Circo Méliès
Daja-Tarto en la gran pantalla Un faquir dispuesto a todo por
Javier Jiménez
El conquense Gonzalo Mena Tortajada parecía destinado a una vida vulgar a juzgar por su trayectoria como adolescente: reformatorio, fugas de casa, vida trashumante de maletilla... Sin embargo, dos hechos notables confluyeron para torcer su destino. El primero, su servicio militar en los fríos polares oscenses. El segundo, la lectura para distraer los pocos ratos de ocio entre guardias de un libro titulado Misterios de la Índia. ¿Sería la versión de Emilio Salgari, traducida por Carmen de Burgos “Colombine”, la protectora del joven Ramón Gómez de la Serna, o la del folletinista francés Xavier de Montepin? No lo sabemos, pero Gonzalo, subyugado por los extraños casos de faquirismo que allí se relatan, decidió probar. Uno se lo imaginó perfectamente robando las bombillas del cuartel para caminar sobre cristales machacados, y el otro introduciéndose la bayoneta hasta el esófago en las interminables horas de guardia. Nació así Daja-Tarto, nombre de indudable aroma oriental, combinación de las sílabas de su segundo apellido. Con este nombre debutó en el Circo Price de la capital del reino en 1927. El faquir Daja-Tarto se atravesaba agujas por diferentes partes de su cara; comía bombillas, yeso y cemento; se introducía una daga por la nariz; se tumbaba sobre una cama de cristales; subía por una escalera de sables; se dejaba romper un bloque de granito sobre su pecho; se crucificaba, y hasta se enterraba vivo en una plaza de toros mientras se desarrollaba la corrida. Cuando se crucificaba, se exhibía durante varios días en el vestíbulo de un teatro, mientras fumaba, charlaba con los visitantes o se tomaba un carajillo. En una ocasión, las heridas producidas por los clavos estuvieron a punto de gangrenarle los brazos, cosa que él evitó sumergiendo los brazos en agua hirviendo ante el asombro de los médicos. Cemento, colillas, cerillas, cuchillas de afeitar y bombillas constituyeron su dieta habitual en la pista. Daja-Tarto compartía escenario con los mejores artistas de la época como los Hnos. Díaz, Llapisera, Pablo Celys, René Andreu, los Hnos. Cape, Felipe Moreno, Luisita Esteso, Tony Díaz, etc. Su hermano, viendo el éxito de Gonzalo, también se hizo faquir, presentándose como “Mena, el Comensal Moderno”, pero con tal Anuncio actuación. Archivo Javier Jiménez. mala suerte que murió al poco tiempo de una perforación en el estómago. Daja-Tarto estuvo siempre unido sentimentalmente y profesionalmente a su mujer, Dionisia Gallardo, conocida como “la faquira” y en algunas publicidades como “la faquira paterneri”. Era grande y su imagen contrastaba con la menudencia de Daja-Tarto. Siempre estuvieron juntos y tuvieron dos hijas que entraron en el mundillo artístico
Daja-Tarto. Archivo Javier Jiménez.
como las Tinokas Sisters y presentaron un original número de doma de perro y gato. Daja-Tarto montó algunos espectáculos taurinos y trabajó a las órdenes del dibujante y publicista Enrique Herreros en la promoción de las películas estrenadas en el Palacio de la Música y fue también un punto fuerte en las veladas artísticas organizadas en El Pardo con motivo del 18 de julio. Su peripecia vital queda reflejada en el libro autobiográfico Memorias del enigmático faquir Daja-Tarto, pero sus incursiones cinematográficas no debieron tener mucha parte en su fama porque apenas las menciona. En tanto no se demuestre lo contrario, su debut cinematográfico tuvo lugar en Un traje blanco (Il grande giorno, de Rafael Gil, 1956), película de estampita de las que por aquel entonces realizaba Gil, a mayor gloria de Miguelito Gil, émulo de Joselito y Pablito Calvo. Daja-Tarto es un imponente Rey Mago que le regala el ansiado traje de almirantito para recibir la primera comunión. Otro niño prodigio, Miguel Ángel Rodríguez, fue el protagonista de El sol sale todos los días (Antonio del Amo, 1958), donde de nuevo se consigna la intervención de nuestro faquir. Desde nuestro sesgado punto de vista, el título más interesante en que interviene Daja-Tarto es la coproducción La muerte viaja demasiado (Umorismo in nero, 1965). Se trata de una película de sketchs que intenta conciliar humor negro y suspense. Codirigen el francés Claude Autant-Lara, el italiano de exigua filmografía, Giancarlo Zagni, y el español José María Forqué. El episodio de