Presentación
Una tragedia marcó el principio del año 2025 en Guatemala. El 10 de febrero, un accidente de bus, cobró la vida de 54 personas. Probablemente antes del 14 de febrero, Día del Cariño, ya todo quedó olvidado. La falta de memoria histórica y de pensamiento crítico son marcas en la piel de todos los guatemaltecos.
Lo cotidiano sigue y mañana otro accidente o una nueva tragedia volverán a ser noticia viral en redes y en medios de comunicación. Todo se agregará a la amplia Biblioteca del Olvido, la única que funciona bien en nuestro país.
Los integrantes del taller de escritura -ARTES LANDÍVAR/CREARTE de la Universidad Rafael Landívar de Guatemala- presentan aquí sus vision de la tragedia. Tenemos la esperanza de que las plumas jóvenes atestigüen la realidad nacional y siembren las semillas del cambio.


El último pasaje
Breerio
Otra vez el cielo está sobrecargado.
Otra vez el cielo lloró.
Otra vez el cielo recibió todos nuestros sueños.
Me siento tan adormecido, saliendo de un coma en el que todos los días tenía que ir a trabajar. Iba en el bus escuchando música como de costumbre. Como se esperaba, otra larga jornada esperando un te extraño. Un te amo. Pero me fui antes de ello. Acurrucados todos, esperando unos billetes y monedas en el bolsillo. Me decías antes de irme que no tenía remedio; solo la puerta me ayudó a no hacer ruido y quedar con una despedida pendiente.
Otra vez mi billetera pasó hambre.
Otra vez el bolsillo del mendigo se sacudió mientras corría a mi parada.
Otra vez todos intentaron venderme algo que no necesitaba.
El pecho pesado y manos adormecidas. Escuché las noticias entre un coro de llantos. Me estaba desvaneciendo, pero mamá se desconsolaba. Todos decían que me conocían, pero solo veía caras borrosas. El humo del respirador me dio mi último respiro. Crees cenar plátanos con frijol pero solo te vi con ojos entrecerrados llorando. Fuimos tendencia con nuestra partida. Todos se indignaron, pero realmente no pasó nada; solamente se repitió por todos lados mi mayor pésame. Pequeño milagro, nos fuimos antes de tiempo.
*Bridghite D'Trinidad

De un viaje sin regreso
*Andrés Alejandro Rodriguez González
En la madrugada oscura y fría, un bus partía con alegría. Desde San Agustín salía, hacia la capital se dirigía.
Por el puente Belice avanzaba, cuando el destino lo acechaba. A gran velocidad descendió, y en un instante todo cambió.
El conductor perdió el control, el bus cayó sin redentor. Cincuenta y cuatro almas se apagaron, familias enteras lloraron.
Cámaras captaron su andar, sin problemas parecía rodar. Pero al llegar al puente fatal, todo terminó en tragedia mortal.
El bus, sin freno, avanzó, contra conos y autos chocó. En un barranco finalmente cayó, y la esperanza allí se extinguió.
El país entero se unió en dolor, ante la pérdida. Que esta tragedia nos haga pensar, en la seguridad al transitar. Para que nunca más vuelva a pasar, un viaje sin regreso al hogar.
Lloren, griten, rían y enfurezcan, pues la negligencia les ha quitado la vida
Permitan que su mundo se vista de negro
Pero espero con el tiempo, este duro invierno se vuelva primavera
Dejando un amargo recuero que dolerá cada día.

No hay una cifra exacta
* Dalma Gretel González Escalante.
No hay una cifra exacta, 53, 54, 55 o solo más de 50.
Al igual que aquella cifra no había un reconocimiento de rostros correcto.
Solo habitaban los rumores y especulaciones, un murmullo colectivo que pronto fue apagado por el ruido del río.
El 10 de febrero de 2025 marcó a aquel sitio como nuevo montículo, uno condenado a cargar con cruces y flores.
El ambiente pasó de murmullos a llantos, no hay nada más que sentimientos encontrados, en especial porque no era la primera vez, el ser humano suele condenar a un lugar a impregnarse de dolor y desesperación, no era la primera vez que la tierra se llenaba de sangre y no se determinaba una cifra exacta.

El niño y el bus
(Escrito por el Aprendiz del Sastre)
Solo me dormí durante diez segundos,
A pesar de que la radio venía a todo volumen.
De repente, sentí un gran golpe, un gran miedo, una duda.
La pereza de los lunes y un mal presentimiento.
Era mi primer día de la escuela, pero no quería ir todavía.
Se me ahogó un grito, porque salivaba como loco.
Quise rezar, pero no podía. No me salía ni un Padre Nuestro ni un Ave María. Buscaba a mi mamá y sólo encontré un río de aguas negras,

El Silencio de los Ciegos
*Mariana Torres Ruano
Guatemala de la Asunción, 9 de diciembre de 2012
A mis conciudadanos:
Mi nombre es Felipa Agramante, y nací en Cartenango, un pueblo abandonado entre las montañas, donde los días transcurren al ritmo de la tierra. Esta será la última vez que el pueblo sabrá de mi antes de que la enfermedad me quite la poca cordura que me queda. Hoy a mis cincuenta y dos años, siento la urgencia de compartir la historia de mi vida, mientras mi cuerpo se consume. Deseo que mi verdad llegue a otros, testimonio de la resistencia.
Viví el Conflicto Armado Interno, desde el inicio hasta el final. Noté cómo el país se impregnó de individualismo y miedo, para siempre.
Cartenango era un lugar encerrado, olvidado por el resto de la nación, donde el frío era extremo y los veranos le hacían competencia al mismísimo infierno. Las noticias de la guerra llegaban por rumores, susurros de campesinos que se aventuraban a la capital y escuchaban sobre soldados y guerrilleros, desapariciones y masacres. Al principio, todo esto era un eco en el pueblo. El mundo,
para nosotros, solo estaba enfocado en nuestras casas de adobe y techos de lámina. Pero la guerra, tarde o temprano, alcanza a todos.
Aunque, el país ya estaba en ruinas incluso antes del conflicto. Cuando era niña, mi abuela, una mujer de sabiduría ancestral, solía contarme historias de una época perdida. Una noche en particular, compartió un relato bastante deprimente.
Sentada en chinito, con una cubeta entre las piernas, intentaba mezclar una leche barata para cuajar mantequilla. El débil fuego frente a mí no me permitía ver si estaba espesando o no. solo sentía los salpicones viscosos, mis dedos pegándose entre sí al mover la paleta de madera. Mi abuela se mecía a mi lado, contando las fichas que había guardado en su delantal en el día.
Esa noche, me introdujo a los Hombres. Protectores, caballeros que amaban a sus esposas, hermanas, e hijas. Con la mirada enfocado en las llamas, recordó cómo atendían con devoción a sus mujeres, proveyéndoles un lugar donde guardar a sus pequeñas familias. Los Hombres llevaban décadas desaparecidos incluso antes de que naciera.
Guatemala era diferente bajo el mando de los Ciegos. Estos son humanoides, similares a los Hombres en lo físico, pero con una moral corroída, engendrada de la maldad más pura. Consideran, aún hasta la actualidad, que las mujeres son posesiones de ellos.
Las embarazaban cuantas veces quisieran para demostrar territorialidad entre ellos, no siendo mejores que un perro que hace pipí sobre las paredes de su casa. Infieles, abandonando esposas por una mujer más joven, quien después viviría el mismo destino que la predecesora al momento en que envejeciera. Manejan como proyectiles por las carreteras sin cuidado alguno, provocando guerras por su ego exacerbado, asesinado personas y animales por simple entretenimiento.
Ninguna mujer, según mi abuela, podía escapar de sus garras. Ese era el destino para todas. Si esta mentalidad no se terminó de plantar en mi casa, las instituciones a mi alrededor reforzaron esas ideas hasta marcarme en el cerebro el hecho de que no existe una escapatoria.
Se instauró en el pensamiento colectivo que las mujeres son simples instrumentos para la voluntad de los Ciegos. Por muchos años, el pueblo guatemalteco no cuestionaba esas normas. Esto solo empeoró cuando comenzó la guerra.
Ciegos, ejerciendo como soldados del ejército, llegaron con sus fusiles, pisando fuerte sobre nuestras calles empedradas. Hablaban de guerrilleros, traidores y enemigos del Estado, que buscaban destruir todo lo que conocíamos. Instaron a otros Ciegos a formar Patrullas de Autodefensa Civil, algunos bajo amenaza de muerte. Mi esposo fue uno de ellos.
Meses antes de la llegada del ejército, con veinte años recién cumplidos, me casé entre telas blanco hueso. Este Ciego nos llevó a vivir a la casa de su madre, en las orillas del pueblo. Aislada, los cultivos eran mis únicos amigos.
Nunca lo amé. Me amarré en ese contrato por imposición de mi familia, temerosa de mi reputación ante la sociedad. Este Ciego era violento, como todos los de su especie. Al volver de sus juntas de patrulleros, era aún peor. Sus manos eran instrumentos de tortura, aunque sus ojos siempre estaban vacíos. No había ningún pensamiento detrás de ellos.
Los golpes eran igual de fuertes que las campanadas de la Iglesia de San Jerónimo. Cuando el médico del Centro de Salud nos declaró que no podría darle hijos, ese desprecio aumentó. Mi infertilidad era mi mayor fracaso como mujer. Mi esposo hablaba del tema como si hubiera llevado una maldición a nuestra casa.
A pesar de que estuvo presente cuando el doctor reveló el diagnóstico, mi marido creía que yo no quedaba embarazada por él no estaba teniendo suficiente sexo conmigo. Por tres meses, atravesé
por violaciones sistemática. Su ira ante el fracaso se tradujo en más golpes. Me atacaba con cualquiera cosa que encontrase a su paso, como si sus puños no fueran suficientes. Fue entonces cuando encontré refugio en la Iglesia de San Jerónimo.
Era el único lugar donde podía respirar sin temor. A veces ni siquiera rezaba. Fue allí donde conocí a Miguel, un niño de siete años.
Era un huérfano de la guerra. Sus padres habían sido asesinados en la masacre de uno de los pueblos vecinos. Había llegado a Cartenango junto con otros niños desplazados, buscando refugio. Su pequeña mano tocó mi hombro, sus cejas negras levantadas en su frente.
¿Por qué estás solo?
Vengo todos los días a rezar, por una casa esos ojos negros parecían contenían el dolor de cientos.
Encendió una inquietud en mi cabeza. San Ranea, un pueblo entre los cerros se convirtió en nuestro refugio. Allí estaba el Convento de Santa Teresa, donde un grupo de hermanas nos acogió, abriendo su techo para escondernos de la guerra y la violencia.
En este pueblo, decidí dedicarme a la educación de los niños desplazados, aquellos que, como Miguel, habían perdido todo por el conflicto. Dentro del convento, con ayuda de las monjas, abrimos una escuela clandestina. No podíamos llamar la atención de los Ciegos, o del ejército: las patrullas aún vigilaban los pueblos. Cualquier actividad subversiva era castigada.
Enseñábamos a leer y escribir, pero también sobre igualdad, respeto, y todos los valores que los Ciegos habían intentado borrar. Los rumores se comenzaron a esparcir entre las mujeres del pueblo. En su gran mayoría, víctimas de violencia, comenzaron a unirse a nuestra causa. Entrando a sus hijos por la puerta de atrás del convento, desafiando la hegemonía que los Ciegos habían impuesto.
En algún punto, una de las hermanas decidió que el movimiento debía ser nombrado. Si algo no se nombra, no existe ante la sociedad, después de todo. «Las Tejedoras» nos llamábamos, con la misión de reconstruir una Guatemala que llevaba mucho tiempo destruida, incluso antes de la guerra. Nuestro trabajo se enfrentaba a variados riesgos cada día. Las patrullas comenzaron a sospechar de nuestras actividades. Las notas amenazantes no tardaron en llegar a la puerta del convento. Perdimos a algunas compañeras, detenidas por el ejército. Otras desaparecieron en medio de la noche, abandonando todas sus pertenencias.
Miguel se crio en este entorno de lucha y esperanza, rodeado de mujeres y niños. Se convirtió en un joven valiente, comprometido con la educación de los jóvenes y la justicia. En lo personal, considero su vida como mi mayor legado de lucha.
Hoy, mientras escribo esta carta en un lugar remoto de Guatemala, siento a la enfermedad debilitar mis nervios. Aun así, la esperanza vive en mí. No lograré ver el futuro que soñé para mi país, pero confío en qué las semillas plantadas continuaran creciendo.
A las mujeres que aún enfrente la violencia y el silencio, ustedes son las herederas de nuestra lucha. Los niños que hoy crecen en este país herido, ellos son el futuro.
Miguel creció en ese entorno de lucha y esperanza. Se convirtió en un joven valiente, comprometido con la educación y la justicia. Su vida es mi legado.
Hoy, mientras escribo estas palabras, sé que mi tiempo se acaba. La enfermedad que llevo dentro me ha debilitado, pero no me ha quitado la esperanza. Sé que no viviré para ver el futuro que soñé para Guatemala, pero confío en que las semillas que plantamos seguirán creciendo.

El último asiento
*Mario Fernando Rodríguez Álvarez
Parecía una madrugada cualquiera, un bus lleno de pasajeros partiendo de la estación departamental con rumbo a la gran ciudad. Algunos iban a trabajar, estudiar, visitar amigos o por miles de motivos personales más: todos compartiendo el mismo bus.
Sin embargo, en la última fila, un anciano sentado con ojos meditantes, pasaba desapercibido para todos. Nadie lo notaba. Conforme el bus avanzaba, aumentaba su velocidad y cada curva se convertía en una pista de hielo donde todos resbalaban.
Aquel anciano, con sus ojos entrecerrados, meditaba sobre cómo serían las cosas de diferentes si tan solo una circunstancia cambiara aquella madrugada: piloto, las carreteras y los vehículos que circulaban por ellas, la fe de los pasajeros o un cambio de ruta.
Pero el destino estaba sellado, se decía. El bus volcó en una curva que no pudo tomar, y luego de unos segundos, silencio. Varios heridos y muchos fallecieron también. En ese momento, el
anciano abrió los ojos y varios pasajeros le notaron entonces: vestido de negro con un cierto nimbus a su alrededor, era escalofriante.
Ante esta figura espectral, los visajeros en el bus se pusieron a orar, el piloto redujo la velocidad y el anciano se bajó en la siguiente parada. Nadie logró distinguir el rumbo que tomó, perecía haberse esfumado en la neblina.
El bus finalmente llegó a su destino. El anciano no era más ni menos que el ángel de la muerte, viendo el futuro y acompañándolos en su último viaje listo para reclamarlos. Sin embargo, todo cambió en un minuto. La enseñanza que les dejó es que la vida y el viaje depende de la responsabilidad de todos, la fe y la oración.
mientras que el PARLACEN dentro de su comodidad les desean “mucha fuerza a las familias de las víctimas, para este hecho asimilar.
Es fácil hablar en vez de actuar y me culpo a mí también, que escribo esto detrás de mi celular, sabiendo que allá afuera hay personas que están en un dolor profundo, que perdieron a sus hijos, esposos esposas, amigos.
Personas las cuales su vida iba relativamente «bien» y todo cambió en un suspiro.
No imaginamos el dolor y nadie lo quiere imaginar, pero se necesita hacer para la empatía poder despertar.
Mejoremos para que este país desigual, se convierta realmente en un hogar.

Reflexión
*Ingrid Villegas
En una carretera transitada, a pocos metros del precipicio, un bus se desplomó, nadie imaginó ese destino truncado. Más de 40 almas partieron en un instante, dejando lágrimas, dolor y desolación.
La tragedia golpeó sin previo aviso, en un país donde la vida es un regalo frágil. La carretera, los árboles y el universo fueron testigos del horror y la desesperación, sin poder evitarlo, sin poder intervenir, sin poder detenerlo.
¿Qué falló? ¿A quién se culpa? ¿Por qué de esa forma? O fue simplemente el destino el que golpeó de forma tan cruel.
Las preguntas no cesan, no hay respuestas claras, solamente queda el dolor, el luto y la impotencia, mientras las familias lloran con corazones quebrados y se vive con miedo en un país desgarrado. En esta nube de lágrimas, en donde la muerte es una sombra, nos recordamos de la fragilidad de la vida.
Un accidente, un instante, y todo cambia, dejándonos con el dolor, la tristeza y la nostalgia. Que este trágico suceso nos haga reflexionar, sobre la importancia de la vida, y su valor inestimable.

Matamos a 53
*Pablo J. Hernández Fuentes
No me sorprende. Me entristece vernos aislados, siempre buscando culpables fuera de nosotros mismos. Como si nunca hubiéramos sobrepasado el límite de velocidad, aunque fuera solo una vez. Para encontrar culpables somos buenos; para hacer pueblo, pésimos.
Tú no eres yo. Yo no soy el perrito con sarna que vi en San José Pinula ayer por la tarde. Los árboles que cortaron para hacer dinero con más concreto tampoco somos nosotros. Ellos, esa cosa, ese ser. Yo no soy más que yo y un dios en el cielo.
Tu caos es mi caos. Lo siento. No se ve hasta que se vuelve demasiado grande para no materializarse. Dicen que el polvo del Sahara hace germinar plantas en el Amazonas. ¿Y mi caos, mi odio y mi enojo no pueden pudrirte? Dicen que todo el bosque está conectado por algo muy fino y subterráneo que antes no pudimos ver, y ahora sí. ¿Será que algún día tendremos el valor de quitarnos la tierra de los ojos para empezar a ver esa tela tenue y omnipresente que nos conecta con todo lo
vivo?
Estas líneas pueden ser invisibles para quienes se escudan detrás de la irresponsabilidad personal, pensando que lo colectivo no tiene que ver con lo individual y viceversa. ¿Pero qué hacer? Es demasiado grande para comprenderlo. Aceptar que es un resultado colectivo que le tocó pagar a 53. El caos colectivo corta cabezas. Nadie está a salvo de ese verdugo que elegimos democráticamente en elecciones inconscientes sobre cómo iba a ser dirigida nuestra vida.
¿Cómo podemos vernos en otro ser si no hemos tenido el valor de vernos a nosotros mismos, adentro, bien adentro? ¿Te atreves?
¿Qué causa tu dolor y por qué lo sigues regalando al mundo que te rodea?
No fueron solo los frenos, la velocidad, la carretera. Andate tres pasos atrás, hacele un zoom out. Efectos. ¿Cuál es la causa? ¿Y qué tenemos que ver tú y yo en ella?
Que vea el que pueda y quiera ver.
Rocío
* Pepem-Karla Cal
Rocío la llamo, muy joven, en el crepúsculo cae como brisa invisible, en silencio.
Y no tarda, cuando su transparencia cambia, ya no es pálida sino negra entre la penumbra de las 4:00 a.m., entre esos días tan cotidianos que se vuelven únicos,
Así pasa en un trocito de tierra, bautizada en desgracia.
Una nación que paga con sangre de su propio pueblo, los pecados de la soberana corrupción.

Te hablo desde el olvido, porque sé que tu olvido me escucha
*Luis Alfredo Aguilar Contreras
Toda alma es una leyenda fuera de la creación, solo somos sombras herrantes,
el único milagro que he logrado realizar es ir armando esta cruz de letras y suiciadrme palabra a palabra
y la Luna me habla y trece Nubes me siguen, de tu amor solo heredé el silencio, la sangre de mi costado es la noche le predico a las estrellas
el problema con el infinito es que está dentro de nosotros en esa trampa de la nostalgia
yo, si regreso a esta vida, será como Nube.
¿Qué haces aquí? -Bautizando estrellas¿Sabes cómo se llama esa? -No-
Le voy a poner tu nombre.

Solo los autores son responsables por el contenido y originalidad de cada texto.

*Fotos donadas por el Famoso fotógrafo: MILORDOTEÑO JOAO