2 minute read

Opinión Educación y Derecho

Niños estrenando ropa y zapatos, cargando mochilas repletas de sueños, es la imagen que recuerdo de mi primer día de clases. Mami me animó diciéndome “Vas a hacer muchos amiguitos nuevos y las maestras son muy buenas”, me besó y con pesar en el alma se fue. En mi rostro surcaban lágrimas silenciosas pues no quería separarme de mi mamá y de mis hermanos. Fue en ese momento que mi maestra, una joven novicia de nombre Marta me llevó a su mecedora y me arrulló hasta que dejé de llorar. Unos pocos años después mi maestra de Salud, Sarita Rivera, también me consoló cuando perdí a mi madre. Recuerdo los nombres de todos mis maestros y maestras y atesoro su recuerdo. Mami tenía razón: a lo largo de mi carrera estudiantil he hecho muchos amigos y mis maestros han sido grandes mentores. “Tus circunstancias no pueden llevarte a cometer suicidio intelectual”, me dijo una vez la Profesora Carmen Turull en mis años en la Universidad de Puerto Rico. Hace tres años el Profesor Josué Anguiano-Vega de La Sierra University donde trabajo, me dijo: “Madelyn, usted es abogada, pero ahora debería convertirse en educadora”, palabras que me motivaron a graduarme hace unas semanas con un grado doctoral en Educación.

Comparto esta trayectoria estudiantil para ilustrar como esa mentoría fue valiosa para mí, una estudiante huérfana, de escasos recursos económicos, que con becas y trabajo pudo graduarse, una experiencia vivida por miles de estudiantes para quienes la educación es una quimera distante. Por tanto, decisiones como Brown v Board of Education (1954), que echó por tierra el concepto de “separate but equal”; Tinker v Des Moines (1969), que concedió derechos constitucionales a la libertad de expresión; Honig v. Doe (1988) que creó el currículo de educación especial; y leyes que aprobaron becas y préstamos estudiantiles deberían facilitar el acceso a la educación para todos, que es el principio detrás de la llamada iniciativa “affirmative action.” La Hon. Sonia Sotomayor, Juez Asociada del Tribunal Supremo de Estados Unidos y orgullo de Puerto Rico, lo explicó de esta manera: “Soy el producto de la acción afirmativa. Soy Puertorriqueña, nacida y criada en el Bronx. Mis calificaciones en los exámenes de admisión no comparaban con los de mis colegas graduados de Princeton y Yale, así que si se hubiera aplicado el uso tradicional de los números sería cuestionable si hubiera sido admitida”. Pero una vez admitida probó, sin lugar a dudas, que tenía la inteligencia, la disciplina, y el talento para ser exitosa.

Advertisement

Recientemente, el Tribunal Supremo de Estados Unidos decidió abolir el “affirmative action” que permitía a las universidades tomar en consideración el origen racial/ étnico/socio-cultural-económico de los solicitantes, una decisión que según la Asociación Americana de Colegios y Universidades (AAU&C) es “un paso de retroceso en la consecución de la excelencia académica y hace más difícil asegurar que todos los estudiantes tengan acceso a la educación”.

El acceso a la educación es solo una de las grandes dificultades en el mundo educativo. A eso hay que sumarle la violencia, los tiroteos contra víctimas indefensas, el acoso, la falta de libros y recursos, entre otras cosas. Sin duda, dedicarse al ministerio magisterial hoy en día es un reto y los que se dedican a esta sagrada obra merecen nuestro reconocimiento y salarios adecuados, respeto, y condiciones óptimas para nutrir a nuestra próxima generación. Hago estas reflexiones ahora que nos preparamos para un nuevo año escolar recordando a mi gran profesor Efraín González Tejera, quien era un experto en derecho sucesoral quien proclamaba que no hay mayor legado que una buena educación, a lo que añadimos que es algo a lo que todos debemos tener derecho.

This article is from: