(las ruinas de una estación de un tranvía que en el pasado el Ayuntamiento había intentado construir sin licencia), pero luego me dijeron también que no. Con tal de que el proyecto fuese adelante, acepté renunciar a la estructura de cartón. Desde aquel momento, ya no aceptaron reunirse conmigo nunca más”. Para entonces, el arquitecto japonés ya había comprendido dos cosas fundamentales para sobrevivir en Italia: que debía de armarse de paciencia y que la única posibilidad de derribar el muro de la burocracia era recurrir a los favores de un amigo importante. En este caso fue el embajador de Japón el que batalló para que el proyecto renaciese, no sin incontables zancadillas. “Me enteré por un periodista que las obras se habían paralizado indefinidamente sin que nadie me hubiese avisado. Luego, que habían bajado el techo, algo que yo no podía permitir de ninguna manera porque se resentiría la acústica del auditorio. Pero no me hacían caso. Luego pidieron 150.000 euros más por reformar de nuevo un proyecto que ellos mismos habían alterado. He trabajado en todo el mundo, incluso acababa de hacerlo en Haití, pero jamás me había sucedido algo así”, señalaba el arquitecto nipón. La explicación a todo aquel desbarajuste sin sentido vino después, cuando los políticos de entonces y sus sucesores fueron cayendo en cascada acusados de corrupción en las obras de reconstrucción de una ciudad. Afortunadamente, el auditorio de Shigeru Ban se salvó de la quema y el resultado aún se puede disfrutar. Fuentes http://cultura.elpais.com http://cultura.elpais.com
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ABR 2015