sus bocas amordazadas, sollozando de miedo y maldiciendo por dentro sus vidas en un lugar como Las Luces.

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NO DEBERÍAS ESTAR AQUÍ

A

quél día, aparentaba ser uno más en el calendario. Uno común y corriente, uno igual o muy parecido a los ya transcurridos, pero sólo fue una mera y errónea percepción. El trabajo en la biblioteca pública de la villa Las Luces, era algo que podía ser calificado como placentero. No era tan estresante, ni generaba conflictos ásperos con la gente que concurría al lugar, aunque de tanto en tanto, alguien se molestaba al ser llamado a devolver un libro que se había llevado un mes atrás, debido a que otra persona estaba requiriéndolo con urgencia, o gente que se ponía de malhumor al no encontrar lo más reciente de su autor predilecto. Es decir, se presentaban problemas simples, pero no situaciones que pasaran a mayores. Fernando, era uno de los cuatro funcionarios que atendían dicho lugar; había ingresado unos cinco años atrás y era el más joven de todos ellos, con casi veinticinco años de edad. Le tocaba compartir sus tareas diarias con Elvira, la funcionaria más longeva de la biblioteca, con casi treinta años de trabajo ininterrumpidos en ese sitio y cerca de sesenta años de edad. A Elvira y Fernando les tocaba el turno vespertino, en tanto que a Mauro y Ezequiel -los otros dos bibliotecarios-, les correspondía el horario matutino. Elvira y Fernando se llevaban realmente bien. Ambos mantenían una buena relación de trabajo, y hasta habían forjado cierto grado de amistad el cual, rompía con las barreras de género y asimismo, con ese muro generacional. Sus charlas eran amenas y trataban temas de diversa índole: clima, política, salud, deportes y obvio, comentarios y juicios sobre libros y autores. Todo servía para esquivar a la desgastante rutina y el infatigable paso del tiempo. La biblioteca, ubicada a unas pocas cuadras del Municipio, sobre una pintoresca y apacible esquina, contaba con un gran volumen

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de ejemplares, miles y miles de libros puestos en las estanterías, uno al lado del otro, reunidos y etiquetados según la temática: geografía, historia, ciencias, deportes, novelas, etc, etc. Allí, se podía encontrar desde La Biblia, pasando por el Quijote de La Mancha, Baudelaire, Alan Poe, Isabel Allende, hasta los más recientes best sellers contemporáneos. El local, contaba además con un segundo piso, en el cual, se hallaba otra sala de lectura y estantes bien organizados con miles de libros más. Fue en aquella afable tarde, en la que Fernando, se dispuso a llevar unas cajas vacías y carpetas viejas al depósito que había en una pieza al fondo y contigua al edificio público. Caminó hacia allí, encendió la luz y dejó toda esa carga más o menos ordenada, como para que no molestara al circular por ese lugar. Pero en ese instante, reparó su atención en algo que ya le venía inquietando desde que comenzó a trabajar en ese empleo: una vieja puerta de chapa, algo oxidada por el transcurso inexorable del tiempo, y cerrada con un postigo de madera gruesa. Por unos segundos quedó pensativo y mirándola, y siempre se preguntaba lo mismo: ¿Qué será lo que hay ahí? Rápidamente, decidió proseguir con sus actividades y volvió al lugar donde se hallaba Elvira. Al regresar junto a ésta, una interrogante le vino a la mente y creyó oportuno preguntarle acerca de eso que venía intrigándolo desde tiempo atrás. - Elvira, quisiera saber algo… -Sí,Fernando,cuéntame, ¿qué quieres saber?-preguntó acomodándose las gafas. -Verás, desde hace mucho que quiero averiguarlo pero, no sé, no se daba la ocasión, pero creo que es momento de saberlo ¿qué hay detrás de esa puerta vieja , es decir esa, la que está en el depósito? Elvira lo miró y le responde con cierta incredulidad: - No sé realmente; ha estado así desde que estoy aquí adentro. Tengo entendido que era otra habitación de esta biblioteca y que después fue clausurada. Sinceramente no sé si hay algo ahí adentro. Las luces de la confusión

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-Pero Elvira ¿con tantos años trabajando aquí adentro y no te intriga un poco el no saber lo que esconde esa habitación? -preguntó Fernando un tanto sorprendido por la respuesta de su colega. - La verdad es que no pongo demasiada atención en esas cosas; mi pasión es este trabajo, los libros, las lecturas, no el trabajo detectivesco -respondió sonriéndole con cierta ironía. - Pero ¿y si hay algún material importante y está olvidado allí? No puedo entender esa desidia -expresó algo molesto. - Nuestra jefa quiere que desempeñemos correctamente nuestras funciones, no que nos pongamos a investigar habitaciones clausuradas o abandonadas. Por qué y para qué esta esa puerta ahí, yo no lo sé, no me pagan para averiguarlo o para mantener secretos… - No sé Elvira, tener un lugar abandonado y quizás mugriento en un lugar público como este, no lo sé, por más que nadie lo conozca, realmente es una pena, casi un crimen. - Fernando, mejor que ingreses a la computadora estos nuevos libros que llegaron ayer; ¡vamos muchacho!, que hay trabajo por hacer -afirmó la mujer mientras acomodaba entre sus brazos una pila de libros de historia universal. Fernando quedó pensativo por un momento y luego se dio media vuelta para tomar asiento en su escritorio y realizar la tarea que le indicó Elvira. Por media hora, ó quizás más, Fernando ocupó su tiempo en ingresar los nombres de los nuevos libros, con sus respectivos autores a la computadora, hasta que de nuevo voló por su cabeza la imagen de esa puerta cerrada, muda, sucia y misteriosa. Levantó su mirada y vio que Elvira estaba con un niño que acababa de llegar a pedir material para sus deberes en la escuela. Eran las cinco y diez de la tarde. Entonces, conducido por ese deseo de saberlo todo, en referencia a la puerta enigmática, se levantó de su silla y echando una última mirada hacia donde se hallaba Elvira, empezó su caminata en dirección al depósito y a tratar de develar ese asunto que desde hacía tiempo lo intrigaba.

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Al llegar al lugar, al fondo de la Biblioteca, cruzando por entre las cajas vacías y muebles viejos, encendió la luz y ahí estaba esa vieja puerta cerrada, silenciosa, perturbadora, viendo pasar la vida sin que nadie la abriera. Fernando se acercó y la miró. La miró como quien fija sus ojos en los ojos de alguien vivo. Se aflojó un poco la corbata de color negro y arremangó ambos puños de su camisa blanca, para evitar ensuciarse. Se aproximó aún más a la puerta y respirando con profundidad, extendió sus manos para remover ese postigo. Le costó un poco, ya que estaba como pegado a la misma. Al intentarlo una vez más y con más fuerza, pudo quitarlo con éxito, aunque se cayera sobre uno de sus pies, lo que le hizo pegar un ligero grito de dolor. El primer paso estaba cumplido, ahora faltaba empujar y ver lo que allí adentro había, si es que había algo que valiera la pena. Fernando tuvo siempre ese impulso de querer saberlo todo. Desde niño, mostraba interés en lugares que le estaban señalados como prohibidos, porque lo prohibido, para él, era señal de que había algo demasiado importante para conocer y hasta para aprender. Miles de reproches recibió por esta actitud de parte de sus padres, ni que hablar de sus maestros en la escuela, sólo que él, nunca se daba por vencido en sus búsquedas y expediciones hacia sitios prohibidos, desconocidos o incluso azarosos. Algunos tan peligrosos como cuando tenía siete años y casi terminó ahogado adentro de un aljibe por pretender encontrar un supuesto nido de unas pequeñas aves, las cuales, veía salir volando a menudo desde el interior del mismo. Al abrir finalmente esa puerta y poner un pie del otro lado, sus ojos advirtieron un lugar vacío, semi oscuro, frío y húmedo. No era una habitación amplia, es más, lo que pudo constatar en un principio, era que se trataba de un largo pasillo cuyo final no se podía divisar con claridad; reinaba ese olor a humedad y abandono que presentaban sus paredes descascaradas. Las luces de la confusión

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Fernando quedó impresionado, pero lejos de terminar con sus interrogantes e inquietudes, emergieron más preguntas en su cabeza tales como: ¿A dónde llegará esto?, ¿Qué habrá al final del pasillo?, ¿Quién más sabrá de esto?, ¿Para qué habrá sido utilizado?, ¿Por qué y desde cuándo ha estado clausurado?, ¿Por qué nadie pregunta o se interesa por esto?... ¿Por qué Elvira nunca me mencionó sobre esta puerta, como si no existiera?... Demasiadas interrogantes sin respuestas. Y mientras iba acomodando su mente ante esa nueva realidad un tanto incómoda, Fernando, tragó saliva, levantó su mirada y decidió dar sus lentos pero seguros pasos hacia lo desconocido. Estaba algo nervioso pero decidido a hacerlo. Comenzó a recorrer los primeros metros, respirando profundo, caminando casi sin hacer ruido y teniendo la mirada fija hacia adelante. El panorama era aterrador, como en una película de suspenso, pero era real. Una de sus manos tocó la pared que estaba mojada por la humedad, lo que le provocó cierta repugnancia, pero igual continuó con su «expedición» hacia lo misterioso. Tal vez ya había caminado unos quince o veinte metros cuando empezó a sentir algo así como murmullos provenientes de, ¡vaya saber de dónde! Lo llamativo del caso era que el pasillo parecía interminable, más aún al estar casi en la total oscuridad. Hacia los costados no había puertas y por ende, no se veían habitaciones, en las cuales pudiera habitar alguien. Consternado, Fernando decidió detenerse por un momento. Pasó por su mente el regresar a su lugar de trabajo y reincorporarse a las actividades, pero inmediatamente desistió de esa alternativa y continuó avanzando entre las tinieblas. Los murmullos de a rato desaparecían para luego volver a escucharse. Eran incomprensibles al oído de Fernando, puesto que quienes estaban dialogando aparte

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de hacerlo en voz baja, lo estaban haciendo en otro idioma. Preso cada vez más ante tanta intriga, realizó otra pausa en su camino para tratar de escuchar mejor, sólo que no pudo, pues los latidos de su corazón parecían «hablarle más fuerte». Tragó saliva nuevamente y retomó sus pasos, siempre atento a lo que podía llegar a sentir o a ver. De pronto y quizás a unos diez metros de distancia, vio una tenue luz azulada, parecía una sala con su puerta entreabierta. Los murmullos regresaron de nuevo y Fernando, detuvo otra vez sus pasos. Quiso decir «Hola» en voz alta, pero era tanta la tensión que sentía que no pudo emitir palabra alguna. Quiso retirarse y sus piernas no lo dejaron. Quiso seguir hacia adelante pero su voz interior no lo dejaba. Quiso saber qué demonios era todo aquello, pero seguía sin respuestas. Quiso cerrar sus ojos y no lo consiguió, porque cuando intentó hacerlo, una silueta humana enorme, probablemente de más de dos metros, apareció imprevistamente enfrente suyo. El pavor lo dejó petrificado y enmudecido. No pudo verle su rostro, ese ambiente lúgubre no se lo permitía, además, el extraño llevaba una especie de capucha sobre su cabeza. Fernando quedó mirándole, escuchando sólo a su corazón cabalgando a gran velocidad. De pronto, otra silueta emergió detrás de la primera, sólo que más chica, de mediana estatura. Tampoco se le veía el rostro, aunque llevaba su cabeza descubierta. Fue ésta última la que emitió unas palabras, las cuales, lejos de disminuir el miedo y la confusión de Fernando, los incrementaron todavía más. Era un timbre de voz casi que distorsionado, imposible de identificar si era de hombre o de mujer. Fernando se limitó a escucharle… - ¿Quién te permitió la entrada a este sitio?- Preguntó el extraño más bajo de estatura- Este no es tu lugar, no tienes permiso de ingresar en él. Fernando, juntando una pizca de coraje, le expresó a su interlocutor: - Yo… yo no sabía, vine porque… Las luces de la confusión

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- Estás molestando, no eres aceptado aquí- Interrumpió tajantemente el extraño. - Realmente lo siento mucho, no fue mi intención molestarles; ¡ahora mismo yo me retiro de aquí, discúlpenme! El asombro fue aún mayor, cuando la silueta menor se acercó más a él. Sus ojos casi se despegaron del susto que le provocó al ver el rostro del ser que tenía adelante. Inexplicablemente, la oscuridad cedió terreno y una suave luz iluminó el lugar: era una mujer, era una persona conocida, demasiada conocida para él… ¡Era Elvira la que estaba allí! ¿Pero que hace Elvira en ese lugar?, ¿Y cómo puede estar allí si había quedado atendiendo a un chico que llegaba del colegio?, ¿Por qué es diferente su voz?, ¿Por qué negó saber acerca de lo que había detrás de la vieja puerta si ella estaba ahí?, ¿Ella forma parte de alguna organización secreta?, ¿Quién es el otro sujeto a su lado?... ¿Cómo puede estar en dos lugares? Las preguntas brotaban en su mente tales como hongos en el campo, una tras de otra, y como siempre, las ansiadas respuestas nunca aparecían para despejar los ya inmensos nubarrones que cruzaban por su cielo. Fernando empalideció por completo, tanto que no supo cómo reaccionar al verla ahí parada. Sin dudas era ella, sólo que distaba mucho de ser aquella Elvira de sonrisa amplia, de voz cálida y de trato amable. Era ella, la misma que desde hacía cinco años venía conociendo en ese ambiente laboral, pero su mirada no era la misma, como que imponía cierto límite, cierta distancia y eso, Fernando lo pudo sentir en su interior y la herida fue más dolorosa cuando ella, le expresó a secas: - Eres un impertinente, cruzaste hasta aquí sin consentimiento alguno, no debiste hacerlo, no deberías estar aquí -advirtió la mujer con rostro muy poco amigable, casi que amenazante. Fernando emprendió su retirada, dando un paso hacia atrás, luego otro, y otro más, mientras veía a dos extraños más, encapuchados también, saliendo de esa habitación, tan altos como el primero que lo «recibió» y colocándose ambos detrás de Elvira,

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como si fueran unos guardaespaldas. Fernando sintió que perdía su alma ante tanto terror que le produjo este incidente, por eso, apresuró su huida. Tal vez fueron veinte ó treinta metros los que tuvo que correr para alcanzar la salida, a través de esa vieja puerta por la que ingresó rato antes, pero le pareció una eternidad terminarlos. Al llegar por fin a la misma puerta, la abrió tan rápido como pudo y sin siquiera mirar un segundo hacia atrás, la cerró de un portazo y calzó la tranca de madera. Tragó un poco de saliva, su boca estaba tan seca como el suelo del desierto más árido que existe sobre La Tierra. Intentó controlarse, mantener la calma, pero no lo consiguió. Sentía que un tsunami había pasado por su mundo interior barriendo con todo. No lograba entender nada de lo que habían apreciado sus ojos. Por momentos le parecía haber vivido una pesadilla, luego caía en la cuenta que lo vivido minutos atrás, fue verdadero. En medio de tanto desconcierto interno, optó por ir al baño para arreglarse un poco, pero al segundo desistió porque se acordó de haber dejado a Elvira atendiendo sola a un niño escolar. En realidad, quería corroborar si ella seguía estando allí, si es que continuaba en ese mismo lugar, ¿cómo era posible estar en dos sitios al mismo tiempo? A menos de que se tratara de una broma rara, o de una hermana melliza, ¿cómo eso pudo ser posible?, se cuestionaba. Se dirigió hacia allí y al llegar observó al mismo niño que vio antes, que ya estaba partiendo con su libro de estudios y ¡a la mismísima Elvira despidiéndolo con un cariñoso beso en la mejilla! Era algo imposible de creer. De repente, Elvira giró su cabeza hacia donde se encontraba y le sonrió como tantas veces lo hacía, se aproximó y borrando rápidamente la dulzura de su rostro le dijo: - No debiste cruzar por ese umbral; hay lugares a los cuales no debes de ingresar por el simple hecho de que no perteneces a ellos. Una gota de sudor corrió por su frente, hasta morir estrellada Las luces de la confusión

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en el cuello de su camisa sucia por el polvo gris. Una vez más, no podía comprender nada. Las respuestas brillaban por su ausencia. Elvira extendió una de sus manos y casi que por arte de magia, nubló los ojos de Fernando, cayendo este como plomo al piso. Al despertar, sólo oyó la dulce voz de su compañera quien lo llamaba insitentemente, tomándole el hombro con mucho cuidado. - Muchacho… Fernando, Fernando… - ¡Oh!... qué… qué sucedió ¿Elvira?¿Qué me sucedió? -preguntó confundido mientras se frotaba con sus manos los ojos. - Fernando me diste un susto, te desmayaste y quedaste tendido en el piso - ¿Me desmayé? -Sí muchacho, suerte que reaccionaste, estaba decidida a llamar un médico. Fernando se reincorporó después de su cincurstancial indisposición. Se puso de pie, se sacudió los puños de la camisa y dio una mirada de ciento ochenta grados a su alrededor. Elvira le sonreía cariñosamente. El reloj marcaba las dieciocho horas y cinco minutos. Era tiempo de cerrar e irse a casa. Confundido por la situación, Fernando, agarró su morral de trabajo -antes bebió un vaso de agua fresca ofrecido por su compañera de trabajo-, colocó sus cosas adentro del mismo y se despidió de Elvira antes de abandonar el recinto con un tímido «Hasta mañana» que emitieron sus labios. Se fue caminando lentamente hacia su hogar, mientras pasaban por sus costados personas indiferentes que no saludaban ni decían permiso, sólo chocaban con sus brazos y continuaban su trayecto apresurado. El viento despeinaba su cerquillo e iba calando su piel, pero esto ya no le importaba demasiado. Se fue atontado mientras especulaba a cerca de su repentino desvanecimiento, al tiempo que por su mente, divagaban figuras difusas, sin aparentes conexiones entre sí. Imágenes como el de una puerta vieja abriéndose, un largo pasillo oscuro, una sala con una luz azulada

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muy tenue, seres altos cubriendo sus semblantes y Elvira… una Elvira con esa clásica sonrisa dulce conocida por todos; pero había algo perturbador en esa imagen: sus ojos y manos, estaban revestidas de terroríficas sombras. «Tonterías mías» se decía así mismo, pero igual, continuaba aturdido internamente. En eso, Fernando ya había llegado a otra puerta, una más amena y conocida: la de su propia casa. El sol, lentamente, iba ocultando su rostro de Las Luces, por detrás de aquél lejano horizonte sin límites.

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LA NOCHE EN QUE LAS LUCES DEJARON DE BRILLAR

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currió pasada las veintitrés horas de un sábado de verano. Todo parecía un fin de semana normal en Las Luces, aunque no sé si el término «normal», se puede ajustar a un lugar tan peculiar en el mundo, como lo es esta villa. La gente del pueblo estaba tomando parte en diversas actividades, ya sea de trabajo, de ocio, en familia, entre amigos; todo iba encaminado por los carriles correctos. Todo parecía marchar sensatamente, hasta que sorpresivamente, sucedió lo que nadie podía sospechar de antemano. La villa entera se había quedado sin energía eléctrica. Los edificios públicos, los negocios, las casa de familia, los focos del alumbrado de las calles, todo estaba a oscuras, como si un inesperado apocalipsis hubiera barrido con toda la vida de una localidad de casi ocho mil habitantes. ¿Y qué pasó?, ¿Fue un corte programado?, ¿Nadie se hace cargo de esto?, ¿Durará mucho? fueron algunas de las tantas interrogantes que se formularon en el ambiente, ya en las puertas de una nueva semana por comenzar. A doña Jacinta -tan precavida como lo era-, este suceso la tomó por sorpresa. Maldecía y blasfemaba al Ente del Estado encargado de proporcionar la tan apreciada energía, porque ahora se le echaría a perder la comida que guardaba en la heladera. Tenía algunas velas, pero como desde un tiempo ya venía manifestando: «Son una porquería, se consumen rápido, son muy finas y no alumbran como las de antes» -palabras de una entendida en el tema. Michael y Branco, dos amigos adolescentes quienes estaban mirando una serie en la tv instalada en la recámara de este último, se quedaron con la intriga de conocer el final de la temporada.«¡¡Malditos bastardooos!!» -gritaron a dúo exteriorizando su rabia. Roberto, se encontraba cocinando para unos amigos en su cocina eléctrica, cuando quedó completamente a oscuras. Lanzó palabras

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ordinarias hacia todos los puntos cardinales y se lamentaba de que su horno no fuera a gas. «Debí comprar el que me dijo mi mujer, era a gas y más barato que este que al final, decidí adquirir»- Hablaba para sí. La disco estaba repleta de jóvenes y el dj Mark -el más prestigioso de la región-, quién por primera vez animaba una noche en la villa Las Luces, comenzaba a calentar la pista de baile con las primeras melodías dance, sólo que la oscuridad terminó por vencer al ritmo y el colorido del evento de manera inesperada y abrupta. «Yo no creo en brujas… pero que las hay las hay. Mi primera vez en este lugar y no más esto tiene que venir a pasarme… Es como un chiste de mal gusto. Al final, tenían razón mis amigos que me aconsejaban de no venir a este pueblo porque estaba maldito… Ahora les doy la razón.» -reflexionaba un desilusionado trabajador que vio frustrada su labor y su brillo esa noche. Jorge y Andrea, celebraban su primer aniversario de matrimonio en su hogar del centro. Habían preparado cada detalle, tal como se ven en las películas: una cena romántica, champagne, música suave de fondo, excepto una cosa que a último momento decidieron descartar, las velas. Las consideraron anticuadas y por lo tanto desistieron en usarlas esa noche. Pensaron en dejar una luz tenue que alumbrara el comedor en sustitución de las mismas. Todo iba excelente cuando pasó lo que pasó. No se veían los rostros y encima Jorge volcó con su codo la copa llena de champagne cayendo ésta al suelo y rompiéndose en pedazos. Andrea para colmo, quiso ayudar y se lastimó un pié con un cristal roto. «Feliz aniversario… mi amor»- Expresó con cierta ironía una Andrea que buscaba por su cuenta el botiquín de primeros auxilios y rabiaba por dicha situación. Jorge, simplemente blasfemaba a las paredes, al techo, al piso, mientras a su paso, iba chocando con los muebles del living. Paloma, una menudita niña de ocho años, estaba en su cuarto cuando miró hacia afuera. Era todo oscuridad. Las estrellas en el Las luces de la confusión

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cielo titilaban en lo alto, pero el cerro Las Luces hacía lo propio para llamar la atención. «¡Mamá, papá… el cerro tiene algo!- Atinó a decir a los gritos para que sus progenitores vieran lo que ella estaba viendo en ese preciso momento. Y por cierto, el cerro tenía «algo» sobre su cima. Era una hermosa luz celeste que lo estaba coronando como a un mismísimo rey. La imagen era para encuadrar. Una bellísima postal nocturna, sin la contaminación lumínica del ser humano. A sus pies, un pueblo de mortales y sombrío; arriba, la majestuosidad del universo. Todos empezaron a ver en dirección del mismo. Se sorprendían y se maravillaban a la vez con el atrapante espectáculo. Es que se había robado totalmente el protagonismo de la noche. El fenómeno duró un largo rato, muchos dijeron que se extendió por casi veinte minutos, otros, un poco más, pero lo cierto, es que dejó una huella imborrable en la vida y el folclore del pueblo. No era la primera vez que ocurría algo así en el cerro. Ya había acontecido algo similar unos veinte años atrás, sólo que los más jóvenes, o no habían nacido en esa época ó eran muy pequeños como para recordarlo. La extraña luz celeste desapareció de la cumbre del cerro como por arte de magia, pero la luz eléctrica en la villa, no volvió hasta las primeras horas del amanecer del domingo. Las anécdotas y comentarios brotaban como lo hacen las flores durante la primavera. Algunos atribuyeron esto a un mensaje divino, otros se llenaron de horror al creer que sería una señal funesta. Hasta hubo personas, quienes formularon ciertas teorías conspirativas, como que lo acontecido era producto de un experimento secreto militar o de algún grupo encubierto por el gobierno. Pero el halo de misterio quedó sobrevolando el cielo de Las Luces por mucho tiempo y ese cerro, una vez más y como tantas, era centro de debates prolongados y exacerbados. Un verdadero Rey que mira desde las alturas a sus vasallos efímeros.

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EL DIARIO DE GINA

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uerido diario, hace tiempo que no te escribo; meses a decir verdad, pero creo que ha llegado el momento de hacerlo y aunque me duela confesártelo, esta será la última vez que lo haga. Hace poco cumplí veinte y creo que ha llegado el momento de decirte «en la cara», gracias y adiós. Es que todo tiene un ciclo en esta vida, un comienzo y un final y yo siento, que nuestro camino termina justo hoy y aquí. Has sido una parte importante en mi vida, estuviste ahí conmigo en las buenas y en las malas, incluso, cuando ningún otro ser humano estaba a mi alrededor y yo los necesitaba. ¡Oh mi diario! mi buen amigo, mi pilar, mi compañero fiel, mi almohada, mi manta para el frío del alma, mi cofre de los sueños, mi tumba, mi universo, mi fuerte. ¡Dios Santo!, cuántos años te he compartido mis secretos, mis deseos, mis frustraciones, en resumen: mi mundo interior. Pero ya es hora de terminar este camino contigo, por eso, con hondo dolor, debo decirte gracias y adiós; gracias por todo este tiempo compartido, adiós porque ya estoy lo suficientemente grande como para continuar escribiéndote, porque esta despedida es algo así como un: «hasta siempre». Todo esto me cala hondo porque en definitiva, es como estar perdiendo a un pariente cercano o una amiga pero como te dije antes, tengo veinte y ya cuando tenía dieciocho me repetía a mi misma que era una estúpida al ver a mis amigas de mi generación que andaban «en otra» y yo, con un diario intimo como el que usaba mi hermana mayor en su adolescencia. Quiero que sepas que esta actitud mía no es un menosprecio, para nada, en absoluto; es sólo que termina una era y comienza otra en mi mente, en mi cuerpo, en mi ser todo. Demás está en decirte que mi vida ha sido caótica; mis padres separados y luego Las luces de la confusión

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divorciados un mes antes de mi quince, una hermana mayor que fue la nena consentida de papi y de mami -y aún lo sigue siendo después del divorcio de estos-, otro hermano mayor atorrante y mujeriego, yo con mi carácter atómico a veces y sombrío en otras Viví mi infancia y adolescencia como pude, entre gritos, peleas, indiferencias y hasta algún severo apremio físico de parte de mis viejos. Crecí y me las arreglé en un entorno turbulento, hasta que llegado mis dieciocho me largué a vivir sola, en esta casa modesta de un solo dormitorio, una pequeña cocina, un baño, de paredes algo húmedas y descascaradas; hace ya dos años, ¡rayos!, cómo pasa el tiempo ¿pero sabes qué?, Las Luces me asfixia, siempre lo hizo y si sigo viviendo en este apestoso pueblo, lo seguirá haciendo hasta matarme, por lo tanto no tengo opción; o me quedo a vivir aquí esperando a que me quite la respiración, o me largo para respirar otra vida, andar por otro paisaje, bajo un nuevo sol -que no es otro que el mismo que nos ilumina , es un decir claro está. El trabajo de cajera en un mini mercado no me da para mucho, mi sueño era ahorrar algo, casarme con aquel chico que creía que me amaba, estudiar clases de danza clásica y ser una gran profesional en la materia y demostrarles a todos esos incrédulos y envidiosos que si uno persevera y pone todo su potencial en algo, ese algo se puede materializar, pero ya ves lo que sucedió, ni pude ahorrar dinero, ni me casé con ese idiota que me engañó con mi «fiel amiga», ni pude estudiar lo que quise, porque la mujer que dictaba clases de danza clásica murió de un paro cardiorespiratorio en una fiesta de cierre de año en el club social de Las Luces ¿Ves lo que te digo cuando me refiero a este maldito pueblo?... si no te sales de él, él tomará tu vida y te la hará añicos. Por eso quiero escapar de aquí. El futuro no existe, es pura utopía en este rincón ignorado del planeta. Mañana mismo me iré. Tomaré el ómnibus que parte de la agencia a las 6 de la mañana con rumbo a la capital, estoy decidida. Que me mate la gran ciudad antes que este nauseabundo y miserable pueblo. ¿Mi familia?, yo no les importé mucho antes cuando niña, y ahora con veinte, mucho menos ¿y

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mis «amigos» del colegio y de barrio?, les deseo suerte, aunque espero que algún día sus dientes muerdan el pavimento de estas calles. ¿Resentida?, tal vez tengas razón pero tengo memoria y ésta, cada tanto me lastima y también me hace acuerdo de dónde vengo y hacia dónde debo dirigir mis próximos pasos; tengo motivos suficientes y me bastan. Punto. Este es un lugar gris: su gente es gris, sus calles son grises y si algo bastaba ¡hasta la mayoría de sus autos son grises! Por eso, yo no me arrepiento de decirte que este pueblo es maldito porque está maldecido; no sé quién habrá sido, que cosa ocurrió, cuándo sucedió, pero que existe alguna extraña clase de condena sobre Las Luces; existe,a mí no me van a hacer creer otra cosa. Muertes insólitas, desapariciones, apariciones, hasta un monstruoso cerro con leyendas inacabables de ayer y de hoy. No lo sé, habrá un gran cementerio indígena debajo de nuestros pies, será una oración oscura de algún chamán antiguo, será el universo que conspira contra este pueblo, será de Dios, yo no lo sé y creo que ya no tengo ganas de saber nada más de este sitio perdido en el mundo. Por todo esto, debo irme y debo matarte, porque no puedo llevarte conmigo hacia donde voy y menos dejarte aquí, enterrado, o tirarte envuelto en una bolsa negra al tacho de basura que está en frente de casa. Nadie debe de saber de tu existencia porque es algo entre tú y yo. Como desde un principio lo ha sido. Esta es una despedida, ¿horrenda? seguro que sí, porque no imaginabas algo así y yo, no esperaba concluirte de esta forma. Seguro que Las Luces ha incidido un poco en este final siniestro, como en la vida de todos aquí, pero debo hacerlo. Arderá cada una de tus hojas, que son mis hojas porque allí se ven reflejadas mis palabras del alma. Allí está todo… o casi todo lo mío. Te irás de mi vida, como así te llevarás parte de mí, de mi gris y joven historia. Diez años es mucho y poco tiempo a la vez, lo suficiente como para conocerme bien,lo suficiente como para quererte mucho. ¡Qué ironía de la vida! Las luces de la confusión

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00Por eso quiero que sepas, quiero que entiendas, que por más insensible que esto parezca, créeme que es necesario pues estas serán mis últimas líneas. Ya se hizo la noche, es otra noche hiriente en Las Luces, como casi todas las anteriores, pero no sé por qué, aún así, todas tienen «ese algo distinto», «ese algo» que las hace un poquito únicas y diferentes a las demás. Querido diario,mi camarada envejecido y cada vez más amarillento, me despido de ti para siempre, hoy, aquí, en esta nueva noche avasallante. Querido, ¡gracias por haber sido mi confidente, por haber sido mi bastón en el cual apoyarme, gracias! Gracias porque aunque eres algo inanimado, con mi corazón, yo te di alma y vida. Por eso mi querido,nuevamente te digo, desde esta pequeña y ruinosa habitación y desde lo más profundo de mi mundo interior «gracias y hasta siempre, mi viejo amigo.»

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Mi nombre es Heber Mayo. Nací en 1981 en un pequeño pueblo llamado José E. Rodó en el departamento de Soriano, Uruguay. Actualmente trabajo como administrativo en el municipio de dicha localidad. Mi otra vocación, y quizás la más importante, es escribir… lo ha sido desde que era pequeño ya que mis padres me inculcaron el amor y el respeto hacia los libros. Años después comencé por participar en diferentes concursos literarios, el primero de ellos fue en 2002 en mi propio departamento con motivo de los 200 años de la ciudad capital: Mercedes. En 2004 decidí publicar semanalmente (aunque por unos meses) poemas de mi autoría en un diario de tirada departamental llamado Acción. Luego seguí participando en concursos de diferentes partes del país como el de «Lolita Rubial» entre otros. En 2012, y por cuatro años seguidos, opté por ser partícipe del certamen internacional de poesía «UPF Argentina». En 2017, lo fui del certamen organizado por «Fundación ITAÚ»… y ahora, parte de mi sueño se está haciendo realidad al poder dar a conocer a todos mi primer «hijo» llamado «Las Luces de la confusión». «Las Luces», es un lugar ficticio, salido de mi imaginación. Un lugar donde lo cotidiano, lo común, lo ordinario puede llegar a revestirse del mayor misterio y tornarse hasta muy… peligroso.


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ÍNDICE GÉNESIS ...................................................................5 MIRANDO LA VIDA DESDE UN RINCÓN PERDIDO EN EL MUNDO ..................................................................11 UN LUNES VESTIDO DE LLUVIA ................................15 LAS HUELLAS INVISIBLES DE ANA ............................20 DIME QUIEN ERES ...................................................25 LÁGRIMAS EN EL RESPLANDOR ...............................35 PRESENCIA AUSENTE ...............................................52 MANO A MANO .....................................................56 EN BÚSQUEDA DE ALGUNA SEÑAL ............................64 CUANDO UN MUNDO ESTALLA .................................69 LA POBRE Y EXTRAÑA LEENAHK ..............................75 LOS IMPOSTORES ....................................................79 LAS LUCES DE LA CONFUSIÓN ..................................93 LAS LUCES NUNCA SE APAGAN ...............................98 EL PORTAL LUMINOSO ......................................... 102 CONFABULACIONES NOCTURNAS .......................... 106 BAJO LA LUPA HARPÍA ......................................... 112 NO DEBERÍAS ESTAR AQUÍ .................................... 120 LA NOCHE EN QUE LAS LUCES DEJARON DE BRILLAR .......................................................... 129 EL DIARIO DE GINA ............................................. 132

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MONTEVIDEO, 2018 Las luces de la confusiรณn

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