“VENGA LE CUENTO UN CUENTO”: UNA INICIATIVA PARA FORMAR LECTORES

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“VENGA LE CUENTO UN CUENTO”: UNA INICIATIVA PARA FORMAR LECTORES

Luz Dary Espitia Colegio Santa Bárbara Localidad de Ciudad Bolívar Bogotá

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Este texto fue construido en el “Taller de escritura Voces y Saberes: una oportunidad para comprender, fortalecer y hacer visibles experiencias innovadoras” llevado a cabo entre el 3 de julio y el 18 de octubre de 2018. El programa formativo fue seleccionado por la Secretaría de Educación de Bogotá para ser parte del banco de propuestas de formación permanente de docentes.

Si desea conocer más de la propuesta formativa escriba a: vocesysaberes@gmail.com

Si desea contactar a quien escribió el texto escriba a: daryespitia@hotmail.com

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Hay personas desdichadas a las que se les enseña a descifrar lo que dicen las cartillas y con ello se piensa que se les ha enseñado a leer, pero es posible que nadie haya tenido la generosidad o la lucidez de iniciarlos en el placer de leer, en el goce de asomarse a mundos desconocidos, nadie les reveló que un libro puede ser tan asombroso y estimulante como un viaje, nadie los inició en el deleite de sentir la resonancia mágica de las palabras… la dicha de las historias bien contadas… William Ospina, Lo que entregan los libros Era mi primer día de colegio. Sí, era un hecho, entraría a estudiar, ya estaba todo listo para ingresar, mis padres habían pagado la matrícula y la pensión, tenía el uniforme completo, maleta con cuadernos, lápiz, borrador y tajalápiz. No tenía regla porque mi madre días antes trató de enseñarme las primeras letras y le faltó, diría yo, un poco de paciencia y terminó partiéndola en alguna parte de mí cuerpo. Hay que tener en cuenta que no todas las personas tienen espíritu de profesor y eso lo entendí muy bien con mi madre, a quien de hecho amo entrañablemente. Yo estaba próxima a cumplir 7 años y, como ya tenía un antecedente con las primeras letras, me afanaba quedarme sola en ese lugar y que me castigaran si no aprendía con facilidad. El primer día de colegio fue algo frío, no hubo ninguna actividad de integración, las sillas y mesas eran largas, ubicaban aproximadamente cinco o seis estudiantes por fila. Era una pequeña cárcel ese tipo de pupitre. La profesora nos mandó a sacar el cuaderno e hizo un garabato que parecía la parte superior del número dos, escribió varios signos de esos en forma de plana en el tablero y nosotros los debíamos replicar en nuestros cuadernos. Yo no había tenido acercamiento a la escritura, mi motricidad fina no era la mejor, borré, creo, más veces de lo que pude escribir y toda la mañana antes del descanso trabajamos en esa actividad. Así que entre el temor de no poder escribir, la incomodidad por ese tipo de pupitre, un salón pequeño con muchos estudiantes y una profesora poco encantadora a mi parecer, no me sentía en el mejor escenario para iniciar la travesía por la vida escolar. Un día a finales del año escolar, después de un proceso de lectoescritura tradicional, poco significativo y mecánico para mi gusto, la docente nos llamó a 3


Daniel, un compañero, y a mí y nos puso a leer aproximadamente una página sobre los símbolos patrios. Nos dijo que empezáramos a leer a ver quién ganaba, que esa era una evaluación y que el primero que hiciera la lectura pasaría la prueba. Empezamos a leer de corrido, no tuve en cuenta signos de puntuación y entendí muy poco. Creo que la intención de ella era saber si había una decodificación silábica correcta. Supongo que evaluaría otras cosas más, en conclusión, pase el año escolar. A diferencia de estas escenas escolares, también recuerdo otras que transcurrían en mi casa. Acostumbrábamos a leer la Biblia, mi madre nos hacía pequeñas lecturas en la noche, las acompañaba de preguntas y escuchaba lo que pensábamos. Ese fue un acercamiento importante a la lectura; creo que me ayudó un poco más que el proceso del colegio. Terminé mis estudios de bachillerato y quise ser diseñadora de modas. Estudié en la que en ese momento figuraba como la mejor escuela de diseño del país. Era una vida muy diferente, estaba pendiente de lo que se usaba, de las telas, los materiales y hasta de los modelos, porque todo esto implicaba la profesión por la que me había inclinado. Era en mundo efímero, materialista, poco humano. Siempre me sentí en el lugar equivocado, algunas de mis compañeras eran candidatas a reinados de belleza, pertenecían a la farándula y por lo general eran personas de estrato social alto, que gozaban de mucha vida social, lujos y paseos a lugares exóticos, algo inalcanzable para mí. A mis padres este estudio les representó un gran esfuerzo económico, entonces aprendí a hacer cosas prácticas, por ejemplo prendas bordadas con pedrería, por las que mis compañeros me pagaban. Fue un tiempo muy difícil, siempre he sido sensible a las personas y en ese lugar encontraba que nadie se preocupara por el prójimo, sin embargo hice toda mi carrera y obtuve mi título como diseñadora. Luego me dediqué a hacer trajes, pero esto no llenaba mis expectativas de vida, había algo que me faltaba. Un buen día, conversando con una compañera, creamos una academia para enseñar diferentes artes a señoras en el barrio. Mi compañera me propuso que yo dictara talleres para enseñar a confeccionar y ese fue un tiempo placentero; si era diseñadora para enseñar mi arte había valido la 4


pena estudiar la carrera. Me dedique un buen tiempo a ese oficio y fue maravilloso. El taller donde trabajaba con mis estudiantes era diferente al lugar donde aprendí, en este se valía ensayar, dañar y volver a iniciar, las señoras me decían que ellas querían hacer su traje para Navidad y me dedicaba a sacarles el diseño, hacíamos moldes y llegábamos a la prenda que habían querido. Sin lugar a dudas mi familia notaba que lo mío tenía que ver con la enseñanza, porque me apasionaba. Recuerdo que cuando era niña acompañaba a una señora a un barrio muy humilde en Bogotá a hacer obra social. Ella se reunía con las personas adultas a las que visitaba y a mí me encargaba los niños. Disfrutaba de ese espacio enseñando canciones, contando historias y jugando. Era un tiempo para el cual me preparaba semana tras semana, y a pesar de contar con tan solo 9 años era responsable de mi tarea. Uniendo esta experiencia y la de enseñar a confeccionar, veo que llevaba dentro de mí la enseñanza, era parte de mi vida, me sentía identificada con la pedagogía y me gustaba la interacción con los niños. Así que un buen día decidí inscribirme en una universidad ya no tan famosa ni tan costosa, pero con ánimo total para graduarme como licenciada en Educación Preescolar. Con esa decisión me reencontré con lo que me satisfacía totalmente y desde ahí empecé a volar más alto, para lo cual tuve que descubrir y entender mi propia esencia. En el primer semestre en la licenciatura tuve la oportunidad de empezar a trabajar en un colegio pequeño en una zona difícil de Bogotá. Allí se podía ver la pobreza, el abandono estatal, la drogadicción en las familias, la delincuencia, en fin, muchos problemas. Pero me gustó ese lugar, me hacía reflexionar y pensar en las estrategias que debía usar para llegar a aquellos niños con los temas que se debían abordar. Fue mi primera escuela en mi formación como docente. Este lugar demandaba compromiso social, de manera que tenía que traspasar los muros de la institución para llegar con ayuda de muchos frentes para estos chicos. El salario que ganaba era irrisorio comparado con el que ganaba en mi anterior trabajo, sin embargo ganó mi vocación; de allí en adelante y mientras estudiaba, trabajé en otros colegios animada cada día por la certeza de haber encontrado lo que realmente me conectaba con la experiencia de enseñar. 5


Ingresé a la Secretaría de Educación de Bogotá en 2008 como docente de educación preescolar en el Colegio Santa Bárbara IED, en la zona alta de Ciudad Bolívar, barrio Compartir y Juan Pablo II. Este colegio tiene tres sedes, dos de primaria y una de bachillerato, atendemos una población general aproximada de mil cuatrocientos estudiantes. La comunidad se formó con personas reinsertadas de grupos guerrilleros, desplazadas o que tenían dificultades económicas. Allí hay pobreza, problemas de drogadicción especialmente entre los jóvenes y deserción escolar, entre otros. Siempre recuerdo mi primer día de clase, y no quiero que mis estudiantes encuentren un salón frío, la mirada de una maestra gruñona, ni provocarles más ansiedad de la que ya traen en su primer día de colegio. Un objetivo claro es entregarles un espacio donde se sientan a gusto en todo el sentido de la palabra, por ello saludo a cada uno y establezco con ellos contacto visual; al que llega llorando lo trato de una manera especial para ganarme su confianza y afecto. La escuela debe ser vista como un lugar de tranquilidad, de esparcimiento, de felicidad, un espacio amigable y respetuoso, un lugar humano para convivir. La escuela también debe ser una organización tan fundamentada que es capaz de transformar seres humanos, transformar familias y, por ende, sociedades. Con base en este principio —que puede parecer una falacia, una idea romántica o asumir un compromiso que no nos corresponde—, empiezo a observar a cada estudiante, a notar sus fortalezas y debilidades, analizo en lo posible cómo es su familia, cómo vive, con quién comparte cuando no está en el colegio. De esta manera inicio una interacción importante porque esta niña o ese niño no es un código más en la lista de matriculados, es un ser humano que estará muy cerca de mí durante un tiempo y debo aprovecharlo de la mejor manera. Regularmente recibo veinticinco estudiantes cada año, la mayoría vienen de jardines donde permanecen jornadas largas. En esos lugares se preocupan por la nutrición, el desarrollo físico, la socialización y otros aspectos importantes. Es poco común que lleguen estudiantes que no hayan estado primero en el jardín. Estos espacios en comunidades tan vulnerables son muy importantes, porque de alguna manera salvaguardan durante un buen tiempo en el día la integridad y bienestar de los niños. 6


La promoción de la lectura en mi clase Quiero compartir con ustedes una experiencia pedagógica con mis estudiantes, orientada a que ellos crezcan como lectores. Considero necesario reflexionar sobre el valor de la lectura partiendo de la importancia del contacto con los textos como estrategia que favorece el desarrollo cognitivo de los niños, su desarrollo emocional y social, y que fortalece su imaginación. Realmente de casa no vienen con gusto por la lectura, no existe mucha inversión económica en la adquisición de literatura y no se lee en familia. Esto lo he visto mucho en los diez años de trabajo con estudiantes de preescolar. No significa esto que a los niños no les guste leer o que les lean, pero no se crean ese tipo de hábitos en los hogares, se ve más bien mucha televisión, y esto lo afirmo por los comentarios que hacen los chicos en el aula sobre la novela, el reality, etc. Otra costumbre que se ve mucho es que los padres, cuando llegan de trabajar, para que los niños no los agobien les entregan el celular con el fin de que se distraigan, lo que, a decir verdad, no ayuda mucho a establecer rutinas ni buenos hábitos. Pérez y Roa (2010) dicen: “No es lo mismo un entorno en el que el libro es un objeto de alto valor simbólico, de prestigio, que otro en el que por razones diversas el libro es un objeto casi ausente” (p. 24)1. Por esta razón, teniendo en cuenta que en el entorno familiar los niños no van a tener la posibilidad de formarse como lectores, los profesores debemos buscar la manera de que se encuentren con los libros y con la lectura. En el Documento base para la construcción del Lineamiento Pedagógico de Educación Inicial Nacional (s. f.)2, se afirma que leer debe entenderse en el sentido amplio de aprender a leer el mundo que nos rodea, desarrollar en los niños la capacidad de interrogar textos diversos como el sonido del viento o las imágenes y palabras de un libro. Leer no es decodificar, es mucho más que esto. Eso no significa desconocer los aprendizajes sobre la lengua escrita que hacen los niños ni sus incesantes preguntas: “¿Aquí qué dice?”. Lo que se busca en estos primeros años es garantizar un acceso espontáneo y placentero a los libros, Pérez, M. y Roa, C. (). Referentes para la didáctica del lenguaje en el primer ciclo. Bogotá: Secretaría de Educación del Distrito. Recuperado de https://bit.ly/2SbU9XW. 2 Ver: http://www.deceroasiempre.gov.co/QuienesSomos/Documents/8.Para-Construccion-LineamientoPedagogico-de-Educacion-Inicial.pdf. 1

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que se constituya en una base sólida para el acercamiento paulatino al lenguaje escrito. Durante estos años de trabajo he intentado involucrar la lectura en el aula; trabajo estrategias programadas individuales, en sociedad con otras compañeras y otras que surgen de las rutinas diarias que en ocasiones resultan muy efectivas con los niños. En este momento trabajo junto con una compañera de viaje y sueños esta aventura de despertar en los estudiantes el gusto por la lectura, que obviamente viene acompañado también de escribir con placer. Primero nos hemos escuchado como docentes, ella, de grado quinto, manifiesta el poco interés y falta de comprensión de los niños a la hora de leer, y yo, como maestra de preescolar, la necesidad de que los estudiantes se puedan acercar a la lectura de manera menos rígida y más placentera, por ello iniciamos el proyecto “Venga le cuento el cuento”. Venga le cuento el cuento El proyecto inició cuando la profesora me pidió el favor de hacer una actividad con sus chicos de quinto. Se me ocurrió decir a estos estudiantes que se hicieran en parejas con los niños pequeños, saqué cuentos y les pedí que se los leyeran. Podían ubicarse en el lugar que tomaran a bien para leer. Fue un día muy bonito; los niños grandes asumieron la misión y observamos actitudes interesantes en los grandes y los pequeños. En los grandes se vio que estar a cargo de un compañerito y tener una misión los hacía sentir importantes, además fueron responsables con la tarea fijada, les leyeron teniendo en cuenta unas observaciones básicas que les dimos, como tener en cuenta el título, el nombre del autor y los personajes, entre otras cosas. Además se logró un acercamiento, porque estos grupos no tienen mucho contacto ya que durante los descansos tratamos de salvaguardar a los pequeños para protegerlos de accidentes. Los más chicos estuvieron receptivos a la actividad. Aunque no habían tenido contacto con los mayorcitos, les indicaron qué cuento querían, y lo oyeron atentos y en silencio. Esto fue muy importante ya que es difícil mantener callados 8


y atentos a los chiquillos, lo cual fue evidente cuando hablaron de las lecturas que les hicieron los estudiantes de quinto. Este primer acercamiento me llevó junto con mi compañera a dar continuidad a este espacio de encuentro entre los niños de ambos grados y a planear algunas actividades que, a decir verdad, fueron saliendo de los encuentros que los niños sostenían. Trabajamos la primera hora de clase de los jueves. Los estudiantes grandes ingresan, dejan sus cosas en los escritorios y vienen en busca de los de preescolar, allí ya tenemos en una mesa los cuentos distribuidos, hacen sus parejas, tratamos de intercambiar y se van a leer a un espacio dentro del colegio que les guste, por ejemplo en las canchas de fútbol, en una pequeña escalera, en el patio, etc. La idea es que se sientan a gusto. Los niños de quinto les preguntan sobre la lectura, les llaman la atención para que se concentren y trabajan una hora amena en equipo, luego entran al aula y hacemos una pequeña socialización. Gracias a esta actividad de leer juntos, empezaron a surgir amistades entre ellos. Los niños me preguntan cuándo vienen de quinto, se buscan en el descanso, comparten juegos y hasta se cuentan situaciones difíciles de sus hogares. Los chicos grandes han sido un gran apoyo y sobre todo es de admirar el afecto que les han brindado. En una de estas actividades de lectura Danna, estudiante de quinto, se acercó y me dijo que quería comentarme una situación que una niña de preescolar le había confiado. Sofía le había dicho que estaba muy triste porque en su casa su abuelita, la persona que la cuidaba, la regañaba mucho. La verdad yo no había notado ninguna situación en particular con Sofía, ella es una niña callada, pero sociable. Danna me dijo: “Profe, a mí me parece que Sofía es muy linda y esto se lo debemos decir a la orientadora para que cite a la mamá de la niña y le avise, porque la abuelita no debe estar regañando a la niña”. Por supuesto esto me sirvió para acercarme más a Sofía, y aunque ella no refirió nada del tema hicimos el debido proceso y se acercaron los padres a la institución. Esta situación permitió que las cosas en casa de Sofía mejoraran, además la amistad de estas niñas se mantiene. Otra actividad que hemos hecho fue buscar temas sobre las necesidades de los chicos y encontramos que la convivencia era un factor que debíamos atender. 9


Quisimos aprovechar la literatura para mejorar comportamientos como juegos bruscos, vocabulario agresivo y desacato a las normas, por nombrar algunas situaciones. Buscamos un cuento que se acercara a la convivencia y leímos en voz alta “La peor señora del mundo”, de Francisco Hinojosa; también lo escuchamos en un video contado por Beatriz Montero.

En mesa redonda y luego organizados en parejas, empezamos a debatir las características buenas y malas de esta señora, y los chicos opinaron que les parecía muy grosera. Oliver, un niño de transición, dijo: “Esta señora me hace dar mucho miedo porque le pega a las demás personas y a mí no me gusta que me peguen, que tal se la encuentre uno en la calle, yo salgo a correr”. Todos empezaron a reír. Vanesa, una niña de quinto, nos contó: “Yo tengo una vecina muy grosera que se pelea con todo el mundo, dice groserías y cuando se emborracha trata mal a sus hijos, ellos también son groseros”. Pedimos a los estudiantes que pensaran sobre lo que le dirían a un compañero que se porte mal, que sea brusco, que sus acciones repercutan en los demás de manera negativa, y dieron opiniones interesantes; inclusive tienden a ser más fuertes en posibles soluciones a problemas de convivencia. Miguel, de quinto, dijo: “Profe, hay niños muy bruscos que a mí me hacen dar mal genio y si me pegan o me tratan mal pues yo no me aguanto y también les pego o los trató mal, porque mi mamá me dice que no me deje”. Terminada la socialización iniciamos el trabajo de una obra artística en plastilina que representara a esta peor señora. Se esforzaron, trabajaron en equipo y salieron unos cuadros geniales, que fueron expuestos en un lugar visible de la escuela. Compartimos a todos los niños del colegio nuestra actividad, los 10


invitamos a escribir si tenían compañeros, familiares o vecinos que se comportaran como la peor señora y a apuntar lo que no les gustaba, sin escribir el nombre de la persona. Esta parte de la actividad para toda la escuela no fue tan fructífera, pocos niños escribieron, una de las posibles razones es que les da temor, pereza, o que los docentes no los motivaron o no les dieron las herramientas o espacios para hacerlo. Hay tantos temas para cumplir, que a veces esto no es posible. Sin embargo en esta experiencia me llamó la atención que una niña de grado segundo se acercó y me pidió una hojita para escribir porque tenía muchas cosas para decir de algunas compañeras. Hizo su carta y se la pegue en la cartelera. Me llamó la atención que esta niña, quien tiene problemas serios de convivencia, se quejara de los demás (tanto que la profesora que dirige el curso manifestó su mal comportamiento, la constante agresividad hacia sus compañeros y hacia la docente), pero fue bueno que ella expresara las cosas que también le suceden; todos somos vulnerables aunque nos creamos fuertes. Luego de este trabajo que nos tomó cuatro jueves, analizamos la importancia de la autoestima en los estudiantes para hacer frente a la falta de empatía y aceptación en algunos aspectos de sus propias vidas. Por ejemplo, hay quienes se burlan del compañero por el apellido, pero si pudieran se cambiarían su nombre, o sienten que sus orejas son muy grandes, que el color de su piel es muy morena o muy blanca, en fin. A los niños de quinto y a los pequeños es necesario empoderarlos, que se acepten tal como son. Para esta actividad trabajamos el cuento “Niña bonita” de Ana María Machado. Se les narró a los niños de quinto la historia, era importante que la escucharan y les gustara para poder desarrollar el siguiente taller. Ellos aprobaron la historia así que se la compartimos de manera impresa para que la leyeran y aprendieran a trabajar haciendo énfasis en la oralidad y en la forma como cada uno intentaría transmitirla a los pequeños. Los estudiantes por cuenta propia se organizaron en grupos más grandes para poder contar la historia en voz alta, lo cual creó una dinámica muy interesante de integración. Fueron creativos, hicieron voces, usaron su cuerpo como parte de su expresión, y los de transición estaban muy alegres y atentos al relato de sus compañeros. 11


Luego, presentamos el cuento en un video para que quedara más clara la historia y elaboraron títeres diseñados y trabajados con bolsas de papel y otros materiales. Cada grupo seleccionó el personaje que le llamaba la atención para elaborarlo. Desafortunadamente los tiempos no permitieron que los niños representaran el cuento, pero se esforzaron por hacer títeres bonitos que obsequiaron a sus compañeros de transición. La actividad finalizó con un encuentro de los dos grupos en el que se concluyó qué aspectos se podían resaltar de este cuento y cómo llevarlos a la vida diaria. Después se le pidió a cada niño de quinto hacer un comentario a su compañerito de trabajo sobre lo que más le agradaba de su forma de ser, y cada uno de los de transición elaboró una tarjeta donde manifestaba qué le gustaba de su compañero. Este fue un buen pretexto para un ejercicio de escritura motivado por una experiencia significativa. Cabe destacar que a los niños les gustaron mucho las observaciones bonitas que les hicieron y se dieron cuenta de que ellos eran importantes para sus compañeros. La labor continúa con cada encuentro y aunque inicialmente era tan solo un espacio para leer, se ha podido trascender a otros aspectos que han involucrado escribir, afianzar valores y ampliar el contacto social ya no solo con su par de grupo, sino que los límites de grado han desaparecido, los niños se conocen y se apoyan de una manera cada vez más enriquecedora. Por ejemplo, a veces los estudiantes de quinto vienen al salón de preescolar para colaborarme con el proceso de lectura de los chiquitines, esto significa un cambio de mirada hacia los niños de transición, antes vistos como los pequeños intocables y ahora como compañeros más pequeños que requieren afecto y cuidado. Pese al afán por el cumplimiento de la malla curricular, tengo la intención de hacer de esta iniciativa un proyecto para la formación de lectores, pues si bien es 12


cierto que hay que cumplir con las metas que nos trazamos al inicio del año, se nos olvida que puede haber eventos extraordinarios que demandan cambiar un poco los lineamientos trazados, mirar según los intereses de los niños y evaluar lo que ellos verdaderamente necesitan. Por eso es importante integrar esta iniciativa a los planes de estudio, porque puedo partir de los intereses de los estudiantes y proyectar metas que busquen cumplir con estos objetivos. Estamos hablando de aprendizajes significativos. En primer lugar mi intención es trabajar con los padres de los niños de transición y con los chicos de quinto; el objetivo básico es formarlos como mediadores de lectura. Los padres de los niños de transición estarán involucrados dentro del proyecto porque con ellos se trabajarían talleres de lectura, los animaría a visitar bibliotecas públicas y a aprovechar programas como “Leer en familia” y todos los espacios que se puedan usar para el beneficio de los estudiantes. Reconozco que mis conocimientos sobre el tema de la formación de lectores son muy básicos; me gustaría formarme como mediadora, entender mejor el sentido, el valor de trabajar en la promoción de la lectura, descubrir el mundo de la literatura infantil y de las maneras en que puedo acercar este universo a los niños en el colegio. Para esto quiero averiguar qué alternativas de formación me ofrece la Secretaría de Educación del Distrito, por ejemplo, cursos, redes de maestros, espacios que me permitan una formación encaminada a estos procesos. Finalizo reconociendo que la escuela donde trabajo ha sido mi escuela de formación y gracias a estos años en este lugar puedo reflexionar sobre el sentido y función que tiene mi vida para la sociedad y para mi familia, que es el motor que mueve mi vida. Doy gracias a estas diez promociones de niños de preescolar que año tras año me han enseñado a ser maestra, me han ayudado en mi formación docente y le han dado un valor importante a mi profesión, que se nutre de la experiencia y de la disposición y esfuerzos para que cada año sea mejor.

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