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XVI CERTAMEN relato ganador LITERARIO "VINOS DE la MANCHA" LORENZO SERRANO Primer Accésit
Título: UN ETERNO RETORNO
Seudónimo : J. March Autor: Juan Carlos Fernandez
Escuchas el timbrazo de la puerta y antes de decidirte a abrir esperas a que vuelva a sonar. No es que seas perezoso ni que te importe poco otra vida tras los límites difusos de tu morada, sucede que sostienes entre las manos una novela de Roberto Bolaño y su prosa frenética te impide abandonar esa historia de poetas malditos dedicados al menudeo de marihuana. Pero el timbre no suena de nuevo y a ti se te clava en la mente el garfio de la incógnita, lo que vendría a ser un abanico de incertidumbres o una simple corazonada, cualquier cosa que no eres capaz de definir pero que te obliga a cerrar el libro, a levantarte del sofá de un impulso y a aproximarte con paso moroso hasta la puerta, donde oteas descaradamente por la mirilla tratando de detectar alguna presencia. Por más que miras y remiras desde los escasos ángulos que te permite la lente, no ves nada anormal en el perímetro escaso del vestíbulo, solo las tres puertas
cerradas de las tres viviendas que unidas a la tuya componen la junta de vecinos de ese cuarto piso en el que vives tranquila y cómodamente tu soltería de cuarentón venido a menos, con una alopecia velocísima intrigándote el cráneo y una ausencia casi absoluta de vida social. Ignoras por qué, pero existe una llamada íntima que te fuerza a abrir la puerta, una decisión arbitraria que cualquier otro día distinto a este hubieras desobedecido restándole importancia, asumiendo que el culpable del único y enigmático timbrazo habría de ser un operario pirata de una compañía eléctrica a la busca y captura de un fraude. Con la puerta entreabierta, asomas medio cuerpo como si doblases una esquina perturbada por la niebla. Miras a derecha e izquierda y, cuando estás seguro de que no hay nadie allá fuera, sacas el cuerpo al completo y pisas el felpudo, pateando un poco sin querer un objeto que cae,
rueda sin fuerzas unos centímetros, traza una media parábola y, luego de bailar un tanto sobre su propio eje, queda en reposo. Es una botella de vino. Desde tu altura de ser estupefacto ves una botella de vino que miras con los mismos ojos de sorpresa del chambón que hubiera encontrado una joya en un estercolero. El hallazgo te intriga. Naturalmente estás confuso, desconoces el sentido de esa botella ahí, solitaria junto a tu puerta a las tantas de la tarde, sin la escolta de una nota que te aclare la razón de su existencia. Te interrogas a ti mismo como si fueses juez y parte de un juicio en el que faltan las pruebas y sobran las dudas que te maniatan, de modo que te mantienes unos segundos congelado como si alguien, acaso el ser superior que nos maneja como a vulgares marionetas, hubiese pulsado el pause de un mando a distancia metafísico. Especulas, cómo no, con una broma, una cámara oculta o uno de esos estudios ridículos que sue-