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Fe & Razón: Capítulo VI

Exploradores y scouts de ambos bandos del conflicto llegaron con noticias de lo acontecido; el hospital había vencido al Acuerdo Elemental.

Se vitoreó y maldijo con la misma intensidad en diferentes campos de batalla. Los Sacerdotes de Rao supieron del poder de esta Alianza de Reyes que atacaba a un antiguo enemigo, como lo supo el caballero del castillo vivo, el vasashdanegar de los trolls y el alquimista dueño del sol metálico. El Lyonesse se aseguró que todas sus tropas supieran de aquel brillante triunfo que no estaba planeado pero que era capitalizable en más de una forma. El general Laviesca se alegró, aunque no por mucho, porque sabía lo que seguía.

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Iveline entregó las joyas personales de la princesa Vale’Rei así como las que donaron los nobles de la Alianza de Reyes a los bermejos como presente, pues no podían regresar las mismas que ellos dieron de rescate ya que sería una gran descortesía, pues justo eso, las tradiciones fueron lo que explotó la princesa cuando los alcanzó y pidió que por la deuda de vida que tenían con ella la escucharan, y por las reglas de guerra a las que hacían honor defendieran la vida de los heridos y los médicos que no lucharan. Tradiciones y como explotarlas, fue lo que sucedió cuando obedeciendo la orden de su padre de ir pendones al aire sabiendo que por hospitalidad los elfos enviarían un ejército, ella lo cambió por ocho rangers; un ejército para fines prácticos. Con el simple pero potente poder de escuchar y entender a los pueblos, Vale’Rei logró un golpe maestro contra el enemigo, e Iveline, aunque se dijo no estar sorprendida, pues sin duda lo aprendió del maestro. Pudo reconocer el genio de la estratagema, pues fue Beckhoff quien preparó la runa de disociación, potente pero difícilmente un arma, así que solo la usó para dejar claro que podían defenderse mientras el preparaba otra runa, una básica de calor, con la que calentó la tetera sacando el aire, y que con goma sellaba el vacío, para que en el momento que abandonara su carne, el poderoso elemental del viento, desacostumbrado al toque del mundo material sintiera ese jalón al vacío como si lo entregaran a la nada, de forma que con solo aprender elemental, pudo por honor liberarlo a cambio de tres deseos. El primero, que se llevara a su ejército dejando sus cuerpos para que el deseo de una guerra de morales de su Señor y pupilo se honrara, el segundo que ensombreciera el hospital con una tormenta moderada para que se pudiera cubrir la retirada de los heridos. Lástima que lo único que no fingió, fue el ataque, que tristemente dejó al menstat con medio cuerpo paralizado probablemente sin recuperación.

Pese a todo, no fueron pocos los que se quedaron, pues para que esto funcionara tendría que parecer real. Los rangers perdieron a uno de sus hermanos, pero los demás honraron su sacrificio quedándose, al igual que nobles y Meridavis, así como un par de bermejos que se hermanaron a soldados de la legión que también se quedarían.

Alex tenía varios huesos rotos pero no iba a abandonar a su amada y ella era el objetivo, así que también se quedó. Beckhoff miraba orgulloso como todo caía en su lugar, e Iveline no desaprovechó para platicar con el maestro.

Aún hay tiempo de irse.

Me voy… a ir, pero no… así contestó con voz quebrada por el daño del estrés y no aún. Tsssssk arrastró su chasquido para mitigar lo descorazonador que era escucharlo ¿Te escribió… Laviesca?

Iveline lo entretuvo con las noticias del frente. El menstat gozó cada momento de aquella crónica perfectamente hecha como propaganda, claro ejemplo de que su pupilo era un digno Lyonesse que sabía rodearse de los mejores para poner en marcha sus planes. Fue en eso que Iveline sintió el peligro con un miedo profundo recorriendo su espina. Dio la señal mientras el Tirano de Bronce en el aire, buscando aplastar la esperanza que sus enemigos habían creado, comenzando con un solo rugido que detuvo la tormenta en seco, con sus garras de bronce comandó a las runas para desatar la furia de los relámpagos sobre el hospital.

Cada grupo lanzó armas y corrió como habían quedado que lo harían. No pocos murieron ante la sombra del dragón que cortaba como afiladas navajas mientras pasaba preparando el devastador fuego en su interior.

Los que pudieron se encerraron dentro de los cocodrilos de piedra. Se había calculado minuciosamente cuanto aire habría y cuanto sería el máximo de personas que podría albergar mientras el Tirano de Bronce hacía arder todo.

Iveline llevó a Beckhoff y faltando un espacio se dispuso a dejarlo y buscar otro lugar pero el menstat dijo que estaba preparado para ese imprevisto. Iveline se acostó entre hombres de guerra temerosos, que no sabían lo que sucedería mientras el Tirano de Bronce con fuego arrasador convertía la arena en un cristal que sería un eterno recordatorio del precio de desafiarlo.

Iveline le preguntó a Beckhoff si necesitaba algo antes de que ella entrara a trance para ahorrar aire. El menstat contestó que sí, y entregó sus instrucciones por escrito para leerlas después. Viendo nuevamente la preparación del anciano, tuvo que ser directa.

No te preocupes por el aire, puedo bajar mi ritmo al mínimo.

No me preocupa… tsssssk.

Quiero estar segura que no te vas a suicidar.

Jeje… No lo… haré.

¿Tengo tu palabra?

Tendrás la certeza… pude haber… preparado una poción… pero nada sería tan... sutil… y amable...como una mano experta.

Iveline no lloró, pero si tuvo pedir que apagaran las antorchas para que no la vieran descomponerse. Beckhoff no alcanzó a ver que se extinguiera la luz.

Cuando el dragón se fue, no quedó nada atrás. Solo cristales que recordaran su castigo. Pasaron unas horas hasta que volvieron los bermejos y no pocos heridos con picos y palas a romper los cristales de arena y fuego para buscar si había sobrevivientes.

Los hubo, dentro de los cocodrilos de roca. Cuando Iveline salió, esas palabras le trajeron consuelo, porque Beckhoff había muerto. Apenas tuvo oportunidad leyó sus instrucciones y pese el dolor de su corazón, decidió cumplirlas al pie de la letra.

Iveline tuvo un viaje complicado. Tenía solo treinta días para hacer un viaje de tres meses hacia Toscana. Viajaba sin nada excepto lo encomendado, era ágil y de recursos, así que es fácil decir que los únicos problemas del viaje, fueron para quien trató de detenerla.

Así, con dos días por debajo de lo necesario, entró a la capital y se dirigió a la Cabala; el templo más sagrado de los menstat. La orden firmada por Beckhoff le abrió las puertas casi sin chistar, porque el anciano fue uno de los más poderosos e influyentes en el Templo de las Cabezas frías por lo que pronto llegó al santuario interior, lugar dedicado a Crysta, donde jamás pensó la recibirían.

Una joven menstat se acercó, tomando su preciada carga. Pese a todo, Iveline la dejo ir como dejó ir a Makva, al ranger o a los muchos Meridavis que murieron bajo sus órdenes.

Esperó en un escalón mientras le dirigía a Eunice unas plegarias para que iluminara el camino a seguir. Fue bastante tiempo, pero eventualmente la joven menstat salió y agradeció de parte de los Maestros de la Cabala su servicio.

Iveline insistió en verlos. Y la menstat resultó suficientemente sabia para reconocer que no podría detenerla, así que se apartó y la priest entró a una rotonda donde unas figuras alargadas como mantos morados, largas y de pie eran los muchos Maestros ilustres del Templo de la Razón, reunidos frente a un pozo efervescente.

Inmutables, agradecieron como coro de voces, y le pidieron que se retirara. Ella no lo hizo, pues quería saber porque la hicieron traer la cabeza de su amigo hasta acá. Los ilustres maestros se escandalizaron de la actitud de la priest, acusándola de violar los pactos de fe, al tiempo que le recordaban que había jurado silencio sobre este lugar.

Iveline había matado mucha gente en su vida para no reconocer que “los ilustres maestros” solo eran unas túnicas colgadas frente a un pozo. Así que no preguntó nada, no amenazó, e igual los enfrentó con su presencia hasta que escuchó una voz atronadora que dijo:

Les dije que era una de nosotros entrenada en otra fe. Denme un momento.

Intrigada, ella caminó hasta una túnica que fue la mortaja en la que trajo la cabeza de Beckhoff, así como su uniforme en vida.

¿Viejo? . Preguntó ella, reconociendo la voz.

No hay tiempo para mostrarse sorprendida. Después de todo, alguna razón debía de haber por la que todos podemos saber lo de todos los que nos precedieron. Así que deja las dudas de lado, tenemos una guerra que ganar.

Beckhoff sabría que no hay poder humano capaz de regresarme a ese lugar.

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