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Opinión
Ecuador: el giro turbulento
autodefensa— nos fuerzan a contemplarlo. Pero esto no fue lo que pasó a la salida de una escuela en Quito, en la conclusión de un mitin político del Movimiento Construye. Villavicencio, político, parlamentario, periodista y anterior líder sindical —todas, profesiones peligrosas en este tiempo político—, anticipaba desde mucho tiempo que alguien infringiría su integridad corporal y por extensión su vida misma. Y en el momento socialmente viral en el que nos encontramos asistimos de manera bien pública al deliberado —lamentablemente exitoso— intento de silenciarle.
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Pisar callos a los poderosos, a los que se creen que pueden actuar de manera deliberada e impune contra el interés público y el bien común va en detrimento de un instinto de autopreservación que reclama una vida tranquila junto a aquellos que nos son afectivamente próximos.
Pero para algunos como Fernando Villavicencio, y otros que le precedieron, la vocación de servicio a través de la provisión de información; de procurar transparencia y rendición de cuentas; de documentar los excesos de los que se creen por encima de la ley, su vida parece importarles menos siempre y cuando haya constancia de que la maldad, la disposición perversa de hacerse dueños del espacio público y sus recursos, no puede ni debe quedar en el olvido, mucho menos en la indiferencia. Les guía un sentido de responsabilidad con el colectivo que precisa de informarse con fuentes e individuos que suscriben todo desde una imperfecta, pero necesaria ética pública.
La muerte, pues, de esta figura, tan presente en el imaginario de los ecuatorianos, revela el daño profundo en la fibra y el andamiaje cívico-político de Ecuador. Desde el abrasivo ademán de Rafael Correa que —a pesar de montar un esfuerzo institucional a favor de segmentos desfavorecidos del país, además de fortalecer sus instituciones— salió de la presidencia en un manto de duda sobre su integridad como figura, hasta la determinación tanto de Lenin Moreno y, más recientemente, de Guillermo Lasso de desmantelar la gestión de Correa, dejando a su paso un estado apenas funcional. Se crea pues, un vacío de poder.
Esos vacíos no permanecen así mucho tiempo. Son ocupados por otros elementos de la sociedad, no todos ellos con propósito altruista. Sí, como dije ayer en calidad de comen- tario para los medios, esa desarticulación del estado es responsable de la precaria situación de seguridad en Ecuador, no debe sorprendernos entonces el desafortunado suceso en el que Fernando Villavicencio encontró la muerte.
La paz cívica que parte de ese sentido de seguridad está hecha pedazos y el asesinato —muy intencional, muy público— de Villavicencio se añade a las nefastas estadísticas de muertes violentas que ahora son cotidianidad en ese país.
Subestimar al elemento criminal organizado nunca es una buena idea. Tampoco lo es permitir que la violencia política, si es que —como se especula en el trasfondo— el atentado vino de otro ente no criminal, se haga parte del discurso y de la praxis institucional o ciudadana.
Aun a pesar del lamentable suceso, hay ventana de oportunidad. Si esta muerte sacude del marasmo a las élites políticas y a la ciudadanía ecuatoriana en aras de reparar el daño perpetrado a sus particulares dinámicas domésticas, entonces no habrá sido en vano.
Toca también reflexionar sobre los asuntos que esta tragedia exterioriza en nuestras propias sociedades. Ecuador no es el único que adolece.